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Ceuta en su paisaje.... |
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EL ESTRECHO
El Estrecho es una cinta azul que une dos continentes, o los separa, o los aúna, o los aleja.... El Estrecho es una profunda rasgadura donde termina el Mediterráneo y comienza el océano Atlántico. El Estrecho no termina ni acaba, no tiene principio ni tiene fin, no está determinado por el alfa y el omega de cualquier medición... El Estrecho no es un camino, ni una vía, ni una senda que principia y propone al final una meta. El Estrecho, pongamos, es algo más...
Y es una encrucijada, un lugar donde no se va ni se viene; ni se olvida ni se recuerda; ni se pierde ni se gana... El Estrecho es un lugar donde se permanece, se habita, se nace, se muere... El Estrecho no tiene dueño, ni nadie lo compra, ni se vende al uso de las leyes del comercio. El Estrecho no es una moneda de cambio para obtener un obscuro deseo, ni lograr la gloria de convoyes perdidos en la historia... El Estrecho es tuyo y mío, y de todos... El Estrecho tiene alma... el alma de sus pueblos, de sus gentes, de sus cielos rojos, violetas y cárdenos en el poniente nostálgico de sus atardeceres...
Regresamos… en un regreso sempiterno, constante, inevitable -diría yo-, a sus aguas antiguas y profundas más allá de los tiempos. Es verdad, sus aguas, como en una pila bautismal agigantada, nos bautiza y nos hace pertenecer a un lugar fuera de cada época en que la historia ha escrito su cronología. Hemos sido bautizados en sus aguas y, este compromiso no apuntado en ningún libro de registro, sino en las alas de lo vientos reinantes, sin embargo, adquiere, como un juramento, mayor adhesión que cualquier grafía suscrita en cualquier teneduría oficial.
“Todo queda y todo pasa…”, recordando el verso de Machado, y nosotros pasamos y también deseamos quedarnos… Sí, deseamos quedarnos para siempre en las aguas mistéricas del Estrecho. Deseamos que nuestras almas vaguen inmateriales azuzando la brisa y el celaje desde Punta Camarinal y Tarifa a Punta Europa, y desde Cabo Espartel y Punta Malabata y Al-Boasa a Punta Almina. Deseamos vagar sin que se consuman las horas ni los entretenimientos en que vamos gastando la arena de nuestros relojes. Deseamos vagar sin contraer compromisos que nos distraigan de nuestros menesteres diarios. Deseamos vagar sin que nos marquen el paso y el camino que hemos de andar…
Deseamos, en definitiva, ser sólo un soplo, un murmullo, una conciencia de lo inefable de las cosas sencillas que principian en nuestros sentimientos y habitan en nuestros sueños primigenios. Todo ha de quedar traspasado por la nostalgia, por la atadura de sentirnos prisioneros de un paisaje que no cambia con el paso del tiempo y el transcurrir de la Historia.
Nosotros, sus avecindados, somos barro de aquellas ánforas que estibaban los fenicios en su barcos para transportar garum, aceite y vino; o tal vez de cartagineses y romanos; o quizás de los orientales bizantinos; acaso de vándalos y normandos al pie de epopeyas y emigraciones, sin darse una tregua, al filo mismo de la aventura…; o por fin, como el té amargo esperando su dulzor, de bereberes y árabes… Nosotros, en verdad, como dijera Omar Kheyyan en sus oceánicos versos de los “Rubaiyat”: “Somos el barro que un día bien pudo rodear el cabello y el cuello de una mujer hermosa”. Somos barro, pues, y también sentimientos para dar forma y vida a lo inanimado. Somos barro, pero barro con alma y, tenemos, por tanto, un lugar y un tiempo que nos pertenece y nos nombra aun en nuestra ausencia, como al rezo el timbre metálico del tañer de una campana…
El Estrecho nos da sentido y fe en lo que somos o, quizás mejor, lo que quisimos ser… Todos anhelamos alcanzar una meta, o habitar una Arcadia donde por fin hallemos el fin último de nuestra existencia. Sin embargo, es una meta y una Arcadia que se aleja de nosotros cada vez que pretendemos alcanzarla. Sólo nos acercamos cuando habitamos en las mágicas estancias de nuestros sueños inabarcables. Y en esos sueños…, El Estrecho, se alza majestuoso, como una besana de agua; como un sensual talle adolescente; como un vasto pañuelo ceñido de azul y verde; como una herida abierta en tajo, esperando nuestra llegada para pronunciar nuestros anónimos nombres…
Ceuta, a 1 de septiembre de 2011
Manuel Castillo Sempere
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DÍA DE LLUVIA
Había quedado por la mañana con Pepe Sevilla, junto a la puerta del Ayuntamiento, para tomar un café y hablar de algunas fotos antiguas de nuestro barrio que había prometido entregarme. Llegué con Teli temprano y nos sentamos bajo los soportales en una cafetería para guarecernos de la lluvia, que comenzaba a caer de manera intensa. Viento de poniente, del océano, de detrás de la Mujer Muerta. Viento fresco, que empujan las borrascas que se forman en el Atlántico y barren la Península de Oeste a Este sin apenas tregua. Cada invierno es diferente, y el que ahora nos recorre, después de un otoño extremadamente seco, ha tenido a bien abrir las compuertas del cielo y anegar las secas tierras de España. La Naturaleza, a veces, como el amor de los enamorados, se desborda y no se aviene a medida alguna…Y el agua, tan deseada y deseante por los hombres, cae a cantaros, como si los millones de gotas almacenadas en las nubes, vencieran sus muros de algodón, y cayesen apresuradas, en tropel, sobre nuestros campos y ciudades… ¡Se ha abierto el cielo! -dice alguien-, efectivamente, se ha abierto el cielo, y no hay nadie que pueda venir a cerrarlo…
Pepe, ha llegado, medio oculto por un paraguas enorme de color verde obscuro, que a pesar de su amplitud no ha evitado que venga chorreando.
-¡Buenos días! –le digo, y el me mira un poco incrédulo a mi deseo.
-¡Buenos días de lluvia, dirás! -me dice.
-Bueno, claro, ¡Buenos días de lluvia! –le digo, sonriendo-
No lo puedo ocultar, estos días de lluvia me gustan. Me gusta la novedad del agua corriendo por las calles; la atmósfera limpia; la gente corriendo a resguardarse de la lluvia; el goteo constante de las palmeras y los árboles en las alamedas; las nubes plomizas, cambiantes del gris al blanco, que a veces dejan un claro entre el que se cuela un rayo de sol y el paño añil del cielo. No, no lo puedo ocultar, aprecio sobremanera, estos días de lluvia…
Pepe ha pedido un café, y placidamente, tomando con sus manos el calor que desprende la taza, va saboreándolo alejada su mirada en las altas araucarias y palmeras de la plaza de África… Me gusta apreciar esos pequeños instantes de la persona que está contigo, que ausente un momento, se deja ir hacia no sabemos dónde…Yo nunca les interrumpo con alguna palabra a destiempo, sino que callo y dejo que su mente vuele libre al lugar donde ha elegido posarse… Estos pequeños instantes, que sólo duran un momento, son mágicos, tanto, que yo os pediría, que si alguna vez notáis mi ausencia, no hagáis nada por acercarme al momento, sino que me dejéis abandonado en el lugar a donde elegí llegar…
Hemos andado la calle donde antaño estaba el “Callejón del Asilo”; hemos caminado por la Calle de la Muralla; hemos alcanzado la bajada del Muelle España; y allí, mirando una viejas fotografías, hemos sentido de nuevo la niñez como si una cabalgata de recuerdos nos atropellara con su nostalgia. El tiempo trascurre y nos va dejando su huella, una huella indeleble y duradera…Sin embargo, el tiempo no existe, todo está escrito en las estrellas, en las horas, en la historia. Sí, el tiempo no existe; por el contrario dormita en nosotros lo atemporal de nuestros sueños; lo intangible de nuestros sentimientos que principian en nuestras almas desde antes de nacer. Todo se muda, se transforma y pule como los cantos rodados, pero nosotros, permanecemos, como permanece, en cada renovación la nueva primavera…
Pepe, ha alzado la vista de las fotografías, y sin saberse por qué, ha vuelto la mirada hacia las cimas altas y grises del Atlas… La tristeza nos ha tocado con sus dedos delicados. Ya no ha hecho falta que pronunciáramos palabra alguna, de pequeños, en los días de poniente, en días como el de hoy, también alzábamos la mirada hasta rozar las cimas altas y grises del Atlas…
En Cádiz, a las 1012h. del 8 de enero de 2010
Manuel Castillo Sempere
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EN UN LUGAR LLENO DE LUNA…
En un lugar lleno de luna, de mar y de lluvia…. Buenas noches, amigo que vives ahí, al pie de la piedra gris de la Mujer Muerta, en la ciudad de las siete colinas, del cual este adjetivo numeral-cardinal-, derivado del vocablo latino “Septem”, toma su nombre nuestro bendecido pueblo de Ceuta…
No sabrás dónde me encuentro en estos momentos…. Pero, yo te lo voy a recordar…. Es un lugar donde se encuentran un mar y un océano: Verde limo, casi transparente, uno; y azul, azul, azul…otro. Este lugar dónde hoy me encuentro, tiene un bosque de pinos que no llega a tocar el cielo; pero sin embargo, sí roza las nubes de agua, que ahora, en este instante, me están mojando a golpe de lluvia, a golpe de agua todos los versos que salen del alma. Este lugar dónde acabo de llegar, no tiene mi nombre gravado en ninguna piedra, ni en ningún guijarro de está orilla que tantas veces he pisado; pero aún así, en el anonimato, he sentido que son las piedras y los guijarros de siempre…; son los tuyos y los míos, los que no se pueden comprar, los que no tienen precio…
En este lugar amé por primera vez…y ella, quizás, ausente de mis miradas, nunca supo ni tan siquiera, que yo la amaba más que a mi vida… En este lugar dónde sólo he venido a saludar a mis amigos, mi huella ya no pisa sus calles, los adoquines indiferentes ya no reconocen mi presencia…
Y este lugar dónde he mandado que arrojen mis cenizas, es el mismo que ya ha olvidado mi rostro y mi nombre… ¡Dios mío!, este lugar dónde las rosas y los jazmines beberán mis cenizas, no sabrán nunca, distraídas, inconscientes, bellas, alegres: ¿cómo era mi rostro y cual era mi nombre…? ¡Dios mío!, en este lugar dónde la rosas y los jazmines…
Ceuta, a 2 de enero de 2008
Manuel Castillo Sempere
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MIS AMIGAS DEL PUENTE
Cuando regreso a Ceuta, algunas mañanas, me bajo a tomar un café a las terrazas kque se abren en “El Puente”. De siempre, el entorno del mercado de abastos -la plaza, como usualmente hemos dicho- ha tenido su ajetreo de gente que hace la compra y aprovecha para desayunar; o de personas que vienen y van a ultimar un recado, o por qué no, pongámoslo aún más fácil: de paseantes que dirigen sus pasos a esta encrucijada de calles para ver pasar al mundo ante sus ya acostumbrados ojos…
En este entorno tan variopinto siempre suele aparecer alguien conocido con quien tener una agradable tertulia, o como el caso que nos ocupa, el que aparece soy yo junto al grupo de amigas de Juani Fortes. Y aquí deseo detenerme un poco, porque es un grupo de mujeres maduras que pareciera que vienen de vuelta de todo y, sin embargo, todavía conservan la ilusión de hablar y sentir las cosas que cada día la vida les va llevando.
