Fábulas y Leyendas
 

 

EL PINEO
                                                                                                                        « A mi sobrina Yasmina, con el deseo
                                                                                                                            que  esta leyenda sea de su agrado.»

 

 Los viejos del lugar, contaban que cierto día de bonanza, cuando la bahía sur de Ceuta se encontraba en estado de “calma chicha” o mar blanca. Jugaban en la playa de Miramar, un grupo de bellas muchachas lugareñas. De entre todas, había una que sobresalía de las demás, por sus formas más delicadas. Sus bellos cabellos rubios, caían como cascada de oro sobre sus hombros. Sus ojos, grandes y azules, realzaban una belleza donde sobresalía por su sensualidad, sus labios. Donde una eterna sonrisa  dejaba ver la hilera de dientes de un blanquísimo marfil. Vestía con una túnica blanca, sujetada a la cintura con una cadenilla, que la ajustaba al cuerpo, ayudando a resaltar aun más su silueta de diosa griega.
    Cuando más distraídas estaban, corriendo y jugando sobre la playa. Donde la bajamar llenaba el ambiente de un aroma inconfundible a marina. Una gigantesca ola apareció de improviso, inundando toda la playa y lo que podría haber sido una gran desgracia por la aparatosidad del suceso, quedó momentáneamente en un susto. Solo que más tranquilas y reposadas, todas aquellas muchachas, se dieron cuenta que faltaba Yasmina, la más bella entre tanta belleza.
    La pobre Yasmina, se vio arrastrada por el agua y cuando se vino a dar cuenta, comprobó aterrada, que atrapada entre las fauces de un monstruo marino, era conducida a las profundidades del mar.
    En su desesperación y ahogo, sintió de pronto, que el terrible monstruo frenaba en seco su carrera. Que alguna fuerza brutal, abría las fauces de aquella criatura infernal, liberándola de la desagradable presión, que la tenia sujeta.
    De improviso se sintió bien, respiraba como un pez y era conducida con extrema suavidad a la superficie. Llegando a ella, giró sus bellos ojos hacia su salvador comprobando que se trataba de un bello y hermoso tritón.
    -Gracias -logró pronunciar aun muy asustada. ¿A quien debo agradecer me haya salvado la vida?
    -Soy Pineo, el tritón y ejerzo mi dominio entre Punta Almina y Cabo Negro. En esta zona soy el rey, y si la quieres conocer, yo gustoso te enseñaría cada día un lugar.
Ella no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Se veía en los fuertes brazos de un hombre, aparentemente normal de cintura hacia arriba y pez el resto de su cuerpo y en vez de gritar llena de terror, se sintió segura. Tan segura como jamás lo estuvo. La mirada de aquel hombre, tan llena de ternura y la protección de aquellos brazos, la hacía sentirse bien, tanto que hubiera deseado eternizar aquel momento.
El la condujo suavemente hasta la orilla y una vez en ella, ambos jóvenes, quedaron en verse todas las mañanas en la playa y efectivamente ella fue siempre fiel a su cita.
    Cuando ella llegaba, él que la aguardaba posado sobre una piedra, salía a recibirla y asiéndola suavemente entre sus brazos, la adentraba en las aguas. Hoy las Manchas, mañana las Piedras Blancas, el Salchás, el Canto Tierra, la Ribera, el Canto Afuera, así un día sí y otro también, Yasmina y El Pineo, cada día más y con una fuerza arrolladora, se enamoraron el uno del otro, de tal manera, que cada día los paseos se alargaban, se hacían más duraderos y por el contrario a ellos se les hacía más cortos.
    Yasmina, con el don de respirar igual que un pez, estando en los brazos de su amado. Contemplaba asombrada, como Dios con su infinito poder, había dotado el fondo del mar de tan singular belleza. El la obsequiaba con collares de perlas hermosísimas y corales negros y rojos, pero su gran felicidad consistía en ir en los brazos de Pineo y contemplar aquellos fondos tan bellos. O entregarse a un amor desenfrenado allá en las profundidades, amor sin tapujos que solo dos corazones limpios  y sinceros pueden lograr.
    Así eran de felices los dos enamorados. Hasta que un día ella no acudió a la cita, ni lo hizo más. Una cruel enfermedad se apodero de la bellísima Yasmina y en pocos días, Dios la reclamó para su reino.
    Cuando Pineo supo el fin de Yasmina, se le rompió el corazón y llorando su amargura, se posó en el mismo lugar donde siempre la esperaba. Allí quedó petrificado. Frente aquella playa, que fue escenario de inolvidables momentos de pasión, con su bella amante y aún permanece en el mismo lugar, esperando, desde hace miles de años, con la esperanza que algún día vuelva su amada.
    Las gentes, cuando ven la piedra del Pineo, suelen decir que tiene la figura de un toro sentado. Otros que parece un león tumbado. Pero solo los habitantes del mar saben que es Tritón, su rey. Que espera paciente el regreso de su amada, la bellísima Yasmina, que tal vez algún día…

 

    Algeciras, 2 de junio de 2008.
                                                        

                                                                     José María Fortes Castillo.

 

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LA SIRENA

 


En los años de mi infancia, era costumbre de los armadores de barcos de pesca, tender sus redes  en el muelle Cañonero Dato -donde ubicaban la feria-, con el fin de remendar tantos rotos que se originaban en los enganches en piedras o el ataque de los bichos1
    Con el buen tiempo, era frecuente que mi abuelo me llevara, gesto que yo agradecía encantado. Me entregaba  un trozo de red y una aguja con hilo y yo de inmediato, siguiendo la costumbre, me descalzaba como veía que hacían los mayores. Sintiéndome importante y todo un hombrecito. Esto duraba un rato, porque de inmediato me calzaba de nuevo, para ir a coger mariposas ya que allí este insecto era muy abundante.
    Una mañana, estando remendando junto a mi Chache, le dije; ¿porque no me narras el cuento de la Sirena?, y él como siempre se prestó gustoso a complacerme:
    Hace muchos, muchos años-tantos que yo no había nacido, ni mi padre, ni mi abuelo- que Ceuta era un presidio, donde los reclusos menos peligrosos andaban libre por la ciudad y tenían que ir al hacho solo a dormir.
    Uno de aquellos presos cumplió condena, y por no tener dinero porque era muy pobre no se pudo ir a la Península y tuvo que quedarse aquí.
    Su condición de antiguo presidiario, le cerraban todas las puertas, sobre todo cuando iba a pedir trabajo. El caso es que debido a su pobreza no tuvo otro remedio que sobrevivir alimentándose de mejillones, lapas y percebes que por entonces eran muy abundantes en las piedras que hay más allá de San Amaro.
    Entre el Odión y Punta Almina, el lugar que te señalé el día que fuimos a la isla del Perejil en el barco, se daban los más grandes y sabrosos de toda esta costa; y por  este motivo, Pepito,  era el lugar que el expresidiario más frecuentaba buscando el sustento -el abuelo narraba y a la vez, de su cosecha, añadía pequeñas explicaciones.
    Cierto día, estando en aquellas piedras mariscando y lamentándose en voz alta de sus desdichas y penurias, vio removerse bruscamente el agua y de ella surgió la figura de una bellísima sirena.
    El hombre quedo maravillado de tan singular belleza. Estaba recostada sobre una piedra, dejando entrever sus desnudos pechos entre sus largos cabellos de un intenso color negro azabache, y que adornaba con una diadema hecha de pequeñas estrellitas de mar, perlas y corales.
     Con voz dulce y armoniosa le dijo suavemente:
    -Llevo observándote mucho tiempo y se de tus calamidades. Te quiero ayudar pero con una condición: que te cases conmigo dentro de un año.
    -Acepto, pero si es verdad que me vas a ayudar como has prometido-respondió aquel hombre.
    Desde aquel día, el expreso no dejó de acudir a la cita con la hermosa sirena, y aquel hermoso lugar, fue testigo de veladas interminables donde a la luz de la luna llena, dos jóvenes corazones se entregaban el uno al otro, con una pasión sin freno y plena de felicidad. Pasado estos momentos, ella le hacía entrega de  varias monedas de oro y plata. Con las que aquel hombre, se convirtió en un rico mercader. Introduciéndose  en la sociedad ceutí  debido a su dinero. Y los que antes le volvían la cara por su pobreza y condición de expreso, ahora, querían ser sus amigos.
    Fueron pasando los meses y  aquel hombre poco a poco se fue introduciendo en la sociedad ceutí, relacionándose con la gente importante de la ciudad, y dando lugar a  que en toda Ceuta se corriera  la voz de su boda con una señorita de la alta sociedad local.
    Al poco tiempo, aquel ingrato amante contrajo matrimonio con la noble señorita, olvidando a la sirena y su promesa.
    La pobre sirena lo esperaba inútilmente todos los días y noches. La tristeza fue llenando poco a poco su corazón… y a tal punto llegó su tristeza, que un día adivinando que su enamorado jamás vendría por ella, se adentró en la soledad del mar sin que hasta ahora nadie le haya vuelto a ver surcar de nuevo las olas. Dicen algunos lugareños, que a veces en los melancólicos días de otoño, al atardecer, en los acantilados que dan al mar, si pones atención, tal vez escuches algunos lamentos de aquella antigua tristeza que la brisa del mar hace confundir al balancear los altos pinos del hacho.
    Desde entonces y en homenaje al tremendo amor que se vivió en aquellas rocas, fue conocido el lugar como: «Las piedras de la Sirena»    Y a pesar de que sé que es solamente una leyenda, yo, sin embargo, espero que al fin, la Sirena, con sus lamentos, haya hecho recobrar del olvido  a su enamorado… 
 
