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 | Ceuta,mi niñez perdida... |  |  | 
    
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                                      Este  pequeño libro, esta dedicado a mi Padre, y a todos los niños                del Patio. Sí,  y también a vosotros…los Ausentes…       
          
            
              
                
                  
                    
                      
                        
                           En  Cádiz, a 09-30h. del  día 5 de enero de  2007 
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                  INTRODUCCIÓN     
                          
                                 Nosotros, los que en la adolescencia abandonamos el mar azul… y a veces esmeralda de Ceuta, no hemos podido nunca  encontrar un lugar bajo el sol. No, es cierto, desde que rompimos nuestra  atadura atávica  con nuestra tierra,  jamás hemos vuelto a encontrar la paz. Y es probable que no podamos volver a  encontrarla mientras que no nos reconciliemos con nuestros recuerdos que  habitan en lo más profundo de nuestras almas.Todos mis compañeros de viaje están como  yo, prisioneros del mismo síndrome de extrañitud, que nos hace sentirnos  ausentes, aún cuando vivamos largos años en el nuevo lugar de residencia. Yo no  diría que hablamos de nostalgia o de las conocidas saudades al modo gallego,  sino de una cierta tristeza  que va  calándote como una lluvia fina y sin darte cuenta, un día, al levantarte, se te  agolpa toda esa tristeza en el pecho dejándote sin el necesario  aire en los pulmones para poder respirar…
 Y en ese instante, cuando llega ese momento  crucial que la ausencia año tras año ha ido inundando el estanque de tus  recuerdos, sí, en ese instante explota la emoción durante tantos años guardada  y nos abandonamos completamente trastornados a las horas soñadas de nuestra  niñez...
 ¡Oh,  la niñez!, tesoro mágico donde se alberga todos nuestros sueños  inalcanzables…Quizás por mágico sea el único lugar donde los hoy mayores  deseamos volver para reivindicar que un día fue posible alcanzar la felicidad  junto a una sonrisa  de luna alegre, allá en cualquier  esquina   de una de aquellas calidas  noches de verano de entonces…
 Yo, ya dije fuerte y claro, que mi patria,  mi verdadera y única patria está de este lado del mar…Yo no reconozco más  bandera que el azul y el blanco del cielo que roza las cumbres de la Mujer  muerta; o el verde de los pinos del Monte Hacho; o el rojo fuerte, de sangre,  luego tinto, más tarde  cárdeno…de los  atardeceres del Estrecho.
 Mi patria es Ceuta…Y mi alma es suya…Yo no  soy nada…Yo sólo quiero ser una palabra   pronunciada  una sola vez por don  Bernabé Perpén en Nª Sª de África, a saber: «Este niño se llamará, Manuel». Manuel,  sólo un nombre perdido en el archivo de bautismo de una iglesia; y más tarde,  inscrito en el padrón del censo del Ayuntamiento del año 1955; pero un nombre  que da fe que nací en la Ceuta vieja, entre Foso y Foso y entre Puente y  Puente, donde los ceutíes decían que habitaban los hombres de las caballa; aquellos  que en la noche sin luna oteaban el  arda de los bancos de peces, y luego se hacían a la mar con la esperanza de  llenar sus redes…Más tarde, con el paso del  tiempo, la palabra caballa, tendría aún un carácter más originario e  identificativo que el propio gentilicio.
 Queda claro, pues, que el agua que don  Bernabé Perpén derramó sobre mi cabeza, determinó la impronta de mis afectos a  un lugar determinado y a un tiempo. Yo, pertenezco a los patios y a las calles  del Callejón del Asilo Viejo. Un lugar y un tiempo, que algunos dicen que ya  sólo habita en los recuerdos y es cosa del pasado; pero sin embargo yo os digo,  que al atardecer, cuando vuestros pasos se dirigen a una plaza, a una alameda,  o  la orilla del mar, escuchad  a vuestros corazones, y quizás se obre el  milagro de que aquel lugar y aquel tiempo, de nuevo, como una caricia, como un  susurro, volváis a sentirlo como si fuese ayer…
       En Cádiz, a las 2053h. del 28 de  abril de 2007
 
 Manuel Castillo Sempere
 
                  
                    
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                                     OFRENDA A LOS NIÑOS
 
 
 
       Este  libro, está escrito desde la ternura. Desde la  escasez  y la inocencia del final de los  años cincuenta. Está escrito para vosotros, a los que os tocó vivir en aquel «patio  mágico» donde las horas no tenían tiempo. Está escrito, también, para todos  los curiosos que quieran saber como vivían, y que sentían  los niños de entonces. Pero yo os diré, sin  embargo, que no hay nada nuevo  bajo el  cielo, que los niños de ahora, reflejáis tan perfectamente la ternura, como los  niños de antaño. Que los niños, son solo niños en cualquier época que toque  vivir. Los niños se abren a la vida, igual que las rosas al rocío. Da igual que  sea el Norte o el Sur, el ayer o el mañana; para que las rosas se eleven y  toquen el cielo, únicamente necesitan que les roce el rocío. De igual manera,  para que los niños crezcan y toquen a Dios, sólo necesitan que les roce el  amor.      ¡Adiós, infancia añorada, tus recuerdos van  transidos de nostalgia, de tristeza azul, de  paz en el alma,  de jazmines…! ¡Oh, Señor,  adiós a mi  niñez,  perdida para siempre…!
              En Cádiz, a las 10-20h. del  5 de enero de 2007   | 
    
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 YO VIVÍA  EN UN PUEBLO…
 
 «Que la  añoranza te ayude a  vivir
 siempre  con  esperanza…»
 
 Yo vivía en un pueblo al pie de una montaña  del Atlas…
 El  mar, siempre azul, se insinuaba como una mujer por el Norte,
 Por  el Sur, y por el Este…
 El  viento soplaba siempre fuerte y vigoroso como un trueno;
 pero  a veces, se adormecía en un susurro,
 y  se deshacía en un soplo, que casi era un beso.
 Mi  pueblo tenía una plaza ajardinada, donde mi niñez,
 quedó  para siempre con sus recuerdos olvidada…
 A  un lado la Catedral, al otro  la Iglesia  de África.
 Y  en ambos extremos, el Parque de Artillería y el Ayuntamiento.
 Al  atardecer, la catedral tañía  sus  campanas, y sus tin-tan…
 rompían  el silencio solemne de la plaza, provocando
 de  pronto,  que un puñado de pájaros revolotearan  asustados,
 hasta  que los ecos de las campanas se apagasen  lentamente.
 Pasado  el susto, las golondrinas y los gorriones   volvían a sus nidos;
 y  la paz, de nuevo, se hacía inmensa, sin límites, con una hondura
 que  llegaba  hasta los sorprendidos chiquillos  que allí jugábamos.
 Yo vivía en un pueblo al pie de una montaña  del Atlas…
 Y  la nostalgia  se hace una herida dolorosa  en el alma,
 cuando  recuerdo el puerto pesquero, la lonja, la escollera,
 las  barcas pintadas de colores rojos, azules, blancos…verdes.
 Recuerdo  las mañanas  del verano construyendo
 pequeños  barquitos con corcho, alfileres y papel.
 Recuerdo  como en el muelle Comercio, los pescadores
 nos  empataban  los pequeños anzuelos con los  que después
 inocentemente  intentábamos pescar alguna chopa despistada.
 Hacia  julio, por la Virgen del Carmen, bajábamos al muelle
 para  ver la cucaña, y la piñata que montaban los pescadores:
 la  regata de botes, el mástil  con sebo, la  cuchara y el chocolate,
 el  palo y las cazoletas de barro, la carrera con sacos,…
 En  definitiva, la algarabía  de una fiesta  marinera,
 donde  las  mujeres  y los hombres   del mar,
 reían  a la vida sin temor: libres, puros, casi desnudos…
 Por  la tarde, nos montábamos en  «Lobito», y navegábamos
 con  los demás barcos  detrás de la Virgen del  Carmen.
 ¡Dios  mío!, anhelo como Marcel Proust, buscar un tiempo perdido,
 donde  el mar se pintaba   siempre de azul,  azul, azul….
 Y  los ojos se  inundaban  a rebozar de  alegría y de esperanza.
 Un  tiempo donde los niños deseaban ser niños para siempre,
 donde  no se contaban las horas, y donde vivir significaba jugar…
 Yo vivía en un pueblo al pie de  una montaña del Atlas…
         Manuel   Castillo  SempereCeuta, 10 agosto 2002
 
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 ¡MI PARDALET...(*)
 
 
 
 Mi Yaya, al asomarse en el limite del  patio, al borde de las piedrecitas de la ramblilla, exclamaba: ¡pardalet,  pardalet, vine per a ací…! Y yo, su pardalet, a veces, atendía su llamada, una  vez anunciada mí despedida a los gorriones del huerto de María  Vera, y a la lagartija que todas las tardes  cruzaba su muro blanco. Más tarde, con el mismo animo, giraba la cabeza a las  pequeñas hormigas que procesionaban   debajo del rosal, y a los indolentes gatos amarillos y pardos del tejado  de los Boguitas; y ya, a saltos, como una centella, corría a sus brazos  prisionero de sus palabras: ¡Pardalet, mi  pardalet!...
 
 
 
  Cádiz, a 6 de  diciembre   de 2.006                                                             Manuel  Castillo   Sempere 
 ______
 
 (*)Mi pardaletet: Mi pajarillo
 
 
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                                                                  Capítulo I                  NOS VAMOS DEL PATIO, ADIÓS A LA  INFANCIA…        acía tiempo que mi padre  anunció la posibilidad  de llevarnos a vivir  al barrio de la Puntilla,  en las viviendas que la Junta del Puerto tenía  para sus trabajadores. Así, que un día vino diciendo que un  compañero suyo se jubilaba y quizás cuando se  marchara a su pueblo nos podían conceder su casa.  Y así fue, el Sr. Canuto  se jubiló   y se marchó a su pueblo, y a mi padre le concedieron la casa que hasta  ahora habitaba este buen hombre. A mi   madre, y a la mayor parte de nosotros, no  nos    gustaba   la idea de abandonar el patio, estábamos tan identificados con él, que nos parecía imposible  poder vivir fuera de su protección. Y llegó el día señalado, mientras mis padres  recogían las últimas pertenencias, yo me subí   al muro blanco del huerto de Maria Vera, para sentir  quizás   por última vez, el olor que la primavera había traído a las rosas que  como siempre sobresalían  sobre aquel  muro. Los gorriones, también, como solían   hacer,  entraban y salían de un  árbol a otro en un bullanguero juego sin fin. La paz era inmensa, yo diría  sobrenatural, cerré los ojos un momento y al abrirlos, allá en lo más alto,  como cristales de azabache, las  golondrinas  giraban y giraban  entremezclándose con alguna nube despistada.  Un rato después, escuché el chirrido de la garrucha del pozo y al mirar:  alguien, sin saberlo, sacaba en un cubo de zinc un trozo de cielo azul… Mi  última mirada fue para los gatos    taciturnos de los tejados amarillos y rojizos del patio de los  “Boguitas”.
 Mientras tanto los vecinos, sobre todo las  mujeres, se abrazaban y lloraban junto a mi madre, sin que aquello pareciera  que pudiera  acabarse nunca. Cuando ya  parecía que se había llegado al final  de  las despedidas, alguna vecina, ya fuera África e Isabelita primero o Josefina y  María «Machanga» después,  el caso  es,  que le recordaban  algunos de los innumerables  momentos de felicidad que habían vivido entre  ellas; y   al instante, como un torrente,  la emoción     se desbordaba de nuevo sin que nadie pudiera impedirlo.
 Por fin, mi padre, impacientándose pero  comprendiendo la situación dijo:
 -¡Fina, vamos, quizás volvamos algún  día…!
 Mi madre, entre besos y lágrimas se  despidió de sus vecinas, comprendiendo en su interior, que jamás volvería a  vivir de nuevo  en nuestro patio;  mi padre la cogió   por el hombro y se la llevo ramblilla abajo. Yo, volviendo la  cabeza,   les  grité el último adiós con toda la fuerza de  mi corazón…Camino de la Puntilla, camino de la  nueva casa    en donde iba a vivir en   los  próximos años, intuí de manera sorprendente, que aquello no era solamente un  cambio de lugar, sino que algo muy importante en nuestras vidas iba  inevitablemente  a cambiar para siempre.  Comprendí que se estaba  acabando el  tiempo de soñar donde   las horas no tienen  tiempo ¡Dios mío!, adiviné, que quizás vivir y jugar no fueran el mismo verbo.  Y así, sin saberse muy bien por qué, mi infancia se fue quedando  olvidada   definitivamente,  entre la  fragancia de los eternos jazmines blancos que cubrían mi puerta…
   
                    
                      
                            Cádiz, a 10 de  diciembre   de 2.006                                                             Manuel  Castillo   Sempere
 
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                                                                                Capítulo  II                       
   PuertaManuellaValenciana.jpg)   
 LA TIENDA DE MANUELA «LA VALENCIANA»
        A mi  patio se llegaba, dejando el «Puente  Almina»,  y justo  al empezar la calle de la «Muralla»  y la bajada al «Muelle  Comercio», donde  los pescadores tenían atracadas las “traiñas” y las “marrajeras” con que cada  día se hacían a la mar.  En una pequeña  plazoleta que  formaban los vetustos  edificios, se hallaban: la tienda  del «Barato»  en una esquina de la manzana de la calle Espíritu Santo; y en la otra, Casa  Parres y la pequeña tiendecita de «indios»(1) del Tele; enfrente, la  antigua construcción del que fuera sucursal del  Hotel Mayestic, en el cual en su fachada  principal se dibujaba un viejo cartel del «Auxilio Social» y las banderas y letreros de los Consulados extranjeros. Desde la azotea de este hotel, mi madre  me ha contado en  muchas ocasiones, que  con sólo seis años y recién llegada de Santa Pola, escuchaba los tañidos de la  campana de la pequeña capilla del Asilo; y a la tarde, observaba como los  ancianos y las monjas que estaban   dedicadas a su cuido, daban sus paseos en el patio interior al  calorcillo de sol del invierno. Años   después, quién le iba a decir a ella, que su vida y la de su familia  transcurrirían muy cerca de este Asilo, ya convertido en Escuela Pública.     Dejando atrás la plazoleta, a continuación  se subía por la empinada calle-antigua de Sagasta- que daba hasta la calle  Jáudenes, que sin embargo, nunca supe dónde se hallaba-, ya que para nosotros,  siempre fue la calle «Larga»-. A un lado de aquélla, se situaba el Bar  el Estrecho, siempre repleto de hombres del mar; y un poco más arriba el  ultramarino de Manuela la «Valenciana», donde un anuncio metalizado del “Bebé  Holandés” presidía el mostrador de madera. Mi madre siempre me mandaba a esta  tienda, a comprar todos los ingredientes de las comidas y demás cosas necesarias  para poder vivir decentemente. Este ultramarino presentaba siempre un  ajetreo de mujeres que iban y venían haciendo  sus recados, y a la vez una continua charla de ellas, con Manuela y su sobrino  Andrebé, mientras estos liaban  los  productos a granel en unos perfectos paquetes de papel de estraza. Yo me  quedaba  absorto contemplando todo este  bullicio, sin acordarme de hacer mi pedido, hasta  que  la  voz de Manuela, tronaba por encima de las demás y  me sacaba inmediatamente de mi aturdimiento:
 -«¡Xiquet!,  què vol   ta  mare?»(2)
 Todavía, antes de recoger los paquetes,  aún  tenía tiempo de mirar  al otro lado de la tienda, donde en otro  mostrador más pequeño Andrebé, servía unas «chatos» de vino a las diferentes  tertulias de hombres que se iban sucediendo, una tras otra,  a partir del mediodía hasta la hora de  almorzar. Cada palabra se acompañaba con un sorbo de vino tinto y con una  chupada de tabaco de picadura. Cada vez que hablaban  algunas de aquellas personas, era   para mí, como si sentenciaran la verdad  más  absoluta. Aquellos trabajadores  sencillos, eran  en realidad la esencia del pueblo, lo más  puro. Lo que quedará para siempre después del paso de los años…. Entre esos  hombres curtidos por la vida, siempre se me viene a la memoria a Rafael Gaona,  patrón de la lancha de Prácticos y antiguo socialista, que tuvo que  aprender a   vivir en la resignación de aquellos momentos donde la palabra libertad  sólo existía en los diccionarios…
 
                               En Cádiz, Septiembre 2.007    
 Manuel Castillo Sempere
 
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 (1) ¡Niño!, ¿qué  quiere tu madre?
 (2) En Ceuta a las tiendas de  los hindúes, siempre se le ha llamado de indios.
 
 
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      Capítulo III
                EL CALLEJÓN Y LA PLAZOLETA DEL  ASILO. LA RAMBLILLA.                     Desde   la esquina de la tienda de Manuela “la Valenciana”, girando a la derecha,  comenzaba la calle Sánchez Navarro-antigua Misericordia-. Una calle  larga y estrecha, que daba acceso a un  laberinto de otras calles  y patios  interiores. Dejando  atrás el muro del  patio del colegio, nos encontrábamos con el  corazón de aquellas callejuelas: «el Callejón y   la Plazoleta del Asilo». Este edificio había sido un antiguo convento,  luego reconvertido en asilo-de ahí su nombre popular-,  y luego en escuela pública. Entrando en el callejón,  había un primer patio somnoliento que cubría   una parra de pared a pared, y en  donde nada más atravesar dos desvencijada  puertas de madera claveteadas de gruesos clavos, vivían: en un lado, Sebastiana  y Adolfo? Arrabal, Chana y el hijo de éstos, Pepe Arrabal (1); al otro lado,  María Luz y Ramón“Chico” (2), un sobrino de Luis Pérez,”el Platero”. Más arriba  hacia el final, habitaba  una familia de  pescadores que eran conocidos por los “Boguitas”. Siempre consideré en mi  mitología infantil, a estos pescadores y a otros  que también vivían cerca, como los Aros, en  auténticos héroes, cuando por las mañanas los veía   venir por el callejón, con los  pantalones remangados, los pies descalzos y al brazo un cubo de pescado para el  almuerzo del día. ¡Benditos pescadores! Siempre tan  cerca de lo inalcanzable…    Hacia el final había un pequeño huerto con  árboles frutales, donde vivía Catalina (3), una anciana  pequeña y pizpireta, que a veces iba a  sentarse en el escalón de la puerta de   la “Mulera”,  para ver pasar al  mundo…
 Un portalón enorme con el numero 12 en lo  alto, daba acceso a mi patio. Antes de entrar, se formaba una pequeña placita  que daba a la vivienda   de Luis Pérez,  el nombrado platero y al hermoso huerto de María Vera, su mujer. Una vez dentro,  la primera parte de éste, la llamábamos la ramblilla:  estaba toda empedrada de pequeñas piedras redondeadas, donde una pequeña  yerba verde crecía entre ellas. En el lado  izquierdo un muro blanco-con dos ventanitas de las casas del otro patio-, subía  hasta la casa de los Vallejos; en el otro lado, otro muro más alto y  pintado  también de cal, se alargaba  hasta los escalones de la  esquina de  Ángela. Y hacia la medianía  de este muro  blanco como la espuma, los rosales, con sus rosas extendidas, se asomaban   desde   el huerto de Maria Vera, como queriendo   con la fragancia de sus pétalos embriagar a nuestra humilde existencia.  ¡Inocencia y pureza, con sólo cal, y rosas desojadas del rosal del huerto de  Maria Vera! ¡Fragancias y sueños adolescentes, sin límites, infinitos…!  ¡Bienaventurados los que habitábamos   aquel lugar!, porque  nuestras  almas  han quedado prendidas, desde  entonces, del sentimiento profundo de la vida   y como consecuencia de ello, del   deseo irrefrenable de sentir su belleza  palpitar en nuestros corazones…¡Poesía de cal, de piedra y de rosas, y Dios de  azul en el cielo alto, junto a las nubes… que no deseamos ser más de lo que  fuimos, compañeros del dolor y de la risa, amigos del día a día, y solidarios  de nuestras tristezas y nuestras alegrías, únicamente anhelos abiertos a  la esperanza, como  lagartos tendidos al sol…!
 En la zona baja de la ramblilla las  piedras se habían ido  perdiendo, y poco  a poco había quedado la tierra desnuda. Allí, los niños jugábamos a las bolas;  bien al «Gua»(4) intentándolas meter en un agujero hecho en la tierra; o  bien, colocándolas junto a las «perras chicas y gordas»(6) en un  triangulo que denominábamos: «Cribi»(5). El secreto consistía apretar  las bolas contra los dedos, y lanzarla fuerte para golpear las bolas de los  demás. El que  acertara  a  golpear  más veces ganaba la partida, y como si hubiera logrado el mayor de los  tesoros,  se llevaba todas las bolas y  las «perras» colocadas en el «Cribi». Había niños que parecían que  habían nacido para esto. Los más humildes, los que siempre estaban en la calle,  eran sin lugar a dudas los mejores, siempre destacaban en todos los juegos.  Eran los más temerarios y los más valientes. Yo, les admiraba, y en lo más  profundo de mi alma, hubiera querido ser como ellos: ¡Libres para cruzar la  niñez soñando….!
 A veces, los mayores-sobre todo Jesús y  Cayetano Fortes-cuando  pasaban por allí,  gritaban: ¡Zaragata!(7), cogían las «perras» y las bolas del «Cribi», y se marchaban apresurados, ramblilla arriba. Los niños estupefactos,  nos mirábamos asombrados. A continuación pasado el asombro, corríamos tras  ellos insultándolos hasta desgañitarnos; luego, entre risas nos las tiraban lejos de nosotros,  para así, de esta forma, hacernos rabiar más……
     En   Cádiz, 14 de Octubre de 2.006
                                                                                  Manuel  Castillo   Sempere Aclaraciones (1) Pepe Arrabal,  murió en  soledad en Francia. Chana tuvo la valentía de traer sus restos al Campo Santo  de “Santa Catalina”. (2) María Luz y “Chico”, se conocieron entre las esquinas del «Callejón  del Asilo»,  y un día a la luz trémula de  una luna de mayo se besaron…Y se enamoraron para siempre… (3) Catalina, era madre de África Viso, vecina de nuestro patio, y  protagonista de uno de los capítulos. 
 (4) Gua: Agujero aproximado de cuatro dedos,  hecho en la tierra con el fin de que las  bolas-canica-, pudiesen colarse en él.
  (5)   Perra Chica: 5  Céntimos.    Perra Gorda: 10  Céntimos   (6) Cribi: Triangulo donde se  colocaban las bolas y las monedas de “Perra Gorda y Chica”. (7) Zaragata: Palabra que se  empleaba para  coger las monedas y las  bolas y salir    corriendo con ellas; su         intención era hacer rabiar a la chiquillería, normalmente se devolvía después  de   de un rato de        incertidumbre.
 
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 .jpg)  Capítulo IV
                                                           EL  PATIO   La  ramblilla hacia una subida hasta llegar  a unos escalones amplios   que  corrían a   todo lo ancho de ésta. Una vez arriba, comenzaba verdaderamente lo que  era el patio de vecinos. A la izquierda   se situaba la casa de los Vallejos (1), a la derecha  la de Ángela y el chache Sebastián;  enfrente, la casa de María y el chache José;  y la   de “el Gorrión” e Isabelita  (2); se giraba a la izquierda, y nos encontrábamos  con la casa de los Gaonas (3); junto a ella,  a la derecha, mi casa.  A continuación,  unas escaleras que daban acceso al patio de “Arriba”, dividían mi casa  en dos partes: a un lado, la cocina, el patinillo y el retrete; a otro lado, el  comedor  y los dormitorios. El patio de “Arriba”,  se había construido años después del nuestro, por eso, al ser más nuevo daba la  impresión de ser más señorial. Al principio, en un rellano, estaba  la casa de Dorotea  y de Paco Tenorio y Olimpia (4); después  subiendo unos peldaños a mano derecha, la casa de África Viso y Miguel Campaña  (5); junto a ella, la casa de Pepa  la  “Mana”(6);  en el otro lado, a mano  izquierda, la casa de Vitoria y Rafael(7);   y por último la casa de Pepa Blanca y Antonio.Todas las familias tenían, como era  natural, su vida propia, pero no obstante, existía una convivencia que era  común a todas. Se percibía como un sentimiento solidario  que traspasaba  a todos   los vecinos, como algo que hiciera, que de manera instintiva, se  ayudaran mutuamente en los quehaceres diarios. Era algo así, como una impronta,  como una condición humana, que daba a las personas que habitaban aquel patio,  una capacidad y una habilidad especial para poner en practica una  generosidad natural, que en definitiva nos  hacia sentir más  cercanos unos de otros.
 Este patio era mi alma. Toda mi vida  ha sido   un continuo viaje para encontrar este lugar, donde un día quedó olvidada  mi niñez. Como Ulises, he buscado desesperadamente  una Ítaca, que sólo estaba en mis sueños…El  final, como un acertijo, se encontraba ya   escondido en el principio. ¡Dios mío! Cuando un niño abre por primera  vez los ojos, queda ya para siempre prisionero de esos primeros recuerdos……
 Puedo contar tantas cosas… Puedo contar,  por ejemplo, como las mujeres lavaban la ropa en aquellos lebrillos  enormes, donde a continuación colocaban las  tablas de lavar, y luego restregaban  las  ropas: ¡azulejo, almidón y jabón!,  hasta  dejarlas  listas para colgarlas en los  tendederos. Para los niños, cuando tendían las sabanas, era una fiesta, nos  pasábamos toda la mañana, perdiéndonos y encontrándonos entre ellas a modo de  laberinto sutil e improvisado.
 Puedo recordar, los fuertes colores de los  claveles y los geranios, colgados de las   macetas en las paredes blancas de cal. El celindo de Ángela, con sus  olorosas flores de nacar, que mi tía Tere, al pasar, las robaba a hurtadillas y  se las prendía en su largo pelo negro.  Y  sobre todo, al jazmín que cubría de lado a lado   toda mi puerta. Por las mañanas, cuando mi madre nos levantaba para ir  al colegio, y al rato nos llamaba para desayunar, al cruzar para ir  a la cocina, el suelo  estaba todo sembrado de los jazmines que se  habían ido cayendo  aquella noche.  Aquellos jazmines son los primeros recuerdos  que tengo de la belleza. Jazmines blancos   y puros como el alma de los niños. Jazmines llenos de aroma, para que mi  hermana los hilvanara  en una guirnalda,  y se la ciñera en su pelo negro, soñando ser una princesa  de cuento de hadas…Jazmines de nostalgia  preñados de sentimientos…Jazmines inalcanzables para los poderosos, porque  ellos, han  olvidado los sueños; pero  jazmines nacidos para nosotros, los simples, porque, en verdad,  los sueños siempre serán nuestro consuelo…
 También se me viene a la memoria, el  momento mágico del atardecer: cuando después de venir de la carbonería cargado  con el cisco y el picón para los braceros, las mujeres se reunían, calentaban  café, y una vez contados los acontecimientos y chismorreos del día, se  aprestaban completamente absortas, a escuchar en la radio el serial de la  tarde…
 Puedo recordar, que aquel patio era la vida  misma, desnuda, dura y cálida a la vez. La   pasión se mezclaba a veces con la generosidad, con la caricia; para más  tarde copiarse  de rudeza, de  desaliento.   Ora se querían, ora se  regañaban. Unas veces se criticaban, otras se bendecían. En algunos momentos  semejaban gallos de peleas irreconciliables, para  a continuación en otros sin embargo, la  ternura brotaba tan fuerte  de sus  corazones, que todo volvía a ser como antes… Aquel patio tenía vida propia, y  sus personajes como actores de un teatro   imposible, traducían el papel que el azar les entregaba…
 Puedo contar tantas cosas de aquel patio…
       Cádiz, a   29 Octubre de 2.006                                                                     Manuel  Castillo  Sempere                                                                                              ________
 (1) Juan y África tenían cinco hijos: Conchi, Dori, Juan  Antonio, Africoli y Manolito(2) Sebastián  e  Isabelita tuvieron dos hijos; Francisco José y Juan Jesús.
 (3) Rafael y  Josefina consiguieron sacar adelante   once hijos: Pepillo, Rafael, Manolillo, Emilio, Alfonso, Antonio, Luis,  Maruchi, Jesús, Federico y Joaquín.
 (4)  PacoTenorio y Olimpia, Tenían tres niños:Miguel,  Carmelo y Francisco?
 (5) Miguel Campaña, “Gar Gable” y África Viso, tuvieron  a Luisa, una niña preciosa.
 (6) Pepa la  Mana, era alicantina, de Santa Pola, estaba casada con Mariano, patrón de  Cabotaje.  Tenían dos       niños: Vicentina y  Marianito.
 (7) Vitoria y Rafael, tenían  tres niños: Pacote, Herminichi, y Manolito.
 Pepa Blanca y  Antonio, no tuvieron hijos.
 
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 MARIBEL, DIOS NO QUISO   
          Dios no quiso que aquella niña   naciera con el don de la inteligencia. Dios no lo quiso….Sin embargo, Maribel   nunca estuvo falta de otro don, si cabe más preciado que el anterior. El don de   la inocencia… Sí, Maribel era un ser adorable, libre para correr la empinada   calle Obispo Barragán de abajo a arriba y  otras calles del barrio cada vez que   se le antojaba. Yo, aún niño como ella, sabía que Maribel no era como nosotros,   que algo de su inteligencia se había extraviado en el lecho insondable donde se   otorgan estas capacidades. No obstante, percibía que ella se había adueñado de   una libertad que  ni de lejos  estaba al alcance de mi mano. Y yo en mi   ignorancia y en mi aún pocas luces, percibía aquellas circunstancias como una   balanza en la que en un  platillo se depositará la inocencia  y en el otro, para   contrarestar se añadiera la libertad. Y en estos dos platillos de la romana, una vez arriba uno y otra vez otro, se iba tejiendo y destejiendo mis   elucubraciones acerca de la naturaleza de esta chichilla.Sí, Maribel, como   decía antes yo te he visto deambular por nuestro callejones, y te recuerdo    sentada en tu pequeña silla de nea a la puerta de Rosi, esperando aquella sandía   roja que tanto te gustaba; y también he oído  el grito tus palabras   indescifrables a tus amigos del otro lado del entendimiento; yo nunca entendí   ese vocabulario ni tampoco adivine a quien iban dirigidas; pero ahora desde la   distancia y el tiempo transcurrido quizás pueda entender que tu mundo se   encontraba en la otra orilla, y el camino cárdeno que sube  a la montañas de tus   pensamientos se hallaba inaccesible para los poseídos de inteligencia a granel.
 Sólo los sencillos de corazón, los humildes o los poetas, tienen la facultad   para entrar en el mundo onírico de tu alma; sólo ellos y no los poderosos están   habilitados para disfrutar de un mundo sin odio y sin dolor. Los demás,   nosotros, los que pensamos que el mundo es nuestro y no hacemos nada para   mitigar el dolor del prójimo,  nunca sentiremos ese mundo lleno de vida donde la   corriente  fluye clara cantando de piedra en piedra su enorme estrofa de agua.   Nosotros estamos vedados y hemos sido expulsados por segunda vez del paraíso… No   tenemos caminos y no llegaremos, por tanto, a ninguna parte; en estos momentos   de zozobra, quizás  la única esperanza  es copiar tu indiferencia, tu desapego    a lo mundano y a las riquezas efímeras que a la postre sólo conducen al   descontento y al malestar de tu conciencia.
 ¡Oh, Maribel, Dios no quiso   poseerte con el don de la inteligencia… Sin embargo, nosotros, aquellos que te   retiramos el pan y la sal, te pedimos ahora, que allá donde habite tu alma   viajera,  sigas siendo aquella niña libre, indiferente a las tristezas de este   mundo. Sigue, Maribel, siendo libre, porque tu libertad también nos hace libre a   los demás...!
 
 En Cádiz,  7-20h.  29 de diciembre de 2008.
 