Juani, tiene cierta gracia en la presentación de sus amigos, porque lo hace con una cierta solemnidad, a medio camino entre la generosidad y lo aristocrático, y entre el agrado y cierto humor… Ella, con una sonrisa que te conquista, siempre me presenta como su primo el “escritor”, de tal manera. -háganse cargo- que para salir del embarazo, a continuación, no me queda más remedio que apuntarles: “Bueno, es cierto, algo nos gusta contar y escribir acerca de ciertas costumbres y antiguos lugares de nuestra ciudad…”
Y pasado este trago y recobrado el anonimato, paso a comentarles un poco los entresijos de esta controvertida y apasionada afición.
De entre las compañeras de Juani, he coincido en varias ocasiones con tres hermanas, dos de las cuales tiene un cierto impedimento. Sin embargo, no vayan a creer que esta circunstancia las entristece o les hurta la capacidad de charlar y discutir de cualquier tema que allí se aborde; no, de ninguna de las maneras, ellas participan con tal normalidad y ríen con tanta chispa que pareciera que el mundo se encuentra al alcance de sus deseos…
Nunca he encontrado actitud tan positiva en personas que se encuentran desposeídas de alguna facultad. No, nunca me habían llegado tan claras, tan frescas, tan llenas de esperanzas las risas de unas personas. Y ahí, alrededor de una mesa se estaba produciendo el milagro… Y como no puede ser de otro modo, me pregunté: ¿Por qué tiene que ocurrir estas cosas? ¿Por qué tuvieron, estas criaturas, que nacer en tales circunstancias? ¿Qué daño cometieron? …
Indudablemente, nadie puede contestar a estás preguntas, ni tampoco nadie puede saber el alcance último que el destino depara en los imprevisible giros de su ruleta; sin embargo, estas circunstancias se me antojan que no pueden ser vanas ni estériles. Porque de esta adversidad podemos aprender a valorar, cada mañana, la capacidad de tocar y mirar el alba… Porque ya nada puede ser igual. Porque cada trozo de cielo o de mar azul es un milagro que cada día nace y, sin embargo, no nos damos cuenta, entretenido con los menesteres de la vida, que es el mayor tesoro que tenemos y se encuentra al alcance de una simple mirada…
Juani, tus amigas me han hecho reflexionar. Ellas -precisamente ellas- han encendido una luz a mi ignorancia y me han apuntado que, algunos verbos, pongamos: columbrar, ver, observar, contemplar, mirar, atisbar, ojear, divisar, avistar, otear, vislumbrar…y otros que bien pudieran significar: abrir los párpados y extender la mirada hasta los limites del horizonte; o los contornos de nuestros amigos y seres amados; o simplemente extender la mirada en los espacios interiores con el colorido y las formas que nuestra voluntad quiera poseerlos…, deberían enseñarnos a ser humildes y juiciosos, pues estamos obligados a valorarlos como el mayor milagro que habita en nosotros, ya, que a cada instante, renace en nosotros con sólo abrir los parpados y alzar la mirada…
Juani, no sé si soy un escritor, pero si puedo decirte, que me gustaría copiar estos instantes que paso con tus amigas, y dejar en unas cuartillas estos momentos indescriptibles en que puedo contar estás pequeñas cosas, estos pequeños sentimientos que nos hacen acercarnos al alma de las personas y de las cosas…Valgan mis últimas palabras al nombre y al recuerdo de las tres hermanas; tan distantes, pudiera parecer, de la fugacidad del brillo y del color, y, sin embargo, tan cerca, tan cercanas de la luz eterna, imperecedera de las estrellas…
Ceuta, a 10 de septiembre de 2011
Manuel Castillo Sempere
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AMAPOLA DE SANGRE
Caía la tarde…Y nosotros, como aves prisioneras de la nostalgia, íbamos buscando la línea del horizonte, que a lo lejos, se desangraba como los rojos pétalos de una amapola herida… Miren hacia Poniente, hacia el Atlas, hacia la silueta de piedra desnuda y gris de la Mujer Muerta…
En estas horas tardías y únicas de los crepúsculos, todo es ausencia en nosotros; pareciera que el alma nos ha dejado por habitar en otros espacios más sutiles de los acostumbrados; no se aviene a nosotros lo cotidiano, ni la voz imperativa de lo cercano, ni la palabra dada para que se consuma su verbo junto a las horas del día…
En estas horas de la tarde lo que principia en nosotros es sentirnos una copia exacta de todo lo creado, de todo lo que existe, de todos los caminos que hemos de andar apuntados por el norte de la brújula en nuestra pequeña historia, de otra historia más grande, inacabable, atemporal, que es la historia de los Hombres…
La tarde sigue desangrándose… Del rojo, al violeta, luego cárdeno, más tarde tinto y, finalmente, una mancha azul marino que va tornándose cada vez más negruzca…Todo va extinguiéndose con agonía…Como si la tarde tuviese el propósito de salvar estos momentos y hacerlos inextinguibles; diríase eternos, como si no fuesen momentos o instantes de un tiempo presente; diríase que no hablamos de adverbios de tiempo, sino de sentimientos; de sentimientos puros que salen del alma para pregonar en un susurro que la tarde, las tardes, son la imagen de Dios pintada en el lienzo azul de los cielos…
La tarde termino de desojar sus pétalos de sangre… Y nosotros, ausentes de la vida, hemos tocado unos minutos la eternidad… Hemos aprendido que un instante bien puede ser eterno. Que duramos lo que puedan durar los pétalo de una amapola, o quizás, también, ¿por qué, no?, la eternidad de las cosas que mueren y nacen, y vuelven a morir y a nacer en un ciclo interminable.
