|  | Mis años mágicos... |  | 
    
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      |    -1. Un nuevo día nace... - 2.Recuerdos - 3.La tienda de Ándrebe - 4.El rapto - 5.La ratita presumida - 6.El chupete - 7.Nostalgia - 8.Anoranzas - 9.Pili "La caprichosa" - 10.Recuerdo de niñez -   - 11.El colegio - 12.La puerta del colegio - 13.Me siento feliz - 14.Siete años - 15.Contando cosas - 16.El dolor de barriga - 17.Un día de lluvia - 18.Recuerdos en el monte Hacho - 19. El miedo -  - 20. La batalla del barro - 21.Mi abuela Juana - 22. "Lolita de Solís", la mirada bondadosa - 23. La inocencia - 24. Llega la Navidad - 25. Inocencia rota - 26. Hoy he soñado que... -   - 27.A mi amigo Manolo - 28.Sueños infantiles - 29. Domingo de Ramos - 30. Cuanto te extraño - 31. Muelle Comercio - 32. La inocencia perdida - 33. En aquellos días - 34. El lechero .
 - 35. Siete años, el traje de comunión - 36. Las cortinas rojas - 37. Nuestra playa - 38. El destino - 39. La Mochila - 40. Recuerdos de Navidad - 41. La modistilla - 42. El Instituto -
 
 - 43. El aniversario - 44. Noche de Reyes - 45. Los gallineros - 46. Yogures "Vaya Vaca" -47. Mayo florido y hermoso - 48. Mi playa - 49.Adiós a la niñez - 50.Virgen del Carmen -
 - 51.Mis Recuerdos - 52. Aquella niñez -   | 
    
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 UN NUEVO DÍA NACE..        Hoy nace un nuevo día, y con  él  nuestras esperanzas, esperanzas de  tres soñadores, de tres nostálgicos que hemos encontrado en la pluma, el placer  de sumergirnos en nuestros recuerdos más infantiles; recuerdos de añoranzas e  ilusiones pasadas, que hoy queremos desempolvar y plasmarlas en un rincón  literario, de una página, creada con la ilusión de recordar, no sólo nuestras  vivencias, sino también a nuestra tierra y su idiosincrasia de medio siglo  atrás. Realmente cuando me pongo a exteriorizar aquellos recuerdos, no puedo  menos que llevarme las manos a la cabeza, y comprobar, lo distinto que es todo,  ¡si! Aunque la inocencia infantil, puede que sea la misma, el escenario es otro,  no se asemeja en nada a nuestras calles, cuando éramos felices con los juegos  infantiles. Recuerdo que cuando llegábamos del colegio por las tardes, en  cualquier radio, de cualquier vecino, nos merendábamos “Yo soy aquel negrito,  del África tropical……..” y allí estaban nuestras madres, ofreciéndonos la  merienda: el vaso de «Colacao», y los bocadillos de mantequilla, o  manteca «colorá» según economía. A los pocos minutos, ya estábamos en la  calle, algunos incluso con el bocadillo en la mano, para empezar con nuestros  juegos: a la comba, al piso, este juego consistía en marcar con una tiza en el  suelo, una figura, y con un trozo de mármol, teníamos que ir dándole golpecitos  para no caer en ninguna raya, si no perdíamos y le dábamos paso a otra  compañera de juego. Otro juego era: ¿Dónde está la llave, matarile, lire,  lire…? «Pingo nº» … y así un sinfín de juegos, que se realizaban en las  calles, de nuestros barrios. ¡Oh!, que tiempos aquellos,  donde  nuestros progenitores, estaban tranquilos cuando jugábamos en la calle. El  único peligro, en algún caso, era que el niño viniera con una pedrada, de algún  tira chino descontrolado. Tiempos sencillos, de niños y niñas, sin grandes  juguetes, pero con el mayor de los tesoros: la libertad de  jugar en la calle, como se suele decir: “la  calle era el paraíso de los niños de los cincuenta”. Cuando caía la noche,  nuestras madres, salían y con una voz, llamaban a sus retoños; había que  descansar para el día siguiente. La voz, de nuestras madres era el reclamo, hoy  día perdido por los teléfonos móviles. Después del juego, a lavarse, cena y a  dormir, tampoco había televisión, y en caso de que la hubiera, ahí estaban “los  rombos”, como mano inquisidora nos llevaba a la cama. ¡Buenos eran nuestros  padres para permitirnos ir en contra de las normas! ¡Bueno eran nuestros  padres!...
 ¡Oh!, tiempos de patios hermanados, vecindad acogedora, olores de  jazmines, y madre selva, campanas al vuelo de nuestra Iglesia Santa María de África.  Bodas de mañanas, con desayunos de chocolates, galletas y tarta nupcial.  Limosnera y estampitas, de las comuniones sencillas de los niños y niñas de la  época, más chocolate y galletas. Navidad de belenes y villancicos, botellas de  anís y pestiños, rosquillos y panderetas al son de las voces entrañables de las  gentes de nuestra tierra. Tiempos sin grandes cosas materiales, pero con la  mayor de las riquezas: amistad, sencillez, colaboración, hermandad, vecindad,  unión y tantos y tantos valores, que hoy día brillan por su ausencia. ¡Benditos  aquellos años cincuenta, donde los niños y niñas soñábamos con tantas cosas que  hoy ya se han perdido!
                   Ceuta,  9 de Noviembre 2008-  
              
                                                                                            Fini Castillo Sempere  
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   RECUERDOS       A pesar  del  el tiempo pasado, y añorando algunas  ausencias irremplazables   de mis seres queridos  , recuerdo con mucha intensidad como era mi familia, como fue mi infancia. ¡Mi  familia, que palabra tan bonita!, era muy respetuosa en los valores propio de  la época y a la vez, con unos criterios democráticos muy acentuados en  referencia a la política y a la vida misma. De esa savia me alimenté yo desde  mi nacimiento, de ahí viene mi perspectiva democrática, que he llevado a gala  durante toda mi vida.Mi padre, hombre cabal, honrado y muy  trabajador, además de ser muy estudioso, sobre todo en matemáticas, historia y  geografía. Siempre estaba entretenido con sus cálculos y sus lecturas. Tenía  una cultura general muy extensa, a mi eso me agobiaba un poco en aquellos días,  porque siempre andaba preguntándome cosas, para ver si lo sabía, y si no  contestaba a sus preguntas correctamente, me llevaba una regañeta. Él  siempre estaba pendiente de nuestros estudios, tanto míos como de mis hermanos.  Eso también era motivo que temiera cada mes las notas, porque él, no permitía  ni un solo cate, era bastante severo en ese tema. Ahora comprendo, y le  agradezco el gran interés que tenía de que nos preparásemos, su ilusión era que  estudiáramos, hiciéramos una carrera universitaria y le superáramos a él en  conocimientos. Siempre decía: «Mis hijos tienen que estar más preparados que  yo, y los hijos de mis hijos más que mis hijos».  Esa era su máxima.
 Cuantas cosas, se comprenden cuando uno es  ya adulto. ¡Si! ahora comprendo muchas cosas. Comprendo, porque me guardaban  tanto, porque eran tan estrictos, en la educación, en el cumplimiento de los  horarios de recogidas, en general de las normas establecidas. En cuanto a los  valores de respeto, responsabilidad, y otros tantos, me siento muy agradecida  de haber tenido unos padres que se preocuparan tanto de sus hijos en todos los  sentidos, porque si entramos en el capítulo afectivo y de sentimientos, nos colmaron  de atenciones, dedicación y entrega. Mis padres los grandes sufridores, ¡se han  sacrificado tanto por nosotros!, para que pudiéramos salir de Ceuta y  prepararnos. Yo sé que habéis pasado momentos de apuros, aunque eso a vosotros  no os importaba, solo pensabais en nosotros y en nuestro futuro. Gracias a  vosotros  podemos decir que nos hemos  preparado para afrontar el mundo y hacernos un futuro, y disponer de unos  valores que han sido la base de nuestra vida.
 Ahora, cada día que pasa, me acuerdo mucho  de cuando era pequeña, y la infancia tan feliz que mis padres me regalaron. Fue  una época de mi vida tan importante. Recuerdo tantas cosas de aquellos días. No  sólo vivía con mis padres y hermanos, sino también vivían con nosotros mi tío  Manolo, mi tía Tere, que son hermanos de mi madre y mi abuela materna, que  siempre para todos nosotros ha sido la “Yaya”.
 El primer recuerdo que tengo de mi  infancia, es en el patio. Mi casa, estaba ubicada en la calle Sánchez Navarro  nº12, hoy día “La gran Vía”. Allí es donde di mis primeros pasos, y donde me  sentaba en mi sillita de nea bajo el jazmín, a leer, sin saber leer, mis  cuentos infantiles, que me compraba mi tía Tere. Aquellos cuentos para mí  fueron un tesoro, que los tengo guardados en el cobre de los recuerdos más  entrañables, de mi infancia.
 Que bella era mi madre, para mi era la  mujer más guapa que había visto, yo la comparaba con las artistas de la gran  pantalla, esas películas que veía en el cine ”Cervantes” preferentemente,  porque mis padres eran abonados de allí, y a mí me llevaban con ellos muchas  veces, a ver películas apta para mí, y ahí es donde veía a las actrices y me  quedaba embobada al verlas tan guapas, y con esos trajes tan bonitos. A  hurtadillas miraba a mi madre cuando se peinaba su largo pelo y después lo  recogía en un vistoso moño, se pintaba los ojos y los labios y quedaba  perfecta, ¡que guapa!, cualquier cosita que se ponía lo lucía, y a mi se me  representaba como la madre más guapa del mundo, yo presumía de ella, y decía –  cuando sea mayor voy a ser tan guapa como mi madre- El tiempo me demostró que  de mayor no sería como mi madre, porque mi parecido físico ha sido a mi padre,  de lo cual también me siento muy orgullosa.
 Desde el día que nací en el patio, a la  vera de mi jazmín, hasta ahora, han pasado muchos años, ahora soy yo la que  cuido a mi madre, y Dios quiera que sea por muchos años. Cuando la miro y la  veo tan mayor, y tan cansada, se me estremece el alma, y ahí es cuando me doy  cuenta que he crecido, que ya la niña del callejón del Asilo Viejo, sólo esta  en mi recuerdo, y en las memorias del Callejón junto a otras historias de otros  niños/as de los años cincuenta
     Ceuta, 26 de Abril 2008
                                                                                      Fini Castillo Sempere   | 
    
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     LA TIENDA DE ANDREBÉ       Andrebé,  tenía una tienda de comestibles en los alrededores del Callejón del Asilo.  Allí, era donde mi madre compraba, al igual que todas los vecinos  del barrio, los pocos productos comestibles  que habían en esa época.Recuerdo a este hombre, con una sonrisa  permanente y bonachona, siempre tenía unas palabras agradables para todos los  que se acercaban a su establecimiento. En el mostrador siempre había una gran  caja redonda de madera;  su contenido  eran: unas sardinas arenques, muy bien colocadas y formando un circulo, bajo un  papel blanco.¡Andrebé! -déme un par de esas exquisitas sardinas, -esta noche  con pan tostado y aceite ya tengo la cena,- le decía una señora del Callejón-.  Y así era, con  poca cosa,  la gente se conformaba, no había donde  elegir, todo el mundo comía más o menos lo mismo. Unos con más durillos que  otros, pero todos los de allí, estaban por el estilo económicamente hablando.  Además aunque se tuviera medios, los productos eran los que eran, y no había  más. Recuerdo también “los bacalaos”, colgado en el techo, sobre todo en  cuaresma; había días de vigilia, que no se podía comer carne, y el bacalao  hacía su función, ¿en que casa no se comía bacalao?: tortillitas de bacalao,  bacalao en tomate, frito, porrusalda de bacalao, y cualquier comida donde el  ingrediente principal fuera ese elemento “tan salado” ¡Ah!  Y después, unas buenas torrijitas o un arroz  con leche, y quedábamos hartitos. Todo hecho por esas manos cariñosas de  nuestras madres, ahí no había “truco ni cartón,”como se solía decir, todo al  estilo casero.
 ¡Dios Mío! que tiempos aquellos, donde las  mujeres se vestían de mantilla, el Jueves y Viernes Santo para salir en las  procesiones de Semana Santa y recorrer Los sagrarios. Casi todas nuestras  mujeres del callejón y de Ceuta entera, tienen su foto típica vestida de  mantilla, ¿como se ha perdido esa tradición tan bonita? Hace algunos años,  viaje a Sevilla; en Semana Santa, y me sorprendió agradablemente, como allí,  todavía es muy típico que las mujeres se vistan de Mantilla, y los jóvenes  vayan muy trajeados para salir a ver las procesiones. Que verdad es que cada  lugar tiene sus costumbres, y por mucho tiempo que pase, y aunque haya un  paréntesis, siempre las tradiciones vuelven y quizás con más intensidad que al  inicio.
 En Ceuta, aunque también hubo un  paréntesis, a consecuencia del culto a las “vacaciones de Semana Santa”,  ahora ha vuelto con fuerza, y las calles en  estos días están repletas de ceutíes y foráneos, que disfrutan viendo “los  Pasos” tan bonitos, y tan bien llevados por los costaleros de cada cofradía. La Semana   Santa de este Pueblo, digo Pueblo con mayúscula, es preciosa.  El encuentro, ¿a quién no se le pone el vello de punta, cuando Jesús se  encuentra con su Madre María, nuestra Madre, en la Plaza de Africa?  A golpe de tambores y trompetas a cargo de la Legión,  cantándoles el Himno de la Muerte. Ese momento en especial hace  que muchas personas sientan “un no se que” en su cuerpo y se llene de emoción.  ¡que bonito momento! Se oye el himno del tercio….
 Y ya que he hablado de Semana Santa, no puedo dejar de comentar, la  grandiosidad y devoción  del lunes Santo,  cuando desde la Capilla,  ubicada en la Casa  de los Hermanos  Franciscanos de Cruz Blanca se realiza el traslado del Cristo de Medinaceli.  Esta Casa se encuentra en la Barriada Príncipe Alfonso, la mayoría de los  habitantes de esta barriada son musulmanes, y desde estas líneas tengo que  reconocer con el respeto  que estos  ciudadanos acogen a todos los devotos de nuestro Cristo de Medinaceli, un  ejemplo claro de la convivencia cultural de nuestro pueblo. No hay palabras  para describir ese momento. Lo acompañan cientos y cientos de ceutíes, no solo  los que viven en esta tierra, sino caballas de religión católica, que vienen  desde la península,  solo para poder  acompañar en ese día tan especial a nuestro Señor.
 Andrebé, que te voy a contar yo que tu no  sepas, sé que estás a caballo entre tus dos amores: Santa Pola y Ceuta, Ceuta y  Santa Pola . Pero lo que si te digo, Andrebé, que has sido un gran orgullo para  nosotros haber contado contigo, que seas parte de nuestro Callejón del Asilo  Viejo. Tú, tu familia y por supuesto, tu “Tienda de Comestible”, estáis  grabados con tinta de oro, en el recuerdo de Ceuta y de ese Callejón tan  entrañable para todos nosotros. Te esperamos con cariño del día 6 de Agosto en  nuestro “ENCUENTRO
                       Ceuta, 5 de Febreo 2008   
                  
                                                                                                   Fini  Castillo   Sempere   | 
    
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                                                             EL RAPTO El día de reyes no acabó como yo pensaba. A  medía mañana cogí ramblilla abajo, pasando por el callejón, atravesando la  plazoleta del asilo, llevaba a mi preciado muñeco de goma entre mis brazos. Me  sentía la niña más feliz del mundo, quería ir a enseñarles a mis amiguitas el  obsequio tan deseado y así de alguna manera, sentirme importante, sabía  que  todas las niñas de mi barrio habrían  conseguido la complicidad con los Magos de Oriente y le habrían traído algún  juguete, pero como mi precioso   tesoro,¡no!. Finita déjame ver tu muñeco, me decía una vecina, y muy  ofendida me volví diciendo: ¡no es un muñeco, es mi hijito!,  ¿no ves como cierra los ojos y como se traga  el biberón?,- le contestaba.
 En la puerta de la tienda de comestibles, del paisano de mi madre,  Andrebé, nos pusimos a jugar a las casitas, ese era el juego que más nos  gustaba , consistía en montar un rincón donde simulábamos una casa  y allí realizábamos todas las tareas propia  de un hogar, eso era lo que nos inculcaban nuestras madres, teníamos que  aprender desde pequeña  a  ser unas buenas mamá y sobre todo, buenas  amas de casa.¡ Que ironía,! nuestros padres no sabían que ese modelo estaba  casi a punto de su decadencia y que a mi, me tocaría explicarles a mis hijos,  que las tareas del hogar no tienen sexo, que tanto el hombre como la mujer  deben compartir las responsabilidades en el ámbito doméstico.
 Con una mantita que me había facilitado mi madre, acosté a mi pequeño,  tenía que dormir después de tomar el biberón. Como estaba descansando, lo  arropé y aproveché para seguir jugando con mis amigas, abandonando un momento a  Joselito, así le había bautizado, nada más tenerlo entre mis brazos. Ahora  pienso en ese nombre y creo que el motivo de la elección fue en honor a  Joselito, el niño actor, el “Ruiseñor del celuloide” famoso en esa época y que  a mi, me gustaba tanto. Giré la cabeza para regalarle una mirada a mi bebé,  quedé helada, petrificada, la mantita estaba vacía, corrí hacía el lugar donde  había depositado a mi pequeño, y comprobé que era realidad, la manta estaba,  pero ni rastro de mi deseado muñeco. Fue un momento de desesperación y no se me  ocurrió otra cosa que llorar y llorar. Las niñas avisaron enseguida a mi madre,  cuando ella llegó al lugar del desastre y viéndome  tan desolada, me dijo- no te preocupes  cariño, veremos como arreglamos esto, mañana volverás a tener  tu muñeco. Lo único que recuerdo es que en  casa hablaban bajito mi madre y mi tía Tere; algo estaban tramado. Con el  tiempo, comprendí que  planeaban  comprarme al día siguiente otro muñeco, por supuesto, haciendo un esfuerzo  económico, porque en esa época no estaba el “horno para bollo”, es decir la  economía era escasa.- ¡Mamá!,¡ tita! sé que ese día sufristeis por mí; ahora lo  entiendo, os desgarrasteis sabiendo que a mí, se me había truncado el día tan  esperado de Reyes Magos, por culpa  de  una mano maligna que no comprendió la ilusión de la niñez, o quizás por el  sueño no cumplido de una noche de reyes de   un alma inocente.
 
 Ceuta, 21h del  10-07-2007
 
                  
                    
                                                                                                                         Fini Castillo Sempere   | 
    
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                   LA RATITA PRESUMIDA
 
                  
                        Érase una vez, una ratita, que tenia fama  de presumida… Y así comenzaba el relato del cuento que más ha marcado mi  infancia. Para mí esa  historia era un  verdadero tesoro.  El cuento tenía en su  portada la silueta de la ratita, llevaba un vestido rojo, colmado de  estrellitas blancas, simulando un cielo  ardiente, entre sus manos, portaba una escoba y en su rabito había un gran  lazo rojo. ¡Que bonita estaba la ratita!            Solo tenía tres años, cada día mí  madre me sentaba en la puerta del comedor que daba al patio, este  era lugar de acceso a otro patio que había a  continuación, más arriba y donde teníamos grandes vecinos, vecinos de verdad,  con los que compartíamos alegrías y tristezas. Yo cogía entre mis manos, el cuento,  y lo relataba perfectamente: las personas que por allí pasaban, se quedaban  estupefacta y prendada de esa niña tan pequeña y a la vez, con tanta soltura y  conocimiento de la lectura; de tal manera   que  estos sorprendidos,  preguntaban a mi madre:     -¿Fina, como es posible que la niña, siendo tan pequeña, sepa ya leer?     Y mi madre, sonriendo, porque sabía que  este asunto, era motivo de comentarios y posteriores risas, les comentaba: que Fini, no  sabía leer, pero que su hermana Tere, con una paciencia infinita, se  lo había leído tantas y tantas veces, que ya  se lo había aprendido de memoria.             Si, era verdad, mi querida tía Tere,  siempre estaba pendiente de mí, bueno no solo de mí, porque ella tenía  verdadera pasión por mi hermano Manolín, y estoy segura que era una un  sentimiento de tal reciprocidad, que aún hoy día, se mantiene intacto, ella es  y ha sido mucho más que una tía…                  Como iba diciendo… me regaló un día el cuento de la ratita presumida,  después vinieron más como: Aladino y la Lámpara Maravillosa, Pulgarcito, el  Gato con Botas… todos eran muy bonitos y los recuerdo con mucho cariño y  nostalgia; todos estos personajes, también quedaron presos en mi cabecita,  cabecita de tres o cuatro años, y hoy, con más de cincuenta años, cierro los  ojos y veo, igual que antaño, a esa ratita tan presumida que solo quería estar  guapa para enamorar a todos y cada uno de los que por allí pasaban, un  gato,  un perrito o a un sinfín de  animalitos  que  se quedaron   prendados de  su belleza, Yo  también me quedé prendada de ti, ratita y por  eso, he de contar  la verdad, y decir:  que  algo presumida hemos sido;  pero,   en mi disculpa también he de añadir, que de tantas veces que abrí las  paginas del  cuento, ratita, algo  naturalmente  tuvo que copiarse en mi  forma de ser.  Yo, quería ser igual que  tú…y en cierta manera, en mis sueños, en mi corazón,  tu recuerdo ya forma parte de ellos para  siempre…                                                                                                                                      
          
            
              
                
                                 En  Ceuta a 12 de julio de 2007 
                    
                      Fini Castillo Sempere   | 
    
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   EL  CHUPETE       Mi pequeño y yo, éramos inseparables, ya os  presenté en otro capítulo a mi “bebe de goma”, el que me arrebataron con malas  artes el día de su nacimiento; el día de los “Reyes de Oriente” y el mismo que  al día siguiente recuperé de una manera mágica. Mi tita Tere, apareció  ramblilla arriba toda alborotada y llamándome. La recuerdo con su falda blanca  plisada y un suéter color cielo, parecía una aparición de una película italiana  del momento. ¡Finita! ¡Finita!, ¡corre, corre!, mira lo que te traigo! “Sus  Majestades  los Reyes Magos” me han  esperado en la esquina para que te entregue el “bebé” que ayer perdiste. Mis  ojos, con una expresión indescriptible se abrieron tanto que la vista se me  nubló y casi caigo al suelo de la emoción. No me lo podía creer, ¡era mi  “bebé”!, ¡si! el mismo que había perdido el día antes, en la puerta de Andrebé.  En ese momento no fui consciente de la situación, yo solo sabía que mi “bebé”  estaba entre mis brazos de nuevo, lo demás no importaba; en ese momento me  sentía la niña más feliz del mundo. ¡Gracias Tita! ¡Gracias! por tu esfuerzo,  ahora comprendo que el recuperar yo a mi pequeño, a ti te causó deshacerte de  parte de tu pequeño sueldo; nuevamente demostraste tu bondad infinita para los  tuyos. Mi muñeco y yo jugábamos sin cesar, ora le  daba el biberón, ora le cambiaba los pañales. De su cuello pendía una chupita,  ésta a mí, me parecía preciosa y continuamente simulaba que el pequeño lloraba  teniéndole que poner en su boquita tan preciado juguete. Quién se podía  imaginar que ese chupete inocente, sería la causa de originar un gran disgusto  en mi casa ese día.
 Mi madre y mi tía Tere charlaban en el  comedor, yo jugaba tranquilamente en el cuarto contiguo ¡y de pronto!, se me  ocurrió coger el chupete y simular que era una niña pequeña, lo introduje en mi  boca y ¡plaf! se coló hasta mi  garganta.  Recuerdo con angustia que me levanté, cogí del brazo al muñeco y arrastrándolo,  llegue hasta el lugar que estaban mis salvadoras. Mi madre al verme con la cara  casi morada, se levantó de un salto y me zarandeó sin saber que era lo que me  ocurría, mi tía chillaba muy nerviosa y mi madre la imitaba, no sé por que se  dieron cuenta que algo me había tragado, sin pensarlo, mi madre  me cogió, me puso boca abajo y dándome unos  golpes en la espalda, expulsé como un cohete la chupa que indebidamente  introduje en mi boca. Yo estaba muy asustada y rompí a llorar desconsolada; mi  madre y mi tía  quedaron exhaustas. Las  vecinas que escucharon  gritos acudieron  enseguida, y en un coro comentaban lo que había pasado. Mi pobre madre no  ganaba para disgustos. Ahora comprendo, los malos ratos que se ha llevado  con mi garganta, primero la espina de bacalao  y después el chupete de mi bebé perdido. Como en el patio todo era un  acontecimiento, este hecho no iba a ser menos, por lo tanto, Josefina Gaona,  como vecina muy próxima a mi casa, le tocaba preparar de inmediato una tila, y  tranquilizar a la madre y a la tía, aprovechando la situación para convocar una  reunión de vecinas, yo ya quedé semi olvidada en un rincón, debajo de mi jazmín  jugando con mi preciado muñeco de goma.
 ¡Oh mamá!, ahora te mereces todos los mimos  del mundo, ahora que puedo disfrutar de tu presencia, ahora que tienes ochenta  y tres años y has estado toda la vida pendiente de nosotros ¡Oh mamá!, te  cuidaré como flor de invernadero para que nos acompañe muchos años, porque el  día que emprendas el camino al más allá, para encontrarte con papá, nos  quedaremos muy triste, pero con el consuelo que, ¡allí! en la eternidad, te  espera tu gran amor, ¡papá!, y  en el  cielo, con paciencia  los dos tenéis que  esperar a vuestros hijos. Un día estaremos todos juntos, igual que cuando éramos  pequeños y nos arropabas y cantabas para que descansáramos bajo el manto de  vuestra protección. Allí nos encontraremos todos un treinta y uno de Diciembre,  y como antaño, celebraremos el cumpleaños de mamá, el último día del año y con  una copa de champán todos juntos esperaremos la venida del nuevo año, por  siempre.
    Ceuta,   21h del 19-07 de 2007
   
                  
                    
