LA RIBERA
     

- La Ribera - La Ribera I - La Ribera II -

El arrabal de la Ribera, se situaba entre las Murallas del Foso, y el principio de la fabricas de conservas del "Abujero".

 

La "carretera nueva" daba al puente del Chorrillo y éste a la Brecha, dónde desde su balaustrada se podía observar todo el trajín que traían y llevaban los vecinos de la Ribera...

 

<---Puede observarse al fondo, detras de estos jovenes enamorados, el final de la Ribera, con las fabricas de conservas que dan al "Abujero".

 

Y detras de estos piraguista, se divisa las traiñas fondeadas en aguas de la Ribera, esperando el atardecer para de nuevo volver a las faenas de pesca... --->

 

 

 

LA RIBERA

 

            Como lugar emblemático de los pescadores e inseparable del «Callejon del Asilo Viejo»,  la Ribera, fue un rincón más de nuestra barriada. El maravilloso escenario de muchísimas vivencias de mi niñez. Mi vida de joven estuvo tan vinculada a ese rincón, que no recuerdo etapa de mi vida - tanto infantil como juvenil-, donde existiera un vacío de olvido.
De hecho mi casa en Algeciras se llama “La Ribera” la llevo en mi corazón. Siendo muy pequeño recuerdo el miedo que me causaba bajar por aquel túnel y también los aires de suficiencia que me daba cuando por fin logre vencer aquel miedo. Nos encantaba en verano bajar a comprar agujetas secas ¡¡Dios!!, que daría por retornar a esos momentos, que por una perra gorda – diez céntimos-, te comprabas dos. Aquellas agujetas de sabor inconfundiblemente, impregnaban el aire del olor a resbalaje de bajamar, cuando el sol martiriza las algas y estas en una desesperada autodefensa tratan de confundirlo invadiendo el ambiente de ese aroma tan peculiar y único.
Los niños de la Ribera como los del Foso iban al colegio del Asilo, por lo tanto la vinculación con nosotros era incuestionable. Si me preguntaran desde cuando es mi amigo Gabriel León, respondería que desde siempre. Siempre recordaré aquellos partidos que jugábamos utilizando como campo de fútbol, el lugar sito entre la Catedral y el antiguo Parque de Artillería. Era el sitio idóneo para jugar al fútbol, porque se daba el caso con bastante frecuencia, de la aparición de un guardia municipal. Entonces y a la voz de “agua”, la pelota era recogida por el jugador más cercano a ella y de inmediato salíamos huyendo por el túnel de la Ribera y tras llegar a ella, escalábamos la muralla del Mirador accediendo a la carretera nueva –hoy Martínez Catena-.
Cuando la Ribera no era playa oficial, por el número de viviendas que allí se ubicaban, tanto mi padre como mi tío Jesús, acostumbraban a utilizarla como lugar de baño, en vez del Chorrillo. Mi padre siempre me decía que  él había aprendido a nadar allí  y para mí fue el aula en la que mi amigo, Pepe Torres, me dio las primeras lecciones de pesca submarina. Allí saludábamos a personas entrañables como eran el mismo Gabriel León, sus hermanos Ignacio y Paco, a Cayetano Mateo, el Levante, los Bocarando, y un largo etcétera que siento no recordar sus nombres.
Allá por el año 1957, mi Ribera era el Paraíso Terrenal, tanto es así que jamás he visto centollos del tamaño de los que allí se daban. Allí me puse por primera vez una lente submarina y quedé maravillado por el mundo que se me ofrecía. Pensé que había dado el primer paso, para conocer un mundo diferente a todo lo conocido hasta aquel momento y que me había estado perdiendo, teniéndolo a pocos metros de  casa. Consideré de inmediato, que despreciar el disfrute de tanta belleza era un insulto a la Madre Naturaleza. Por lo tanto, me hice adicto a ese maravilloso rincón. De allí  sacamos varios meros, sargos y mi debilidad de principiante; aquellos hermosos y bellos bodiones tordos de múltiples colores.
En uno de mis viajes a Ceuta, hace tres años fui a hacerle una visita. Lo que vi me llenó de tristeza y desolación: la Ribera, mi Ribera estaba desnaturalizada… De nuevo, la fatídica mano del hombre moderno, se encargaba de prostituir un bello lugar. Qué poco respeto tenemos a la naturaleza, que sin miramiento alguno, asolamos un día sí y otro también. ¿No pensamos que herencia dejaremos a nuestros nietos? Todo aquello que el Sumo Hacedor, con su infinito poder puso a nuestro alcance, lo destruimos o disfrazamos en aras de una mejora en nuestro “modus vivendis”; mejora  falsa y ficticia, pues,  ¿habrá algo más bello que lo natural? Uno de mis sueños, era enseñar a mis nietos las piedras en las que yo de joven pescaba buceando.
Llegaron a preguntar a todos aquellos incondicionales de la Ribera, que diariamente los días de sol, invierno y verano alegraban con su presencia la playa, entre los que recuerdo a Paco Luque, Antonio Muñoz, Sotelo y otros que siento no recordar su nombre, ¿si estaban de acuerdo con semejante herejía? Lastimoso.  Ellos eran en unión de la fauna y flora del lugar sus verdaderos inquilinos y merecían un respeto.
En la calle Independencia -¡que leche calle Independencia, en la Brecha!, no volverán a disfrutar con el olor aquel de resbalaje,  a algas martirizadas por los rayos de sol y …