Nada se muere y se agota, mas todo pervive y renace… Todo queda y todo vuelve, nada queda en olvido ni deja de existir si ya en su día existió. La tarde se acaba y se extingue, es verdad, no podemos evitarlo; sin embargo, la metáfora de los rojos pétalos de la amapola de sangre que hemos ido citando, pervivirá en otras tardes, y se transmutaran en otros momentos y en otras almas para que otro poeta de perdidos pasos, en la hora precisa donde los astros se alineen en la conjunción de sus orbitas, vuelva a sentir lo que nosotros ya hemos sentido a la caída de esta tarde única e irrepetible…
Y pasado el tiempo, acudirá otro poeta a la cita, y la tarde, como siempre, como si el tiempo no hubiese transcurrido, teñirá el cielo de rojo, como si fuese la misma amapola que, enamorada y herida, ensangrenta eternamente los crepúsculos…
Cádiz, 1158h. 25 de octubre 2011
Manuel Castillo Sempere
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LA CIUDAD DE LOS CINCO PÉTALOS
Por la mañanas, algunas veces, cuando voy andando por el paseo que rodea el litoral de Cádiz, me llega el rumor del mar…A veces me llega suave, y otra veces, como ahora, me llega agigantado por la olas que vienen del Sur. Y en este momento, sin poderlo evitar, siento que las olas, prisioneras de un mensaje, citan mi nombre para liberarse de su navegación oceánica, y volver a su rumor de siglos entre una orilla y otra…No puedo ocultarlo, el mar, esta mañana, me llega pausado, cadencioso, en cabalgatas de ondas que se abren en media luna plateadas por la carrera alta de la espuma. Es verdad, habéis de saber, que en estos instantes sus aguas de sal se pintan de colores grises y verdes, y un verde aún más obscuro, como preñados de algas, va alejándose hasta confundirse con la línea del horizonte en una mancha borrosa, irreal, desdibujada, inabarcable…
No puedo engañaros, el mar me llega de África, nuestra tierra, nuestro continente primigenio y puro, principio del devenir humano, principio de todas las cosas…África, al otro lado del mar, a tiro de piedra de la nostalgia, de los recuerdos, casi al alcance de la mano… Y Ceuta me llega a golpes, a latidos secos y fuertes del corazón de nuestra tierra. Ceuta me llega, irremediablemente, con las olas infinitas, incontables, que vienen del Sur… Con las nubes grandes y blancas que se amontonan en el cielo añil, como almenas de un castillo de algodón que también se avienen desde el Sur…
Corren las nubes y las olas, y la brisa y las gaviotas en sus espacios azules y malvas…Y sin embargo, yo regreso en camino inverso a ellas, como apuntándoles que están equivocadas, que han herrado su camino, y deben girar al Sur, hacia África donde se encuentra nuestra tierra…
Nosotros somos extranjeros que no pudimos permanecer en nuestro lugar de origen, en nuestro lugar geográfico donde nacimos. Nosotros somos forasteros donde habitamos cada día y cada noche en nuestra lejanía y en nuestras ausencias…
Me aviene y se agranda el rumor del mar, y al instante, como algo anunciado, me alcanza la mancha verde de los pinos de San Antonio; el timbre sonoro, metálico, de las campanas de la Catedral; la paz antigua de la plaza de África bajo la velada sombra de sus altas araucarias; el arco luminoso y azulino que se extiende hasta cabo Negro; las sierras grises, de piedra, del Atlas a Poniente; la sonoridad de las torrenteras y arroyos que bajan desde los oteros de los montes más altos del Renegado y Anyera, hasta caer precipitándose por los valles que descienden, entre alcornocales, pinos y eucaliptos, a las calas y playas de Benzú y Calamocarro al pie de la cenefa tornasol del Estrecho; y finalmente, el murmullo de agua que, como una estrofa poética, baja con los caños que la lluvia abre en las laderas del Hacho entre zarzamoras, helechos, jarales y chumberas…
Nada tenemos en el recuerdo; y sin embargo, todo nos pertenece cuando pongamos que hablamos de sentimientos. Y a los sentimientos ¿quién puede ponerles precio? Nada ni nadie puede cuestionarlos, ni siquiera a título de préstamo, porque sería pretender comprar el viento que libre nos trae el mensaje que esperamos a cada hora en la distancia…
El paseo, a cada paso, ha ido transformándose, trascendiendo en una pregunta obligada al mar, a las nubes, a la brisa: ¿hacia dónde vais, a qué lugar oculto, a qué país ignoto, a qué continente ya desaparecido?... Y el mar se precipita en las playas en olas exhaustas, moribundas, como sabanas de espumas blancas…Y las nubes y la brisa pasan con prisa, casi sin saludar, pero dejando en nuestro ámbito, en el aire que respiramos, el olor pasional, de deseo, de mujer, de África…
Nosotros somos extranjeros y nada tenemos en el recuerdo; y sin embargo, el recuerdo nos pertenece y da fe de que existimos, aun cuando nadie nos recuerde… Nosotros dejamos nuestros versos, al pie de una ciudad pequeña, suave, blanca, de sentir delicado, como los delicados pétalos de aquellos jazmines blancos que enjalbegaban mi patio en la niñez…
Si, Ceuta son unos jazmines blancos, ¿qué pudiera ser si no…? Acaso puede ser algo más sencillo que unos jazmines. Acaso puede ser algo más blanco que unos jazmines. Acaso puede ser algo más suave que los pétalos de unos jazmines. Acaso, por decir lo más definitivo, puede ser algo más pequeño y hermoso que unos jazmines. Pues, he de deciros, que cuando pienso y pronuncio estas cinco letras, a saber: más que cinco letras, semejan cinco pétalos de una ciudad pequeña, suave, blanca, de sentir delicado, que se ha dado en llamar Ceuta…
Y nosotros dejaremos nuestros versos, al pie de esta ciudad, sin pretender que nadie nos recuerde, abrazados y ausentes, para siempre en el olvido…
En Cádiz, a 15 de noviembre de 2011
Manuel Castillo Sempere -Ceuta en su paisaje-
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SÓLO SE SIENTE CAER LA LLUVIA…
Qué se espera de un día de lluvia… Acaso esperamos la tristeza, la melancolía, la nostalgia… Qué esperamos de los días caídos en vendaval, cuando a ratos sale el sol, brilla un momento por un trozo de cielo añil, y luego, vuelve a ocultarse entre nubes de guata grises y blancas…
Qué esperamos nosotros, los que tomamos un transbordador en Algeciras y a golpe de timón y hélice, nos aventuramos de nuevo en nuestra ciudad a bebernos de un sorbo todos sus recuerdos…
Nada nos parece extraño y, sin embargo, todo queda lejano, como ausente, como diría Pablo Neruda en su poemario de «20 poemas de amor y una canción desesperada». Cada balcón, cada portal, cada esquina, cada piedra de una calle cualquiera de esta ciudad, me trae el leve roce de un instante vivido en otro momento, de otro tiempo diferente… No son tiempos iguales o semejantes, pero son minutos de un reloj que ya han sido vividos y parecieran que retornan para ser sentidos en una nueva oportunidad.
Son los mismos pasos, los mismos caminos, la misma subida al Hacho, la misma lluvia que nos empapa y nos hace libre… O acaso es un abandono del alma a la marea del olvido para que confundamos pretérito y presente, y no sepamos diferenciar la realidad de los sueños… Tal vez yo apuntara al abandono del alma a las cosas que no podemos aprehender entre nuestros dedos, y así podemos dejarlas, casi sin pretenderlo, colmenera de las rosas primeras…
Se hace fuerte y se pronuncia el aguacero en la cuesta del Desnarigado; pareciera que por un momento el sol se ha extinguido y sus rayos se han desojado como una flor de cristal. Una nube negra, agigantada como un cerro, cae sobre nosotros con la furia de un animal sin freno; como si al dejar caer sus cántaras de agua aliviaran a los cielos de derrumbarse sobre las laderas de estos peñascales, que suben hasta el faro de punta Almina.
Truena la tormenta; un pino erguido sobre el corte de la carretera del monte, de tronco sinuoso, como labrado a corte de cuchillo, nos da cobijo por un rato de los azotes del viento achubascado. ¿Pasará la tormenta…? La lluvia arrecia y el cielo continúa encapotado… Todo se ha tornado gris, ausente la luz y el color… Sólo la lluvia habla su lenguaje de sonoridad infinita. Sólo la lluvia nos acerca a su rumor de siglos; de gotas de agua virgen que caen sobre los campos en una sinfonía sin nombre que nos hace sentirnos cercanos a los misterios de la Naturaleza. Sólo se siente caer la lluvia…
Pasa la tormenta, se aclara el celaje, se copia trocitos de cielo añil; y el sol, aquí y allá centellea en una nube, en una colina parada, en un prado verde, en un pinar, en las piedras de las antiguas murallas, en los cristales de la atalaya del faro… ¡Oh, sí, el sol centellea en los cristales del faro como si nos diera una señal, una tregua, un aviso para guarecernos!…
Dejamos nuestro cobijo en el árbol, y subimos la cuesta camino de la ermita de San Antonio. Los veneros y las fuentes serpentean entre los helechos y las jaras, y caen en caño sobre las anegadas cunetas. El agua fluye ladera abajo y, su rumor, como una caricia, se siente eterno en el alma…
Este año es un mal año para el secano; los campos están secos por la falta de lluvia; y la escasez del agua hace que no encañen los cultivos. Sin embargo, en los días de la Semana Santa las rogativas por la lluvia han terminado por abrir las compuertas de los cielos y, como en un milagro, en un nuevo diluvio, las aguas, ¡bendita aguas!, han caído en tropel, a raudales sobre los pueblos y los campos de nuestra geografía. Bien es verdad que las cofradías no han podido procesionar a sus pasos; y que ni la Amargura, El Descendimiento o el Silencio…han hecho su carrera por nuestras calles. Que ha habido desolación y lágrimas en los resignados cofrades que tendrán que esperar de nuevo un año. Un largo año… Pero la vida está llena de paradojas, y en las lágrimas puras de los cofrades, llenas de sentimiento religioso por sus Imágenes, se encuentran un nuevo milagro… Pudiéramos decir que las lágrimas se han tornado lluvia, lluvia para que la vida renazca en una nueva comunión entre los hombres, su fe y la naturaleza.