 Manuel  Castillo   Sempere
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 PEPITO 
 Mi primo Pepito, era sin lugar a   dudas el niño más travieso del Barrio. Vivía al final de mi calle- Sánchez   Navarro- junto al ayuntamiento y la Plaza de Afrecha. Se contaban mil y una   historias de él. Yo había crecido oyendo contar todas sus travesuras. Todo el   mundo las contaba y siempre le añadían algo  a cada nuevo relato. Mi madre   contaba  que una vez en el parque de San Amaro, se peleo con los monos  que   estaban en una jaula, y estos le arrancaron los tirabuzones que los niños solían   llevar entonces. Su Madre, mi Tía Paquita, casi se muere del disgusto. A mi me   quería mucho, porque le hacía gracia, que yo llevara una camiseta del Atletic de   Bilbao, y dijera que era Zarra, el ariete  del equipo. Yo siempre lo admiré, y   era para mí  como una suerte de  héroe que  estuviera por encima de las reglas   que debiéramos todos acatar.
 Pepito, no se ajustaba a las reglas   omnipresentes de nuestra  familia, que hacían que   obligatoriamente tuvieras   que   estudiar. Todos los primos sabíamos tácitamente que fuera del estudio,   solo existía el olvido y la falta de reconocimiento. Pero no obstante, mi primo    era la excepción. Había conseguido escapar a esta regla, y vivía felizmente a   sus anchas, sin ningún tipo de perjuicio.
 Unos de aquellos días en que su   mente no ideaba nada bueno, se le ocurrió subir al Patio, y tirar un petardo   gordo en la casa de Ángela. ¡¡¡BOOM!!! Aquello retumbo en toda la casa  de esta   buena mujer, como si hubiera caído una bomba. Al momento, salio Ángela   despavorida con los brazos en alto y  echando mil maldiciones al causante de   aquel atropello.-Ángela, se las pintaba y era una autentica experta para eso de   echar maldiciones-  Todos los vecinos,-como era la  costumbre cuando pasaba   algo- salieron de sus casas asustados preguntando que había sido ese tremendo   ruido. Mientras, Ángela, maldecía a diestro y siniestro. ¡Malas puñalás te den!   ¡Canallas! ¡Sinvergüenzas!  ¡Qué malas entrañas hay que tener….!  Los vecinos le   daban  la razón a Ángela y trataban de calmarla. En medio de aquel tremendo   jaleo que se había formado, todo el mundo se preguntaba quien había sido el   insensato que había cometido tamaña fechoría. Todos los niños, en esos momentos    estábamos bajo sospecha, y empezábamos a sentir las miradas acusadoras de los   mayores, cuando uno de nosotros(*), espontáneamente dijo:
 -Pepito ha   salido corriendo Ramblilla abajo.
 Milagrosamente aquellas palabras nos   salvo, y nos evito probablemente el calvario que nos aguardaba.
 Ángela, ya   tenía a quien dirigir sus maldiciones, que continuaron aún  durante un buen   rato. Las mujeres pasado el sobresalto, y  después de acompañar y expresar su   enfado a Ángela, se fueron  retirando poco a poco  a sus quehaceres diarios,    murmurando entre diente: ¡este Pepito no tiene arreglo, este Pepito no hace nada   bueno¡.
 Aun ahora, pasado los años,   cuando nos encontramos   y   empezamos a charlar de aquellos tiempos pretéritos, yo suelo callarme y dejar   que mi primo hable de manera imperturbable -como si de un doctor “Honoris   Causa”se tratara -  de todos  aquellos pasajes en los que afortunadamente  a él   le toco ser, seguramente,  más libre que los demás …
 
 
                      Cádiz,   21  Octubre    2.006
 Manuel  Castillo  Sempere                           ________ 
                
                  
                     (*)El Tete-mi hermano-, años después, escribiendo este   libro, me dijo que fue él…                   | 
    
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 LOS GAONA,  EL PRIMER ENSAYO
     Han pasado  los días dolorosos de recordar y llevar flores a los seres queridos. La vida ha  de continuar su ciclo inexorable a otros momentos, a otros sentimientos… El año  que viene volveremos a llevar otras flores, y volveremos a recordar a los  ausentes… Tres de la tarde  del 11 de noviembre de 1.958, Rafael Gaona, da la señal, ha llegado el momento  esperado; todos los instrumentos   musicales, tras un año escondidos en los rincones de la casa, van  saliendo a la luz: panderos, sonajas, zambombas,  triángulos… y el bombo. ¡Qué emoción! Los  instrumentos se amontonan en la mesa del comedor. A las sonajas les arreglan  los platillos; a los panderos les untan ajos   para que las pieles se estiren y   se endurezcan; a unos  los  limpian, a otros les dan brillo. A cada uno de ellos, con mimo, como si de un  tesoro se tratase, van siendo puestos en condiciones para ser tocados.
 De pronto, como un  trueno, se escucha la voz de Rafael Gaona:
 
 
                      
                        
                          ♫  Caminando va José, una noche
 de invierno, por una  cañada…
 Tirando va de un  borrico, dónde
 va la Virgen, por  no poder andar.
                                Llegó a  una “posá”,  no le contesto, sigue caminando con mucho  dolooor.
 Mira  que bonita, mira que bonita...♫
       Josefina y sus once hijos, entran a coro,  acompañando a Rafael: 
                      
                        
                          
                            
                              
                                ♫  Mira que bonita es la Virgen  María…dándoles las gracias a todo el que  va,
 para ver al Mesias, que en un  portalito,
 una noche de invierno acostado está.
 Sí, sí, sí, será del amor.Qué, qué, qué lo ponga a sus pies.
 Quisiera yo, Niño, darte,
 entera mi vida y felicidad…
 Para poder yo cantarte
 la  Noche de Pascua y de Navidad. ♫
 
 
 Las sonajas se  levantan y se golpean contra  la otra  mano, estallando en mil sonidos; los panderos se redoblan y se vuelven a  redoblar sin cesar. Aquí  suena el triángulo,  allí suena la botella de anís  el “Mono”,  raspada  con el cuchillo. Todo el aire se  carga de sentimiento. Los chiquillos a los primeros compases se han ido  agolpando a la entrada de la puerta, mirando, ¡extasiados!,  como esta familia va desgranando los  villancicos del nacimiento del Señor. El clímax va en aumento. Todos cantan.  Unos tocan los instrumentos, otros baten palmas. Ora  se miran,   ora se ríen…Todos se contagian de la excitación, y se animan entre sí  sin cesar.  A un villancico, sigue otro,  y luego otro, y así hasta el infinito….¡Qué felicidad, Dios mío! ¡Qué  felicidad…tanto, que casi podemos tocarla. El patio se llena de una  alegría nueva que lo inunda  todo. Nadie  puede escapar a esta señal. Todos sabemos   que vamos a entrar en un tiempo de esperanza. En un tiempo donde, en una  noche mágica, quizás podamos sentirnos   más cercanos.
 Rafael, cada vez  más rojo por el esfuerzo, levanta la mano, la empuja hacia delante, y vuelve a  entonar un nuevo villancico:
 
                            
                                
                                                                ♫ La Virgen María  va caminando,va caminando  solita,
 y no tiene más  compaña
 que al niño  de la manita.♫
 ♫ Pero mira como beben
 los  peces en el río,
 pero  mira como beben
 por ver  a Dios nacido. ♫
 ♫  Beben y beben
 y  vuelven a beber,
 los  peces en el río,
 por  ver a Dios nacer. ♫
 ¡Qué locura, Dios  mío! ¡Qué locura! Pero que no paren nunca, que no se rindan jamás,  que sigan cantando hasta la extenuación, hasta  que les duela el alma…Que nosotros, los niños de patio, estaremos  para siempre  al pie de su puerta, escuchando hasta el  último de sus  villancicos…
            En  Cádiz, 3 de Noviembre 2.006                                                                                       Manuel Castillo  Sempere | 
    
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 AQUELLA  MAÑANA…        Aquella mañana me había levantado en silencio,  como si tuviese algo que desentrañar. Así, que sin saber por qué, me encamine  al muro blanco  del huerto de Maria  Vera, puse un pie en el hueco que los niños habíamos hecho para poder  subirnos a  él, y de un salto me encaramé  en lo más alto del muro. Pasaba el tiempo, y allí estaba yo, completamente solo,  contemplando el mundo.  Veía el sembrado  de  hortalizas y los diferentes árboles  frutales que María Vera tenía en su pequeño huerto; pero que a nosotros,  nos parecía un enorme bosque encantado dónde podía vivir cualquier ser mitológico.  Podía contemplar como una legión de gorriones picoteaban aquí y allá con entera  libertad; ora se subían a un árbol, ora se bañaban en un pequeño charco de agua  que se había formado junto al pozo blanco de riego. Estaban continuamente en  movimientos, y a veces se arremolinaban, levantaban el vuelo por encima de los  árboles, y volvían a bajar escondiéndose   entre la maleza como si de un juego se tratase; al rato volvían de nuevo  a aparecer  entre una algarabía de  trinos, giros, batidas de alas, subidas y bajadas,  que hacían que el huerto se alborozase  como en un continuo carrusel de color y  alegría infinita…
 ¡Dios mío! ¡Qué bien se está aquí sintiendo  la paz de este lugar!-pensé, olvidándome   incluso de jugar-. Al poco, me puse a horcajadas y reposé mi espalda  contra la esquina de la casa de Ángela, mire hacia arriba, y allá en lo más  alto, unas nubes blancas, redondas, como montañas, se adivinaban entre trozos  de cristal azul prusia, dejándose arrastrar por el vendaval.. Siempre mirábamos  desde pequeño a las nubes. Los mayores, nos decían que las nubes llevaban y  traían los mensajes  de  las personas queridas que habitaban  lejos;  y que a veces, para entretenernos, nos  mandaban figuras  que les recordaran las  suyas; o también de animales;  o de cualquier  objeto que nosotros pudiéramos, como en un acertijo, adivinar. Pero aquellas  nubes no llevaban ningún mensaje, sólo pasaban,   pausadas, obedientes, ensimismadas en un continuo viaje sin  retorno.
 También, casi rozando a las nubes y al mismo  cielo azul prusia, se presentían las siluetas de las golondrinas yendo y  viniendo, y cruzando el firmamento en todas las direcciones posibles.  ¡Las golondrinas!  ¡Tan unidas a la infancia! Todos los niños  del mundo hemos deseado  alguna vez  convertirnos en golondrinas, y volar  eternamente por todos los mares y países del mundo…
 Desde aquí, puedo divisar los tejados  rojizos del patio de los Boguitas, y el deambular de los gatos; y más abajo el  trajín de las mujeres tendiendo las sábanas blancas y almidonadas Todo parece  diferente desde esta pequeña altura. Cualquier   vecino que advierte mi presencia, enseguida me saluda, y a la vez me  aconseja:
 -Ten cuidado, pequeño, puedes caerte.  -Yo, le contesto:
 -Descuide, ya me bajo.
 Al cabo,   pasado un rato, alguien ha debido de avisar  a mi madre   lo peligroso de mi escondite, porque sus gritos,  llamándome,   se escuchan en todo el patio. Yo me escondo contra la pared y  hacia dentro del huerto para que no me vea, pero es inútil, mi Yaya,  irremediablemente ya me ha descubierto; alza los brazos en un dramático  aspaviento, como sólo aquellas mujeres eran capaces de teatralizar, y grita:
     -« Diable de  chiquet,  baixà d´ahí dalt  i vine per   ací,  que se´l vaig a dir al teu  pare. »(*)     La Yaya, me arrastra de la mano  hacia mi casa entre un sin fin de improperios  en valenciano, yo, en un ataque de rebeldía,   vuelvo la cabeza; y todavía, con la mirada, puedo despedirme y pronunciar  en silencio el ultimo adiós a los lugares y a los sentimientos, que despierto,  he  casi soñado, a saber: al huerto de  Maria Vera, a los gorriones, a los árboles, a las nubes,  al cielo azul prusia, a las golondrinas, a  los tejados rojizos de los  «Boguitas», a  los gatos, y sobre todo a la paz inalcanzable de esos momentos  pasados…
 (*)  Diablo de niño, baja de ahí, y ven para acá, que se lo voy a decir a tu padre.                      En Cádiz, 5  Noviembre 2.005
                                                                                Manuel  Castillo Sempere 
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                                                                                       Capítulo  XI                                                      LA LLAMADA      n aquellos días, cuando las madres  necesitaban a sus hijos para que fueran a comprar un litro de aceite, una chispa  de canela, o un poco de sal para el almuerzo. Acostumbraban a asomarse  al final del patio, junto a los  escalones que daban a la   Ramblilla, y desde allí,  llamaban voz en grito a  sus hijos, para que estos dejaran sus juegos e inmediatamente   se dispusieran  a realizar los  recados que se le habían mandado. Si nuestras madres, adivinaban que nuestras correrías estaban más lejos  de los aledaños del patio, y el recado  era para algo más importante que un simple “mandado”,   entonces se bajaban a la plazoleta del Asilo y  desde allí, volvían a intentarlo, si no escuchaban nuestra respuesta, entonces  se encaminaban por toda la calle Sánchez Navarro-antigua Misericordia-, hasta  la esquina de la casa de mi tía Paquita, junto al descampado del Ayuntamiento y  la plaza de África; y allí  volvían a  llamar. Y allí sí, allí seguro que pronto encontrarían  respuesta.   Algunas veces no te llegaba la voz   directa de tu madre, pero la “llamada” pasaba de boca en boca por todos  los niños del barrio hasta que llegaba al interesado de forma  imperativa:
 -¡Tu madre, te está buscando!
 Esta frase era suficiente para dejar  tus asuntos y acudir solícito junto a tu madre.  Era una forma sencilla y  natural de  comunicación verbal. No hacia falta, desde luego, ningún invento moderno para  que la “llamada” llegara  a su  destinatario; simplemente  el nombre se  rebotaba, a modo de eco, en todas las bocas, hasta llegar a su destino final:  ¡nosotros!  Era un acuerdo tácito entre  dos partes y  que de ninguna de las  maneras podía ponerse en tela de juicio o romperse. Si alguna vez tenías la  tentación de romper el acuerdo y no acudir a la llamada, tendrías  necesariamente que verte más adelante en una situación   bastante embarazosa. Tendrías que  explicar  porque no habías acudido cuando  se te llamo- no había excusa, siempre nos enterábamos cuando nos buscaban- y  por tanto, en que lugar diferente del habitual te encontrabas en ese momento.  Cómo se ve, más valía dejar para otro momento la rebeldía de no acudir,  porque las consecuencias podían llegar a ser  un tanto dramáticas.
 Algunas madres, además de gritar el nombre  de sus hijos con todas sus fuerzas y con la mayor naturalidad del mundo;  agregaban  siempre alguna frasecilla  graciosa, que a modo de sonsonete repetían constantemente después de  vocear el nombre de sus hijos.
 Vitoria, buena mujer y mejor madre  donde las haya, era la que tenía más gracia y la que imprimía mayor carácter a  la hora de llamar a sus hijos. Ella, a veces, se llegaba hasta la esquina del Ayuntamiento,  y desde allí,  con toda la naturalidad  del mundo, gritaba:
 -  ¡Manolitooo, me vas a quitar de la vida, quieres venirte ”pa” casa!
 A continuación, volvía a llamarlo con  alguna que otra original frasecilla hasta que por fin,  corriendo que se las pelaba, Manolito, acudía  a su lado.
 Mi Yaya, tampoco le iba a la saga y en repetidas ocasiones y en valenciano,  escuchaba- cual delincuente buscado-,  mi  nombre seguido de:
 -¡Gos, gos pacho, vine per ací, si el  teu Pare s´entera d´açò, te va a matar,  diable…!  ¡Tot el dia sens fer res..! (*)
 
 En  ocasiones, algunas, exageraban un poco la situación y las frases que  acompañaban al nombre se teñían de la máxima gravedad:
 -¡Antoñitooo!,  ¡que malas entrañas tienes, cuando te coja, te voy a dar una!…
 La  situación era un poco trágico-cómica, y a veces nos costaba más de un  coscorrón, pero ahora desde la distancia y el tiempo transcurrido, no puedo evitar  sonreírme, y apreciar de todo corazón la  inocencia, la enorme abnegación,  y el  profundo amor  que estas «Madres», sencillas  y buenas, nos entregaron en aquellos días   perdidos de nuestra infancia…
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 (*) ¡«Gos, gos pacho», ven  para acá, si tu padre se entera de esto, te va a matar, diablo…! ¡Todo el día  sin hacer nada…!
         En Cádiz a   6 de Noviembre de 2.006                        
                                                                             Manuel Castillo Sempere | 
    
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                                                                         EL  CHORRILLO   
                        En aquel  sábado de mayo, cuando salimos del Instituto, - los sábados teníamos solo clase  por las mañanas- convenimos camino del patio, que ya no podíamos esperar  más,  que la temporada de playa debía  comenzar para nosotros esta misma tarde. Así, que una vez que terminamos de  comer, rebuscamos los viejos bañadores del año anterior, y al poco, salimos  corriendo con toda la infinita ilusión que solo unos niños pueden alcanzar a  disfrutar. Cruzamos, a toda prisa, Sanchez Navarro.  Dejamos atrás el Ayuntamiento, la Catedral, y la casa de los Torres,  junto a la muralla, hasta llegar al Puente Nuevo(*); desde allí, ya se divisaba  hasta el horizonte el azul intenso del mar, que a veces, por momentos,  desaparecía y se tornaba como un milagro, en un   verde esmeralda, que  hacia que el deseo de zambullirnos en aquel  mar, se convirtiera ya, en una verdadera locura…Bajamos las escaleras en un  soplo, y por fin: la playa de el Chorrillo.
 Nos  quitamos la ropa y corrimos hacia la orilla, metimos los pies en el agua y que  impresión, el agua estaba helada.    Pero al  momento, como si una fuerza superior nos impulsara, ya estábamos dentro del  agua, nadando, buceando, salpicándonos agua, disfrutando en definitiva de aquel  primer chapuzón. Al rato, saltamos a la orilla, y corrimos uno detrás del otro,  sin rumbo, extrañamente felices, hasta quedar   agotados sobre los guijarros y la arena de pizarra del Chorrillo.
 Según  caía la tarde, fueron llegando lo botes   luceros de las traíñas; estos,    atravesaban  el «Foso», y  se varaban   en la playa, en espera  que las  traíñas -que  al  no poder   navegar por él , por su calado,  no tenían más remedio que dar  la vuelta a Ceuta, remontado Punta Almina- se  fondearan a media mar, pasada la piedra del “Caballa” y el espigón de la “Corriente”.  Cuando los  luceros  veían llegar a las traíñas, de nuevo se hacían  a la mar, tomaban  los remos  y de pie, inclinados sobre estos, remaban hasta  que llegaban a la altura del pesquero, tomaban el cabo y lo amarraban junto al  bote cabecero. Una vez terminaba  esta  maniobra, se   levaba el rezón del fondo,  el  patrón daba  avante, y poco a poco, como en un sueño, el  barco se perdía difuminado en el horizonte. Antes de que  definitivamente dejara de verse,  aún   nos llegaba, a veces, el sonido apagado del  motor: ¡POUM! ¡POUM! ¡POUM!...
 Todavía extasiados, fuimos  lentamente caminando por la orilla, sin  apenas hablarnos. De vez en cuando, recogíamos una piedra plana, y la  arrojábamos al mar; está, golpeaba la superficie y se rebotaba una, dos, tres…No  sé por qué, pero quizás parte de nuestra alegría se fue también con los  pescadores…  Nos paramos a la altura de donde  dejamos nuestra ropa, y al ir a recogerla, nos dimos cuenta que había  desaparecido la de Juan Antonio. Al momento escuchamos un fuerte silbido,  miramos para atrás, y nos quedamos de piedra: Juan Vallejo, el padre de Juan  Antonio, se encontraba arriba en la carretera “Nueva”, tenía el brazo levantado  y lo agitaba insistentemente como queriendo   mostrar algo; nos fijamos, y efectivamente, no cabía la menor duda: en  una mano llevaba unos zapatos; en la otra, en la que movía insistentemente como  un trofeo, la ropa de Juan Antonio…
 Estábamos  tan aturdidos, que no sabíamos que hacer ni como actuar;  así que al rato, decidimos marcharnos y  afrontar las consecuencias de nuestra aventura. Subimos las escaleras del  Chorrillo y nos encaminamos al patio medio desnudos; al pasar por la plaza  de África, la gente nos miraba con sorpresa al vernos de esa guisa. Cuando por  fin asomamos por la ramblilla, ya se había corrido la voz, y todos en  el  patio estaban ya   prestos para burlarse de nosotros y hacernos  pagar nuestro atrevimiento. Subimos la Ramblilla en silencio, como  corderos que van al matadero... ¡Ya están  aquí! ¡Ya suben!   ¡Vienen desnudos! Todos reían. Las carcajadas  eran cada vez más atronadoras.  África-la  madre de Juan Antonio- y mi madre, nos esperaban con los brazos en jaras, las  demás mujeres, a coro con las circunstancias,  no paraban de lanzarnos los mejores  improperios de sus variopintos   repertorios: ¡Granujas! ¡Golfos! ¡Pillos! …Juan Vallejo, con la cara  medio a enjabonar por el  afeitado, se  asomó un momento tras su puerta, y sin poderlo evitar por lo divertido de la  situación, esbozó la mejor de sus sonrisas… ¡Qué jaleo! ¡Qué feria!... Y todo  por un simple baño. Pero a saber: las tardes de mayo estaban  pensadas para que fueran transcurriendo sin  sobresaltos, y al resguardo del indescriptible sosiego de nuestro patio. Pero nosotros, irreverentes, quebrantamos sin saberlo lo acordado por el Cielo...   Y así, de tal modo,  entre chanzas y amenazas acabó nuestro  primer chapuzón de la temporada. Pero  mañana, sería otro día, y ya “inventariamos”  algo  en que distraer nuestra atención… Las  mujeres, sí, efectivamente, las mujeres habían tenido su tarde… Incluso hoy,  pasados tantos años, a poco que me lo proponga, cuando llegan las tardes transparentes  y azules de mayo; aun, de nuevo, puedo escuchar con una melancolía infinita, ¡las  benditas risas de aquellas mujeres…!
       En Cádiz, 8 de noviembre 2.006                                                                                                                                                                                       Manuel  Castillo  Sempere 
                    
                          
  
  
    
      
        (*)  Al puente de Ntra. Sra. de África, le llamábamos el  puente “Nuevo”  en contraposición  al puente Cristo, más antiguo; o  el puente del “Chorrillo” por la cercanía a  esta playa.    | 
    
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                   LA MOCHILA      Pasado  el verano, y ya bien adentrado en el otoño, la fiesta de “Todos los Santos”,  constituía la última celebración importante antes  de las fechas navideñas. Era una costumbre  generalizada, incluso fuera de Ceuta- en muchos pueblos de Andalucía existen  celebraciones parecidas-que al acercarse el mes de noviembre se compre frutos  secos para degustar como postre después de las  comidas. Para nosotros, los niños del «patio», ya hacia  días que esperábamos el  uno de noviembre como “agua de mayo”; ya nuestras madres,  habían cogido   un trozo de sabana en desuso, la habían  pasado por la maquina de coser, y colocándole una cinta fruncida, nos habían  confeccionado una “talega” para meter cualquier fruto  que nos pudiéramos llevar a la boca.En  los  puestos del «Zoco»(1) de la  «Plaza»(2), los fruteros habían colocado unas grandes  espuertas de esparto donde apiladas en montones, a granel, se ofrecían a  nuestros asombrados ojos diversos frutos secos como: castañas, nueces,  almendras…Así, que cuando nos despertamos por la mañana, como unos anticipados  Reyes Magos, encima de las mesa de la cocina   o del comedor, encontrábamos nuestras talegas llenas a rebosar, a saber:  naranjas mandarinas, chirimoyas, granadas, manzanas, membrillos; y diversos  puñados de castañas, almendras, nueces, avellanas; otro puñado de pasas y pan de  higos y alguna que otra piña para intentar abrirla y romper sus piñones…y naranjas  dulces. Nerviosos y sin poder contener la alegría, corríamos patio arriba  y patio abajo, cantando hasta desgañitarnos:
                                 «Mi mochila, mi mochila, no se le come el gallo ni la  gallina,
 sino,  sólo  mi barriga…»
 En todas las calles se canta la misma canción, en cada  esquina se rebota la misma canción;  ya,  en toda la ciudad, se pregona la misma canción…Los niños, los jóvenes, y también algunos mayores se han  echado a la calle, y por todas partes se encuentran grupos que van a  degustar  por todas las plazas y jardines  de Ceuta. Por la tarde, los jóvenes y algún que otro vecino, se han armado de  valor, y han accedido a nuestra suplicas de llevarnos al parque de San  Amaro  y a la ermita de San Antonio.
 Si bien es cierto,  que en otros lugares de Andalucía, existe la costumbre de comer frutos secos en  este día; no alcanza ni de cerca, la característica tan festiva como ocurre  aquí. Para nosotros, el día de la “Mochila”, no es un día más, es  verdaderamente  un día grande en nuestro  calendario de fiestas populares. Es sin lugar a dudas, un día de fiesta por  antonomasia; donde los niños, bueno no solo los niños, también no pocos  mayores, disfrutan de un día de campo.
 También, hacia  poniente: desde  la “Loma Larga”, hasta  los prados, cerros y   barranqueras,  que llegan hasta el monte de la “Tortuga” y el  “Mirador” de García Aldabe, de desplazan los romeros de esta romería única e  indescifrable. Desde estos lugares, como no puede ser de otro modo, se siente  como un soplo suave, la leyenda de piedra de la “Mujer Muerta”.
 A medida que fui  creciendo, mi atención se fue desplazando a esta zona más próxima a las  estribaciones del Atlas. Me intrigaba saber, que había más allá de estas  montañas, tan altas y tan  grises,  que a veces, se confundían con las nubes. Me  preguntaba: ¿Existirían otros pueblos? ¿Existirían fuentes  y torrenteras que bajaran hasta los campos,  hasta el mar…? ¿Llevarían en sus murmullos de agua, alguna canción antigua de  amores adolescentes, de enamorados…? ¿Existirían veredas y caminos que dieran  cercanía  y proximidad a las casitas  blancas que se divisaban en la distancia?; o acaso, el mundo se acababa  tras el ocaso rojo y morado del sol….
 Existían indudablemente otros pueblos, y otras maneras de  interpretar la vida, pero sin embargo, yo nací, entre las Murallas Reales y el  Puente  Almina,  tengo por tanto,  derecho a ser quien soy, a soñar con mi  tierra… y hoy  es 1 de noviembre de 1958,  tengo siete años, y  sólo he de cuidar,  por tanto: «¡Qué ni el gallo ni la gallina, se coma mi mochila, sino sólo mi  barriga…!»
 ¡Ah!, la «Mochila», recuerdos que van unidos como una  costura de hilo y aguja  al aroma de  las    naranjas dulces, de «Cañadú», mis  preferidas, las que principiaban los sabores de las frutas de invierno…
 En los días del otoño, cuando al azar en un mercado recorro  los puestos de frutas, siempre pregunto al frutero:
 ¿Tienen naranjas de «Cañadú»?-ellos,  con el ceño arrugado, a su vez, me responden:
 -¿Naranjas de «Cañadú»?- Y yo, les  digo:
 -Si, naranjas de «Cañadú», naranjas dulces,  naranjas de azucar…
 -¡Ah!, bueno, sí, naranjas, tristes,  naranjas tontas… ¡No, no las tengo!, nunca las traigo, la gente no las quiere…
 ¡Naranjas tristes…qué sabrán, qué podrán  saber los fruteros de hoy, de aquellas naranjas…! Y yo,  me doy media vuelta e intento preguntar en  otro puesto. Pero es inútil, ya no las traen, la gente no las quiere… Y yo,  sigo andando, ensimismado, sin atender a lo que me dicen, ausente de sus  palabras…A mí no me importa que ya no las traigan, ni que la gente no las  quieran; ellas están en mi deseo, y cada vez que la «chamba»(3) haga  que pueda llevármelas a la boca, en cada bocado, gajo a gajo, iré recordando  las estampas de mi infancia…
 ¡Ah!, las     naranjas dulces, de «Cañadú»…
   En Cádiz, a las 1415h. de 23 de agosto de 2007     
                    Manuel   Castillo  Sempere
   (1) Zoco, palabra del árabe que significa mercado, bazar.  En  Ceuta, se refería  a la   parte baja de la “Plaza”, donde se situaba la venta de las frutas, la artesanía  y los puestos en cuesta de los puestos del pescado.   (2) En Ceuta, en aquellos años, como era costumbre también en  otros lugares, cuando las mujeres, con un cesto al brazo, exclamaban: “¡Voy  a la Plaza! “;   no significaba que distraídas se dirigían  a pasear por  cualquier plaza de la ciudad, sino que se  sobreentendía   que se estaba  hablando de hacer la compra  en el    “Mercado  de Abastos”. (3) De pequeño, a la suerte, le  llamábamos «Chamba».    | 
    
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                                                                                      Capítulo XIV                                                     LOS  MELLIZOS         esús  y  Federico  eran los Benjamines de la familia Gaona, bueno en realidad el más pequeño era  Joaquín, pero sin embargo de alguna manera, ellos eran los últimos  representantes de una forma determinada de sentir  e interpretar la niñez;  eran los niños que habían nacido en plena  posguerra, y como consecuencia de ello, se encontraban prisioneros  entre la escasez  del momento y la esperanza de un futuro  mejor. Todo el mundo los conocía por los Mellizos, incluso al nombrarlos de  forma individual, en vez de sus nombres de pila, le decían: “Mellizo”, porque así,  de esta manera tan asombrosamente sencilla, se evitaba el confundirlos a la  hora de ser llamados  para cualquier  menester. Yo siempre los recuerdo en una continua  actividad, de arriba  para abajo, como si  les hubiesen  dado cuerda y no pudiesen  parar nunca. Por las     mañanas, algunas  veces, algunos de ellos, desayunaban en mi casa; después  mi madre le entregaba una talega con  el desayuno de mi padre, para que se lo  acercara al muelle. A continuación, el Mellizo-nunca se sabía cual de ellos  era- en voz baja pronunciaba: ¡Fina!  Y  mi madre, comprendiendo el significado de su nombre, sacaba dos reales del  delantal, y se los ponía en la mano.   Cuando  ya se marchaba, y antes de  que se perdiera por la ramblilla, mi madre siempre le advertía:
 -Mellizo, no te entretengas, que se va a  enfriar el café.
 Y el Mellizo  asintiendo, apretaba la talega al costado, aligeraba el paso, y le contestaba:
 -Descuida Fina, que por mis muertos,  que a Luis, esta mañana, le va a llegar el café caliente.
 Se podrían contar tantas cosas de los Mellizos, que haría  falta  una lista  interminable, que a modo de cadena, cada  eslabón, llevara prendido el recuerdo de una pequeña historia  preñada de ternura y de melancolía…
 Como es natural habían sido monaguillos   de la Iglesia de Nuestra Señora de África; y  traían al padre don Bernabé Perpén,  de  cabeza con sus continuas travesuras. Un día sí y otro también,  entraban   a hurtadillas en la sacristía, abrían el armario donde estaban   depositadas  las «formas»,  para ser  consagradas, y sin ningún temor, ni atisbo que le  remordiera las conciencias, con total  seriedad y con la más absoluta profesionalidad: ellos, se tomaban un  trago largo de vino y un buen puñados de hostias;  dejando a veces, al pobre párroco, en condiciones un tanto comprometidas. En  una ocasión,  se excedieron en la medida  del vino, y en el momento solemne  de la  Consagración, empezaron a tocar las campanitas; y como movidos por una extraña  maldición, empezaron  desde ambos lados  del altar,  a insultarse y a tocar cada  vez con mayor agitación  los  tintineos de los bronces. Quizás porque  el efecto  etílico  empezó  a pasarles factura, o por alguna  antigua rencilla entre ellos; el caso es, que   nadie atendía  a  la  lectura del cura, sino que ya,  toda la iglesia,   estaba pendiente  de la riña de los monaguillos y de aquel  continuo ¡Tin! ¡Tan! de  las campanitas.  El cura, lleno de desasosiego, y en un ataque de lucidez, les dio a ambos un buen  coscorrón, los  cogió fuertemente     de los brazos,  y   los  introdujo  diligentes en la sacristía. Al  poco, volvió a salir al altar, se arrodilló, se persignó, y continuó la Santa  Misa dominical, con el mismo fervor de antes, como  si nada  hubiese  ocurrido.
 Nunca estaban ociosos, trabajaban en  cualquier oficio decente que les saliera. A saber: botones, panadero,  fontanero, pescador, camarero, albañil, etc. Yo, les he visto subir con un  borrico, patio arriba, hasta la misma puerta de mi casa, y  repartir el pan aún caliente;  luego   les he visto de porteros en el Casino   Militar; más tarde han salido a la mar,   a la pesca de la melva….En fin,   trabajaban  honestamente en  cualquier oficio que pudieran con ello, ayudar  a sostener a una familia de once hermanos.
 ¡Benditos Mellizos! Siempre tan alegres en  las dificultades de cada día. Nunca los vi tristes, ni apesadumbrados; todo lo  contrario, el buen animo parecía instalado permanentemente en ellos. De entre  las imágenes que se me vienen a la memoria, cuando pienso en ellos; recuerdo  la felicidad que desprendían  cuando contaban las peripecias que les acontecían  en los  diferentes empleos que  alternativamente iban ocupando. Todos los niños les hacíamos corro, y  quedábamos  maravillados de todas las  experiencias que nos iban relatando. Siempre, salían airosos  de todas las dificultades con las que se  tenían  que enfrentar; y nunca por muy  adversas que fueran las circunstancias a superar, se asustaban  o retrocedían en su empeño de superarlas.  Para nosotros eran dos auténticos hombres. Valientes y audaces ante la vida.  Humildes y generosos en sus comportamientos con los demás.
 Ahora, pasados los años,  en agosto, por la Patrona, algún que otro día  quedo con Federico, para vernos en la feria. La última vez,  ¡Qué suerte!, Jesús, el otro hermano-emigrante  en Barcelona- pasaba unos días  de  vacaciones en Ceuta, así que al entrar en la caseta, ¡Sorpresa!, le vi sentado  junto a Federico, y de tal manera se parecen que daba la impresión que un  espejo reflejara la imagen de uno de ellos. Efectivamente, eran como dos gotas  de agua; y curiosamente, ni siquiera el tiempo ni la distancia, han tenido el  atrevimiento de irlos esculpiendo de manera diferente. Mellizos«in eternis»-pensé  yo-;  y  era verdad,  tenían el mismo aspecto de  siempre, como si el tiempo no hubiera pasado.  Los dos hermanos, tienen una gracia especial  para contar chistes, así que estuvieron   gran parte de la velada disputando uno contra otro, a ver quien era más  ocurrente, y quien tenía el mayor repertorio. ¡Asombroso! Qué capacidad para la  improvisación y para el buen humor. Estuvimos toda la noche hasta la  madrugada,  riéndonos, y disfrutando de  todos los recuerdos de aquella Ceuta antigua y única.
 ¡Mellizos!  ¡Mellizos! Siempre vendréis conmigo en mi corazón. Me habéis enseñado mucho. Me  habéis enseñado, sobre todo, a sentir y amar mi niñez en compañía vuestra.  Estoy, por tanto, para siempre, en deuda con vosotros...
                                             En  Cádiz, 11 de noviembre  de 2.006                                                                                    Manuel  Castillo Sempere.     | 
    