 

Algeciras, 2 de abril de 2009

                                        
José María Fortes Castillo

 

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LA RIBERA I

 

    Dicen que los sueños son los encajes de Dios…Y dicen también que la Ribera fue uno de esos encajes que quedó prendido en los sueños interminables de Dios. Y así fue, por tanto, que la Ribera fue creada desde los lugares recónditos donde la belleza se amalgama con la roca, la arena, la sal, el agua, el cielo, el sol y las algas…Y el soplo  suave de Dios, como una caricia infinita, hizo que cada átomo se ajustara en su espacio para dar a este lugar la perfección exacta de las cosas…
La Ribera era el barrio donde vivían los pescadores. Ocupaba toda la playa de  la Ribera, entre las murallas del Foso y las primeras fábricas de conservas. Desde el mirador de la Brecha todo el arrabal se encontraba a la vista: callecitas, barracas, barcas redes, niños, comadres, pescadores…Todo estaba a la vista, la ropa tendida al sol, las anafes cociendo el almuerzo, los corrillos de las mujeres, las peleas de los niños, el tejer silencioso, cigarro en  boca, de los hombres. Todo estaba a la vista, y aún podemos añadir algo más, y podemos añadir  el giro de las gaviotas azules y plateadas al acecho de algún despesque; o el estallido de la voz  de alguna muchacha cantando la alegría o la  pena de alguna copla…Sí, todo estaba a la vista; tanto, que incluso por hallarse, se hallaban   la propia naturaleza de los sentimientos humanos; yo, corrigiéndome, diría quizás, la propia desnudez de esos sentimientos…
Años atrás, en la mitad del siglo pasado, Pepe Fortes  me llevaba a través de  la plaza de África, hasta la embocadura del túnel situado entre la Catedral y el Parque de Artillería; una vez allí, bajamos hasta el final de aquel laberinto, donde por fin el sol con su intensidad nos deslumbraba nada más llegar. Y junto a este deslumbre, todavía con los ojos cerrados, se podía escuchar desde el lado derecho, el golpe fresco de un caño de agua  que abastecía  al arrabal. Un corrillo de mujeres allí reunidas esperaban el  llenado de los recipientes  acercados, y el agua como un palacio de cristal, retumbaba acá y allá llenando ora una olla, ora un pequeño bidón, luego unas botellas, más tarde un cubo de zinc… El agua corría y corría hasta hacer rebosar los recipientes, y como en un xilofón construido al azar de manera natural, iba emitiendo los diferentes sonidos al contacto de las distintas vasijas. Agua y sonidos…La música del agua de aquel caño al pie justo de la bajada del túnel, junto  a las primeras casas, era la misma vida…
Andamos la callecita principal, y casi en la misma orilla, al lado de un bote varado, pusimos la ropa y nos tiramos al agua; él montó su arpón y se dispuso a la aventura de pescar cualquier pez que no estuviese atento a nuestra presencia. Yo, aún pequeño para este menester, me subí a   una roca a esperar lo que daba de sí su destreza; sin embargo, no había pasados muchos minutos, cuando despues de sumergirse y desaparecer en ese mundo silencioso donde las aguas se copian en espejos azules; él, en un borbotón de espuma, rompio desde la profundidad, el frágil esmeril de la delgada superficie; y con la perfección de una criatura del mar, se vino nadando hacía mi, llevando prendido del arpón de acero, un robalo agitándose y dando sus últimos coletazos…
Desandamos la arena de guijarros, la callecita principal y el túnel hasta situarnos en la Brecha, y desde allí como una ensoñación, contemplé los labios azules del horizonte; el sol estaba alto y ya declinaba hacia poniente, y como un manotazo de fuego, caía  abrasador  sobre los tejados, que en la reverberación de la luz, semejaban  encendidos en oro… 