Quién no tiene, como Ulises, una Ítaca; una isla perdida y mítica donde arrobar sus recuerdos…Todos soñamos con un lugar mágico, una Arcadia, un último lugar donde refugiarnos de los avatares de la vida y alcanzar que se diluya nuestra propia conciencia… Así, de tal manera, cada primavera regreso a Ceuta, y regreso como regresaban las golondrinas a los nidos que ellas habían construido el año anterior bajo las balconadas del Palacio Consistorial…Y procuro regresar con algunos de mis hijos para que conozcan estos caminos en cuesta que suben hasta las alturas del Monte Hacho. Y haciendo la subida les relato aquellos otros momentos cuando mi padre terminaba su trabajo en el muelle Comercio, y me llevaba con él a dar la vuelta al Hacho. No hay nada de particular, ni extraordinario, sino sencillamente la admiración y el cariño que cualquiera de nosotros puede sentir por su padre…Yo le apuntaba que Joaquín era feliz y se sentía libre cuando hollaba estos paisajes de laderas verdes y abruptos acantilados que descienden verticalmente, sin transición, hasta romperse en el mar…Y él me miró un momento, y me dijo: “Yo vendré un día también a este lugar, que tanto te gusta, y le hablaré a mi hijo de ti y del abuelo…” Por un momento, no supe que decirle y permanecí callado; al rato le apunté: “Ojalá; ojalá, Jesús, tu hijo pueda sentir estas cumbres como nosotros…”
Qué misterio contienen estos eslabones de sentimientos… Cómo se detiene lo inescrutable ante las sugerencias que salen desde el fondo del alma y se proyectan como figuras chinescas en el devenir de los hombres…Una palabra, un ademán, un gesto, un deseo…, y, sin saberse por qué, queda grabado, como un hierro candente, en los anhelos que hemos de realizar, obligatoriamente, para que termine de cerrarse el circulo de promesas que de padres a hijos se devengan en esta cadena interminable de la vida…
Hemos llegado al pie de la ermita de San Antonio; desde esta altura EL Estrecho se anuncia majestuoso como un Dios griego. Una mancha azul, omnipresente, desde más allá de la punta de Benzú, atraviesa el horizonte hasta que se pierde inalcanzable en la bruma que se emborrona a levante. Gibraltar se despeja al Norte. Unos cúmulos enamorados de la mañana rozan la frente de piedra de la Mujer Muerta. Y ahí, justo a nuestros pies, ungida por los primeros rayos del sol, yace, aún mojada por la lluvia, la ciudad donde venimos a nacer…
Cádiz, a 8 de abril de 2012
Manuel Castillo Sempere
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¡LA CRUZ DE MAYO!
«Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas...»
Antonio Machado
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la primavera en todo su esplendor. Pareciera que la Naturaleza saliera de su sueño invernal y explotara en mil formas diferentes que, aquí y allá, fueran expandiéndose hasta el infinito…Mil formas, ¡sí!, y mil colores “pa pinta to” con los mejores encajes que la belleza pudiera hilvanar para este mes de las flores…Flores abiertas de par en par, como bocas y labios abiertos para besar nuestras almas de enamorados… Labios rojos como rosas ensangrentadas que clamasen que nos liberemos a la vida, a los deseos, a los sueños, a la existencia…
El tiempo transcurre y en nuestra memoria queda siempre aquellos otros momentos que, aunque ya fueron vividos, aún perviven en nosotros como si apenas hubiesen sido vividos ayer mismo… Las horas, como gotas de una lluvia diferente y mágica, caen sobre nosotros de una manera inexorable y constante; no obstante, en esa mojadura gozosa nos vamos identificando con nuestra propia historia y con nuestros propios sentimientos. “Todo pasa”, como dijera el poeta, pero también no es menos verdad que “todo queda” en nuestros recuerdos como algo indeleble que nos permite saber quiénes somos… Y ¡Quiénes somos¡...; ¿Quiénes somos?... Somos, simplemente, algo así: como algunas horas pasadas, y algunas otras horas que aún están por venir…
El tiempo transcurre, es verdad…; pero nosotros somos también ese mismo transcurrir que tanta deseamos aprehender; y, sin embargo, se nos va calladamente entre los abismos de nuestras sienes… El tiempo transcurre, es verdad…; pero al cabo, ese mismo tiempo, son nuestras mismas horas, que contadas una a una, dan el cómputo final de nuestro breve trance en esta morada terrena…
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!...y la primavera principia y alcanza ya todos los lugares que la Naturaleza ha recreado: están los húmedos ribazos, las verdes praderas, las altas cumbres, los ilimitados llanos, las borrascosas sierras, los pardos alcores, las cortadas vaguadas, las románticas alamedas…Y están también las doradas laderas del Monte Hacho, y las bajadas desde el fuerte del alto cerro de la Cantera- ya demolido-, Aranguren, Renegado -Monte de la Tortuga-, Anyera, Isabel II y el Mirador, todas llenas de primavera…Y desde Benzú se columbra la Mujer Muerta con su gasa tenue de marfil de tonos azulados, que en su agigantada efigie pareciera la diosa que sostiene el mármol eterno de los cielos… Un camino serpea, blanco de polvo, desde la ballenera hasta la alta cumbre de su rostro; camino solitario desde el mar del Estrecho, que anhelamos subirlo como en otras ocasiones hemos andado; y, sin embargo, desde los recodos de ese camino, nosotros hemos también anhelado los caminos ignotos y recónditos, llenos de blanca espuma, que los buques trazan en la espesura azul y, a veces negruzca, del mar abierto del Estrecho…
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la primavera nos acerca a aquellos patios de Ceuta, donde decir Cruz de Mayo, era decir cal blanca y pura acabada de enjabegar por muro y paredes, hasta sentir el sabor de la cal como tuyo; como si al sentir su roce en tus manos y en tus ropas, sintieras que la cal era verdaderamente la caricia de la humilde identidad y de la pureza más excelsa, de las gentes que habitamos aquellos patios y aquellas calles de la Ceuta antigua; era decir claveles y geranios rojos, tan rojo como la sangre que nos recorre; era decir niños de comunión, y pequeños altares con recordatorios y vasos y jarros con rosas perfumadas, recién cortadas de algún jardín o del huerto de Maria Vera, por alguna mano infantil; era el sentimiento alegre de Jesús, El Cristo, Él ungido que se desclavaba y nos abrazaba con sus manos aún ensangrentadas…; era la pasión de la vida, renovada una vez más, como ejemplo de la locura por existir, por gritar a los vientos que nosotros también somos y nos sentimos parte de esa locura que nos trae la Naturaleza…
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la primavera nos entrega a manos llena el conocimiento primigenio que los siglos han ido conformando en nuestras conciencias…Nada nos es extraño, y todo pareciera que concluyera en un instante único y definitivo: la nostalgia regresa a nosotros con su bagaje de recuerdos pronunciando nuestros nombres; los días venideros, se allegan también a nosotros con la incertidumbre de lo ignoto, de los desconocido…; sin embargo, en nuestras almas, al cabo, han cesado las diferencias de pasado y futuro, y todo queda ceñido al presente…Al presente de lo que hemos sido y hemos de ser…Todo queda ceñido a un mar infinito y eterno…Todo queda ceñido, para entendernos, a Dios…
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la primavera va dejando el olor a azahar de los naranjos de la calle Real y del Ayuntamiento; y del incienso que los monaguillos de la Iglesia de África van embalsamando en aire al paso de la procesión del Corpus Cristi; y del salitre de los primeros baños de las playas de la Ribera y el Chorrillo. Todo vuelve, como un noria mayúscula que viajara dando vueltas y más vueltas en el espacio y en las horas a su tiempo originario; todo vuelve, ¡es cierto!, como en una copia a las emigraciones de las aves que vuelven de África hasta cruzar la meta de aguas azules, profundas, obscuras, del Estrecho…
Sí; todo vuelve, como ha vuelto con esta nueva primavera: el olor a naranjos y a azahares; a iglesia y a incienso; a mar y a salitre… Y definitivamente, ha vuelto una vez más, como fluye el agua en las torrenteras, sin que pueda evitarse, el giro de los cangilones de la noria del tiempo a las horas precisas y exactas donde ayer, aún permanecía, ausente, olvidada, nuestra presencia…
¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!...