                                                                                                                       Fini Castillo Sempere
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                    NOSTALGIA       Hoy  me siento nostálgica, con esa nostalgia que te envuelve al recordar tus  primeros años de vida, años que nunca quisieran que hubieran trascurrido tan  deprisa, porque solo queda de aquellos días vividos, en el seno de la familia,  unos leves recuerdos, de cosas muy puntuales. Como si la vida vivida en esos  años, escasamente hubieran tenido instantes que a modo de flash,  evocan   unos pocos recuerdos de la infancia más temprana. Y yo me pregunto:  ¿donde estarán el resto de vivencias, vividas y no recordadas?, esa pregunta me  la hago muy a menudo.  De pequeña,  recuerdo solo algunos episodios que tuvieron un gran impacto sobre mí, y del  resto de días, de horas y minutos, nunca más se supo. También es verdad que a  veces, se creen recordar cosas, de tanto que se han  hablado de ellas, sobre todo en las reuniones  familiares, cuando los más mayores hablan de las hazañas acaecidas en aquellos  días. Los abuelos, por eso de los años, tienen una gran memoria evocativa, y  hablan y hablan y cuentan historias, donde los protagonistas principalmente  somos nosotros, de ahí, es donde recordamos aventuras, o bien creemos que las  recordamos.Recuerdo intensamente, la belleza de mi  madre. La delicadeza que tenía con las flores de su patio, como las cuidaba y  mimaba, incluso les hablaba. Cada mañana, muy temprano, oyéndose el “sonido de  la cafetera de pucherote”, y con la escoba en mano, barría todas las hojitas  que habían caído en el patio de nuestra casa. Ella con tan poca cosa, ¡era  feliz!, eso lo puedo asegurar, porque una mujer cuando no es feliz, no canta,  -como cantaba ella-, esas canciones españolas, imitando a la “Piquer”, bueno,  para ser más respetuosa a Dña Concha Piquer. Como se solía decir: cantaba como  “los Ángeles”, así lo recuerdo yo.
 También recuerdo con un cariño especial, a  mi Yaya, -la Santapolera-, como le decía mi padre cariñosamente. ¡Dios mío!  como la echo de menos; para mi era como mi madre, se puede decir que he tenido  dos madres, a cual más buena. Ella siempre ha vivido con nosotros, desde que  abrí los ojos ha estado a mi lado, he ido creciendo con su presencia, incluso  cuando fui a estudiar a Sevilla, un año se vino conmigo. ¡Que mujer más  valerosa!, de ella podría contar tantas anécdotas. Le gustaba comprar algún  numerito de lotería, y a veces decía: hoy he soñado con una casa; seguro que va  a salir el número 64, y así sucesivamente, y a veces por casualidades de la  vida, acertaba y algún dinerillo le tocó. Se sabía el significado de todos los  números hasta el 99, que como ella decía era “la agonía.”
 Yaya, seguro que allí en el cielo, te  habrás encontrado con el abuelo Manuel, tu querido esposo; a quién tu querías  tanto y por avatares de la vida, una grave e infame enfermedad, lo arrebató de  tus brazos, -de tu vida no-, porque siempre   fuiste fiel a su recuerdo. También se, que desde donde estés, velas  siempre por nosotros, igual que cada noche yo te miro en la fotografía que está  en mi mesilla de noche, junto a mi padre, y cada día os dedico un recuerdo,  como iba a ser menos, con tanto como os quiero.
 Como dije al principio, hoy me siento  nostálgica, tengo tantas cosas que recordar, unas alegres y otras no  tanto.¡Ah!, se me viene a la cabeza, el día que mi padre, vino de viaje y me  trajo una ranita verde, era de plástico, en esa época el plástico era lo más  .Enseguida dijo mi padre: “preparar un baño con agua” y una vez estuvo  preparado introdujo semejante juguete en el agua, y esa ranita empezó a nadar,  -a mi me iba a dar algo- fue un momento mágico, y solamente por una ranita de  plástico. Ahora sé que no fue ese el motivo; mi emoción se debía a tu gesto  papá, al traerme ese juguete, que en esta época sería un juguete  insignificante, cuando tú me lo regalaste, para mí fue el mejor regalo del  mundo. Yo a ti también te regalé mi entusiasmo y mi alegría.
 ¡Si!, hoy me siento nostálgica, nostálgica  de aquellos maravillosos días, nostálgica de mis amigos, de mis vecinos, de  aquellos cuentos infantiles que me regalaba mi tía Tere. ¡Si!, siento nostalgia  de los arrumacos de mi tío Manolo, de sus historias y relatos que nos contaba,  cuando volvía de navegar en aquellos barcos mercantes, y recorría el mundo  entero. ¡Que gran persona  has sido  siempre tío Manolo!, tu también me parecías un actor de la gran pantalla  americana, con tu pelo impregnado de brillantina, así se peinaban todos los  chicos de la época, pero tú para mí eras el mas guapo de todos.
 Otro día contaré más historias, hoy me  quedo con el sabor de mi patio, de mis gentes, de sus cocinas desprendiendo  olores mágicos que como una nube se unían en lo más alto del patio, del cantar  de los canarios y jilgueros cautivos en minúsculas jaulas, colgadas en las  paredes del patio,¡pobres pajaritos!, ellos solo querían estar libre y poder  volar hacía el sol, para calentar sus alas, mezclarse con las nubes en su volar  y dar gracias a Dios por su existencia, pero la vida es dura, hasta para los  pajaritos que su pecado ha sido solo cantar, para deleitar nuestros oídos, ¡Ya  veis!, sigo estando nostálgica, será mejor que hoy finalice aquí mi capítulo,  diciendo: ¡bendita gentes del Callejón del Asilo!…
       Ceuta, 3 de Mayo 2008-05-03   
                    
                      
                                                                                                             Fini Castillo Sempere   | 
    
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   AÑORANZAS               Hoy es un día como cualquier otro, la  única diferencia es que necesito coger la pluma y escribir, sobre todo porque  he tenido un sueño. Soñaba que era pequeña, y que me sentía muy feliz, porque  el lugar donde me encontraba, era mi hogar; mi casa, y en ella estaban mis  padres,- muy jóvenes-, mis hermanos y mi abuela materna, “la yaya”.Era un día de verano, en el patio  veía a mi padre, sentado en una silla de nea, a mí, me tenía entre sus brazos,  contándome una historia, de una niña que le llamaban “Pili la Caprichosa”. El  ambiente que se respiraba era muy agradable. En la cocina estaba mi madre  preparando la merienda, el cafelito para los mayores y la leche con galletas  para mí. En el momento que mi yaya aparecía en el sueño, me desperté. Este  sueño, me ha hecho pensar, me ha movido por dentro de mi ser emociones,  sentimientos; siento mucha nostalgia de aquella época, donde estábamos todos, ahora  ya no es lo mismo, -falta mi abuela y mi padre-, nosotros  hemos crecidos y cada uno  tenemos nuestra propia familia, y nuestras  preocupaciones.
 Hay tantos recuerdos agradables de  aquellos días, supongo que las preocupaciones las tendrían nuestros padres,  para sacarnos adelante en aquellos días difíciles; nosotros éramos tan pequeños  que no teníamos conciencia de los avatares del día a día. El paso del tiempo,  abre los ojos y nos hace recordar y sobre todo reconocer, los grandes  sacrificios que hacían nuestros progenitores para sacar a delante a su familia;  eran tiempos malos, donde la economía familiar no era muy boyante. Tanto mis  hermanos como yo siempre disfrutamos de nuestra niñez, porque mis padres se  esmeraron para que no nos faltara de nada, aún siendo como he dicho tiempos  difíciles.
 ¡Dios mío! Como ha pasado el tiempo,  ha sido un abrir y cerrar de ojos, ahora cada vez que puedo me zambullo en los  recuerdos de mi niñez, y eso me reconforta, porque mi infancia fue muy feliz,  junto a mi querida y entrañable familia. También me acuerdo de aquellas  reuniones familiares; el día de “San Joaquín”, donde nos reuníamos todos los  primos y tíos, en casa de mi abuelos paternos, Era un día muy señalado para  nosotros, ¡era el día grande!; mi abuelo, mi padre, y casi un primo por familia  se llamaban Joaquín, así que lo celebrábamos todos   juntos con una comida.
 Era una época, donde las familias se  reunían, sobre todo en los días más señalados del almanaque, el santoral se  festejaba en aquellos tiempos junto con la familia. Los cumpleaños, algunas  veces, se les celebraban a los pequeños, en el mejor de los casos, con sus  amiguitos más cercanos, y consistía  en  la tarta, galletas y chocolate a la taza. Hoy para celebrar los cumpleaños, hay  que preparar un buen presupuesto, porque aquellas meriendas caseras, quedaron  en el olvido, ahora hay que llevar a los niños al mejor lugar de la ciudad, eso  si, sin olvidar las actividades lúdicas, para que los pequeños no se aburran.
 En aquellos días, se  hablaba de tantas cosas, se compartían charlas políticas- sobre todo en las  casas que no eran afines al régimen- de manera silenciosa, y sin la presencia  de los niños. Las mujeres se  distraían  hablando de las películas y los actores de la época, se reunían en torno a una  radio, para escuchar las radionovelas, que diariamente se radiaban; novelas muy  lacrimógenas, pero que tenían en vilo a la mayoría de las féminas de aquellos  días. Los hombres hablaban apasionados de fulbot, esperando que llegara el  domingo, y a la hora exacta salir en tropel para acudir al campo y de forma  directa vivir la emoción de los partidos. El pequeño transistor, era  inseparable  en esa jornada dominguera.  La ciudad, de punta a punta recogía en un eco grandioso el ¡gol! del equipo de  casa, cuando disparaban a portería y metían un gol, y el ¡ah! ¡Ah! Cuando la  pelota rozaba la portería y no se conseguía el objetivo.  ¡Si!   Indiscutiblemente  todo ha  cambiado tanto; ahora es raro ver a un joven, pegado a un transistor escuchando  los partidos del domingo; ahora están más atareados en  recuperarse de la movida de los sábados. Y si  hablamos de las jóvenes, ya no es tiempo de escuchar radionovelas, es hora de  formarse, y en los ratos libres ir al gimnasio, o a tomar una copita al púb de  moda, junto a sus amigos/as ¡Claro que los tiempos han cambiado! Hoy se posee  uno de los mayores tesoros que en mis años de niñez no se tenía: ¡la libertad!  Esa palabra grandiosa, que por un tiempo estuvo encarcelada con grilletes y  amordazada. Libertad de decidir con el mayor de los respeto, y siempre  cumpliendo con la legislación vigente, a que grupo, asociación y demás se  quiere pertenecer.
 Épocas distintas, diferentes, ni  mejores ni peores. Modas cambiantes, ahora más por el mercado de consumo, pero  en definitiva, los jóvenes siguen siendo jóvenes, los niños siguen siendo  niños, y los mayores, realmente hemos cambiado, y mucho, hemos abierto nuestras  mentes a los cambios,- situación impensables en nuestros abuelos-, Ahora se  puede decir: somos mayores en años y jóvenes en los pensamientos; nuestros  hijos nos han enseñado a abrirnos al mundo de la tolerancia, y aceptar los  cambios como cosa natural de la vida misma.
               Ceuta, 11 de Noviembre de 2008
 
                  
                    Fini Castillo Sempere                   | 
    
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                                  PIILI "LA CAPRICHOSA"      Recuerdo que mi madre, en algunas  ocasiones, se enfadaba conmigo y me llamaba “Pili  la caprichosa”. Tenía apenas cinco años, era una niña mimada por todos los de  casa; mi yaya, mi tía Tere y mi hermano mayor, que en esa época la llamábamos  Tete. Mi hermano Manolo, cuatro años mayor que yo, era otra cosa, él también  era pequeño y no consentía mis caprichos, al contrario se metía conmigo y me  hacía rabiar, lo propio entre hermanos. Lo de “Pili la caprichosa”, venía  de un cuento que me regaló mi tía, cuya protagonista era una niña muy  caprichosa y muy consentida; todo lo que veía se le antojaba. Un día,  vio una paloma volar y no se le ocurrió otra  cosa, que desear con todas sus fuerzas ser paloma y volar, y como hablamos de  cuentos, el deseo se le cumplió. Voló y voló tan alto, que un águila que estaba  apostillada en una roca la vio y lanzándose sobre ella, cual plato exquisito  para saborear. ¡Qué horror, gritaba la pobre niña!, estaba tan asustada  y arrepentida que en ese instante, prometió  nunca más ser caprichosa. Y como seguimos hablando de cuentos, la rapaz al  arrepentimiento de Pili, se quedó  sin su  exquisito plato. Mi madre, le comentaba a mi padre, lo asustada que me ponía  cuando me decía que me iba a pasar a mí lo mismo que a la protagonista del  cuento.¡Papa!, recuerdo como si de hoy se tratara, tu sonrisa al oír esta  historia.              Por la noche, cuando estaba acostada  me venían los recuerdos  del día. Yo era  una niña muy fantasiosa, me creía la protagonista de todos los cuentos, soñaba  desde muy pequeña con el príncipe azul, ese príncipe que besó en la frente a la Bella Durmiente, el príncipe de Blanca  Nieves que apareció en su caballo blanco, Aladín que volaba en su alfombra  mágica y tantos y tantos personajes que se posaban en la inocente cabecita de  una infante……..Un día soñé, y ese sueño, me vuelve de vez en cuando, había una  manzana gigante, era la fruta que la madrastra, la bruja le ofreció a  Blanca Nieves   para envenenarla. De la manzana salía un gran gusano blanco que me  invitaba a subir en su espalda, le obedecía y me llevaba por grandes caminos  verdes, cuando volvía la cabeza hacía atrás veía a los enanitos del cuento  gritando mi nombre. ¡FiniI! Fini!... no te vayas con él, que te comerá. Llegado  a este punto, me despertaba muy agitada y temblando, hoy día cada vez que lo  recuerdo me resulta desagradable  y desde  entonces, creo me viene la repugnancia por estos bichos.             El cuento de Aladín y la Lámpara maravillosa traía en la  portada una pequeña lámpara de color amarillo que se enganchaba en la mano del  protagonista, para mi esa miniatura era una maravilla, me pasaba el día jugando  con ella. Una noche cuando el sueño me rindió y quede dormida en los brazos de  Morfeo, se abrió ante mi un gran espectáculo, había una lámpara de tamaño  gigante, la cual desprendía unos brillantes destellos de colores, de ella  prendía unas escaleras, simulando la escala de gato de cualquier embarcación,  sin pensarlo dos veces subí por ella, cuando llegué a lo alto, la tapadera se  desprendió y caí al interior de la lámpara, quedando encerrada y sin poder  salir, me había convertido en el genio de la lámpara, sentí la sensación de la  claustrofobia que aún por estos días todavía conservo.                 Que días aquellos…. donde los niños teníamos  la posibilidad de soñar con grandes fantasías,   fantasías que nunca se convertirían en realidad, porque en la vida real  no tienen cabida los Reyes Magos, los duendes, las brujas, el Ratón Pérez…Manolo,  nuestro Patio fue una realidad, hoy es una fantasía que guardaremos en nuestro  corazón como el mejor de los tesoros.       
      Ceuta, a las 11h. de16 de julio de 2008   
  
    
                                                                                     Fini Castillo Sempere   | 
    
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                                                                       RECUERDOS DE MI  NIÑEZ                    Cuantas cosas puedo contar de mi niñez...niñez enmarcada en parte, en el «Callejón del Asilo». Ahora cuando pienso en aquellos días, la nostalgia  me embarga de tal manera, que daría algo por encontrarme sentada en la  puerta  del comedor de mi casa, junto al  jazmín que mi madre cuidaba con tanto esmero, y oler esa fragancia embriagadora  que llevo gravada desde mi tierna infancia. Hoy, cuando me sumerjo en mi  historia  descubro día a día cosas  maravillosas de esa etapa de mi vida, y hasta este momento, momento en el que  me he parado a pensar sobre mis vivencias y que en definitiva son los primeros  recuerdos de mi existencia, me he dado cuenta, de lo afortunada que ha sido mi  vida hasta ahora. He ido quemando etapas, pero nunca me había parado a  reflexionar sobre las mismas. Haciéndolo he descubierto un mundo ante mí en el  cual he sido protagonista, y al no ser por esta introspección hacía mi  interior, no hubiera descubierto jamás.
 Mi mundo era el patio, ahí  era donde pasaba las horas del día.  Mi  madre, siempre estaba pendiente de mí; a ella le gustaba llevarme vestida muy  peripuesta. Mi pelo siempre lo adornaba con un lazo de color, o una diadema;  estaba tan orgullosa de mí… yo era la pequeña, y muy deseada,  mis hermanos mayores eran niños; para ella  fue como un regalo del cielo. No solo para ella, sino para todos, fui acogida  en el seno familiar con mucho cariño e ilusión.
 Este  bagaje de cariño se nota, es muy importante en una familia ser bien recibida, y  ese fue mi caso. Como he comentado antes mi madre siempre estaba pendiente de  mí, pero un día que estaba sentada en la puerta de mi casa, en mi sillita de  nea, escuche a mi prima Juani, -unos años mayor que yo-, que se iba a jugar a  la plaza de África con sus amigas. Nunca me quería llevar con ella, ¡claro,  ahora lo comprendo!  Era un estorbo, si  me llevaba no podía jugar con sus amigas, y a esa edad, las adolescentes no  quieren cargar con sus menores. Yo no lo pensé dos veces, me levanté de la  silla, y cogí camino adelante en busca de mi «pima»-así era como yo la  llamaba-. Ya podéis imaginar la que formé, mi madre cuando salió de la cocina y  no me vio sentadita en el patio, se asustó muchísimo, preguntó a cada  una de las vecinas si estaba en sus casas, por supuesto la respuesta fue que  no, casi le da un “patatús”. Mi prima Juani, cuando me vio aparecer sola  por la plaza de África, llamándola: «¡Pima! ¡Pima!», se quería morir, me  cogió del brazo y a regañadientes me llevó camino del patio. Cuando  apareció por la ramblilla, vio a un grupo de vecinas y a mi madre un  poco histéricas buscando a la niña. Cuando me vieron aparecer sana y salva,  todo se tranquilizó, aunque mi prima se fue protestando diciendo:
 -« ¡Y esta niña, que no me deja jugar tranquila con mis amigas, como vengas a  buscarme otra vez, te vas a enterar!»
 Mí pobre madre, se llevó un  gran susto, tanto es así que una vecina le preparó una taza de tila. Así era la  cosa, todas a una, cuando ocurría algo en el patio, ahí estaban todos,  como un gran batallón para afrontar la batalla.
 ¡Qué tiempos tan maravillosos aquellos!, cualquier acontecimiento, por  simple que fuera, era motivo para montar una reunión vecinal, donde los  intereses de todos estaban por encima de los intereses  individuales. Todos los de aquel patio,  en aquellos momentos formábamos una gran familia. Aquellas reuniones para  degustar las sardinas al espeto que preparaba María, madre de Jesús y Cayetano  Fortes. Aquel cafecito que preparaba Fina, y olía por todo el patio,  como un reclamo para la reunión de la tarde a golpe de novela radiofónica. Aquellos  cantos de jilgueros, que envolvían con su música y su cantar las tardes de  verano; o ese olor a hogar en la sobremesa del invierno al preparar los  braceros para calentar las tertulias familiares; o escuchar a  Teresica, con su hablar medio castellano medio  valenciano…Sí, todas estas circunstancias tan entrañables y tan apegadas a  nosotros, nos  alegraban las tardes de primavera con los    quehaceres propios de la vida sencilla en  que se consumían las horas en aquellos días.
 Y  así, si bien, cada uno de los protagonistas de esta gran familia tenía sus propias  señas de identidad, también  no era menos  cierto que al atardecer, cuando la noche empezaba ya a largar  sus  sombras, todos compartíamos el mismo cielo  estrellado…
 
 
 Ceuta, 30 de Abril 2008-04-30
 
     
                  
                    
                                                                                                             Fini  Castillo Sempere   | 
    
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   EL  COLEGIO       Por fin llegó el día, iba a conocer mi nuevo  colegio y estaba muy nerviosa; mi madre, desde el día anterior, me estaba  aleccionando para que me portara muy bien el primer día de clase; ella me  decía:-Tienes que ser muy obediente y hacer  todo lo que te digan. Las monjitas son muy buenas, pero cuando se enfadan, se  enfadan de verdad; así que te pido que obedezcas  a todo lo que te manden y verás como todo irá  muy bien.
 Sin embargo, después de estos consejos, no  me quedé más  tranquila, sino al  contrario quedé mas preocupada que antes. Qué querría decir mi madre con eso de  que: «cuando se enfadaban,  se  enfadaban de verdad las monjitas». Será verdad que tirarían pellizquitos, o  darían palmadas en las palmas de las manos, esos pensamientos me produjeron un  leve retortijón de barriga, pero bueno, ahora no quería pensar en eso; mañana  sería otro día, un día muy especial, no sabía si bueno o malo, pero si,  empezaba una nueva andadura en mi pequeña vida de niña de siete años.
 Mi madre no me  despertó, porque tuve el primer insomnio de  mi existencia. Ese día lo recordaré siempre, -después de ese día en mis 53 años  he tenido muchos más días de insomnios, debido a responsabilidades que nos  prepara la vida-. Este insomnio matutino hizo que diera muchas vueltas en mi  cama, y a primera hora de la mañana, fui a la habitación de mis padres y  acercándome al lado de la cama donde mi madre dormía, la tomé del brazo y  zarandeándola   para que se despertara,   me diera el desayuno y me vistiera. La verdad que tenía muchas ansias por conocer a mis nuevas  compañeras, y una gran curiosidad de ver mi nuevo colegio. El anterior me  gustaba mucho, pero mi padre me había dicho que este era mejor y más grande,  además iba a conocer a unas monjitas muy buenas. A mí me llamaba la atención lo  de las monjas., porque en realidad estas mujeres con sus hábitos me producían  cierta confusión y respeto, y quizás algo de temor y miedo por encontrarme con  algo desconocido.
 Mi madre se levantó de la cama de un  salto, me abrazó, me dio un beso muy cariñoso y me dijo:
 -Bueno hija, vamos a prepararte para ir a tu colegio nuevo; pero antes  tienes que lavarte la carita, vestirte y ponerte tus zapatos nuevos.
 Aquellos zapatos llamados “Gorilas”; yo estaba loca de alegría con ellos, y sobre todo, con la pequeña  pelota maciza color verde que nos regalaban con la compra de aquellos  maravillosos zapatos, que nos duraban un curso entero. Cuando llegaba  al próximo septiembre, estábamos deseando  volver a la “zapatería Cutillas” o a “Calzados Salvador” y que nuestras madres nos lo volvieran a  comprar, era una de las ilusiones de los niños de aquella época, que  esperábamos nuevamente aquel juguete fantástico que nos hacían pasar tantas  horas de juego.
 ¡Dios mío! Como recuerdo aquellos días,  días entrañables, donde fui una niña feliz, rodeada de seres especiales y  llenos de bondad y sencillez. Bueno también existieron algunos malos ratos,  sobre todo en el colegio; en ese colegio que recuerdo con mucho cariño, pero a  veces cuando el comportamiento no era el adecuado, o cuando las niñas hacíamos  alguna que otra travesura, ahí estaban las “monjas”, para reprimir con toda su  buena intención, nuestros juegos infantiles, o la exaltación desmesurada de  nuestra energía . O aún peor, cuando no hacíamos los deberes, o nos  equivocábamos al hacer las cuentas, algunas de nosotras, tuvimos que extender  la mano y recibir algún reglazo, pero peor que ese golpe seco era que nuestros  padres, se enteraran de que  habíamos  recibido ese castigo, porque entonces la regañeta se multiplicaba al menos por dos. Nuestros padres nos querían mucho,  pero la disciplina era un valor esencial en aquellos tiempos. Nosotros  entendíamos perfectamente a nuestros padres, con solo una mirada de ellos,  sabíamos como teníamos que comportarnos. Hoy día ha cambiado tanto todo, es  como si viviéramos en un mundo distintos, donde la permisividad, y el todo  vale… estuvieran siempre presente.
 Ya había desayunado y ahora tocaba  cepillarme los dientes, y peinarme. Ese día mi madre me recogió el pelo en una  cola de caballo, muy tirante, tanto que casi se me saltan las lágrima; me  repeina mojando el cepillo en agua; quedo perfecta, con un toque casi asiático  debido a la tirantez del peinado; pero por si algún cabello rebelde se me moviera,  me puso una felpa color azul marino, de seguro que durante todo el día tendría  la cara al descubierto. Ahora tocaba ponerme mi nuevo uniforme, que consistía  en una falda azul marino con unos tirantes del mismo color, debajo llevaba una  camisa blanca, también se ponía un cuellos postizo, tan duro que una vez  colocado, parecía que llevaba un corsé ortopédico, manteniendo el cuello con  cierta rigidez -que incomodidad pensé-, tendría que acostumbrarme, que remedio  me quedaba. Terminó de vestirme con una rebeca de punto del mismo color azul.  Me miré en el espejo que había en una de las puertas del armario de mis padres,  y ahí estaba mi imagen pulcra, parecía una de esas niñas que salían en las  películas de internados. De cada tirante cruzaba otra tira del mismo tejido,  cruzando el pecho y justo en medio, mi madre me prende la insignia del Colegio.
 Tomo una cartera pequeña de cuero, que me  había comprado mi padre el día anterior; en el interior tenía un estuche de  madera, y dentro de él, había un lápiz, una goma y un zacapunta; también había  dentro de la cartera un libreta muy finita de dos rayas. Que orgullosa me  sentía con todo mi material escolar, era la protagonista ese día, me sentía  feliz y reconfortada cuando iba camino del colegio, de la mano de mi madre.
 
                        Ceuta,   a 20 de Enero 2009.
 