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                     EL   INSTITUTO I. PREPARATORIAS       El Instituto, era un edificio de planta  rectangular, de tres pisos, situado en un punto estratégico donde confluían:  los jardines de  las  «Puertas del Campo» y el llano  de las «Damas»;  la carretera que  bajaba   desde el «Morro»; y por otra parte, la cuesta que  ascendía desde  la «Carretera Nueva»Gran parte de la enseñanza de  Preparatoria,   Bachiller y Preuniversitario, se cursaban allí.  La mayoría de los niños y adolescentes de  Ceuta  se daban cita  todas las mañanas en las escalinatas de  subida al centro. Parecía  como un  autentico hormiguero de niños-hormigas provinentes de todas las direcciones.  Como una nueva Roma, antorcha de la civilización, los niños de Ceuta nos  encaminábamos prisioneros de una orden inexorable, en busca del conocimiento  que como un tesoro deseado y deseante se hallaba  albergado en las aulas llenas de anhelo  del Instituto.
 Una vez roto el alba, como hechizados por la  palabra, una peregrinación de estudiantes y profesores se hacían al camino: desde  el Príncipe, Hadú, el Morro y la Almadraba; y desde el Hacho y   la  Ceuta antigua, hasta el Sardinero,  Villa  Jovita,  Benítez,  y Benzú, al límite de la frontera. De todos  los puntos de Ceuta, de norte a sur, y de este a oeste; de barrio a barrio; de  todas las culturas y de todos los credos, se conducían  hasta llegar a las puertas de nuestro  Instituto. Era una peregrinación nueva, y había estallado la exaltación del  Bachiller  para todas las clases  sociales.  Acababa la dictadura  de las «cuatro reglas y saber leer y  escribir», y comenzaba el alumbramiento de unas generaciones, que a la  postre, acabarían  tomando las riendas de  un nuevo país llamado España.
 Mi familia, después de venir de Santa Pola,  me mandó al colegio Solís, junto al reñidero de mi Abuelo. Más tarde, cuando aquel  niño salvaje y de humor siempre descontento, hubo aprendido algunas nociones de  aritmética  y de lenguaje, pasó a las “Escuelas  Preparatorias de Ingreso del Instituto”. Las horas largas, infinitas, sin  ataduras de la primera infancia llegaban a su fin; el Instituto, en aquellos  momentos, para mí, se me antojaba como una cárcel donde estaban a punto de  morir mis venerados juegos infantiles. Y así, su imagen,  estuvo dibujándose permanentemente,  en mis sueños del último verano que aún pude  disfrutar de ser   totalmente libre y sin ataduras.
 Mi primer maestro fue, D. Francisco Bohórquez,  una persona afable y de buen  carácter,  que atendía a los más pequeños  recién  llegados de las escuelas primarias y todavía vírgenes de conocimientos. De su  clase recuerdo una mañana, que uno de los gallos que  deambulaba   libre entre  los matorrales del  patio central, se fue acercando lleno de curiosidad hacia  nuestra clase, y una vez que hubo  llegado,  miró a un lado y a otro del  aula,  y sin saberse por qué, emitió un  agudo ”¡ki, ki, ri, kiii!”, que nos dejó a todos sumidos en un sobresalto, para  después al unísono, toda la clase se sumó   en una sonora carcajada, que llegó allende  todos los pasillos del Instituto…Este pasaje,  sencillo y quizás intrascendente a primera vista; sin embargo, calca a la  perfección la naturalidad y la unión profunda que entonces existía con la  naturaleza. Tanto es así, que el bueno, de D. Francisco, lejos de sentirse  incomodo  por el nuevo alumno, más bien  al contrario, con una sonrisa picarona y en un arrebato de autocomplacencia,  dijo:
 -Ya veis lo  divertida que son mis clases, que hasta los gallos quieren  asistir….
 Y a ciencia  cierta que decía la verdad, pues, cuando relataba la Historia Sagrada-tal vez  su debilidad-, era tal su  poder de  convención, que a todos   nos dejaba con la boca abierta y los ojos tan grandes  como platos;  y  sin lugar a dudas,  daba   la impresión en cierto modo, que en vez de  estar en un aula  de Preparatorias,   nos  hubiesen transportado por arte de magia a   los butacones del  teatro  Cervantes; y allí, olvidados del tiempo de los verbos y de la aritmética,  estuviésemos impertérritos,  asistiendo   a la proyección interminablemente bíblica-nunca mejor dicho-de «Los  Diez Mandamientos»…
 Cuando pasados los años, cayo en mis manos, «Santiniketan, Morada de Paz»– el Ashrams de Tagore-, en unos de  sus pasajes, leí: que en una clase al aire libre, uno de los pequeños, le  advirtió al profesor,  que un pajarillo  estaba  cantando  en un árbol próximo; a continuación, el  profesor  interrumpió la clase y se  aprestaron a escuchar lo que la naturaleza   en ese momento les ofrecía...Yo,   mis compañeros y el bueno de D, Francisco, aquel día, donde el gallo  puso su timbre; pudimos experimentar algo parecido a lo que sintieron aquellos  niños cuando la naturaleza, exultante, les llenó de gozo con el canto inalcanzable  de un pájaro…
 Al curso siguiente, mi padre, me recomendó  para pasar a los dominios de D. José   Solera, magnifico maestro, que enseñaba con una pedagogía adelantada a  su tiempo en al menos una década. Sí, efectivamente  D. José, estaba adelantado a su tiempo en la  dinámica y plasticidad de sus clases, a saber: él, intentaba acompañar sus  clases con alguna imagen o algún objeto que estuviese relacionado con sus  lecciones diarias. De tal modo, que nos proyectaba películas realizadas por el  mismo en sus viajes de vacaciones por la Península. Era una gozada, salíamos en  fila de dos en dos-como a el le gustaba, por su carácter metódico y ordenado-y  nos dirigíamos al  “Aula-Magna”, dónde  como en un cine, D. José, actuando de protagonista, nos enseñaba los principales  monumentos de las ciudades que visitaba. Realmente aquello me parecía fascinante,  extraordinario, no tenía palabras para expresar el orgullo que sentía de ser su  alumno;  sencillamente me hubiera dejado  matar por   él.  Nunca  golpeó a ninguno de mis compañeros, ni entraba en su método el hacerlo. Él, tenía  otra manera de actuar diferente. Su estilo era más sutil, y a veces, a pesar de  su bondad, nos acarreaba consecuencias inciertas: simplemente nos escribía los  viernes una nota en nuestra libreta, en la que comunicaba textualmente: «Su  hijo, esta semana, no ha estudiado lo suficiente».  Como comprenderéis, cómo iba yo a  entregar a mi padre,  una nota en la que  decía que no había aprovechado el tiempo. Era como una provocación, que yo no  estaba  de ninguna de las maneras  dispuesto a consentir. Así, que me puse mano a la obra, y por supuesto, calqué  una firma de mi padre debajo de la nota. El lunes de mañana, libreta, nota y  firma estaban delante de la mirada de D. José; un segundo, dos, tres…una eternidad.  Por fin, D. José, levantó la mirada, cruzándola con la mía-mi corazón estaba a  punto de salírseme del pecho-, yo, cerrando los ojos, esperaba con resignación  que anunciara mi falsificación, pero él, en un gesto de generosidad, me hizo  acercar, y al oído, como un susurro, me dijo:
 -¡Castillo, no lo hagas  más!
 Nunca supe a ciencia cierta, si se estaba  refiriendo a que no   dejara de estudiar;  o a que por el contrario no volviera a falsificar más la firma de mi padre.  Hoy, obviamente sé, que no se estaba refiriendo a que no dejara de estudiar;  sino que comprendía mi situación embarazosa,   y me daba una nueva oportunidad para que enderezara mi situación.
 Desde luego, ya no lo hice más, pero mi  hermano, el “Tete”, se encargó de sacarme en alguna que otra ocasión  las castañas del fuego; y así, a modo de  remedo de mi padre, imitó la firma de él, cuantas veces hicieron faltas…  Los tiempos  han cambiado, hoy, los padres comprenderían a  sus hijos,  y seguramente le instarían a  que se esforzaran más. Pero en aquella época, el método tan adelantado y tan  pulcro de D. José,   olvidaba que los niños de entonces, preferíamos  un coscorrón al momento, que una nota a pie de pagina   de nuestro maestro.«La letra con sangre  entra», santo y seña de la pedagogía del momento, todavía  tardaría muchos años en ser apartada de la  enseñanza, a pesar de   los desvelos que como D. José, otros maestros  intentaban   que quedara en el olvido…
 Otros maestros: D. Matías, D. Juan Morejón y  D, José Montero, sólo pude conocerlos de oídas, o de algún día, que se  repartían los alumnos cuando por alguna circunstancia   D. José, no podía acudir.
 Estamos en deuda con  aquellos maestros  de Preparatorias que nos enseñaron los  primeros conocimientos, y nos  llevaron a  conseguir el primer titulo de la instrucción, a saber: el «Certificado de  Aprobado de Ingreso en el Bachiller». Sí, indudablemente, estamos en deuda  con vosotros… después vinieron  los  profesores, quizás con más conocimientos, pero sin embargo, vosotros atesoráis  en vuestro haber,  el ser los  primeros que sembrasteis con vuestra  palabra  la tierra incólume de nuestra  inteligencia primigenia…
 Y así, con una cuenta de multiplicar, otra  de dividir, unas preguntas de historia y leguaje, y un dictado con sólo tres  faltas,  entrábamos en la historia….
 
 
         En Cádiz,  a 11 de junio de 2007 
              
                
                  
                    
                      
                                                                               Manuel   Castillo  Sempere   | 
    
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       HOLLYWOOD   
       En aquellos años en que el país iba  saliendo de la posguerra, el cine americano se antojaba como la panacea a las  necesidades  e  incertidumbres   de  cada día. ¡Hollywood es la Meca del cine!,  se decía siempre…Y Hollywood, significaba: una  caja mágica donde cabían todas las ilusiones que cualquier ser humano, por  humilde que fuese,  pudiera tener. Efectivamente,  Hollywood, era: las películas de vaqueros  y  Gary  Cooper, el sheriff de “Solo ante el Peligro”; el Rey Arturo y  los Caballeros  de la Tabla Redonda; Ava Gardner, la criatura  más  hermosa  de la creación; las increíbles situaciones de  los  Hermanos Marx; Marlon  Brando y el   hampa de los muelles en “La ley del silencio”;  las películas de Romanos; el humor de Cantinflas y Charlot; Jhon Wayne y su  caminar de lado a lado; “Vidas rebeldes” y  la sensualidad a manos llenas de Marilyn Monroe; el espectáculo sin limites de “Lo que  el viento se llevo”; la sencillez y la ternura de “Qué bello es vivir”; el  mundo de Disney……y sobre todo la naturaleza indomable de Vivian Leigh y Liz  Taylor. ¡Dios mío!,  Hollywood, era  tantas cosas… que en definitiva, era la fábrica  donde se tejían uno a uno, todos nuestros sueños…Y entre los vecinos del patio, había  una pareja, que en cierta manera-a mí siempre me lo pareció-tenían una  apariencia «hollywoodiense»; yo diría, que mostraban un cierto sabor   al celuloide americano. Y sin lugar a dudas,  esa pareja, era la formada por África Viso y Miguel Campaña. Ella, África,  tenía un cierto  aire a Katherine Hepburn;  y él, Miguel, era la copia exacta de Clark Gable.
 África y Miguel vivían en el «Patio de  Arriba», con su única hija Luisita, una niña de miel, de ensueño; apenas un  pequeño  brote;  pero quizás su alma, como un suave soplo  de vida nueva, ya se anunciaba como se  anuncian las primeras  flores de los  almendros: blancas  y  hermosas, aun, antes que la primavera llegue temprana  a sus ramas de nieve. Luisita, siempre se desvivía contando, ¡con los ojos  llenos de emoción!, los lugares tan lejanos y exóticos donde  solía arribar el buque  donde estaba embarcado su padre.
 África,     trabajó hasta su jubilación en  el  Ayuntamiento. Era una mujer valiente  de fuerte carácter que no se arredraba ante nada Y Miguel, era un autentico  aventurero del mar, y de en cuando en cuando, se enrolaba en algún mercante  atracado a los muelles del puerto de  Ceuta, para seguidamente comenzar su  nuevo  periplo navegando por los siete  mares. Pasado el tiempo, cansado de lo lejano, regresaba  al patio otra temporada; con los ojos  infinitamente llenos de mar, y con la prestancia y la elegancia de un actor de  cine.
 Miguel, sabía hacer cualquier trabajo  artesanal. Sentado  a la puerta de su  casa, realizaba  con cabos de cáñamo  laboriosos nudos marineros; así  como  defensas para proteger de los golpes  a los buques cuando éstos atracan en los  muelles. En cierta ocasión que retrasó más su embarque, construyó-con la  sabiduría de un galafate-un bote de remos para salir a pescar. Cada día,  muchos vecinos, iban a echar un ratito con él  y preguntarle cómo iba la obra; Miguel, sin dejar de hacer su trabajo, sin  apenas inmutarse, respondía:
 -¡Va marchando, va marchando!
 Yo, todavía les recuerdo, como algunas tardes  bajaban  por los escalones  de delante de mi puerta, con el señorío y el  orgullo de quienes van camino de la gloria. África, siempre llevaba,  con la fuerza de una promesa,  los ojos pintados de negro y   los  labios  de rojo carmín; Miguel, con la  aristocracia  de  un perfecto galán de cine, la llevaba  del brazo con la elegancia y distinción que  requería el momento. Sí, «Of. coorse» que dirían los ingleses, África y Miguel,  representaban a la perfección su papel de actores en el mejor de los decorados  posibles, a saber: en los escenarios de la  vida misma, y en la realidad inabarcable de aquel patio…
 Mi  madre me contó muchas veces, que ellos eran verdaderos artistas bailando; y que  les gustaba de presentarse  a  los concurso de los bailes que se organizaban  en las fiestas populares  de entonces.  Y en una de aquellas ocasiones, llegaron a la  final, compitiendo con  Arbona “el  fotógrafo” y su mujer, otras de las parejas que también  gustaba de aquellos lances… ¡Qué sueños!,  ¡Qué ilusiones!, se os llenarían vuestros corazones girando en la pista ante  las miradas de todos. Ahora, podéis   continuar bailando sin limite, sin tiempo; la orquesta tocará para  vosotros todo el tiempo que lo deseéis. No os preocupéis, nadie tiene prisa, la  orquesta esta tocando expresamente para vosotros, y sólo tenéis que abrazaros,  mover los pies con elegancia, y girar y girar hasta alcanzar las nubes; más  tarde cuando la noche encienda las constelaciones, la orquesta comenzará un  emocionado pasodoble; y al instante, sin poderlo evitar, iréis a su ritmo, marcando  su compás, de estrella en estrella, camino de Dios….
 
                          En  Cádiz,  a las 12-25 del 3 de febrero de 2.007  
                  
                    
                      
                        
                          
                            
                              
                                                                                             Manuel Castillo Sempere 
          
                                                                                             | 
    
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                  LOS  INOCENTES   Torón,  ha ido haciendo los recados pertinentes entre el Mercado de Abastos -la «Plaza»-,  y el muelle Comercio. Ha estado toda la mañana en un continuo ajetreo llevando  encargos   de un lado para otro para  ganarse un jornal. Dicen, algunos, que trabajaba  en el   Ayuntamiento, pero  que la bebida  le hizo perder el empleo… Otros afirman que sabe de números y de aritmética, y  que algunos pescadores al partir, le llaman para que les ayude en las  cuentas… Tras recado y recado, Torón, ha ido «achicando» un vaso de vino en el Resbaladero, otro en la Fuentecilla, quizás alguno en  el Campanero Chico, tal vez  alguien le  haya convidado en Macarios… acaso, ya ocurra, lo de todos los días: un pase,  dos pases, tres pases… la chaquetilla es la mejor de las muletas, los coches el  mejor de los miuras.
 -«¡Y es verdad ahí…! ¡Y hasta el puño no  más!» -exclama Torón, con los ojos ensangrentados y la mueca en los  labios, como los toreros de raza.
 Y más pases, y más toros… La calle de la Muralla, como en un ruedo improvisado asiste al espectáculo. Los transeúntes aplauden,  ríen, gritan, vociferan…Torón, como el mejor de los maestros acaba su faena y se pierde, entre ¡vítores!, por  los bares de pescadores  de la calle Mártires, frente al  Puente Almina…
 Ha habido otros inocentes en Ceuta, que han  soñado nuestros mismos sueños y están a la espera que le revindiquemos su  memoria. Así, están a la espera: «Carlitos Gardel», que cantaba tangos  en cualquier esquina esperando el aplauso generoso del público. «El Pistolas», tan asiduo de la plaza y la iglesia de África, al  que no se le podía nombrar por su apodo,  porque ¡Maldita sea!, te perseguía para darte un coscorrón,  aunque estuviera llevando la Santa Cruz de  un  procesión de Semana Santa.
 Cierto día,   enterada una buena mujer, de que a su hijo le había golpeado el Pistola, corrió a buscarlo al corrillo de niños que estábamos jugando junto a los  naranjos amargos   que adornaban  la entrada del Ayuntamiento:
 -¿Dónde está  el Escopeta?, ¿dónde está  el Escopeta…? –Gritó indignada la mujer.
 La buena señora, en su excitación, equivocó  el arma, y el Pistola, por consiguiente, no se dio por aludido,  evitándose un  altercado, que parecía, a  todas luces, inevitable.
 ¡Inocentes!, como «Pajarraco, y Frasquito  Porcelana»: el uno, llegó a vestirse de luces en la hoy desaparecida Plaza  de Toros; el otro, enseñaba un cacillo de lata rogando que le echaran alguna  moneda.
 Mi madre, siempre mencionaba  a «Catano», y «El quiere  dinero». Cuando  hablaba de Catano, siempre una sonrisa entre tierna y compasiva le aparecía en el rostro. Ella,  contaba que Catano, que solía andar entre el   Bar   las Delicias, la Botica de Sancho y la Mercería Morón, simulaba estar al  volante de un «Haiga», dispuesto a realizar la carrera a cualquier  viajero que se prestara a ello. Él arrancaba el motor, ¡Ron, ron, ron…! y a  continuación, preguntaba a los viandantes:
 -¿Oye, te quieres venir conmigo?
 Algunos, se sonreían y seguían su paso;  otros, los mas bromistas, aceptaban la invitación, y agarrándose a la camisa de Catano,  esperaban que esté,  tomara la palanca  de marchas, soltara el  freno, y moviendo arriba y abajo las manos a modo de volante, se perdieran   en el Haiga, hasta dar  la vuelta completa a la manzana; después, el  servido pasajero, haciendo como que se apeaba, le entregaba alguna que otra  perra gorda. Seguidamente, Catano, tomaba la calderilla, se despedía, y  al momento, se aprestaba a recoger un nuevo cliente:
 ¡Oye, te quieres venir conmigo…!
 ¡Inocentes, Dios mío! Inocentes como «El  quiere dinero», que en la esquina de la Plaza, abordaba  a las sorprendidas mujeres que iban a hacer  la compra, y les enseñaba tiras de loterías   pasadas de fecha para que las adquirieran por sólo la voluntad…  ¡Inocentes!, inocentes de ayer, inocentes como los relatara Miguel Delibes…  Inocentes, para hacer reír y burla… pero   sin embargo, inocentes, también,   para la compasión  y la ternura de  nuestros sentimientos…
 Y África«la Macho», con los  puños de acero para partirle la mandíbula al que osara nombrarla en vano. Mitad  mujer y mitad hombre, como dicen que son los ángeles… Fuerza y sensibilidad.  Aquella mujer menesterosa andaba siempre, de arriba para abajo, ocupada en mil  quehaceres. Una blusa y unos pantalones desgastados por el uso, una cuerda al  cinto, un pitillo,  y un rostro adusto  curtido por la fatiga  y la necesidad de  ganarse todos los días un puesto al sol.
 África, se había construido un  patinete de viejos  rodamientos, los  cuales había colocado en dos travesaños y luego clavados a un madero, que a  modo de tarima rodante, lo llevaba tirándolo de una cuerda en espera de un porte.  El momento estelar, para África, quizás llegaba cuando por algún motivo se  cortaba el suministro del agua -en aquellas fechas esta circunstancia  ocurría  con bastante frecuencia-; y ahí,  su patinete, adquiría todo el protagonismo. La necesidad azuza el ingenio  y África, con mando en plaza, comenzaba a  llenar de las fuentes públicas,  garrafa  tras garrafa, la mejor de las aguas. Más tarde, las estibaba en su tarima  rodante, y se lanzaba Calle Real abajo, gritando:
 -¡Agua va!, ¡agua va…!
 Una vez llegaba, al Puente Almina, tomaba  la cuerda de tiro del patinete, y  jalando de ella,   distribuía el agua a  donde  se le requería su servicio.
 África, personaje singular y único allá  donde los haya…Tu recuerdo vagara siempre por las calles de Ceuta. Tú, como los  personajes de «La lucha  por la vida», de Pío Baroja, dabas a la acción, el valor exacto de tu filosofía.
 África «la Macho», nunca sabremos,  que pasión ardía en tu corazón, ni que tristeza habitó en tu alma, ni tan  siquiera sabremos, si pudiste elegir   otra forma de soñar    tus propios  sueños. ¿Acaso, alguien te regaló una docena de rosas…? ¿Acaso, alguien te  abrió la ventana de la mañana?, y te dijo: ¡ve, y llena tus garrafas con el  azul del cielo  y con el agua de aquella  nube blanca…!   ¿Acaso, África, alguien  te amó hasta perder la cabeza… Y tú, África, te enamoraste alguna vez…?
 Ya nunca lo sabremos, pero sin embargo tu  ausencia, perdurará en nosotros, y en cada una de las esquinas de las plazas y  calles de  Ceuta…
 
        En  Cádiz, a las 1151h. de 20 de agosto de 2007                                                                                                 Manuel   Castillo  Sempere   | 
    
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  JUAN ANTONIO          Juan  Antonio, era en el sentido más clásico de la palabra: el amigo de la infancia.  Sin lugar a dudas, era mi alma gemela. ¡Mi hermano! El amigo soñado que uno  siempre quiere tener. Era  algo mayor que  yo, y en esa edad tan corta, una diferencia de edad puede marcar la pauta.  El hecho cierto, es que él, habitualmente,  solía  tener más madurez y más sensatez  que yo. Por lo general, siempre estábamos juntos; después de acabar el colegio  nos encontrábamos en el patio, o íbamos a casa del otro; y al momento,  como poseídos por un castigo de los Dioses,   ya estábamos ineludiblemente maquinando que nueva aventura nos iba  a tocar protagonizar hoy.    En una de aquellas  mañanas transparentes y azules de junio;  cuando el colegio era ya sólo un recuerdo; y el tiempo de las vacaciones, como  una ventana al mundo, se nos abría al alma;    Juan Antonio,   cuando nos  bañábamos en el «Chorrillo», me había dicho: que por la tarde su padre  le iba a comprar una careta de buceo. Así, que después de almorzar, nos  encaminamos impacientes a una de  las  tiendecitas que en el mercado de abastos se dedicaba a vender toda clase de  artículos de pesca. Juan, el padre de Juan Antonio, que andaba pintándole  la  tiendecita   al dueño, nada más nos vio llegar, le dijo  al tendero:
 -Anda, Antonio, sácame una de esas caretas  de buceo que tienes en el escaparate, que se la he prometido a mi chiquillo.
 Efectivamente, Antonio sacó una pequeña  caja-en la que se dibujaba  un  submarinista practicando la pesca en medio de    un fondo marino lleno de rocas y algas-y se la entrego a Juan; éste, la  contuvo unos momentos en sus manos, y al instante se la pasó a Juan Antonio,  diciéndole:
 -Aquí tienes la careta que  tanto soñabas… Juan Antonio, con los ojos  como platos, miraba la caja sin saber que decir; Juan, riéndose por el  azoramiento de su hijo, exclamo:
 -¡Anda, anda, corre  al Chorrillo a probarla y después me lo  cuentas…!
 Era evidente que Juan, junto al regalo, a  la vez  que le entregaba la careta,  también le estaba entregando su corazón. Sí, cualquiera, podía darse cuenta;  Juan, le estaba diciendo a su hijo: «que cada zambullida  que   diera en el Chorrillo; él, como un pez invisible, de alguna manera,  también la estaría dando…»
 Juan Antonio, le dio un beso a su  padre,  y esté aún nos siguió con la  mirada junto al tendero, sonriendo, hasta que nos perdimos por las escaleras  arriba de la plaza, corriendo que nos «las pelábamos» camino del  Chorrillo.
 Cuando por fin llegamos, Juan Antonio se  puso la careta y al instante, sin pensarlo dos veces,  nos arrojamos al agua como intrépidos  submarinistas. ¡Qué maravilla ¡ ¡Qué comunión con el mar. Nos sentíamos como  prisioneros de algún encantamiento que por momentos nos hubiesen convertido en  peces.  Ora cogíamos una concha; ora  bajamos hasta el fondo  para rozarnos con  las algas; después perseguíamos un cangrejo;    luego nadábamos hasta las rocas para descansar. En fin, que puedo  contar, que no sepáis  de lo que son los  juegos de los niños en la playa.  No hay  nada tan maravilloso como esos juegos. Porque son la vida misma, la alegría, la  piedra filosofal tan largamente buscada. ¡La ganas de vivir en estado puro!  Id y observar los juegos de los niños en la  playa, comprobareis que no hay nada más simple, pero sin embargo tan  extraordinario como verlos jugar. Estar atentos, y observar como corren y se  pillan unos a otros, como continuamente brincan, saltan, se tropiezan, se caen,  se levantan…y nunca, como una maldición, se  están quietos.  Como hartos de la arena,  se arrojan al mar, para allí, comenzar de nuevo,  las carreras, los  brincos, las zambullidas…   Al punto, cansados y agotados de tanto  ajetreo se tienden sudorosos sobre la arena. Cuando todo parece por fin que la  paz va a reinar durante un buen rato, algunos de ellos se incorporan, y como  movida por un misterioso resorte,   la  noria incansable  de las carrereas, los  brincos, las zambullidas… vuelve de nuevo a  resurgir, si cabe, aun, con más fuerza…
 ¡Cuántas horas hemos pasado juntos, Juan  Antonio, cuántos momentos de felicidad originales y auténticos hemos  compartido! ¡Cuántos juegos, cuántos sueños…! No he podido  dejar de recordarte, aunque sólo sea unos  minutos, en algunos de esos días, en que todos, tocados por los recuerdos de  una tarde nostálgica, solemos hacerlo inevitablemente… Sí, Juan Antonio, iras  conmigo siempre… mi corazón tú bien sabes que también es tuyo. Te esperaré a la  cita, como cada año: las calles de Ceuta, el Monte Hacho, la Mujer Muerta, la  Plaza de África y la playa del Chorrillo   nos están esperando. Sí, Juan Antonio, la playa del  Chorrillo, nuestra playa, nos está esperando  con su mar de  infinitos tonos  azules…
 
          
            
                         En Cádiz, a las 12-10h del día 21 de  enero de 2.007                                                                                                   Manuel  Castillo  Sempere           
          
            
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                                                                 LA  MUJER  MUERTA
 «A Fini, cuando le hice  llegar este capítulo, a renglón seguido, ella también  me hizo llegar un pequeño escrito:” lo que  escribes tiene  música y llega al corazón…  Y es verdad, que los que somos de esta tierra: hemos tenido la suerte de nacer,  crecer y morir llegado el caso, con nuestra “Mujer Muerta”. Pues aunque  pertenezca a otro país, la consideramos nuestra.  Y cuando nos toque la hora de partir, la  llevaremos para siempre  en nuestro  equipaje de los recuerdos….»
      Cuando de niño tenia la oportunidad de  llegar a Benzú, aquella montaña agigantada   que se dibujaba  a poniente contra  el azul del cielo, siempre me impresionaba sobremanera. Aquella montaña, en  nuestra mitología era  la «Mujer  Muerta», una de las columnas de Hércules que en la antigüedad,  anunciaban   para los navegantes el final del Mediterráneo,  o lo que es lo mismo, el final del mundo  conocido. A partir de ahí, el mundo se difuminaba y se perdía en un Océano  tenebroso, donde lo ignoto y lo desconocido   se ocultaba  en la profundidad de  sus  aguas…Para  nosotros, los niños, la montaña del Atlas, siempre significó lo  inexpugnable, lo inabarcable, lo que no tiene  fin…Algunas veces, llegaba a rozar las nubes, e incluso las besaba; y más aún,  podía, en un momento de atrevimiento, a la tarde, cuando el día agoniza y el  silencio se hace voz, oír la respiración eterna de Dios….
 Sí, verdaderamente, la piedra de la  montaña, había trascendido a nuestras conciencias. Ya  no era piedra; y en un acto que  recordaba  al pan y al vino de la eucaristía,  se había transustanciado en una mujer que yacía   dormida a los pies del mar y abierta a los cielos infinitos. La  mitología, como un liquen de ensueño, se abrazó a la piedra y a nuestros  corazones para siempre…
 Cuantas noches de invierno, al rescoldo de  los braceros, escuchábamos contar atentos, en silencio, innumerables leyendas  de la Mujer Muerta; que nos dejaban boquiabiertos y con la imaginación  completamente desbocada a nuestras propias imaginaciones…Así, de esta manera,  de boca en boca, de cuento a cuento, la leyenda  se adentraba en nosotros y se enraizaba  en nuestros sueños más puros.
 De mayor, cuando estoy en Ceuta, no lo  puedo evitar, el instinto me hace mirar hacia poniente, hacia donde está ella.  Y efectivamente, allí está: azul, contra el cielo también azul. Con aquel  camino que baja desde lo más alto de las cumbres, hasta las casitas  blancas que se arrinconan a sus faldas; y que  me recuerda -añorante-, aquel otro camino que Antonio Machado,  canta en   sus melancólicos versos de «Soledades»….
 ¡Oh, Machado,  mi poeta…!  Piedra gris y cielo azul. Caminos  blancos…Pinos verdes, colinas pardas, veredas olvidadas… ¡Oh, Antonio, ven a mi  «Montaña»¡ Ven y llévame contigo a soñar los caminos de la tarde…con  tus  mágicos versos…
                                         Yo voy soñando caminos de  la tarde.¡Las colinas
 doradas,  los verdes pinos,
 las  polvorientas encinas!...
 ¿Adónde  el camino ira?
 