   
En Cádiz, a las 1109h.18 de abril de 2009

                                                                                         Manuel Castillo Sempere


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                            LA RIBERA II

 

    Hoy me he llevado una grata alegría al abrir nuestra, vuestra página, y encontrarme con un apartado nuevo, dedicado especialmente  a un trozo de Ceuta: “La Ribera”, un pedacito de tierra, de playa abrazada por el mar como el mejor de  los amantes. Y allí, en los alrededores, con toda la grandiosidad y majestuosidad: “Las murallas Reales” rezumando historia por los cuatros costados. Y yo me pregunto: ¿dónde se ha visto tanta belleza? Quizás sea pasión de una caballa, pero no -me digo- , este lugar  es una preciosidad, mi tierra se adorna con esa playa sin igual; y también me digo, será porque  la merecemos…
Al leer los dos escritos preciosos colgados en ese apartado, me he sentido parte de aquel lugar, porque en la historia de nuestra tierra y especialmente en aquella orilla, he recordado muchas vivencias y anécdotas, me he trasladado a los años sesenta de un solo cerrar y abrir los ojos, ¡qué tiempos aquellos!… tiempos de casitas de pescadores en las entrañas de la playa, tiempos de niños y niñas, adolescentes que disfrutaban de la beldad casi sin saberlo de aquellas aguas, salitre, arena, sol, luz, amistades, primeros amores y desamores…
Aquellas murallas que enmarcaban la “Ribera”, en tiempos pasados, era como un cuadro que los nativos de la ciudad mirábamos continuamente. Era una de las distracciones por antonomasia; se observaba la vida que día a día se vivía allí, dependiendo de la época estacional: en verano todo era más agradable y apacible, mezclándose la vida diaria de los afincados en el lugar con algunos bañistas. En invierno el balcón seguía abierto al público, esta vez para contemplar el oleaje rebelde de algunos temporales. Hace muchos años que desaparecieron las casas ubicadas debajo de las murallas, aunque supongo que allí, en aquella playa se quedaron grabadas parte  de aquellas vivencias: desavenencias, amores, pasiones, riñas, dificultades económicas, llantos infantiles, sonrisas y alegrías… En la actualidad la playa está exclusivamente para el disfrute de los ciudadanos.
Tuve la suerte de nacer entre los dos puentes, en una casita humilde y llena de amor, amor de los mío. Ella, estaba situada en los aledaños de la Plaza de África, en un patio donde la vecindad  reinaba por doquier; el aroma de las flores que adornaban las ventanas y las puertas de los vecinos, el olor a los jurelillos al espeto compartidos por todos. El zic, zic de la cafetera de pucherote, al amanecer y atardecer, era la prueba fehaciente del ambiente tan armonioso que allí se respiraba.