                                                                                 Fini Castillo Sempere. | 
    
    
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   LA PUERTA DEL COLEGIO       Camino del colegio, le pregunté a mi madre  varias cosas, estaba nerviosa porque el camino cada vez era más corto, y casi  no quedaba nada para llegar. Mi madre notó el nerviosismo y como siempre, ella  quería tranquilizarme cuando algo me asustaba. –hija no temas nada- me dijo con  toda la tranquilidad que su rostro podía trasmitirme. A pesar de ello, me ponía  más nerviosa a cada paso que daba.Mira hija, allí ya se ve tu nuevo colegio-  me indicó- para sacarme de la preocupación, y lo consiguió, porque en ese  momento estaba más pendiente de la imagen del colegio, que de mis propios  miedos. Mira cuantas niñas van para allá,- me dijo- seguro que harás muchas  amigas.
 Yo veía a mi madre muy tranquila, eso me  relajó, porque sabiendo lo atenta que ella estaba con mis cosas, y con el  esmero que me cuidaba, no permitiría que yo fuera a algún lugar donde no me  trataran correctamente.
 Ya casi quedaban diez metros para llegar a  la puerta principal del colegio, oteé en la puerta una figura alta, y con un  hábito color negro que le llegaba hasta los tobillos, en la cabeza llevaba como  especie de un manto que cubría algo blanco. Esa debe ser una monja- pensé-  Efectivamente lo era, cuando mi madre se acercó a la puerta, esta mujer, que mi  madre le llamó hermana, se le acercó diciendo:
 -Buenos días, ¿esta es la pequeña que  vendrá a estudiar con nosotras? Si, hermana- contesto mi madre, dándole mi  nombre completo. No se preocupe por la niña, señora, aquí estará en buenas  manos, nuestra educación es estricta, pero la niña aprenderá mucho. También  aprenderá muy bien el Catecismo para prepararse para la Primera Comunión.                      -Desde  luego, tanto su padre como yo no tenemos ninguna duda de la buena educación que  recibirá nuestra hija en este colegio, por eso lo hemos elegido para ella.
 Después del intercambios de saludos y  despedida, mi madre me dio un beso, y se alejó de allí, dejándome sola ante tantas  cosas desconocidas. Era como un pez fuera del agua, no dominaba el territorio,  me sentía como un gato que le hubieran arrancado de golpe los bigotes, y no  pudiera orientarse. Dios mío, estoy pérdida y sola, pensé.
 Cuando estaba inmersa en estos pensamientos,  la monja, que nos había atendido en la puerta, me cogió del brazo y me llevó  hacia dentro. Me sentí muy cohibida y no sabía si echar a correr o ponerme a  llorar. En ese momento la monja, con tono agradable me dijo:
 Pequeña, no te aflijas, que aquí no nos  comemos a nadie, verás como dentro de unos días ya no quieres dejar de venir al  colegío, ya verás- repitió- Yo soy Sor Angela- me dijo, y soy la hermana  portera, además de otras cosas,. Ahora te llevaré a tu clase para que conozcas  a Sor Maria Jesús, que será tu maestra.
 Yo sólo obedecía, no me quedaba otro  remedio. Cuando llegamos a la clase, había muchas niñas, más o menos de mi  edad, no conocía a ninguna, todos los rostros eran nuevos para mí. Se acercó  otra monja con el mismo hábito y sonriéndome me dijo:
 -Tú serás, la nueva alumna,  te apellidas Castillo ¿no?
 -Si, dije con un monosílabo.
 -Niñas, atenderme, esta pequeña es una  nueva alumna del colegio, será vuestra compañera. Sin más dilación me indicó mi  asiento, que estaba al lado de otra niña, que al rato me enteré que se llamaba  Pili, y poco más. Solo contar que el primer día de colegio, me sentí sola, tan  sola como nunca, porque aunque había mucha gente a mi alrededor, para mí, era  todo desconocido; no estaban mis padres, ni mis hermanos, ni mi Yaya, tampoco  mi tía Tere, y mis vecinos del patio hacía ya muchos días que no los veía.  Además aquellos vestidos de las monjas tan negros y largos me asustaban. Quería  estar con mi madre, sentir su olor a fragancia de rosas, ver el colorido de sus  vestidos, sentir su calor. ¡Si! Me sentí muy sola y pérdida el primer día de  clase en mi nuevo colegio. Esa sensación de soledad, la sentí también el día  que mi padre, no hace mucho, nos dijo su último adiós.
 Hasta hoy, y con la madurez que nos da la  vida, día a día, año a año, no he comprendido que la soledad de aquel día, la  llevaba clavada en lo más hondo de mi alma como un gran peso. Creo que hoy ese  peso lo he liberado, con el reconocimiento de la realidad de aquel momento. Sabía  que algo marcó aquel día pero no sabía “el que”, hoy lo he comprendido.
             Ceuta, 20 de  Enero 2009
 
                  
                          
 Fini Castillo Sempere.
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                    ME SIENTO FELIZ   Aquel día, salí de casa con una ilusión  nueva, llevaba tres días en el colegio y ya tenía a varias niñas que me  hablaban y revoloteaban a mi alrededor; eso siempre pasa cuando llega alguien  nuevo. El segundo día de clase y a la hora del recreo se me acercaron dos niñas  de mi misma edad, y me preguntaron cómo me llamaba- creo que fue una excusa  para acercarse a mi-  enseguida les  contesté, diciéndole mi nombre y otras cuestiones que seguramente les  interesaría sobre mí.
 Ella fue mi primera amiga, me dijo que se  llamaba Afri, vivíamos en el mismo barrio, sólo nos separaba la distancia de un  pabellón, ella vivía en el segundo y yo en el primero. A partir de aquel día,  fuimos inseparables durante muchos años, hasta que en nuestra adolescencia,  cogimos caminos separados por las circunstancias de cada una.
 Yo me sentía muy contenta porque me  gustaba el colegio y su ambiente. Sor María Jesús, la monja que el primer día  me produjo una sensación de inquietud, ahora me parecía una mujer entrañable;  era amable, cariñosa, y conmigo en especial hizo bastantes migas; le caí en  gracia, y se le notaba. A mi esta situación me vino como “anillo al dedo” sintiéndome muy protegida por ella.
 Mi colegio era muy bonito, había un patio  donde grande y dentro de él, estaban todas las clases. Al final del patio,  había unas escaleras y allí, con gran majestuosidad estaba la clase de las  mayores; “las niñas de 10 años”, las que se preparaban para ingreso. Ese era el  examen que se realizaba en el instituto, -en el único que existía, donde los  niños y las niñas estábamos separados por un gran patio- a esa edad, y si se  aprobaba el examen, las niñas que querían hacer el bachillerato, pasaban al  instituto, iniciando allí el primer curso , hasta llegar a PREU. La mayoría de  las niñas, en aquellos días, no iniciaban el bachillerato,  y  no  todas las que iniciaban el ciclo, llegaban hasta el final. Otras hacían hasta  cuarto y revalida, y algunas superaban el bachiller y PREU, para iniciar alguna  carrera universitaria.
 Como decía, al final de aquel patio,  estaba lo desconocido, allí  Sor Felisa,  -creo recordar que era la directora-, con su gesto agrio en un primer momento,  se veía como la jefa del clan de aquellas monjas, que dedicaban su vida a la  enseñanza, a los rezos, y a la educación de aquellas niñas, que aunque  hacedoras de algunas travesuras, teníamos el mayor de los respeto, a la  autoridad. Cuando Sor Felisa se acercaba a grandes pasos y moviendo sus largas  faldas de hábitos, nosotras, aquellas niñas de los cincuenta, temblábamos, por  si de paso a nuestro lado, caía alguna regañeta.
 Sor María Jesús, no sé, que será de  usted, seguro que hace tiempo se marchó a algún lugar, seguro que allí donde se  encuentre, tendrás alguna clase, y seguro que aquellos pequeños que hayan  dejado nuestro mundo en edad temprana, habrán encontrado en usted, la mejor de  las maestras, y seguro que tendrás alguna pupila, que te recuerde a aquella  niña, que llegó un día de mayo a tu clase. Esa niña, hoy en la madurez de los  años, te recuerda con el mayor de los cariños, y tiene un sitio para ti, en su  corazón.
                 Ceuta, 23 de Enero 2008         Fini Castillo Sempere.
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                    SIETE AÑOS        Llevaba algunos días viviendo en mi  nueva casa, aunque me gustaba, echaba mucho de menos “mi patio”, a los vecinos  que me vieron nacer; ellos se habían quedado atrás, en la última página de mi  libro, -guardado en mi corazón-, del Callejón del Asilo Viejo. Pero como  sabéis, lo escrito, escrito queda, y cuando vuelvo a leer el libro de mis  vivencias, allí están ellos, -junto al jazmín hermoso y blanco de mi madre-  tranquilos, serenos, dedicándome una sonrisa, que yo acojo con todo mi cariño. Era mi cumpleaños, pero como llevaba  tan pocos días en aquel barrio, todavía no tenía consolidadas amistades; y  estaba triste, porque no sabía si mi cumpleaños me lo iban a celebrar, y  tampoco sabía a quien podría invitar en el caso de que se llevara a efecto. Mi  madre me dijo cuando me llevaba al colegio: -hija, esta tarde celebraremos como  siempre tu cumpleaños, a ver a cuantas amiguitas quiere invitar a merendar-  Ella en mis anteriores cumpleaños, preparaba chocolate, y encargaba una tarta,  que mi padre traería posteriormente del “Vicentino”. Está vez también lo haría,  con la diferencia que los invitados serían niñas casi desconocidas para mí.
 Cuando llegué al colegio,  y de manera tímida pregunté a algunas de las  niñas, que también vivían en mi barrio, si querían venir a merendar a mi casa,  porque era mi cumpleaños y me lo iban a celebrar. Por supuesto que aceptaron de  buen grado, y después del colegio, las mamás de todas mis invitadas, acicalaron  a sus hijas, las peinaron, y allí aparecieron todas con la timidez propia del  desconocimiento todavía de mi familia, a merendar una buena taza de chocolate y  un trozo de tarta.
 Mi madre preparó la mesa en la  cocina, una mesa redonda, adornada con un mantel, cuyos motivos eran frutas:  fresa, uvas, sandias, plátanos, dibujaban de tal realismo, que parecían que  formaban parte de la merienda.
 Yo me sentía protagonista, y estaba  encantada al ver como mis invitadas se sentían a gusto, era una forma de que me  aceptaran de buen grado en su grupo, que ya estaba muy consolidado, ellas  habían nacido y criado allí, y en este caso yo era la foránea. Tímidamente, les  echaba unas miradas, y eran niñas muy agradable y simpática; seguro que me  aceptarán- pensaba-.
 Después de terminar con la merienda,  una de ellas dijo:- ahora a jugar a la calle, yo miré a mi madre, como  pidiéndole permiso, -porque hasta ahora ella no me había dejado salir a la  calle-          Mis amigas entendieron  enseguida la situación por la que estaba pasando, y dirigiéndose a mi madre; le  solicitaron que me dejara salir a jugar con ellas, que allí no existía ningún  peligro para mi, y que  estarían  pendiente. Mi madre con una sonrisa, les dijo que ya sabía que no existía  ningún peligro, pero que no había salido antes a jugar, porque era nueva en el  barrio y no conocía a nadie, pero que ahora que ya tenía amigas, no habría  ningún problema para que fuera a jugar con ellas. Con estas palabras de mi madre,  me sentí muy feliz, y de un salto me dispuse a salir corriendo a la calle; a la  libertad de mi nuevo barrio, a descubrir todo lo que allí había. Delante de mí  se abrió un mundo nuevo, llevo de mil experiencias, que posteriormente  influyeron inevitablemente en mi formación, y en mi desarrollo personal.
 Con el tiempo he descubierto, que  aquel cumpleaños, fue el más, o unos de los más importantes en mi historia. Aquel  grupo de niñas en su inocencia me aceptó a formar parte de aquel barrio  maravilloso, y a los pocos días, como no podía ser de otra manera, me  desenvolvía en él como pez en el agua. ¡Gracias, amigas, gracias!
               Ceuta, 25 de Enero 2009           | 
    
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                    CONTANDO COSAS            Cuantas cosas puedo contar de aquellos  días;  ya había finalizado los años  cincuenta y habíamos entrado en los sesenta, apenas yo tenía cinco años, pero  os aseguro que mis recuerdos están intactos, será porque ya soy mayorcita, y es  la hora de traer a través de la memoria evocativa todas las hazañas de aquellos  maravillosos tiempos. Mirando hacía atrás, puedo ver  aquella bajada al muelle de pescadores, donde  los hombres de la mar hacían su rincón de charlas y comentarios. Allí era donde  se contaban todas las hazañas de los días duros de levante y de poniente;  cuando era imposible faenar, temiendo al mal tiempo. Si, era allí, donde estos  lobos de mar hacían las reuniones. Esa estampa es patrimonio de Ceuta, de aquella  Ceuta de hace algunas décadas. Hoy esa imagen ya ha desaparecido, como otras  tantas, pero seguro que queda gravada en la mente y en el corazón de algún  nostálgico de esta tierra.
 El Paseo de las Palmera, famoso en toda  España, como no podía ser menos. Lo de famoso lo digo, porque todos aquellos  reclutas que venían a esta ciudad,   cuando tenían permiso para el paseo, recorrían una y otra vez, esta  “joya nuestra”, a ver si “alguna” del lugar le daba palique, que era todo lo  que podían esperar en el mejor de los casos. Tarea difícil, porque, pobre de la  que vieran hablando con alguno de aquellos chavales; niños, diría yo ahora,  aunque en aquellos días, además de considerarlos muy mayores, guapa era la que  le daba palique, y no salía escaldada por la sociedad del momento. Cuantas  historias no habrán contado esos chavales a sus gentes, de ese, nuestro paseo,  casi ya, inexistente.
 Volviendo al paseo, allí era donde  nosotros, dábamos una y otra vez vueltas y vueltas, allí era, donde se  realizaban las primeras citas amorosa de los adolescentes, y era allí, donde  toda la juventud de Ceuta, se reunía. Aquel paseo, corto en distancia, pero  grande en esencia y oliendo, el mejor de los olores, el aroma de las almendras  garrapiñadas que con tanto esmero, hacía nuestro querido  “amigo Manolo, el guardia municipal”. Y al  final de aquel paseo, anclado en aquel puente, estaba nuestro “Cristo Rey”.  Lugar de devoción de los cristianos de esta ciudad, y de respeto del resto.  ¿Cuantos milagros habrás concedido y cuantas promesas habrás escuchado?, de  boca de personas desesperadas, y en ti, encontraban un bálsamo, que calmaran  sus angustias. Popularmente la gente de nuestra tierra, cuando se refería  a aquel lugar sagrado decían: “ vamos a rezar  al Cristo”; era una devoción,  y Él  estaba en su hornacina, alrededor de muchas flores de colores, mirando al mar,  al Monte Hacho, al Paseo de las Palmeras, a las gentes de esta tierra; sin  embargo, ahora……
             Ceuta, 26 de enero 2009                               
                    
                      
                                                                                              Fini  Castillo Sempere | 
    
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                                           EL DOLOR DE BARRIGA       Hoy  quiero recorrer de alguna manera, aquel camino que, día a día hacía cada mañana  y cada tarde para ir al colegio. Todo ese trayecto se hacía andando, los niños  de antaño caminábamos mucho; ahora es diferente, porque los papás tienen  vehículo y los pequeños se mueven casi siempre entre cuatro ruedas. Nosotros  nos movíamos entre el suelo y unos buenos zapatos gorilas. Estos estaban hechos  a conciencia, con una suela de goma muy gorda, para que durara todo el curso  escolar; ellos eran los únicos zapatos que se usaban. Bueno para no mentir,  tengo que decir, que también existían los zapatos de los domingos, aquellos  zapatitos azules en invierno y blancos en verano, que nuestras madres nos  preparaban cuando nos arreglábamos los Domingos para ir a misa o al matinal.Volviendo  al camino y, haciendo una evocación a aquellos días, me imagino allí; entre  aquella maleza. Una vez que se cruzaba los pabellones, empezaba un camino de  tierra que acortaba la distancia que había desde mi casa al colegio. En ese  camino nos entreteníamos, sobre todo a la vuelta, ya que no teníamos tanta  prisa. Cada día era como atravesar un pequeño campo, lleno de flores  silvestres: amapolas, margaritas y otras que desconozco sus nombres. Había una  planta llamada vinagreta, y cada día cogíamos un gran manojo y tanto mis amigas  como yo  las comíamos, sabían a vinagre;  también había otra planta que le llamábamos panecillos, porque parecían unos  minúsculos panecillos, y  también lo comíamos  y nos sabían a gloría.
 Un día me di un atracón de aquellas  vinagretas, -desobedeciendo las recomendaciones de mi madre y, después de  comer,  me dio tal dolor de barriga, que  por un tiempo dejé de saborear aquella suculenta planta. El dolor era bastante  intenso, yo al principio quería disimularlo, para que mi madre no se enfadara  conmigo y me recriminara esa costumbre de tomar vinagretas, pero era el dolor  tan intenso, que llorisqueando fui donde mi madre para que me remediara, y por  supuesto, entre regañetas y recriminaciones, de inmediato me preparó una  manzanilla. Recuerdo aquel bote de cristal donde guardaba unas especies de  florecillas amarillas y secas, que ella posteriormente echaba en un cacito con  un poco de agua, y una vez que hervía, colaba ese mejunje, y con una  cucharadita de azúcar, me lo hacía tomar, pero antes, lo pasaba de vaso a vaso  varias veces, no solo para enfriarlo, y me lo tomara cuanto antes, sino también  para airearlo –eso decía ella- yo no entendía que quería decir eso de airearlo,  pero pensé que eran cosas de mayores, cosas rarísima que yo no entendía.  Después de tomar aquel brebaje, me seguía el dolor de tripa, y mi madre al ver  que no pasaba, cogió una cuchara sopera, vertió en ella aceite de oliva-  remedio para todo según ella- encendió el gas butano y sosteniendo la cuchara  con la mano, la acercó al fuego durante unos instantes, una vez calentado el  aceite, la retiró del fuego y acercándose a mi cama, donde estaba acostada  revolviéndome de dolor, me dijo que dejara la barriguita libre de ropa, la  obedecí al instante entre lloriqueo y quejido. Ella se sentó a un lado de la  cama, y acercando sus dedos al aceite caliente, hasta empaparlos, los depositó  en  mi pequeña y dolorida barriga; mi  madre con gran suavidad me daba masajes circulares, ora a un cado, ora hacía el  otro, así repetidamente, durante un rato. Hija, ¿te calma?- me preguntaba. Al  principio le manifestaba que no, pero poco a poco notaba como mi vientre se  relajaba e iba desapareciendo el desagradable dolor. Ella, -ya no estaba  enfadada-, según me masajeaba, tatareaba una canción preciosa, la melodía y la  desaparición del malestar, hizo que el Dios Morfeo, al atardecer, me recogiera  entre sus brazos.
 
                    Ceuta, 25  de enero 2009                                                                                                    
                      
                        Fini Castillo Sempere. | 
    
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   UN DÍA DE  LLUVIA                 Aquel día llovía a mares, el reloj marcaba las ocho de la mañana de un  día de invierno, me acababa de llamar mi madre para ir al colegio; de un salto  me levanté y fui corriendo a la ventana, quería comprobar si  ese ruido que escuchaba a través de la  ventana era de agua de lluvia. Escuche decir a mi madre desde la cocina que me  abrigara, que hacía mucho frio; esa era la cantinela matutina de ella, mientras  me preparaba el desayuno. Éste consistía en un gran vaso de “Colacao” y  unas tostadas con mantequilla.
 Mientras escuchaba su voz en la lejanía de la cocina, yo arrimaba mi  cara a los cristales de la ventana del cuarto de estar; mi respiración  enturbiaban mi visibilidad, y de inmediato con la mano limpiaba de los  cristales, el vaho que había salido de mis fosas nasales, otras veces yo  provocaba el vaho en los cristales para    hacer figuras, letras y dibujos en ellos, pero ahora mi interés no  era  ese, sino ver el agua de lluvia.  Delante de mi casa, habían varios charquitos de agua, me fijé en uno que había  un poco más lejos; - ¡ese! -pensé- era el ideal para zambullir allí mis botas  de agua. Las gotitas de agua que descendían desde el cielo y caían en los  charcos, me llamaba la atención, casi me hipnotizaba. El efecto al mezclarse el  agua proveniente del cielo y el agua de los charcos era de ebullición, y  supongo que el sonido sería: pop, pop…
 Los días de lluvias eran mis preferidos, me gustaba jugar bajo la  lluvia. Ese día me pondría las botas de agua de color negras que tenía  preparada para ese menester, igualmente me esperaba un impermeable que mi padre  me había comprado en una tienda de indios (así se denominaba Los bazares que  poseían los hindúes) esa prenda venía muy doblada y se introducía en una  pequeñísima bolsa, del mismo tejido que el propio impermeable, era de color  azul marino; mi padre tenía otro igual, y eso me encantaba.
 Volví a mirar por la ventana para ver si había escampado,  afortunadamente  seguía lloviendo con  mucha fuerza. Escuchaba a mi madre protestar por las inclemencias del tiempo;  ella temía que me pusiera empapada en el   camino de casa al colegio. Yo estaba deseando que mi madre me dejara ir  sola, como hacían casi todas las niñas del barrio; pero ella me consideraba  todavía pequeña, y se quedaba más tranquila si algún adulto me acompañaba,  muchas veces lo hacía mi yaya, y otras veces ella; en ningún caso quería que  fuera sola; bueno depende de la apreciación, porque en ese camino y a esa hora,  nos encontrábamos todos las crías que acudíamos a las Reverendas Madres  Adoratrices. A mí me hubiese encantado ese día haber ido sola con mis  compañeras, así hubiera podido disfrutar a mis anchas de aquellos charcos que  se formaban en el camino de barro que había desde mi casa a la escuela.
 Antes de salir de casa, mi madre me aleccionó diciéndome que  no me mojara, para evitar resfriarme; eso era  lo que realmente a ella le importaba. A mí, me daba igual, yo solo quería jugar  con el regalo que Dios nos hacía, si Él mandaba esa agua bendita, sería por  algo, y ese algo, era la lluvia para que pudiéramos llevar a cabo   nuestro juego preferido. En aquellos días,  las niñas nos divertíamos con cualquier cosa que nos proporcionaba la  naturaleza. En otra ocasión contaré nuestros divertimentos con las olas del mar  en días de levante fuerte.
 Mi madre cogió un paraguas negro, era tan grande que nos cubría a las  dos, y eso me fastidiaba; así era imposible dejar mojarme por el agua que caía  con fuerza desde el cielo. -Dios mío pensé-, cuanto tienen que estar llorando  los angelitos del cielo, -eso era lo que me decía mi madre cuando llovía-,  aunque yo,  estaba en la edad que no  sabía si creer todo lo que me decía mi madre, o las madre de las demás, porque  habían cosas que mi pandilla de féminas infantiles, las ponían en cuarentena, o  al menos nos hacíamos algunas preguntas que no entendíamos.
 Camino del colegio íbamos salteando los charcos y riachuelos que se  formaban en el camino, mi madre parecía que bailaba, dando pequeños saltitos en  vez de caminar, además me recriminaba continuamente porque no me dejaba que me  metiera en los charcos. De lejos vi uno muy grande, -y pensé-- esta es la mía,  ahí me voy a meter, cuando llegamos a la altura de él-, solté la mano de mi  madre, y me introduje en aquella agua barrosa sin más, empecé a dar saltos y a  salpicar, mi madre casi histérica y enfadada - temiendo se me mojaran los  calcetines y la ropa, y tener que volver a casa,- me dio un gritó ordenándome  que saliera inmediatamente. No tuve más remedio que obedecerla, “no estaba el  horno para bollos”.
 -Mamá,-pregunté- me dejarás esta tarde salir a la calle a jugar con mis  amigas.
 -Ya veremos me contestó.
 Yo sabía en el fondo, que me dejaría, aunque estuviera lloviendo y  temiera que me resfriara. También ella sabía, que de salir  a la calle, me mojaría; dejaría que esa agua  bendita cayera sobre mi cara de niña ¡Si! Ella sabía de mi amor por sentirme  libre como los pájaros, en un día de invierno.
 ¡Qué días aquellos, madre!, días de travesuras infantiles, y ahora días  de nostalgias y recuerdos. Cuanto daría yo mamá, por ponerme aquellas botas,  volver al camino de tierra que separaba nuestra casa y el colegio y salpicar el  agua barrosa de aquellos charcos que quedaron atrás. Cuanto daría yo mamá, por  preguntarte, si me dejarías salir a la calle en aquellos inviernos, cuando tú  eras tan joven y hermosa, madre.
                 Ceuta,  28 de Enero 2009                                                                                                Fini  Castillo Sempere    | 
    
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                                                                 RECUERDOS EN EL MONTE HACHO       Manuel, me invitas a ir al Monte Hacho, si tu supieras que ese rincón para mi  es especial, mira, cuando los Sábados y Domingos y todos los días que podía me  iba a caminar por allí; era mi momento, momento en el cual me inhibía de todas  las cosas que ocupaban mi cabeza diariamente; era como un volver atrás, pensaba  en muchas, muchísimas cosas. No hay un solo metro de ese monte que no camine  conmigo, en ese recorrido nunca me siento  sola, al menos esa es mi sensación. Yo también he ido muchas veces a hacer ese  recorrido, cuando él podía caminar, ahora como ya no está en cuerpo, me  acompaña su espíritu.A veces cambio mi  ruta  y camino por las   playas: la Rivera, El Chorrillo, La  Carretera Nueva y ahí también me acompaña, hago una parada como ya te conté en  otra ocasión en el Foso, en el lugar exacto donde permanecerá por los siglos.  Me asomo a la barandilla de hierro, apoyo la barbilla en ella, cierro los ojos,  los abro, y como una nube a punto de desencadenar una espesa lluvia, fluyen las  lágrimas de mis ojos, recordándolo. Me parece imposible que esté eternamente en  esas aguas cristalinas que tanto adoraba. Sigo caminando bajo el sol, reflejado  en el agua, a veces los rayos cruzan algunas nubes, y los destellos son tan  brillantes que parece que el cielo se pudiera abrir en algún momento para  descubrirnos la presencia de Dios.
 Sigo caminando,  envuelta en mis pensamientos, tengo tantas cosas en que pensar, sobre todo  poner en orden esta cabeza, creo que cuando camino es el punto de encuentro  conmigo misma, dedico un poco de mi tiempo a mi, a preguntarme muchas cosas, a  sentirme y a recordar mi niñez.  A veces  pienso que el tiempo ha pasado tan deprisa. Recuerdo como si fuera hoy, el día  que papá me llevó a hacerme una fotografía en la puerta del Tele, que orgulloso  estaba papá de mi, era su princesita, me quería guardar como el mayor de sus  tesoros. Cuando me hice una adolescente, , sufría de pensar que alguien me  pudiera hacer algún daño. Ahora lo comprendo, temía que mi inocencia fuera  agredida por algún desarmado; pobre papá, ahora entiendo de aquellos miedos, -  los mismos que he sentido yo, con mis hijos cuando se iban convirtiendo en  adolescentes-. En aquellos tiempos me revelaba en silencio, por su dureza en  los horarios de recogida, siempre tenía que estar inventando algo para poder  escaquearme algún ratillo más. He comprobado al paso del tiempo, que las  historias se repiten de padres a hijos.
 ¡Que tiempos aquellos!, tiempos de niñez y  de fragancias a jazmines, jazmines que adornaban mi puerta, fragancia  embriagadora que envolvía nuestro patio, amistades hermanadas y que aún  perduran en nuestros corazones del siglo pasado, Josefina Gaona y su prole; María  la Machanga y el Chache con sus sardinas al espeto; el Gorrión, Isabelita y sus  dos hijos; Angela” y su marido; Los Vallejos y sus hijos,  Conchi, Dori, Juan Antonio, Manolito y mi  querida Africoli. El Patio de arriba, con África  y   Miguel Campaña, y su hija Luisita; Dorotea, Olimpia, Paco su marido, y  sus hijos todos varones. Pepa Blanca y esposo Antonio; y para Terminar Pepa la Mana, -de esas tierras alicantinas  entrañables para nosotros-, su marido Mariano y sus hijos Vicentina y Marianito
 Y ahí entre estas  buenas gentes; estábamos nosotros, familia andaluza y de  alicante, para más detalle de Linares y  Santapola. Empiezo por nombrar a mi Yaya, mi abuela, un ser muy querido y  recordado;  no hay un solo día que  no  sienta su presencia. Mi padre, mi referente,  aprendí tantas cosas de él... Mi madre, entregada en cuerpo y alma a los suyos  -la mejor de las madres-. Mi tita Tere, indescriptible por su personalidad  inmejorable. Mi tío Manolo, en aquella época “un lobo de mar” recorría el mundo  en aquellos barcos mercantes; hombre bueno, donde  los haya y de carácter afable. Mis dos  hermanos, que podría decir de ellos… Tantas cosas, pero lo voy a definir en dos  palabras, “buenas gentes” que quiero con todo mi corazón, y ahí estoy yo, la  menor y para más  “inri”, ¡niña!, la  mimada de la casa. Está era mi gente.
       Ceuta 9de  Enero 2008
 