                                        
            Algeciras, 30 de mayo de 2008
                                                   
                                                                          
                                                                                                 José María Fortes Castillo

 

 

 

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LA LEYENDA DEL MOLINILLO

 

    Es increíble, el cambio que nos ha dado la vida en los últimos cincuenta años. Hemos pasado de los contadores de historias y sucesos, que iban por mercados y plazas, contando o cantando los hechos más populares del momento. Aun recuerdo cuando se ponían en la entrada del Mercado de Abasto, o cualquier otro sitio del Puente Almina, con un gran cartel a modo de comic y una vara con la que iba señalando el momento y la escena, a la vez que lo narraba. Y todos allí embobados escuchándolos hasta el momento de pasar el plato, que faltaba tiempo para darse el bote.
    Ahora, la informática,  los juegos electrónicos y la televisión, han hecho desaparecer aquellos romanceros entrañables. Incluso los cuentos y antiguas leyendas que los abuelos les contaban a sus nietos con el fin que se durmieran.
    Mi abuelo José, «el Chache del Patio», me contó en repetidas ocasiones, una que probablemente también su abuelo le contaba a él, que se refería a la salinidad del mar y comenzaba así:
    Vivía en Almería un mercader que poseía un gran barco y con él llevaba sal a Oran a vendérsela a los berberiscos argelinos. En aquellos tiempos el agua del mar era dulce y la sal valía muy cara.
    El mercader compraba la sal a un mago que vivía en Piedra Negra, pasado el Cabo de Gata. Cuando llegaba con su barco y lo fondeaba, de inmediato se acercaba el mago en un bote, llevando un molinillo con él. Cuando el mago subía al barco cogía el molinillo y le decía:
    -Molinillo, molinillo, sal has de hacer la que sea menester.
    A continuación, el molinillo molía y molía sal, hasta llenar el barco.  A continuación el mercader pagaba el dinero al mago, que regresaba a tierra con el molinillo siguiendo echando sal.
    De viaje a Oran, el mercader pensó lo que ganaría si le robara el molinillo al mago. Total era un pobre viejo que no le pondría mucha resistencia. Así evitaría tener que cruzar los mares, siempre expuesto a temporales, o a vientos desfavorables.
    De vuelta a Almería, una noche, fondeó su barca cerca de Piedra Negra y sigilosamente se acercó a la casa del mago y lo asesinó. Robó el molinillo e inmediatamente puso rumbo a Oran. Navegando estaba cuando sacando el molinillo le dijo:
    -Molinillo, molinillo, sal has de hacer la que sea menester.
 Lógicamente el molinillo, inició su trabajo echando sal y más sal hasta llenar el barco.
    El mercader no sabía las palabras mágicas para detener al molinillo, y este siguió generando sal y mas sal, de forma que el barco no soportó el peso y se fue a pique con el mercader que se ahogó.
    Según contaba mi abuelo, el molinillo sigue en el fondo del mar generando sal y más sal, de tal modo que hoy el agua del mar es salada y no dulce como era entonces.

            Algeciras, 10 de mayo de 2008-05-10
                                                                                  José Maria Fortes Castillo
                                                                                  

 

EL DELFÍN Y EL PESCADOR

 

 