 Yo voy  cantando viajero
 a lo largo del sendero…
 -la tarde  cayendo está-.
 “En el  corazón  tenía
 la espina  de una pasión;
 logré  arrancármela un día:
 ya no  siento el corazón”.
 Para  más tarde, extasiado, añadir:                                        Y todo  el campo un momentose  queda, mudo y sombrío
 meditando. Suena el viento
 en los  álamos del río.
                                      La tarde más se oscurece; y el camino que serpea
 y débilmente blanquea
 se enturbia y desaparece.
                                        Mi  cantar vuelve a plañir:“Aguda  espina dorada,
 quién  te pudiera sentir
 en el  corazón clavada”.
     Llegado  este momento, ya no puedo continuar más... Quizás  la emoción, o   la nostalgia, qué sé yo, pero no puedo continuar…Su presencia tan  absoluta, tan brutal; la magia de los recuerdos; los versos de Machado…¡Dios mío!,  es verdad, pero ya no  puedo continuar….Comprenderlo, somos  trozos de nostalgia, simples pedazos de  corazones al viento…La vida, a veces, como el oleaje,  pareciera   que nos trae sentimientos que apenas podemos guardarnos para si.  Necesitamos, como la marea, devolverlos y entregarlos de nuevo a la libertad de  las olas…Nosotros, los niños, siempre viviremos con tu recuerdo. Soñando con la  mitología de tus leyendas. Con tu presencia siempre azul, hacia poniente,  rozando las nubes, y oyendo quizás, la respiración de Dios…
      En  Cádiz a 11 de marzo  a las11 47h. de 2007 
                      
                          
                                                                                      Manuel  Castillo   Sempere
 
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                  MANOLITO  DE   VITORIA                                                  Manolito,  era un niño extraordinario. No era ni pequeño ni grande;  ni alto ni bajo; era justo el canon de la  medida. Para nosotros era el niño ideal; todos deseábamos  ser como él. Tenía una complexión fuerte y  una agilidad fuera  de lo común. Era   rápido   y veloz como una centella; en   el  barrio nadie se le podía  comparar, cuando corría siempre llegaba el primero. Tenía tal habilidad para los  brincos y los saltos que diríase que estaba hecho  de goma. Solamente, admiración, podía  despertar tanto derroche de facultades físicas. Nosotros, ¡Qué fantasías tienen  los niños!; siempre lo imaginábamos subido a un columpio de un gran circo,  realizando mil y una piruetas; ahora, haciendo un salto mortal; luego, como un  pájaro, elevarse hasta  casi el cielo de  la carpa, para después soltarse y en un «pis pas», volar  como un ángel en un cambio de columpio  indescriptible…
 Pero,  sin embargo, no quedaba ahí la cosa, Manolito, no sólo era un atleta,  sino que sabía hacer innumerables habilidades  que podían hacer las delicias de cualquier niño. Si queremos, podemos, mencionar  «las bolas». Y a las bolas, no le ganaba nadie, pegaba cada «zope», que  mandaba las otras bolas al infierno. Y a pescar, bueno a  pescar hacia raya; con la caña al  hombro, de escalón en escalón, bajaba silbando   desde el  patio de “Arriba” hasta que  pasaba delante de mi casa, y  yo, lo veía perderse, con envidia, ramblilla abajo  camino del «Abujero»-donde en un  muellecillo   que había en un extremo de la Rivera, junto a la parte baja del  mercado de abastos, aparejaba sus mejores chambeles-. Allí, como un  verdadero  y experto pescador,  colocaba la «carna» al anzuelo, y al  rato después de sucesivos lances, ya tenia un buen rancho de perizosas,  sargos, salemas, doncellas, garopas, chopas… Cuando conseguía que alguna tarde  me llevara con él, siempre me llamaba la atención, por su belleza, aquellos  sargos  que abandonando el color blanco y  negro más común, se pintaban de unas gruesas rayas rojizas, quizás ocres; como  simulando el exagerado colorido  de los  trajes de los payasos…
 ¡Qué criatura tan magnífica! Adentrémonos en  su mundo, y se quedaran perplejos cuando les cuente, que le gustaba de rodearse  de animales, a saber: tenía un perrillo faldero de color negro al que llamaba «Niche»; siempre le seguía como una sombra a todas partes, hasta que finalmente cansado  de que lo siguiera,  lo mandaba regresar con  una autoridad tan inusitada que nos llamaba la atención. Sólo le bastaba  pronunciar: ¡“pa  rriba”!, y el  can, como si le hubiesen ofrecido el mejor hueso del mundo, al momento, salía  disparado, dejando a todos atónitos y llenos de asombro…
 También  le gustaba criar «volantones», sí, esos poyuelos de gorriones, que  todavía conservan las boqueras amarillas. Y hasta una gallina, sí, créanselo:  la “Pitu”, una gallina blanca con aires de artista, que durante un  tiempo, subida en el hombro derecho de  Manolito, le acompañó con la maestría de un  fonambulista en el alambre.   Se mecía,  iba para adelante, luego para atrás, mas tarde se levantaba, ora  parecía que perdía el equilibrio, ora lo  recobraba; nada, era inútil que esperásemos su caída; yo os aseguro, que por  mucho traqueteo que tuviera que soportar de su dueño, la “Pitu”, estaba  dotada  de una manera especial para el ejercicio  del equilibrio;  y jamás, ni aunque fuera  un breve instante,  se alejó un milímetro  del hombro derecho de su inseparable compañero.
 Puedo recordar tantas cosas de ti, Manolito,  que no acabaría nunca; puedo recordar: aquel día en que un chaval, para hacer  una gracia, quiso imitar a tu madre, y tú en un arrebato, en un  golpe de  fuerza mayúsculo,  lo elevaste en el aire; tu madre-con su buen  corazón-no sólo te rogó que lo bajaras enseguida, sino   que  reprobó tu conducta, y a modo de enseñanza, exclamó: ¡Son cosas de niños!...¡Vitoria!,  tu madre, sí, pero también, tienes que comprenderlo,  un poco la de todos…
 Manolito, todos en el patio te  hemos querido; y los más pequeños, sobre todo los más pequeños, siempre hemos  deseado ser como tú: fuerte por fuera y generoso por dentro…, tremendamente  generoso por dentro…Tú, igual que los Mellizos, que mi primo Pepito, que el  Tete, que Juan Antonio, tienes reservado un lugar en mi corazón. Cuando vuelvas  a pescar y vengas con tu caña al hombro, no te olvides que te estoy esperando al  borde de la ramblilla, para que de un golpe me subas, como siempre  solías hacer, al muro blanco del huerto de María Vera…
 
   
                           En Cádiz, a 9 de Enero a las 18-52h de  2.007   
                                     Manuel  Castillo   Sempere   | 
    
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                          SANTAPOLA 
                              “A los niños de Santa Pola y de  Ceuta…”   
                      Santa Pola, en aquella época,  era un pequeño pueblo de pescadores de la  costa del levante español. Tenía un castillo, una sierra, una ermita, un puerto,  una glorieta donde pasear y un mar  único  y azul…… A los niños de Ceuta, estrujados entre el mar, el cielo y los montes  de poniente, nos gustaba soñar con viajar a pueblos pequeños, blancos, perdidos  en el recodo de una playa, o alzado altivo en la cumbre de un peñascal; o  quizás,  como Santa Pola, dormido sin límites  entre    las olas  violetas del mar Mediterráneo y las  barranqueras suaves de sus sierras.Los niños de Ceuta, necesitaban dejar lo  amado, y correr presurosos a la aventura   de alcanzar lo inalcanzable, lo ignoto, lo desconocido…Todos añorábamos  tener un pueblo donde nuestra imaginación se desbocara nada más pisar sus  calles. Un pueblo en la frontera de los deseos, un pueblo absolutamente  nuestro, sin ataduras, agreste, sin dueño…Un pueblo al otro lado del alma,  allá donde nacen los sueños…
 Santa Pola, era el reverso de la moneda, la  ensoñación, el otro lado de las cosas; y yo, como un salteador de caminos,  pretendía inocentemente robar todos esos sentimientos que alberga  el corazón…
 Nuestras vidas siempre están bañadas  por dos ríos que van y vienen  sin dejar de mojar nuestras tierras; ora con  más agua, ora con menos, pero sin embargo siempre  prestos a dejar su influencia.  Santa Pola, para mi, siempre significó   el río de la ternura, de lo femenino, de la  belleza, de los crepúsculos…de Azorín, de Gabriel Miro, de Sorolla. En  definitiva Santa Pola, simbolizaba la Madre con mayúsculas y toda la carga  emocional que acarrea esa palabra. En cambio, el otro río que nos surca, es el  río de la fuerza, de la voluntad, de la lucha, de  la pasión…de Machado, de Baroja, del Greco.  Así, como contrapartida, Ceuta, representaba   a mi Padre, y en consecuencia, todo el discurso que se desprende  de la realidad del presente más cercano.
 Yo  amaba a Santa Pola, con la misma pasión de un joven enamorado. Era un amor  nuevo y puro, de adolescente… de jazmines blancos. Yo amaba a Santa Pola, y  ella, algo, quizás nada, tal vez por descuido o un poco por compasión,  también se   enamoraba del pequeño “andaluz”, como ellos, los Santapoleros, me  llamaban…
 Cierto día, cansado  de vagabundear, me fui con el hijo de la  Cabrera, y otros chiquillos a la escuela pública  que estaba en un rellano hacia el final de mi  calle. Y así estuve cinco o seis días, yendo y viniendo a la escuela sin que mi  Yaya, y el propio maestro supiesen de mi inesperada vocación por el  conocimiento. Al fin y al cabo, que suponía entre aquella multitud de  chiquillos uno más, todos somos hijos de Dios…  Pero tanto va el cántaro a la fuente, que una  de las mañanas que los alumnos estaban atareados en rellenar sus caligrafías,  el maestro puso su mirada sobre mí y exclamó:
 -¡Fotre1! ¿Pero quien es ese  chiquet?- y antes que yo pudiera decir nada, los niños gritaron:
 ¡El andalús2, el andalús…!
 El maestro, se vino a mi pupitre y me  preguntó:
 -Pero chiquet, ¿Quién eres?  ¿Quién es tu madre? ¿Adónde vives? –Yo,  abrumado, me encogí de hombros y no supe que contestar. Los quiquillos,  divertidos y alborozados  por la situación,  insistían casi gritando:
 -¡El   andalús, el andalús…
 El maestro me volvió a preguntar, y yo,  como pude y como única respuesta, le dije que mi madre era la Yaya…
 El maestro, todavía perplejo, y adivinando  que de aquel pozo no sacaría más agua, me apuntó:
 -bé, chichet3, dile a tu Yaya, que venga mañana  al colegio y hable conmigo.
 Cuando regresé a casa, se lo conté  a mí tía Tere, por temor a que la Yaya me  regañara. Al día siguiente, Tere, me cogió de la mano, y nos encaminamos calle arriba  camino del colegio.  Mi tía, habló con el  maestro, y le contó las circunstancias tan particulares por la que yo estaba  allí. Este, comprendiendo la situación, le dijo a Tere que no se preocupara de  nada, que desde este momento  se  hacía  cargo de mí, y que por tanto me  enviara todos los días al colegio, que iba a estar bajo su protección.  Y así, de esta manera tan sencilla y tan  sorprendente a la vez,  entre en el reino  del conocimiento.
 En aquella época, en que  el ángel de la inocencia descendía todas las  mañanas sobre  Santa Pola, podía  pasar  ésta y cualquier otra  circunstancia por muy sorprendente que ahora nos parezca; pero sin embargo,  todavía, durante un tiempo que no puedo  precisar, la inocencia, fue aún, la moneda de cambio de este pueblo de  pescadores de la costa del Levante…  Sólo los Santapoleros4, en recuerdo de sus mayores, podrán saber si  la inocencia, aún se perpetúa en la profundidad de sus corazones… desde el pie  de sus barranqueras y sus sierras hasta  la ermita del  Calvari5; desde  la Mare de Déu6, la Virgen  de Loreto en el Castell7, hasta el faro iluminando la noche, allá  en  el mar, sobre   la  cubierta de sus pesqueros…
 
 
 
 En Cádiz, a las 2223h.  de 29 de abril de 2007
 
                    
                      
                                                                                                                                     Manuel  Castillo   Sempere             | 
    
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                                                            VICENTINA, Y LOS OTROS NIÑOS      Cierto día, caminaba calle Real  arriba,  cuando al llegar  a la plaza de los Reyes  me encontré a Marianito-el hijo de Pepa “la  Mana”, uno de los niños del patio-al que saludé amablemente y éste, con  las mismas, le pregunto a la mujer que estaba junto a él:-¿Sabes quién es?
 Yo, adivinando que pudiera ser su hermana  Vicentina, le sugerí:
 -Yo vivía contigo en el patio.
 Ella, dudándolo un poco, miró  a Marianito y señaló:
 -¿Puedes qué seas  el hijo de Fina? ¿El pequeño?
 Marianito asintió con la cabeza, y yo, a  continuación,  le dije:
 - Si, vicentina, has acertado, yo soy el  hijo pequeño de Fina.
 Ella, entonces, me besó y me abrazó con  mucha alegría, tanta, que yo me quedé un poco abrumado. Y antes que yo pudiera  decir nada, ella de forma tajante me dijo:
 -Me han dicho que estás escribiendo un  libro del patio, ¿no?; así, que yo quiero salir   en  él,  porque yo vivía en el patio contigo…
 Aquello  fue para mí una sorpresa mayúscula; la cosa no dejaba de tener una cierta gracia;  pues  todavía el libro no había salido a  la luz, y aún lo estaba escribiendo capítulo tras  capítulo, cuando ya habían personas que querían  reivindicar su derecho a ser mencionados en él. Yo, viendo el empeño tan grande  que tenía, no me quedó más remedio que decirle:
 -Lo intentaremos, Vicentina, lo  intentaremos…
 Vicentina,  la verdad, estuvo conmigo bastante cariñosa,   al extremo que hacia tiempo que no sentía tanta generosidad al saludar a  una persona. Después de despedirnos, y quedar emplazado en vernos en agosto,  para el día de la  Virgen de África, yo  me quedé un poco desolado, y no paraba de reflexionar  de qué forma y manera podría hacer para que  Vicentina apareciera en algún relato.
 Pregunté por Vicentina, a mi madre, a  Tere, e incluso a todos los niños del patio que pude  encontrarme, pero todos, decían siempre lo  mismo: «Vicentina era  una niña muy buena». Busque en la profundidad de aquellos años,  algún   rasgo, alguna circunstancia diferente que  me diese pie a reseñarla. Pero fue inútil;  efectivamente, del mismo modo que los demás, yo   también  tenía el mismo recuerdo  de  Vicentina. Más de dos, y de tres  veces….intente  empezar el capítulo sobre  ella, pero fue  inútil después de  escribir: «Vicentina era una niña muy buena»,  era incapaz de escribir una sola letra más.  Pero  es que a ciencia cierta, la  pregunta  no podía tener respuesta,  porque los seres que son prisioneros de la bondad, sencillamente no se hacen  notar, no tienen aristas; viven al margen de las disputas  cotidianas en que nos vemos abocados los  demás en un continuo carrusel sin fin.   Vicentina,  vivía en  mundo libre y hermoso ajeno a nuestras  travesuras. Mal que me pese, ahora sí, que lamento, no haber tenido ocasión de  conocerla mejor, y haber podido gozar de la magia de su inocencia, de sus  sueños, de sus anhelos; pero los niños, somos   muy distraídos y casi siempre, sin querer, solemos estar ausentes cuando  otros niños-los que son  tocados  con la humildad, los que apenas nos rozan con   la mirada, los que  ni siquiera se atreven a pronunciar nuestros  nombres- nos llaman a cada instante con el corazón encendido, esperando  resignados, nuestra improbable llegada…
 De  pronto, fruto de aquellas reflexiones se me vino a la memoria el soneto  de Violante; después de darle  muchas vueltas al asunto, por fin se hizo  la luz; lo tenía claro: dedicaría un capítulo  a los otros niños del patio, a los niños, que como Vicentina, hasta  ahora no habían sido protagonistas de ninguno de ellos.
 De tal forma que así, podría nombrar por  ejemplo: a los niños de los Tenorios,   sobre todo a Miguelito, que cierto día-después de tantos años-me lleve  la sorpresa de  verle ofrecer misa, junto  a mi párroco Juan, en la iglesia de San Francisco Javier, allá en Cádiz. O a  los hijos de Sebastián y de Isabelita: Francisco José y Juan Jesús, con quienes  compartí tantas horas... También podía nombrar a Luisita, la hija única de  África Viso y Miguel Campaña.   Y desde  luego, al hermano pequeño de Juan Antonio: Manolito; y  a sus hermanas: Conchi, Dori y Africoli.
 Aquel soneto famoso de Lope de Vega, me  había ayudado a resolver,  al punto,  el enredo en que me encontraba, así que es de  bien nacido que lo recuerde seguidamente:
 
                  
                    
                      
                          
                          
                            Un soneto me manda hacer Violante;en mi vida me he visto en tal aprieto,
 catorce versos  dicen que es soneto,
 burla burlando van los tres  delante.
 Yo pensé que no hallara  consonantey estoy a la mitad de otro  cuarteto;
 mas si me veo en el  primer  terceto,
 no hay cosa en los cuartetos  que me espante.
 Por  el primer terceto voy entrando,y aun parece que entre  con pie derecho,
 pues fin con este verso le  voy dando.
 Ya estoy en el segundo, y aún  sospechoque estoy los trece versos  acabando:
 contad si son catorce, y está  hecho.
        ¡Soberbio! ¡Magnifico! Indudablemente Lope  de Vega es un genio de la literatura; así que a su modo, copiando su manera tan  sutil de decir las cosa, te diré Vicentina, que quedé muy agradecido por tus  muestras de cariño, y por la forma tan generosa de tratarme al conocer quién  era;   y por tanto: 
                  
                    
                      
                        
                          
                            Mira, atenta, porque   aún sospecho,si estoy, despacio,  al final llegando:
 y si lo estuviere, casi jugando,
 Vicentina, tu capítulo, está hecho.
         En Cádiz, a las 10-00h del  día 3 de Enero de 2.006                                                                             
                  
                    Manuel Castillo  Sempere   | 
    
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                  EL LOBO        En el patio, la tragedia  del «Lobo», era algo recurrente, algo  perfectamente serio, y que cada cierto tiempo   solía salir en las tertulias que mantenían los vecinos. Crecí toda la  niñez  en medio de aquellos constantes  recuerdos a aquel naufragio. El Lobo, había pasado los umbrales de un  suceso más, para adentrarse en las páginas de la mitología de nuestro patio.  Siempre que en cualquier conversación, asomara aquellos sucesos trágicos, se  producía una sensación  de solemnidad;  que al momento, como un ritual antiguo, hacía que sus rostros se transfigurasen  y adquiriesen una gravedad propia de la liturgia de un acto religioso.El «Chache» José y María «Machanga», eran los dueños;  la  tristeza de Maria, y el rictus de verdadera  amargura del Chache, cuando se relataban los sucesos, los percibí muchas  veces, a pesar de mis pocos años. Da la impresión que los niños son seres  insufribles, que no se percatan del dolor de los mayores; pero yo os puedo  asegurar que no es así; porque yo sentía como aquella atmósfera de pesadumbre,  me calaba hasta lo más profundo de mi pequeño entendimiento. Y mi alma, desde  entonces, como a ellos les ocurría, también se hace jirones, cada vez que oigo  pronunciar el nombre del Lobo.
 ¡La Sudesta! ¡La Sudesta!  ¡Viene una Sudesta….!
 En Ceuta, son terribles las Sudesta. La  gente de la mar, no decimos viento del Sud-Este, con fuerza 10 de la escala  Beaufort. No, no lo decimos; eso queda para los partes meteorológicos. En  Ceuta, la gente de la mar, decimos: ¡Viene una «Sudestá»…! Y ya sabemos,  desde niños,  que el temporal se  acerca  agitando sus alas de manera  irremediable…
 Efectivamente, la tarde del once  de diciembre de  mil novecientos cuarenta y ocho, fue una  tarde apacible y azul. Nada presagiaba el temporal que en el mar de  Alborán  se estaba fraguando. Las traíñas  se hicieron a la mar confiadas en el buen tiempo y la calma que reinaba en  aquellos momentos. Pero sin embargo no fue así, aquel buen tiempo, era solo un  espejismo; era la  calma engañosa  que precede al temporal. No  hubo apenas tiempo para nada. ¡La Sudestá!, se desató y cogió a la mayoría de los barcos desprevenidos. Ante el cambio  súbito del tiempo, las traíñas levaron los artes calados lo más pronto que  pudieron, y arrumbaron en dirección a Punta Almina.
 Pero la tragedia no quiso  alejarse aquel día de nuestra tierra.  Pareciera que unas garras invisibles se cernieran  inexorables   sobre la vida de   aquellos  pescadores. El viento, en un alarde de brutalidad máxima, golpeó toda su furia  como nunca, como si buscara vengarse de los hombres. Ni siquiera la  súplica, y la oración de aquellos marineros consiguió  calmar su locura. Dios, distraído en su palacio de Invierno, tampoco  oyó, ¡como tantas veces!,   los gritos de socorro de los pescadores.
 Las traíñas, el día doce de diciembre, a  las seis de la  tarde, montaban  Punta Almina en medio de unas olas gigantescas;  algunos se abrieron  hacia el Estrecho y  pudieron salvarse; los otros, los que se pegaron más al «resbalaje», tuvieron peor suerte. Y en una de aquellas olas gigantescas, les dio la vuelta  y los sumergió para siempre en el mar.
 ¡Dios Mío! ¡Qué Horror! ¡Qué sufrimiento el  de aquellos hombres, arrojados contra el mar y despedazados contra los «Isleros»!   ¿Es  qué no hay compasión en el Cielo? ¿Es qué ni siquiera tú, Cristo del mar? ¿Y  tampoco tú, Virgen del Carmen?, pudisteis Ayudarles.  No, nadie les ayudó...Estuvieron absolutamente  solos. A solas con la muerte en medio de la mar…
 Pasado   el tiempo, en una de mis inspecciones a la Cofradía de   Tarifa, para ayudar a la modernización de  la  Flota   Pesquera; al comentar  estos sucesos  con el Secretario y el  Patrón Mayor;  aquel me sacó del archivo de la Cofradía, un legajo de viejos papeles,  donde   en la cabecera, medio borroso,    aún podía leerse «M/P “Los Mellizos”». Me quedé sin habla  y lleno de asombro; porque los documentos que me estaba mostrando el  Secretario, pertenecía a una de las traíñas   que naufragaron en aquel fatídico trece de diciembre…
 Sean  pues, para los pescadores del Lobo, y  de los Mellizos y de todos  los  que se ahogaron aquel día, el homenaje de estas líneas; y que sus almas como  bajeles en un nuevo mar, se reconcilien y arrumben al último faro donde les  espera  Dios…
   
                   En Cádiz, a  las 11-20h. del 11 de febrero  2.007
   
          
            
                             Manuel  Castillo   Sempere
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                                                        .   
                   LA  IGLESIA DE ÁFRICA. LA CRIPTA      La  Plaza de África  tiene a la Catedral,  como edificio  solemne y emblemático, que  añade prestigio arquitectónico a la ciudad; pero al otro lado, en sentido  norte, se emplaza el Santuario de Ntra.   Sra. de África, una iglesia con mayor humildad y menores pretensiones  que aquella. Ella,  alberga a la Patrona,  la Virgen de África,   y en este sentido,  Iglesia y Virgen, son veneradas por nosotros, los niños, desde que apenas  nacemos.
 Yo, estoy bautizado en la pila de la  izquierda, según se entra por la puerta principal; me bautizó el  padre D. Bernabé Perpén, su párroco en  aquellos años, y desde entonces estoy unido a ella con la mejor de las cadenas  inexistentes, a saber: la cadena de los sentimientos….
 Cuántas veces he escuchado el tañer de sus  campanas desde su espadaña; ahora la misa de mañana, luego el Ángelus, después  misa de la tarde; y entre aldabonazo y aldabonazo el tintineo alegre de un  bautizo; o el tin-tan pausado, lento, grave, reverencial, de la llamada a misa  de difuntos.
 Cuántas veces ¡Dios mío! He oído  el tañer de sus campanas, y al momento, como  en una oración, he presentido que pronunciabas mi nombre, o quizás, tal vez, fue  tan solo el deseo de sentir  el rumor de  Tu silencio  inabarcable…
 Cuántas veces he pisado sus losas blancas  de mármol acompañando a mi Yaya al rosario; o visitando el Sagrario; u observando  como se levantaban los pasos de   Semana Santa; o acaso, cuántas veces hemos  hecho penitencia de dos Padrenuestros y tres Avemarías y después al domingo  hemos  tomado el pan de Jesús. No sabría  decir a ciencia cierta,   cuántas veces  he pisado las losas blancas de mármol en el recogimiento  de sus naves…
 Otras veces, hemos sido monagüillos, y  hemos ayudado al presbítero a oficiar la Santa Misa, y hemos probado el pan sin  consagrar, y del todo seguro,  de igual  manera, hemos probado el vino también sin consagrar. Son pecados, sí, pero en  este mar de pecados, éstos, quizás sean los más perdonables…
 …Y en este   trajín continuo de idas  y venidas  a la iglesia, siempre nos miraba de reojo,   la calavera de la canina que estaba dibujada en  relieve en la bovedilla, y que principiaba la  escalera  de bajada a la cripta en la  parte inferior  de  la Capilla Mayor. Esta canina, con su calavera  descarnada de ojos huecos, portaba una guadaña en su mano derecha; sólo una  pequeña verja de hierro nos separaba de ella, y a  nosotros, el espanto de su contemplación nos  hacía acelerar el paso a la calle, o, según el momento, a la sacristía. Algunas  veces con la cabeza y las manos pegada a los hierros de la verja, mirábamos con  el corazón agitado la negrura de aquella profundidad sin fin; y al cabo, sin  proponérnoslo, sin apenas pronunciar palabras….en nosotros había crecido la  idea, que tras la verja, bajo la atenta mirada de aquella calavera  de afilada guadaña, nada más abandonar el  último escalón de la escalera, se encontraba el mismísimo infierno de “Pedro  Botero”, esperándonos con sus calderos de agua hirviendo…
 Aquella calavera y su esqueleto no estaban  expuestos de manera impropia, sino que todo lo contrario, era una alegoría a la  muerte, por eso empuñaba  una guadaña, a  saber: para segar llegado el punto la vida del que se había acordado el final  de su tiempo. Qué bien saben los niños leer estas sensibilidades, pues más allá  de la «Parca», abajo, en la cripta, incontables   lapidas   daban fe del enterramiento de diferentes religiosos y patricios que  dormían el sueño eterno.
 En aquellos años, esta estancia también se  utilizaba como local de la «Acción Católica»; los mayores asistían a las  charlas que daba D. Gabriel, que les aleccionaba  en el Nuevo Testamento, y entre lección y  lección, les narraba sus hechos bélicos en   la helada estepa rusa con la «División Azul». Dado que los niños, están  hechos para las travesuras,  uno de los  Mellizos- nunca  se supo quién de los dos fue-, agrandó unos  de los boquetes  de uno de los   nichos y tomó  una calavera a modo  de trofeo. A continuación-podéis imaginaros-, caminó hasta la calle la  Muralla  y allí, la mostraba a los pobres  transeúntes que presa del espanto se alejaban sin sentirse la camisa. Alertado  don Bernabé Perpén, que su escolano preferido, estaba dedicado a tal menester  de presentaciones, alzaba los brazos al cielo y a la vez que los agitaba, con  voz  entrecortada  suspiraba: ¡¡Dios mío, Dios mío, estos Gaonas  van a  acabar con mi paciencia!! Después,  arremangándose la sotana  a media pierna,  acudía presto, calle abajo,  a poner  fin  a tamaña ignominia. Así que  llegando junto al Mellizo, lo prendió  del cogote, y dándole un coscorrón si, y otro  también,  sin que aquello tuviera visos  de parar nunca,  lo llevó de esta guisa a  que restituyera  la calavera al lugar  donde nunca debería de haber salido,  y  a donde   deberá aguardar  para siempre el  sueño eterno…
 ¡Qué terribles¡ ¡Qué terribles, eran los  niños de entonces! Pero sin embargo, a pesar de   las incontables travesuras que urdían   cada día, había algo en ellos que les hacia, a diferencia de ahora,  sentir la vida con la pasión  del que se  sabe  afortunado. Efectivamente, cada  día, significaba una nueva aventura por disputarle  a la mañana, al sol, a la noche, a la luna, al  mar...  Cada día la vida brotaba en ellos  a borbotones, sin freno, como un torrente; como podía entonces, Dios, a pesar  de sus terribles travesuras abandonarles, No, no podía; más bien, de manera  disimulada, sin que ellos se diesen cuenta, a la primera de cambio, se añadía  como uno más, intentando evitar lo que difícilmente podía ser evitado...
 Yo, sí, sé cual de los dos Mellizos fue,  pudo ser, Jesús o Federico, que así se llamaban…Pero, como comprenderéis, esto  es un secreto que nunca podré desvelaros…
 
                       En Cádiz, a 1345h. del  8 de diciembre de 2007   
                    
                      
                                                                                         Manuel  Castillo  Sempere 
 
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                   SUEÑA LA ALBERCA «A los Alcaldes, con   el encargo de que nos devuelva los surtidores de cristal, las  ranas de cerámica verdes y  de oro, las  aguas y sus plantas exóticas, y los peces rojos, de colores, de la alberca».               
     El hilo  de agua se eleva queriendo tocar el cielo, luego,  exhausto y traspasado por un rayo de  sol, centella como un calidoscopio de mil  colores, hasta caer oblicuo al otro lado del vaso de agua verdinegra de la  alberca. De otra rana de cerámica  verde  y de oro, sale otro surtidor de agua que cruza la curva cristalina del  anterior, y va a caer a los pies de la  siguiente rana, también como la anterior, pintada en  verde y  oro. Y van cruzándose los surtidores, unos  tras otros, hasta llegar a doce…Y solo se escucha el rumor del agua. Y la paz  se hace inmensa. Y no se siente nada… acaso el latir de la vida, cautiva, en  los silencios de la mañana…Yo miro  extasiado a los surtidores y a sus curvas de cristal, desde  que nacen hasta que se disuelven en los  espejos rotos del agua, ¡qué belleza!, ¡qué locura! ¡qué carnaval de colores  para los sentidos!: azules, blancos, rojos, verdes!... cielos, nubes,  peces, cristales de agua… Cada objeto tiene un  color, y en tu alma, como en un lienzo virgen, se van pintando todos los  colores de esta mañana mágica.
 La hora  va pasando lenta, alargando sus minutos, diríase  que no tiene prisa porque las agujas de sus  manecillas giren los grados de su circunferencia. Nadie tiene ya prisa, y todo  se copia del ritmo pausado, curvo, exacto, de la noria de agua, que sube hasta  su cenit, y luego, se deja caer vencida por la gravedad, provocando una estrofa  de agua que casi es una metáfora de la vida… Ya sólo sentimos el agua correr…
 Dicen  que esta alberca del “Jardín de los Enamorados” de la Argentina, fue traída en  una copia menor, de los jardines de la Alambra; pero mis pies han hollado  esos  jardines de Granada, y si bien su  alberca es casi un encaje de fantasía que resuma belleza e historia Nazarí, no  puedo dejar de decir, que nuestra alberca y sus hilos de agua, también resuman  armonía, ensueños y sentimientos… Sí, sentimientos de cada alma, que al  romper  la  mañana o al   caer  tarde, se asoman a ella…
 Los  peces colorean de rojo aquí y allá, entre hojas,  abiertas, redondas, verdes…Van enseñando sus  escamas de sangre como amapolas cortadas en la siega y echadas a puñados en  este vaso único para romper la monotonía de su superficie siempre verde.   Los peces colorean de rojo aquí y allá…y es  un instante, y es otro… Pero ya no nos contentamos con un instante, ni con dos,  ni con tres… No, ya no nos contentamos… ahora,   el  instante ha de ser eterno, sin  manecillas que marquen las horas…
 Un poco más abajo, otro vaso de agua,  contiene una pequeña isla, que alberga una sola palmera; a sus pies otros  peces, también rojos, colorean sus aguas en un constante carrusel de vueltas y  más vueltas…
 Cuando ayer fui al jardín de los enamorados,  ya no vi los surtidores de plata, ni las ranas de cerámicas, ni las aguas verdes  con sus plantas acuáticas, ni los peces de colores… ¿Dónde han ido,¡Dos mío!. ¿Dónde  han ido?...
 Yo  quisiera…que el ladrón que las ha robado, pensara, que no ha robado el hilo de  agua, ni de las ranas los destellos dorados,   ni siquiera las aguas verdes de la alberca, ni los rojos peces de  amapolas. No, no, el ladrón, tal vez, nos haya robado, sin saberlo, nuestra  propia  alma.
 Yo  quisiera…que el ladrón que las ha robado, las trajera de nuevo  y las pusiera al pie de las puertas del  Campo, en los jardines de la Argentina -jardín de los enamorados-, donde ellos  -amada y amado-, como reza el romance popular, van, ya, fuera de sí, a servir  al amor…
   
                    
                            Cádíz,  a 19 de agosto  de 2008
 Manuel  Castillo   Sempere   | 
    
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                   EL SILENCIO DE DIOS*       La noche, como el telón de un teatro, se  había abierto lentamente ante mí, dejando al descubierto,  centenares, miles, infinitos  destellos luminosos… Con el mismo  sobrecogimiento    que uno siente cuando  visita las naves de una catedral gótica; yo, sentado en una peña  de detrás del Calvari1, observaba lleno de asombro, el titileo de los astros en la inmensidad del  cosmos… Me sentía pequeño, en medio de aquellas dimensiones; pero en cambio, no  sentía el menor temor, ni tan siquiera un poco de recelo en la soledad de  aquellos instantes. Las estrellas   estaban tan cercas, que daban la sensación que pudiera tocarlas con los  dedos de mis manos. Pasaba la mano sobre su luz de plata, y ellas, agradecidas,  me mandaban como en una conversación singular, sus temblorosos destellos… La  paz era tan cautivadora,   que nunca supe  si el sueño me venció y quedé dormido   soñando estas cosas; o por el contrario, soñaba despierto perdido en el  laberinto de los deseos inalcanzables…En la lejanía, desde la falda del Calvari, unos gritos cada vez más cercanos me fueron sacando del estado  de sosiego en que me encontraba. No deseaba  que pronunciaran mi nombre, deseaba quedarme allí para siempre. No quería  volver al mundo. Sentía la pasión del olvido, de lo anónimo, de lo pasajero…  Quería ser, como el de Asís2: la noche, los astros, la brisa, los  pinos, los peñascales, el cosmos... ¡Dios mío!, ¡sentía tu presencia en cada  objeto de tu creación, y en cada minuto de tu diferente tiempo! Sentí por  primera vez a Dios, y Él, desprendido de amor, me dejó ir…
 Los gritos se acercaron cada vez más, hasta  que yo,  comprendiendo que era una lucha  perdida, contesté con toda la fuerza que podía dar de sí:
 -¡Vengen, vengen, ací estic, no busquen  més3…!
 Tere,  Rafaela  y cinco o seis chiquillos, se  acercaron hasta donde  yo me encontraba.  Todos se sorprendieron  y no salían de su  asombro al verme tan tranquilo, cuando con la mayor naturalidad les dije:
 -¡Che, no estava perdut, estava jugant i em vaig assenta en aquesta  penya a descansar4!…
 Tere y Rafaela mirándome  con ojos incrédulos, añadieron:
 -¡Mare de Déu, el Senyor te va a  castigar, tot el carrer t´està buscant5!
 -Y cogiéndome de  las manos, nos dirigimos para el pueblo.
 Cuando embocamos  la calle Trinidad, junto a la casa de la tía Maria, la Yaya, en compañía de  otras mujeres  venía de buscarme de las  barranqueras que dan a lo alto de la calle. Como era costumbre en ella, no paró  de lanzarme improperios y recitaciones hasta que el cortejo que se había  formado no llegó  al portal de nuestra  casa. Antes de entrar, mi Yaya, les dio las gracias  a sus amigas y a los familiares que le habían  ayudado en la búsqueda. Éstos, acostumbrados ya a mis travesuras le decían  un poco indignados:
 -Mare, mare,” l'Andalús”, és  un diable de xiquet  i no té solució6.
 Sin embargo, para los chiquillos de mi calle que estaban agolpados junto  a mi puerta, a pesar de lo que dijeran los mayores,  el «Andaluz»,   hoy, seguramente a sus ojos, había escrito la  mejor página de heroísmo…
   
                    En  Cádiz, a las 2240h.  de 13 de mayo de  2007   
                    
                                                                                                        Manuel Castillo Sempere________
     1     Monte  Calvario de Santa Pola.2      San Francisco, el santo de  Asís.
 3      ¡Vengan, vengan, aquí estoy, no busquen más…!
 4      ¡Che, no estaba perdido,  estaba jugando y me senté en esta peña a descansar…!
 5      ¡Madre de Dios, el Señor te va a castigar, todo la  calle te está buscando!
 6    Madre, madre, el Andaluz, es un diablo de  niño y no tiene solución.
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                    INSTITUTO II. PROFESORES Y ALUMNOS
 «Gaudeamus Igitur…»
 