                  
                                                                                            Fini Castillo Sempere. | 
    
    
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 El MIEDO       Aquella noche de invierno llovía  terriblemente, me asomé a la ventana y la lluvia formaba una cortina de agua;  apoyé mi boca en el cristal y se empañó de inmediato, en ese momento me centré  en la forma de mi boca que se quedó dibujada en el vidrio, de igual manera  dibuje con el dedo algunas figuras que también se quedaron impresas en el  cristal, esta actividad me tenía distraída hasta que de pronto, mi habitación  se ilumino completamente, quedé absorta por aquella luz que había venido de la  nada; me devolvió a la realidad un estruendo terrible, di un salto y de  inmediato me sumergí entre las sábanas de mi cama tapándome hasta la cabeza. En aquellos días tenía siete años, no sé  porque, me convertí en una niña atrevida durante el día, muy valiente y  dispuesta. Era la primera en intervenir ante cualquier juego, aunque fuera  arriesgado como escalar montes, árboles, llamar a las puertas de los vecino y  salir corriendo, y cualquier otra travesura.   Sin embargo en el silencio y la oscuridad de la noche, mi pequeño  cuerpecito temblaba de miedo; con el tiempo supe que a esto se le llamaba “terrores nocturnos” y algunos niños lo  sufren, padeciendo sobremanera noches de terror, pesadillas y angustia, así me  pasé muchas noches, viviendo un miedo irracional, ese miedo a no se sabe qué,  pero que asusta terriblemente a los infantes que lo padecen.
 Siguiendo  con la noche de tormenta, una vez protegidas entre las sábanas, me sentía  segura y con un acto de valentía saqué poco a poco la cabeza hasta la altura de  la nariz, para comprobar que pasaba a mí alrededor; de nuevo se iluminó la  habitación y sin pensarlo dos veces volví a introducir la cabeza en mi refugio.  ¡Dios mío! Cuanto miedo tenía, no me atrevía llamar a mi madre, porque seguro  que se enfadaría. Era ya muy tarde y debía de estar durmiendo desde hacía  horas, pero aquel miedo me calaba los huesos y mi cuerpecito titiritaba; notaba  como mi piel se tornaba tensa y los débiles vellos se erizaban. Como tenía  tanta imaginación, creía ver figuras en la pared, las cuales se movían. Cerraba  con fuerzas los ojos, pero la intensidad del miedo cada vez era mayor; ya no  podía más, salté de la cama y me dirigí al dormitorio de mi madre, la zarandeé  y le dije que en mi habitación había una sombra de un hombre; mi madre me dijo  que no había nadie, pero le insistí tanto que se levantó, me cogió de la mano y  se dirigió conmigo al cuarto contiguo donde estaba mi habitación. Yo estaba muy  asustada, y más cuando pude comprobar aquella sombra, ¡vez mamá como ahí hay un  hombre! –le dije-. Ella se echo a reír, encendió la luz y me dijo: ¿a ver,  dónde está ese hombre? Yo me quedé un poco aturdida porque cuando la luz se  encendió, comprobé que aquella sombra que me asustaba tanto era el abrigo de mi  hermano que estaba colgado detrás de la puerta, y su sombra en la pared  reflejaba la figura de un hombre. Me quedé perpleja y un poco desilusionada, o  mejor diría avergonzada, menos mal que fue mi madre, la que descubrió mi miedo  absurdo en un encender y apagar la luz. Le pedí que no dijera nada a nadie, y  ella me prometió que no lo haría. Sin embargo, mi madre al ver mi carita de  niña asustada y desilusionada a la vez, me abrazó, me dio un beso y me dijo al  oído:
 -Has visto como el miedo sólo está en  nuestra mente, es nuestra cabecita la que inventa el miedo. Hija, ¿qué te puede  pasar estando tu padre y yo en casa? Nosotros somos los guardianes tuyo y de  tus hermanos, no tengas miedo, vete a la cama, cierra los ojitos, reza y verás  como los angelitos bajaran del cielo y guardaran tus sueños.
 Le hice caso a mi madre, me zambullí de  nuevo en mi cama, sin taparme la cabeza debajo de las sábanas y con un gesto de  valentía me santigüé, recé un “Padre Nuestro”, y con mi imaginación  característica en aquellos días, sentí a los “angelitos” alrededor de mi cama;  así quedé inmersa en un dulce y placentero sueño.
               Ceuta, 23 de Mayo 2009            
                    
                      
                                                                                            Fini Castillo Sempere.                           | 
    
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  LA BATALLA DE BARRO  
 Aquel día de noviembre llovía intensamente, veía caer la  lluvia desde la ventana de mi clase. Tenía nueve años y mi colegio era el de  las religiosas Reverendas Madres Adoratrices. Aquellas monjas  usaban unos hábitos quizás demasiados rígidos   y severos que, a las pequeñas niñas  -flores silvestres apenas acabadas de nacer-,   asustaban; sobre todo cuando venían   por aquellos luengos pasillos del convento; sus pasos amplios y firmes  resonaban en el silencio, y   hacían balancear el rosario que llevaban  prendido a la cintura. Los primeros días de asistencia a la escuela recuerdo  que por la noche en mis miedos veía las caras de aquellas mujeres enmarcadas en  aquellos cofias y tocas tan tiesas y tan incómodos de llevar.  Con el paso de los días, descubrí que detrás  de aquellos hábitos habían unas mujeres buenas que se dedicaban a enseñar  valores religiosos y materias generales de conocimiento. Guardo muy buenos  recuerdos de aquellos días y de aquellas monjas entregadas a la educación de la  época; educación  con mucho rigor y  disciplina, que hoy día agradezco, porque con  el paso de los años y la experiencia de la vida, he descubierto que la  disciplina bien llevada es la base de la educación, porque a los niños hay que  educarlos, sobre todo, en valores de respeto;  respeto a todo lo que nos rodea: desde las  personas  a la pequeña flor naciente de  cualquier jardín, pasando por el mobiliario urbano de la ciudad, el mar, los  ríos y los campos de nuestro entorno tan decaídos en estos tiempos que nos ha  tocado vivir.  Sí, guardo recuerdos  nostálgicos de aquellos días, de aquel colegio y de aquellas mujeres dedicadas  en cuerpo y alma a la oración, a los demás y a la educación de unas niñas. Y yo  que fui una de ellas… agradezco de corazón toda las enseñanzas que me  ofrecieron. Un día volví al colegio, y sólo tuve que cerrar los ojos para  trasladarme al patio, a mi clase, duró solo un instante porque al volver a  pestañear me encontré con la realidad: Él, mi colegio de mi niñez dorada,   ya,  solamente, está en mis recuerdos.
 Por supuesto no hay que confundir  disciplina con represión, porque la represión es lo peor que un ser humano  puede sufrir, es cortar la libertad de pensar como se quiera, o ser uno mismo,  decidir lo que se quiere ser, es anular la esencia propia de la naturaleza del  ser humano, es ir contra natura. La represión es una de las peores enfermedades  que puede sufrir una sociedad, es el cáncer del mundo.
 Volviendo a la lluvia que  observaba desde mi aula, me quedé pensando que cuando escampara la tierra que  había detrás de los pabellones donde vivía, se convertiría en barro, y ese  barro nos daría mucho juego a la hora de organizar los juegos de la tarde con  mis amigas: Afri, Marina, Loli, Manoli, Mari Carmen, Pepi y demás amigas del  barrio. Al salir de clase emprendí el camino de casa junto a mi inseparable  amiga Afri, le conté la idea y le  pareció estupenda, así que según caminábamos para la casa nos íbamos metiendo  en todos los charcos que encontrábamos por el camino. En uno de los saltos a  aquel fanguizal, salpiqué el agua sucia al uniforme de mi amiga, y esta  enfadada me recriminó, y al ver que yo no le hacía caso, salto también  salpicándome; mi uniforme quedó manchado. Ella se rió a carcajadas, en un  momento nos pusimos a tirarnos barro una a otra. Después de un rato ensalzadas  en aquella guerra fría y fangosa, nos dimos cuenta del error que habíamos cometido,  ¿Cómo le íbamos a decir a nuestras madres lo que habíamos hecho? ¿Qué  explicación le daríamos del estado del uniforme? En ese momento nos entró el  miedo a la reprimenda de nuestras madres, así que tendríamos que inventar  alguna historia para suavizar la regañeta.
 Ambas decidimos decir que habíamos  tropezados y habíamos caído en un charco. Así fue, a la llegada a casa y verme  mi madre de aquella guisa se enfadó mucho, daba igual que hubiese tropezado, me  regañó y dijo que era una alocada, que no podía ir corriendo de esa manera y  menos un día de lluvia. Me sacó el uniforme y lo echó a lavar, y a mí me metió  en la bañera, estaba hecha una pena, barro por todo el cuerpo y cabello. Yo  estaba totalmente callada haciéndome la víctima, mejor no hablar por la cuenta  que me tenía. Lo que más me fastidió fue lo que me dijo mi madre: hoy ya no hay  calle, y veremos si mañana te dejo salir a jugar, veremos… Ese día me conformé  con mirar por los cristales y ver a mis amigas jugando con sus botas de agua  entre los charcos que había formado la lluvia torrencial de la mañana.
 Al tiempo le conté a mi madre la hazaña, y  ella rió, los años suavizan las travesuras de los críos, y la mentirijilla a mi  madre que a mí me había ocasionado problemas de conciencia, quedó olvidada el  día que de sus labios me regaló una sonrisa al contarle esta historia.
   
                      Conil, 19 de Agosto 2009  
                        Fini Castillo Sempere.   | 
    
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 MI  ABUELA JUANA       Mi  barrio cada día me gustaba más. En verano teníamos la playa a un minuto si en  tiempo mediamos la distancia, y ese gran llano lleno de barro donde  disfrutábamos intensamente nuestras horas de ocio.  Sólo dejaba el lugar cuando teníamos que  ir  a visitar a mi abuela paterna, que  vivía en el centro de la ciudad en casa de mi tía Paquita. Mi abuela Juana ya  anciana, tenía problemas en las piernas y no podía salir de casa, por tal  motivo nosotros la visitábamos muy asiduamente. Yo la quería mucho, pero he de  reconocer que me costaba mucho trabajo dejar mis juegos infantiles y mi barrio  y, algunas veces mi gesto era de disconformidad cuando mi madre me decía que no  podía ir a jugar porque íbamos a visitar a la abuela. Ahora con los años comprendo  que los niños son egoístas por naturaleza y solo piensan en los juegos,  y aprovechar el máximo el estar con los  amigos, en definitiva sólo piensan en ellos mismos;  me consuela saber que era cosa de la edad.El enfado se me pasaba rápidamente cuando  subíamos al autobús o camioneta -así le llamábamos- para bajar a Ceuta -como  también se decía bajar al centro-. Y para entonces, mi mente ya estaba en otras  cosas; sobre todo en el pastel que me compraría mi madre en la pastelería  “Suaimar”, ese siempre era el premio. Camino de casa de mi tía que vivía en la  bajada de la Iglesia de los Remedios, pasábamos por la calle Marina, y ahí es  donde estaba ubicada la pastelería, al llegar   a ella me ponía delante del escaparate y estaba una hora eligiendo el pastel  que me comería, al final siempre me inclinaba por el mismo una “sarita bañada  de piñones”. ¡Uf! ¡Qué bien me sabía aquel pastel! -ahora, sin embargo, que  podría saborear más de un pastel, no soy nada golosa-, y sobre todo tan grande  y tan sabroso, al menos a mí me lo parecía. Los niños pasan del enfado a la  felicidad en un “pis pas”, esa es la grandeza de la infancia; y yo después de  engullirme aquel pastel, brincaba alegremente al lado de mi madre camino de  visitar a mi abuela.
 Cuando llegaba a casa de mi Tía Paquita  -mujer cariñosa  y de maneras suaves-,  ella me mimaba en demasía  y  me consentía todo, incluso me dejaba trastear  en los cajones de mi prima Juani, unos años mayor que yo. Ella ya estaba en la  edad de la adolescencia y me encantaba rebuscar entre sus cosas, y algunas de  ellas caían en mis manos como el mejor de los tesoros; recuerdo unas gafitas de  concha de color marrón de la muñeca “GUISELA” se las pedí a mi tía, y ella sin  más me las dio, ocasionando  después el  berrinche de mi prima. Tengo que reconocer que mi prima Juani también me mimaba  porque yo era su ojito derecho, y aunque protestaba al final ella también me  consentía.
 Mi abuela, mujer  de un gran empaque, siempre muy repeinada con un moño lleno de ondas, su pelo  muy blanco, aunque tenía partes de color limón; la recuerdo con una cara  bondadosa y un deje andaluz de Jaén; esta manera de hablar nunca la olvidó,  aunque gran parte de su vida la vivió en Ceuta. Creo que yo me parezco  mucho físicamente a mi abuela Juana, porque mi padre era muy parecido a ella, y  yo me siento tan igual a él, que por ende cuando veo alguna foto de mi  ascendente femenino paterno, es decir, mi abuela,  me gusta imaginarme  verme reflejada en esa cara redonda y apacible.  Me gustaría cuando mis cabellos peinen abundantes canas, tener el color tan  bonito que tenía ella. Sí, creo que mis genes de la familia Bravo abundan en  mí, y me siento orgullosa de ello. Me hubiese gustado tanto haber podido  tenerla más tiempo, haber crecido con ella y haber podido mantener algunas  conversaciones de su vida, de su historia, pero eso no pudo ser, el destino nos  marca el sendero que debemos andar y ante eso no podemos hacer nada.
 Ella nos dejó un  treinta de Diciembre, siendo yo todavía pequeña; emprendió el camino al más  allá. Aún siendo muy pequeña sentí mucho su marcha, y en cierta manera aquella  despedida hizo cambiar algo dentro de mí; sentí la ausencia de un ser querido  casi por primera vez, sentí que los seres que queremos algún día emprenden el  camino antes que nosotros, así es la ley de la naturaleza. Alguna tarde deseé  oír la voz de mi madre y que me dijera: “anda date prisa en merendar que vamos  a ir a ver a la abuela”; sin  embargo,   la voz de mi madre, ya nunca más me trajo el  recuerdo de los cabellos blancos y de color limón de mi abuela Juana; los  mensajes de mi madre me hablaban de que no me  manchara la ropa o que no llegase tarde a casa; pero el mensaje que yo deseaba  oír: "los cabellos blancos y color limón   de mi abuela Juana", ya, sólo estaban en mi corazón…
 
                        Conil, 22 de Agosto 2009          
                      Fini Castillo Sempere 
                          
                            
                              
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 "LOLITA DE SOLíS", LA MIRADA  BONDADOSA...
               Ya llevaba varios años viviendo en  los pabellones de la J.O.P., y aunque todavía recordaba  mi patio, a sus gentes y el olor que  desprendía el jazmín de mi madre;   me  sentía parte de aquel lugar. Mis nuevos vecinos eran personas entrañables.  Sobre todo recuerdo la bondad de la cara de “Lolita”, se la conocía como  Dolores la de “Solís”, así se apedillaba su esposo, y en aquellos días era muy  común denominar a las mujeres por los apellidos de sus maridos. Ella vivía en el  segundo pabellón, en el último piso al final del corredor; era la madre de Afri  y Mariló; amigas de la infancia, especialmente Afri que éramos de la misma  edad; siempre andábamos juntas e incluso compartíamos el mismo colegio; por las  mañanas hacíamos juntas el camino de ida y por las tardes el de vuelta. La  escuela  por aquellos días tenía clases  lectivas también por las tardes. Como iba diciendo, Lolita era una mujer  extraordinaria; la llevo en mi memoria de una  manera especial por su bondad hacía las niñas; creo que conmigo tenía una  afinidad especial. Tengo que reconocer que mi afecto hacía ella era grande,  siempre tenía una palabra agradable para mí y para el resto de las niñas. Su  casa siempre estaba abierta y nos recibía de   mil amores. Los días de lluvias ella, cedía su comedor y allí jugábamos  a las costureras y confeccionábamos los vestiditos de nuestras pequeñas  muñequitas. Ella siempre nos apoyaba dándonos las instrucciones precisa para  que nuestra tarea saliera satisfactoriamente. Su pelo negro azabache enmarcaba  una cara sonriente, sosegada, siempre agradable. Lolita, seguro que allá en las estrellas  mirarás a tus hijas y a aquellas niñas que ya solo quedan en el recuerdo de  unos días, unos años pasados y me sonreirás como lo hacías siempre, resaltando  tu bondad en esa sonrisa. En el baúl de mis recuerdos infantiles, en definitiva  de mi historia, te llevo en un apartado especial; simplemente porque así lo  siento.
 Me sentía una niña feliz en aquel entorno,  iba creciendo y mi mundo era aquel lugar, no necesitaba para nada salir de  allí. Los niños y niñas nos sentíamos libre, la libertad propia que da el  barrio. Después del colegio nos reuníamos en el llano, así denominábamos el  lugar que había al frente de nuestras casas; era un lugar seguro, y allí, convivíamos  tanto niños como mayores; era nuestro pulmón o quizás se ajusta más el concepto  de corazón, si realmente creo que   corazón es la palabra adecuada, porque nuestras risas y juegos hacían  palpitar a los pabellones de la J.O.P. ¡si, indiscutiblemente! ese lugar ha  sido el caballo de batalla el de nuestra infancia.
 Cada  tarde, al llegar a casa se oía en la radio la canción del Cola Cao, ésta decía  así:
 
                      
 
                        
                          
                            Yo soy  aquel negrito del África  tropical,
 que  cultivando cantaba
 la canción  del Cola Cao.
 Y como  verán Ustedes, les voy a  relatar
 las  múltiples cualidades
 de este  producto sin par.
 Es el Cola  Cao desayuno y merienda. Es el Cola  Cao desayuno y merienda ideal.
 ¡Cola Cao,  Cola Cao!
 Lo toma el  futbolista para entrar goles, también lo  toman los buenos nadadores.
 Si lo toma  el ciclista, se hace el amo de la pista
 y si es el  boxeador, bum, bum, golpea que es un primor.
 Es el Cola  Cao desayuno y merienda. Es el Cola  Cao desayuno y merienda ideal.
 ¡Cola Cao,  Cola Cao!
       Así decía aquella canción, y mi  madre canturreándola me preparaba una taza de Cola Cao calentito y un bocadillo  de chorizo Revilla. Siempre merendaba a toda velocidad para salir cuanto antes  a la calle, a la libertad de los juegos infantiles; mi madre nunca me dejaba  salir con el bocadillo, ella era muy estricta en estas cosas, y hasta que no  daba el último bocado no me dejaba levantarme de la mesa. ¡Uf! Se me hace la  boca agua solo de pensar en ese líquido espeso y calentito; por desgracia me  dio una alergia, no sabían de qué, y el médico me prohibió por un tiempo tomar  aquella bebida tan sabrosa.Cuantas cosas agradables  recuerdos de aquellos días, de estas personas entrañables que en cierta manera  me vieron crecer y hacerme una mujer; ellas fueron testigos directo de mi  evolución de niña a adulta. De este barrio maravilloso salí un día para formar  mi propio hogar, y todas esas vivencias las llevo guardadas; todas ellas, en mi  diario del recuerdo, y ahí cuando tengo momentos de nostalgias abro el libro de  mi vida y me encuentro con tantas historias inolvidables; todos aquellos  momentos, aquellas horas y aquellos días son la historia de mi niñez,  adolescencia y parte de mi vida adulta, y por ello me siento orgullosa de haber  formado parte de la historia de aquel barrio.
 
  Lolita, desde mi recuerdo te dedico estas  palabras que me salen del corazón, y te agradezco todas aquellas sonrisas que  me dedicaste, los niños siempre recuerdan las buenas acciones y en especial a  las buenas personas, y tú, Lolita, eras una de ellas.   
                      Conil, 22 de Agosto 2009          Fini Castillo Sempere    | 
    
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   LA  INOCENCIA        Como   cambia  la vida con el paso de los  años. Cuando  una  es   pequeña,  sólo  tiene tiempo para jugar, para ver lo bonito,  para sentirse respaldada en el seno de una familia. Los únicos temores son las  reprimendas, en el caso de hacer alguna travesura y ser descubierta, por  supuesto siempre o casi siempre intentando   pasar por inocente. En mi niñez, recuerdo que mi interés principal, era  salir del colegio por las tardes; -en aquellos días, habían clases hasta la  cinco de la tarde- llegar a casa lo más pronto posible, merendar el vaso de Colacao y el bocadillo que me había  preparado mi madre y salir corriendo a jugar con mis amigas -mi madre nunca me  dejaba salir a la calle con el bocadillo, y  hasta que no me tomaba el último trocito, no podía  salir a jugar-. Intentaba tomar el bocadillo lo más pronto posible, para no  perder ni un minuto de tiempo en buscar la libertad de mi barrio: “La  Puntilla”.  Mi madre me hacía quitar el uniforme,  para  que lo colgara en mi armario, así  estaría listo para el día siguiente. El vestuario que usaba para jugar  consistía en unos vestiditos de franelas   con dibujos a cuadros que me confeccionaba mi Yaya, los tenía de varios  colores: rojo, azul, y rosa. Todavía puedo sentir, la suavidad de aquel tejido  en mi piel. Mis “zapatos gorilas”, mi  fiel compañero, sólo me los quitaba para dormir. Una vez que había tomado mi  suculenta merienda y me había cambiado de ropa, ya podía salir a jugar a la  calle, eso si, con un montón de recomendaciones de mi madre: «No te subas a  ningún sitio peligroso, no vayas a los gallineros, ni te pelees…». Y así  sucesivamente. Yo siempre le contestaba lo que ella quería oír, que casi nunca  correspondía con mis hazañas.
 En mi nuevo barrio, me encontré con muchas  familias entrañables, sobre todo la más cercana a mí, bien por cercanía a mi  casa, o por ser amiga de sus hijos. Aunque echaba de menos mi antigua casa, y  mi patio con olor a “jurelitos al espeto” del Chache, a la fragancia del “jazmín de  mi madre”, y aquellas tardes de reuniones de mujeres apoyadas en los “librillos amarillos”, o aquellos “barreños de zinc”, ubicados en las  puertas de cada casa; escuchando las radionovelas. Tengo que confesar que  estaba contenta con mi nueva vecindad, allí se me hacía un mundo nuevo y más  libre, porque mi edad era ya para descubrir por mi misma y con mi panda de  amigas, nuevos parajes de los alrededores.
 Por un lado estaba la Hípica, ésta quedaba  detrás de lo pabellones, mis amigas y yo, íbamos por aquella cuesta que  estaba  plagada de palmeras, las cuales  daban sus frutos; unas palmichas muy sabrosas, y allí subíamos a cogerlas, a  golpes de pedradas las derribábamos, para después saboréalas. Recuerdo un día  que fueron tantas las que comí, que por la noche me dio un cólico y me puse bastante  enferma, por supuesto no le confesé a mi madre de donde provenía aquel mal,  porque hubiera tenido el dolor horroroso de barriga, más la reprimenda de ella;  además no le quería dar pistas, que después se volvieran en contra mía.
 Al otro lado estaban unas viviendas  que denominábamos “ las Barraquillas!  Y  más arriba en la cima de un pequeño montículo se encontraba la residencia  “Galera”, residencia militar. Allí estaba ella, con su agua tan clara; era una  piscina, para el disfrute de aquellas personas, me refiero a los socios, todos  eran militares y familiares. Nosotras, cuando llegábamos arriba, asomábamos a  hurtadillas, nuestras pequeñas cabecitas; aquella imagen, era poco más que el  paraíso. ¡Una piscina! Aquello no estaba a nuestro alcance, por tanto aquel  cuadrado lleno de agua azul, lo teníamos idolatrado, y cada vez que podíamos,  subíamos a hurtadilla a contemplar aquella maravillosa belleza. Si me hubieran  propuesto votar en aquellos días, cual era para mi, una de las maravillas de  mundo, de seguro que hubiera dicho: “La piscina de la Residencia Galera” ¡Qué  tiempos aquellos! Tiempos de grandes diferencias sociales. Cuanta inocencia…de  no saber por aquellos entonces, que   había personas que podían disfrutar de muchas cosas, de tantas y tantas  que nosotros ni soñando hubiéramos podido en aquellos años. Solo una cosa era  el denominador común de la sociedad en general: “la falta de libertad”, aunque  para algunos eso no era un problema, se movían en una ambiente afín a sus  necesidades.
 Como dije al principio, como ha  cambiado todo. Seguro en algunas cosas para mejor, en otras tengo mis dudas. Lo  que si es verdad, que no podemos comparar, porque son momentos muy distintos;  en tan poco tiempo, un puñado de años en la historia de la humanidad, no es nada,  sin embargo todo está como vuelto de revés, -claro comparando-, por mucho que  no se quiera comparar, eso es imposible; porque a nosotros, a los que éramos  unos niños de los cincuenta, nos ha tocado vivir con dos modelos de sociedad, y  eso, si que no tiene vuelta de hoja. Sí, hemos sido afortunados de vivir a  caballo entre dos mundos, dos era, dos siglos,   y no se cuantas cosas más. Indiscutiblemente, hemos sido afortunados…
              
                      Ceuta, 2 de  Febrero 2009.              
                      Fini Castillo  Sempere.   | 
    
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                                  LLEGA LA NAVIDAD                                              En aquellos días la gente parecía diferente, todo el mundo  se saludaba muy amablemente; era como si hubiera pasado una ráfaga de bondad y  amabilidad por el vecindario. Yo realmente no sabía lo que pasaba; mi corta  edad me inhabilitaba para comprender aquel fenómeno, pero de lo que sí estoy  segura es que, los comportamientos eran diferentes, existía más comunicación  entre las personas, sobre todo con los vecinos, que nos unía una relación casi  familiar. Con el tiempo supe que era el “Espíritu navideño” lo que hacía  cambiar a las personas y desearse constantemente felicidad en esos días tan  señalados, donde la rememoración del nacimiento del Salvador nos hacía a todos  más caritativos. Incluso llegaban a la puerta de nuestras casas el “cartero y  el barrendero”, con unas postalitas donde se representaba la figura de un  hombre vistiendo el uniforme propio de la profesión y unas letras grandes  donde  felicitaban la Navidad; por  supuesto era un trueque: felicitaciones y tarjetas, por algún “aguinaldo”, que  generalmente no eran cuantiosos debido a los bajos sueldos de la época; siempre  se destinaba alguna calderilla para ayudar a la economía de aquellos  profesionales, era lo propio en aquellos días de necesidad. Recuerdo que los donativos  se hacían de mil amores; era una costumbre, y como sabemos la costumbre se hace  ley, y el aguinaldo tenía un papel importantísimo por aquellos años. ¡Cómo ha  cambiado todo!, antes con menos, los vecinos colaboraban de buen grado a hacer  la vida de los demás más agradable, a eso le llamo yo “Solidaridad”En honor a la verdad, tengo que  decir que tanto los empleados de la limpieza, (la denominación de barrendero ya  no se usa) y especialmente los carteros tenían una tarea muy ardua en esas  festividades. En aquellos años no existían los correos electrónicos, ni los  móviles, y el sistema de comunicación básicamente eran “las cartas” Se  acostumbraba a felicitar las Navidades con postales y crismas con motivo del  nacimiento de Jesús. En mi casa esa costumbre se llevaba a “raja tabla”, mi  padre era el encargado de este menester y hacía una lista con los nombres de  todas las personas que tenía que felicitar. A mí me encantaba ponerme a su lado  y ver todas las postales que escribía, de igual manera  disfrutaba viendo las que le llegaban a él.
 Como iba diciendo el “espíritu  navideño” se parpaba indiscriminadamente; la calle Real era testigo de ello, no  solo se dispensaban saludos navideños los conocidos, sino cualquier persona que  se cruzara por el camino; era la seña de identidad del mes de diciembre. Después  de esas fechas, todo volvía a la normalidad, se guardaba el “espíritu navideño”  en el baúl de las festividades hasta el próximo año, que como un ritual se  iniciaban todos los estereotipos nuevamente.
 A mí me encantaba ir con mi  madre a la tienda de Andrebé, ella, al igual que todas las madres, compraba  diariamente lo que necesitaba. Aquel comercio  se había convertido para la vecindad en el punto  de encuentro para muchas mujeres, así podrían comentar las novelas radiofónicas  que habían oído la tarde anterior en el calor del brasero o copa, confeccionada  con cisco y carbón. Ya quedaba poco para el día veinticuatro y era hora de  comprar un kilo de  polvorones,  rosquillos de vino y alfajores; sin olvidar las tabletas de “turrón de jijona  del blando y del duro” estos productos   los vendía Andrebe. La balanza, en aquellos días era fundamental en una  tienda de comestible; todo se compraba al peso, y dichosos los que podían  llevar a sus casas varios kilos de aquellos manjares navideños; era lo que  había. En cuanto a las bebidas se compraba una garrafita de vino blanco y otra  de tinto en “Borras” en relación a los licores lo habitual era coñac, anís,  ponche y sidra para brindar en Noche vieja.   Estos licores también se dispensaban a granel, era normal que se  comprara también así ya que el precio era más asequible.
 Es increíble, como ha  evolucionado la vida en tan poco tiempo, ¿Qué significan cuarenta,  cincuenta o cien años en la historia de un  pueblo? Nuestros antepasados no han percibido cambios sustanciales en sus vidas  con respecto a las normas, creencias, estilos, valores. Sin embargo nosotros hemos  vividos en dos mundos; nuestras generaciones han sido testigos directos del  cambio tan significativo que ha habido en los últimos cincuenta años, y  especialmente en los últimos veinte años, ha sido increíble el avance   de la  tecnología. Mi tatarabuelo, mi bisabuelo y mi abuelo, jamás hubiera creído en  la existencia de Internet, ni en los teléfonos móviles, ni en tantas cosas… Mis  nietos tampoco creerán que sus antepasados recientes no hayan conocido la  telefonía móvil, que guisaran con carbón, y que no tuvieran luz eléctrica, y se  alumbraran con faroles de gas. ¡Cuántos cambios en tan poco tiempo!
 En estos días que vivimos, en  las celebraciones navideñas, hay tanta variedad de productos, hay tanto de “todo”,  que sólo nos preocupa no comer de “nada” para mantener la línea, esta es la  incongruencia de la vida. Cuantos más exquisiteces tenemos sobre la mesa, más  nos preocupa la línea y peso, hay personas que desprecian los manjares, porque  temen coger un gramo de peso, sin embargo en el tercer mundo no existe ese  problema, allí en la otra parte del globo terrestre, ¿cuánto darían por un  litro de agua y un kilo de arroz?; ¡Dios mío, injusticias de un mundo injusto!
 Me quedo con la imagen de un día del mes de  diciembre en aquella tienda de ultramarinos, donde había varias cajas de dulces  navideños: polvorones, rosquillos de vino, envueltos en papeles blancos y con  filos de colores y alfajores envueltos en papeles trasparentes de colores vivos:  verdes, rojos, azules, amarillo ocre, rosa. Y yo siendo una niña me quedaba  extasiada mirando aquella maravilla, y mi madre con todo su amor me decía:  hija, elige lo que te guste, y yo señalaba con mi mano infantil aquel carrusel  de colores, y Andrebé con mucha parsimonia ponía en la romana aquellos  pastelillos navideños, y una vez envueltos, cogía de la caja un par de alfajores  y los depositaba en mis manos con un gesto de cariño navideño. ¡Qué buena  persona es Andrebé, y lo digo desde el conocimiento, porque los niños tienen un  sexto sentido, y estos guardan en sus corazones de por vida el cariño de las  buenas personas, los niños en estas cosas no se equivocan, y en mis recuerdo de  infancia él tiene un lugar preferente.
  
