LOS JUEGOS FLORALES
Si no me hubiese acercado a la puerta de Miguelito a pedir agua, ahora no estaríamos en el aprieto en que nos encontrábamos. A una semana de la recogida de trabajos para poder participar en los Juegos, andábamos aún enfrascados en el dilema de quiénes podrían formar nuestro grupo; pues al fin y al cabo, sí decidíamos presentar algún poema, estando unidos ya por las circunstancias, daríamos por hecho que todos formamos parte del Círculo; por el contrario, no hacerlo significaría que tal oportunidad se perdería probablemente para siempre. Yo, por si acaso, había dedicado parte de la noche a iniciar la composición de un soneto de corte clásico que titulé: “Dioses del Olimpo”. (Pienso que me hallaba muy condicionado por mi situación personal debido al amor que sentía hacia Margarita). El mismo comenzaba así:
Dioses que moráis en el alto cielo
Dejad en mi agria copa de dolor,
Triste el corazón en amargo duelo,
El bálsamo que cura el desamor.
Para ser el primer cuarteto que componía, después de haber hecho con mi profesor el análisis de algunos tipos de estrofas, no me parecía mal. Sin embargo, dudaba mucho de que versiculando así pudiera conseguir algún premio. Tendría que continuar puliendo mi escritura por mucho tiempo para alcanzar el alto honor de ser “poeta del Parnaso”.
A la mañana siguiente –era un espléndido sábado de primavera- fui muy contento a casa de Miguelito Cienfuegos a mostrarle mi cuarteto; orgulloso, sin duda, pues el soneto me parecía una estrofa dura de pelar. Y Miguelito no estaba, se había ido temprano de pesca con su padre. De modo que me quedé algo decepcionado por no poder presentarle mi pequeña obra de arte.
La señora Prudencia se dio cuenta enseguida de mi fiasco y terció gentil como siempre:
Si quieres te lo leo y te doy mi opinión. Es bueno enfrentarse a la crítica, sobre todo si es constructiva. Sonrió y sus grandes ojos castaños hicieron diana en los míos, convenciéndome.
-Bueno, estoy algo nervioso; pero… vale.
No se ciñó a leer para sí el texto; sino que, por el contrario, se lanzó a declamarlo. Aquello sonaba realmente bien, en una voz que nunca había oído con tan bello registro. Daba la impresión que había recitado poemas más de una vez, porque lo hacía con gran soltura. Y acabó el cuarteto enfatizando: … “el bálsamo que cura el desamor”
Sonrió de nuevo y mostró entre labios sus blancos y alineados dientes.
-Muy bonito. Es algo trágico, pero has conseguido unir los versos con melodía y buena rima.
-¿Usted cree? -Dije, sin querer darme por enterado con respecto al adjetivo “trágico”.
-No sólo lo creo, sino que estoy convencida que si continúas construyendo el soneto en esa línea poética tendrás posibilidades en el concurso.
-Gracias, señora Prudencia. Dígale a Miguelito que se pase por mi casa en cuanto llegue.
Y me fui feliz, recitando el cuarteto interiormente. Ya casi me lo sabía de memoria.
Pasada el almuerzo, se presentó Miguelito en mi casa con una sonrisa de oreja a oreja en su cara.
-Estamos de enhorabuena, Ramoncito Cámara ha aceptado formar parte de nuestro Círculo; además va escribir algún poema para el concurso. Espero que no se eche para atrás; pues lo veo algo tímido.
-Esto cambia la situación. Ahora ya tenemos tres patas para la mesa. -Comenté, esbozando también una breve sonrisa.
-Veremos que pasa con Margarita. La vi muy interesada cuando le dije, además, que éramos muy amigos y que formabas parte del grupo como parnasiano principal.
-Sí, me siento muy contento, porque parece que ya hemos completado la mesa.
¡Y dale con la mesa! Bueno, está bien la idea, pero no la explotes más. Así la vas a desgastar. No te lo tomes a mal, es broma. ¡Vamos!. Te invito a merendar a mi casa y así se le contamos todo a mi madre.
-Vale, me llevo lo que he escrito para que lo leas tú también. A tu madre le pareció bien. Además, pienso que si componer un soneto resulta muy complicado como noveles que somos, podríamos hacerlo entre los cuatro. ¿Qué te parece? Dos cuartetos y dos tercetos: cabemos a una estrofa cada uno. Yo os llevo ventaja porque ya he escrito la mía.
-Eres un poco tramposo. Bueno, no tanto, yo también tengo casi terminado otro cuarteto; quizá podamos fundirlos. Sus ojos chispeaban un poco.
-¡Caramba!. La cosa promete. ¿A qué va a ser verdad lo que dice tu madre de que podemos tener posibilidades en los Juegos?
Desde mi casa hasta la de Miguelito teníamos que atravesar un jardincillo con un espacio abierto en el que había un tobogán y varios columpios para los juegos de los niños pequeños; que cuando sus madres no los llevaban, los más mayores aprovechábamos para columpiarnos. Y, coincidencias de la vida, justo en ese momento, Margarita se balanceaba en uno de ellos.