  Hace muchos, muchos años, en Ceuta, lo que conocemos hoy como calle Independencia, era conocida como la Brecha. A pocos metros de la muralla, una hilera de casitas baja de aspecto muy humilde, formaban el barrio o arrabal de los pescadores. En ellas, moraban muchas familias cuyos hombres se servían de esta profesión, para dar el sustento a los suyos. Entre estas viviendas y la muralla, existía una estrecha calle de suelo empedrado, que facilitaba el ir y venir de carros y bestias. Entre estas familias, había un viejo pescador que junto a su mujer y único hijo, vivían felices dentro de su modestia y lógicas penurias de aquellos remotos tiempos, donde subsistir a tantas calamidades, era una suerte que no todos podían lograr.
      El hijo del pescador, llamado Andrés, ayudaba al padre en las labores de pesca y en el arte de confeccionar  los aparejos. Era un buen hijo, un buen vecino y un buen hombre. Estas virtudes, le sirvieron para ganarse el respeto y cariño de sus conciudadanos.
      Cierto día, debajo de su barrio, en la playa conocida como la Ribera, estaba preparando la brea, con la que juntar al casco de su barca, cuando el griterío de unos niños  le llamó la atención. Movido por la curiosidad, se acercó al lugar de la algarabía y vio un delfín varado en la arena que aun vivo, daba saltos tratando sin conseguir llegar al agua, al tiempo que los niños le tiraban piedras. Andrés, apenándose del pobre animal, reprendió a los chavales y con suma delicadeza, ayudó al delfín arrastrándolo hacia la mar, con el fin de que salvara la vida.
      Pasado algunos días, estando a media milla de la orilla, calando la red a un cardumen de boquerones, vio con sorpresa, que al otro lado de la borda, emergió un delfín  que le dijo  -soy el delfín al que salvaste la vida. Tu bello gesto se lo conté a mi señor, el rey de todos los mares. Quiere premiarte y por eso estoy aquí, para llevarte a su presencia. ¿Quién eres tú y quien es tu rey?, -dijo el pescador. Soy un  delfín servidor de mi señor y él, es Poseidón, rey de todos los mares.
      El pescador lleno de curiosidad y a la indicación del delfín, abandono la barca y a lomos del cetáceo, emprendió un largo recorrido a través de las profundidades.  Por fin, llegaron a un lugar encantador, lleno de luminosidad y belleza. Acantilados llenos de corales y plantas marinas, desconocidas por el pescador,  que le llenaron de sorpresa y admiración. De pronto le llevó hasta la puerta de un hermoso palacio, donde nada más llegar, las grandes puertas se abrieron para facilitar la entrada al delfín y al pescador. Al final de un largo pasillo, ricamente adornado, otra puerta se abría para dejar pasar a ambos, donde al final un gigantesco trono, dejaba ver sentado en él, a un hombre de edad madura y poblada barba blanca. Hola Andrés – dijo Poseidón  -se que eres un buen hombre y por eso quiero premiarte, pero antes de entregarte  tu premio, quisiera te quedaras unos días aquí con nosotros. Así conocerías nuestras costumbres y forma de vida. Para eso el delfín te enseñará tus aposentos dentro del palacio y tendrás total libertad para deambular por todo el palacio y sus alrededores-.
Andrés fue conducido a sus aposentos en el interior del palacio y a la hora de la comida fue avisado por un sirviente. Conducido por este al comedor, al sentarse en la mesa, quedó prendado de la belleza de la mujer sentada frete a él. Nunca imaginó que una mujer pudiera ser tan bella. Hola –logró pronunciar- me llamo Andrés y soy pescador. Yo soy Marina – dijo ella- ¿vives aquí? -ella sonrió, resaltando aún más su tremenda belleza-, ¿donde quieres que viva, siendo la hija del rey?, Andrés no sabía qué hacer ni que decir. ¿Eres la princesa? Sí, dijo ella. Andrés estaba cada vez mas anonado y lleno de sorpresas. La verdad, no sé  qué hago aquí. Yo lo único que hice,  fue salvar la vida a un pobre delfín que quedó varado en la arena. No creo que eso sea merito como para encontrarme aquí, ante tanta riqueza y disfrutando de suculentos banquetes que yo jamás había soñado degustar.  En tierra, soy un humilde pescador. Sí –dijo ella- que te compadeciste de un delfín a pesar de tu condición de pescador. Eso dice mucho a tu favor y demuestra tu bondad y buen corazón. ¿Tanta importancia le dais a la muerte de un delfín?, la importancia no la tiene el delfín –dijo ella- lo importante es el gesto y tu lo tuviste con un pobre animal que estaba condenado a morir. Además debes saber que aquel delfín soy yo.
      Andrés quedó petrificado, nunca hubiera podido sospechar que aquella hermosísima joven, pudiera ser el delfín moribundo de la playa de la Ribera ¿es este un lugar mágico? –preguntó a la hermosa joven- ya lo comprobaras los días que te quedes, pero por ahora comamos que nos quedamos atrás del resto de comensales.
      El pescador siguió comiendo y saboreando aquellos manjares desconocidos para él, pero que eran un deleite al paladar. Pasado unos minutos, oyó de nuevo la inconfundible voz de Marina, ¿bailamos?, ¡¡¡yooooo!!! - pronunció él-. No he bailado nunca, no sé dar un solo paso. No te preocupes, en aquella playa salvaste a tu profesora de baile. Yo te enseñaré. El no creía lo que le estaba sucediendo. Aquello era impensable para él. Pero más increíble fue, cuando ella, levantándose de su asiento se dirigió a hacia el diciéndole, tú me debes de asir, con tu brazo derecho por la cintura y con la mano izquierda coge la mía.
       Nunca se sintió igual Andrés en su vida. Marina, a la extraordinaria belleza de su rostro, añadía un cuerpo escultural digno de una diosa griega. Él cuando la sintió tan cerca, tan cogida a él, notó una sensación desconocida anteriormente, como si flotara en el aire. Marina, en sus brazos le indicaba paso por paso todos sus movimientos que debía de efectuar y de pronto bendijo el momento aquel, que ahora le parecía tan lejano, que decidió ayudar a aquel delfín.
       Pasaron los días, y los jóvenes, desde las primeras horas de la mañana, se veían y juntos caminaban por los alrededores del palacio. Alrededores que eran jardines marino de tan singular belleza, que Andrés quedaba asombrado a cada paso que daba. Mirándola a ella, no podía más que pensar que por mucha belleza existente en aquel mágico lugar, nada podía competir en hermosura con Marina. Así un día y otro también, los dos jóvenes, fueron intimidando de tal manera, que ya les era imposible estar el uno sin el otro.
     Un día, Andrés fue llamado a presencia del rey Poseidón. Una vez ante él, este le dijo -Andrés, tu estancia aquí está llegando a su fin. En tu dormitorio, he ordenado depositar un cofre, que es un pequeño tesoro, que te ayudará a vivir toda tu vida en la abundancia. Majestad  –llegó a pronunciar Andrés- yo no ansío tesoros, solo le pido me deje unos días más, si me obliga abandonar su reino, de seguro que moriré de pena, tan lejos de Marina. -Poseidón le respondió- solo tienes una posibilidad de quedarte aquí y esa es casándote con ella. Andrés no podía creer que tanta felicidad fuera posible. Salió corriendo del salón del trono en busca de Marina, a la que encontró sentada en un banco del jardín de la entrada al palacio. ¡Marina! ¡Marina!Gritó al verla, tu padre el rey me ha pedido que… no pudo seguir hablando, la mano de ella se lo impidió tapándole la boca, que has respondido tú. ¡Oh!, con la emoción no le he dado respuesta, debo de ir corriendo a dársela. No es necesario –dijo ella- dámela a mí.- Mi amor ¿qué piensas que puede ser mi respuesta?, te amo con todas mis fuerzas. Solo hace  unos días que te conozco y me sería imposible ya vivir sin ti. Parece que he estado toda mi vida a tu lado.
Aquel hermoso y bello jardín, fue testigo mudo de las escenas de amor más tiernas y apasionantes jamás vividas. Pasado el romántico momento, ambos enamorados cogidos de la mano se dirigieron ante la presencia del rey al que dieron la noticia.
      Pronto se hicieron los preparativos para la boda. Que al cabo de unos días se celebró con gran solemnidad. Los dos jóvenes fueron inmensamente felices, llenando de felicidad también el palacio, con el fruto de aquel amor en forma de un hermoso niño, que colmó la felicidad de su abuelo el rey.
     Pasado unos años, Andrés le dijo un día a Marina -cariño, hace años que no veo a mis padres, podrías hacer algo por facilitarme la vuelta al lugar de donde vine, aunque solo sea para verlo un par de días. Eso es imposible mi amor –respondió ella- si te hubieras ido cuando te lo propuso mi padre, habría sido posible, aunque me hubiese destrozado el corazón. Pero ahora ya no es posible. No me lo pidas más por favor.
      Andrés no quedó muy contento con las razones que le daba Marina, pero era tanto su amor que no quiso contradecirla por no herirla.
     Pasaron dos años más, con la traída ahora de una niña preciosa, que pronto se convirtió en la mimada del palacio sobre todo por parte del abuelo. Marina notaba que Andrés no era tan feliz como lo fue antes. Un día se acerco a él y le dijo -mi amor ¿Qué te pasa?, te veo triste y me apena verte así. Tú lo podrías arreglar fácilmente. Llévame de nuevo al lugar de donde me trajiste para ver a mis padres, al menos para despedirme de ellos antes que mueran. No deberías de ir porque no servirá de nada, pero si es tu voluntad, te llevaré aun sabiendo que te pierdo para siempre. –el loco de alegría le decía- pero como piensas que me vas a perder, te prometo volver al día siguiente. Ella agachó la cabeza y le dijo –prepárate que nos vamos enseguida- y saliendo de los jardines de palacio, ella transformándose en delfín, le llevó de nuevo a la orilla de la playa de La Ribera. Una vez allí le dijo, cuando regreses, mete la mano en el agua y una vez húmeda bésala, acudiré al momento.
      En la playa, Andrés quedó asombrado, las viviendas que allí construyeron los pescadores, habían desaparecido. El único acceso a ella era a través del viejo túnel que aún veía en el mismo lugar, pero junto a él veía una escalera y en el centro de la playa otra, un tanto rara. Subiendo por la primera, su asombro fue aún mayor cuando comprobó que de su barriada no quedaba nada. Las casitas bajas no existían y en su lugar veía unos edificios grandísimos y la estrecha calle empedrada se había convertido en una gran avenida. Pero no fue ese solo su asombro, aun le impactó más el circular de unas extrañas y pequeñas casitas que con cuatro ruedas, se dirigían a gran velocidad sin saber a dónde. De pronto se miró las manos envejecidas en los minutos que llevaba en tierra. De pronto comprobó la realidad y a toda prisa, comprobando que a cada minuto su fatiga era mayor, se dirigió al agua y mojándose las manos las besó llorando. De pronto del agua emergió el delfín que diciéndole –monta rápido mi amor- lo arrastró de nuevo al mundo submarino donde en compañía de la bella Marina y sus dos hijos, les esperaba la felicidad eterna.

                                        Algeciras, 5 de noviembre de 2008

                                                         José María Fortes Castillo

 

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LA NIÑA Y LA MÚSICA           

 A mi nieta Rosa Mari, confiando que mañana sea una gran chelista.

 