    En Ceuta, a 2 de Junio  2009                        
                    
                      Fini Castillo Sempere     | 
    
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                              INOCENCIA ROTA       Aquel día descubrí tantas cosas, hoy solo  el pensarlo me raja como un filo de cuchillo el recuerdo de aquellos días de  inocencia, de infancia detenida en las bocas de aquellas adolescentes que como  una aventura me descubrieron la verdad de mis fantasías; fantasías de Reyes de  Oriente, y ratón Perez,descrubrí la verdad desnuda, que hirió como una lanza mi  ingenuidad, ahí se quedó prendido mi mundo de fantasía, de brujas y hadas, de calabazas  que se convierten en carrozas y tantas y tantas ilusiones de niña.Me quedé sorprendida, casi con la boca  abierta, dude en varias ocasiones si era verdad lo que me decían; pero en el  fondo de mi corazón sabía que ellas no mentían, quizás fueran ellos, mis padres  los que realmente me mintieran. Ahora en el tiempo pienso que aquello no me  gustó, ¿como era posible que ellos me engañaran  sobre algo tan importante? en aquel momento no  me di cuenta, pero sé que se me derrumbó un mundo lleno de colorido y fantasía,  un mundo mágico donde solo con cerrar los ojos podíamos viajar y atravesar cualquier  límite que se nos pusiera en el camino; podíamos ir al bosque y encontrarnos  con una casita de chocolate, y ver un ogro con un solo ojo; podíamos creernos tantas  cosas, que después de aquel día ya no era posible, si, realmente aquel día se  quedó prendida mi inocencia en algún arbusto del camino del bosque; un camino  ya sin retorno.
 Llegue a casa y  miré a mi madre con detenimiento, pensé por un  momento preguntarle sobre la verdad de mi descubrimiento, pero no me atreví  porque se podía enfadar, y era lo menos que quería hacer en fechas tan cercanas  a la llegada de los Reyes Magos, quedaban solo tres día para tal  acontecimiento. Mi cabeza estaba hecha un lio, por una parte creía a aquellas  niñas mayores, y por otro quería creer en lo que decían mis padres, no  permitiría que mis dudas enfadara, en caso   de que  fuera verdad a los  Reyes  por mi desconfianza,  y como consecuencia no me dejaran ningún  regalo.
 Esa misma noche, en la penumbra de mi  cuarto y en la soledad de mis pensamientos  no podía dormir, mi cabeza le daba vuelta a lo  mismo, ¿serían los Reyes Magos de verdad, o serían los propios padres los que  dejaban los regalos? Ya no podía aguantar más y decidí investigar, me levanté  de la cama con sumo cuidado, me introduje en la habitación de mis padres y  busqué en el interior del armario por si encontraba algún paquete que indicara  alguna pista sobre mis dudas; cuando estaba en ello, sentí un ruido, y me quedé  petrificada de pánico, sería terrible  que mi madre me descubriera buscando en el  armario. Pasé unos segundos horribles que me parecieron horas, mi madre se  alejo sin sospechar nada y yo salí corriendo de allí y  me zambullí en mi cama, entre las mantas, tapándome  hasta la cabeza, todavía temblaba de miedo; en ese momento comprendí que aún no  era el momento de investigar nada, lo dejaría Para otro año, quizás el próximo  ya sería lo suficiente mayor para descubrir la verdad. Cerré los ojos y me dejé  llevar nuevamente y sin darme cuenta al mundo de los sueños, y soñé con la  cocinita que me traería los Reyes Magos y con mi muñeco de goma, que cada año  me traía mi querido  Melchor, reencarnado  en mi tita Tere; era ella la que cada año lo compraba para mí en la tienda en  la que trabajaba, y es a ella a la que debo tantas horas de juegos infantiles  con mi querido muñeco de goma. En mis sueños vi a los tres Magos de Oriente  cabalgando en sus camellos, detrás de una gran estrella que les guió hasta la  puerta de mi casa.
       Ceuta, 9 de  Enero 2010 
 Fini Castillo  Sempere.
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 HOY HE SOÑADO QUE…
 “Gracias por enseñarme  tantas cosas”
       Cuantas veces pienso en la inmensidad del  mar, y me siento tan pequeña, tan pequeña como una gota de agua fría perdida en  los océanos; pero aún me pierdo más cuando pienso en el tiempo, y me pregunto:  ¿Qué es el tiempo realmente? Y se me antoja describirlo como horas, minutos y  segundos encerrados en un reloj, y cuando sigo pensando en las horas pasadas,  esas que quedaron ancladas en algún lugar, no me queda más que pensar que  aquellos segundos de nuestras vidas, quedaron enmarcado en un viejo reloj, que  casi en nuestro olvido quedó guardado en un rincón de la casa, o quizás en el  bolsillo de un viejo abrigo, o tal vez en un antiguo cajón de un mueble ya en  desuso. Hoy he paseado sobre las nubes, y el  espectáculo que he presenciado me ha maravillado; el día estaba gris, el cielo  se mostraba encapotado entre nubes blanquecinas. Éstas  corrían a la velocidad vertiginosa que les  marcaba el viento de levante tan habitual en el Estrecho; hoy soplaba con gran  furia, riñendo en su insolencia descarada todo lo que se le pusiera a tiro.  Nuestro atrevimiento fue mayúsculo al desafiarlo, y una ráfaga violenta rozó el  aparato volador; mi respiración se contuvo por un momento; el miedo me invadía,  porque no soy de volar, prefiero tierra firme; pero si no hay más remedio,  alguna que otra vez desafio la inseguridad y me embarco en la aventura. Como he  dicho anteriormente, el tiempo no acompañaba al paseo por el cielo; pero como  de todo hay que sacar el lado bueno, miré a mi derecha, hacía arriba, y  descubrí que entre dos grandes nubes grises, se abría un camino, y de el salían  unos rayos plateados que se irradiaban en el mar, formando  unas figuras geométricas.  Desde la distancia mi imaginación quiso ver  la cara de un ser grandioso; me recordaba  la imagen que representaban a” Dios” en los  libros de texto cuyo tema era la religión católica. Por un momento, solo por un  momento sentí la inmensidad del cielo, del cielo que mis ascendientes me han  enseñado con tanta devoción .En ese instante el miedo que sentía se disipó y me  encontré en una comunión indescriptible con algo tan superior que envolvió mi  alma. Al  momento, viaje por unos  instantes a mi tierna infancia, y me encontré con mi abuela;  ella,  con el empaque que la caracterizaba me  hablaba del” Dios Creador y de su  de su hijo Jesús”, y me acordé de la plegaria  que me hacía decir todas las noches: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo  por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, ¡tómalo, tómalo, tuyo es y mío no!  Después cogía mi pequeña mano y guiándomela me santiguaba, terminando con un  amén y un beso suyo en mi mejilla, esta acción la repetía mi madre, lo cual  dormía con la bendición de las dos mujeres más importante de mi infancia. Mi  abuela, mujer piadosa gustaba de contarme historias, que yo agradecía mucho, a  mi me gustaba escucharla y nunca tenía bastante; siempre quería que me contará más  y más. He de reconocer que  me han  gustado siempre  los cuentos y leyendas,  quizás de ahí venga mi afición a la lectura.
                          «Cuatro esquinitas tiene mi cama,cuatro angelitos a mi me guardan…»
 
 Esta es otra de las oraciones que  mi abuela me hacía repetir cada noche. Cuando  “alguien” se atreve, se para y se  se  sumerge en los recuerdo, nos encontramos un mundo nuevo, no desconocido porque  es un tiempo vivido, vivido por uno mismo en distintas etapas de la vida, y he  descubierto que solo hay que pararse y cerrar los ojos, y es entonces cuando nos  encontramos a ”nosotros mismo”, porque no somos el presente, somos algo más que  eso, somos un compendio de vivencias pasadas, presentes y posibles futuras, y  pobre del que no quiere reconocerlo así, porque estaría incompleto. A veces  para entendernos y entender nuestros comportamientos no queda más que  reconocernos, mirar hacía el pasado, hasta nuestra tierna infancia e ir tirando  del hilo de los recuerdos y seguro que descubriremos tantas, tantas cosas, y  especialmente viviremos de nuevos los besos y arrumacos de nuestros padres; esos  besos que quedaron guardados en algún rincón de nuestra alma y que de vez en  cuando hay que desempolvar para  volver a  sentirlos, porque nuestro corazón no entiende de edad, siempre es niño y  necesita de las caricias ya casi olvidadas de nuestros seres más queridos,  ¡nuestros padres y abuelos!
 
                      
                        
                          
                            
                              «Ángel  de la guarda,
 dulce  compañía,
 no  me desampares,
 ni  de noche ni de día,
 porque  me perdería.»
           Ceuta, 27 de Enero 2010                                                                                                        Fini Castillo Sempere. 
                      
                        
                          
                            
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                                                                         “A MI AMIGO MANOLO”               A mi me toca escribir esta   historia, que de real pasa a nostálgica. Cuando hablo de nostalgia me refiero a   todos nosotros, los niños/as del los años cincuenta, eso éramos nosotros, esos   niños que siempre van a recordar a un buen hombre, que con su anafe, su gran   cacerola, unas almendras y mucha, mucha azúcar hizo feliz a muchos niños, al   menos mientras el sabor meloso y dulce quedaban en sus paladares. Recordarte,   porque si hacemos trabajar nuestra memoria, allí, en aquella palmera del paseo,   como una visión estarás  como parte de su historia, y como no podía ser de otra   manera estarás siempre en nuestros   corazones. ¿Quién no se acuerda de Manolo?    ¡Si!, ese buen hombre, que ejercía de policía local, y además hacía las mejores   “Garrapiñadas del mundo”. ¡Si! Manolo, todos nosotros nos acordamos de ti; de   esos cartuchos blancos que rellenabas con esas almendras garrapiñadas, ¡uf! Que   estaban para quitarse el hipo de un mes. -Y que me cuentas del piñonate-, que a   veces te atrevías a traer, como un niño malo, y nosotros  nos peleábamos para   conseguir un poco de semejante manjar, almíbar de dioses, con esos piñoncitos   introducidos en esa lava embriagadora, ¡vaya, que se me hace la boca agua, con   solo recordarlo!             Manolo, tu eres el culpable, que   todos nosotros le pidiéramos a nuestras madres unas monedas, porque no podíamos   soportar ese aroma cautivador que nos envolvía, y no consumir semejante   exquisitez. Menos mal que a esa edad, con nuestros juegos y actividad, de niños   incansables quemábamos todas las calorías, y nuestra preocupación no era, coger   unos kilitos de más, con esas garrapiñadas bien repletas de azúcar; ingrediente   que hoy con nuestra edad, más de una lo tiene prohibido, por miedo al “engorde”   o alguna que otra enfermedad, ¡cosas de la edad!...
 Quién me iba a decir   a mí, Manolo, que con el tiempo, representaría contigo un sainete de los   hermanos “Álvarez  Quinteros”, nada menos que en el salón de actos del   Ayuntamiento, con una presencia de más de trescientas personas, cada vez que lo   pienso me azoro. Tengo que decirte que esa experiencia para mí fue maravillosa.   Interpretamos “La seria”, me diste un ejemplo de constancia, con decirte que tú,   aprendiste el papel antes que yo, llevándome unos cuantos años de diferencia, y   fuiste tú, quien me convenció para que llevara a cabo ese sainete contigo, y,   ahora me alegro, porque fue una experiencia muy gratificante; además lo pasamos   en grande, sobre todo cuando finalizó y nos envolvieron los aplausos de todos   los que se atrevieron a ir al salón de actos del Ayuntamiento.
             También tengo que decirte entrañable   Manolo, que tus chistes son famosos, y con ellos y tu gracia al contarlos, nos   has hecho pasar unos ratos muy agradables, sobre todo en los viajes que desde el   Centro de Servicios Sociales cada año preparamos para los mayores, Cuando   recuerdo tus chistes con mi hermano Manolo, mis hijos y sobrinos, nos morimos de   risa, las carcajadas se escuchan hasta en el “Puente Cristo”, sobre todo con el   chiste del “loro que se metía con el tuerto”…..¡que gracioso! Cuantos ratos   agradables nos has hecho pasar con tus historias, tus sainetes, tus chistes y   sobre todo con tus “ricas Garrapiñadas” las mejores del mundo. Ya eres famoso   Manolo. Estas escrito en la historia de este bendito Pueblo: CEUTA, como el   mejor “Garrapiñera del mundo”, pero sobre todo en letras de oro tu nombre   “MANOLO” y al lado unas letras que digan: “Una persona entrañable y buena”.        Ceuta,20 de Abril 2008   
                        
                          
                                        Fini Castillo Sempere.   | 
    
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                                                                               SUEÑOS INFANTILES       Hoy siento la nostalgia de aquellos años de  niña, cuando la ilusión al levantarme por las mañanas, después de una noche  llenas de sueños llenos de fantasías. Soñaba con Alicia en el país de las  maravillas, con el conejo y con aquellas cartas parlanchinas.  Sueños terribles cuando pensaba en Pinocho y  aquella ballena enorme se lo tragó. Recuerdo que aquel sueño me despertó con  gran angustia y envuelta en sudores; otro detalle que me impresionó mucho, eran  los niños raptados que convertían en burros; si,  aquello me asustó por mucho tiempo. Mis sueños  de princesas me traían sensaciones agradables, y eso contribuía a soñar  despierta con que algún día vendría a rescatarme algún príncipe azul, de  aquellos cuentos maravillosos que a mí me deleitaban. Los sueños solo son sueños, y rara vez se  hacen realidad, los príncipes azules no existen, ni conejos que hablan, ni  siquiera Aladino tenía una lámpara maravillosa, porque si así fuera, ya se la  habrían robado hace mucho tiempo; esa es la realidad cruda. Gracia a los  cuentos infantiles, los niños  y niñas  pueden soñar con tantas cosas fantásticas; los adultos no tienen esa capacidad.  Desde que nos enteramos que los Reyes Magos son nuestros propios padres, y que  el Ratón Pérez también son ellos, se nos acabó la magia de la inocencia  infantil. Y yo me digo “que pena” se podría alargar más  el tiempo de fantasía, pero casi siempre son  los niños los que descubren  la  verdad, los que  descubren los secretos a los más pequeños. Es  así, ¿quién calla a un niño que ha descubierto la verdad?
 En mi casa, la noche de Reyes es especial  todavía, porque realmente ellos nos visitan en nuestra parte más inocente, en  la de niños; siempre hay que creer en sueños, porque a veces las realidades son  duras y hay que dulcificarlas con los terrones de azúcar de la inocencia y la fantasía,  y así se quita en cierta manera el sabor agrio de la violencia, el paro, las injusticias  y tantas otras sin razones que invaden el mundo en el que vivimos; el mundo que  hemos creado nosotros mismos.
 Cuando era niña quería crecer en estatura y en años, ahora  que soy mayor quiero seguir creciendo como persona y me encantaría ir  decreciendo en años, quizás Aladino con su lámpara maravillosa consiga hacer  realidad mis deseos, quizás…
     Ceuta, a 28 de febrero 2.010  
                      
                                                                                    Fini castillo sempere.
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                                    DOMINGO DE RAMOS
 
     Mi  ciudad olía a Semana Santa, se acercaba el día señalado, donde todos los niños  y niñas estrenábamos algo, me refiero al Domingo de Ramos; era el inicio de la  primavera. Por aquellos días existía un dicho: “Domingo de Ramos, quien no  estrene algo, se le caen las manos” y allí estaban nuestras madres, haciendo  equilibrios económicos para poder comprar aquellos zapatitos blancos,  calcetines, rebeca… y el que podía, hasta estrenaba ese día muda nueva. Todos  los de mi generación sabrá de lo que estoy hablando, algunos con más esfuerzos  que otros, pero casi todos teníamos algo nuevo ese día; aunque fuera unos  calcetines blancos.  Mi madre me vestía con sumo cuidado, me  tenía preparado para la festividad, un vestido blanco y como era costumbre  almidonado, de batista perforada; me peinaba y me perfumaba con agua de colonia  que le había comprado al “Tarara” -vendedor ambulante y poseedor de una caja de  madera, donde portaba las mejores fragancias que se vendían en la ciudad-. Ahora  sé que ella se sentía muy orgullosa de su pequeña niña, que siempre la llevaba  inmaculada. Su frase siempre era después de vestirla: “hija, ten cuidado y no  te manches” Aquel vestido precioso, a partir de aquel día; sería usado en todos  los días especiales, tendría que durar hasta el año próximo, que de nuevo el  ciclo del estreno se haría presente. Hoy sin embargo ha cambiado todo tanto,  que las tradiciones han quedado relegadas, ya no hay que esperar a situaciones  especiales para estrenar indumentaria;  hay tanta ropa en los armarios que incluso es  difícil mantener el orden… ¡Son otros días, otros tiempos!
 Una vez  preparados mis hermanos y yo, mis padres también con sus mejores galas,  salíamos de paseo a ver la procesión. Paseábamos por la plaza de África y ya se  olía a la flor de azahar; fragancia exquisita propia de lugares bañados por el  mediterráneo. El  Ayuntamiento en  aquellos días estaba adornado por los naranjos amargos, que hoy impregnan mis  recuerdos. Yo no comprendía el motivo de todas aquellas naranjas sobre el  pavimento, algunas reventadas y espachurradas por el suelo; con lo ricas que  están las naranjas- pensaba- y al preguntarle a mi madre el porqué del  desperdicio de aquella fruta jugosa, me decía: «Esas naranjas no sirven para comer, son amargas» yo levantaba los  hombros y accedía a lo que me decía, pero seguía sin comprender el por qué esas  naranjas eran amargas.
 Al final de la calle, vi aparecer a un  vendedor, llevaba un palo largo de madera, y casi al centro un soporte con  muchos boquetes y cada uno de los orificios llevaba insertado un pirulí de  colores, envueltos en papel transparente; por supuesto la boca se me hacía agua  al pensar en aquel almíbar de colores. Como era preceptivo mi padre me compró  el pirulí ansiado de color rojo frambuesa.
 No había trascurrido mucho rato y cuando  pasábamos por el Puente Almina, descubrí a aquel hombre de pelo negro rizado,  que año tras año portaba una canasta de mimbre, un corcho donde ensartaba  alfileres,   papel de estraza, o recortes de periódicos con el objeto de envolver  aquel manjar.  Dentro de esa canasta  estaban aquellos “burgaillos” tan  exquisitos; como también era tradición mi padre me compró un “cartucho” de  aquellos caracoles marinos tan propios de nuestra tierra.
 Una  tarde de Semana Santa, no hace muchos años, vi a un hombre mayor, con pelo  canoso y rizado, a su lado observé una canasta de mimbre, era él -pensé- seguía  con la vieja tradición de antaño, lo observé en la distancia y por un momento  me sentí como aquella niña vestida de blanco de almidón. Al volver a mirar  aquel hombre ya no estaba, quizás se marchó a otro rincón a vender los  caracolillos marinos, o quizás solo estaba en mi imaginación de niña adulta…
 Recuerdo de mi niñez en aquellas tardes de  primavera, los niños nos sentíamos complacidos con aquellas “pequeñas cosas”, que ahora en el  recuerdo, me parecen las mejores  que mis  padres me podrían ofrecer en una tarde de Domingo de Ramos.
     17 de Julio de 2009-07-17                   
                      
                        Fini Castillo Sempere.   | 
    
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 CUANTO TE EXTRAÑO“Algún día en tu espalda me llevarás a los cielos”
 
 
 
     He crecido, he crecido tanto, hace rato que  me di cuenta, hace años que a mi cabello lo tengo engañado, hace tiempo que se  tornó plateado; y en mi coquetería le doy un barniz de color para suavizar el  paso del tiempo. Hoy más que nunca lo echo de menos, creí  que el tiempo desdibujaría el recuerdo, pero ha sido al revés, ahora lo añoro  más, añoro aquellos arrumacos, esas palabras de cariño que día a día me decía,  añoro tantas cosas. Quizás la pena de no tenerlo cerca, de no poder volver a  verlo se haya suavizado, pero la añoranza se ha incrementado, lo echo tanto de  menos…
 Nacemos, crecemos y morimos, dicen que es  ley de vida, pero qué difícil es hacerse a la idea de no volver a estar con las  personas que se quiere. El bálsamo del consuelo es fundamental para poder  afrontar estas cosas, pero es duro, muy duro y es inevitable.  Los padres deben emprender el camino y dejar  aquí su huella a través de los hijos, o personas cercanas.
 Mi nostalgia me ha trasladado a aquellos  días felices. En mi casa todos los días se comía a las dos de la tarde, era un  ritual; mi padre sintonizaba el transistor con las noticias de la BBC,  Gibraltar. Nosotros, me refiero a mi madre y hermanos, estábamos enterados de  todo lo que ocurría en el mundo, gracias a esa emisora poco recomendada por el  régimen. Durante la comida mi padre estaba pendiente de lo que aquel pequeño  aparato decía, y si nosotros hablábamos él con gran energía hacía sifffff  poniéndose el dedo índice sobre los labios; una vez finalizada las noticias que  le interesaban podíamos retornar los diálogos, que casi siempre eran preguntas  sobre el colegio y las notas, cosa que a mí me ponía muy nerviosa, porque temía  que me hiciera alguna pregunta de geografía, historia o calculo y fallar, él  tenía una cultura tan grande, gracias a su afición por el estudio.
 Siempre me he sentido una niña feliz, he  tenido una gran familia, y el paso del tiempo me ha ratificado que era así,  porque cuando se es pequeña esas cosas no se aprecian, se ven con normalidad;  pero con los años se valoran hasta las pequeñas cosas, los mínimos detalles y  especialmente los sacrificios de los padres para que a sus hijos no les faltara  de nada. Así ha sido mi familia; mis padres han carecido de cosas para darnos a  nosotros la mejor  educación y formación académica  adecuada para que nos pudiéramos defender ante la vida, y creo que lo han  conseguido. Y en cuanto a valores, ellos son mis referentes.
 Exigente, realmente era muy exigente en  relación a las notas, cuando llegaba el final de la evaluación ya me ponía en  tensión, tenía que aprobar todas sino ya sabía que me enfrentaba a una buena  regañina, ahí era inflexible, quería que nosotros le superáramos en  conocimientos, tarea muy difícil, porque como he dicho anteriormente tenía una  gran cultura general. Era tan estricto y a la vez tan entrañable, y sobre todo  una buena persona, ese valor lo acentúo y subrayo.
 Algunas veces sueño con aquellos días,  menos de lo que yo quisiera; así que abro el cofre donde tengo a buen recaudo  mis vivencias, y evoco pasajes de mi niñez, mi infancia, y me recreo en ellas. Hay  veces que solo con cerrar los ojos me traslado a un día cualquiera de verano, y  me veo  a la espalda de mi padre, él me  llevaba así por toda la playa del chorrillo, de punta a punta nadaba con fuerzas,  y yo estaba orgullosa de tener un padre tan atleta.
 Hoy es un día especialmente nostálgico para  mí, no sé por qué motivo o razón, pero es así, quizás porque cuando miro a mi  madre, ya muy anciana, a  él lo siento  muy cerca, y hoy domingo mi dedicación  a  ella es mayor; aquí me encuentro entre mi madre, y la ausencia física de él,  solo física, porque siempre está conmigo, así lo siente mi corazón.
   Ceuta, 27 de Junio 2010              
                      
                        Fini Castillo Sempere.
 