 El Instituto, en aquella época, era  el centro cultural más importante de la  ciudad. En él, los profesores, dueños de la palabra, empezaban a esculpir en la  piedra  virgen del alma de los niños, el  contorno de una nueva imagen de voluntad y de conocimiento. ¡Oh mis profesores!  Os podría decir, como el poeta cantaba: ¡conmigo vais, en mi corazón os  tengo…! Conmigo vais, día tras día en el  recuerdo; y en mi corazón os tengo, latido a latido mientras perdure su pulso…
 Me recuerdo de Sotelo, que luego llego a ser  Alcalde, y de Antón, y de Vargas Machuca, mi profesor de  Geografía,   de Historia y de no sé cuantas asignaturas más; mejor diría: mi  permanente  y eterno profesor, pues lo  tuve durante todo el bachiller desde primero a sexto; y en este último curso, en  su hora de historia  del arte,  en una de aquellas sesiones de transparencias  de cuadros de pintores impresionistas, me quedé trastornado -como Estandal- al  contemplar por primera vez los amarillos, ocres y azules de la habitación de  Van Vogh, en Arles. Siempre te agradeceré que me mostraras  sus lienzos, ya que en esos instantes se me  despertaron  la sensibilidad y el  instinto por la belleza de los  colores.
 También  me viene a la memoria, la Caminero, la Campoy y Rita; esta última la más bella  de las profesoras, pero dura como el acero. Y la señorita Otero, profesora de Lengua,  dulce y delicada como las azucenas, de la cual estaba enamorado como sólo saben  hacerlo los niños… Y a los padres, Tudela, Chico y Martiniano, que con tanto  ahínco trataban de convencernos de que Jesús, era Hijo y Padre, al mismo  tiempo…A pesar de los años, sigo sin entenderlo, pero la fe mueve montañas, y  cosas mas difíciles se han visto... No dejo en el olvido a Fradejas, a Rigual,  a D. Luis Luna, a mis profesoras  de  Ciencias Naturales,  y por supuesto a la profesora de Lengua y  Literatura Española,  la Señorita  Valderrama, y a su implacable corriente «Senequista-Castellana», de la  cual, pasado el tiempo, ya no le guardo rencor, sino todo lo contrario:  admiración, porque gracias a ella, comencé a colocar unas pequeñas rayas,  denominadas acento-aún hoy se me resisten-, en algunas palabras.  Pero que sin embargo, he de contar de su  exagerado gusto por los números inferiores al cinco, a saber: cuando después de  los exámenes daba las correspondientes notas, era completamente normal e  incluso aceptado con resignación franciscana, que por ejemplo dijera:
 -«Señor   Castillo, usted  ha mejorado  bastante en este examen, se nota  que ha estudiado  y que ha hecho un gran esfuerzo, siga así, tiene un dos con cinco…»
 Es verdad, que al principio, la moral se  nos caía por los suelos, pero al poco, se nos olvidaba y pensábamos en otra  cosa. Y desde luego, hoy, al recordarlo, sólo siento ternura al recordar los  intentos mayúsculos de aquella mujer por enseñarnos la Lengua y la Literatura Castellana.
 Pero sin embargo, los profesores, tienen  sus manías y sus gustos, y nosotros, sus alumnos, convendremos   en respetárselas;  quedad por tanto en nuestra memoria, compañeros del alba, compañeros…; quedad  en nuestro recuerdo y comprobareis que vuestra palabra  ya no es solo vuestra, sino también  nuestra…
 Y qué serán de mis compañeros,  de aquellos compañeros que aprobamos el  Ingreso en junio de 1962. Qué serán  de  los hermanos Extremeras, de Ganivet; de Durán-toda la clase fue a visitarlo a  su casa cuando se partió la clavícula jugando al fútbol; de Aguilar,  de Álvarez, de Carrillo, de Dosantos, de  Dorado, de Calvo-inteligente dónde los haya-, de Cabello, de Bravo, de Cantón,  de Atienza, de Castillo Pertíñez, invariablemente sentado año tras año delante  de  mi mesa, de Docampo, de tantos otros…¡Ah,  Docampo!, has memoria, te acuerdas  de la  regañina que te echo el profesor de lengua;  cuando cumpliendo tu promesa por haber  aprobado el Ingreso, te persignabas   ciento de veces desde la clase al  patio del recreo, para finalizado éste,  volver  a persignarte  hasta llegar de nuevo a la clase. ¿Qué injusto  fue nuestro profesor, verdad? Nosotros te respetábamos, pero él, considero que  era una manía extravagante y fuera de lugar. Pero al día siguiente, yendo  detrás de ti en la fila, note que tú, de manera disimulada y sin que nadie lo  percibiera, te llevabas la mano a la frente, al pecho y luego a un lado y a  otro de los hombros... ¡Bendito seas Docampo, donde te encuentres ahora! Y  acuérdate de mí, porque  en el  recuerdo,  tu bondad, me hace sentir inexorablemente  más cerca de Dios…
   
  
             En  Cádiz, a 14 de junio de 2.007, a las 2211h.                                                                                            
 Manuel   Castillo  Sempere
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                                                  NARANJOS AMARGOS                                                                      «¡Mandad a los jardineros que  traigan el alma de sus  jardines…»
    Azahares, azahares, azahares…Azahares y  naranjos amargos de las puertas del Ayuntamiento. La primavera ha llegado y  todo el aire se embalsama de la esencia de la flor del naranjo. Todo el  ayuntamiento se viste de blanco soñando los sueños imposibles de los azahares.  Los niños nos encaramamos a las ramas de los naranjos y vamos llenando nuestras  manos de sus flores. Las niñas nos  las  piden para hacer guirnaldas para el pelo. Las muchachas para olerlos y soñar un  momento con ser princesas… Azahares para poner  junto a la mesilla de noche, un vaso de  agua  y la fotografía del amado. Azahares  y naranjos…Azahares para las cruces de mayo, azahares para el sosiego y la  calma. Azahares para sentir, como Miguel Hernández, la libertad en la sonrisa  de un niño… Y llego  otra primavera, y ya el aire no traía el aroma perfumado de los azahares  blancos del Ayuntamiento. Pero ¿dónde están los naranjos amargos…? ¿Dónde están  aquellos naranjos amargos de mi niñez? ¿Dónde están que no pude verlos?...
 Al alba,  cuando la mañana va rompiendo con su primera claridad la noche, he ido de ronda  a la iglesia de África al pie del Ayuntamiento, y sin poderlo evitar, casi sin  saberlo, ha estallado  en mí el  deseo  de  sentir otra vez,  aquellos momentos donde   la   primavera se anunciaba tímidamente, con  apenas unos frágiles pétalos de escarcha… Pero  ya no se puede sentir la primavera, ni asoma  la niñez en la esquina  de la iglesia de África, al pie de  las puertas del Ayuntamiento. No, ya no están  los naranjos amargos,  ni siquiera tiene  limones el limonar injertado de Serbando, junto   al Sin Nombre, el bar de Lucas. Ya no se puede sentir la niñez, porque  ya no están en el aire la esencia perfumada de los azahares, ni su néctar, ni  su color blanco… Ya no se puede sentir la niñez, ni el susurro de la primavera  se anunciará con las hojas verdes de los naranjos… Los naranjos de hojas  verdes, sólo permanecen ya, en la memoria de nuestros recuerdos…
 ¡Qué  venga alguien, que venga un rey, un mago o un concejal, o un teniente de  alcalde, o el mismísimo alcalde, y ponga remedio a este asunto con un bando  municipal! Y en  él se lea: «La primavera  llegará cuando se sienta en el aire el olor, la esencia, el perfume del  azahar.» ¡Jardinero!, ¡jardinero!, ¡Jardinero!... busca en los jardines los  naranjos que alguien arrancó  de las puertas  de esta Casa Consistorial.
 Los  naranjos están de nuevo luciendo junto a las puertas, al pie del Ayuntamiento,  como antaño, como siempre, como toda la vida han estado. En primaveras  azahares, y en otoño, naranjas, las mejores naranjas  amargas de toda la ciudad. Y josefina, desde  sus esquina del cielo, ya puede sonreír de nuevo, porque nosotros, ramblilla  abajo, ya vamos -sin que nos mande- a recogerle las naranjas para que fabrique su  mermelada, la mejor mermelada artesanal, marca de la casa.
 Azahares, azahares, azahares…Azahares y naranjos amargos de las puertas  del Ayuntamiento.
   
                          En  Cádiz,  a 20 de agosto de 2008                                                                                  Manuel   Castillo Sempere 
                  
                    
                      
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                                                                LA OTRA MARISOL…   
      Sí, la otra Marisol…La Marisol de Solita y  de Miguel. La Marisol de Joaquín y de Alicia. La niña-princesa de mis tíos…La  Parca se la llevo en plena juventud,   apenas comenzando a vivir…¡Qué dolor tan grave y tan profundo! ¡Qué  manotazo brutal e inesperado se la llevó sin darle tiempo a contar más que un  ramillete de primaveras azules! La vida, a veces, se llena de tanta crueldad,  que es mejor olvidar su nombre…Marisol, nunca nos hemos olvidado de ti,  siempre recordamos tu alegría y la delicadeza tan especial que tenias al sonreír  por cualquier cosa, pararte, y luego en un estallido, sonreír de nuevo…
 Yo,  recuerdo, que  en aquellos años de niñez, los domingos paseábamos  a lo largo de la calle de la Muralla, yendo y  viniendo  desde el  Cristo hasta el Puente…una, dos, tres vueltas….yo  que sé la de vueltas que dábamos;  pero a  cada vuelta- yo era algo más pequeño, y ya sabemos que las niñas están más adelantadas  en estás cuestiones-, yo  pretendía que  me dieras un beso; de tal manera, que al tercer beso me decías con aquella risa  tan singular y burlándote de mí:
 -Hasta el domingo que viene no hay más  besos…
 Y yo, avergonzado, no me quedaba más  remedio que dejar pasar el tiempo hasta   el domingo siguiente, para esperar que ella  pasara junto a mí, y de nuevo ir a besarla…,
 Marisol, yo podría recordarte aquellas  tardes de agosto por San Joaquín, cuando   se reunía  toda la familia para  celebrar el santo del abuelo; te acuerdas como peldaño a peldaño llegamos hasta  la parte alta del “reñidero”, y desde allí corríamos a escondernos para  que los mayores no pudiesen encontrarnos…Después, cansados de escuchar  nuestros nombres, no nos quedaba más remedio  que aparecer y encogernos de hombros como si no hubiésemos escuchado nada. Más  tarde, a la par que el queso  tan rico  que la abuela Juana iba colocando en los platos, esté también desaparecía con  una premura que nadie, por apuro, se atrevía a preguntar; pero nosotros con las  bocas llenas a rebosar si que conocíamos perfectamente el misterio de aquellas  desapariciones…
 Marisol, y te acuerdas de  aquellas “giras” en que toda la familia se  desplazaba a las playas de Marruecos; te acuerdas de la arena, de la brisa, de  los juegos al mismo borde de la orilla, entrando y saliendo del mar….de aquel  mar unas  veces verde, azul…transparente.  Sí, estoy seguro que te acuerdas, porque tú igual que yo, amas  sobre todas las cosas a ese mar tan nuestro  que esta en nuestra alma, aun antes de nacer…
 Marisol, tú, ya eres el mar… Tú, ya eres la  brisa y el cielo…Tú ya eres el Chorrillo, y la Rivera…Tú, ya no tienes cuerpo,  porque habitas en el corazón de todos nosotros…Tú, amaneces todas las mañanas  a  levante del monte Hacho…Y te despides  de nosotros  cuando el sol todas las  tardes cae tras las cumbres de la “Mujer Muerta”….
 Marisol…Dios te reclamó, y tú, con aquella  sonrisa tan  especial que tenias, no te atreviste  a decirle que no…
 Marisol, te acuerdas de aquel otro  día…Marisol, te acuerdas…
                 En Cádiz, 8 de mayo de 2008   
          
            
                                                                                                     Manuel   Castillo  Sempere  
                
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                                                         EL NACIMIENTO   
      Al acercarse la Navidad, a los niños del patio, el sentimiento navideño nos embriagaba de tal manera que decidimos  hacer un Nacimiento.  Como quiera que   Juan Antonio, tenía guardada muchas  figuritas y solía ponerlo otros años, convenimos hacerlo en su casa. Al estar de  vacaciones, toda nuestra actividad se iba a dedicar a  partir de ahora a  construir  el  mejor  Belén  que se hiciese en los patios del «Callejón  del Asilo».Una vez que  planeamos la forma de cómo debían quedar configurados  los diferentes elementos del Nacimiento, empezamos a buscar la forma de  conseguir todos los materiales necesarios para su realización. Y aquí es cuando  empezó para nosotros toda una actividad frenética para ir poco a poco  componiendo el Nacimiento.
 En una esquina del comedor de la casa de  Juan Antonio, pusimos unos tableros cubiertos con varios pliegos de papel de  estraza  para hacer la base  donde después iba a cimentarse todo el Nacimiento. Una sábana en desuso a modo de cortinaje cubría   los bajos de todo el entramado   que habíamos colocado. Y finalmente, para terminar el escenario, en la  papelería la “Única” adquirimos varios rollos de papel azul para  simular  el cielo, al que le fuimos  pegando estrellas de color plateado; y por último, un poco más grande que las demás:  la «Estrella de Belén», señalando,  con  su larga cola de fuego, el establo donde ocurriría el milagro de la Navidad.   Luego, salimos a buscar serrín a la  carpintería  de la calle «Larga»-Jáudenes-  y lo fuimos  colocando  a lo largo y ancho de todo el perímetro  simulando la tierra de los campos.
 Cada día nos tocaba estudiar una estrategia  para conseguir cualquiera de los diferentes elementos del Nacimiento;  así que aquel día nos toco las montañas.  Dicho y hecho, nos encaminamos a los muelles del puerto y, en ellos, después de  patearnos todos sus rincones, por fin  conseguimos unos trozos de corchos que venían  al pelo para  simular las montañas de  Judea.
 ¡Qué emoción la nuestra!,  cuando   cada día aquello iba tomando forma. Aquella nueva jornada, nos toco deambular  por todas  las calles de Ceuta, e ir  recolectando cajetillas  vacías de tabaco  americano, a las cuales le quitábamos el papel plata; después, una vez  bien planchados, los íbamos colocando  en el lecho del río y encima, para que  tuviera visos de realidad,  se le añadía  diferentes piezas de cristal, para con ello, al reflejarse el papel de plata en  el cristal, simular  los  rizos de agua que  produce la corriente  al bajar un río.
 Otro día, en otra nueva aventura, caminamos  hasta el monumento de  «González Tabla»s,  justo detrás de la iglesia de África, y con   cuidado para que no se dañara, fuimos    recogiendo trozos de  la yerba que  crecía  entre las losetas del suelo. Cuando  hubimos hecho un buen acopio, nos dirigimos de nuevo al patio,  y con el primor de un artista, dispusimos la  yerba  a lo largo de las orillas, simulando  la maleza y los cañaverales  que crecen  en las márgenes de los ríos.
 Una vez terminado  el   teatro de operaciones donde iba a tener lugar el misterio de la Navidad,  nos dispusimos celosamente a  colocar las  figuritas que Juan, el padre de Juan Antonio, conservaba como una reliquia en  un altillo. Las figuritas se encontraban guardadas en diferentes cajas de  madera, y estibadas con serrín para que no sufrieran daños. Algunas de ellas, que  estaban algo deterioradas, Juan –que era pintor- las fue pintando de nuevo para  realzarlas y darles un mayor colorido. Otras, las menos, si acaso estaban  rotas, se les untaba pegamento, se dejaba secar y luego se las pintaba  para que no se notase la rotura.
 Finalmente,  el Nacimiento quedó acabado; toda aquella actividad frenética de aquellos  días previos a la Natividad del Señor, habían concluido. «El Niño Dios», estaba  ausente del portalito esperando nacer el día de Nochebuena. Los Reyes  Magos, avanzaban  un paso calculado cada  día para estar junto  a la «Sagrada  Familia»,  a las doce de la noche del día  veinte cuatro. Así, que nosotros,   para no dar por concluida  toda nuestra intensa labor  de días anteriores, y prisioneros todavía de  nuestra mágica ilusión, nos dedicamos a juntar hasta la última peseta; después  llenos de alegría,   andábamos   toda la calle Real arriba hasta cerca de la iglesia de los Remedios,  donde se encontraba  la papelería “Álvarez”;  allí, detrás de los cristales de un mostrador se encontraban esperándonos:  pastores, angelitos, leñadores, lavanderas, rebaños de  borregos, caminantes, soldados romanos,  camellos, gallinas, poyuelos…y un sin fin de diferentes figuritas que nos  ponían los ojos como platos.  Que me  perdone el Sr. Álvarez, que tan amable y con tanta paciencia nos atendió siempre,   pero era algo irrefrenable  para unos niños, algo que se veía venir, y  finalmente ocurrió: algunas de aquellas   figuritas de manera misteriosa aparecieron en algunos de nuestros  bolsillos, para más tarde, quizás,  a  modo de milagro, aparecer de nuevo   decorando nuestro querido Nacimiento.
 Aquella noche, la Noche Buena del año  cincuenta y ocho, entre villancico y villancico de los Gaona,  los niños   del patio, nos fuimos acercando a la casa  de los Vallejos. Junto a sus padres y hermanos,  a las doce de la noche, Juan Antonio, emocionado,   puso al «Niño»   en la cuna. «¡El Niño  Jesús! ¡El Niño  Dios!», por fin, había nacido entre  nosotros,  en aquel «patio» tan  humilde…
             En Cádiz,  se empezó el día 1 y se acabo el 2 de enero  a las 10-23h.   de  2.007.   Manuel Castillo Sempere
 
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                                                                  LA   NOCHE BUENA HA LLEGADO…        Ha llegado la Noche Buena. Todo el patio está traspasado por un sentimiento   mágico de una nostalgia nueva  que  no se acierta a adivinar de dónde viene. Es verdad,  el patio está en calma, pero sin  embargo, todos permanecemos a la espera de   una señal, de un presagio, quizás, por qué no,  de una estrella  que cruce rauda, brillante, hacia oriente…  allá  en el cielo constelado y nos  anuncie la buena nueva de que ha nacido   Jesús, nuestro Dios.En todas las casas del patio hay  esta noche una alegría especial. Todas las familias quieren en esta noche estar  mas juntas que nunca. Desean ser amadas y amar. Sueñan  y han soñado todas las noches del año para  que  esta noche sea única e inacabable,  infinita, atemporal,  sin horas…
 ¡Dios mío que noche más hermosa! Mi madre,  sintiendo lo extraordinario del momento,   ha sacado del aparador  el  mejor mantel que tiene guardado como oro en  paño y lo extiende con una calculada suavidad   sobre la mesa del comedor. A continuación busca  también las mejores copas y casi sin  rozarlas, con una delicadeza extrema, las va depositando una a una  sobre el mantel  que acaba de desplegar. Ella, distraída en  sus quehaceres, no sabe, ausente, que sin pretenderlo, me acaba de enseñar a  apreciar el amor por las  pequeñas  cosas…
 La noche avanza y en todas las casas,  mientras se cena, se charla de la familia,   de las necesidades, de los ausentes…..En fin, de tantas cosas se  charlaba, que daba la sensación que aquello no fuera a acabarse nunca. Pero sin  que nadie lo propusiera, sin que nadie supiera   a ciencia cierta porque; el caso era que los villancicos empezaban a  escucharse por todos los rincones del patio: aquí se escuchaba un villancico,  allí se escuchaba otro; primero en  una  casa, después en otra; y así,  de  casa   en casa, cual una feria de luces, el patio de iba encendiendo al  calor y a la alegría que brotaban de aquellos   entrañables villancicos.
 Los Gaona, como directores  improvisados de aquella orquesta eran los que  con más entusiasmo se entregaban a esta fiesta. Llevaban un mes ensayando sin  parar, sin darse un respiro, repitiendo y afinando los villancicos todas las  tardes después de almorzar…Así  que  ahora, efectivamente, por fin,  la Noche  Buena había llegado, y ésta era su gran noche, el momento culminante cual  una  ceremonia  iniciática   en las que todos sus miembros se identificaban  con el apellido  Gaona. A veces, era cierto, no se puede  negar, pasaban necesidades, eran tantos a la hora de repartir, que no se  comprende como la buena de Josefina tenía tantos ánimos y podía soportar  aquella carga tan pesada. Pero eso, esta noche no importaba, ellos, esta noche,  eran los auténticos protagonistas del patio,  cantaban y volvían a cantar todo su largo  repertorio de villancicos sin darse resuello, sin darse descanso, casi hasta la  extenuación; luego tras darse un breve descanso, volvían otra vez a empezar de  nuevo…
 Cuando ya el cansancio empezaba a dejar  huella y la fatiga parecía despuntar en sus rostros, Rafael, -el Patriarca- con  un golpe de timón, como buen patrón que era, señalaba  con el brazo en alto en dirección a  la puerta, y a continuación con aquel vozarrón  tan característico, sentenciaba:
 
                  
                    
                      
                        
                           -¡Vamos a cantarle a los vecinos…! Así,  que al momento, ya estaban a mi puerta desgranando las primeras estrofas: 
                  
                    
                      
                              - ♫   La Virgen va pisando nieveen  vez de pisar rosas y claveles.
 ………..Hojas  de naranjo, y hojas de limón
 la Virgen María es Madre de Dios.
 Hasta  los peces cantan con alegría
 de llevar en la barca a José y  Maria,
 ……….y  el Espíritu Santo, que es el patrón,
 va conduciendo la embarcación. ♫
 Y  luego otra: 
                  
                    
                      
                        ……….♫..Flor  de montaña,…………..que  el agua de tu arroyo
 …………..ya  no me baña.
 ………….Recuerdos  tristes que me acompañan♫
 ………♫  La virgen   va caminando solita,
 ………….y  no tiene más compaña
 …………que  el niño en su barriguita. ♫
 Y después  de cantar varios villancicos, y a modo de preámbulo para descansar un rato,  concluían con el siguiente estribillo: 
                  
                    
                      
                         -   ♫ A tu puerta hemos llegado cuatrocientos en pandilla,……si  quieres que te cantemos, saca cuatrocientas  sillas.♫
 ♫ Y con ésta no  canto más porque me duelen los dientes,
 …… y  no veo venir la copa del aguardiente.♫
      Todo el mundo se  reía de las ocurrencias de los Gaonas, de tal manera, que no quedaba más  remedio que acceder  a lo que pedían,  y   al instante, mi padre, sin dudarlo, les pasaba  la botella del aguardiente.Después de un rato,  daban   también su ronda por el patio de  “Arriba” donde los vecinos nada más verlos llegar, se apresuraban entre risas,  a sacar las botellas de anís y de coñac y algún trocito de turrón, ¡porque no!,  para endulzarles el paladar según decían ellos; al momento, agradeciendo el  detalle, comenzaban por enésima vez a cantar su largo e inacabable repertorio  de villancicos
 
                  
                    
                      
                        ………..♫Tras  montañas,  senderos y valles,…………..camina  un pastor;
 …………..con  una ovejita al hombro
 ……….….para  regalarla al niño de Dios.♫
 ……….…Pero  cansado y hambriento, al anochecer
 ………….se  metió en una posada  para que le dieran  de comer;
 ………….no  comerás le decía el posadero,
 ………….porque  no tienes dinero y no me podrás pagar.
 
 ………….Sintió  rugir el temporal,
 ………….yo  no quisiera salir de aquí
 ………….con  este gran temporal.
 Cerró el posadero la puerta
 dejando  en la calle al pobre pastor,
 sin  más calor y abrigo
 que  la ovejita del Niño de Dios.
 Y quiso Dios, que el malvado  posadero,
 se quedara sin dinero
 y   tan pobre como aquel pastor.
  Después, como siempre,  añadían alguna cancioncilla simpática y de cosecha propia, para romper la  monotonía y hacer reír  al personal: 
                  
                    
                      
                        ……..♫  Trío, trío, trío,
 ………...trío,  trío, trío, tra;
 ………...que  a Pepito el “Valenciano”,
 …………le  ha “tocao” la mortera.♫
 ……..♫  Trío, trío, trío,
 ………..trío,  trío, trío, tra;
 ………..que  a Pepito el “Valenciano”,
 ………..le  ha “tocao” la bacalá. ♫
 Pero la que se llevaba siempre la palma era la de los  sabañones, a saber: 
                  
                    
                      
                            - ♫A los dueños  de esta casa,Dios les de  salud y pesetas;
 y a la  vecina de enfrente
 sabañones  en las tetas. ♫
      Sonrisas y mas copas de anís y de coñac…
 Finalmente, cuando  regresaban de peregrinar por todo el patio,  Rafael, con la misma autoridad que le caracterizaba siempre, levantaba el brazo  y con la voz ya ronca de tanto villancico, anunciaba:
 
 -¡A la calle Real, vamos a cantarle a  Ceuta….!
 
 Y yo, sin poder evitarlo, y apenado por  tener tan solo siete años, contemplaba impotente como se perdían ramblilla abajo, entre panderos, sonajas y cánticos de la Navidad….
 
     En Cádiz,  a   las 13 h. 2.006 del día de Navidad(*)                                                                                          
                    
                      
                                                                                        Manuel Castillo  Sempere.   (*)Este texto fue redactado la noche de la "Nochebuena y concluido el día de la Navidad.
 
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                                                                        EL MATINÉE   
            
              
                
                  
                        Los domingos por la mañana, después de  levantarme y de desayunar, mi madre, me vestía   con la ropa que estaba guardada en el ropero sólo y exclusivamente para  los domingos.En el  Cine África proyectaban los domingos  una  sesión matinal para los niños. Como es de suponer, los temas de los filmes se  preparaban para  toda la chiquillería  que  a raudales inundaba  las estancias del cine. Muchos padres,  aprovechaban la coyuntura, y acompañaban a sus hijos, pero en realidad lo hacían  gustosos porque a ellos también, como una criatura más, les encantaba esa sesión  matutina.
 El  espectáculo que allí se daba  era realmente  prodigioso: niños de todas las edades se arremolinaban en la ventanilla de las  entradas, en la puerta y en las escaleras del Cine África; era una autentica  fiesta de color; aquí un grupo de niños hablaban y compraban chucherías; allí  otros corrían y se perseguían; mas allá otros reían  y se ocultaban en unas pequeñas travesuras  sin fin.     Yo, algunas veces, después  de enredar y cansado de tanto ajetreo, me gustaba ausentarme  junto a una columna de la entrada, y desde  esa altura, me deleitaba contemplando todo el tremendo bullicio que se armaba.  El festival multicolor que se ofrecía a mis ojos era inenarrable; toda aquella chiquillería,  vestida por sus madres con las mejores ropas de los domingos, a saber:   jerséis, verdes, rojos, amarillos…; pantalones,  grises, azules, marrones…; faldas, estampadas, plisadas, cortas, largas, de todas  clases y maneras…; chaquetones, abrigos, impermeables, chaquetas, de mil formas  y colores…Todo aquello era un verdadero disfrute  para los sentidos, un auténtico carnaval  multicolor que los niños de Ceuta escenificaban   todas las mañanas de los domingos.
 ¡Qué ilusión! ¡Qué griterío! ¡Qué sensación de  vida!  Sí, no lo dudéis, no os estoy  mintiendo. Las mañanas de los domingos, sin lugar a dudas, constituía una  fiesta para todos nosotros. Con  la misma  fuerza con que brota la naturaleza en primavera, también nuestros corazones, ¡llenos  de emoción!, brotaban en aquellas mañanas.
 Una vez dentro, el jolgorio no cesaba hasta  que por fin comenzaba la sesión y los ecos del continuo griterío iban poco a  poco apagandose. La pantalla, a todas luces, constituía una verdadera ventana  abierta al mundo y a la ilusión. Por poco más de una hora, los niños  podíamos  sentirnos: guerreros, reyes,  campesinos, soldados, faraones, aventureros, marinos, mosqueteros, santos, mártires….Qué  sé yo, mil formas distintas de sentirnos transportados a otros lugares y a  otras épocas  pretéritas. Puedo citar a  un sin fin de películas que pasaron ante nuestros ojos despertando en algunos  casos la  curiosidad de lo inalcanzable,  y en otros, el humor irrefrenable de las   primeras carcajadas cantadas a coro; sin ir más lejos, recordaremos  a  Ivanhoe, la Túnica Sagrada, los Diez Mandamientos,  la Mula Francis, “Manolo, Guardia Urbano”, Ford Apache,  Rió Grande, las películas  inolvidables de el   “Gordo y el Flaco”, y sobre todo las de  «Charlot», qué sería el cine sin las películas  de Charlie Chaplin …   ¡Ah, casi se me  olvida!, y  las películas entrañables  de «Cantinflas», con aquel enredo continuo con  las palabras que dejaba boquiabiertos  a  propios y extraños, pero que sin embargo a nosotros nos producía tal explosión  de gracia, que el cine entero, en una sonora carcajada, parecía por momentos venirse  abajo. ¡Cantinflas,  cuántos sinsabores  has hecho olvidar con tu graciosa picaresca; cuánto  te debemos, Mario Moreno, «Cantinflas», cuánto…   Nunca, por tanto, porque no puede ser  menos, te podremos olvidar, nunca…!
 Acabada  la sesión, los niños se desparramaban  en  una riada de vida  por todas las calles    camino de sus casas. Unos  caminaban  a la calle Real; otros se entretenían jugando  en los alrededores;  aquellos venían  hasta el Recinto para observa el mar y  algunos,  los más atrevidos,  nos tirábamos ladera abajo hasta  alcanzar la playa.
 Ahora, ya de mayor, cuando vuelvo a Ceuta,  como una promesa, como una cita atávica con el pasado, voy al Recinto, junto  al África; y desde allí,  frente al azul  infinito del mar, me vienen como en un rumor,   los gritos y la alegría de los niños al salir del cine; y aún, puedo  recordar-la nostalgia lo puede todo-cómo era posible que aquellos mocosos, ¡tan  llenos de vida!,  sin medir el peligro,  se lanzasen ladera abajo, protegidos sólo con su risas  hasta llegar a la orilla de la playa. Sin  duda, alguien, sin  nosotros saberlo, en  su infinita bondad, nos protegía constantemente…
         En Cádiz, a  las 11-00h. del 13 de Enero de 2,007   
                      
                                                                                        Manuel  Castillo  Sempere  
                          
                            
                              
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 INSTITUTO III. EL  MÉTODO ARÓSTEGUI        Después del Ingreso, nos esperaba una  verdadera cordillera de dificultades: seis cursos, dos reválidas y un curso de  Preuniversitario para los que decidieran realizar estudios superiores.  Demasiada empinada la cuesta para unos niños que apenas nacían a la vida,  el juego y la alegría  sin límites, habían sido los principios que  motivaban sus inocentes existencias.Uno   de aquellos días, justo en el vestíbulo donde desciende la escalinata de  los pisos superiores, Benelbas -un niño hebreo, listo y con un desparpajo que  asombraba a propios y extraños para su corta edad-, abordó a un grupo de  muchachas de sexto y les preguntó:
 -¿Cuesta mucho trabajo llegar a vuestro  curso?
 -Las muchachas sorprendidas por la pregunta  de este mocoso se echaron a reír, para a continuación una de ellas responderle:
 -No, no cuesta ningún trabajo, sólo  tienes que estudiar y atender las lecciones de los profesores.
 Aquella frase se me quedaría grabada, a  fuego, en mi pequeña inteligencia para siempre. Sí, aquella muchacha anónima,  me enseñó definitivamente el método de trabajo   para alcanzar cualquier fin que nos propongamos: «estudiar y atender al  que te ofrece su conocimiento» ¡Qué hermosa frase! Aquella muchacha anónima, en  su sencillez y espontaneidad, había definido en su más exacta concepción  el sentido de la  Pedagogía.
 Del Instituto puedo recordar aún muchos de  sus rincones, pero de los profesores, de  aquellos entrañables profesores, puedo sin duda, sin la memoria no me  falla,  recordar a casi todos… Puedo  recordar por ejemplo a la señorita Jalón, profesora de francés, cosmopolita y  de comportamiento liberal, que nos alegraba la clase con su buen hacer y su  aire moderno, que pareciera que en cualquier momento pudiera marcarse un «Twis»  con los Beatles de teloneros. La vida, a veces, tiene coincidencias  sorprendentes; ella, una mañana, me dijo que me parecía a  Marcel Prous -el autor de «Á la  recherche  du temps perdu(1)»; efectivamente, en la fotografía que aparecía en el libro de texto, al menos  en el peinado había una similitud. Pero sin embargo, este  hecho ocasional, se ha convertido con el paso  del tiempo en una premonición; porque igual que Marcel Prous, yo  también busco recuperar a través de estos  capítulos el tiempo pasado de mi niñez… Como puede ser ¡Dios mío!, que la vida  te guarde estas sorpresas, y una simple referencia a un autor, dicha  en un momento   sin ninguna intención, se convierta al cabo,   en algo más profundo y lleno de  motivación.   En definitiva, nada sabemos del destino   y  de sus inescrutables  caminos…
 Y, qué puedo decir de don  Antonio Aróstegui y de su esposa Marita… ¿Qué  puedo decir…? Pues, atiendan  y escuchen:  el Sr. Aróstegui, el primer día de clase nos dijo:
 -Ya sabrán ustedes, por los cursos  superiores, que yo suelo aprobar a todos  mis alumnos -los compañeros nos  miramos  asombrados y sonreímos llenos de  satisfacción.
 Pero al día siguiente, comprendimos por qué  el Sr. Aróstegui, aprobaba a todos sus alumnos: todos los días de aquel  curso  nos preguntó  la   lección correspondiente de filosofía de manera inexorable e  imperturbable –bebimos la filosofía a tragos largos hasta sentirnos en su  alcohol parte de ella- a los más de cuarenta alumnos que formábamos  el sexto A. Increíble, verdad, pues así se  las gastaba don  Antonio…
 Corriendo el tiempo, ya de profesor en el  Politécnico Marítimo Pesquero de Cádiz, yo acaricié la idea de imitar a mi  antiguo profesor e intentar aprobar a todos mis alumnos. Dicho y hecho, y como  un poseído me lancé a esa dura tarea. El viejo método pedagógico de don  Antonio, con algunos matices nuevos fue puesto en práctica. Y, yo, como él, también  decía a mis alumnos:
 -Ya sabrán ustedes,  por los cursos   superiores, que yo suelo aprobar a todos mis alumnos.
 Y ellos, como nosotros entonces, sonreían  de satisfacción; pero los insensatos no sabían, como tampoco nosotros, que yo  en los exámenes les iba a preguntar   todos y cada uno de los temas que aparecían  en el índice   de la asignatura correspondiente. Bien es verdad, que mis exámenes eran  largos, y a veces con intermedios para que descansaran y renovaran fuerzas,  pero he de decir, vaya la verdad por delante, que yo, como  don   Antonio, jamás permití que ningún alumno suspendiera mis asignaturas.  Más todavía, he de decir, que cuando el director o algún profesor,  me preguntaban  curiosos por mi sorprendente método  de trabajo; yo sonriendo de oreja a oreja,  les decía:
 -Pero cómo, ¿es que ustedes, no conocen el  famoso método pedagógico  «Aróstegui»?,  pues entonces, son  ustedes unos  anticuados y  están fuera de la  modernidad…
 Don   Antonio, mis alumnos, la mayoría   van ya de capitanes de  pesca, de  patrones y mecánicos navales, y algunos son licenciados en Marina Civil; pero  sin embargo, su método, «el método Aróstegui» que usted ideó, no está en  el olvido, sino al contrario, está presto para que pase de boca en boca a  la siguiente generación… Sí, como la llama de  una  antorcha plena de generosidad y  conocimiento…
 Y de Marita… ¿Qué puedo decir de Marita…?  Pues atiendan y escuchen también: como quiera que algunos de mis poemas  salieron publicados en la revista «Hacer» del Instituto, Marita, profesora de  Literatura, me felicitó y me animó a que siguiera escribiendo. Y de  de tal manera   me animó, que  un día apareció por  mi clase, me llamó  y con una sonrisa de  las que enamoran, me dio un pequeño libro que había adquirido en el rastro de  Madrid. Aquel libro llevaba por título, ni más ni menos que: «Veinte poemas  de amor y una canción desesperada(2) », de Pablo Neruda… Abrí el libro lleno de  emoción,  y lo primero que leí fue lo  siguiente:
 