Cádiz, a 28 de abril de 2012
Manuel Castillo Sempere
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SOÑABA CON EL MAR…
Hace unos días, estuve leyendo, en el apartado de colaboradores de El Faro, el escrito de Dani Vicente acerca de Ricardo Muñoz Ruiz, su abuelo. Es un relato que tiene la virtud de que aunque tiene indefectiblemente un registro personal dedicado a su querido abuelo, pudiera ser que evocara a todos nuestros abuelos, que como él, un día iniciaron su marcha definitiva, y que nosotros, sus nietos, tuvimos la suerte de conocer un día ya muy lejano…
Y lo que más me sorprendió del relato fue que al visionar la fotografía que se adjuntaba, al instante comprendí lleno de nostalgia, que yo visité en algunas ocasiones la Zapatería Muñoz. Sí; mi padre se avino a llevarme alguna que otra vez; y me presento a Ricardo y a otros amigos que, pasadas las doce del mediodía, se acercaban a la zapatería para conversar un rato entre ellos en una animada y entrañable tertulia diaria.
La primera vez que visite la tertulia, había acabado mis estudios de Capitán de la Marina Mercante, y observé que mi padre tenía un interés especial porque le acompañara. Al rato de estar allí comprendí el porqué de su interés. Ricardo era un enamorado del mar… Y un sus ratos libres construía barcos con una destreza y meticulosidad que sólo una persona que durante años hubiese ejercido el arte de ser paciente podía realizar…
Hablamos de buques, del mar y algunas otras cosas… Pero yo solamente tenía el conocimiento técnico del arte de navegar, de la estiba, de las maniobras, de los reglamentos de abordajes y señales; de las guardias, de cubiertas, de puentes de derrotas, de compases y cartas náuticas, de brújulas, de magistrales, de marcaciones a la costa, a la luz de un faro, a la verde y la roja de la bocana de un puerto… Sin embargo él tenía el conocimiento romántico de soñar con los buques y del mar… Porque en verdad yo sólo era un aprendiz de marino en su mundo irreal de océanos y bajeles, arrumbados a puertos de leyenda dónde, quizás ahora, esté dando las ordenes al timonel para seguir la derrota trazada en la carta náutica de los espacios celestes…
Cada hombre tiene sus sueños…Y él los tenía con creces, con libertad, con la sutileza suficiente para rozar lo mágico… ¡Qué de sueños habrá ido hilvanado en cada pieza que añadía a su nueva construcción; cada palo, cada cubierta, cada hélice, cada amura o cada chimenea que delicadamente colocase en su pequeño astillero, le anegaría el alma de pequeñas felicidades gozosas como se llena una cántara en el agua fresca de una fuente!
Mi padre lo apreciaba sobremanera y le tenía una cierta admiración; quizás porque le recordaba a su propio padre Joaquín, que en aquel reñidero de peleas de gallos del Callejón del Obispo, recreó un verdadero taller de carpintería y, como Ricardo, arreglaba cualquier cosa que le trajesen o que cayera en sus manos. Alguna vez he escrito acerca de esta misteriosa cadena que somos los seres humanos; donde los gustos, las inquietudes, los deseos, los sueños de nuestros mayores van quedando en nosotros, como un pozo profundo donde necesariamente vamos bebiendo de sus aguas todos los años de nuestras vidas que han de venir…
Dice, Dani Vicente, que Ricardo: “Era una persona amable, educada y sobre todo humilde. Jamás levantaba la voz y trataba a todos los que pasaban por su zapatería con una atención mayúscula, casi servil, ya fuera una persona distinguida o el más humilde de sus clientes”. Efectivamente, Ricardo lo ha descrito tal como era: amable, educado, humilde y sencillo, y yo le añadiría, que tenía la inmensa fortuna de ser sensible. Sensible a sus semejantes y a las cosas de la vida. Hay personas que aunque su dedicación profesional no luzca en esa vitrina de las apariencias, en que frívolamente queda convertido las titulaciones académicas y los sobresalientes cargos; en cambio, tienen una elegancia y “un saber estar” que te llenan de gozo los instantes que pasas con ellas. Ricardo tenía ese “don”; el don de enseñarte algún concepto, alguna idea, alguna actitud, con sólo disfrutar un rato en su compañía.
Apuntaba bien su nieto cuando decía que en vez de zapatero prefería el termino:”Ingeniero técnico de reparación del calzado”. Sólo una persona inteligente y con una dosis grande de humor, puede recrearse de esa manera en la utilización de un oficio tan añejo en el tiempo como es el de zapatero. La frase está llena de ironía -te obliga a sonreírte- y es una critica terrible, aunque sin apenas alzar la voz, a la estulticia que se ha adueñado de algunas profesiones que, para mejor ser reconocidas, necesitan ser renombradas con una titulación que apenas si caben en el pergamino-cuadro donde se enmarcan.
Y soñaba con el mar…Y verdaderamente ya no soñaras más con el mar. Porque ahora sí; ahora navegas sin rumbo fijo; ora un día al Norte o al Sur; ora otro, al Oeste o al Este; ahora ya ni si quieras necesitas a las cartas náuticas para trazar los rumbos y las derrotas que te lleven a buen puerto al otro lado del Océano Celeste… Ahora ya eres un marino, un verdadero marino entre el oleaje y la brisa, entre la luna y los astros, entre los seres que has amado y tus amigos…Ya la mar es tuya, abandonado a ella para siempre, como los muelles en el alba…
Cádiz, a 12 de mayo de 2012
Manuel Castillo Sempere - Ceuta en su paisaje..
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ANTONIO MIRA Y LOS NAUFRAGIOS DEL 12 DE DICIEMBRE DE 1949
A finales de agosto del año pasado, remitimos, al diario El Faro, una crónica-homenaje titulada: “Antonio Mira, ¡Un hombre de mar!” Hoy, pasado un año de aquella fecha, cuando me disponía a llevarle el relato sobre “los naufragios de 12 de diciembre de 1949”, que juntos fuimos elaborando, me dieron la terrible noticia de que ya no hacia falta que le llevara ningún nuevo escrito, ni siquiera lo acontecido en la tragedia del “Lobo”… Porque Antonio, Antonio Mira nos había dejado para siempre…
Y yo, por un momento me sentí aturdido, perdido en mi quehacer de ir tomando notas acerca de la flota de pesca de Ceuta, de la flota, sobre todo, de la traíña, del arte de cerco para la captura de jureles, boquerones, sardinas, bonitos, melvas, etc.
Fuimos Joaquín y yo, junto al camino de San Amaro, a rendirle el últimos adiós…En el camino nos encontramos a Juani, a Mariluz, a Cayetano León, a Almenta, y otros amigos; y naturalmente a sus familiares -su hermana, sus hijos y sus nietos-, y nos abrazamos, y en el dolor, aún pudimos desgranar, su forma de ser, su carácter, la manera tan gallarda y valiente de interpretar las cosas de la vida… Como ya dije en otra ocasión, Antonio, ya no era un personaje de ahora… Antonio, era un personaje de Conrad, de “Azorín”, de Pio Baroja, de Neruda…Antonio era un personaje de otro tiempo; de un tiempo donde la flota de pesca de nuestra ciudad era una flota formidable de más de cien embarcaciones que faenaba en las aguas bravas del Estrecho, y hasta el Sur de Larache en el Atlántico, y al Este de Uad Laou en el Mediterráneo.
Cuando alguien como Antonio se nos va, se rompe irremediablemente parte de nuestro paisaje, y nos dejan huérfanos y con el regusto amargo del dolor o la tristeza, como quieran ustedes llamarlo…Sin embargo, si esto es una perdida, aún es peor que ahora hayamos perdido la referencia histórica de aquella flota de pesca que tanto prestigio dio a nuestra ciudad. Con él se fue la última traiña que surcaba nuestros mares; con el se fue ese mundo romántico de bravos patrones y de resignados pescadores…Con él se fue el mundo de la pesca del siglo XX: aquel Muelle Comercio -viva estampa marinera del oficio ancestral de pescador; bullicio y trajín de cajas de “pescao” que arrastran los marineros desde las bodegas cargadas con hielo, hasta su subasta a “la baja” voceada a gritos por la figura clave de esta industria, que fueron los subastadores-; el antigua edificio de la cofradía y el salón de la cafetería-bar, donde se repartía “a la parte”, la venta de las capturas; la vieja y la nueva lonja; y los muelles plateados por la luna y la descarga a millares de las melvas al alba…
Navega, de nuevo, con el “Dorinda Dapena” -la barca familiar-, por el oleaje azulado del cosmos…Navega, pues, con la mar de leva, y por la espuma infinita e inabarcable de Dios… Con la rebeldía que siempre te caracterizó. No te rindas nunca…Vete con los tuyos, los mayores… También con mi padre, tu amigo… vete, porque al despuntar el alba, con los primeros rayos, navegarás libre para siempre…
He aquí el relato que la misma mañana de su viaje definitivo, yo le llevaba para que me diera su necesario e imprescindible reconocimiento. Ahora, sin tiempo para realizar alguna corrección, espero que sepas personar mi torpeza si, como es posible, la cometiera;
«Como ya apunté en el capítulo del Lobo de “Ceuta mi niñez perdida…”, toda mi infancia transcurrió en el patio donde vivía José Fortes “El Chache”, armador de este pesquero, de tal suerte, que en las tertulias que los vecinos solían tener era motivo de comentario el naufragio del Lobo y de dos traíñas que lo acompañaban montando las puntas Almina y Santa Catalina.