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       ´              MUELLE COMERCIO
 “Al recuerdo de aquellos 16 de Julio de antaño”
       Todavía recuerdo aquel olor característico  a barcos, olor a marineros, redes, gasoil, petróleo, recuerdo aquellos  atardeceres desde lo más alto del muelle comercio mirando a “la Mujer Muerta”.  Aún dibujan mis recuerdos aquellos días, cuando mi padre me llevaba al Muelle Comercio,  allí atracada estaba la pequeña “traíña” un barquito de pesca propiedad de mi padre,  que adquirió con muchos esfuerzos, pero con el objetivo de que le ayudara económicamente  a criar a sus hijos, poder mandarlos a la península para que adquirieran  estudios universitarios. Eran años duros, y había que buscar recursos más allá  de un sueldo que no daba para esos menesteres. Calentamiento de cabeza, idas y venidas  trajeron aquel pequeño barco, pero también la satisfacción para mis padres de  conseguir el objetivo marcado; allá en la península tres niños alcanzaron el  sueño de un hombre que siempre luchó con uñas y dientes porque sus hijos se  formaran, y él lo consiguió porque los valores que les trasmitió quedaron  anclados en lo más profundo de sus almas.
 El muelle Comercio, ese muelle marcado en  mis sentimientos por muchos motivos y razones, hoy está distinto; ha cambiado  la fisonomía. Ya no existe la muralla donde los pescadores apoyaban sus  espaldas a golpes de contar historias, hablar de todo lo que querían y deseaban;  aquel muro era un mundo de hombres, hombres con la cara morena de tanto sol,  mar y viento; lobos de mar que hablaban de sus hazañas, unas ciertas, otras  exageradas; sus roncas voces  las oigo en  mis recuerdos como las mejores melodías, canticos de sueños y esperanza. Hoy  cuando miro hacía aquel lugar, extraño aquellos días,  aquellos hombre rudos por la fuerza del mar,  extraño a mi padre en aquel lugar, extraño tantas cosas…
 Esa noche no dormí, el nerviosismo me  podía, mi casa respiraba distinta, se celebraba la festividad de la Virgen del  Carmen, y la pequeña “traíña” saldría adornada como el resto de los barquitos para  acompañar a la Virgen.  Como no podría  ser de otra manera mi padre me llevaría en la procesión marinera a bordo del “Charrán”  así se llamaba nuestro barco que ese día lo engalanaban precioso para el  esperado paseo. Multitud de barquitos acompañaban a la Virgen, las sirenas de  los barcos mercantes atracados en el puerto no paraban de sonar; era un momento  mágico, sobre todo para una niña que siempre dimensionan las emociones.  Los fuegos artificiales casi rozaban nuestras  cabezas; ¡qué emoción sentía! Hoy ha cambiado todo tanto, ahora sería impensable  que aquellos pesqueros salieran como lo hacían antaño, quizás sin medidas de  seguridad. Yo sigo pensando en aquellos días, donde las tradiciones primaban  sobre otras cosas, donde los niños disfrutábamos en aquellos días del paseo por  mar acompañando a la Virgen, a una Virgen que nos protegió porque nunca pasó  una desgracia en aquel alboroto marinero.
 Hoy irremediablemente cuando llego a la  plaza de la Constitución me paro, dirijo mi mirada hacía el antiguo muelle de  pescadores y mi imaginación vuela por unos instantes a aquellos días cuando era  niña, y huelo de nuevo la sal que desprendían los vientos, daba igual cual  fuera, si levante o poniente. Mi olfato se impregna de olor a redes y gasoil;  mis oídos nuevamente oye aquellas rudas voces de hombres curtido por el salitre  de nuestros mares, oigo sus risas, y siento sus ilusiones; siento el sudor del  trabajo duro de aquellos días, y siento el amor que le profesaba mi padre a  aquellos muelles que por años recorrió palmo a palmo. Cuando miro al Muelle  Comercio, siento tantas cosas…
                                                Ceuta, 10 de Julio 2010
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                        Fini Castillo Sempere
 
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  LA INOCENCIA PÉRDIDA
 “La magia siempre debe existir en los corazones,                                                                                                             tenedla como un lindo tesoro”
 
 
       Aquella niña compartía mis horas de enseñanzas en un colegio de religiosas  las “Reverendas Hermanas Adoratrices”, allí pasé mi primera infancia y fue allí donde mi compañera  junto con otras niñas me abrió los ojos sobre muchas cosas. Mi inocencia se fue deshojando pétalo a pétalo como el enamorado  deshoja una margarita para saber si su amada lo quiero o no. «Los Reyes no son los Reyes» -dijo-, me lo ha dicho mi prima, todas las chiquillas nos arremolinamos a su alrededor con los ojos bien abiertos  mostrando incredulidad pero a la vez, la intriga nos invadía. Queríamos saber más cosas, no nos conformábamos solo con aquel malintencionado y malévolo comentario en boca de una inocente niña. Yo tenía nueve años, y una gran inocencia como las niñas de la época, aunque siempre como en todo hay alguien que es más espabilado, o quizás al ser más mayor en un año o dos, ya llevan la ventaja del tiempo vivido y  se encargan al igual que le hicieron a ellas, descubrir la verdad tan escondida por los mayores. A mí algo se me movió dentro de mi alma, no sabía si el descubrimiento era verdad o no, por una parte pensaba que sí, pero cuando le daba vueltas a la cabeza y recordaba  la noche de reyes,  mi pequeño estomaguillo se encogía produciéndome una sensación extraña. Investigaré cuando llegue la hora-pensé-
 Ya quedaban pocos días para Navidad, y habían sido muchas las reuniones entre mis compañeras de colegio para hablar de la noche de Reyes, recuerdo que en nuestras conversaciones trazamos un plan: esa noche nos quedaríamos sin dormir, simularíamos estar dormidas y así podríamos comprobar la verdad del asunto.
 Salí con mis padres a ver la cabalgata de Reyes, no sé que me pasó por la cabeza, pero la sensación de inquietud y de incomodidad me invadía, sobre todo porque la tarde anterior había estado registrando el gran armario  de mis padres; abrí con sigilo una de las puertas mientras mi madre estaba distraída y metí mi pequeño brazo hasta el fondo para ver si había algunos de los juguetes que pedí en mi carta a los Reyes Magos, allí no había rastro de nada; cerré con sumo cuidado la puerta para que mi madre no se diera cuenta y salí azorada a la puerta de la calle, temerosa y empavonada, me sentí mal porque sabía que aquella acción no estaba bien; ya no lo volveré a hacer más- me dije-
 Los Reyes venían calle Real abajo, y yo como si no hubiera roto un plato estaba al lado de mis padres, ellos me miraban como miran los padres en ese día a sus hijos, porque no sé quien tiene más ilusión en ese día, si los hijos porque reciben lo deseado, o los padres que colman los deseos de sus hijos. Ahora que ya soy abuela y soy madre, sin duda   lo segundo. Respiré profundamente y me envolvió la magia de aquellos tres Reyes de Oriente; alcé los brazos y grite a mi rey Baltasar para que me arrojara  caramelos: ¡Baltasar, Baltasar! entre el bullicio y manos recogiendo caramelos que caían en el suelo, se me olvidó por un momento mi gran duda, y me sumergí en la realidad del momento.
 Después de cenar, mi madre me dijo que había que dormir pronto para que los Reyes vinieran a visitarme y obsequiarme con algún regalo, yo le hice caso y fui a la cama sin protestar después de dar el preceptivo beso de buenas noches a mis padres, me introduje en mi cama, mi madre me tapó como cada noche. Mi intención no era dormir, me quedaría vigilando toda la noche para descubrir la verdad, sí, eso haría.     El sueño me rendía, intentaba no quedarme dormida. Ahora después de tantos años al recordar esta historia, creo que Morfeo me llevó a su reino en pocos minutos. Me desperté sobresaltada, abrí los ojos y allí delante de mi cama estaba ella, la muñeca que deseaba con todo mi corazón, salté de la cama la cogí entre mis brazos y salí corriendo a la habitación de mis padres: ¡mama, papá mirar lo que me han traído los Reyes Magos! Era tanta mi alegría que me olvidé de quien realmente eran los Reyes Magos, ya tendría tiempo para descubrir la verdad en otro momento
 
 Ceuta, 30 de Julio 2010
 
 Fini Castillo Sempere
 
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                         EN  AQUELLOS  DíAS“En recuerdo a  Mariquita, una mujer entrañable, con todo mi cariño”
 
 
 
     Hace ya muchos años, casi cinco décadas,  llegaban las televisiones a  muchos  hogares de este país. Yo recuerdo cuando el aparato fantástico llegó al  mío,  titularía aquel momento como la emblemática  película protagonizada por Robert Mitchum “Con él llegó el escándalo” Pues el  escándalo llegó cuando las azoteas se adornaban con aquellas antenas símbolo de  que el progreso se estaba introduciendo en este país a paso agigantados. En mi barrio, la primera televisión llegó a  casa de la familia Bermúdez para la alegría de muchos niños de los pabellones,  que cada tarde nos emplazábamos en el comunitario salón de Mariquita. Ella era  la madre de aquella numerosa familia, y una gran mujer con un corazón tan  grande como su menudo cuerpo. Realmente Mariquita era una mujer extraordinaria,  todos los niños del barrio la queríamos. Su cocina siempre abierta para saciar  nuestra sed; cada tarde se repartían muchos vasos de aguas para aquellos niños  sedientos a consecuencia de los juegos infantiles consistentes casi siempre en  correr en la libertad de nuestro barrio.
 Después del bocadillo de chorizo Revilla y  el vaso de Cola Cao, y un buen retoque de peinado aliñado con colonia “Heno de  Pravia” a granel, de manos de mi madre, me dirigía a toda velocidad a casa de  Mariquita, y allí haciéndenme un sitio en el suelo entre los chiquillos que ya  habían cogido las primeras filas, me acoplaba para ver embobada los programas  infantiles de la época. Recuerdo en aquella casa haber visto por primera vez la  serie televisiva de gran éxito “Bonanza” Aquello era increíble, estaba tan  ensimismada en la película que no apreciaba el acorchamiento de mis pequeñas  nalgas al estar tanto tiempo en el frio suelo. El salón estaba a rebozar, y  Mariquita con su buen gesto sonreía e invitaba a los que habían tenido la  suerte de estar dentro del pequeño cine, que dejáramos por un rato a los que  quedaban a la puerta sin poder entrar, cosa que a los de dentro que ya  estábamos bien acomodados, no nos hacía ninguna gracia, ahora comprendo el  gesto de equidad de aquella maravillosa mujer.
 Mi padre apareció en casa un  día con una gran noticia: -He comprado un televisor- mi madre al igual que mis  hermanos y yo nos alegramos, ya tendríamos televisión propia;  era una noticia fenomenal y agradecimos con entusiasmo  esa compra maravillosa. Me introduzco en los recuerdos de aquellos días, y me  siento feliz y orgullosa de mi padre que hizo posible que aquel aparato llegara  a nuestra casa. El recibimiento fue apoteósico, me sentía tan orgullosa. La  primera noche, mi padre muy serio me dijo:
 -Hija, ya es hora de ir a la  cama.
 ¿Cómo era posible que no me dejaran ver  aquello que había ansiado tanto?
 -No puedes ver la tele  porque esta película tiene un rombo, además ya es hora de dormir.
 El reloj señala las nueve de  la noche;  la hora innegociable; la hora  que como un mandato divino, señalaba que el tiempo para los juegos, para las  niñas en aquellos días, había concluido. Obedecí sin rechistar a mis padres,  aunque no entendía nada lo del rombo, y menos aún que no me dejaran ver aquel  maravilloso aparato que me abría un mundo nuevo.
 Pasaban los días y las  tardes me traían aquellos programas infantiles, la novedad me duró poco porque  echaba de menos el ambientillo de casa de Mariquita, y sin dudarlo comí el  bocadillo de chorizo Revilla, me bebí lo más rápido que pude el Cola Cao y salí  corriendo a la calle dirección a aquella casa entrañable, y según salía  vociferé a mi madre:
 -Mamá me voy a ver la tele  a casa de…
 No le di opción a que me lo  impidiera justificando que ya teníamos tele, porque en un segundo ya me  encontraba en aquel acogedor salón, haciéndome sitio en las baldosas frías del  suelo de casa de Mariquita, entre los niños y niñas de la Junta Obra del  Puerto.
 
 
     Ceuta, 28 de Agosto 2010 
 
 Fini Castillo Sempere
 
 
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 EL LECHERO
 «A tu memoria, en la brevedad de sólo unos años»
 
 
 Sonaba la campanilla, ¡tilín, tilín, tilín…!  el cabrero se acercaba, yo miraba por la ventana de la cocina y podía ver como  aquel joven sonriente bajaba por la calle delante de un grupo de cabras; era el  lechero que cada día vendía la leche espumosa que ordeñaba a sus cabritas. A mí  me encantaba ver realizar aquel trabajo, incluso un día cuando mi madre me  mando coger la jarrita de la leche para que comprara medio litro,  me atreví a pedirle  a aquel joven que me dejara probar a mí, el  chaval, con una sonrisa me dijo:
 -Es fácil, hazlo de esta manera…
 Después de las explicaciones, me atreví y  solo conseguí sacar un pequeño chorro de aquellas repletas ubres; el animal protestó,  seguro que en mi  ignorancia le apreté  demasiado ocasionándole algún daño. Me sentía emocionada y en mi alegría  el lechero me permitió que volviera a  intentarlo, en esta ocasión conseguí algo más de esa leche espumosa que la  cabrita permitió regalarme.
 Hacía varios días que el lechero no aparecía  por los pabellones, las mujeres se extrañaban, pero no se le dio demasiada  importancia, aunque en aquellos días no era tan fácil como ahora comprar leche,  y casi todo el mundo usaba leche condensada. Un día apareció el lechero, pero  no era aquel joven, era un hombre mayor de aspecto rudo, mi madre lo conocía  porque en un principio era él el que venía vendiendo la leche, hasta que le dio  paso a su hijo. Mi madre salió con su jarrito a por el líquido blanco, y  después del preceptivo saludo le pregunto por su hijo; y este hombre con  aspecto rudo, se le cambio al momento la cara, de tal manera, que   de sus  ojos se desprendió una lágrima que rodó por su rostro que  con un gesto rápido la limpió con su puño.
 -Mujer -respondió-, mi hijo hace una semana  que ha muerto.
 ¿Cómo es posible, si era un joven tan lleno  de vitalidad?
 -Bien es verdad que era así, pero sufrió  una peritonitis, y no se ha podido hacer nada por salvarle la vida.
 Al momento el lechero se vio rodeado de mujeres  que le daban el pésame de todo corazón y el hombre en su tristeza agradecía las  condolencias, y como no podía ser de otra manera él siguió llenando los jarros  de leche llevando en su pecho el dolor terrible de haber perdido un hijo. Desde  ese día el lechero padre, caminaba cabizbajo delante de su pequeño rebaño de  cabritas a solas con su pena…
 Recuerdo que cuando me enteré de aquella  trágica noticia, la tristeza me invadió, no entendía bien porque aquel joven se  había muerto; me impresionó mucho aquella partida inesperada, y muchas veces a  través de los años recuerdo aquel joven lechero, y pienso: ¿ por qué la vida  fue tan injusta con él?
 ¡Tilín, tilín, tilín, el lecherooo…! Alguna  vez me asomé a la ventana y vi al hombre rudo delante de las cabras, pero en mi  imaginación veía al joven lechero con una gran sonrisa bajando, entre las  palmeras doradas del antiguo jardín de la “Junta,  delante de sus cabritas…
     31 de Agosto 2010                                      
 Fini Castillo Sempere.
 
 
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         SIETE AÑOS,EL TRAJE DE COMUNIÓN
 
 
 
      Aún es muy temprano, ni siquiera ha amanecido y el sueño me ha abandonado, decido dejar el lecho  y fusionarme con el ordenador para escribir algo, aunque todavía no sé qué. Me paro a pensar y mi memoria evocativa toca en mi cabeza pidiendo permiso para entrar en mis pensamientos, ella quiere volar como un ave libre por mis recuerdos de casi una vida. De pronto siento que mi alma vuela, vuela por mi vida acariciando lentamente mis horas, días y años que quedaron atrás, al igual que las páginas de un libro cuando se ha leído;  siento que mi alma prendió el vuelo porque tiene alas, unas alas imaginarias que hace posible viajar a lo más profundo de mi corazón.
 Hoy tengo siete años, la edad de mis nietas, dos niñas que quiero y adoro con toda mi alma, alma de abuela que a veces cree que son sus hijas;! las quiero tanto! Es Domingo, y a las nueve suenan las campanas de la capilla de las “Hermanas Reverendas Adoratrices” y como es preceptivo debo acudir junto a mis compañeras de clase a oír la Santa Misa que es obligatoria para las alumnas del colegio, todas con un largo velo enmarcado en un elástico blanco que encajaba perfectamente en nuestras cabecitas. Es el momento de iniciarme con cuerpo y alma al conocimiento del catecismo, hasta ahora solo sabía las oraciones que mi madre, mi tía Tere y mi yaya me habían enseñado y rezaba antes de dormir. Ya queda poco para hacer la primera comunión, esa era la edad predeterminada para tomar el Cuerpo de Cristo.     Ahora me hago tantas preguntas al respecto: ¿estaríamos preparadas a esa edad para saber realmente el significado de la consagración? Recuerdo  con cierta angustia cuando tenía que ir a confesar aquellos pecadillos con el sacerdote del colegio, ahora me causa risa, porque eran cosas tan nimias como la vida  misma. Siempre termino con la misma reflexión “cada época tiene lo suyo” aunque creo que cargar con pecados a tan temprana edad no es bueno, porque produce una angustia inútil, de ello doy fe.
 Quedaba una semana para el día esperado y tenía tantas cosas que hacer: ensayar en la capilla del colegio, probarme el precioso traje que me estaba confeccionando mi tía juanita, portarme bien para no tener pecados. Me preguntaba ¿Cómo voy a estar tanto tiempo sin pelearme con mis amigas? Vaya rollo eso de no tener ningún pecadillo, aunque me habían dicho que hasta tres pecados veniales se podían permitir, o al menos así lo entendía yo, cosa que me tranquilizaba.
 El vestido era precioso, me miré al espejo y me sentí como una pequeña princesa, mi tía me colocó el larguísimo velo tras un moño con una corona que me preparó mi madre, ella se sentía satisfecha de ver a su pequeña  de tal guisa; con sumo cuidado me desvistieron y el traje quedó en el taller de costura para finalizar la obra. Camino de la casa, mi madre me tomó de la mano y me dijo lo importante que era hacer la comunión, me hablo de JESÚS y del significado de ese día, como no podía ser de otra manera, aprovecho el momento para recordarme que me debía portar bien, especialmente después de gran acontecimiento.
 -Si mamá,  a partir de ahora seré buenísima, contesté de todo corazón
 Al llegar a casa me llevé una gran sorpresa, mi padre había recogido de la imprenta los recordatorios que había encargado para repartir el día de mi primera comunión, me los enseñó y me sentí muy importante al ver mi nombre gravado en aquellas pequeñas estampas.
 Recuerdos, recuerdos que llevo gravados en el fondo de mi alma…
 
 
     Ceuta, 18 de septiembre 2010                                                                          Fini Castillo Sempere
 
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 LAS  CORTINAS ROJAS
 
 
 Desde muy pequeña he sentido la necesidad  de aprender cosas nuevas, he sido muy curiosa y sobre todo preguntona, quizás  es un defecto o una virtud, todavía no lo tengo muy claro. Mi madre se  desesperaba conmigo cuando en un breve espacio de tiempo le hacía mil  preguntas: ¿y eso por qué?; y ¿por qué…?, y ¿por qué…?. A veces, no sabría las  respuestas o quizás no podía contestarme por lo comprometida de la pregunta,  que en aquellos tiempos de censura, sería inviable contestar.
 Han pasado los años, y mi curiosidad sigue  siendo la misma, me hago cantidad de preguntas sobre tantas cosas que todavía  aún con mi edad no comprendo. Me pregunto por las injusticias que existen en el  mundo, por qué existen  diferencias entre  norte y sur, por qué el poder corroe tantas veces a los débiles, por qué  existen miradas de amor, de odio, de dolor que se clavan  en lo más profundo del alma, por qué…
 Aquel día mi madre me dijo  que iríamos a casa de mi tía Juanita a  probarme un abrigo que me estaba confeccionando.  Mi tía de profesión modista y de las buenas,  tenía un taller de costura en su casa, y allí trabajaban algunas jóvenes en la  confección de tantas prendas que después lucirían las mujeres por las calles de  Ceuta. Mi padre también nos acompaño a la visita, así que los tres emprendimos  el camino hacia la casa de su hermana;              a  mi me encantaba esa visita por varios motivos, el primero era porque en breve  estrenaría una prenda nueva, y el segundo porque me encantaba ver como las  modistillas cosían e iban formando de un trozo de tela un precioso vestido.  Después de los oportunos saludos, mi tía le enseño a mi madre las bonitas  cortinas que había puesto en el salón para separarlo  del pasillo; las cortinas de color rojo y de  un brocado que formaba extraños dibujos,  ¡realmente eran bonitas! En la distracción de  la charla, no me hacían mucho caso, y yo sin pensarlo dos veces, cogí unas  grandes tijeras olvidadas en un rincón de la mesa y me dirigí hacía las lindas  cortinas, solo con la intención de imitar a aquellas jóvenes, que con tanto  esmero cortaban las piezas de telas de colores, después de marcar con una tiza  plana de color azul.
 Cuando estaba en plena faena, y las  cortinas cortadas en varios trozos, oí una voz gritar:
 -¡Dios mío, mis cortinas! ¡Qué has hecho criatura! ¡Dios mío las  cortinas nuevas!
 Quedé petrificada, no sé porqué supe que  algo iba mal, yo solo estaba intentando hacer lo que aquellas jóvenes, cortar  algún pedazo de tela; no entendía aquel alboroto y menos las cara de espanto de  mis padres; si, algo iba mal, de eso estaba segura, porque a mi tía le iba a  dar un patatús. El taller se paralizó, mi padre se dirigió hacía mí como un obelisco,  la regañeta fue mayúscula; mi madre quería que en ese momento se la tragara la  tierra, y lo peor de todo es que mi tía no tenía consuelo, acababa de perder  sus lindas cortinas a manos de una niña atrevida que solo quería ser una  modistilla por un rato. Hoy todavía me pregunto ¿fue para tanto? Esa pregunta  me la he hecho toda la vida, porque con solo cinco años, sentí en mí las  miradas acusadoras de gente que quería y no entendía el mal que había hecho,  cuando allí se dedicaban siempre a cortar y cortar telas; yo sólo quería imitar  a aquellas jóvenes en el arte de cortar; ahora, después de tantos años he  sacado varias conclusiones:
 -Mi tía perdió sus bonitas  cortinas
 -Mis padres se llevaron un gran  disgusto.
 -Y yo, en cierta manera sentí el  miedo de la acusación, ese hecho me ha perseguido durante mucho tiempo, y ahora  estoy segura que mi acción fue inocente, pero las consecuencias me  afectaron hasta el día de hoy; sin embargo a  partir de este momento, la deuda está saldada, porque estoy segura que cuando  estas líneas vuelen hacía el cielo, ella esbozará una dulce sonrisa.
     Ceuta, 15 de octubre 2010                          
 Fini Castillo Sempere
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   NUESTRA PLAYA
       El verano nacía y con él las ilusiones de  las niñas y niños de la Puntilla, llegaba la hora, después de un largo  invierno, de zambullirnos en aquellas aguas trasparentes de nuestra pequeña  playa; una playa que nos pertenecía, la sentíamos tan nuestra, solo teníamos  que alzar un poco la vista y a unos 200 metros nos encontrábamos con nuestra  pequeña isla, una gran roca donde los niños pasaban horas y horas  mariscando  y zambulléndose en aquellas  limpias aguas. Los días de levante eran especiales, se  formaban unas grandes olas que nosotros la saltamos, a veces el impulso del  agua era tan grande que nos envolvía con tanta fuerza que después de  revolcarnos una y otra vez, salíamos casi exhaustos, para volver a tragarnos;  era tan divertido ver a todos los chiquillos saltando las olas,-¡cuidado que  ahí viene otra!
 Mi casa estaba tan cerca de la playita,  solo había que cruzar la carretera que separaba   los pabellones. Desde la ventana de mi cuarto oía el rumor del mar, y mi  olfato podía oler la salinidad que el viento traía al ambiente. Hoy, en la  nostalgia de mis pensamientos, siento el agua fresca salpicándome la cara,  siento el placer de los rayos de sol acariciándome  cuando flotaba con los brazos abiertos  haciéndome “la muerta”, siento las risas de mis amigas alborotando y buscando  las cincos chinas de cantos redondos, para jugar a mi juego preferido,  reconozco que era una experta el lanzar y recoger las pequeñas piedras. Este  verano en un paseo matutino por la playa de Conil, no he podido resistir la  tentación de buscar diez chinitas para enseñar a mis nietas este juego que a mí  me entusiasmaba.
 Todos los días acudía a la cita con mi  playa, mi memoría está llena de anécdotas y recuerdos, era una niña tan feliz;  eran días de juegos, juegos y más juegos. Allí nos reuníamos como un ritual  veraniego mis amigas y yo, solo nos preocupábamos de bañarnos y disfrutar del  mar, el sol no nos preocupaba, no era hora de pensar en tostar nuestra piel,  eso vendría años después, con la coquetería de la adolescencia.
 Nosotros poseíamos la playa, era solo  nuestra, de los niños y niñas del vecindario, las madres estaban ocupadas en  las tareas del hogar y los padres trabajaban, así que eran tiempo que los niños  se responsabilizaban de su propia seguridad y llegar a casa a la hora de comer  sanos y salvos. ¡Eran otros tiempos! Sabíamos cuidarnos a la perfección, los  hermanos mayores cuidaban de los más pequeños, yo tenía dos protectores  excepcionales: mis hermanos mayores, que siempre me tenían controlada.  Allí jugábamos todos, de distintas edades,  esa era nuestra cotidianidad del verano. La playa era nuestra aliada en  aquellos maravillosos años de la niñez perdida y encontrada en nuestros  recuerdos…
 Ceuta, 24 de Octubre 2010.    Fini Castillo Sempere. | 
    
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  EL DESTINO
 “El destino nos perseguirá siempre, aunque  estemos lejos”
 
 
 
 La reciente niñez me abrazaba como una  madre abraza a su amado hijo, me sentía una niña feliz, en una familia feliz,  donde trabajaba el cabeza de familia para traer el sustento a casa; mi madre se  dedicaba a las tareas del hogar, que no eran pocas. Bien es verdad que los  jornales de esa época eran bajos, que con dificultad alcanzaban para vivir. No  recuerdo que en aquellos años finales de los cincuenta la gente tuviera  vacaciones, al menos con la que yo me rodeaba; Era impensable para la gran  mayoría de trabajadores disfrutar de un mes, ni siquiera de quince días de  vacaciones en la península. Mi madre con algunos de mis hermanos, conmigo  nunca, viajó en ocasiones a su tierra natal, allá en Santa Pola; un pueblecito  costero y pescador de Alicante. Ahora comprendo que el motivo del viaje era  reunirse con su familia que añoraba tanto, más que viaje de ocio. Mis abuelos  por circunstancias de trabajo vinieron a Ceuta con la intención de volver a sus  raíces, pero por causas sobrevenidas no pudieron, quedando mi abuelo muy joven  enterrado en esta tierra, mi tierra.
 
 La vida siguió, y ahora me pregunto: ¿Existiría  mi familia si la decisión tomada en un momento hubiese sido otra?  ¿Qué hubiera sido de nosotros si mi abuela se  hubiera marchado con sus cuatro hijos en busca de su familia. Si, ¿qué hubiera  sido de nosotros y cómo hubiese transcurrido la vida al haberse alterado  algunas circunstancias de nuestra pequeña historia...? La incertidumbre llena mi  corazón con estas cuestiones, y a mi pesar no puedo contestarlas porque se  hallan más allá de mi alcance; sin embargo, bien pudiera adivinar, que   quizás  la existencia de mis hermanos y la mía, y todo  lo que ello acarrearía no existiría. Resulta  curioso pensar que todo es fruto de la  casualidad, de instantes, de momentos de amor, o ni siquiera eso. Dios sabe  que…
 
 A lo largo de la vida nos hacemos tantas  preguntas, algunas simples y otras no tanto, existenciales diría yo, y los “por  qué” surgen una y otra vez, hay tantas cosas que no se entienden y lo peor es  que a veces no encuentras respuestas, es todo tan sencillo y a la vez tan  complicado, ¿será por la imperfección del ser humano? Cualquiera sabe…
 
 Me hubiera gustado correr por las calles de  Santa Pola como hicieron mis hermanos, haber olido el viento de aquellas  tierras, que aún sin vivirlas, las llevo muy dentro de mi corazón;  amor que me   ha trasmitido mi madre, mujer llena de añoranzas de sus gentes, de sus  calles y de  sus playas. ¡Cuanta  nostalgia has sentido madre!, cuanto has añorado aquellas callejuelas  impregnadas de mar; recuerdos de mujeres arreglando las redes, de hombres que  despedían a su familia desde los muelles, ¡cuánta nostalgia has sentido madre!,  de lo que te arrebataron en aquellos años de tu infancia, ellos no decidieron,  fue el destino quien decidió por ellos.
 