                  
                                             «Inclinado en  las tardes tiro  mis tristes redes                       
                      
                        
                          a  tus ojos oceánicos (3). Allí se estira y  arde en la más alta hoguera mi soledad que da  vueltas los brazos como un náufrago.»     Quedé mudo y sin poder  articular palabra; ella, viendo mi  azoramiento, volvió a sonreír   y a  continuación me apuntó:-Léelo, ya me contarás…
 Y, efectivamente que lo leí; así que al día  siguiente, en el tiempo del recreo, me subí a la sala de profesores y pregunté  por ella.
 -¡Marita, aquí hay un alumno que  pregunta por ti! -afirmó, sonriendo, uno de los profesores.
 -Marita, se asomó a la puerta y al verme  exclamó:
 ¡Pero si es el poeta, pasa, pasa, joven…!
 Aquel reconocimiento delante de los  profesores, fue para mí, el mejor de los regalos que alguien me pudiera haber  hecho.  Fue la primera vez, que tuve un  reconocimiento por expresar mis sentimientos a través de unos versos. Yo sentía  la necesidad de hacer brotar toda la pasión que guardaba en mi interior. Y, no  sé por qué, ella, adivinó lo que tan celosamente  mantenía encerrado tras los barrotes de  aquellos primeros poemas adolescentes… Sí, Marita, he de decirte, que tú, sin  saberlo, me enseñaste que debía  de  alejarme del brillo prestado de los planetas; y por el contrario, me  acercara  a la luz tenue y primigenia que  apenas empezaba a nacer en mi alma… Nunca sabré, por qué se adueño  de ti la generosidad al leer mis versos… yo,  sólo intentaba rimar: …cae despacio la tarde, con: … y se besan olvidados  los   amantes; o,… las nubes van pasando grises, con:. … sueña el alma triste;  o, señalaba sentimientos de esperanza, de nostalgia,  de amor… y sin embargo, con un suspiro, con  tan sólo una palabra: ¡poeta!, iluminaste la estancia donde se albergaban  abandonados mis sueños…
 Así, de esta manera tan insólita,  Marita, me ató a la yunta de la poesía para siempre…
       En Cádiz, a las 2326h  de 13 de junio de 2007
                                                                          
                  
                    
                                                                                           Manuel  Castillo   Sempere ________     1  Á la recherche  du temps perdu: A la búsqueda del   tiempo  perdido                               2 Aquel libro: "Veinte poemas y amor y una canción deseperada", hoy, después de casi 40 años, aún lo conservo...                                          
                 3 Se  daba la circunstancia que por entonces yo tenía una novia irreal  de pelo rubio y ojos verdes, a veces grises, que  parecía sacada de una leyenda nórdica. Y yo me imaginaba, como en el poema,  echando las redes de mis sentimientos en el agua infinita de sus ojos… Aquel  poema de Neruda me trastornó a tal punto, que ya desde entonces no he sabido  nunca si el mar son los ojos verdes, a veces grises, de aquella muchacha; o por  el contrario, aquellos ojos fueron   la  expresión  más exacta de la belleza  interminable del mar…   | 
    
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  EL INSTITUTO  VI. EL  PROFESOR DE CANTO         El profesor de canto, don Andrés del Río Abaurrea, levantaba el diapasón  en señal de atención, a continuación -en una ceremonia mil veces repetida-  se lo llevaba al oído, después, tras unos  segundos, levantaba por encima de su cabeza las dos manos  y finalmente, en un arrebato de fervor  musical, dejaba caer sus manos con firmeza, para luego, con una decisión  indescriptible,  moverlas a derecha  e izquierda, arriba y abajo, al compás de  nuestras voces, que él intentaba a veces, con desigual fortuna, que se fueran  armonizando al unísono, como  cercanas y  enlazadas se cimbrean  por el viento las  espigas de trigo en los campos…                                            ♫«Pon; pon, pon, pon; pon,  pon, pon ;
 pon,  pon, pon.(bis)
 Vamos mozas a bailar
 que ya  resuena el pandeiro,
 una vez decís que sí,
 otra  vez decís que no;
 las  mujeres sois así,
 que vais de flor en flor.
 Pon; pon, pon, pon;
 pon,  pon, pon;
 pon,  pon, pon»♫(bis)
     Pero aquello, era ponerles puertas al  campo, el diapasón del profesor debería de estar a punto de derretirse por los  continuos desafinos de nuestras voces. Era realmente una labor mayúscula, fuera  de las posibilidades de su empeño, a prueba de bombas… Mérito tenía, sin lugar  a dudas, soportar a toda aquella chiquillería; su labor  no tenía precio. Luego de esta primera  composición, vendría el: «Gaudeamus Igitur», escrita en latín, de la  cual no entendía nada, excepto aquel verso, que dice: «Post molestam  senectutem», lo cual es bastante significativo…; y aquellos «vivas» que gritábamos  alegres y exultantes: «Vivat  academia, Vivan professores». Más tarde, vendría el  Himno Nacional, de Pemán, con el ya famoso: «Viva  España, alzad los brazos hijos del pueblo español….»    Sí, en aquellos años, el Himno Nacional  tenía letra y además es muy probable que aún la pudiera recordar entera, sólo  es cuestión de ponerse…Después, a modo de recitación, había una composición  hermosa, acerca de la siega, que en sus  primeros versos decía así:
                                    ♫¡Está sí   que es siega de vida, ésta  sí que es siega de flor
                                       Hoy, segadores de España,vení   a ver a la Moraña
 trigo blanco y sin argaña
 que de  verlo es bendición
                                         ¡Está sí  que es siega de vida,ésta sí que es siega de flor!
 Labradores de  Castilla,
 Vení a ver a maravilla,
 trigo blanco y sin neguilla
 que de verlo es bendición
                                        ¡Está sí  que es siega de vida,ésta  sí que es siega de flor¡»♫
 
        Pasados   los años, estando leyendo el Cancionero y Romancero Español de Dámaso  Alonso, de repente me encontré con algo que hizo que el corazón me diera un  vuelco;  en unas de sus páginas de  autores conocidos encontré, para mi sorpresa,   esta canción  y tres paginas más  adelante, figuraba,  como el autor de  este zéjel,  ni más ni menos, que el  fénix de todo los genios: Lope de Vega. ¡Bendita inocencia!, que todo lo pone  al alcance de los inocentes: los niños. Cantábamos a Lope de Vega, sin  saberlo,  sin percibir que nos estaban  ofreciendo las flores más bellas del cancionero del «Siglo de Oro  español».   ¡Bendita inocencia!, no, nos  abandones nunca, aunque no conozcamos los nombres de los ilustres poetas…                                                Algunas estrofas de otras canciones se me  vienen a la memoria, pero no consigo recordarlas del todo; seguramente, alguien  con más memoria que yo las recordará… ¡Ah, un momento”, sí, sí, ya recuerdo,  cómo podía olvidarme de las habaneras…Y entre ellas, cantábamos:
   
                    Es Torrevieja un espejodonde Cuba se  mira
 y al verse  suspira
 y se siente feliz.
 Es donde se  habla de amores
 entre bellas  canciones
 que traen de  Cuba
 su alma y  sentir.
 ………………..
   A continuación, en la siguiente  habanera, el mar casi podía sentirse:    Salió  de Jamaica,cargado  de ron
 un  barco de vela (bis
 rumbo  a Nueva York.
 En mitad  del camino
 el  barco se hundió;
 la  culpa la tuvo
 el  señor capitán
 que se  emborrachó.
 …………………
 También se cantaba al amor:
 
          
            
              
                
                  
                        
                        Tres morillas me enamoran en Jaén, Aixa y Fátima y Marién.   Tres morillas tan garridas iban a coger olivas, y hallaban las cogidas en Jaén, Aixa y Fátima y Marién.                      .....................     
          
            
              
                
                  
                       Y a Inés:       
 Tres  hojitas  madre
 tiene  la arbolé.(bis)
 Dos en  la rama
 y una en el pie(bis)
 Debajo  del puente
 retumba  el agua(bis)
 Inés,  Inés, Inesita, Inés…
   También  cantábamos esa canción que decía:  "En lo alto de aquel cerro, umbaraumbarabá...
 en lo alto de aquel cerro,
 umbaraumbarabá...
 ¡Ay!, vive mi suegra.
 Y por no gastar zapatos,
 Umbaraumbarabá…
 y por no gastar zapatos,
 umbaraumbarabá
 ¡Ay!, no subo a verla.
 Umbaraumbarabá…
 ¡Ay!  no subo a verla....
 umbaraumbarabá…
 
                      
                        
                          
                            
                              
                                
                                  
                                    
                                            Pero la canción que todos  esperábamos como agua de mayo era: Co co creeeeé… 
                      
                        
                          
                            Mi gallina ya ha puesto un huevo, ya ha puesto un huevoooo…
 Ya  lo nota to el gallinero,
 to el gallineroooo....
 Co, co, creeeé...
 Co, co, creeeé....
 Era la canción perfecta para  unos colegiales no demasiados afectos al estudio, y que ya a esa hora de la  tarde, andaban un tanto cansados de latines, de ortografía y de aritmética… Y  si bien es verdad que don Andrés intentaba hacernos sensible a la lírica a  través de su vibrante diapasón  y de  aquellas inolvidables canciones;  no era  menos cierto, que él comprendía, a su pesar, que para nosotros, aquello de  cantar nos venía un poco grande…  Y para  compensarnos, para hacernos vibrar de emoción, para hacernos estallar en una  sola garganta, en un  solo grito que llegara  al infinito, nos apuntaba: Co, co, creee. Co, co, creeeé… Y al instante  todo el gimnasio, como una sola voz, como un solo gallo de un corral imaginario  y fantástico, se elevaba hasta alcanzar el tono más alto  que jamás pudiera emitirse. Y al momento,  pasado el silencio, comenzaba una ola de alegría, risas, palmas, saltos,  gritos…Y tras la ola, la paz inmensa de la sonrisa de don Andrés...
    Y finalmente, como colofón y como no podía ser menos, cantábamos el  himno a nuestro pueblo, a Ceuta:        
                      
                        
                          
                            
                                                                                                                                                  ♫«Salud,  noble ciudad,salud y  honor.
 Traemos  para ti
 rimas  de paz y amor.
 
 Ceuta,  mi ciudad querida,
 
                        
                          
                            
                              la siempre noble  y leal,
 cuantos  a tus playa llegan, encuentran aquí su hogar. Avanzad  hacia el   Estrecho puente al África tendido,
 no existe región de España                                   que, en ti, no forme su nido».♫
  …..…………………….                                                                                                                     Entre aquellos niños cantores e  irreverentes, me encontraba yo, pero no lo tome usted a mal, ni nos lo tenga en  cuenta, si en algunas ocasiones no le prestamos la suficiente atención, o no  pusimos el empeño que usted, sin lugar a dudas, se merecía; porque no fue por  hacerle mala sangre, o por no  quererle;  fue simplemente por que éramos unos niños,   y a los niños, ya se sabe, sólo les gusta, como a los gorriones, volar  sin dueño, bajo los cielos violetas  de  la tarde…                   En Cádiz, a las 1427h. de 23 de Junio de 2.007                                                                                                 Manuel  Castillo  Sempere 
                      
                        
                          
                            
                              
                                
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                     *  * 
   EL PAPA Y EL  MONAGUILLO       Amanece... y Paco León, el niño monaguillo de  la iglesia de África, tiene que atender la celebración de la mañana. Deja la  casa-barraca de sus padres y se encamina   por la calle que corre junto a la muralla, a la embocadura del túnel que  sube hasta el Cuartel de Artillería, en la esquina de la Catedral; antes de  subir por aquel obscuro túnel, aún tiene tiempo, como todas la mañanas, de  tomar un sorbo de agua fresca de la fuente que mana en la entrada. Agua fresca  en la mañana, como el frescor del alma de este niño, de apenas unos pocos años…  Luego, una vez arriba,  atraviesa la  plaza y entra en la sacristía; pero don Bernabé, no esta solo, junto a él se  encuentra otro religioso de mirada amable que nada más verlo pronuncia: «buengiorno», y continua hablando en  latín con el párroco. Pasado un rato, don Bernabé le apunta, que monseñor ha  ido en viaje apostólico a Tánger, y ahora hay que ayudarlo a vestirse para el  oficio de la Santa Misa, pues en su paso por Ceuta, él le ha pedido que  desea  celebrar la Eucaristía en nuestro  templo. Así, que intuyendo  que aquel  ministro debía de ser  alguien  importante, Grabiel, fue vistiéndolo con la atención y la dedicación que la  situación requería. Primero le ayuda a colocarse el  amito, el  alba y el cíngulo a la cintura; luego la estola  la casulla y el manípulo; terminado de  vestir, asistió, también a don Bernabé. Más tarde se puso la sotana roja y se ató el blanco roquete adornado de vainicas y encajes; y juntos salieron de la sacristía y se   encaminaron al presbiterio para oficiar la  misa. Llegados, Roncalli se arrodilla y realiza la salutación inicial, besando  el altar  y haciendo la  señal de la cruz de espalda a la asamblea y  frente al impresionante retablo  dorado, tallado  en madera, de la Virgen de África. Aún la liturgia conservaba el rito “Tridentino” inmutable desde el Concilio de Trento1...-In nomine Patris et Filii et  Spiritus Sancti2 -dice Roncalli, Nuncio en Paris y desde el año 1953 Patriarca de  Venecia.
 Los  fieles contestan:
 - Amén3.
 -Y extendiendo las manos, exclama:
 - Introibo  ad altare Dei4...
 Y los fieles responden:
 -Ad Deum qui laetificat juventutem meam5...
 El Nuncio   concluyó la celebración acariciando sus últimas palabras:
 -Dominus vobiscum6
 Los files responden:
 -Et cum spiritu tuo7
 Y despide finalmente a los  devotos:
 -Ite missa est8.
 Los fieles afirman:
 -Deo gratias9.
 
 Y como todas las mañanas,  los bancos están poco poblados, sólo asisten los feligreses más devotos, y  a  ellos, exclusivamente  a ellos, les corresponderá la gracia de asistir a la Eucaristía celebrada por  el nuncio de Roma,  el cardenal Roncalli,  aquel que un tiempo más tarde,  el  conclave del Vaticano le  designaría  Papa, con el nombre de Juan XXIII.
 Luego de ayudar en la misa, Gabriel  acompañó al “Beato” por la calle “Larga10”, donde le presentó a  los canónigos de la Catedral: El padre Chico, don Eugenio Gómez Almaraz y al  bueno de  don Martiniano; más tarde  bajaron por la calle que da al  mercado y  al  Canarias; continuaron  calle Real arriba hasta la iglesia de San  Francisco, y de allí, pendiente  abajo,  por el “Callejón del Obispo”, hasta la antigua Vicaría. Una vez llegados,  Gabriel  le entregó su portafolios y le  pidió su bendición; Ángelo Giuseppe, el Papa “bondadoso”, el Papa “más  querido del siglo XX”… le puso la mano en la cabeza y lo bendijo; luego,  inclinándose, le dio un beso…
 Más de un lustro  hace ya de aquello, Gabriel, y aún, sentado con  tus amigos de entonces11, en una cafetería en lo que fue nuestra antigua  calle Misericordia, me vas relatando todo aquel acontecimiento como si hubiese  sucedido ayer mismo. Incluso, te recreas, recordando que al terminar el oficio,  Roncalli, puso en tus manos unas monedas  de uso extranjero…Y con un poco de tristeza, hablando  contigo mismo, repites una, dos, tres veces…: «Yo tenía que haber guardado bajo siete llaves, aquellas monedas  extrañas; ahora serían como una reliquia; pero como iba a saber yo, un monaguillo  del Santuario de  África, que el hombre  que me dio aquellas monedas, luego,  a los   pocos años , se convertiría en Juan  XXII.»
 Gabriel, es menester que sepas, que no hace  falta que guardaras aquellas monedas que te dio el nuncio; pues su recuerdo lo  llevas tan dentro de ti; que aún te emocionas al recordar este hermoso pasaje  de tu infancia. Un Papa y un monaguillo se cruzaron un momento en sus caminos.  El alfa y el omega de la Santa Madre Iglesia. Lo más grande y lo más pequeño.  Lo más alto y visible, y lo más cercano y anónimo.
 Un Papa,   Juan XXIII;  un monaguillo,  Gabriel León Castillo;  una iglesia, la  de África; y un  párroco tan entrañable  como fue don Bernabé Perpén… Así me fue contada esta pequeña historia, y así os  la cuento, con la intención de que no quede en olvido lo acontecido y en  vosotros permanezca la memoria de los hechos.
     Cádiz, a 16 de agosto de 2009                                                                                             Manuel  Castillo Sempere  _______
 1   En aquel  tiempo los sacerdotes oficiaban la Santa Misa frente al altar y de espalda a la  asamblea,  según el rito “Tridentino”;  precisamente fue el cardenal Roncalli, luego  de ser nombrado Papa, quien convocó el Concilio Vaticano II; y en él   se modificó la liturgia, y pasó a oficiarse  la Eucaristía, frente al pueblo de Dios y en las lenguas vernáculas, quedando  el latín, para uso en los  ritos latinos.
 2    En el nombre del Padre, del Hijo y del  Espíritu  Santo.
 3    Así sea.
 4    Entraré al altar de Dios.
 5    Hasta Dios, que alegra mi juventud.
 6    El Señor esté con vosotros.
 7    Y con tu espíritu.
 8    Idos,   la Misa ha concluido.
 9    A Dios, gracias.
 10   Jáudenes
 11    Paco Torres, Manolo Villatoro,  Servando, Celaya, Pepe Fortes, Servando.
 
                      
                        
                          
                            
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                  LA PEDRÁ Y EL APAGÓN       Aquella mañana se reunieron los monaguillos  de la iglesia de África después de más de 50 años. Cada uno fue contando  sus  pequeñas historias y sus recuerdos.  Ya había contado Gabriel León lo extraordinario de su encuentro con quien luego  sería el cardenal Roncalli y más tarde Juan XXIII -el papa del concilio  Vaticano II, que haría sentir con sus conclusiones el rostro más humano de la  Iglesia-;  y ahora Paco Torres, haciendo  un gesto con la mano, comenzó a contar su relato…Yo, lápiz en mano, y con las entendederas abiertas de par en par para  no perder comba, intente recoger todos los detalles de su descripción. Y he  aquí, lo que buenamente pude recoger:En el Callejón del Asilo, no había  demasiados farolas que alumbrasen sus esquinas, más bien pudiera decirse que  escaseaban; así que si alguna, por cualquier circunstancia se apagaba, también  se apagaba buena parte de la calle y plaza donde está se ubicaba. Y diose  la circunstancia  de que Paco Torres, que iba  camino de ayudar en la última misa de la tarde,  se paró en la plazoleta del Chato al observar como unos chiquillos tiraban  piedras a una salamanquesa que deambulaba cerca del foco de luz que se situaba  en el muro junto al patio de los Aros y la Manini. Y a pesar de que llevaba el  tiempo justo para asistir a don Bernabé en la Eucaristía –según cuenta él-, no  pudo resistir aquel avatar, que sin proponérselo, quedaba expuesto ante él para  demostrar, definitivamente, quién era en el barrio el que alcanzaba a tener  mejor puntería en el arte de lanzar piedras y  atinar a la primera… Y Torres no se lo pensó dos veces; recogió el mejor  pedrusco del entorno -en este caso medio ladrillo de aquellos de tinte rojizo y  cocción maciza-,  apuntó y ¡zaz!, lo  lanzó a la funámbula  salamanquesa que en  ese momento, seguramente, sólo pensaba en saborear algunos de los insectos que  revoloteaban alrededor del resplandor amarillo, que proporcionaban las bombillas  de las lámparas.  Y quiso que el  infortunio o quizás la mala suerte, que si bien la salamanquesa salió  afortunadamente airosa de esta prueba de puntería, no lo fue tanto la farola,  que al recibir el “ladrillazo” saltó por los aires hecha mil pedazos;  y por ende diera aquello un chispazo furibundo  y quedase toda la calle Misericordia completamente a obscuras. Tras un primer  momento de desconcierto, la chiquillería puso pies en fuga, huyendo por las  penumbrosas callejuelas pregonando un nombre: «¡El Torres, el Torres, el  Torres…!  ¡Ha sido el Torres…!  ¡El Torres, el Torres, el Torres…!» Y el  Torres, todavía con el retumbe de su nombre golpeándole   los  tímpanos, echo a correr que se las pelaba  hasta llegar a la puerta de la sacristía;  todavía jadeante  por la carrera, entró y   fue  donde  le esperaba su  sotana roja y el roquete blanco con encajes de  la ropa de monaguillo… Don Bernabé, al verlo tan excitado que apenas podía  recuperar el resuello, le preguntó: “¿De donde vienes ahora, tan agitado…? ¡Venga,  date prisa en vestirme que hoy ya vamos a comenzar   tarde!  Paco, “El Torres”, no contesto, y sintiéndose a salvo en su ropa de monaguillo,  recogió de inmediato el “amito” y el “alba” y empezó, reconfortado,  a   vestir al párroco…
 Sin embargo, la cosa no quedó ahí; al día  siguiente, un par de guardias, antes de finalizar la misa matinal, ya le  aguardaban junto a la puerta de la sacristía, al pie mismo  del Cristo Yacente del  Santo Entierro. Así, terminado el consabido: «Dominus vobiscus» y el «Item misa», y respondido el consiguiente: «Et cum spiritu tuo»» y el «Deo gratias», los municipales  intentaron  echarle el guante y que  respondiera  como encartado principal del  apagón ocurrido el día anterior  en los  callejones del «Asilo Viejo». Pero los niños son como el agua que se escurre  entre los dedos de las manos, y el Torres se escapó saltando entre los bancos  de las naves; y a punto estuvo de conseguirlo y  zafarse de ellos, si no tropieza y se da de  bruces contra las blancas y amplias losetas de mármol del piso; momento que  aprovecharon para prenderlo y llevarlo casi en   volandas hasta los sótanos  del  Ayuntamiento.
 Todo el mundo era consiente de que si bien  el Torres había tenido una conducta no acorde con su condición de monaguillo;  no era menos cierto que esa misma condición le salvaría del castigo que en  estos casos convenían en imponerse. Y así fue que pasada unas horas de  prevención, don Bernabé Perpen, apareció por el Ayuntamiento preguntando por su  acólito. Y al comprobar que los municipales no estaban por la labor de soltarlo  tan pronto, no tuvo más remedio que apelar a su condición de ministro de la  Santa Madre Iglesia, y apuntar que lo divino tiene preferencia, en todo caso,  sobre cualquier cuestión  terrena; de tal  manera, que por una farola de menos y un apagón de más, su iglesia, la iglesia  de África, no iba a quedar sin la ayuda inestimable de su monaguillo principal.  Y tantos fueron sus argumentos,  y tantas  fueron sus razones y de tanto peso, que a los municipales no les quedó más  remedio que soltar  al  atribulado monaguillo, libre  de los cargos que le eran imputados.
 Libre, efectivamente, hubo de verse de  nuevo el Torres, y en dos zancadas atravesó la corta distancia que va desde  la verja del Ayuntamiento a la sacristía de  África; y como ya llevaba la sotana roja y el roquete blanco de encaje, recogió  -como tantas veces, anteriormente, lo había realizado- el amito y el alba, para  empezar a vestir a don Bernabé, como si no hubiese ocurrido nada…
 Así nos fue contado por Paco Torres,  y así lo transcribo para que quede constancia  escrita de que si bien el  hábito no hace  al monje,  tampoco la sotana roja y el  roquete blanco con encajes, hace a  los  monaguillos de  Nuestra Sra. de África.
       En Cádiz, a las 1626h.de  9 de septiembre de 2009                                                                                               Manuel Castillo  Sempere   | 
    
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    DICEN QUE LA DISTANCIA…               Dicen que la distancia hace el olvido, y el  tiempo todo lo borra… incluso las raíces   de nuestros mayores, que a fuerza de años, fueron hundiéndose  en la fértil tierra de los aconteceres pasados.  Sin embargo, no todo es olvido; y el tiempo no todo lo borra; pues hay veces  que desde la profundidad que se llega de los bosques que habitan nuestras  almas, resurgen antiguos recuerdos, que ni siquiera nosotros nos atrevimos a  adivinar que existían. Son recuerdos que se adivinan,  que se presienten y se sabe que están ahí,  pero ya no nos pertenecen y llegan en un murmullo largo y continuo, como llegan  las olas del mar al abrazar las orillas desnudas del litoral…Celaya, Paco Torres, Manolo Villatoro,  Gabriel León, Pepe Fortes… todos son aguas del pasado, y agua que pasa no mueve molino, pero fue tanto el tiempo que marco  el ritmo de su giro, que aún conserva su inercia, aunque ya los cangilones de  su noria no rebocen de agua…
 Quiso la mañana que nos reuniésemos junto  a unos de los   locales  de té de la antigua calle Misericordia, y  fuéramos acompañando a la mañana desgranando pequeñas historias que ellos,  entre risas, narraban, como si en verdad hubiesen sucedido ayer. Tiempo atrás,  estos mismos hombres que  estaban  sentados placidamente en la Cafetería Rubí, corrían arriba y abajo por el  Callejón del Asilo en dirección al Puente Almina o camino de la Plaza de  África, donde exprimir la última carrera de la tarde; algunos, en la sacristía  de la Iglesia, colgados en la percha o doblados en sus cajones, aún  les aguardaba la ropa de monaguillo. Que de  travesuras y pequeñas historias fueron contando unos y otros, o todos a la vez,  interrumpiéndose continuamente sin dejarse entender; apenas comenzaba  Celaya  a narrar su relato, cuando ya  Gabriel León empezaba a distraernos con otro; y no acababa éste, cuando Manolo  Villatoro apuntaba un episodio que acaba de recordar; y en fin, al punto, Pepe  Fortes o Paco Torres metían baza con sus únicas y extraordinarias pillerías,  que más bien pudieran ser, por el ardor y la pasión con que eran referidas  verdaderos Cantares de Gestas…
 Todo en la vida es profundamente  misterioso, y todo gira y da vueltas como aquellas norias gigantescas que de  manera imperturbable sacaban en sus cántaros de arcilla, el  agua necesaria para que continuase el latido  sonoro de las cosas. Y del cántaro  a los  campos; y de los campos a las nubes; y de las nubes, con la lluvia, a los  espejos azules de los ríos; y de los ríos, de nuevo, a los cantaros de la  noria… Vueltas y giros…Agua que llega y agua que va…Y así una calle que fue: La  Misericordia, El Callejón del Asilo. Y otra que se alza sobre aquella: La Gran  Vía. Todo pasa y todo queda…en palabras de don Antonio. Y todo pasó y todo, sin  embargo,  ha quedado…
 Todo ha quedado, y  la repuesta, como diría la canción de Bob  Dylan, Blowin’ in the wind1, esté en  el viento; en el viento de la nostalgia, de la historia, de los momentos  fugaces de otro tiempo que aún perduraran en nosotros, en Celaya, en Gabriel  León, en Manolo Villatoro, en  Paco  Torres, en el Quini, en Servando, en los  Mellizos, en Pepe Fortes…
 Todo ha quedado, como ha quedado la roca  gris, desnuda, de la Mujer Muerta, tras  el  paso del aguacero  que las nubes de  cenizas, en otoño o en primavera,  nos  traen  con  el furioso vendaval…
       En  Cádiz, a 14 de agosto de 2009
 Manuel Castillo Sempere
 
                        _______ 1    Sonando en el viento.
 
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                                                                            EL  INSTITUTO V. EL PADRE  VARGAS       La religión metida en un aula, acotada y  estrujada con la rigidez cartesiana de las páginas de un libro. Páginas  de sacramentos y verdades teologales, y  páginas y más páginas de la liturgia sacra. La religión, que en su sentido  profundo quiere significar atención, unión, armonía con Dios;  sin embargo, olvidaba  su   sentido más  profundo, perdido  entre las áridas páginas de los libros y las clases, a modo de cualquier otra  asignatura. Pero aconteció, que en esto apareció, como caído -nunca mejor dicho- del  cielo, el padre Vargas, para salvarnos de la monotonía y asperezas de dichas  clases. El padre Vargas, era un cura jovial, de buen talante y dotado del  gracejo de Cádiz; tenía un punto de extravagancia, que sólo los limpios de  corazón y los cercanos a Dios están poseídos de ello. Era un cura a la antigua,  con gorro y sotana negra hasta los pies; pero sin embargo, con un aire de  modernidad que no era propio de aquellos tiempos. El padre Vargas estaba  adelantado a su época en varias décadas. Efectivamente, él nos quitó el yugo de  una religión anquilosada y metida en alcanfor, y nos dio  a oler una religión diferente que ahora  olía a primavera y azahar, y que además, como  valor añadido, nos enseñaba el sentido de la verdadera libertad. Años más  tarde, como una premonición a sus palabras y a su actitud, ya con Juan Pablo II  en el Vaticano, se haría  famosa la frase:  «la religión te hace libre».
 Que puedo contar de este presbítero atípico  y embaucador, podría contar, por ejemplo la cantidad de pañuelos que llevaba, a  saber: uno para los estornudos, otro para limpiarse la boca, otro para las  manos… y otro -y esto era lo que me parecía más increíble- para cuando algún  niño o niña lo necesitara. Sencillamente me parecía genial, y lleno de entrega  franciscana -el santo de Asís, dejaba trocitos   de huerto sin plantar, para que crecieran las yerbas malas…- la actitud compasiva  de este religioso. Podría contar, el fino análisis que tenía del comportamiento  natural y rebelde de los españoles, a saber: cierto día, cuando nos estaba  hablando de las cosas de la vida, derivó su charla en la imposibilidad innata  que tenían los españoles de acatar las leyes establecidas; y a modo de ejemplo,  teatralizaba una escena del modo siguiente: se situaba al borde de un barranco,  en una escombrera, ante un cartel en el que podía leerse: «Se prohíbe  mear bajo multa de 25 Pts.», y a continuación  se subía la sotana hasta la cintura y hacia -incluso con sonido- como que  estaba orinando, para después con todo el desparpajo del mundo, decir:
 -«¡Guardia, estoy meando! ¡Tenga los cinco  duros de multa! »
 Como podréis suponer, la clase se venía  abajo en una sonora y estruendosa carcajada, que llegaba hasta las clases más  alejadas, donde los profesores, conociendo las genialidades de este sacerdote,  comentaban:
 -«Ya, esta otra vez, el Padre Vargas con  sus bromas…»
 Había niños, que se tiraban al suelo  destornillados de risa, otros, los más cercanos a él, se tapaban la boca con  las manos para intentar disimular un poco; los había que se levantaban y se  sentaban continuamente en el asiento, presas   de un delirio momentáneo que les hacía imposible estarse quietos. En  fin, que puedo decir más, la clase se convertía en una auténtica explosión de  alegría; y por consiguiente, a nuestros ojos, el padre Vargas, se encontraba,  un peldaño más alto que el resto de profesores.   Puedo decir a su favor, y sin temor a  equivocarme, que este cura único e irrepetible, me enseñó la verdadera  dimensión de la religión: sencillez y compasión…
 Pasados los años, a través de la ventana  del despacho de Ordenación Pesquera, donde trabajaba en Cádiz, vi pasar como  una alucinación, al padre Vargas; sin pensarlo dos veces, salí del despacho y  lo alcancé, a continuación le apunté:
 -« ¡Padre!, ¿es usted, el padre Vargas, verdad?» –el me contesto  afirmativamente, y me señaló:
 -«¿Y usted quién es?, ¡qué parece tan  asustao, hijo mío!»
 Yo, le contesté que era un antiguo alumno  suyo, que era marino, pero ahora  estaba  trabajando en Cádiz, en el sector pesquero; él me escuchó con atención y  recogiéndome mis datos prometió visitarme otro día.
 Efectivamente, una mañana, un tanto extrañados, me avisaron de que había  un clérigo esperándome en el vestíbulo. Abrí la puerta de mi despacho,  y allí en mitad del patio de la Delegación de  Agricultura y pesca de Cádiz, estaba  el  padre Vargas, con boina y una larga sotana negra que le llegaba hasta los pies.  Entramos, y él me contó sus últimas vicisitudes; yo ya no era un niño, pero sin  embargo, a medida que él hablaba,  mis  sentimientos  de manera instintiva se  posaban en él, sin que yo pudiera evitarlo... Al cabo, nos despedimos y  quedamos en vernos, para apuntarle algún dato más acerca de mi familia. Pasado  veinte o treinta días, el padre  Vargas,  se presentó de nuevo en mi oficina, con un libro bajo el brazo  y cuyo titulo rezaba: «Mis años en Ceuta». Pero la cosa no queda ahí, sino que al estar hojeándolo  con tranquilidad en casa, me encontré con la  agradable sorpresa  que el bueno de don  Luis, me había incluido en uno de sus capítulos sin advertirme de ello.  Simplemente, genial, don  Luis, genial…
 Finalmente, he de decir, que enterado de su  muerte, asistí con tristeza a la  misa  que por su alma  dio el padre Daniel  -paisano nuestro-, en la Iglesia de San francisco; y allí, en unos de los  últimos bancos, no pude evitar que me brotaran las lágrimas al recordarlo; pero  sobre todo me entristeció el no haber acudido a despedirme  de él, en su último viaje, a pesar de que  sabía   que estaba enfermo en el hospital  de San Juan de Dios de Cádiz…Yo sé que él, en su infinita bondad me habrá  perdonado; e incluso con su gracejo de Cádiz, me dirá: anda, niño, olvíalo  ya, y déjate de tonterías… Pero sin  embargo, cuando su recuerdo me viene a la memoria, yo sé, que nunca me  perdonaré haberle abandonado…
         En Cádiz  a  15 de junio de 2007 a las 1143h.                                                                                             Manuel   Castillo  Sempere    
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                                                                                                     INSTITUTO IV.   MORENO Y SU VARITA   
                    