Antonio Mira, viejo pescador, le tocó vivir de cerca, en una de las traíñas que montaron los acantilados del Hacho, el hundimiento de estos barcos. Algunas mañanas al filo de las once, y algunas tardes pasadas las seis, he ido a buscarle a tomarme un café con él, y a que me desgrane aquellos terribles acaecimientos. Y así, a ratos, a través de muchos meses de andar preguntándole y tomando notas en mi cuaderno, he ido desentrañando, gracias a la memoria prodigiosa de Antonio, lo acontecido hace ahora más 60 años, de aquellos sucesos. Puede que algunos hechos hayan quedado en la bruma inescrutable del pretérito, pero otros, los que el ha podido rescatar de los años donde ha ido cayendo el olvido están expuestos tal como él me los ha relatado; quizás Antonio sea de las últimos viejos lobos de mar, que estuvieron presentes en ese tiempo, en esas circunstancias, y sobre la combada cubierta de madera de una traíña de Ceuta. He aquí, pues, lo que aconteció:
El día 11 de diciembre del 1949, alrededor de 30 traíñas de la flota pesquera de Ceuta, se encontraban faenando en el litoral de Marruecos, a la altura en Uad Laou, el viento era del Norte y nada presagiaba la terrible tragedia que al día siguiente habría de acontecer.
Antonio me apunta algunos de los nombres de esos pesqueros, a saber: Nuestro Sebastián, María López, Sebastián y Gracia, El Africano II, La Joven Antoñita, Hermanos Cantón, General Varela Iglesias, El Lobo Grande, Juan Piñero, Los Mellizos, San Carlos, Joven y Joaquín y el Gracia Mates.
El viento del Norte comenzó a arreciar y a levantar la mar, y ante la dificultad de continuar las tareas de la pesca, sobre las una y las dos de la madrugada del día 12, las traíñas arrumbaron a refugiarse tras Cabo Negro y la playa de la Restinga, y echar el “hierro” para aguantar fondeados y esperar la deriva del tiempo. Apunto la mañana, de manera inesperada, con un zarpazo brutal de una fiera enloquecida. El Levante infló sus velas y arremetió con todas sus fuerzas, barriendo toda la costa. La mayor parte de los pesqueros levantaron los rezones y pusieron rumbo a Ceuta para remontar Punta Almina alrededor de las diez de la mañana.
Otros barcos: El Lobo grande, Los mellizos, El San Carlos, Juan Piñero, Hermanos Cantón, más rezagados aguardaron un tiempo en la “Ribera”, hasta que se decidieron al filo de la tarde a montar Punta Almina.
La suerte estaba echada y, aquellos pescadores, aguantaron bien los embates del temporal hasta pasar los acantilados de Pta Almina; todo parecía ir bien, las amuras habían ganado barlovento y ahora se dispusieron a girar la rueda del timón a babor para ir arrumbando al oeste y presentar popa a la mar.
Y en este punto, cuando la arribada al puerto de Ceuta parecía asegurada se desato la tragedia. La zona de mar entre Punta Almina, el bajo Isabel y Punta Catalina, la línea de sonda desciende vertiginosamente desde los 100 metros hasta los 6 y 13 metros, con lo cual produce un contraste de mareas y corriente formándose fuertes “Hileros” que dificultan y hacen peligrosa la navegación. A ello, apunta Antonio: “la mar de Norte estaba hecha, y se confrontaba con la mar arbolada del Este”; con lo cual todos estos elementos cartográficos descritos, unidos a la violenta adversidad de los vientos y la mar reinantes en la penumbra de la caída de la tarde -18 y 19 horas-, hicieron inevitable el naufragio del Lobo Grande, Los Mellizos y EL San Carlos.
Los Hermanos Cantón, y el Juan Piñero, que venían a la popa de ellos, cuando vieron desaparecer las luces de alcance, intuyendo la tragedia, se abrieron al momento poniendo “agua a la quilla” y levantando el timón hasta aproar Gibraltar y ganar aguas más profundas del Estrecho.
Del lobo* se rescataron cinco supervivientes (Un padre con sus dos hijo; el patrón de papeles y el chiquillo del barco). De Los Mellizos y del San Carlos, se ahogaron todos.
Desde que fui adquiriendo los conocimientos náuticos de mi profesión, siempre me pregunté si fueron los elementos meteorológicos o la pericia de los patrones la causa última de estos hundimientos. Si bien con la ayuda de Antonio he podido seguir las condiciones de mar, y la derrota de la flota en aquel día aciago, me quedaba por decidir la responsabilidad de los patrones de las traíñas. Y en este punto, Antonio, con la lucidez que siempre le caracteriza, me dijo: “Manuel, nuestro barcos, los de Ceuta, siempre acortábamos la distancia arrumbando por dentro de los Hileros; era nuestra seña de identidad que caracterizaba nuestro conocimiento sobre los bajos y las rocas ahogadas de nuestro litoral. Los patrones conocían este mar del Estrecho mejor que la palma de su mano...”
Las palabras de Antonio -palabras en el tiempo, como diría Machado-, fueron definitivas… Sólo la fatalidad de conjugarse todos los elementos meteorológicos y de mar en un momento y un lugar determinado, fueron la verdadera causa que los pesqueros zozobraran. No fue la falta de pericia -que estaba sobradamente demostrada, ni el miedo al temporal desencadenado los causantes de la tragedia; sólo la fatalidad que a veces acompaña a los siniestros para que se dé lo inverosímil, hicieron -como una garra descomunal y terrible-, posible la tragedia… Y yo, que he conocido la fragilidad y la desesperanza de encontrarnos desarbolados en medio de la tormenta, puedo apuntaros que contra la fatalidad de nuestro destino nada podemos hacer…
Antonio, tras el último sorbo de café -ya frío-, quiso sentenciarme: “Nosotros pasamos por el mismo sitio unas horas antes, y si me apuras, si hubiésemos estado allí, a la misma hora, también el temporal nos habría tragado como al Lobo…”
Descansen, pues, en paz estos bravos marineros… Y finalmente añadiremos, como un epítafio que toda la ciudad de Ceuta rinde a la memoria de los patrones y marineros naufragados, y a las barcas de pesca: El Lobo, Los Mellizos y el San Carlos, que en la mar, en la mar azul e infinita se encuentran, para siempre, escritos sus nombres…»
En Ceuta, abril y agosto de 2012
Manuel Castillo Sempere
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OTROS ACAECIMIENTOS Y NAUFRAGIOS:
* “El Lobo” pudo finalmente ser localizado el lugar de su hundimiento, y una grúa pontón lo saco a la superficie; luego lo transportaron al varadero “Cadu” en el muelle España. Siempre he escuchado decir que Jesús Fortes, Joaquín Castillo y Juan Vallejo, en días posteriores a la tragedia, salieron en un bote de remos y sondando a mano fijaron el casco del Lobo hundido..
-Un barco marroquí, “El Esperanza”, dedicado a transportar carbón vegetal que se encontraba atracado en el muelle España, rompió amarras y embarranco en la playita del tintero, luego llamada del CAS.
- La traiña “Luis León”, a la fuerza del viento garreo su rezón, y yéndose contra la muralla se destrozó.
- Otro barco marroquí, cargado de carbón, quedo a la deriva y su casco golpeándose contra las piedras de la Ribera se hundió. Algunos se sus tripulantes se ahogaron. El carbón de su bodega pudo ser aprovechado por algunos vecinos de la Ribera.
- El Juan Piñero, trajo un marinero del Lobo, lo dejo en Alfau, y dio la voz de que el Lobo se había hundido..
- El Mira, patroneado por “Realillo”, enfilo las murallas del “Foso” hasta quedar embarrancado; todos sus tripulantes fueron rescatados.
- “El Lobo” pudo finalmente ser localizado y una grúa pontón lo saco a la superficie; luego lo transportaron al varadero “Cadu” en el muelle España.
- El Cantón, rozó la fatalidad, pues entrando por la bocana del puerto se le rompió el motor. Pudo ser remolcado a la dársena pesquera.
-El Comandante de Marina mando poner un reflector junto a la muralla del “Espigón”, para que alumbraran a los barcos que habían quedado en la Ribera capeando el temporal.
- En este día trágico del 12 de diciembre de 1949, pudieron ahogarse más de 70 hombres.
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¡TIMÓN A BABOR, DEJAMOS CEUTA…!