 La historia de los pueblos, de las gentes  así se escribe, a veces se es esclavo del destino; un momento, un instante, una  causa puede cambiar el sino de las personas. A veces tan solo una mirada  cruzada en el momento justo, tal vez la llegada tarde a la estación quedando en  el andén la ilusión de un beso, o la pena de un    adiós, quien sabe…
 
 Ceuta, 29 de Octubre 2010
 
 Fini Castillo Sempere
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 MI  MOCHILA
 “A todos aquellos que tuvieron su talega de tela en undía tan   especial"
 
 
 Clic, clic, clic, solo necesito cerrar los ojos y  trasladarme al comedor de mi casa, y ver a mi madre delante de la máquina de  coser confeccionándome una talega de tela; ella ha rebuscado en la caja de  cartón donde hay retales de telas sobrantes de las prendas de vestir que se  realizaban artesanalmente en aquellos días. Un trozo de tela de vichí de  cuadritos blancos y rojos ha sido la elegida para ser mi talega  el día de la “Mochila.”
 La noche anterior al día señalado estaba  muy nerviosa, sería un día especial porque me iría con mis amigas a disfrutar  de la libertad del campo, iríamos a San Amaro y desde allí subiríamos al Monte  Hacho, allí nos comeríamos la mochila, que consistía en: nueces, castañas, pan  de higos, higos, almendras, almendras americanas, una naranja de cañadú, un  menbrillo, una manzana y un plátano, como no podía ser de otra manera el  plátano nunca era comido, porque quedaba aplastado en el fondo de la talega.
 Después de buscar una piedra apropiada para  partir todos esos manjares, me ponía a partir las almendras,  sus cascaras eran muy duras; antaño las  mochilas de tela de los niños y niñas se presentaban  de esa guisa. No había zumitos, tampoco las  bolsas de chucherías de mil colores, y tantos caprichos que consumen los niños  del siglo 21. La tradición de este día era comer frutos secos, pero en su  estado primitivo, es decir sin “pelar” ello era parte del encanto de ese día,  que más de un chiquillo aparecía en su casa con el dedo espachurrado por la  piedra rompe almendras y nueces. Eran otros tiempos, tiempos de vivir cada  pulso que nuestros corazones lanzaban con ilusión e inocencia; realmente eramos  niños inocentes y muy felices, desconocíamos los programas  de televisión a veces perversos de estos  días, donde la descalificación, el insulto, y otras joyas prevalencen en contra  de otros valores ya perdidos y tan importantes para el desarrollo de la  personalidad de los niños. Si, son otros tiempos.
 El campo estaba repleto de niños y niñas  que desde muy temprano buscaban el divertimento, a veces contábamos historias  de miedo, era lo propio en días donde los cementerios se adornaban de flores en  recuerdos de los seres queridos que partieron un día a algún lugar del cielo.  Estas fechas propiciaban las historias de fantasmas y aparecidos; a mí me daban  terror cualquier historia que hablara del más allá, aunque me encantaba oírlas,  aún sabiendo que en la noche las recordaría y el miedo se haría presente en mí.
 “Mi mochila, mi mochila, no se la come el  gallo ni la gallina, y si mi barriga” esa cancioncilla la canturreábamos los  chiquillos, disfrutábamos tanto de tan poca cosa, al revés que ahora; hoy hay  tanto y se disfruta tan poco; nosotros nunca nos aburríamos y bien poco  teníamos, ahora escucho en muchas ocasiones: “estoy aburrida” y la casa repleta  de cosas: juguetes, videos-consolas, ordenadores… cuantas diferencias en tan  pocos años, quizás a cada uno le toque vivir un momento, una situación social,  quizás sea demasiado negativa y vea el mundo distorsionado, y éste, sea el  mejor momento para los jóvenes de hoy,  porque yo, me quedo con el mío.
 El campo está repleto de familias, la moda  se ha extendido a los padres, madres, abuelos; todos quieren participar de este  día y me parece bien; solo que no veo las talegas de tela confeccionadas  por  las madres, tampoco escucho a los  chiquillos cantar: “mi mochila...” y sobre todo ya no se siente la sensación de  libertad, la sensación de ir en pandilla sin miedo, de considerarnos responsables  de nuestros actos, de andar el camino a pie hasta llegar al objetivo con la  ilusión de sentirnos los mejores, también teníamos la sonrisa de nuestra madre  cuando nos veía llegar, todos y cada uno de nosotros llenos de suciedad, con la  ropa desvencijada, y con la mochila al hombro con apenas alguna castaña y el  plátano machucado en el fondo de la bolsa de tela; esa ya no valdría, el año  que viene las madres volverían a hacer el ritual de prepararle a sus hijos la  talega para ¡el día de la Mochila! Si, eran otros tiempos…
 Ceuta, 29 de Octubre 2010
 
 Fini Castillo Sempere
 
 
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 NAVIDAD
 “Siempre  serás parte de nuestras Navidades estés donde estés”
       Ya ha comenzado el mes de diciembre, mes  que siempre se relaciona con la llegada de las Navidades.  Cada vez las ciudades se alumbran y adornan  antes, tal vez el motivo esencial de ello   es el elevado consumismo que actualmente impregnan  a los ciudadanos. Este año se aprecia la  crisis, las ciudades siguen estando alumbradas, pero ya no es el derroche de  años atrás. La crisis es una realidad, y aún así nos arañaremos los bolsillos  para depositar junto al árbol de Navidad algún que otro regalo, o esperar que  los tres Magos de Oriente nos sorprendan. Mis Navidades siempre fueron muy felices,  mi casa olía a azúcar y canela, en un rincón del comedor se preparaba el  nacimiento, y en los últimos años también se colocaba  el abeto adornado con bolas de muchos  colores. En aquellos días ni única preocupación era vivir la ilusión del  momento, esperar la llegada de los Reyes Magos y poco más. Ahora es tan  distinto, estás fechas me traen sentimientos encontrados, siento la nostalgia  de aquellos días, siento la ausencia de mi padre, él era parte de mis  Navidades, y ahora su sitio está vacío. Siento la ausencia de mis hijos, por  aquello que hay que compartir, siento alegría, tristeza, nostalgia, e incluso  miedo a una realidad agobiante que nos ahoga cada vez más;  me pregunto ¿Cómo estaremos el año que viene?  ¿Habrá cambiado la situación económica del país? Quizás estas fechas son días  de reflexionar sobre muchas cosas, es conveniente de vez en cuando hacer un  parón y mirar alrededor y ver qué pasa con los que menos tienen, con aquellos  que esta festividad la viven sin abetos navideños, sin luces porque en sus  corazones albergan la desesperación del paro, la desesperación de no poder  darle un techo ni mantener a sus hijos.
 Volviendo a mis sueños de niña, siento la  alegría de aquel hogar donde fui tan feliz, siento el espíritu navideño que me  inculcaron mis padres; aquellos días llenos de amor y alegría, recuerdos los  villancicos que mi madre cantaba con su bonita voz, y todos nosotros la  seguíamos con panderetas, almirez y bombo en mano. Mi padre con su mal oído,  desatinaba , pero él seguía cantando con su vozarrón, y al final siempre  cantaba en solitario «La Cirila» una canción que aprendió de pequeño y siempre  la llevaba en su repertorio, y decía así: «La Cirila es una dama de postín y  tronío…»  y al final alzaba aún más la  voz para terminar con una gran carcajada;   todos reíamos y él se sentía feliz, año tras años se repetía la misma  escena, y al paso de los años, sus nietos tuvieron la suerte de disfrutar por  años estas vivencias.
 Hoy siento la tristeza de la ausencia, las  Navidades nunca serán como aquellas; serán diferentes, están tan lejos aquellos  días, pero a la vez tan cerca, en lo más profundo de mi alma; el día a día  amortigua tantas cosas, tanto dolor; pero ahora me encuentro en un mes especial  para mí, es el mes del nacimiento del niño Dios y ello es motivo de alegría,  pero también es el mes más triste de mi vida, él se marcho un día, el último  día de un mes de diciembre, en el último suspiro de un año que se agotaba.  Sentimientos encontrados, de alegría y tristeza,  los sentimientos nacen de lo más profundo del  corazón y es imposible luchar contra ellos. Hoy adorno mi hogar, diciembre me  trae la Navidad y el recuerdo de mi casa, de aquel comedor adornado de alegría,  sonrisas, villancicos, rosquillos, polvorones, pero sobre todo me trae el amor  de mis padres  a lo largo de toda mi  existencia.
     Ceuta, 5 de Diciembre 2010-12-04
 Fini Castillo Sempere
 
 
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  LA MODISTILLA
 “A  todas aquellas niñas que cambiaron el rumbo de sus vidas; a                                                ellas por su  esfuerzo en cambiar un modelo tan arraigado en una                                                sociedad machista”
 
 
 Mi madre me guardaba con todo el  cariño que ella sabía, todos los recortes de las telas que le sobraban   de la confección de mis vestiditos.  En aquellos días era habitual que las madres  o las modistas hicieran la ropa  a las  mujeres de la casa, mayores y pequeñas, o los sastres en caso de los hombres. Las  tiendas de confección se dedicaban especialmente a vender telas, telas de mil  colores y formas. Con aquellos recortes montaba mi propio taller de costura,  que lo ubicaba según el día, en casa de mi amiga Afri, en la escalera del  portón, o en mi cuarto. La ropita iba destinada a una muñeca de pequeñas  dimensiones que vendían en las tiendas de los indios; la mía era rubia  y con una larga melena, que yo peinaba  continuamente, con un cepillito que venía incluido al comprar el juguete.  Nuestras madres fomentaban estas tareas,  pensaban que las mujeres debían ser muy  hacendosas para después  trasladar esta  sabiduría a nuestro propio hogar, cuando llegara la hora de casarnos. No  sospechaban que el mundo iba a cambiar tanto, que las confecciones de ropa, con  el paso del tiempo,  se institucionalizarían  en grandes almacenes, o en pequeños comercios  especializados en ropa confeccionadas; que las modistas clásicas perderían su  papel social, y que las mujeres irían saliendo del hogar para trabajar y  las tareas domésticas poco a poco se irían repartiendo  entre hombres y mujeres, que la corresponsabilidad en el hogar se iría  incorporando en las nuevas generaciones; en definitiva que de aquellos días a  la actualidad  la sociedad ha cambiado  notablemente, dejando atrás una sociedad patriarcal.
 Primero hacía un pequeño patrón en unos  papelillos blancos que también usábamos para calcar dibujos en los cristales de  las ventanas, los recortaba y los ponía sobre el trozo de tela, y con unas  pequeñas tijeras que me había proporcionado mi madre, recortaba el minúsculo  vestidito, una vez realizada esta tarea, ensartaba la aguja y puntada tras  puntada terminaba mi obra. Una caja de zapatos de cartón hacía las funciones de  armario, allí guardaba todos los trajecitos; ¡que orgullosa me sentía de toda  mi obra!, la cajita de cartón era uno de mis mayores tesoros,  de vez en cuando, sacaba de la cajita todo el  vestuario para volver a colocarlos  uno a  uno,  como hacía mi madre cuando  arreglaba el armario de mi cuarto. Cuando la miraba haciendo las tareas del  hogar con tanta devoción, pensaba con el intelecto de unos pocos años, que  cuando fuera mayor quería ser como ella, querría tener una casa como aquella, y  dedicarme solo y exclusivamente a cuidarla; el paso del tiempo se encargó que  esa idea solo era de una niña de ocho años, por lo alejada de la realidad que  tenía esa idea, porque pasada la adolescencia ya proclamaba mi derecho a tener  una profesión fuera del ámbito familiar. Ahora pienso que era muy difícil  superar a mi madre, ella, madre ejemplar donde las haya, aunque le tocó vivir  otros tiempos, donde las madres eran  «amas  de casa» papel que exclusivamente les tocaba a ellas, si, realmente eran otros  tiempos…
 Me consideraba una verdadera modistilla,  me sentía tan orgullosa cada vez que terminaba  uno de aquellos vestidos, y con el ímpetu de la niñez, corría a enseñárselos a  mi madre y a mi yaya, y ellas con gestos de cariño me decían: «¡Qué bonito,  como sigas así, serás una buena modista!» y mi yaya en su valenciano me  apuntaba: «Filla meua, a veure  que et  donarà la vida.» En aquellos momentos no entendía lo que quería decir, pero  ahora con el paso de los años, comprendí su preocupación por mi futuro y  especialmente por mi felicidad: yo era la  niña de  sus ojos.
 A veces, cuando mis nietas vienen a casa,  me dicen que quieren aprender a coser, y con paciencia les saco la caja de la  costura; les doy un trocito de tela, les ensarto una aguja y con sumo cuidado  les enseño a dar puntadas; ellas se siente feliz con la nueva tarea que está  aprendiendo, ¡cosas de niñas!  Y a mí,  los recuerdos me envuelven y me trasladan a aquellos rincones improvisados,  donde unas niñas jugaban a ser madres… ¡Qué tiempos para el recuerdo!  Ahora   todo es tan distinto, las madres de hoy sueñan, sueñan un sueño  diferente para sus hijas…
     Ceuta, 6 de Diciembre 2010 
 Fini Castillo Sempere
 
 
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 EL INSTITUTO
 
 
 Aquel día me sentía feliz, especialmente feliz, había aprobado el examen  de ingreso y el próximo curso iría al instituto, me daba cuenta la importancia  que tenía aquel hecho, porque era como si dejara a un lado la niñez, ahora era  el momento de sentirme casi una jovencita, dejaría atrás mi querido colegio, no  quería pensarlo para no entristecerme en un día tan importante para mí.
 El verano trascurrió como cualquier verano,  en mi barrio y con mis amigas disfrutaba de cada minuto;  hacía al medio día nos dirigíamos a nuestra  pequeña playita y allí en los días de levante, bailábamos las olas, era una de  nuestras distracciones favoritas, yo creo que éramos casi especialistas en  saltar aquella masa de agua que nos revolcaban, a veces, si nos engullía alguna  ola, salíamos casi sin aliento, pero eso no importaba porque al instante  volvíamos dispuesta a seguir con la diversión.
 Después de comer, a mi me tocaba descansar  y dormir la siesta, mi madre era inflexible, nunca me dejaba salir a jugar o  volver a la playa, a mi ello me disgustaba, porque oía por mi ventana como  otras niñas corrían a darse el baño de la tarde, en esto sabía que tenía la  batalla pérdida, así que no me quedaba otra que obedecer a mi madre. Una vez  finalizado el tiempo de descanso, merendaba sentada en la mesa de la cocina; un  gran vaso de Cola Cao y un bocadillo, a mi especialmente me gustaba de chorizo  Revilla. Cuando terminaba el último bocado, salía corriendo en busca de mis  amigas para jugar a lo largo de la tarde.
 A primeros de Septiembre mi madre empezaba  a preparar los uniformes, iríamos a comprar los zapatos Gorilas, a mi me  encantaba la salida de ese día a la zapatería “Cutillas” porque siempre después  de esa compra me regalaban una pequeña pelota de color verde y maciza, que me  duraba casi todo el año, era como un apéndice mío. En aquellos días cualquier  juguete se mimaba, y sobre todo se disfrutaba porque no habían tanto como  ahora, y si por cualquier motivo ese pequeño tesoro verde se perdía o embarcaba,  era motivo de tristeza; había que esperar al próximo año, al comienzo del nuevo  curso tendría una nueva pelota verde.
 Por fin llegó el día tan esperado, iría al  instituto, aquella noche me di cuenta que ya no cogería el camino de siempre,  que mi vida tendría un cambio; noté como de pronto el estomago se me arrugó,  sentía  una sensación muy rara, como si  me revolotearan mariposas. No sé que sería aquello tan extraño que me producía  dolor de tripa. Cuando se lo dije a mi madre, ella con una sonrisa me dijo – no  es nada, son los nervios- ¡Ah, bueno! Dije, aunque aquello me duró casi toda la  noche, porque me costó trabajo conciliar el sueño, y muy temprano ya estaba en  la cama con los ojos como platos. Tenía ganas de llegar al instituto y ver que  sería aquello, pero a la vez me entristecía no volver al colegio donde había  pasado los últimos años de mi vida y dejar atrás también a mis compañeras,  porque muchas de ellas no irían al instituto;   estos pensamientos me produjeron una sensación de tristeza y miedo a lo  desconocido.
 Cuando oí dirigirse a mi madre a mi cuarto,  de un salto salí de la cama, dispuesta a enfrentarme con las emociones que me  depararía el nuevo día.
 
 
 Ceuta, 12 de Diciembre 2010
 
 Fini Castillo Sempere
 
 
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  EL  ANIVERSARIO
 “aquellos fines de años serán  irrepetibles”
  Hace días que no escribo, quizás por falta  de tiempo o porque mi mente no ha estado centrada en este menester, pero hoy  desde que el alba acaricia el nuevo día he tenido la necesidad de sentarme  delante de esta hoja de papel blanca y   plasmar en ella mis sentimientos.
 Hoy es el cumpleaños de mi madre, con sus  87 años recién estrenados está bella, su pelo blanco adorna  su cara y sus arrugas ya muy profundas  trasmiten la historia de su larga vida. Cuando la miro, a veces no la  reconozco, ella que siempre ha sido una mujer valiente, luchadora, trabajadora  donde las haya, y ahora la envuelve un halo de serenidad, complacencia y resignación,  especialmente en este día tan señalado para ella, porque se conmemora el día de  su nacimiento y a la vez la retirada de este mundo del hombre de su vida, de su  único amor…
 Este día siempre ha sido muy alegre en mi  casa, mi madre preparaba una gran mesa donde nos sentábamos toda la familia a  celebrar la venida del nuevo año; ¡era un día tan especial! La cena se  celebraba en gran armonía, mi padre preparaba el aparato gravador para recoger  cada año nuestras misivas, y uno a uno de nosotros hablábamos delante de aquel  aparato el cual dejaba nuestras voces año tras año gravadas en aquellas cintas  que seguro andarán en algún cajón del viejo aparador de la casa. A la hora de  tener preparadas las doce  uvas, mi padre  se ponía muy nervioso y todos delante del televisor estábamos atentos al  momento justo del comienzo de las campanadas, a pesar de ello alguna que otra  vez nos confundíamos con los cuartos, y las primeras uvas que introducíamos en  la boca nos atragantaban a consecuencia de las risas al ver que algunos de  nosotros nos habíamos equivocados con las campanadas. Una vez finalizada la  ardua tarea de acompasar campanadas con uvas, la casa se llenaba de abrazos y  besos de toda la familia y de llamadas telefónicas a los familiares ausentes.
 Cuantos recuerdos y añoranzas de tiempos,  días y momentos que ya nunca volverán; la vida, nuestro caminar nos ha  envejecido y ha dejado atrás tantas vivencias. El presente nos va colocando a  cada uno en espacios y escenas diferente;, cada uno de nosotros ha ido tejiendo  su propia familia, con sus hijos, y como una tela de araña la familia primitiva  ha ido creciendo cada una con sus peculiaridades, pero con un nexo de unión tan  importante como la vida misma, y sin duda ese nexo no es otra cosa que el amor  a nuestros padres y las enseñanzas que día a día nos inculcaron con el máximo  amor que unos padres pueden ofrecer a sus hijos, y esa es nuestra familia, una  familia unida más allá de sus ausencias.
 Ceuta,  31 de Diciembre 2010
 Fini  Castillo Sempere.
 
 
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 NOCHE DE REYES
 “No importa la edad, el corazón siempre  es infante”
 
 
 Noche mágica de Reyes, noche de sueños e ilusiones de niños; de esperanzas de  mayores y de fe en la vida de los pueblos, que creen en la estrella que guió  desde oriente a los Magos para ofrecer regalos a aquel niño nacido de las  entrañas pura de una mujer elegida, de una Virgen.
 Yo era una niña que soñaba, me  convertí en una adolescente que descubrí la verdad de la ilusión, crecí y encontré  que los sueños se pueden soñar en el deseo de querer a veces lo imposible; más  tarde me encontré con la madurez  y volví  a creer en aquellos sueños de niña, quería aferrarme a las ilusiones vividas en  etapas pretéritas, y lo conseguí a través de la ilusión de mis hijos, y ahora a  través de la inocencia de mis nietos.
 Me siento intranquila, diría que  muy nerviosa, es la noche de Reyes, noche mágica en que los niños sueñan sueños  de colores, dulces y juguetes, sueños de hombres y mujeres enamorados del amor,  del sentir los pálpitos del deseo; noches de promesas enmarcados en regalos y  envueltos con el papel de la ilusión; noche llena de fantasía, de incienso y  mirra, noche de insomnios ante el deseo del regalo más esperado.
 Esta noche quiero soñar mi sueño  más preciado, quiero sentir la inocencia de la niñez, quiero sentir la ilusión  de aquellas noches de Reyes, cuando mis padres con el mayor de los esfuerzos  hacían que nuestros deseos, los de mis hermanos y el mío se culminaran con la  llegada de los tres Reyes de Oriente, y nos dejaran en el comedor de mi casa  los  juguetes deseados con todas nuestras  fuerzas. Bien es verdad que no eran tantos como tienen los niños y niñas ahora,  pero si de algo estoy segura  es que,  aquellas noches de Reyes eran verdaderamente  mágicas, apreciábamos tanto las chocolatinas disfrazadas de cigarrillos,  paragüitas, monedas y otras figuras, ¡uf, que ricas! Solo al recordarlas se me  hace la boca agua, ahora todo es tan diferente; las moneditas saben distinta, o  quizás sea mi apreciación al recordarlo, ha pasado ya tanto tiempo que la niña  que soñaba con su muñeco de goma, creció y se hizo mayor; ¡cómo pasa el tiempo!,  o quizás no sea el tiempo el que pasa deprisa, sino que pasamos  nosotros rozando tan suavemente la vida, que  casi no nos damos cuenta que la niñez y la vejez son etapas que están  íntimamente ligadas entre sí, y pasamos de niños a la madurez en un pis paz.
 Hoy quiero sentir el beso de mi  padre en la mejilla al irme a la cama, y el arrumaco de mi madre al taparme,  quiero sentir su voz cuando me decía: “Hija, reza un poquito, y después cierra  los ojos y duérmete pronto, así podrán venir los Reyes Magos a dejarte los  regalitos” Mi madre sabía que en breves minutos pasaría al reino de Morfeo, y  ellos ya podrían preparar el escenario propio de una noche de Reyes.
 Hoy quiero sentir la inquietud,  el nerviosismo de aquellas noches de Reyes, porque hoy me siento una niña,  quiero sentir la magia de este día, quiero al alba levantarme de puntillas y  mirar en el comedor de mi casa mientras los demás duermen y descubrir si han  venido a visitarme los  Magos de Oriente,  especialmente Baltasar que era el que me traía año tras año mi juguete  preferido.
     Ceuta, 5 de Enero 2011             
 Fini Castillo Sempere
 
 
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  LOS GALLINEROS
   Mi barrio, lo conformaban tres grandes  pabellones de  color vainilla,  estaba la planta baja que daban directamente  las casas  a unas grandes terrazas  ubicadas en la misma calle.  De sus enfrentadas  salían unos pasillos, unos a la derecha y  otros a la izquierda, en cada pasillo había dos casas y la tercera y cuarta quedaban  ancladas en el portón.  Había un gran  llano adornado con varias palmeras, y un poco más allá de nuestros ojos estaban  los gallineros; a cada casa le pertenecía uno -eso creo-.     Algunas familias  todavía lo utilizaban y criaban aves,  pero eran los menos.  Mi gallinero no se utilizaba para ese  menester, en él había un pequeño cuartillo donde antaño se recogían las gallinas  y los pollos para su descanso; también había un terreno al aire libre donde  aquellas aves podían disfrutar del sol, todo enmarcado con una alambrada  que evitaba la fuga de las pequeñas aves.  Aquel lugar lo utilizábamos mis amigas y yo para nuestras correrías, allí  pasábamos ratos muy agradables y divertidos. Aquel rincón nos servía para  organizar juegos y entretenimientos, especialmente hacíamos teatro y allí  confeccionábamos los vestidos de papel de colores que comprábamos en la  papelería Alcántara. Mi hermano también lo utilizaba para sus hazañas.
 Aquellos días me traen a la memoria tantas  cosas agradables de mi infancia, donde mi mundo era aquel barrio maravilloso y  sus buenas gentes, allí nos sentíamos niñas felices, corríamos en la libertad  de nuestra inocencia, no sabíamos de opresión, ni siquiera de quién nos  gobernaban en aquellos días de dictadura; solo entendíamos de juegos, canciones  y poco más; realmente era feliz, tenía todo lo que deseaba, y mi mundo eran  aquellos pabellones de color vainilla.
 Cuando se es niña  todo es tan diferente, la realidad se ve con  los ojos de la inocencia; no hay maldades ni traiciones, ¡qué etapa tan bonita  de la vida!, donde la ilusión existe permanentemente, el juego es el mejor  aliado, y las noches traen los sueños más bonitos; no existen las vigilias ni  las preocupaciones, solo el mañana del día siguiente para seguir soñando  con las fantasías de los cuentos de hadas, de  piratas, y en el peor de los casos con algún que otro fantasma.
 El teatro comienza, mi vestido de papel de  color rojo, mi color preferido, mis amigas y yo estamos nerviosas, vamos a  interpretar un cuento de princesas, todas engalanadas con flores también hechas  de papel, ¡silencio empieza la función! Cada una de nosotras queríamos ser  princesa, deseábamos aquel beso del príncipe que por sus venas corría sangre  azul, ¡que inocencia Dios mío! Y ahora con el tiempo y la lucidez de los años  me pregunto: ¿qué habrá sido de los sueños de todas nosotras?
     Ceuta, 22 de Enero 2011       
 Fini Castillo Sempere
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  LOS YOGURES "VAYA VACA"
   Mi barrio trascurría tranquilo como de  costumbre, mis amigas y yo inmersas en nuestros juegos; ahora tocaba jugar a las  tiendas, que consistía en organizar una pequeña estructura  hecha con palos, cartones y cualquier otra  cosa que nos sirviera, lo colocábamos todo de manera ordenada simulando un  mostrador , allí colocábamos los productos que imaginábamos para vender: el  pescado eran hojas del trasparente( un arbusto grande que estaba entre los  gallineros) las patatas, las medianas piedrecillas que encontrábamos en la  calle, así sucesivamente imitábamos los producto de la tienda con las pequeñas  cosas que encontrábamos. También teníamos que conformas las familias: los  hijos, la madre el padre; a todas nos gustaba ser la ama de casa, porque era la  que tenía que ir a la compra, también era atractivo el oficio de tendera.
 Un día escuchamos un alboroto, y como era  natural nos acercamos enseguida a ver qué pasaba, y entre un grupo de mujeres  había un hombre, al lado de un carromato, era el repartidor de la leche “Vaya  Vaca” éste les explicaba el nuevo producto que habían sacado, manifestaba que  era muy beneficioso para los niños, mostraba una pequeña tarrina;  a nosotras la curiosidad nos mataba, queríamos  saber que era, y el hombre mirándonos muy atenta nos dijo: esto es un producto  nuevo, sacado de la leche, llamar a vuestras madres para que lo vean. Sin  pensarlo dos veces fuimos corriendo a llamar a las mamás, para ver si  conseguíamos que nos compraran uno- creo recordar que costaba una  peseta la unidad – Mi madre salió a ver que  era aquello que yo le explicaba con entusiasmo, y quedó convencida con la  explicación del vendedor, por tanto me compro   uno de esos envases. El vendedor nos dijo que el nuevo producto que se  llamaba” yogur”, y que a partir de aquel día iban a venderlo junto con la  leche.
 Aún recuerdo el sabor de aquel misterioso  líquido, sabía a limón y su sabor característico, me gustaba, si me gustaba  mucho, a partir de aquel día esperaba al vendedor del carromato con mi peseta  en la mano, deseándolo ver aparecer para conseguir aquel líquido meloso,  siempre era del mismo sabor ¡de limón! Tardarían en llegar aún los de distintos  sabores: fresa, melocotón, naranja, etc.
 Como no podía ser de otra manera, nuestra  pequeña tienda desde aquel día  disponía  de un nuevo producto llamado yogur. Hoy cuando voy al supermercado y veo las  estanterías repletas de yogures de todo tipo y característica, esbozo una  sonrisa y pienso, nosotras las niñas de nuestro querido barrio, fuimos las  pioneras, junto al hombre del carromato en la venta de este producto mágico, y  siento en mi interior una cierta nostalgia de aquellos días, de aquellas  horas  junto a mis amigas de la infancia.
 