     Contaban los viejos del lugar, que hace muchos, muchos años, en el sur de Andalucía, vivía una niña enamorada de la música, pero que Dios no la había dotado del sentido del oído que un músico debe poseer. Ella por todos los medios trataba de aprender el maravilloso arte, pero todo era inútil. La voluntad y empeño que ponía resultaba en vano, ya que su falta de oído le impedía tocar las más sencillas de las melodías.
     Desolada y llena de tristeza, sólo encontraba consuelo en los largos paseos que durante todas las tardes, solía dar por un bosque que había cerca de su casa.
     Le gustaba, luego de pasear un buen rato y cuando notaba sentirse cansada, sentarse bajo la sombra de una gran encina que estaba en la orilla de un arroyo. Allí se regalaba la vista, ante el bello paisaje silvestre que se divisaba. Ella se distraía oyendo el trinar de los pajarillos, a la vez que se lamentaba de su desgracia y se preguntaba: ¿por qué Dios con su infinito poder, había dotado a aquellos pequeños pajarillos, con el don de la melodía y en cambio a ella se lo negaba?; así transcurría su vida, entre lamentaciones.
     Cierto día, estando recostada sobre el tronco de la encina, observando y sonriendo al comprobar cómo un par de ardillas correteaban entre las ramas de un árbol, oyó como una voz la llamaba por su nombre: ¡Rosa, Rosa!, al tiempo que contemplaba como una hermosísima mujer, vestida con una túnica de lino de color azul muy pálido, se le acercaba lentamente. Cuando llegó a contemplarla de cerca, comprobó que nunca había visto unos ojos tan azules ni unos cabellos tan rubios y brillantes. Tanto que parecían hechos de hilos de oro. La belleza de aquella mujer era tan extraordinaria que parecía irreal.
    -¿Cómo sabes mi nombre?-preguntó Rosa.
    -Yo lo sé todo.
    -¿Cómo?, ¿eres una maga?
   -No, no soy ninguna maga. Soy la ninfa del arroyo.
   -No te entiendo, contestó Rosa.
   -Verás, todos los arroyos, como todas las fuentes y las cuevas o las montañas, tienen su ninfa y yo soy la ninfa de este arroyo y me llama Nina. Soy de las llamadas, Epipotámides, que somos las ninfas  de los arroyos.
    -¿Entonces eres como un hada?
    -Sí, algo parecido.
    -¡¡huy!!, se ha hecho muy tarde y me tengo que marchar ¿vas a venir mañana?, yo vengo casi todas las tardes, a dar un paseo y finalmente me paro aquí un rato, para oír cantar a los pajarillos.
    -Yo estoy aquí siempre y cuando me necesites me encontrarás en este lugar.
Aquella noche, Rosa casi no pudo pegar ojo pensando en el extraño encuentro que había tenido esa tarde. Nunca pensó que conocería un hada de verdad. Siempre creyó que eso solo aparecía en los cuentos. Aquellos cuentos que le contaban sus abuelos cuando más pequeña y aun sabiendo que en realidad eran fábulas, en el fondo siempre quiso aferrarse a creer en ellos y más ahora que había conocido al hada del arroyo.
     Al día siguiente, tanto en el colegio como en el resto del día, estuvo bastante nerviosa y esperando con anhelo el momento de poder visitar el lugar donde el día anterior conoció a Nina.
     Cuando llegó la tarde, con todas las fuerzas que le permitían sus ágiles piernas, corrió directamente a la encina y al cabo de un rato llegó al lugar cansada y jadeando.
     Solo llegar oyó decir:
-Hoy te has dado más prisa en llegar.
-La verdad es que he venido corriendo y he prescindido del paseo que suelo dar por el bosque.
-Ya lo sé. Me he dado cuenta.
-¿Y tú como lo sabes?
-Ya te dije ayer que lo sé todo.
-Como también se de tu afición a la música y que te sientes triste porque crees que no tienes aptitudes y estas equivocada.
-¡¡No!!, no estoy equivocada. Soy incapaz de diferenciar unas notas de otras. Lo he intentado con varios instrumentos y me ha resultado imposible. Sé que no tengo oído.
-Nada es imposible. La voluntad y la fe, puede supera cualquier obstáculo que se te pueda presentar. Veamos  ¿si cierras los ojos y te concentras?, ¿eres capaz de diferenciar el sonido que hace el arroyo al discurrir por el bosque, del trino de los pajarillos o el raspeo que las uñas de las ardillas producen en las ramas de los arboles?, ¡¡concéntrate!! Y pon mucha atención.
La niña cerró los ojos y poniendo los cinco sentidos en el intento, sintió dentro de sí, como efectivamente podía distinguir con notable nitidez, los diferentes sonidos que diferenciaba la cantarina voz del agua, del trinar de los pájaros o del ruido que originaban las ardillas en su ir y venir por las ramas de los arboles. Es más, también notaba que el trinar de los pájaros eran diferentes, como diferentes eran las notas de sus trinos. Ella siempre sintió el sonido del bosque como algo global. Hasta ese momento nunca fue capaz de distinguir la variedad de sonidos que se sentían, como cuando de verdad te concentras y pones toda tu atención en  quererlos oír.
     Al cabo de un rato, Rosa abrió sus hermosos ojos y de inmediato abriéndolos otra vez como platos, exclamó: -Es maravilloso, si te lo propones eres capaz de distinguir los diferente y bellos sonidos que salen del bosque. Los pajarillos cantan diferentes unos de otros. Yo antes cuando llegaba y me sentaba al pié de la encina, me molestaba el canto de la cigarra, porque se interponía al de los pajarillos, pero si te concentras eres capaz evitar que unos interfieran a otros. Y eso solo lo he conseguido cerrando los ojos y concentrándome, como me has dicho.
-Como te agradezco hada buena, lo que me has enseñado.
-¡¡Nada!! Te has empeñado en que sea un hada y no lo soy. Te dije ayer que soy una ninfa, la ninfa del arroyo y no un hada.
    -Yo nunca había oído hablar de las ninfas y sí  que existen mujeres muy bellas y buenas como tú, que se llaman hadas. Por eso te llamo así, si quieres te llamo Nina, que es un nombre muy bonito, como tú.
    -Muchas gracias Rosa, pero se  hace tarde y te debes de ir, tu madre se puede preocupar.
Al día siguiente, Rosa llegó a la encina tan cansada como el día anterior y su sorpresa fue, cuando vio al pie de la encina un hermoso violonchelo. Acercándose a él tímidamente, asió el arco con la mano derecha y con la izquierda el chelo. Cuando la niña rozó las cuerdas con el arco, de aquel instrumento salieron las mejores notas jamás oídas y cuando dio por concluida la melodía, oyó el sutil aplauso de Nina que se acercaba a ella sin dejar de aplaudir.
    -¿Decías que no tenías oído?, pues has tocado maravillosamente bien.
    -Este violonchelo debe de ser mágico. Yo el instrumento que siempre he deseado tocar es éste, pero me ha resultado imposible. Algo tiene que haber ocurrido.
    -Lo único que ocurría es que no creías en ti misma. El arte lo llevabas dentro y sólo esperaba la oportunidad que le has dado hoy. Cuando tocabas ¿has notado algo?.
    -¡¡Si!!, mucho silencio, solo oía las notas del chelo.
    -Con tus notas, has hecho callar al bosque. Eso demuestra la grandeza de tu arte, que hasta los pajarillos callan, para oír tú música.
     Así todos los días, junto a la encina y siguiendo las instrucciones de Nina, Rosa sentada sobre el tronco de un viejo árbol caído, tocaba sin cesar el violonchelo, llenando de agradables  notas musicales aquel bosque. Un par de meses después le dijo Nina:
    -Mañana no faltes que te vas a llevar una sorpresa.
    -¿Qué sorpresa es Nina.
    -Ya lo verás mañana.
     Rosa se marchó a casa nerviosa e intrigada, pensando en la sorpresa que su amiga la ninfa Nina le tendría guardada. Como es lógico, aquella noche de nuevo le costó tiempo coger el sueño. Se quedó dormida a altas horas de la madrugada, pensando en los acontecimientos que últimamente le habían sucedido y soñando despierta, que era una famosa violonchelista y que los grandes teatros de todas las capitales del mundo solicitaban su presencia para poder disfrutar de su arte.
     Al día siguiente y a la hora acostumbrada, de nuevo llegó al pié de la encina. Donde como de costumbre y apoyado sobre el tronco, estaba el chelo y su arco. Se dirigía a él, cuando de entre la espesura apareció la figura de Nina, seguida de otras cuatro mujeres tan hermosas y rubias como ella.