                      
                        
                                  -♫«Ya se va Moreno,pa la Jefatura,
 ya   se queda la clase
 triste y obscura.
 Que tururururú,
 que tururururú,
 que tururururú,
 que tururururú.
 …………………»♫
     Una canción popular «Ya se murió el  Burro….» a la que se le había cambiado la letra, servía para que entre de  manera cariñosa y divertida, hacer de rabiar a uno de los personajes más  entrañables del Instituto.   Efectivamente, Moreno, un conserje del Centro, acudía siempre presto a  la llamada de cualquier profesor que le requería para poner orden en su  soliviantada clase. Moreno, curtido en estas lides de abortar cualquier intento  de indisciplina, aparecía al menor conato de sublevación, acompañado de una  varita de caña india e imponía su autoridad más absoluta, ante los asombrados  ojos del profesor de turno. Pero, sin embargo, no era como pudiera parecer, un  golpe de autoridad impuesto por el temor provocado por su archiconocida varita;  sino por la simpatía y la forma tan característica que tenia de atizarnos con  su varita. Unas veces amagaba y hacía como que te golpeaba, otras la cambiaba a  la otra mano, más tarde la sentías en una pierna, después en la otra; y así  saltando y brincando para evitar su roce, acababas saliendo por patas entre la  risa desbordada de toda la clase. Una vez separado, por el mismo procedimiento,  algunos revoltosos que el profesor le iba indicando, él, los conducía a la  Jefatura Estudios, para que el titular de ésta, les leyera un poco la cartilla.Algunas veces, cuando entre Moreno, y nosotros, había la suficiente  tierra  y pasillo por medio; era  inevitable que alguno, adivinando su reacción, comenzara a provocarlo silbando  la musiquilla de su atribuida canción: «Ya  se va Moreno, pa la Jefatura….» Moreno, sin pensarlo dos veces, y con su  inseparable varita en la mano, ya se encaminaba, al momento, hacia el grupo que  osaba disputarle la tranquilidad de sus pasillos. Nosotros, sin poder  evitar  las risas, y cantando ya a viva  voz y sin ningún tipo de freno el estribillo de su canción, bajábamos que nos  las pelábamos los escalones de la   larga  escalinata que conducía a la puerta de salida. En tropel y a trompicones por  fin atravesábamos la puerta del centro. Pero no obstante, todavía jadeantes por  la precipitación de la huida, y sin   apenas saborear aún  nuestra  victoria, en el contraluz del pórtico de entrada, se adivinaba  sonriendo, la figura entrañable del bueno de  Moreno: en una mano la  archiconocida  varita de caña india, y en la otra, girándola y señalando con el dedo índice,  nos  emplazaba  para mañana   en los dominios de su reino, allende los pasillos  donde se evocaban  nuestras voces…
 Moreno, pasarán los años,  y cada curso traerá nuevos corazones que  abarrotarán las aulas de nuestro Instituto, pero en cada esquina, en cada  rincón,  tu alma seguirá prisionera de  ellos para siempre…Y alguna vez, quizás te sorprenda haber creído oír,  como  en un susurro, aquella canción que  entonces te cantábamos. Pero no te sorprendas, porque al pasar junto al  Instituto, no lo he podido evitar y como por instinto, pensando en ti,  he silbado:
           -♫«Ya se va Moreno,pa la Jefatura,
 ya   se queda la clase
 triste y obscura.
 Que tururururú,
 que tururururú,
 que tururururú,
 que tururururú.
 …………………»♫
    Y como yo, muchos de aquellos niños, pase  el tiempo que pase, al  evocar  distraídos, las pequeñas historias  que  cada día nos sucedían, se les vendrán a la memoria la cancioncilla que te  cantábamos; y de nuevo se harán las risas, y de nuevo habrán  algunas   carreras  por los pasillos; y tú,  Moreno, con tu varita en la mano, nos gritarás: ¡A la Jefatura!, ¡A la  Jefatura!... y como siempre, tú nos  perseguirás  escaleras abajo, hasta  llegar  a la puerta...                                                         En Cádiz, a 14 de junio de 2007
 
                      
                         Manuel   Castillo  Sempere   | 
    
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   EL SIDECAR DE BELTRÁN       ¿Qué puede  significar contemplar una vieja fotografía?: una vuelta atrás al pasado; un  sentimiento de nostalgia; quizás unos instantes de tristeza, de alegría… acaso  una mirada a un tiempo que se nos fue sin apenas darnos cuenta…Qué sé yo lo que  puede significar contemplar una vieja fotografía…Sin embargo, una vieja fotografía puede guardar  mil y un sentimiento al cual más hermoso y a la vez diferente. Y vamos pasando  de la alegría a la tristeza  como en un calidoscopio que en vez de mostrar  figuras y colores fuese, por el contrario, mostrando diversos sentimientos  guardados en lo más profundo de nuestras almas.
 Y ayer, al ver la vieja fotografía del sidecar  de Beltrán no pude dejar de emocionarme; porque allí junto a esa vieja  fotografía también estaba mi propia fotografía, mi propio tiempo y mi historia…
 Beltrán, todos los días, desde la plazoletilla  alta de las puertas de nuestro Instituto,  los demás niños y yo, observábamos como tu  padre apuntaba por la parte alta de aquel  jardín en cuesta de las «Puertas  del Campo», giraba la moto a la izquierda en una curva perfecta  y te  dejaba bendecido e incólume  al pie de las escaleras del Centro. Más tarde  al acabar las clases, tu padre, con  la misma precisión anterior llegaba  de nuevo,  te hacia subir al sidecar,  y enseguida  daba gas al  puño hasta perderos calle abajo camino de casa…
 Todos los días, como se repiten los días en un  calendario,  se repetía la misma curva, la misma precisión, la misma  llegada, y finalmente la misma despedida calle abajo…Y nosotros, los niños,  copiando también la misma cadencia,  nos asomábamos desde la misma  plazoletilla alta de las puertas del Instituto,  admirando, completamente  entregados, incondicionales, las perfectas maniobras que tu padre, cada día,  como en una atracción circense, nos ofrecía  en la conducción  de tan  característico y entrañable vehículo.
 ¿Qué orgulloso debe de estar de tu padre,  verdad Beltrán? Qué de horas debéis  de haber pasado juntos. Cuánta  nostalgia debe de acumularse en tu corazón y  cuántos momentos de oro que  ya no volverán…Sin embargo, esas añejas fotografías ya amarillentas del sidecar  junto a tu padre, son la puerta abierta a  otro tiempo, a otros lugares, a  otra dimensión.    El tiempo no existe, y por tanto  vamos  y volvemos a donde el corazón nos quiera llevar… El tiempo sólo pervive en  nuestra mente, y acaso mientras nosotros, engañados,  permitamos esa  pervivencia..,
 Yo,  que ya alcancé el tiempo, la  nostalgia vive en mí con la necesidad del aire que respiramos, y esa vieja  fotografía me ha traído el recuerdo de la curva perfecta que tu padre trazaba  al dejarte a ti, al pie de la escalinata  del Instituto, en su celebrada  moto con sidecar...
       En Ceuta,  a 15 Abril 2008      Manuel Castillo sempere
 
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   EL LATERO       Antaño, en los días donde para  ejercer una profesión no hacia falta tantos documentos a presentar,  ni acaso,   realizar mil y un reconocimiento medico; existían dos profesiones  ambulantes que hacían las delicias de   los chiquillos, a saber:  el  latero y el afilador.El latero, se venía pregonando desde el  principio de la calle Sánchez Navarro, hasta llegar a la altura del número 12,  que era nuestro patio; allí, hacia un descanso, y se bajaba del hombro  la enorme caja de madera que llevaba atada con una ancha correa de cuero. Una  vez recuperado el resuello, sacaba un paquetito de picadura, y un cuadernillo  de papel y se liaba un cigarrillo que al instante  se fumaba placidamente. A continuación,  voceaba, voz en grito, varios pregones acerca de las bondades de su trabajo, a oír:
 -“¡¡El latero, niña, el laterooo…el latero  niñaaa…¡¡
 Y dejaba la “o” suspendida en el  aire primero, para más tarde dejar la “a”,  cuanto tiempo   sus pulmones le aguantasen. Al cabo, cuan el sonido de la “o”, se  apagaba, lanzaba otro pregón, en este caso, ya definitivo, en el que  sentenciaba los utensilios a reparar:
 -¡Niñas,    arreglo, cacerolas, ollas, cazos, quinqueles, abrazaderas….  y cualquier otra cosa que tenga avería…!
 El Pregón del latero, se propagaba como la pólvora hasta el ultimo  rincón del “patio de Arriba”, enseguida las mujeres sacaban los cacharos  que tenían picados o le faltaba algún asa, y ellas, a gritos, le llamaban para  que éste subiera.. No haría falta mucho para que el Latero subiera la ramblilla, se sentara en un pequeño banco de madera que llevaba con él, y depositando su  pesada caja de madera en el suelo, empezara a sacar los artilugios para iniciar  la faena de reparar los objetos que le iban trayendo.
 De la caja de madera, sacaba una lata grande  que a modo de anafe le servía para hacer  fuego y  calentar los soldadores  de cobre   que luego fundirían el material de aporte.  Cuando una vecina le entregaba una olla o  cualquier otro cacharro, este miraba la picadura, y se aprestaba a sanear sus  bordes con una pequeña lima, hasta que el   metal del pequeño boquete quedara reluciente;  luego le untaba un liquido decapante para que  limpiara la zona  a intervenir, y  seguidamente sacaba por el mango de madera uno de los soldadores que había  estado calentándose  en al fuego vivo del  carbón  de  la anafe, le daba una pasada para quitar  alguna impureza; y ya, con el soldador al  rojo vivo, lo aplicaba  a la barrita de  estaño, para que ésta se fuera derritiendo, y sus gotas  rodaran poco a poco  sobre la parte averiada; de tal forma,  que  fuera  cerrándose el agujero  de la picadura  con la ayuda del soldador que hacia  extender  el estaño. Si la picadura era  muy grande, se recortaba de una   lata un  trocito pequeño, para después colocarlo sobre el agujero y repetir la misma  faena anterior de aplicar el soldador al rojo, sobre  barrita de estaño y hacer caer las gotas  derretidas para soldar los materiales y taponar definitivamente la grieta  abierta.
     Una vez acabada su faena de arreglar cuanto  cacharro le llevasen, el latero se levantaba  de su pequeño banco, estivaba   cuidadosamente cada artilugio  en  la caja grande de madera, se la echaba al hombro, y una vez cobrado sus  trabajos, se echaba andar, perdiéndose por el Callejón del Asilo, y  pregonando de nuevo, a viva voz:   -¡¡El latero, niña, el  laterooo…el latero niñaaa…¡¡
 -¡¡Niñas,   arreglo, cacerolas  ollas, cazos, sartenes, quinqueles, ….  y  cualquier otra cosa que tengan avería…!!
              En Cádiz,  a 19 de junio   de 2007 a las 1458h. 
                          
                            
                              
                                                                                                      Manuel Castillo Sempere
 
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                                                                                           NOS  VAMOS DE GIRA       Hacia el 18 de julio, día festivo  añadido al calendario, por imposición del general Franco-para recordar el  alzamiento de parte del ejercito contra la Republica-; se había generalizado  entre la población de Ceuta, la costumbre   de pasar un día  de «gira», en las playas más alejadas de la población, e incluso de Marruecos.Restinga, puente Negrito, playa de los  Alemanes, Río Martil…eran los lugares de Marruecos que frecuentaba la población  de Ceuta en sus  giras playeras  del verano. Rafael Benítez, grande y orondo como una montaña, pero  bueno como el pan, disponía ese día su camión   de portes, para el traslado de los vecinos  a la playa elegida. Y sí, de mañana muy temprano, ya empezábamos a transportar  enseres y alimentos para pasar el día. Durante un buen rato, todo era ir y  venir del patio al camión   llevando infinidad de cosas, a saber: mesas, sillas, mantas, sábanas,  toallas, infiernillos, toldos, platos, vasos, sartenes….y de los alimentos, que  no faltara la tradicional tortilla de patatas española, la olla de callos y las  enormes y sabrosas sandias. ¡Qué alegría! ¡Qué bullicio! Qué agitación en el patio!¡Qué sencillez, Dios mío, habitaba en nuestros corazones entonces¡  Sólo con compartir unas horas en una  playa  alejada de nuestras casas, era  suficiente  para alborozarnos y sentirnos  dichosos. ¿Qué hemos perdido en estos años, Señor, que ya no sabemos disfrutar  de las pequeñas cosas  que nos trae cada  nuevo día? ¿Es qué acaso, ya hemos perdido el arte de detener el tiempo y  robarle sus horas más preciadas? ¿Es qué acaso, ya no se juega a entretenerse con   los momentos de tertulia y los  instantes  de silencio? Quizás, ahora, ya  no haya  tiempo para jugar con el tiempo…
 Con una algarabía sin límites  una vez  instalados todos a bordo de la trasera de  carga del camión, Rafael,  lo arrancaba  dándole vueltas y vueltas a una manivela de hierro, hasta que por fin a la tercera  o cuarta vez el motor arrancaba. Y allí, íbamos todos, mayores y pequeños,  carretera adelante, camino de la playa de los Alemanes, batiendo palmas,  y cantando las canciones populares del momento…
 Nada más llegar con las mantas, sabanas y  los toldos traídos, se improvisaban tiendas de campañas para estar protegidos y  guarecerse del sol;  a continuación  las mujeres iban preparando el almuerzo; los  hombres ayudaban o charlaban con un vaso de   tinto; y los niños, a lo de siempre: a correr por la playa, y a  zambullirnos en las aguas tan increíblemente   transparentes que podía verse  el  color  gris-blanco de los chinos  y de la arena del fondo.
 La hora de comer, era una fiesta: la tortilla, los pimientos fritos, el  asado de las sardinas, los callos…todos hablaban y contaban sus historias sin  cesar. Las mujeres: que si el serial de la tarde, que si he comprado tal tela,  que si no me llega pa la plaza…Los hombres: que si Diestefano es mejor  que Kubala,  que si Bahamontes es el  mejor escalador de  la montaña, que si  ganará el Tour, o la Vuelta…Los niños: ah, los niños…los niños  estábamos en nuestro paraíso perdido: Sol, mar, arena, y unas horas de libertad  para soñar y jugar a lo que deseáramos, mientras los mayores hablaban y  hablaban sin parar de cosas   absurdas e incompresibles para nosotros.
 Y  al  cabo, llegaba  la hora de comernos las lujuriosas  y carnosas tajadas rojas  de las  sandias; y tras ella, aún con las muescas  de los bocados  dibujados  en el blancor  de las tajadas, comenzaba una verdadera  batalla campal  arrojándonoslas  unos a otros sin cesar. Idas, venidas,  carreras, zancadillas,  agarrones…cualquier trampa  valía,   con tal de evitar que cualquier trozo  de sandía te lo estamparan en la cara, para  divertimento y risas de los demás.
 Con la caída del sol, el mar transparente y  de tonos verdes, va pasando a tonos más añiles, hasta que los azules intensos,  sin luz, van ganando la batalla de la tarde…Llegada esta hora, como el  hilvanado de una costurera, una pequeña tristeza nos iba embargando a todos  haciéndonos participes  del mismo hilo  que pespunteaba la costurera…
 Rafael, como a la ida, dio tres o cuatro  vueltas a la manivela de hierro, y al momento el motor arrancó: ¡Ran!,¡Ran¡,¡Ran!...  El camión empezó a moverse entre los campos   amarillos y morados, sin apenas una voz que alterara el silencio del  estío. De pronto, alguien entonó una canción, para al poco, uno tras otro  ir  uniendo  nuestras voces hasta sentirnos un solo  corazón en medio de nuestros deseos…El monte Hacho apareció infinito, irreal,  tras una colina…después, Ceuta, como un beso de los cielos, fue dejándose ver  escondida y enigmática tras la luz violeta del crepúsculo…
 
                    
                      
                        
                          
                            
                                     En Cádiz a 21 de julio de  2007-07-21                                                                               Manuel  Castillo   Sempere                                                                 | 
    
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                                                        EL PARTIDO DE FUTBOL     Los niños del patio jugábamos al  fútbol  en el “Callejón del Asilo”, de  tal manera que, los chiquillos del Colegio Público del “Asilo”, al vernos jugar  constantemente allí, en  las mismas  puertas de su colegio, no tuvieron más remedio, por orgullo, que citarse con  nosotros y acordar un partido de fútbol. Así, de esta manera tan sencilla, se  ventilaban los enfrentamientos y las rivalidades entonces. Desde luego era  mucho mejor que la otra forma, “la tradicional”: en la  que más de una vez  nos habíamos visto envuelto. Y consistía, a  saber: en arrojarnos piedras  unos contra  otros  por todas las esquinas del barrio,  hasta que una de aquellas piedras golpeaba   contra la cabeza de cualquiera de nosotros; y ante el descalabro  y el desconcierto de la sangre, se suspendía  momentáneamente  la pelea,  se tomaba al herido en brazos de los más  grande -dos  por los pies, y otros tres  por los brazos y la cabeza-,  y rápidamente,  con todos los demás corriendo detrás de ellos, se llevaba por todas aquellas  callejuelas hasta la clínica de urgencia, que se encontraba situada en la calle  de la “Muralla”.Como habíamos acordado, nos encaminamos a las “Murallas del Angulo”,  para jugar nuestro partido de fútbol; aquella explanada era enorme, y realmente  si se podía  correr y realizar cualquier  tipo de ejercicio sin ningún tipo de limitación. Llegaron los chiquillos de  “Asilo”, y nos dispusimos, una vez efectuados los saludos de rigor, y haber  elegido campo, a iniciar  el encuentro.
 Todo discurría con normalidad; de vez en cuado, aparecía algún vehículo  que interrumpía  el juego; y nos hacia  repetir, a modo de un continuo eco:
 -Agua, agua, agua….
 En un rincón de la explanada donde  nos encontrábamos, estaba instalada una  caravana, en la que vivía un matrimonio belga, con una niña preciosa de trenzas  de oro y ojo azules. Yo que jugaba de portero, me encontraba situado cerca de ellos;  y cuando la pelota no rondaba  mi  portería, me entretenía en observarlos. El padre debía de ser una persona muy  mañosa, porque a ciencia cierta, que siempre se le veía atareado en algún  trabajo; y además, en tiempo de verano, había construido unos hidro-pedales que  ofrecía a los bañistas por un módico precio.
 Pero mira por donde, aquella tranquilidad se  iba a ver truncada muy pronto; el belga,   ya había salido un par de veces a la explanada, y nos había  comunicado  que nos alejásemos de allí, y  jugáramos  en otra parte, porque en un  golpe desafortunado se podía colar la pelota y golpear contra sus instrumentos  de trabajo, o contra los enseres y  la  ropa  que la mujer de él tenía puesta a  secar. Pero, sin embargo, los niños, ya se sabe: “sólo se acuerdan de Santa Bárbara,  cuando truena”. Así, que lo que tenía que ocurrir ocurrió, y la pelota en  uno de aquellos lances se fue directamente a las nubes, y al bajar estalló como  una bomba, en  el pequeño patio de  aquella familia;  golpeando sin  misericordia,  todos los cacharos  que encontró a su paso y la ropa que con  tanto esmero había ido colocando su mujer.
 Una vez pasado el desconcierto inicial, el  belga, al darse cuenta de lo ocurrido, tomó la pelota en sus manos  y   gritándonos  desaforadamente, nos  dijo algo parecido a:
 -«Ya  marchar todos de aquí, balón  yo nunca dar más…»
 Pero  ante nuestra insistencia, y en un arranque de mal corazón, cogió un cuchillo,  lo alzó en la mano, y ya  estaba  dispuesto a descargarlo contra la pelota-como hiciera Abraham, con su hijo  Isaac-, cuando yo, que me encontraba  en  un extremo  contemplando la escena con  verdadera angustia: pegué tal  grito que  retumbó por todas las “Murallas del “Angulo”, asustando, y haciendo  levantar el vuelo,  a un grupo de pavanas que picoteaban  distraídas un saco de pan duro. El belga, sorprendido por aquel  grito de angustia, y al ver mi cara de desesperación; al instante me llamó,  me puso una mano en la cabeza, y con la otra,  sonriéndome,    me entregó mi pelota. Todos los chiquillos, como conectados por una  conciencia superior,  aplaudieron  durante un rato la acción del belga.
 Juan Antonio, ya camino de casa, me añadió:
    - Ha sido increíble, tu  grito, se ha tenido que escuchar en toda  Ceuta….  En  Cádiz, a 4 de enero de 2.006
 
 
 
                        
                          
                            
                                                              Manuel Castillo Sempere
 
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                                                                          Capítulo LXXXI                                       LA VIRGEN DEL CARMEN. LA MAÑANA       ¡La Virgen del Carmen! ¡La Virgen del  Carmen!... 16 de julio, ha llegado el día de los marineros… Fiesta, alegría y  fervor religioso a nuestra Patrona,  la  «Reina de los Mares», la Madre de los marinos, la Virgen que protege a los  pescadores en los momentos de zozobra… ¡Madre de Deu!, ¡Madre de Deu!... como  mi Yaya, siempre pronunciaba a la primera dificultad, o a la primera tristeza  que asomara  a su puerta…Es el 16 de julio de cualquier año de aquellos, sí, de los de entonces… el  muelle Comercio se engalana para la ocasión;   la Cofradía de Pescadores, Posito y   Cabildo, son las encargadas de organizar los festejos. Todos los años,  desde tiempo inmemorial, se repiten los mismos rituales, a saber: por la  mañana, cucaña,  carrera de botes, de  sacos y piñata; por la tarde, salida en procesión, y paseo por las aguas  del  puerto con la Virgen.
 Toda la mañana, los pescadores han estado  bajando al muelle Comercio; algunos han estados aparejando  sus botes para la carrera, otros hacen  corrillos y hablan y discuten entre ellos de las faenas de la pesca: que  el “pescao” no vale dinero, que si la  lancha  no nos deja “pescá”,   que si  la melva entra cada vez menos… ¡Oh, la melva!,  ¡que entre bien este año, Virgen del Carmen, que entre bien…!
 Ya están todos los botes dispuestos en el  cantil del muelle que da a la lonja; ya sólo esperan una señal para lanzarse con  todas la fuerza de los remos, a sortear la boya que marca el extremo de la  carrera. El Patrón Mayor, baja el pañuelo, y los pescadores a pecho  descubierto,  baten los remos con todo el  vigor que dan sus brazos. Una dos, tres… infinidad de batidas; tensión,  músculo, destreza… pasión, orgullo, hombría… amor de madre, como reza -gravado  a fuego- en los brazos de algunos de ellos. Ya han doblado la boya, ya enfilan  la meta, el esfuerzo ahora es mayúsculo; ora adelanta uno, ora adelanta otro;  no sabemos quien va a ganar, unos animan al bote de los más jóvenes, otros al  bote de los más curtidos; la lucha es magnífica, todos tenemos el corazón en un  puño; yo, me inclino por los jóvenes; sólo quedan unas cuantas paladas más… ¡Venga,  venga, chavales…! ¡Haced el último esfuerzo, morid  de agotamiento en la bancada, pero por la  Virgen del Carmen, ganad la carrera! Y efectivamente, el bote de los jóvenes,  cruza primero la meta… y los remos se alzaron al cielo. Es indescriptible la  alegría  con que se festejó aquella  victoria, fue   una  verdadera  locura y un   verdadero estallido de aplausos, vítores, lágrimas, sonrisas… en  definitiva, era la victoria de los jóvenes, de los que llegaban a la vida, la  nueva generación  que abría nuevos  caminos a la esperanza   y echaba en el  baúl del olvido las heridas pasadas…
 Acabada la carrera, dispusieron en unas de  las traiñas, un mástil largo cubierto de cebo, y en el extremo una bandera.  Cada concursante debía de caminar por encima de él, untado con cebo, y coger la  bandera. Como comprenderéis, el paseo por encima del mástil se antojaba  divertido, pues a cada dos o tres pasos, el valiente de turno, resbalaba y ya  estaba con su espalda en el agua. Por si fuera poco, un bote, a cada momento  volvía a untar cebo, para hacerlo aún más difícil. A cada chapuzón, seguía un  concierto de risotadas y palmas como una venganza colectiva a la osadía y al  atrevimiento de tomar la bandera. Aquello duró un buen rato y al final,  uno de los más audaces, viendo que aquella  empresa era imposible de conseguir,  se  lanzó hacia delante y a trompicones, con los brazos extendidos en cruz y  aguantando el equilibrio como bien pudo, antes de resbalarse y caer,  tuvo la fortuna de prender la bandera en el  aire e irse con ella al agua, para al instante, lleno de orgullo, salir a la  superficie con los brazos en alto y gritar hasta la extenuación: ¡la he  cogidooo!, ¡la he cogidooo!...
 Después, la tocaría el turno a la carrera de sacos y a la piñata de los  peroles y al chocolate. Efectivamente, después de los chapuzones por conseguir  la bandera, vendría la carrera de sacos. Así, que todo el gremio, se trasladaba  a la explanada que estaba debajo del local de la cofradía, enfrente del cantil  del muelle donde estaban amarradas las embarcaciones de palangres. Y una vez  los concursantes se enfundaban los sacos hasta la cintura, se daba la salida  entre la algarabía de todos. La imagen era bastante divertida, al no poder  correr por tener los pies dentro de los sacos, el trayecto necesariamente había  que realizarlo a saltos, con lo  cual, se  tropezaban continuamente unos con otros, yendo a parar,   la más de la veces, de bruces  al suelo. Al fin, alguno, se adelantaba a los  demás y conseguía ganar la accidentada carrera.
 También, acabada la carrera de sacos, se  disponía otra cucaña frente a la escalera   del magnifico edificio del   salón-bar de la Cofradía -esta vez en sentido vertical-, que había que  trepar y alcanzar la banderita del extremo. Y como en la anterior, está, se  encontraba  también untada de cebo,  haciendo difícil su ascenso por ella. Los más audaces, lo intentaban una y otra  vez, pero al momento, apenas gateado unos metros, resbalaban irremediablemente  dando con los traseros  en el bidón que  soportaba el palo de la cucaña, y como no podía ser menos entre las risas de  todos.
 Después de unos momentos de tranquilidad, la  concurrencia, ahora, se centraba en  la piñata de pórtico de madera, del cual  colgaban unas cacerolas de barro, rellenados de diferentes productos como: agua  sucia, caramelos, monedas, colorantes… y que los concursantes, con los ojos  vendados, tenían que intentar romper con un estaca. A cada intento fallido, los  presentes, contestaban con un: ¡huyyy…! , y así, una y otra vez, hasta que de  un certero estacazo, la cacerola estallaba en mil pedazos, desparramando todo  lo que se hallaba en su interior. Y ésta incertidumbre de no saber lo que contenía  dentro,  era realmente lo que  mantenía  el interés  de la atracción. Si rompía la cacerola de  caramelos o la del dinero, los chiquillos nos acercábamos  prestos a recogerlos; pero si la que rompía era  la cacerola  con colorantes o agua sucia,  los asistentes  intentaban alejarse  para que no les salpicara. Y en este  acercarse  y alejarse  se estaba hasta que por fin se rompía la  última cacerola.
 Y como final de los festejos de la mañana, se terminaba con el chocolate  a dos. Esta última atracción seguramente era la más cómica, pues consistía en  sentados a una mesa, y con los ojos vendados, darle una cucharadita  de chocolate al contrario. La gente se moría de  la risa, porque  como no podían ver, unas  veces acertaban  con la boca, pero otras veces, el chocolate,  se derramaba irremediablemente  por la  cabeza, los ojos o la cara del contrario. Y así una y otra vez, entre las risas  y las carcajadas cada vez mas exageradas,   de  todos los congregados  alrededor de ellos. Al cabo, embadurnados de  chocolate de los pies a la cabeza, y entre el desenfado general, se daba  ganador al que lograba vaciar la taza antes. Y así, de esta manera tan  sencilla, los pescadores, pasaban las mejores horas de la mañana entretenidos e  inconscientes a lo que mañana la mar les deparara… Sólo el alborozo y la  alegría, junto a una sonrisa de desnudez,   podían hoy, ¡Virgen del Carmen!, ser capaz, de dibujarse en sus rostros…
          En Cádiz, a  15 de julio a las  2003h. de  2007 Manuel  Castillo   Sempere
 
 
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 .jpg)                                                                 Capítulo LXXXII                                            LA  VIRGEN DEL CARMEN. LA TARDE        En la capilla de la Almadraba  y en la capilla de la iglesia de África,    su  presencia permanecía todo el año… y  en el  día de su festividad, el 16 de julio, era el día señalado   para  pasearla por las calles de Ceuta. Mi yaya, y  yo, esperamos su paso en la antigua calle la Muralla, hoy: Paseo de  las Palmeras.-Ya viene ya viene -gritaba  un muchacho-
 Y efectivamente, la Virgen procesionaba a hombros  de los  marineros de la Compañía de Mar, la  Virgen más delicada… la Virgen de los   celestes  y los blancos: celeste  de cielo y blanco de espuma. La Virgen de los azules del mar... de los  esmeraldas, de los turquesas… La Virgen del sol en el levante, teñido de malva  y oro… La virgen en los ocasos del poniente, tras  nubes susurrantes  y  rojas como pétalos de amapolas….
 -¡Viva la Virgen del mar! -gritaban  unos. ¡Viva la Virgen de los pescadores! -gritaban otros…
 -¡Mare de Deu1!, susurraba mi Yaya, apretándome la mano, y  persignándose al paso de Ella…Teresa, nunca decía: ¡Mare de Jesús!, ni  siquiera: ¡Mare de Cristo!, Teresa, siempre susurraba: ¡Mare de Deu! ¡Mare de  Deu...!  Y su fe, como un bálsamo, le  calmaba su «patir2»…
 Mi Yaya, comprendía el misterio, que yo  nunca he comprendido… pero sin embargo, cuando la razón no alcanza más allá de su  limite,  y por el contrario,  con la desesperanza nos llega el tiempo de  los sentimientos, yo, como ella, en apenas un   susurro, también pronuncio:¡Mare de Deu! ¡Mare de Deu...!
 Los marineros, blancos, de cal, engalanados  con  su «Tafetán» de seda negro y  el  «Lepanto» a la espalda, elevan  hasta el cielo, a la Madre de Dios, cada vez que la procesión se pone en  camino. Mi Yaya, en la bajada al muelle Comercio, le dirige la última mirada, se  persigna de nuevo, y volviéndose a mí, apenas le salen unas palabras:
 -No tardes, fill3, no tardes…
 Y se aleja camino del patio, calle del «Estrecho» arriba, con  los  ojos llenos de  ausencias y de  lágrimas… ¡Oh, Yaya!, no sé por qué, pero el  recuerdo de tus lagrimas, a pesar de mi incredulidad,  siempre me acercan a Dios…
 Ya han ido bajando  a la Virgen hasta la embarcación que ha de  llevarla  a dar un paseo por las aguas  del puerto. Muchos barquitos están engalanados con pequeñas banderas de colores  y esperan a que salga   la Virgen para acompañarla en su paseo por las  aguas del puerto. Es un momento de emoción, la gente se apresura a montarse en  las traíñas que se aprestan a salir. Toda la balaustrada   del jardín de San Sebastián,  se encuentra repleta de personas que por nada  del mundo quieren perderse la salida de la Virgen del Carmen.
 Juan Antonio, y yo, vamos a bordo del «Lobito»,  y por fin la Virgen, se hace a la mar en medio de las embarcaciones que desean  acompañarlas. Las hay grandes, pequeñas, apenas unos botes e incluso deportivas  del CAS; todas se disputan  el privilegio  de estar a su lado, y no cejan en su empeño en ningún momento. A veces, los  barcos llegan  a rozarse por ocupar un  puesto de honor junto a Ella. Por donde va pasando la traíña que la lleva,  los pesqueros   tocan una y otra vez  las sirenas  hasta quedar confundido en un clamor que se eleva hasta los rojizos cirros  más altos de la tarde.
 Una  vez se ha salido del  puerto pesquero, se  arrumba al muelle de levante de Alfau, a continuación se atraviesa las aguas de  la movida bocana, para luego buscar resguardo tras las sucesivas alienaciones  de los muelles de poniente; y aquí, los grandes buques mercantes de pabellón  extranjero, agradecidos por la belleza de tan extraña regata, hacen sonar, una  y otra vez, la pitada grave de sus tifones4, hasta quedar sin aire,  exhaustos, afónicos… Son unos momentos llenos de emoción, en todas  las embarcaciones se canta  y se aplaude a la Virgen. Y en la traíña que  la lleva,  suena una Salve, que a modo de  eco, vamos repitiendo de  embarcación en  embarcación. Es un momento mágico, irreal, místico, inolvidable… La mar, el  cielo, el atardecer transido de nubes rojas y malvas, los romeros, la Virgen y  sus hijos: los pescadores….
 ¡Virgen del Carmen! ¡Madre de Dios! ¡Acoge  nuestra súplica, en tus manos están nuestros corazones…!  ¡Ayúdanos! ¡En ti confiamos…!
        En Cádiz, a 16 de julio a las 23 55 de  2007-07-16                                                                                                     Manuel Castillo  Sempere
 _______     1    Madre de Dios2   Sufrir
 3    Hijo
 4   Aparato que emite un sonido grave, que es utilizado en  los buques para dar aviso de sus intenciones de          maniobra y para revelar su  situación en tiempo de niebla.  A veces,  emitiendo sus características pitadas,          como es el caso, se emplea para festejar  algún acontecimiento importante.
 