Conforme nos íbamos acercando, mi corazón comenzó a latir cada vez con más fuerza y noté que me subía la sangre a la cabeza. Ahora puedo comprender qué era lo que revolucionaba mi interior produciendo en mi una reacción total: eso que comúnmente llamamos emoción. Estaba tan turbado y paralizado por ésta, que apenas acertaba a hilar palabra alguna. Y casi balbuciendo, le dije a Miguelito
-Pe… pero si es Margarita. Ahora podremos explicarle nuestro plan. Espero que la convenzamos para que escriba uno de los tercetos que nos falta.
-A mi me parece que tú sientes algo por ella. Se nota en tus ojos; además te has puesto muy colorado al verla. Acercó su boca a mi oído, y me dijo en tono de sorna: -¡Ay el amor: que bonito es!
Margarita se bajó del columpio y vino a nuestro encuentro.
-Estaba pensando en vosotros y qué hacer con la propuesta que me ha hecho Miguelito.
-Pues no lo pienses más y únete a nosotros; creo que será una experiencia inolvidable. En el barrio nos lo pasamos bien; pero ésto es otra cosa.
La miré con atrevimiento directamente a los ojos; no sé como saqué fuerzas de flaqueza para hablarle así.
Y Margarita, después de mantener unos instantes la mirada, bajo la cabeza para luego dirigirse con cierta firmeza a los dos.
-Pero yo tengo que ser una más. No quiero que me coloquéis en segundo lugar por ser niña. Todos somos iguales. ¿De acuerdo?
-De acuerdo -respondimos al unísono, desbordados por la actitud segura de Margarita, que ya se había unido a nosotros e iba a nuestro paso.
Y curiosamente, cuando ya estábamos acercándonos a la casa de la señora Prudencia, tropezamos casi de frente con Ramoncito Cámara.
-Os estaba buscando. ¿Dónde os metéis?
-Vamos, ven con nosotros, que tenemos muchos planes para el Círculo. Porque debes saber que ya están las cuatro patas hechas y derechas. Y podemos proclamar ahora mismo lo que somos, lo que queremos ser: “El Círculo del Parnaso”
En ese preciso instante Miguelito Cienfuegos, tomando impulso con el pie derecho, giró hábilmente sobre el talón contrario describiendo un círculo en el aire. Luego elevó firme su puño derecho y dijo:
- “Adelante parnasianos”.
Caminamos algo más y llegamos charlando, casi sin darnos cuenta, a la casa de la señora Prudencia que nos recibió como siempre con la cordialidad que la caracterizaba.
-¡Vaya cuadrilla! Ahora mismo os preparo la merienda: pastel de chocolate y refrescos para todos.
-Cuadrilla, mamá, precisamente eso es lo que somos: los cuatro poetas del Círculo del Parnaso.
-Bonito nombre; por fin habéis logrado formar el grupo. Me alegro mucho y espero que triunféis en los Juegos Florales.
-Mamá, quiero que nos aconsejes porque esperamos presentar al concurso un poema en forma de soneto. Ya hemos hablado de hacerlo juntos. De hecho tenemos elaborado casi la mitad. Mira te leo mi parte que he ido modificando para que case con la de Luisito. Es un cuarteto y dice así:
Si confuso y turbado por mi anhelo
Deshecho el pulso firme del amor;
Si acallado en mis labios el desvelo
Veis en mi turbado rostro su pavor
-Es hermoso, hijo mío; y muy trágico al igual que el cuarteto de Luisito. Estáis inspirados; pues conjuntan muy bien. Pero tengo una idea: me parece que el primer cuarteto debiera ser el segundo y el segundo el primero. Pienso que engarzarían mucho mejor y podrían dar paso a los dos tercetos siguientes; el último –como es preceptivo- con unos versos de desenlace. Os animo a que deis rienda suelta a vuestra imaginación y, entre los cuatro, concluyáis tan bella historia de amor. Una historia de amor con un héroe desconsolado que acude finalmente a los dioses para que le liberen de tan trágico destino.
Todos quedamos momentáneamente petrificados por las sugerentes palabras de doña Prudencia; que hablaba como si sus labios los movieran las musas del Parnaso; o al menos, a mi me lo parecía a juzgar por el resplandor que adornaba, como una brillante corona luminosa, su pelo caoba a contraluz.
Leímos los dos cuartetos en orden diferentes y decidimos que la opinión de la madre de Miguelito era la correcta. De modo que establecimos algunas ideas para el cierre de los dos tercetos; e incluso nos pusimos de acuerdo sobre el inicio de cada uno de ellos que, finalmente, compondrían Margarita Buendía y Ramoncito Cámara. Hecho lo cual, -después de disfrutar de la merienda que la señora Prudencia nos había preparado- nos despedimos hasta el próximo día en que debíamos revisar en su totalidad la composición, dándole la forma final de presentación para los Juegos.
Y como lo prometido era deuda, nos vimos el día siguiente por la tarde, nerviosos los dos poetas que aún no se habían estrenado, y nosotros mismos que esperábamos ansiosos rematar el soneto en el que habíamos puesto todas nuestras esperanzas.