-Rosa ven, quiero que conozcas a cuatro de mis hermanas; esta primera es una Oréades, es la ninfa de las montañas y se llama Rís. Esta otra, llamada Flor, es una Alseides y ninfa de las flores. La tercera es una Nereida o ninfa del mar llamada Serena y por último la Hiades que es la ninfa de la lluvia y su nombre es Pluvi.
     La niña estaba sin saber a quién atender de las cuatro mujeres a cual más hermosa.
     Serena la ninfa del mar cogiéndola de las manos le dijo: -Mi hermana Nina nos ha hablado mucho de ti. Hasta me ha hecho venir desde la playa para que oiga la música que haces con el chelo. Tengo unas ganas locas de oírte.
     Rosa se dirigió hacia la encina y asiendo el instrumento musical, de nuevo se sentó en el tronco del árbol caído y comenzó a tocar el violonchelo. Tanto las ninfas como todo el bosque, se sumió en un profundo silencio. Aquellas maravillosas notas, penetraban en el aire y filtrándose entre las ramas de árboles y matorrales, inundó el bosque con una maravillosa melodía.
     El aire también quiso ser partícipe de aquel acontecimiento en el bosque y trasladó aquellas melodiosas notas, por prados valles y montañas, de tal manera que tanto los hombres como mujeres que trabajaban el campo, dejaban las asadas y se preguntaban de donde salía esa maravillosa música. Parece que viene de muy lejos, se decían unos a otros.
     Cuando Rosa dejó de tocar, el aplauso y las felicitaciones de las cinco ninfas, la llenaron de orgullo. Nina, dirigiéndose a ella la dijo –Ya has terminado tu preparación. Estas preparada para que tu chelo se oiga en todo el mundo.
Las cuatro hermanas de Nina se despidieron de Rosa, quedando las dos completamente solas. Cuando Rosa, después de despedirse de Nina, como hacia todas las tardes, inició el regreso a casa, Nina la retuvo y la dijo. –Hoy debes de llevarte el chelo a casa. Es un regalo que te hago. Debes saber que a partir de hoy, tu vida ha de cambiar mucho, ya que estás más que capacitada para dedicarte al mundo de la música donde tendrás muchos éxitos.
     Dándole un besoen la mejilla, Nina se acercó a la orilla del arroyo y en una poceta que había junto a una gran roca, se sumergió.
     Rosa en su inocencia, no entendía nada. Se llevó por primera vez el chelo a casa, pero no iba feliz. Algo en su interior, le decía que aquella maravillosa felicidad que tuvo con su amiga del alma, había terminado. Cosas raras habían sucedido en aquel despido. Nina nunca la había besado y además jamás la vio sumergirse en el arroyo. Ella el chelo siempre lo dejaba apoyado en el tronco de la encina ¿por qué Nina, esa tarde le pidió que se lo llevara?.
     Al día siguiente y a la hora de costumbre, Rosa acudió al mismo lugar con el chelo al hombro. Esperó un buen rato a Nina sin que esta acudiera como hacia todos los días. Rosa comenzó a gritar: ¡¡Nina!!, ¡¡Nina!!. Todo fue inútil. Esperó hasta la hora acostumbrada y se retiró de regreso a su casa, llorando con amargura.
     De nuevo, los siguientes días repitió la operación, con los mismos resultados.
     Rosa se consolaba en su casa tocando aquel violonchelo que le regaló Nina. Sus notas, eran impresionantes y desgarraban el aire llenándolo de tristeza y melancolía. La misma tristeza y melancolía que sentía ella en su corazón. La ausencia de Nina le rompía el alma y ese dolor lo exteriorizaba en su música, hasta tal punto, que su fama se extendió por toda Andalucía, y pronto quisieron contratarla sus principales ciudades.
     El día de su gran debut, un concierto en Sevilla, Solo pisar el escenario, miró hacia un palco a su derecha y allí vio a una señora muy sonriente que le hizo señas con la mano. La señora se cubría con una capa con capucha de un color azul muy pálido. Aquel color que usaba Nina. El corazón le dio un vuelco ¡¡Sí!! Era Nina que escondía sus cabellos de oro con aquella capucha. ¿Cómo podía estar allí?, ¿Cómo podía abandonar su arroyo? Luego más calmada pensó que su Nina lo podía todo.
     Aquel concierto de Rosa, rompió moldes en la música. El público la aclamaba, pero ella solo quería llegar al palco. Por encima de todo, más que aplausos o vítores, ella anhelaba abrazar a su benefactora Nina. Cuando llegó al palco, este estaba vacío, llenando de tristeza aún más a la pobre niña.
     Después de aquel concierto, la fama de Rosa recorrió el mundo. Las capitales de los mayores países, la reclamaban para oír aquel chelo que en las manos de Rosa transmitía al aire las mejores notas jamás oídas.
     Siempre que actuaba, al salir a escena, su mirada buscaba en algún palco de la derecha, la silueta de aquella dama cubierta con una capa de color azul muy pálido. Y siempre estaba allí. Concierto que daba, aquella dama no faltaba nunca, pero le fue imposible estar con ella. Inmediatamente que el concierto finalizaba, aquella dama misteriosa desaparecía del lugar.
     Rosa recorría todos los países y era solicitada por reyes y príncipes. Cuando la princesa africana Miren se casó, Rosa fue invitada y la encargada de tocar el chelo cuando la bella princesa hacia su entrada en los salones del palacio.
     Fueron pasando los años de concierto en concierto y cuando al final Rosa, se encontraba sin fuerzas, se retiró al mismo lugar que vivió cuando niña. Allí mandó restaurar su casa que se caía de vieja y todas las tardes visitaba el lugar donde muchos años atrás, conoció a Nina. Siempre tuvo la esperanza de verla de nuevo. Ahora que se sentía vieja y cansada, notaba que le necesitaba más que incluso cuando era una niña. Aquella niña que creyó no tener oído para la música y que Nina la convenció de lo contrario, hasta el punto de asombrar al mundo con sus melodías.
     Los días, meses y años pasaban sin lograr ver a Nina y un día que Rosa se encontraba muy mal, sintiendo que las fuerzas le abandonaban, haciendo un último esfuerzo y con el chelo al hombro, fue caminando apoyándose en un bastón hasta la vieja encina. Allí sentándose en el viejo tronco del árbol caído, asió el chelo con la mano izquierda –¡¡si!! aquel chelo que le regaló Nina y que siempre le acompañó- y empuñando el arco con la derecha, comenzó a tocar la misma melodía con la que un día ya muy lejano, estrenó el viejo violonchelo.
Algo se movió en la poceta del arroyo. El silencio del bosque era tal, que sólo se oía la bella melodía y la respiración entrecortada por el esfuerzo de Rosa. Cuando dio por finalizada la melodía, de nuevo el ruido del bosque llenó de encanto el lugar, cuando se oyó una voz que la llamaba por su nombre: ¡Rosa, Rosa!. Al tiempo que contemplaba como una hermosísima mujer, vestida con una túnica de lino de color azul muy pálido se le acercaba muy lentamente.
    -Nina ¿eres tú?
    -si mi niña soy Nina que vengo para no separarme más de ti.
    -¿de verdad? ¿lo dices en serio?
    Nina, echándole el brazo por encima a la pobre anciana le dijo-
    -Cógete a mí, que yo llevaré el chelo y ven conmigo.
    Nina y Rosa caminaron hacia el arroyo y ambas se introdujeron en la poceta y nadie la ha vuelto a ver más. La gente se preguntaba qué sería de aquella gran artistaque asombró al mundo. Pero de Rosa, hoy, sólo queda el recuerdo de sus melodías musicales. Aunque en un bosque al sur de Andalucía, los leñadores y guardas forestalescomentan que algunos atardeceres el bosque se silencia por completoy entre las ramas de los árboles y el matorral, se filtra las notas de un chelo que parece tocado por algún ángel.
     Algo de misterio existe en aquel bosque y en aquella encina, cuando los carbonerosque consideran que el carbón de encina es el de más calidad, no se atreven a clavar el hacha en el tronco de aquel viejo árbol. Algunos lugareños dicen que de él, emana la música celestial que algunos atardeceres acallan el bosque y que el viento se encarga de trasladar las maravillosas notas, a travésde prados, montes, valles y …