 Ceuta, 22 de Enero 2011
 Fini Castillo Sempere
 
 
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 MAYO FLORIDO Y HERMOSO
 “Cualquier flor, cualquier mes”
     Mayo florido y  hermoso, mes de romería y romeros haciendo el camino con la devoción propia e  inherente en el corazón de cada uno; mes de María Madre, de fiestas y jolgorio  a la vez que se reza el rosario en  esta  querida tierra, como   pincelada de devoción a las Vírgenes y  patrones de los pueblos anclados en el la Península Ibérica.
 Yo nací un día  de mayo, casi  cuando el calendario de  ese mes estaba dando el último suspiro, no sé porque, me ha parecido la fecha  de mi nacimiento envuelta en un embrujo especial, quizás porque mi padre me  decía: “mi niña ha sido la última flor del mes de Mayo”  cuando esas palabras salían de sus labios, yo  me sentía como una verdadera flor, llena de hermosura y fragancia; con el  tiempo, me dí cuenta que solo se trataba de una metáfora en boca de un padre  amante de su hija, sin más connotaciones de hermosura o fragancia, puesto que  para los padres sus hijas siempre son flores hermosas, independientemente del  mes del calendario en que hayan nacido.
 Cuando me  embarga la nostalgia, la tristeza  entra  en mí ser como una ráfaga de viento   helado y se alberga en mi alma; no sé porque siempre evoco mi infancia, a  aquellos días, a la protección de los brazos fuertes de mi padre, a los  arrumacos de mi madre y a la complicidad de mi yaya. Cuanto daría por volver  aunque fuera un ratito a aquella realidad, mimetizarme con aquellos recuerdos  tan reales como mi existencia. Quisiera sentarme a la puerta de mi casa, vivir  de nuevo mi patio, a sus gentes; oler aquel aroma, embriagarme de las cosas  bonitas de una época ya lejana. Cuanto daría por tener la inocencia de una niña  que abre los ojos al mundo, con sus cosas buenas y otras no tan buenas, a las  ilusiones y desilusiones, al frio y al calor, a lo blanco y a lo negro. Cuanto  daría por sentir, oír, tocar, saborear mis años pretéritos, ahora solo me  conformo con la llama del recuerdo alumbrado mi alma. Cuanto daría por ser yo  quien  ahora, protegiera a mi padre.
 Hoy, y con los  recuerdos bullendo en mi cabeza, derramándose agitadamente y llegando a mi  corazón como la lava de un volcán que acabara de entrar en explosión, quiero  agradecer tantas cosa; quiero devolver mi amor en estas líneas a todas aquellas  personas que han hecho posible que hoy con mi cabellera cana, anhele mi  infancia; el cariño incondicional que me regalaron mis padres; las riñas con  mis hermanos y sus desvelos protectores. Mayo del 2011 está dando sus últimas  bocanadas, se muere irremediablemente hasta dentro de un nuevo nacimiento en el  año próximo. Hoy quiero recordar los brazos protectores de mi padre, los  arrumacos de mi madre y la complicidad de una abuela traída a mi vida desde  tierras alicantinas, hoy quiero recordar tantas, tantas cosas…
 
 Ceuta,30 de Mayo  2011
 
 Fini Castillo  Sempere.
 
 
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 MI PLAYA
 “Los recuerdos buenos de la infancia  son
 pequeños  tesoros  que  nos   pertenecen”
 
 
 Aquel Día el sol irradiaba con fuerza todo su calor. Desde la ventana de mi  clase y a través de los cristales podía adivinar que el día era espléndido, el  cielo azul indicaba que sería un buen día de playa. Era sábado y en aquellos  días los niños y niñas solo disfrutábamos del descaso de la tarde, porque los  sábados eran días laborables, y los escolares tenían que acudir como cualquier  otro día a las clases matutinas, y dábamos gracias a Dios de poder disfrutar  del ocio de la tarde.
 Mi mente  solo pensaba en el modo o la astucia que tenía  que utilizar para convencer a mi madre que me dejara ir a la pequeña playita que  había detrás de los pabellones. Mis amigas irían a darse un chapuzón a la hora  de la siesta, pero mi madre no era partidaria que después de comer me  zambullera en el mar; ella prefería que en  la hora de la siesta descansara,  por supuesto a mi esa decisión unilateral me  sacaba de mis casillas y lo único que podía hacer era derramar algunas lagrimas  para ver si se conmovía y me dejaba ir. Alguna que otra vez mi astucia me llevó  a conseguir el objetivo, pero desafortunadamente en otras ocasiones no conseguía  ablandarla  y lloraba desconsoladamente.
 De pequeña, con siete años,  padecí una enfermedad propia de niños que se complicó y ello me llevó a guardar  reposo casi un  año, aquello preocupó  mucho a mi madre y de ahí venía el interés por mi descanso;  cosa que yo no entendía demasiado, a mí solo  me interesaba participar de los bailes alocados entre olas y olas de aquella  pequeña  playa, de mi playa, playa de  todas las niñas y niños de la J.O.P y del barrio de las Latas. Ahora cierro los  ojos, y siento en mi cara, en mi mente,  el agua cristalina y fría que me deleitó en  aquellos años maravillosos de mi infancia, pero sobre todo siento como una  punzada hiriente el no haber entendido la preocupación de mi madre al negarme  aún contra su voluntad, lo que más deseaba: “sumergirme entre las olas de mi  pequeña playa, minimizarme con los cantos negruzcos que conformaban el paisaje;  reír y encarar   a los vientos de levante  y de poniente. Solo quería ser una niña feliz con las pequeñas cosas de la vida  en un día de sol.
 A veces al hablarle en estos  tiempos del tema ella me dice:
 -“Hija mía, el médico me dijo  que no era conveniente en ese año tu exposición al   sol  y  que era necesario el descanso de la siesta para tu total recuperación, a mí me  dolían más que a ti aquellas lágrimas”
 ¿Cuántas veces los padres tenemos  que hacer cosas que nos duelen, pero que son necesarias  para el bien de los hijos? Así es, el ser  padres responsables requiere mucho esfuerzo, y en muchos casos nos encontramos  con  la incomprensión de los hijos.
     Ceuta, 3 de Julio 2011    
 Fini Castillo Sempere.
 
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  ADIOS A LA NIÑEZ
               Que  verdad es que los años van modelando las conductas humanas, cuantas veces  en los últimos años he querido reencontrarme  con aquella  niña que en tiempos  pretéritos fui;  sentir su inocencia,  reír sus risas, hablar con la melodía propia de la inocencia, jugar sus juegos  infantiles con la complicidad de la ilusión, de la magia que envuelve los  primeros años de vida. La  he buscado con  insistencias en los rincones más inhóspitos de mí ser y comprobar si en sus  juegos infantiles, se había escondido allí, ¡pero no!, en ese lugar tampoco la  encontré, desesperé e introduje mi anhelo    en los recuerdos almacenados en mi menoría; y allí, como una niña  traviesa la encontré esbozando   una leve  sonrisa, ella me miraba, yo la miré, en sus ojos descubrir la nostalgia de una  niñez ya perdida; solo le quedaba el tatuaje leve de una etapa ya vivida en lo  más profundo de su alma. Ella se despidió de mí hace mucho tiempo, y hoy en la  insistencia de mi yo infantil, la he vuelto a encontrar por unos instantes. A  veces, he creído encontrarla en mi inocencia momentánea, pero solo eso, un  instante; ahora solo me queda el recuerdo de aquellos días, donde las  preocupaciones no existían, donde la vida era simple, porque para preocuparse  de cosas de mayores ya estaban mis padres. Ahora mi padre no está, se marchó un  día, dejándome huérfana, vacía por un momento, porque enseguida sentí su  presencia en lo más profundo de mi alma. Se fue dejándonos como herencia el  recuerdo de su vida, su empeño en que fuéramos buenas personas, su dedicación y  sobre todo su amor. Mi madre, en su senectud me acompaña, pero en la lejanía de  aquellos días maravillosos donde ella era junto a mi padre, el motor de mi  existencia, de nuestra vida queridos hermanos ¡Qué días aquellos  Dios mío!   Ahora cuando vuelvo la cabeza al pasado y quiero agarrarlo con fuerzas,  se me escapa, lo que fue, fue, ya es pasado, el pasado no vuelve. La niña un  buen día también se marchó, alzó su pequeña manita y en la lejanía dijo adiós,  adiós para siempre, o quizás nos encontraremos   en algún momento, allá en el país de los recuerdos, o quizás en aquella  estrella que de pequeña dibuje para conmemorar el nacimiento del niño Dios.
 La  madurez sin remedio, viene a galope y se introduce en el cuerpo de golpe, sin  preguntar;  sin compasión ha desterrado  la inocencia de la niñez, ahora toca la sensatez, y me pregunto-¿porqué  dejaremos de ser niños? Ahora cuando observo a mis nietos, siempre pienso: ¿qué  les deparará la vida?, que sufrimientos embargarán sus almas, ahora tan  inocentes. Es un sentimiento de tristeza y miedo, porque ahora si sé,  que es la realidad de la vida: ambiciones,  envidias, malas artes etc.… Una sociedad donde prevalece el tener, donde se ha  olvidado valores tan importante como el respeto.
 De nuevo vuelvo a pensar en ni niñez y me veo  en la noche de Reyes, siento el nerviosismo, miles de alfileres me penetran  desde mis pequeños piececitos hasta lo más alto de mi cabeza, el corazón suena  fuerte, tic, tic,  solo en pensar en la  caja de cartón llenita de platos, cucharitas y tenedores de latón pintadas de colores;  ¡ah y mi pequeño bebé de goma, encargado directamente al Rey Baltasar por mi  entrañable y querida tita Tere, ella que daba su vida por mí. También me  dejaban  bajo el árbol de Navidad un par  de cajetillas de cigarrillos de chocolates, moneditas de varios tamaños  y unos   paragüitas del mismo manjar. Eran sus majestades Los  Magos de Oriente  los que me hacían la niña más feliz del  mundo, especialmente Baltasar que era mi   Rey preferido. Ahora vuelvo a la realidad y veo que los salones de las  casas se han convertido en tiendas de juguetes, a cual más caro y sofisticado.  Eso me hace pensar  <Serán los niños  ahora más felices que los de antaño> me encojo de hombro cierro los ojos y  me traslado a mi patio, a mi casa, a nuestro cálido y humilde salón, donde en  un lugar preferente está la representación   del Belén, que mis hermanos y yo hemos hecho con tanta ilusión;  en lo más alto  está mi estrella dibujada; cuantos recuerdos  evoco en un solo instante, me visualizo allí sentada en un rincón con mi bebé  en brazos y un cigarrillo de chocolate entre mis pequeños deditos y  soy la niña más feliz del mundo.
                                                                                                           Ceuta,  8 de  Enero 2012
 Fini Castillo Sempere
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           MUELLE COMERCIO Y VIRGEN DEL  CARMEN               “Al recuerdo de aquellos 16 de Julio de  antaño”
   Todavía recuerdo aquel  olor característico a barcos, olor a marineros, redes, gasoil, petróleo, recuerdo  aquellos atardeceres desde lo más alto del Muelle Comercio mirando a “la Mujer  Muerta”. Aún dibujan mis recuerdos aquellos días, cuando mi padre desde la  calle “La Muralla” me bajaba, junto  al  muro-balaustrada de la rambla de acceso,  hasta el mismo cantil del muelle donde se  sujetaban las barcas a los norais. Y allí, atracada sobre los espejos azules de  la dársena, se encontraba, engalanada con pequeñas banderitas de colores, “El  Lobito”-la pequeña “traíña” que  mi padre  adquirió con muchos esfuerzos-. Eran años duros, y había que buscar recursos  más allá de un sueldo que no daba para muchos menesteres…
 El Muelle Comercio, ese muelle ha  marcado   mis sentimientos por muchos motivos y razones,  hoy está distinto; ha cambiado la fisonomía. Ya no existe el muro-balaustrada  donde los pescadores se apoyaban y  a golpes de recuerdos,  narraban   historias y hablaban de todo lo que querían y deseaban; aquel muro era  un mundo de hombres, hombres con la cara morena de tanto sol, mar y viento; lobos  de mar que hablaban de sus hazañas, unas ciertas, otras exageradas; sus roncas  voces  las oigo en mis recuerdos como las  mejores melodías, cánticos de sueños y esperanza. Hoy cuando miro hacía aquel  lugar, extraño aquellos días,  aquellos  hombre rudos por la fuerza del mar, extraño a mi padre en aquel lugar, extraño  tantas cosas…
 Esa noche no dormí, el nerviosismo me  podía, mi casa respiraba distinta, se celebraba la festividad de la Virgen del  Carmen, y la pequeña “traíña” saldría adornada como el resto de los barquitos para  acompañar a la Virgen.  Como no podría  ser de otra manera mi padre me llevaría en la procesión marinera a bordo del “Lobito”  -así se llamaba nuestro barco-, que ese día lo engalanaban precioso para el  esperado paseo. Multitud de barquitos acompañaban a la Virgen, las sirenas de  los barcos mercantes atracados en el puerto no dejaban de sonar; era un momento  mágico, sobre todo para una niña que siempre le dimensionan las emociones.  Los fuegos artificiales casi rozaban nuestras  cabezas; ¡qué emoción sentía! Hoy ha cambiado todo tanto…, ahora sería impensable  que aquellos pesqueros salieran como lo hacían antaño, quizás sin medidas de  seguridad. Yo sigo pensando en aquellos días, donde las tradiciones primaban  sobre otras cosas, donde los niños disfrutábamos en aquellos días del paseo por  mar acompañando a la Virgen, a una Virgen que nos protegió porque nunca pasó  una desgracia en aquel alboroto marinero.
 Hoy, irremediablemente, cuando llego a la  plaza de la Constitución me paro, dirijo mi mirada hacía el antiguo muelle de  pescadores y mi imaginación vuela por unos instantes a aquellos días cuando era  niña, y huelo de nuevo la sal que desprendían los vientos, daba igual cual  fuera, si levante o poniente. Mi olfato se impregna de olor a redes y gasoil;  mis oídos nuevamente oye aquellas rudas voces de hombres curtidos por el  salitre de nuestros mares, oigo sus risas, y siento sus ilusiones; siento el  sudor del trabajo duro de aquellos días, y siento el amor que le profesaba mi  padre a aquellos muelles que por años recorrió palmo a palmo. Cuando miro al  Muelle Comercio, siento tantas cosas…
 
 Fini Castillo  Sempere-Ceuta en el corazón.
 
 
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                                                MIS RECUERDOS“Mi  historia no existiría sin vosotros”
 Los años nos hacen ver  la vida bajo un prisma muy distinto, cada  edad tiene sus propios cristales, en los cuales cada uno de nosotros nos  asomamos; aunque es verdad que  esa  materia fría  se nos puede ofrecer con distintos  coloridos, según sea nuestras propias experiencias... No es lo mismo la niñez  que la adolescencia, y para que decir la edad adulta seguida de la edad de la  experiencia, o sea la gran edad; esa edad que todos queremos llegar, pero  cuando estamos en ese camino nos duele mirar hacia atrás y ver la historia de  nuestra vida casi finalizada. Quizás porque seamos consciente que la meta está  muy cerca, y al contrario de lo que puede ser una competición y ver el triunfo  al final,  en la edad más que adulta  se ve solo el final del camino. No sé porque  razón se me viene a la mente en esta reflexión a Joan Manuel Serrat, cantando  "caminante no hay camino se hace camino al andar" bellos versos de el  mejor de los poetas: Antonio Machado.
 Ahora mis ojos miran a través de los  cristales blanquecinos de la nostalgia, y allí me encuentro perdida en unos  días tan lejanos y a la vez tan presentes, ¿qué es, en la historia, un puñado  de años? En la historia del universo no es nada, pero en la historia de una  vida, lo es todo. Hoy me siento pequeña, como una niña perdida entre tres  grandes bloques amarillos, anclados en el puerto y amarrados en el noray de la  vecindad, cuyas ventanas me observaban, al menos eso creía ¡Me sentía tan  insignificante! solo me faltaban unos días para cumplir siete años, y no tenía  amigas en aquel lugar, todo mi mundo se había quedado dormido en un patio,  aquel que me vio nacer, ¿Y sus gentes? Ellas también se quedaron entremezcladas  en mis añoranzas de niña y en su realidad que ya no era la mía. Ahora me tocaba  vivir un nuevo mundo, descubrir una nueva etapa de mi vida y lo más  curioso  es que nadie me había pedido  opinión, supongo que esos menesteres no eran cosas de niñas.
 Aquella tarde, me asome a la ventana y sin  pensarlo salí de mi recién estrenada casa; de   pasada vi a dos chiquillas que se quedaron mirando mi puerta, observe  que entre ellas cuchichearon algo, no podía distinguir lo que hablaban, pero me  sentí incomoda, quizás avergonzada, me sentí fuera de aquel lugar, me sentí  extraña en un lugar que no me reconocía como parte integrante, ya que hacia sólo  dos días que habíamos llegado a aquel barrio de la Puntilla. De inmediato entre  en la casa, allí estaba mi madre, me paré a mirarla y observe como se movía,  desembalando los cacharros que con gracia iba colocando en un mueble blanco que  colgaba en la cocina.  ¡Que bella es ¡ -pensé-,  me sentía tan orgullosa de ella.
 -Mama, mama, cuando voy a tener amigas –pregunté.
 -Todo se andará, dentro de nada conocerás a  las niñas de aquí, y podrás jugar con ellas
 Me encogí de hombros y como si no me  importara, entre en mi dormitorio y me senté en la cama abrazando a mi querido  muñeco de goma; pero no era verdad, me importaba mucho sentirme perdida en un  mundo de mayores, echaba tanto de menos a mi tía Tere, y mi amiga africoli, la  hija pequeña de los Vallejos. Allí, en su comedor me vi sentada y Juan su  padre, me ofreció un trozo de pan embuchado con una tajada de tocino que a mí  me sabía a gloría, que buen hombre era el Sr. Vallejo; como no eran pocos, yo  siempre estaba de agregada, así éramos en aquellos días, puertas abiertas,  todos formábamos un todo: nuestro patio.
 Ahora iniciaba una nueva etapa, iría a la  conquista de nuevas amistades, nuevos vecinos. Me daba miedo, me sentía indefensa  ante aquellos bloques amarillos, donde solo vivían extraños para mí; era otro  mundo, donde los espacios eran muy grandes, mi antigua casa era tan distinta y  el entorno tan diferente. No importa, y recordé: “mama me ha dicho que haré  otras amigas…” Así que  me tumbe en la  cama, cerré fuerte los ojos sin dejar de abrazar a mi pequeño muñeco y me dije:  “Mañana será otro día…” El sueño  irremediablemente me venció como cada noche.
 El nuevo día avanzó sin novedad, eso creía  yo, cuando mi padre llegó a media tarde me dijo:
 -Finita,  el lunes iras al nuevo colegio, te han admitido en las Adoratrices, es un  colegio de monjas, así que mañana mama te comprara el uniforme, ¡y al “cole”!,  allí conocerás a otras niñas y harás muchas amiguitas. Mi corazón galopó  desbocado al recibir la noticia, y pensé: si, el lunes será otro día...
             
                      
                                   COMO JAZMíN…    Añoranzas,  de una niña que vive su sueño
 Vuela  al cielo de la esperanza,
 Un  vuelo alegre, sonrisa de infanta
 Melodías  de colores e ilusiones
 De  una niña, sumida en el recuerdo
 De  una flor blanca, de un jazminero
 Amalgama  de colores, prendidas en su cabello negroArco  iris de  añoranzas y esperanzas
 nuevos  juegos infantiles, nuevas hazañas
 La  niña duerme su sueño, la niña descansa
 Y  su anhelo, encontrar un mundo nuevo,
 Y  prenderlo, como jazmín en su pelo.
         Ceuta, 21 de noviembre 2012 Fini Castillo Sempere
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                           .jpg)                           AQUELLA NIÑEZ"A tod@s los que pertenecéis a mis  recuerdos de infancia"
      Cuantas veces han venido a mis recuerdos aquellos días de mi infancia, una infancia llena de momentos inolvidables y  llenos de amor por parte de mi familia. Yo era una niña feliz, alegre,  vivaracha y muy fantasiosa. Mi imaginación a veces me  jugaba una mala pasada, y sentía miedo, mucho miedo  en las noches especialmente  de invierno,  imaginando que los árboles alargaban sus largos troncos hasta llegar a mi ventana, o que  algún fantasma viniera a buscarme para llevarme al mundo de las tinieblas.  Me acurrucaba en mi cama y con la sábana me tapaba  la cabeza, a veces era tal el miedo que sentía que no dudaba  en dar un salto y encaramarme a  la cama  de al lado que ocupaba mi yaya. Sin embargo me encantaban las historias de  miedo y buscaba cualquier oportunidad para escuchar alguna, aunque después pagara con creces el miedo que sentía.Un día me desperté  sobresaltada, mi frente humedecida por el sudor,  cuando miré  hacia la puerta del cuarto, descubrí una sombra, parecía un hombre con una  gorra, sentí  tanto miedo que no pude articular palabra, ni  siquiera pedir auxilio a mi abuela que dormía plácidamente.  La noche se me hizo interminable y el miedo acabó  cuando Morfeo decidió venir en mi ayuda y  rescatarme de las manos del insomnio. Cuando me despertó mi madre por la mañana, la claridad del día penetraba a través de la ventana y pude  observar que detrás de la puerta estaba colgada la gorra de mi padre, entonces comprendí que ella fue la causa de mi miedo, había  confundido la sombra de la gorra que daba como imagen un espectro o un ser  malvado que venía a asustarme. Desde aquel día mi madre le busco  otro lugar a la temible gorra que me asusto tanto.
 Cuantas cosas puedo contar  de mi infancia, de mis amigas, de los vecinos, de las costumbres de la época, que no tienen nada que ver con los días actuales, ¿cómo en tan poco tiempo la sociedad ha cambiado tanto?  no tiene nada que ver con aquellos años 60  que viví, a veces miro a mis hijos y creo que he pertenecido a dos mundos  completamente distintos, donde las costumbres, los valores, el respeto y demás cosas han cambiado tanto, casi diría  yo que tienen otras señas de identidad, tan válidas  como los de antaño.
 Llegue a mi nuevo   barrio a los siete años, enseguida me  acogieron, no me sentí  extraña en el tiempo, sólo  al principio me sentía triste recordando mi patio y las gentes que habían quedado atrás. Era un entorno familiar, donde las familias se conocían, donde los cabezas de familias trabajaban en el puerto, cada uno  con sus respectivas profesiones, pero dentro del mismo entorno y los salarios salían del mismo presupuesto Las mujeres tenían  sus tertulias a las puertas de sus viviendas, y los niños teníamos un gran espacio alrededor de los   pabellones amarillos, allí jugábamos  en la libertad de la calle, una calle sin  miedos, sin peligros; en cambio ahora, ¿qué padres  dejan a sus hijos con escasos años traspasar la puerta de la vivienda en busca  de los juegos infantiles?
 Cuanto ha cambiado todo,  que cielo tan azul viene a mis retina, mirando al cielo y con los brazos en  cruz, giraba y giraba alrededor de mi cuerpo hasta que algunas nubes blancas se  difuminaban en el azul cielo, el mareo hacia tambalearme y a veces no paraba  hasta caer al suelo y dejar que el mareo pasara, lo sentía como un juego de libertad.
 No  teníamos  móvil, tampoco  ordenador personal, ni siquiera televisión; había uno  en casa de la familia  Bermúdez, y allí  nos reuníamos los  chiquillos del barrio, sentados en el suelo del comedor para ver algún  wester de la época. Poco a poco fueron llegando las televisiones en blanco y negro a  nuestras casas. Ahora, los  pequeños  tienen muchas cosas que en realidad no se sí son tan  necesarias, yo sin dudarlo, cambiaría todos esos  aparatejos por mi libertad de la calle y sobre todo por mis juegos infantiles  con mis amigas del barrio.
 Dicen que las  comparaciones son odiosas, y quizás tengan razón, pero es inevitable bucear en los recuerdos pretéritos, y sin darnos cuentan entramos en las comparaciones, y al fin y  al cabo pienso, que cada uno tiene que vivir su propia experiencia, vivir con  los tiempos presentes, y ¿quiénes somos para decir si esto o aquello es mejor o peor? cada  momento viene unido al calendario, a una época, a una  etapa de la vida, a una edad y a un momento histórico, y no decir de movimientos sociales, que hacen posible los cambios en  la sociedad.
 Los chiquillos de la puntilla, vosotros y yo  sólo estaremos presente en una hoja del libro de la historia, y si lo  pretendemos también podemos encontrarnos si revolvemos en nuestra memoria, ir  al almanaque si queréis revivir aquellos días y buscar esas fechas,  aquellos recuerdos maravillosos, y allí estaremos  nosotras, subidas al arbusto de trasparentes -como lo denominábamos- simulado un corcel en plena carrera. También recuerdo como en pleno galopar caí para atrás abriéndome una brecha en la nuca, terminando el día en la casa de Socorro y mi cabeza con varios puntos de suturas.
 Irremediablemente el  tiempo pasa, y nosotros también vamos envejeciendo y  de vez en cuando abrimos el baúl de nuestra historia,  y nos dejamos llevar por el sopor de la nostalgia, y pienso: ¡Qué tiempos  aquellos! Y, ¡ay,  que rápido pasa la vida!...
        Ceuta,  a 6 de abril  de 2013.                                                                              Fini Castillo Sempere  | 
    
    
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