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 I.jpg) Capítulo LXXXV
                                                             LA FERIA     Aquellos racimos inmensos de «volaores», sujetos por una cuerda de esparto a la entrada de  las tascas de la feria ¿cuantos volaores  podrían ir en aquellos racimos?: ¿cincuenta,  cien, doscientos…?  No lo sé, siempre me  lo he preguntado. Eran volaores abiertos y encañados para que secaran  mejor.¡Volaooores”, de los que volaban! ¡…de los  que volaaaban!-repetían una y otra vez.
 Pescado azul, que capturan a la red atrasmallada,  y después meten en salmuera, para más tarde secarlos en los cordeles de los  secaderos, allá en el tiempo del estío.
 La feria, no son sólo luces de colores:  rojas verde y amarillas… farolillos, tómbolas y atracciones… La  feria es también el olor  de los pinchitos quemándose en sus  anafes, por   todas las calles y en todas las casetas. Y es también el omnipresente  olor de las patas de pulpo asándose a la brasa   y al fuego  del carbón. El olor a pulpo  quemao, es por encima de todas las distinciones, quizás, junto al pinchito, lo que le da sabor y diferencia a nuestra feria. Sin estos olores, la feria de  Ceuta, sería una feria más…; sin embargo, África, marca su diferencia, y  nuestra cultura se enraíza y se abraza   con este continente. Qué no dejen de secar los volaores en los  días de poniente… Qué no dejen de quemar el pulpo y de asar los pichitos… Qué  huela la feria toda, al mejor de sus perfumes: a la feria de entonces, a la  feria de siempre… a la feria  como tiene  que ser, a la feria de Ceuta…
 La noria, va girando una y otra vez, el látigo, las olas, dan vueltas y  vueltas… Los caballitos, ¡Oh, los caballitos! La atracción reina por  antonomasia. La tradición universal  de  todas las ferias del mundo: ¡los caballitos! Sí, es verdad, el subir y bajar de  los caballitos, mientras, al mismo tiempo se da vueltas y más vueltas, como si  el mundo girara a tu alrededor, puede ser   lo mas significativo y el grado máximo de felicidad que un niño puede  experimentar en su niñez.  Y nosotros,  los niños del patio, transidos hasta la medula por esa tradición,  montábamos a los caballitos,  ilusionados  en nuestra locura con tocar el cielo y la luna…Vueltas, giros… arriba, abajo… más  vueltas y más giros…«pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera…», como  diría el bueno de don Antonio, y más tarde añadir:
 «Yo conocí, siendo niño,
 la alegría de dar vueltas
 sobre  un corcel colorado,
 en una noche de fiesta,
 ……………………….»
 Machado, supo captar el alma infantil como  pocos, y en sus versos, ya nuestros versos, dejó  para siempre impreso la magia de esos  momentos.
 ¡Oh, la feria!: luces, colores, vértigo, alegría, ilusiones…. fiesta de  los sentidos, armisticio y pausa para la pena, que se olvide para hoy la  tristeza, y que se alejen  al otro lado  del sueño, el dolor y la pena… Qué, esta noche. he visto a la Virgen de África,  y al pasar junto a mi, yo, su romero,  le  pregunté: ¡Virgen!, ¿nos veremos el año que viene, en otro cinco de agosto…?  ¡Virgen, dime que sí!, ¡por amor,  dime  que sí!, que yo, junto al pórtico de  tu  puerta,  esperándote, peregrino de ti,  ahí,  estaré…
 
  En Cádiz,  1401h. 29  agosto de  2.007      | 
    
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   Capítulo CII
                                                   HA LLEGADO EL OTOÑO
 «Ha llegado el otoño...pero no estéis tristes,  porque  en el otoño, aunque el sol se ha perdido tras una nube, sin embargo,  también  se puede  escuchar el rumor de la lluvia al golpear los tejados....En el  otoño, el alma, es un poco más nuestra... »
        a llegado el otoño. Sí, todo el mundo  lo dice: ¡Ha llegado el otoño! ¡Ha llegado el otoño!...Sí, es verdad, el  otoño  ha venido a anunciarnos que su  tiempo de espera ha concluido y  viene a  dejarnos sus maletas de melancolía y de tristeza. Los días del verano se van  inexorablemente sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo. Todo, como una  agonía imprevista, anónima, sin cuartel, va desangrándose y perdiendo al  punto  el ritmo, la vitalidad….  Los juegos en la playa, los chapuzones en el  mar, los días largos y calidos, la fruta jugosa y exultante…. todo,  definitivamente todo va desangrándose…. Las golondrinas, ¡Albas primera de la  Naturaleza!, van haciendo sus círculos alrededor de la Plaza de África;  van y vienen y dan vueltas  y más vueltas; parten de el Ayuntamiento,  pasan por la Iglesia, la Comandancia General, el Parque de Artillería, la  Catedral, para girando por el último edificio de la cúpula, volver de nuevo  a  pasar frente al Ayuntamiento. Cuándo  pasan bajas, notamos como un silbido, nos agachamos  y casi nos rozan las cabezas. Ellas, tienen  sus nidos de barro debajo de los balcones del Ayuntamiento; ahora, a  los poyuelos ya le han crecido las  plumas;  y ahora  los padres, como amorosos maestros, les  enseñan las últimas lecciones en el aprendizaje «del arte de volar»  Van y vienen, giran y giran alrededor de la  plaza; una, dos, tres…diez, veinte, treinta…nos cansamos de contar…Algunas, en  un tirabuzón esplendido, se elevan en un instante por encima de los árboles y  de los tejados;    y se pierden allá  arriba en el cielo ceniciento,  en otro  carrusel interminable al pie de los Cúmulos y los Nimbos que pasan asombrados.
 Cuando las últimas lecciones hayan sido  aprendidas, y los más jóvenes extiendan y batan   las alas   con la presteza  y la maestría   necesaria  para   realizar un largo vuelo; ellas, las  golondrinas,  emprenderán  su  éxodo  anual a otras tierras más cálidas.  Abandonaran  sus nidos  debajo de los aleros y balconadas del  Ayuntamiento y de los edificios contiguos,  y emigraran a otros horizontes allende  nuestras plazas y nuestras calles de Ceuta.¡Dios mío!, ¿Por qué se tienen que  marchar? Nosotros, los niños, no le arrojamos piedras ni las maltratamos, por  qué, entonces, tienen que marcharse; por qué nos abandonan y ponen rumbo al  Sur…
 A la primavera siguiente, sin que nadie  sepa cómo ni por qué, en una mañana   clara, azul, de cristal… volverán a oírse sus trinos; y en la misma  plaza, debajo de los aleros y balconadas del Ayuntamiento, volverán a reconstruir  sus nidos; y desde los más alto, allá en el cielo, junto a las nubes, bajarán,  y como siempre comenzarán a dar vueltas y más vueltas en un carrusel interminable.  Algunas, volaran  cercanas, casi rozándonos  las cabezas; otras,  lo aran  más altas, casi rozando el tejado rojizo de la  iglesia de Nuestra Señora de África…. y los campanarios de la Catedral.
 Ha llegado el otoño, ya nadie lo pone en  duda, y las hojas caducas  han ido perdiendo  su frescura  y su color verde natural;  y ahora,    van adquiriendo un tono  amarillento, enfermizo,  como si supieran  que su ciclo vital ha terminado. Y aún aguantaran unos días, pero enseguida, de  manera inexorable irán cayendo; y algunas en una brisa repentina revoletearán  y permanecerán suspendidas en el aire unos  instantes, para luego caer en cualquier jardín o en cualquier plaza donde haya  estado su árbol.
 Ha llegado el otoño, y nosotros nos  encontramos tirados en los guijarros redondeados de la ramblilla jugando  a las «bolas». Y aquel Cúmulo blanco, redondeado y alto como una montaña,  se ha ido poniendo cada vez más negro cuando se ha abrazado con un Nimbo; y al  final, sin intención, en un juego, casi en una travesura, nos manda su lluvia  en tromba, a raudales, como se si hubiera roto el cielo… a cántaros. Nosotros,  perseguidos por un relámpago y un trueno capaz de romper los cristales,  corremos ramblilla arriba hasta refugiarnos debajo de la protección  del  Jazmín,  que está, junto a la entrada de la   puerta  de mi casa  y los escalones que dan al patio de “Arriba”
 Es la primera lluvia y estamos excitados y  alegres. Tenemos la cabeza chorreando por está lluvia inesperada y traicionera  que llega sin avisar… Alguien, que viene de arriba, pasa y nos dice:
 -¡Bendita lluvia, que lava las calles y riega  los campos!
 Y lleva también la cabeza chorreando  de agua, y se la toca con las manos, y cuando  siente el frescor, las baja, se las mira y con una sonrisa inmensa, como  poseído por una fuerza  extraña,  vuelve a decir:
 -¡Bendita lluvia, que lava las calles y  riega los campos!
 Nosotros, absortos, prendidos en la  magia  del momento, sin poderlo evitar,  también poseídos por esa fuerza.  le  contestamos:
 -¡Bendita lluvia, que lava las calles y  riega los campos!...
 En   los tejados resecos por el sol del verano, el agua de lluvia, ha ido  gota a gota deslizándose por las tejas hasta llenar a rebozar los  «canalillos»1 y después en  un golpeteo incesante de rumor de aguas descender por los bajantes hasta  desaguar en las losetas  de los  aljibes2.
 Desde cada puerta  del  patio, una niña, canta una canción. Y al momento, otra niña le responde  con la misma canción…
                                  ♫«Que llueva,  que llueva,      la Virgen  de las cuevas,
 los  pajarillos cantan,
 las  nubes se levantan.
 que llueva  un chaparrón,
 que moje a mi  vecina
 y a mi no.
 Que le rompa los  cristales
 y los míos  no. »♫
 
 El rumor del agua  resbalando por las tejas  y resonando en  los  canalillos, para después retumbar  con más fuerza en los bajantes de los desagües, todavía nos acompañará durante  un tiempo.  El otoño nos entristece y la  gente ya no ríe como  antes, como cuando  el sol se prolongaba todo el día…; pero sin embargo, el otoño, nos trae el  rumor de la lluvia, y mi cabeza se moja beso a beso con las  gotas que caen entre las hojas siempre verdes  del jazmín de mi puerta….
               En Cádiz, a las 11:11h. de  30 de septiembre de 2.007                                                                                                  Manuel  Castillo  Sempere
 
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            PLATERO Y DON JOSÉ SOLERA BARCO «¡Alma mía, lirio en la sombra! -Dije.  Y pensé, de pronto, en                                                                       Platero, que aunque iba debajo de mí, se me había, como  si fuera                                                                         mi cuerpo, olvidado. »
      Por  las tardes, algunas veces, Don. José Solera,  nos leía algún trocito de «Platero y yo»,  el librito que Juan Ramón Jiménez, escribió  para los niños… ¡Qué emoción!  ¡Qué  sensación  de paz nos embargaba de su  lectura!....Eran tardes azules, azules, azules…Y recuerdo, como una impronta,  por su melancolía y por su belleza varios de aquellos capítulos. Me acuerdo de  la «niña chica», ella lo llamaba de manera amorosa de todas las formas  que acertaba a decir: «¡Platero! ¡Platerón!, Platerillo” Platerote!  ¡Platerucho!»  Ella, como  dice Juan Ramón: «Navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie  se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: « ¡Platerillo!...  Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada  lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!» Ella navego para siempre, en  su cuna alba, a los confines azules y cárdenos donde habita Dios…Él, Juan  Ramón, apuntaba: «Desde el cementerio ¡como resonaba la campana de vuelta en  el ocaso abierto, camino de la gloria!...Volví por las tapias, solo mustio,  entré en la casa por la puerta del corral y huyendo de los hombres, me fui a la  cuadra y me senté a pensar, con Platero.»Don José, cerrando el  libro y con la emoción todavía en sus ojos   decía con dificultad:-Recojan sus cosas y salgan al pasillo.
 Nosotros en silencio, con pausa, recogíamos nuestros enseres y salíamos  al pasillo, pero en nuestro interior, como una madreselva que trepa a la luz,  también trepaba en nosotros un sentimiento de ternura, de compasión, de pertenencia  a todos los lugares y a  todas las  existencias  nacidas en este paraíso. Era  un sentimiento de unión con la naturaleza, con lo inexplicable…
 Tengo unidos en la memoria a Juan Ramón y  D, José, uno compone  la elegía, y el  otro, con   aquella voz tan clara, «de  serial», nos recitaba palabra a palabra, párrafo a párrafo, algunos de los  capítulos que su sensibilidad escogía…
 ¡Cómo se puede olvidar aquellos momentos  únicos y mágicos, sentados  junto a los  pupitres y absortos en la recitación, que como  un mantra oriental, iba dejándonos caer nuestro sensible maestro, en nuestras  almas…!
 ¿Qué une a un maestro y a un discípulo?  ¿Qué extraño sortilegio hace que se unan dos voluntades y queden unidas para  siempre en el recuerdo? ¡Maestro y discípulo!   De una parte agradecimiento, respeto; de la otra, plenitud entrega…Si yo  dijera: prisión, tú me dirías: alas; si yo pronunciara: cansancio, tú  apuntarías: dedicación; si acaso en última instancia yo te anunciara: olvido,  tú, con una generosa sonrisa, harías comprender mi error…Luego, me despedirías  con un beso…
 También, recitabas:
 -«Platero  es pequeño, peludo, suave; tan blando por  fuera, que parece de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache  de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.»
 Y yo, que nunca supe lo que significaba «azabache», no sé por qué, al instante, pensaba en mis dos zapatos de charol negro que mi  madre, como un ritual religioso,  me  ponía las mañanas de los  domingos. Y que  a pesar de sus recomendaciones, siempre volvía con las puntas arañadas de  golpear cualquier lata o cualquier piedra que me encontrase en el camino…
 Todo el mundo necesita de hablar con  alguien;  algunos hablan con los amigos,  otros con sí mismo, los hay que incluso con Dios…Juan Ramón, eligió hablar con  su alma, y para ello no eligió a un ángel   o a una hada, sino que eligió al ser más humilde donde los haya, y  eligió a Platero, él sabrá por qué consumó esta humildad…:
 -«¿Quiénes serán ese hombre enlutado y ese  burrillo de plata?
 …Después, hemos seguido hasta la mar blanca,  yo delate, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda…
 …De vez en cuando, Platero, deja de comer,  y me mira…Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero…
 …y, al fin confiado, pisando seco y  duro  en los ladrillos, se entra conmigo  por la casa...»
   En Cádiz, las 2013h. de 19 de octubre de 2.007                                                                              Manuel Castillo  Sempere
 
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   Capítulo XCII
                                                           LA CRUZ DE MAYO 
                      
                        
                          
                                 «Dios esta  azul. La flauta  y el tambor anuncian ya la cruz de primavera….
 ¡Vivan las rosas, las rosas del amor….!
 Cuando florezca la cruz   de primavera,
 yo te querré con todo el corazón….
 Ya floreció la  cruz  de primavera.
 ¡Amor, la cruz, amor, ya floreció…¡»
 
 Juan Ramón Jiménez
     La primavera en todo su esplendor,  ¡Mayo!, y la ¡Cruz!, como símbolo de Cristo, el Salvador de los hombres… En  Andalucía y en otros lugares de España,   se celebra cuando llega el mes de mayo,   la fiesta de la Cruz. En nuestra ciudad, se copiaba también esta  añeja tradición, celebrándose  con  alegría en muchos de sus antiguos patios. Y el nuestro, era uno de los  afortunados donde esta costumbre, “La Cruz de Mayo”,  estaba bastante  arraigada.   Algunos de los chiquillos montaban una pequeñita en su casas -Marianito1,  el hijo de Pepa la «Mana», era el que tenía  más gracia para estos menesteres, de tal  suerte que  sus Cruces de Mayo, eran las  mejor adornadas y las más vistosas-, sin embargo aquel año, montamos una  para todos, debajo de la ventana del comedor  de mi casa, junto a las exageradas flores blancas del  trompetero que allí crecía. Fuimos, a la  tienda  de Manuela la «Valenciana», y le pedimos a Andrebet, varias cajas de madera -de las  que contenían los botes de leche condensada  del «Bebé Holandés»-; a continuación las colocamos simulando un pequeño altar,  y llamamos a las vecinas  para que lo  adornaran con alguna tela apropiada para la ocasión. Ellas, intercambiaban  opiniones acerca de la mejor  forma de  engalanar aquellos irreverentes cajones de madera, y convertirlos en algo que  realmente mereciera la pena a los ojos de los demás.
 Así, que después de mucho  discutir y de empeñarse cada una de ellas en cubrirlo con este mantel  o con aquella   colcha, Josefina, la madre de los Gaonas, trajo un enorme pañolón color  marfil, que colocaron encima de una sabana vieja -que socorridas aquellas  sabanas viejas, que servían igual para un roto que para un descosido- que  llevó mi madre.
 El decorado parecía que iba  tomando cuerpo, así que, de cada casa fueron trayendo motivos religiosos  apropiados para adornar el escenario en ciernes: Maria«Machanga» e  Isabelita, trajeron    cuadros de la Virgen del Carmen y del  Nazareno; África, una cruz de madera, con el Crucificado expirando, que  enseguida colocaron en los más alto, a modo de capitel y en consonancia y significado  con lo que se celebraba. A los niños, nos mandaron  al huerto de Maria Vera, con «patente de  corso», para decomisar cuantas rosas y demás flores  pudiésemos «apañar». Así, que pasado  un rato,  aparecimos como bucaneros de un  bajel pirata, con un cargamento  de las  más hermosas rosas,  que se cultivaban  primorosamente  en el huerto transido de  belleza y de sueños de María Vera.   Nuestras madres, por esta vez en connivencia,  no nos regañaron nuestro atrevimiento, sino al contrario, aceptaron nuestro  arrojo, con una sonrisa tácita de complicidad.
 Aquí, y allá, de dispusieron jarroncitos  y algún que otro vaso con agua, con los mejores claveles y geranios del patio;  rojos como la sangre, para que sobresalieran contra el pañolón marfil de  Josefina. Los niños, aún tuvimos, como premio a nuestra inocencia, la  oportunidad  de colocar en todas las  esquinitas   del nuestro altar, los recordatorios de nuestra primera comunión…
 La Cruz de Mayo, no sólo quedó  durante buena parte de este mes de primavera,  adornando el rincón de mi ventana;  sino  que aún, continua imborrable  en la  memoria de mis recuerdos infantiles. Y de tal manera es así, que cuando abril  deja la primavera en manos de mayo,   como un instinto atávico, antiguo, sin saberse  por qué, la nostalgia me toca con sus dedos, y en una noria de recuerdos vivos,  me hace sentir los sentimientos de aquellos días donde unas mujeres y unos  chiquillos, con rosas robadas y claveles y geranios rojos, levantamos la  más sencilla, pero a la vez, la más hermosa  Cruz de Mayo…
     En Cádiz, a las  1436h. de 25 de agosto.      
                                                                               Manuel Castillo  Sempere ________     1 Marianito, seguro que al igual  que yo, cuando el calendario alcanza mayo, se acordara de aquellas Cruces de  Mayo, que con tanto primor él mejor hacía; y seguramente de aquella primera  afición a la primavera y a lo religioso, le vendrá su afición por los pasos de  la pasión de Cristo; pues todos los años, a golpe de tradición,   se le  puede encontrar al pie de la Semana Santa de nuestra ciudad; y si esto fuera  poco, en agosto, por la feria, lleva a su cargo la caseta, que como no podía de  otra manera, se anuncia: La Trabajadera.   | 
    
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 .jpg) Capítulo XCV
                                                        LA  MOCHILA II       ¡Buenos  días!, al alba, como os anuncié, he estado en vuestras calles  y con la agudeza de ojos de un azor* he  comprobado como el pretérito y la tradición habitaban amorosas  en el alma de vosotros, niños de Ceuta…Seguro  que en  un banco de la plaza de África, o  en la baranda verde, o en los escalones,   habréis desgranado una granada  buscando  ávidos sus semillas rosas… Otros, habréis escogido la paz de San Amaro y la  atalaya de San Antonio, para romper las duras cáscaras de las  nueces y las almendras, después ya es fácil:  sólo hay que dejarse llevar por el sabor…Los que han elegido los senderos y los  bosquecillos en los alrededores de los pantanos, el Mirador, Calamocarro y  Benzú, sentirán sin duda-como yo lo sentía-la dimensión definitoria del espacio  de la Ciudad…Sentirán a Ceuta como un sueño y una realidad a la vez…Es más  bella mirar a Ceuta desde   los pinos del  Hacho, pero la verdadera dimensión de la  Ciudad, se siente, indudablemente, desde  poniente… poseyendo casi al alcance de la mano, la leyenda en piedra granítica  de la Mujer Muerta. Mi amor a   Ceuta, es casi físico, casi  como  el amor a una mujer…Hace treinta y siete años que abandoné el ámbito material  de sus calles y de sus atardeceres; y ahora, sus recuerdos son existenciales,  posiblemente metafísicos, tal vez fuera de la realidad…pero al cabo, son tan  hermosos, que es mejor dejar que sea el susurro de las agujas verdes de los  pinos, quien en la brisa azul del poniente ponga   su última palabra…
 Disfrutad pues, del día de los Tosantos…Sí,  ya lo sé, no me regañéis; yo también he nacido en vuestra Ciudad, y sé, desde  hace muchos años,  que en Ceuta, hoy: uno  de noviembre, es el día de la «Mochila»…El tiempo no existe ni la  distancia, es solo una ficción nuestra, una advertencia a nuestra ceguera. Yo,  no tengo esos límites, y aunque no me creáis yo estaré todo el día entre  vosotros, y a la tarde cuando el sol se pierda irremediablemente al Oeste y  volváis de regreso, yo os seguiré con la mirada y  sin que os deis cuenta, en silencio, os diré  adiós…
 En aquellos días, en que yo era como  vosotros, al regresar a casa después de callejear toda la jornada la talega  blanca de la Mochila, después de rozarla por todas las esquinas, había  perdido su originario color, y mi madre que la había confeccionado en su  maquina de coser, al verla de esa guisa, movía la cabeza con resignación y  apuntaba:
 -Habrá que  hacerle una talega nueva para el año que  viene, la trae negra y llena de manchas, ni lavándola se la  podremos  quitar.
 Pero, el año que viene, quedaba aún  muy lejos,   y yo, por un día, el día de la Mochila, había conseguido ser  libre, y por añadidura, el ser más feliz del mundo…
         Cádiz,1132h.  1 noviembre de 2.007
                                                                     Manuel  Castillo   Sempere ________
 * Al escribir esta palabra se me ha venido el recuerdo de mi profesora de  Lengua Española, la admirable Sta.   Valderrama, ella en sus magnificas xplicaciones nos decía:   «Azorín»-maestro de la narrativa y de la  estampa- eligió  este seudónimo con la  intención de emular para sus escritos,   la misma agudeza de observación que el azor poseía desde lo alto de  su  apostadero.
 
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  Capítulo IX
                                                   UN FANTASMA       Aconteció,  que África, mi madre y mi tía  Tere, se reunieron en el comedor de mi casa  para realizar unas labores de costura. Estuvieron toda la tarde remendando y  cosiendo toda la ropa que tenia falta de arreglo. Desde la cocina, en el otro  lado de la casa, se escuchaba el traqueteo de la maquina de coser de mi madre.  Las cuentas de multiplicar y dividir que me había puesto el maestro, eran  interminables; así que yo estaba más pendientes de las conversaciones de las  mujeres que de los aburridos deberes que al otro día, indefectiblemente, tenía  que llevar al colegio.Bien entrada la noche, las mujeres acabaron  su trabajo. África recogió su ropa  y demás utensilios de coser y se encamino a  su casa. Mi madre y  Tere, una vez  recogida y ordenada la costura, se dispusieron   a acostarse.  Una vez en la cama y  cuando estaban a punto de conciliar el sueño, empezaron a escuchar el ruido que  producía  un carrete  de hilo al moverse por el comedor. El carrete  se movía un momento, y al instante se paraba, luego pasado un rato, volvía a  moverse, hasta pararse  de nuevo. Las  pobres estaban cada vez   más asustadas  El carrete continuaba moviéndose y   deteniéndose  sin parar, sin que  aquello tuviera visos de terminar de una vez. El miedo se había ido apoderando  de ellas, y ya estaban presas del pánico más infernal. Se llamaban una a la  otra continuamente para reconfortarse y darse valor ante aquella situación tan  extraña, que las llenaba de tanto temor.
 Mi padre estaba haciendo su servicio en el muelle de la “Puntilla”, y su  turno no acababa hasta las seis de la mañana. Así que ante la posibilidad de  estar toda la noche sin pegar un ojo, se armaron de valor, y en un ataque de  locura, se decidieron a levantarse y ver quien estaba moviendo el carrete. Las  mujeres dejaron las camas y se apostaron en la puerta del dormitorio que daba  al comedor, esperando encontrar por fin, al fantasma causante de aquel  misterio.
 Para su sorpresa y tranquilidad, no había ningún fantasma en el comedor,  solo un carrete que se movía y golpeaba la puerta de la calle. ¿Pero por qué se  movía el carrete? ¿Quién lo estaba moviendo? ¿Y quién estaba detrás de la  puerta?
 Mi madre y mi tía, miraron por la cerradura y no vieron a nadie. La  noche estaba en completo silencio y no se escuchaba absolutamente nada;  abrieron la puerta y comprobaron efectivamente que en el  patio no había nadie. Tomaron el carrete en  sus manos, y observaron que el hilo atravesaba todo el suelo del patio, y se  torcía precisamente en la esquina de la casa de los Vallejos. Ya más  tranquilas, pero presa de la mayor de las curiosidades, se encaminaron para la  vivienda de África.
 Emilio Gaona, que venia subiendo la Ramblilla y algo alegre por algún  vino peleón, al ver  a las mujeres,  empezó a gritar: ¡Qué pasa ahí! ¡Qué pasa ahí…!.Los vecinos ante tal algarabía,  empezaron a salir de sus casas asustados. África, escucho los gritos y también  salio a ver que pasaba. Mi madre y Tere, le enseñaron el carrete, y comprobaron  llenas de perplejidad, que África llevaba en su bata el extremo del hilo del  carrete; así que cada vez que  África  andaba en su casa, también se movía el  carrete en la mía.  El  hecho no podía ser más cómico, de tal  manera, que durante un  buen  rato no dejarían  de reírse, y cuando al fin paraban y  sus miradas se encontraban,  a la menor insinuación, volvían de nuevo a  reírse sin ningún pudor que las hiciera callar.…
 Una vez desentrañado el misterio, todos por fin, pudimos irnos a dormir,  el fantasma se había desvanecido como una de las muchas cosas que pasaban a  diario en nuestro patio. Pero aquello, durante muchos días, sirvió  para el entretenimiento y las risas de todos  los vecinos…. Y aún hoy, pasado el tiempo, en las noches frías del  invierno,  cuando el viento nos atemoriza  con sus constantes silbidos y  hace  inclinar las ramas sobre mi ventana, me acuerdo, entonces, de aquel fantasma  que solo habitó- prisionero, afortunadamente de los silencios-en el miedo  atávico de las  mentes  asustadas de aquellas mujeres...
 
      En Cádiz, a  4 de Noviembre  de    2.006                                                                              Manuel  Castillo   Sempere | 
    
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                                                                       Capitulo IXC
 SEMANA SANTA
     Cuando  rompe la primavera, allá por marzo o abril según el año, llegaba la Semana  Santa…Cuando los azahares de los  naranjos amargos de las puertas del  Ayuntamiento,  abrían sus pétalos blancos  e  inundaban  con su fragancia  todo el entorno de la plaza de África,  entonces es que llegaba la Semana Santa…Cuando los cielos,  sin avisarnos, ora se anunciaba en un  aguacero, ora  se vestía de azul, para  más tarde volver a dejarse sentir, entonces es que llegaba la Semana Santa…Pero antes de los días de la Pasión,  los curas llegaban a los colegios y realizaban con nosotros una «semana de  ejercicios espirituales». Día a día nos enseñaban los misterios de los  Evangelios, y nosotros, bien adoctrinados en la   fe católica, escuchábamos sus enseñanzas con la atención y el temor que  correspondía a la época. Pero el sábado por la mañana, después de dar varias  vueltas al patio cantando el «Dios te salve María», confesábamos  nuestros pecados, y nos marchábamos para casa limpios y puros  con el alma más reluciente que  una patena… ¡Ah!, aquella  semana de ejercicios espirituales, ya  no volverán más; ahora se ha puesto más caro la absolución de nuestras  deudas…  Bastaba una semana, y ya podías  sentir a, Jesús, como un amigo cercano   dentro de tu corazón. Aquella semana, prometía convertirme, lleno  de  devoción y arrepentimiento por mis  pecados-que pecados podría tener un niño de   siete u ocho años-en un Santo; pero era flor de un día, al poco volvía a  las andadas, como si los azahares de los naranjos amargos del Ayuntamiento me  hicieran olvidar,  con su olor infinito,  mis promesas ofrecidas  en la comunión  del Domingo de Ramos…
 Cera, incienso y azahares…banda de cornetas  y tambores, saeta  al cielo, hasta  golpear en las heridas del Crucificado y en la amargura de su Madre, que va  tras Él, sin consuelo…Desde el Príncipe, baja el Medinaceli, al Cuartel de  Automovilismo, desde el Príncipe vengo con mi Yaya, con una vela encendida,  rezando lo que ella reza....  Desde la  Iglesia de África, bajando desde la «Brecha» viene el Nazareno  arrastrando la cruz; su Madre, desde la calle de la Muralla, le da el  «encuentro» en el Puente Almina, silencio, recogimiento…el Nazareno se  levanta, hacia el cielo, a golpe de brazo, a golpe de sentimiento, la gente  llora, la gente aplaude-¡emoción!- hasta romperse las manos.  Los niños, sin habla, turbados, en silencio,  pensamos: Jesús, si me dejaran, si yo pudiera, te ayudaría con la cruz, “pa”  que no sufrieras…¡Al cielo con Él!, el Nazareno, sigue adelante, calle  Real  arriba; la Legión, costaleros de su  Dios, lo lleva  hombro con hombro…; la  Legión lo mece, lo levanta,   a golpe de  brazo, a golpe de sentimiento… Su Madre, se va tras Él, con amargura, sin  consuelo… La Legión lo mece, lo levanta…
 En aquellos días, desde que el señor  expiraba en la cruz, el sentimiento de lo religioso, de lo trascendente nos  tocaba  de alguna manera. La ciudad  paralizaba su ritmo, y la música, los cines y los lugares de diversión  se adormecían durante unos días.
 Desde las iglesias, las cofradías, sacaban  a sus «pasos» año tras año, calle por calle, y  esquina tras esquina, con la devoción y la fe  que da   el  saberse protegido por el sentimiento de lo  sagrado. El pueblo, respondía, agolpándose a lo largo de la «carrera» para  ver pasar un momento, al Cristo o la Virgen, deseados y deseantes de su  fervor.  Algunos, prolongaban aún más  esta atadura, y conscientes de ello, se arremolinaban en la recogida de la  procesión, para, santiguándose al paso de la imagen,  verla entrar   por última vez  entre los aplausos  y la emoción de los conmovidos presentes.
 El   Viernes Santo, por fin, se cumple   mi ilusión, como la  de tantos  niños en estos días.   A la entrada del  parque de Artillería, la procesión del  «Descendimiento» está a punto de  iniciar su recorrido  oficial; vamos vestidos los penitentes con   capirote  y capa del  color del cielo,  túnica   y guantes del color de la pureza. El Señor, ya muerto, lo descienden de  la Cruz a los brazos de su Madre.  Ya he  salido en una procesión, como Juan Antonio, que sale, en el Medinaceli; como mi  primo Pepito y mi hermano, que salen en el   Santo Entierro; ya soy como ellos, lo que soñaba ser: ¡un penitente!
 Y el sábado, el Santo Entierro, el último de  los pasos, el Cristo  yaciente ¡Qué  dolor! ¡No quiero verlo!, pero sin embargo es verdad ¡El Señor esta bien  muerto! Pero ya sólo faltan   unas  horas…a  la madrugada del domingo, al  tercer día, Jesús de Nazaret, el  Hijo de  Dios encarnado, ha resucitado   a la  vida  y ha vencido a la muerte. ¡Oh,  Jesús, no nos dejes más en las tinieblas de nuestra soledad! ¡Oh, Jesús, te lo  pedimos desde la desesperación, no nos dejes más, por caridad! ¡No, no, por  compasión, no  nos dejes más…!
 Es Domingo de Resurrección, ¡Aleluya!  ¡Aleluya! ¡Aleluya!...los niños del patio, sin saberse por qué, como  obedeciendo una orden que nadie ha dado,  hemos ido recogiendo latas, las hemos atado a unos cordeles,  y como poseídos por una alegría sobrenatural,  vamos arrastrándolas  por todo el  callejón del Asilo, hasta llegar al Ayuntamiento y a la plaza de África.  Alguien, al oír toda aquella algarabía de risas, gritos y el retumbe de las  latas contra los adoquines, exclama:¡Ha resucitado Cristo! ¡Dios, ha  resucitado!...
                                                 Manuel  Castillo   Sempere-ceutaenelcorazon.es | 
    
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