   Algeciras, 12 de febrero de 2009
                                                                                         
                                                                                        José María Fortes Castillo

 

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LAS ISLAS FLOTANTES


                                                                          Dedicado a mis primos Manolo y Fede, dos   hombres del  mar.

 

 

    En aquellos amaneceres, siendo yo muy pequeño, acostumbraba, antes de levantarme, a pasarme un rato en la cama de mis abuelos. Entonces, el día a día era  acostarse y levantarse pronto, a excepción  de los sábados que por la radio daban el programa de “Fiesta en el Aire”, y eso motivaba que en especial mi tía Isabelita, se quedara hasta más tarde.
    Una de las muchas mañanas que paseaba con mi abuelo y caracterizándome, como casi todos los niños, por mi pesadez, le insistía en que me contara un cuento y él tan bonachón como siempre, accedió a  narrarme el de las Islas Flotantes.
     Hace muchos años, cuando mis abuelos eran jóvenes, contaban los marineros que navegaban por alta mar,  la existencia de unas islas muy hermosas… Estas islas llenas de vegetación, con árboles frutales y hermosas calas, eran refugio  de los temporales; y  también lugar donde habitaban tribus indígenas, que compartían todo con los marineros y en gran medida les hacían vivir unos días de ocio inolvidables. Las mujeres de estas islas, poseían una belleza singular, cuerpos esculturales y eran grandes maestras en el arte del amor. Por este motivo, eran el objetivo de muchos barcos. En particular si estaban necesitados de agua y alimentos.
    Eran pocos los barcos que lograban arribar a ellas y esta imposibilidad se debía a que las islas, para unos estaban encantadas y para otros, eran tortugas gigantes tan grandes como islas, donde existía vegetación y múltiples animales a los que cazar para alimentarse, además de hermosos manantiales de los que brotaba un agua dulce y fresca.
    Las islas, sabían detectar si el capitán del barco que intentaba arribar a ella, poseía buen o mal corazón. Si el capitán, era bondadoso y temeroso de Dios, permitía que el barco fondeara en una de sus calas y que los botes pudieran acercarse a cualquiera de sus playas y desembarcar  al objeto de cargar provisiones de agua y alimentos de los que allí abundaban.
    El lugar era tan paradisíaco, que a nadie le era grato abandonarlo. Tras saciar tanto la sed como el hambre, la tripulación se entregaba con las bellas nativas a la práctica de un amor desenfrenado, que tras los meses de abstinencias colmaban los deseos de cualquier ser humano.
Los ríos serpenteantes, arrastraban con una suave corriente, un agua fresca y cristalina, que invitaban al chapuzón. Siendo imposible evitar la tentación de sumergirte en ella, mas, si los brazos de una hermosa y desnuda nativa te invitan a ello.
    En el caso contrario, cuando el capitán no poseía las virtudes del bien, la isla se iba alejando del barco de forma lenta y constante, de manera que nunca podía darle alcance. Ante la desesperación de los sedientos y hambrientos marineros, que sabedores de la vida paradisíaca que se disfrutaba en ella y la posibilidad de repostar víveres, de lo que tan necesitados estaban.
    Esto indignaba a las tripulaciones de tal manera, que no fueron pocos los motines que se generaron por culpa de estas islas. La tripulación, culpaba siempre al capitán,  como responsable de que las tan deseadas islas, no permitieran su arribada.
    De esta forma, en los puertos, cuando se buscaba tripulación para los barcos, los marineros eran muy selectivos a la hora de elegir, rechazando de pleno a los capitanes de mala reputación, puesto que con ellos, la posibilidad de desembarcar en una de estas maravillosas islas, eran nulas.
    Al cabo de algún tiempo, se consideraba que de todos los hombres que existían en la tierra, los más nobles y buenos, eran los capitanes de barco, dado que a los buenos conocimientos de navegación, tenían que agregar un corazón justo y noble, pues  en caso contrario, la tripulación no embarcaría jamás al mando de un capitán que no reuniera estas condiciones.

 

      Algeciras, 27 de octubre de 2008 

                                                                                           José María Fortes Castillo

 

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EL DELFIN

 

    Siempre se dijo, que los mejores amigos del hombre eran el perro y el caballo. Pero también es verdad, que se dice que lo son, en agradecimiento a que les damos de comer. En cambio cuando nos referimos al delfín, lo consideramos de diferente manera. Con este animal, no podemos emplear la misma teoría de perros y caballos. Ellos viven en un hábitat distinto al nuestro.
    El hombre destacó siempre la inteligencia del delfín, desde la más remota antigüedad. Ya en la mitología griega, se considera al delfín un animal amigo. De él se ha dicho que han ayudado a náufragos e incluso a marineros que perdieron el rumbo, les guiaron hasta encontrarlo. Cientos de relatos de náufragos, afirmaban que los delfines les empujaban hacia la costa, cuando tras un naufragio se vieron desamparados en medio del mar.
    En muchas leyendas de origen prehistórico, se habla de estos cetáceos amigos de los hombres y en ellas, muchas afirman la creencia de que son seres humanos, que prefirieron tener forma de pez y vivir en el agua. De ahí la buena relación que siempre he existido entre el hombre y el delfín. En definitiva, siempre que he oído o leído algo referente al delfín, ha sido para dejarlo en muy buen lugar.
    Hasta hace poco tiempo, estas historias fueron consideradas como meras leyendas. Hoy y debido al avanzado estudio de la biología, no se considera como tal.
    Hoy sabemos que los delfines no son peces, sino mamíferos de sangre caliente y emparentados con los seres humanos.
    Un compañero de pesca, de mis tiempos como residente en Madrid, natural de Colombia, me contó en cierta ocasión una leyenda muy popular allá en su tierra:
    En el río Amazona, existe un delfín rosa, del que se dice, toman la forma de hombre de gran belleza. En toda la ribera del río, el pueblo indígena, está plenamente convencido de que es una realidad y que las mujeres no pueden  arriesgarse a pasear por las orillas, dada que la belleza de este hombre-delfín es tal, que es imposible resistirse a sus encantos y todas caen sin remisión en sus brazos y sin poder poner resistencia, son poseídas y embarazadas por estos. Con la particularidad, que al día siguiente no recuerdan nada de lo sucedido.
    Se dice, que al contraluz de la selva, en el ocaso del astro rey. El embrujo que invade la zona, cuando la luna llena, se refleja  con todo su esplendor  en el río, es tal la belleza del lugar, que atrae sin remisión a las mujeres a la cuenca a pasear e inconscientemente se acercan a la orilla.
    De pronto algo se mueve en el agua. Algo que emerge y se sumerge… hasta que de algún lugar, aparece un hombre esbelto, con algo, que ninguna mujer puede huir de los encantos que le adornan.
    En las fiestas populares, cuando los hombres andan divirtiéndose borrachos, es cuando más frecuentemente los delfines salen del río y seducen a sus mujeres.   
   Al mismo tiempo, la leyenda contempla, que de hacerle algún daño al animal, sus hijos podrían pagar las consecuencias, naciendo con cuerpo de delfín. De tal manera, estos animales están protegidos.
Este amigo me decía, que el  resultado era, el gran número de madres solteras  sin ser rechazada  por la sociedad, existente en las dos márgenes del río y el elevado número de mujeres que quedan embarazadas por culpa de los delfines tras las fiestas populares.

Algeciras, 23 de octubre de 2008

 
                                                                  José María Fortes Castillo
                                                                        

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LA TROMPETA MÁGICA

 