Comenzó Ramoncito con un terceto que nos dejo maravillados:
Socorredme en este cuerpo tan vacío
Despojado de todo su fulgor;
Muerto ya con su carne consumida.
Y Margarita, visiblemente emocionada; tal vez por su condición de poetisa recién ascendida a nuestro particular Parnaso, recitó el terceto de cierre. Recuerdo que decía así; pues buena cuenta tuve en aprendérmelo por el especial significado que para mí tenía:
Arrebatadme este clamor que es mío;
Porque mi alma perdido su calor
Ausente está en una vida sin vida.
Todos aplaudimos y terminamos fundiéndonos en un largo abrazo, porque aquello parecía una especie de irreal realidad; como un bonito sueño que, al despertar, se hiciera definitivamente tangible; un instante que quedaría prendido en nuestros corazones para siempre.
Después de aquel fogonazo de ilusión, los días siguientes pasaron con la rutina habitual de la asistencia a clase y los tiempos de estudio en casa; días en los que apenas pudimos vernos. Y de saludarnos momentáneamente, era mucho más lo que nuestras miradas expresaban, que las breves palabras, tímidas en el fondo, por no querer deshacer aquel sortilegio que todos habíamos construidos.
Hasta que por fin llegó el anunciado día. El Salón de Actos del Instituto estaba a rebosar; ya que se habían interrumpido las últimas clases de la mañana del viernes para proceder a la proclamación de los premios: tres en orden de importancia, y el consabido accesit. ¿Quiénes serían los felices creadores? Y en todo caso, ¿merecería nuestro soneto algún premio? Para comprobarlo, nosotros, los cuatro poetas del Parnaso, nos habíamos sentados juntos, alineados de tal forma que Margarita estaba junto a mí, tan cerca como aquella vez en que le acaricié sus manos en el Jardín de los Enfermos. Mi corazón inundado de felicidad, casi flotando, añadía a la tensión emocional de tenerla junto a mí, la otra emoción que se vislumbraba cerca, cuando algunos profesores, entre ellos los dos que nos daban literatura, comenzaron a presidir –con toda solemnidad sobre el estrado- la ceremonia dentro de la cual se darían a conocer los premios. Mientras tanto nuestras mentes, seguramente sincronizadas en una misma frecuencia, esperaban el anuncio de los mismos, después de las palabras de saludo y presentación por parte del Sr Director del Instituto. Y llegaron, por supuesto que sí, a reglón seguido, del primero al último. Y en un clamor que recorría el Salón, todo el alumnado aplaudía y ovacionaba a su cohorte de poetas: no era El Monte Parnaso, por supuesto; pero en aquel momento podía parecérsele -pensé por un instante-, mientras clavaba mis pupilas en las de Margarita y, sin dudarlo por un instante, cogía sus suaves manos y las retenía entre las mías, embargado por su aceptación.
La voz melodiosa y bien timbrada de la profesora de Literatura Doña Teresa, proclamo el primero: un soneto que por su temática y perfecta construcción había merecido el máximo honor. Se llamaba: “Joven Amor”.
Y en segundo lugar -anunció el profesor de Historia Don Leocadio, hombre serio pero noble persona, que nos había introducido en el mundo misterioso y mágico de la mitología-, un soneto clásico, también elegante en sus formas y bien construido, con aceptable final de cierre: “Dioses del Olimpo”.
Ya prácticamente no pudimos oír más: digo nosotros cuatro, que nos levantamos de nuestros asientos para abrazarnos, mientras el resto de los mortales parecían aplaudir en otro plano, como si no los oyésemos, enajenados por la gran alegría de haber obtenido el segundo premio de los “V Juegos Florales”, de aquel año de mil novecientos sesenta y dos.
Siempre recordaré, como si aún estuviera fresca en mi retina, aquella foto de los cuatro recibiendo nuestro premio, con el fondo del Salón de Actos y el rótulo en letras góticas rezando: “V Juegos Florales”. Hoy la guardo como un tesoro sobre mi mesa de escritorio, con las firmas de aquellos niños, casi muchachos, que tuvimos un sueño poético y lo hicimos realidad. También permanece presente junto a mí, contenido en un marco plateado con unas pequeñas flores de lys grabadas en sus extremos, tal cual quedó impreso con la vieja máquina de escribir Olympia de mi padre, el soneto que nos hizo amigos para siempre. Y sólo por el cariño que les profeso para siempre, lo transcribo a continuación:
DIOSES DEL OLIMPO
Si confuso y turbado por mi anhelo
Deshecho el pulso firme del amor;
Si acallado en mis labios el desvelo
Veis en mi turbado rostro su pavor.
Dioses que moráis en el alto cielo
Dejad en mi agria copa de dolor,
Triste el corazón en amargo duelo,
El bálsamo que cura el desamor.
Socorredme en este cuerpo tan vacío,
Despojado de todo su fulgor;
Muerto ya con su carne consumida.
Arrebatadme este clamor que es mío;
Porque mi alma perdido su calor
Ausente está en una vida sin vida.
En Málaga, a 4 de abril de 2010
José Luis Pacheco Diaz