Aquella playa estaba inserta en la ciudad, cerca de la Catedral, la Parroquia Sta María de África, el Ayuntamiento, el Mercado Central… Casi al lado de mi casa; desde muy pequeña la he visitado y disfrutado. Mi padre gran deportista y sobre todo nadador, le encantaba zambullirse en aquellas aguas cuyo fondo era rocoso, para nuestro disfrute. A él le gustaba llevarnos  a mis hermanos y a mí a bañarnos en el mar.  Me subía a su espalda y conmigo encima recorría toda la playa, incluso llegaba a la playa colindante “El Chorrillo”, separada por un puente. Mi niñez está llena de recuerdos de aquella playa, de esos días soleados de levante y poniente, que según fuera el viento eran más o menos frías aquellas aguas y por ende más o menos apetecible el baño. Ribera y Chorrillo, nacidas el mismo día, prendida de la mano cual mellizas, hermanas siempre y unidas; sueño eterno en nuestras memorias. ¡Dios sabe cuánto disfruté de aquellos días de veranos, junto a mi padre!, que siempre estuvo pendiente de nosotros, y gracias a su tesón y lucha, vio sus sueños conseguidos en referencia a nosotros.
Cuando se es pequeño, no se aprecia la belleza, sólo interesa el divertimento; sin embargo, ahora con los años, cada día, cuando camino  por la «Brecha», y especialmente a horas muy tempranas; cuando los primeros rayos de sol, acaricia las aguas de mi playa, y las gaviotas se desperezan en la orilla, a punto de zambullirse en el agua en busca del desayuno, me estremezco, y siento que mis sentidos se agudizan y no puedo más que sentirme orgullosa de haber nacido tan cerquita de ella, y haber olido a salitre el primer día de mi vida. ¡Dios mío, cuanta belleza! Ceuta se baña de día y de noche por las mejores playas del mundo: Fuente Caballo, La Ribera, Chorrillo, Tarajal, Benítez, Calamocarro, Benzú…
En mi adolescencia la Ribera tuvo un papel muy importante, allí era donde nos reuníamos la pandilla en pleno, y pasábamos horas y horas;  el verano nos envolvía con su calor que desafiábamos en aquellas aguas tan apetecibles.  Aquella playa, cubierta con chinos, que en algunas ocasiones eran tan grandes que nos impedían tumbarnos al sol. Aun así, era maravillosa, y de tal belleza que sería indescriptible e insustituible. Cada uno de nosotros llevábamos unas gafas y un tubo de bucear, era una de nuestras aficiones favoritas.  Ahora han cambiado la fisonomía; la han agrandado, han añadido arena fina, está más cómoda, pero en mi corazón llevo gravada mi playa de la Ribera de hace varias décadas. Cuando hoy estoy en ella, estiro mi esterilla y no siento debajo de mi espalda aquellos chinos, a veces tan incómodos, siento una punzada de nostalgia, y pienso “es otro momento, mi adolescencia e infancia, están en el libro de mis recuerdos”
"La Ribera" sigue siendo la playa inserta en el corazón de la Ciudad, y está preciosa, infinitamente bonita y llena de encanto, de eso podemos dar fe, pero nunca debemos olvidar aquella playa de chinos, aquella playa que nos pertenecía y que llevaremos gravadas en el alma de caballas.
¡Sí, mí querido hermano! Dios nos hizo su mejor regalo, nos regaló la oportunidad de mirar “La Ribera”, de poseerla, de tenerla en nuestra tierra; fue un obsequio grandioso que todos y cada uno de nosotros podremos disfrutar e invitar a todos aquellos que quieran contemplar, no sólo la belleza de esa playa, sino  la belleza de nuestra  amada Ceuta.

En Ceuta,  a  25 de abril  de   2009                       

                                                                                              Fini Castillo Sempere

 

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