       A mediado del siglo XVIII, el comercio por mar estaba muy extendido y si alguna ciudad, sobresalía en este comercio, esta era Cádiz.
      Cádiz era entonces el puente marítimo entre América y España y aquí se centralizaba casi toda la mercancía venida del Nuevo Mundo, que a su vez era repartida por todos los puertos españoles.
       Por esas fechas, un joven capitán de barco, conocido como Milhomens,  hacía la ruta entre esta ciudad y Ceuta. Tanto tiempo pasaba en Cádiz, y como hombre joven que era, poco a poco fue relacionándose con  grupos de amigos residente en esta ciudad y de los nuevos amigos gaditanos, pronto nació una relación más íntima entre el joven marino y una bella señorita llamada África.
       Ara, esta hermosa gaditana, caló tan hondo en Milhomens, qué este, valiéndose del gran prestigio que gozaba como navegante, no tardó en conseguir ser contratado por una naviera con sede en Cádiz. Con el hermoso fin de estar más cerca de su bella amada. No pasó mucho tiempo, que por los muelles gaditano corriera la grata noticia del inmediato enlace matrimonial entre Milhomens y África. Acontecimiento que corrió como la pólvora por toda la ciudad, dada la gran simpatía y estima de la que ambos eran poseedores.
       Pasaron años de gran felicidad y en cierta ocasión, en la casa que ambos compartían, estaba el joven capitán registrando en la buhardilla, cuando encontró una vieja trompeta, que enseñándole a su esposa preguntó:
    -¿De quién es esta trompeta?
   -¡Uf!, eso rondaba por mi casa de toda la vida.
   -Creo que era de mi abuelo, y él   decía que estaba encantada, pero yo la verdad, no sé dónde tiene el encanto -respondió Áfica.
    -El encanto lo tienes tú, amada mía -contestó el marino.
    Y asiéndola por la cintura, lleno de pasión, se atrajo ella hacía él, y ambos jóvenes se unieron en un beso largo y sensual, como muestra del intenso amor que compartían.
    Al poco tiempo y debido a la fama que como buen capitán, acompañaba a Milhomens, este fue propuesto para mandar un nuevo y gran barco, que haría la travesía entre Cádiz y las colonias que España poseía en América. El joven marino, vio aquí la posibilidad de ofrecerle a su amada una vida más cómoda y poder colmar todos sus deseos.
    Sin saber porque razón, entre la ropa y demás pertrechos que Milhomensse llevó a “La Esperanza”, que así se llamaba el nuevo barco, se encontraba la trompeta y una vez en su camarote, la colocó encima de un pequeño armario.
    El día del viaje de inauguración, África fue a despedir a su amado en compañía de su inseparable “Tata” y este las invitó a subir al barco y visitar su camarote. Ella con los ojos húmedos por las lágrimas le rogó prudencia. El cogiéndola de nuevo por la cintura la atrajo hacia sí y la besó apasionadamente.
    –No te preocupes mi amor, te prometo que volveré sin contratiempos y pronto me tendrás otra vez a tu lado-
     -Ella desembarcó entre lágrimas y, al poco tiempo, vio como “La Esperanza” partía del puerto y poco a poco se perdía en el horizonte.
      Cuando “La Esperanza” llevaba cinco días de navegación, una tremenda calma, hizo que el barco dejara de navegar y con sus velas flácidas, era arrastrado por las corrientes, desviándolo del la ruta.
      El joven capitán se lamentaba de su mala suerte. Precisamente en su primer viaje, corría el riesgo de ser atrapado por los piratas, dado el desvío de ruta que lo arrastraba a aguas peligrosas. Llevaba así tres días y el sosiego del tiempo llenaba de inquietud a la marinería. Tan aburrido estaba el capitán, absorto con sus pensamientos en el interior del camarote, que de pronto elevando la vista, vio la trompeta y gritándole dijo:
     –¿No estás encantada?, ¿por qué no haces algo y nos sacas de aquí?
Levantándose, cogió la trompeta y observándola durante un momento, decidió tocar. Cuando Milhomens sopló aquel instrumento, el camarote parecía que iba a salir volando. De aquella trompeta salió tal torbellino de aire, que todos los papeles y objetos más pesados, volaron por aquel habitáculo. De inmediato, el capitán salió del camarote y dirigiéndose a la popa, se puso a tocar la trompeta, con la energía que da la desesperación de tantos días de calma. Algunos de los marineros presente, abrieron los ojos como platos, estaban asombrados al ver con que prontitud, todo el velamen de “La Esperanza” se infló de tal manera, que parecía iban a arrancar las jarcias. El barco se puso en movimiento, a tal velocidad que ningún marinero pensó poder navegar nunca. La proa cortaba el agua como si de un cuchillo se tratara. Pronto llegaron a su destino y en el puerto le comentaron que llevaban varios días sin atracar ningún barco, debido a la total calma que duraba varios días.
      De vuelta a Cádiz, el asombro fue mayor, pues con buen tiempo, lo esperaban diez o doce días después,  y se daba el caso, que “La Esperanza” había batido todas las marcas de velocidad. Nunca ningún barco, había hecho la travesía de ida y vuelta en tan pocos días.
       El capitán muy feliz, corrió a su casa en busca de África, a la que encontró atareada con las obligaciones del hogar, abrazándose a ella y mostrándole  todo el amor que sentía.
      Pasado unos días, “La Esperanza” tuvo que partir de nuevo y aunque el tiempo acompañaba con viento favorable, El joven capitán insistió de nuevo tocando la trompeta, de manera que el barco navegaba muchísimo más rápido. Así y para asombro de la gente de puerto, “La Esperanza” acortaba cada vez más el tiempo de sus travesías, adquiriendo cada vez, más fama el capitán y su barco, que tanto en América como en España no existían parangón.
      La fama de “La Esperanza” era tal, que pronto los capitanes de barcos piratas, ilusionados con poseer un barco de tan especiales características, trataron por todos los medios, hacerse con él, mas, sabiendo que las mercancías más valiosas eran reservadas para que la transportara “La Esperanza”, dada la seguridad que ofrecía. Las muchas estratagemas que utilizaron con el afán de abordarlo, fueron inútiles. La habilidad de su capitán, más las buenas artes marinera que poseía el barco y la influencia de la trompeta, hacían inútil el esfuerzo de los filibusteros.
      Milhomens, poco a poco, fue obsesionándose tanto con batir sus propias marcas, que fue olvidándose del amor de África. Prescindía de sus días de descanso, en su afán de volver de nuevo a la mar, tal fue su estado, que hasta la tripulación lo miraba con lástima. Ya no lo miraban como su gran capitán, sino como un hombre obcecado en adelantar en días u horas el tiempo de su anterior viaje.   
      En uno de sus viajes,  “Tata” -tía de África, a la que cuidó desde niña-  pidió hablar con el capitán, que ya no bajaba ni a tierra. Una vez en su presencia, le dijo que África, su amada, estaba gravemente enferma en parte por el olvido a la que estaba sometida y que si la quería ver con vida, fuera a visitarla.
      El aspecto del marino, era denigrante, con melena y barba de varios meses, su ropa sucia y maloliente, exteriorizaba un descuido enorme en el aseo corporal. Rogándole a “Tata” que esperara un poco, se aseó lo justo para ir a casa.
      Al entrar en ella, sintió algo en su interior que hacía tiempo no notaba. Cuando llegó a su dormitorio y vio a África postrada en el lecho, se acercó a ella y cogiéndole la mano  preguntó:
    -¿Qué te pasa mi amor?
     Ella abrió los ojos y sonrió tímidamente, no respondió y cerró los ojos de nuevo. –Está muy mal, era la voz de” Tata”, la anciana dulce y cariñosa que había sido como una madre para ambos.
       El joven capitán comprendió entonces el error que había cometido, la trompeta le hizo saltar a la fama, pero a la vez absorbió su personalidad, convirtiéndole en casi un esclavo y haciéndole olvidar lo que más amaba en la vida, a su adorada África.
    Milhomens se levantó y dirigiéndose a la “Tata” le dijo:
     -¿Qué dice el médico que le ocurre?
    —que le invade una tremenda tristeza, tanta, que no le apetece vivir. La medicina no puede hacer nada en estos casos, sólo las ganas de recuperarse del enfermo puede conseguir que sane. Si estuvieras tú a su lado algún tiempo, sería posible el milagro y rompiendo en llanto tapó con las dos manos su cara.
El marino se sintió culpable, se dio cuenta que tenía que lucharpor su amada y dirigiéndose a la buena de “Tata” le dijo:
     –Regreso a “La Esperanza” y vuelvo enseguida.
     –Por favor, no la dejes más se moriría.
     –Te prometo que regreso enseguida, respondió él.
       Milhomens salió a la calle, y corrió veloz al barco, una vez en él, se dirigió a su camarote y se dedico a recoger todas sus pertenencias metiéndolas en un petate, hasta que se topó con la trompeta. La cogió con firmeza y con el petate al hombro salió de allí y una vez en la cubierta, se acercó a la borda, arrojando la trompeta lo más lejos que pudo. De inmediato se dirigió a su casa con la intención de no separarse jamás de África.
      Pasaron tres meses en los cuales África tuvo una total recuperación, y una tarde de verano, estando los dos enamorados tendidos en la playa de la Victoria, cuando el sol se pone y si miras al sureste, ves en el horizonte las nubes de color rosado, ese color inconfundible de los atardeceres de su querido Cádiz, ella le preguntó.
     -¿Querido, que fue de la trompeta aquella que te llevaste de casa?
    –en el primer viaje que hice, se me cayó al agua.
Una vez más, él la besó en la boca y le dijo:
     –Mañana inicio mis clases en la Escuela de Mareantes y Pilotos, espero me vaya bien en esta nueva faceta de profesor.
     –¿No echarás en falta las largas travesías a la que estás acostumbrado?
    -No, -respondió él-, últimamente me va mucho mejor la vida, tratando de que algún día me perdones aquellas locuras y sepas que de tu lado jamás me volveré a separar.
    Ella, tendiéndole los dos brazos, lo reclamó para depositar en largo beso en sus labios, al tiempo que allá a lo lejos, el sonrosado horizonte cambiaba de color, anunciando que la noche daba sus primeros pasos…

 

Algeciras, 19 de marzo de 2009

 José María Fortes Castillo

 

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...