¡Las vacaciones!, ¡las esperadas vacaciones, llegan a su término…! Hemos pasados tardes agradables de tertulias con mis paisanos; hemos visitado a mis amigos de la Puntilla, sobre todo a las Pepas -tres entrañables vecinas mayores (de Cesa, de Rita y de Teodoro), a quien acompaño algunas mañanas a desayunar en el Café-Restaurante de Portuarios, y con quien he de pelearme a “brazo partio” para que me permitan pagarles el café. Hemos visitado la tertulia de Cayetano León Parrado y de “Las niñas” en el Café del Puente, ahora decano, tras la marcha a otros océanos de pesca de Antonio Mira, al que siempre recordaremos… Conversamos, de manera entrañable, con Federico Gaona y Manolito de Vitoria -mi Héctor y Aquiles de la Iliada-, mis héroes de la infancia… Y con aquellos niños-muchachos de los años sesenta del barrio de la Junta del Puerto, compartimos, junto con la niebla del taro, una tertulia-cena en los mesones de las Murallas del Ángulo…
Hemos recorrido todas las cuestas, recodos y bajadas del Hacho con mi amigo Guille, al que levanté a las seis de la mañana para recorrer esas cuestas y, enseñarle, las enfilaciones que se dan en el cosmos, como la agigantada cruz donde en cada extremo titilan: Sirius y Aldebarán (Palo mayor); Betelgeuse y Rígel, pasando por Alnilam, la estrella central de la Tres Marías de la constelación de Orión (palo menor). Y Venus y Mercurio, los dos luceros que son el primer fulgor que alumbran por el Este la mañana, antes de que el sol encienda la noche. Dos luceros como dos candiles “pa” que nadie se pierda en las sombras de la noche. Venus y Mercurio alumbrando en la soledad del cosmos, ahí mismo, al alcance de nuestros dedos, con tan sólo desearlo…
También he sentido el agua fría de la Ribera y contemplado sus fondos rocosos alternados con claros esmeraldas de sus arenas. Hemos paseado por la calle La Muralla y La Brecha, y naturalmente, hemos principiado desde el Puente Almina toda la calle Real hasta las Heras, para regresar al Puente paseando toda la Marina. Y después, nos hemos sentado en un banco de la Plaza de África a dejar que los sentimientos vuelen libres, sin ataduras, a donde ellos eligiesen volar…
Y, de nuevo, hemos abandonado Ceuta, el transbordador desanuda los cabos de los noráis y, lentamente, enfila la punta del muelle España, para luego girar a babor y, majestuosamente, tras dejar la bocana del puerto, adentrarse en las profundas y azules aguas del Estrecho…
Cientos de veces, desde muy pequeño, he sido testigo de cargo de esta maniobra…Si; cientos de veces… Porque además de pasajero, también durante siete años, fui “Oficial de Puente” de los ferris de la compañía ISNASA y, aunque frecuenté las líneas a Tánger desde Tarifa y Algeciras, y así también Denia-Ibiza, la mayor parte del tiempo lo pasé cubriendo la línea Ceuta-Algeciras.
La sensación que te embarga nada más que el buque comienza a desperezarse es de una cierta tristeza… Quizás no sea la palabra justa apuntar la palabras tristeza para señalar el sentimiento que, como una lluvia fina, va calándote hasta los huesos cuando el buque inicia el desatraque de los muelles. Y tal vez podamos decir: tristura, melancolía, nostalgia, morriña, saudades… Sin embargo, tampoco estas palabras consiguen definir el sentimiento que en estos momentos de despedida habita en nosotros…
Nada hay tan sutil como los sentimientos. Es verdad, nada hay tan sutil como los sentimientos, porque nada sabemos de ellos… No sabemos dónde nacen, ni a dónde van una vez que han descargado su enorme carga emotiva… Aunque si sabemos sus efectos, a saber: “Sabemos como las lagrimas se derrumban desde los estanques infinitos de los ojos, por las laderas de las mejillas, hasta perderse entre las manos de cualquier persona que haya sentido su roce… Y sabemos también, que sus efectos son inevitables, que aunque no deseamos que se manifiesten, cuantas veces, acompañadas por la tristeza del momento, hemos visto rodar mansamente, gota a gota, las lagrimas de alguien que por su dureza y alejamiento de lo sensible, jamás hubiésemos pensado que pudiera darse tal circunstancia”
El “Pasión por Menorca” ya ha dejado el muelle de atraque, de tal manera que antes que se aleje más, yo voy tomando fotografías de “La Mujer Muerta”, y de todas las altas cumbres que, a golpes de sol de la mañana, muestran la desnudez de su piedra granítica y grisácea a Poniente; tomo también a la Residencia Militar Galera que, emboscada entre árboles, pareciera una pequeña Alhambra; y naturalmente, a los trocitos que aún se pueden ver de los pabellones amarrillos de la Junta del Puerto.
La proa del “correo” lame la punta del muelle España y, su torre acristalada, nos devuelve en un trueque mágico: rayos de oros por reflejos plateados… Es un trueque alquimista, donde los elementos básicos y primigenios cambian de naturaleza y se trasforman en otros sin previo aviso y ante nuestros atónitos ojos…
Pasada la punta, la besana de agua y de espuma blanca se curva a babor… El Foso, con su corriente transparente se columbra primero, para luego resplandecer las cúpulas doradas de la Catedral y los altos troncos de las araucarias que, como mástiles de veleros viajeros, dan a su plaza un aire de ensueño… La Iglesia de África pone un apunte de siglos y de religiosidad mariana; a su lado, la silueta magnífica del Ayuntamiento y de su esbelta cúpula agrisada, cierra este cuadro señorial y vetusto que, afortunadamente, continúa en pie, incólume, como en el siglo pasado…
En el viraje hacia la bocana, se nos aparece todo el istmo estirado y amueblado como si fuese una maqueta. Y la Marina, la nueva Marina va apareciendo sin su lámina de agua azul, ahora desplazada por el cemento gris del relleno del Helipuerto y “El Parque Marítimo”. Ahora ya no llega el flujo y el reflujo de la marea a besar las piedras de la “Muralla” de la Marina, ahora lame las piedras de las escolleras que protegen esta zona ganada al mar… Son los nuevos tiempos, tiempos de cambios que van demoliendo el paisaje físico de una ciudad, para adaptarlos -dicen…- a las necesidades del presente. Sin embargo, hay que tener cuidado con los cambios, porque pudiera darse el caso, que de tanto cambiar la cara y el rostro de una ciudad, pudiera, al cabo, no saber de qué ciudad estamos hablando… De qué Ceuta apuntamos…
Cruza, como una meta de llegada, la bocana del puerto el “Pasión por Menorca”, y la estela blanca de espuma, llena desde la farola verde a la roja toda la salida. El Monte Hacho aparece como un coloso por estribor, yo diría que es un dios… Un dios que nos vigila a cada entrada y salida de Ceuta. Un dios del Estrecho y sus aguas… Un dios que nos manda su señal a través del faro de Punta Almina. Un dios que está en nosotros, compitiendo, con el dios que cada religión pretende mostrarnos…
Y se nos insinúa por babor la frente, los ojos, la boca, el cuello y los pechos graníticos, de piedra de “La Mujer Muerta”. Dejamos un rato la mirada puesta en el perfil quebrado de estas cumbres, y volvemos a andar los caminos sinuosos y blanqueados que suben hasta ella. Pasado un rato se va desdibujando su silueta, se va apagando la pasión, pero aún en el desamor, seguiremos enamorados de esta mujer inalcanzable, infinita, que duerme en el Poniente, cuando al atardecer la bola de fuego del sol, yace a sus pies…
Ceuta se pinta en un tenue brochazo parduzco a lo lejos… Ceuta, ya es solo un trazo en la línea azul del horizonte… Ceuta, por qué no decirlo, ya sólo se encuentra en los trazos cárdenos de los recuerdos imborrables del alma…
Cádiz, a 29 de agosto de 2012
Manuel Castillo Sempere - Ceutaenelcorazón.
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LA RONDA DE LAS MORAS
Caminar, pasear andar…Pareciera que hemos nacido para eso, para lanzarnos al extremo de lo que alcanza nuestra vista y nos permitan nuestros pies. Correr de un punto a otro, de un lugar conocido a otro desconocido que nos atraiga por su extrañitud y por su lejanía. Andar paso a paso hasta encontrar el recodo donde se sitúe el espacio donde hayamos de encontrar el término de nuestra búsqueda… Caminar hasta encontrarnos, hasta que no tengamos dudas de quienes somos y que significados tienen nuestros nombres…
Y en esta pequeña ciudad, en esta pequeña encrucijada de caminos que ha dado en llamarse Ceuta, pareciera que todo paisano tuviera la imperiosa necesidad de caminar, de pasear y de andar… Si te levantas al alba pensando que eres el primero en echarte a la calle a caminar, quedas de inmediato circunspecto, porque siempre hay alguien que ya lo hizo antes que tú…Y si al atardecer, con las primeras sombras de la noche, de nuevo lo intentas, volverás a sorprenderte, porque de seguro que ya también alguien se habrá adelantado…
Y en esta riada de caminantes, de viajeros por unas horas, nosotros -mi amigo Guille y yo-, una vez dejada La Puntilla, nos encaminamos por El Sardinero, Las Puertas del Campo, El Angulo, El puente del Chorrillo, La Brecha, El Paseo Colón, La Glorieta, y la subida del Recinto, a La Ronda de las Moras…
Vamos subiendo los primeros repechos hasta el Cine África, y continuamos hasta el primer mirador, donde se abre una bahía hasta cabo Negro que se nos antoja infinita y azul. Todo es tan azul, que el cielo y el mar, como amantes tocados por la locura del amor, se abrazan y se unen de tal manera que ya no distinguimos la tenue línea del horizonte que abría de separarlos.