                                               LA SIRENA  -2ª Parte-


    En el lugar más septentrional de Ceuta, entre "El Odión" y "Punta Almina", existe un roquedo conocido como "Las Piedras de la Sirena". Estas piedras que según la leyenda, deben su nombre a una sirena, que en su día, mantuvo relaciones de amor, con un exconvisto -Ceuta fue un presidio hasta el año 1911-, que no supo agradecer lo mucho que aquella sirena hizo por él. Aquel hombre se comprometió a casarce con ella, pero lo hizo con una señorita de la alta sociedad de la vieja Ceuta, olvidando que gracias a su ayuda, le fue posible salir de la miseria en la que vivía.
     Otra versión seria, que el lugar al que nos referimos, fue el refugio de una colonia de focas monje. Estas focas, eran muy abundantes en la antiguedad en el mar Mediterráneo. Hoy solo quedan algunos pequeños grupos, repartidos en Grecia y Turquia. Las focas, de siempre han estado muy relacionadas con las sirenas. De hecho se comentaba que, las sirenas en realidad eran focas que cuando deseaban visitar la tierra firme, abandonaban su piel y adquirian la de una bellísima mujer, que  encantaban al infeliz que osara cruzarse con ella. Pero mejor volvemos a la leyenda en sí.
   Aquel desagradecido expresidiario, durante años, fue muy felíz al lado de su mujer. La alta sociedad con la que se relacionaba, colmaba por completo todas sus apetencias. Transcurrido un año de su boda, el hogar, se vió colmado de felicidad con la llegada de una preciosa niña, a la que pusieron por nombre Isabel.
     La niña, de una extraordinaria belleza, tenía extrañados a todos sus familiares. Poseia unos ojos grandes y negros, al igual que sus cabellos de una color azabache intenso. Se decían, ¿como era posible que en una familia, especialmente la de la madre, donde todos eran rubios y de piel blanca, la niña naciera con esas características tan diferente? A él, -al padre, rubio también- le preguntaban si en su familia habia algún miembro de piel morena. Nunca pudo responder, dado que no llegó a conocer a ninguno.
     Con el paso de los años, la niña fue creciendo hasta convertirse en una hermisísima adolecente, admirada por su belleza, elegancia y dulzura.
     El padre, cada día estaba mas preocupado y asustado. Comprobaba como Isabel, con el tiempo, se parecia más a aquella sirena que años atrás, abandonó sin cumplir el compromiso que con ella habia contraido.
    Contínuamente y con el propósito de que su hija, no fuera la pura imagen de la sirena, la animaba a cortarse el pelo y teñirse de rubio, con el pretecto de parecerse más a su madre.  Todo intento era en vano. Isabel tenía cada día la melena más larga y de un color negro azabache, que era la admiración de todo Ceuta y la desesperación del padre.
     El caracter de aquella niña, era dulce y cariñoso y con más énfasis aún cuando la relación era con su progenitor. El trato que la hija daba al padre, preocupaba más que alegrar a aquel hombre. Le recordaba con tanta realidad, los momentos vividos entre las rocas con aquella sirena, que el solo hecho de pensar que Isabel fuese ella, le hacía estremecer de temor..
     Cierto día que la familia decidió ir a pasar un día de playa. Aquel hombre, lleno de preocupación, se convenció de que su hija era la sirena. En el transcurso de aquella alegre mañana, quedó asombrado ante la habilidad que demostraba Isabel en el agua. Sus movimientos y zambullidas en el elemento líquido, llenos de gracia y facilidad, solo podían estar al alcance de un pez o una musa del mar. En una de las múltiples inmerciones que la niña puso en practica, emergió con el pelo suelto, solo cogido atrás con una diadema, hecha de pequeñas estrellitas de mar, perlas y corales. ¡Ya no tuvo dudas!, maquella era la misma diadema que la sirena utilizaba como ornamento en sus cabellos. La recordaba, tal como él la habia amado infinidad de veces, en las rocas cercanas a Punta Almina.
   Se sintió mal. Sabia que la sirena había vuelto para vengarse de tanto mal como le hizo. Enfurecido y temeroso gritó;
    -¡¡Isabel!!, ¿de donde has sacado esa diadema?
    -La acabo de encontrar en el fondo del mar -respondió ella.
    -Tírala al mar de nuevo, además nos marchamos a casa,
Isabel arrojó la diadema al agua y solicitó:
    -Padre por favor, sigamos un rato mas.
    -He dicho que volvemos a casa -dijo el padre malhumorado.
    -Por favor padre -el padre no la dejó continuar y con voz de enfado, dijo:
    - ¡¡Basta ya!!, he ordenado que volvemos a casa.
     El padre de pronto se sintió temeroso, en la mirada de su hija, quiso ver todo el odio que aquella bellísima criatura, sentía por él. Sus ojos de un color negro intenso, por un momento, se tiñeron de sangre. De pronto notó un escalofrio y un temblor por todo su cuerpo. A tal punto que lo notaron  los familiares. Su esposa le preguntó:
    -¿Te sientes bien querido?
    -No es nada, solo que de pronto he sentido como un mareo. Pero no creo sea nada importante. volvamos a casa cuanto antes, por favor- y volviendose hacia su hija, observó en ella, una sonrisa que aún le heló más la sangre que la cuel mirada anterior.
   
     Cuando regresaron a casa, él trató de rehuir a la hija y ese día no hubo mas incidencias.
   
     Pasaron los días y aquel hombre temeroso de cruzarse con Isabel, decidió hacer un viaje con el pretecto de agilizar algunas gestiones de su negocio. Anduvo deambulando de ciudad en ciudad y refugiandose en el alcohol y con un temor enorme de volver a Ceuta.
 
   Algunas semanas después, volvió a su hogar pero ya no era el mismo. Todo el día se lo pasaba en bares y bodegas bebiendo sin parar. Cierto día, cuando regresó a casa, su mujer le esperaba y le preguntó, que es lo que habia pasado entre ellos, para que motivara el cambio tan brusco que él habia dado a sus relacciones.
    -Tú tienes la culpa que engendrastes un demónio. Tu hija es un monstruo de los abismos y ha venido a llevarme a las profundidades del mar.
    -Estás loco o borracho, ¿como puede un padre hablar así de su propia hija?
    -Tu hija es un enjendro del mal. Es la sirena que tuve como amante hasta que te conocí. le prometí que me casaría con ella, pero  lo hice contigo y ha venido a vengarase.
    -¿Como puede un padre decir que su hija es un monstruo?, si es la persona más encantadora del mundo, la mas dulce y cariñosa.
    En ese momento, la puerta de la sala se abrió, apareciendo Isabel en el umbral. Su belleza era imposible de describir. A su angelical rostro, unia unas líneas de tal armonía en el cuerpo, que solo era posible contemplar en las diosas mitológicas griegas.
    -¿Que te ocurre madre?, te he oido gritar.
    -Nada hija, discutía con tu padre por algo sin importancia.
    -Sabeis que no me gusta que discutais, os amo demasiado a los dos y quiero veros siempre felices.
    
    De inmediato, dirigiendose a su madre la besó, para luego intentar hacer lo mismo con el padre.
  
    Él, con un ataque de nervios, la rechazó gritando:
    -¡¡Bruja!!, no te acerques a mí.
    -¿Qué te ocurre padre?, ¿por qué me llamas bruja?, ¿he hecho algo mal? -dijo la niña echándose a llorar.
   
   
El padre dirigiendose a la puerta, salío de la vivienda dando un portazo. Entonces Isabel dirigiendose a la madre dijo:
     -Creo que padre se ha vuelto loco, no entiendo esta reacción ni la de aquella tarde en la playa. Con ese empecinamiento de que volvieramos a casa.
    -Ya se le pasará dijo la madre. La verdad es que lleva un tiempo muy raro--
    -No te preocupes madre, iré a buscarle.
     Isabel salio de casa y como sabiendo de antemano donde estaba el padre, se dirigió a la playa. Allí sentado en una roca, gritaba y maldecía, a la vez que arrojaba piedras al agua.
    -Sal maldita bruja, criatura infernal.
    -No grites querido, estoy aquí. No grites y ven conmigo.
     De nuevo, aquella linda melena suelta de negro azavache, sujetada por la hermosa diadema fabricada con pequeñas estrellitas de mar, perla y corales, resaltaba en aquella noche ceutí de luna llena. Más hermosa que nunca y totalmente desnuda. Con una fria sonrisa en los carnosos labios que hacía helar la sangre, aquella bellísima mujer se fue acercando lentamente a él y sujetandolo por el antebrazo, le conminó:
    -Ven conmigo.
    El trató por todos los médios, deshacerse de aquellas suaves manos. Todo fue imposible, aquellos delicados dedos, parecian tenazas que sujetaban con una brutal fuerza. Ella le soltó y muy suavemente le dijo:
    -¿Creías que un simple mortal, puede despreciar a una ninfa del mar?, ya te he dejado  suficiente tiempo en tu hábitat. A partir de ahora me pertenece y vendrás conmigo, pero no como te quise anteriormente, ahora serás esclavo de tu anbición y tu alma vagará por esos mares sin descanso mientras tu cuerpo, sevirá de alimento a los peces. Yacerás por siempre jamás en los abismos marinos y sin ser enterrado. ¡¡Ven!! -le dijo.
Él como innotizado y sin poder evitar seguirla, fue introduciendose en el agua, hasta que sintió que no podía respirar. La desesperación del ahogo, no evitó comprobar como era guiado, a lo más profundo del océano a la vez que oía la risa de la sirena que lo arrastraba con ella.
      Al día siguiente, en la playa que existía debajo de la Muralla de Ceuta, junto al puente levadizo, aparecieron los cadaveres de Isabel y su padre. Todos en Ceuta lloraron la pérdida. En los corrillos de la ciudad, se comentaba, que dado el estado de alcoholismo de aquel hombre, aquella noche se introdujo en el agua, y su hija intentandole salvar, se arrojó tambien para salvarle, ahogándose los dos.

                              
    Algebraicas, 28 de abril de 2010.

                                                          
José María Fortes Castillo

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