Continuamos bordeando las calles Pasaje Salud, Sevilla y Molino en el Recinto alto; proseguimos por El Pasaje Recreo, las Casas Prácticas y el Sarchal. Una vez dejado las últimas casas del Sarchal y avanzamos en la recurva que se alza sobre el morabito, comienzan a dejarse ver las primeras zarzamoras. Alcanzamos el mira dor de la cala y playa del Desnarigado; y desde aquí hasta el cruce con San Antonio y la fortaleza del Hacho, las zarzas moras se dan profusamente desde el borde mismo de la carretera hasta las barrancas que descienden por el valle hasta el mar.
El fruto de las zarzamora es primero verde, luego de color rojo antes de madurar, después, una vez madurado, se torna de un color morado obscuro, casi negro, que tinta los dedos y la boca cuando se coge y se degusta. Su sabor es agradable y su recogida esta llena de las fantasías infantiles de “ir a recoger moras” que tanto hablan los relatos de los cuentos. Se ha de tener cuidado de no llevar a la boca las de color verde y rojo, pues todavía no han madurado y su gusto es aún fuerte. Cuando maduran se tornan moradas -de ahí su nombre- y es un verdadero deleite tomar un buen puñado e ir estallándolas en la boca hasta sorber su dulce sumo.
No conviene abusar y sólo tomar un buen puñado, y dejar para otro día la ilusión de volver a encontrarlas… Si os fijáis, muchos de los racimos están decaídos y mustios, pasadas del tiempo de la maduración. Nadie las ha tomado ni degustado, pero secadas al fuerte sol de agosto, sus semillas se esparcirán por el monte y darán lugar a otras floraciones aquí y allá donde la tierra tenga a bien acogerlas…
Y, en nuestra andadura, giramos a la izquierda camino de la ermita de San Antonio, dejando el Faro a la espalda, hoy lo hemos abandonado por la visita al Santo, mañana lo rodearemos y haremos su ruta. La cuesta se empina y para sosegarnos tomamos un buen trago de agua y luego volcamos un chorro sobre nuestras cabezas que nos refresca y nos da nuevos ánimos. Continuamos, y entre pinos columbramos el valle verde, soñoliento, ausente de nuestra presencia de Pino Gordo, y la carretera que desciende hasta las playas y el mar que se abre al Estrecho a Poniente de la Punta de Santa Catalina.
En este último tramo la fortaleza del Hacho se nos acerca de manera agigantada y ciclópea, que casi podemos tocarla; los cañaverales suben hasta ella dibujando una cenefa de verde encañado, que contrasta con la tosquedad y la aridez parda de las piedras de los lienzos de murallas. Y de nuevo, como un milagro, aquí y allá se dejan ver las zarzamoras con sus racimos rojos y morados que, al sol, refulgen como si fuesen de metal y ávidas de ser prendidas… Entre las hojas y las espinas de las ramas, se trasluce la silueta blanquecina, añil, del Yebel Tarik, Gibraltar, ahondado a lo lejos en la calima espesa de la mañana…
Y al punto de llegar, peregrinos del franciscano, una voz nos dice: “Desean entrar a la ermita”. Y como un pequeño milagro, el Hermano Mayor de la Cofradía -Carlos Orozco Pérez-, nos abrió la verja de entrada, las puertas, y pudimos contemplar al Santo y a su capilla en el recogimiento que la fortuna quiso otorgarnos. Rezamos una pequeña oración, sólo unas palabras, para qué más… Sólo unas palabras para pedirle a San Antonio que ponga calma al desamparo de los Hombres y, nos ayude a encontrar la compasión que un día habitó en nuestros corazones…
Nos despedimos del Hermano –le agradecimos su generosidad, y le apuntamos, ¡Dios lo quiera!, peregrinar el año que viene…- y, desde el borde de la balconada, miramos sobrecogidos, la mancha extensa del Estrecho, la magnitud del Yebel Musa…y el brillante blancor de Ceuta. Luego, saltamos un muro, y a la espalda de la ermita, en la revuelta donde apenas nadie transita, a escondidas, se encontraban las últimas y las mejores ramas cargadas de racimos de zarzamoras. Rojas y moradas moras, en el último suspiro, unas para dejar madurar y, otras, ávidas, para ser prendidas, deseadas, yo, mejor diría: guardadas en el corazón, guardadas como el mejor recuerdo de todo aquello que no puede mudarse, que no puede extinguirse, que no puede desparecer en este apartado lugar, allá junto a la ermita de la Ronda de las Moras…
Cádiz, a 2 de septiembre de 2012 (Ceuta 28 agosto)
Manuel Castillo Sempere
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Descripción. La Zarzamora –Rubus fruticosus L.- es un arbusto sarmentoso que echa todos los años vástagos nuevos de uno a 2 m. de largo, los cuales, combándose, llegan a tocar al suelo y arraigan en él por su extremo; luego se endurecen, se vuelven leñosos y armados de recios aguijones forman zarzales a menudo impenetrables. Las hojas se componen de cinco hojuelas desiguales, dispuestas, dispuestas de manera digitada, es decir, con sus respectivos rabillos arrancando del extremo del pezón común, el cual también suele estar armado de aguijoncitos. Las láminas foliares tienen bordes dentados, y son verdes y casi lampiñas en la cara superior, y son verdes y casi lampiñas en la cara superior, blanquecinas y tomentosas en el reverso. Las flores forman ramilletes en los extremos de las ramitas nuevas, tienen el cáliz de cinco sépalos tomentosos y reflejos, la corola de cinco pétalos redondeados y de color de rosa más o menos subido; los estambres son numerosos. El fruto es la zarzamora, constituida por numerosos fructículos negros, jugosos, con una sola semilla cada uno.
Florece desde fines de mayo hasta el mes de agosto. Las moras maduran en verano; primero tienen color verde, después, rojo, finalmente, cuando están bien maduras, moradas o negro.
Se cría en los torrentes, ribazos, en los setos, etc., de todo el país, representada por numerosas variedades…
Recolección. Las sumidades de las ramas nuevas se recolectan en primavera, cuando han perdido la ternura de reciente formación y ya están hechas. Las zarzamoras, en verano, cuando están completamente maduras, y no les queda en ella ningún granito rojo ni verde.
Contiene. En sus partes herbáceas y, sobre todo, en sus brotes nuevos, gran cantidad de materias tánicas, junto con diversos ácidos orgánicos, en parte formando sales. En las Zarzamoras se encuentran hasta 7% de azúcares (azúcares de uvas y levulosa), con ácidos diversos: cítrico, láctico, succínico, oxálico y salicílico, éste, probablemente, en forma de salicilato de metilo, vitamina C, etc.
Virtudes. La más importante es la astringente, por los taninos que contiene la planta. Por esto se emplea contra la diarrea, la disentería, las hemorroides, las inflamaciones de la garganta, para fortalecer las encías y afirmar las muelas, etc. Las zarzamoras se utilizan asimismo para combatir las enfermedades de la boca.
Se usan. Se ponen a hervir y, y este caldo, se usa contra las hemorroides y contra las inflamaciones de garganta y de la boca con gargarismo con esta agua hervida. También se masca los brotes tiernos para fortalecer las encías. Las zarzamoras son ligeramente astringentes, con su sumo, añadiéndole azúcar y calentándolo suavemente para deshacerlo se prepara un excelente jarabe.
Ni el jarabe de zarzamoras ni estas, como fruta fresca, dañan a nadie. El único peligro, cuando se trata de rapazuelos de pocos años, es que confundan las moras de la zarza con las de la emborrachacabras o roldón, sumamente venenosas.
Historia. La zarza fue conocida y apreciada como planta medicinal desde remotos tiempos desde remotos tiempos. Desde Teofrasto, los grandes médicos y farmacólogos de la antigüedad hablan de ella. Discórides, en el libro IV, capítulo 38, también lo hace…
Observaciones. Cuando las circunstancias obligan a echar mano a toda clase de combustible, las hojas de la zarza y, en general, las de la mayoría de las rosáceas, pueden ser empleadas para fumar, en lugar de tabaco. Realmente, no engañan a nadie; pero, por lo menos, son inocuas, que ya es mucho, y su humo se tolera fácilmente.
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SI YO FUERA UN POETA…
Si yo fuera un poeta cantaría a mi tierra como cantara Rosalía a su primitiva tierra donde nació. Cantaría a los campos, a los alcores, a los cerros…Cantaría a los valles que se despeñan desde los montes altos de Ceuta hasta las playas rocosas de Calamocarro y Benzú.
Recitaría, por qué no, los mismos versos que ella escribió, a saber:
Adiós, ríos; adios, fontes; Adiós, ríos; adiós, fuentes.
adiós, regatos pequenos; adiós, riachos pequeños;
adiós, vista dos meus ollos: adiós, vista de mis ojos;
non sei cando nos veremos. no sé cuando nos veremos.
Miña terra, miña terra, Mi tierra, mi tierra,
terra donde me eu criei, tierra donde yo me crié,
hortiña que quero tanto, huertita que quiero tanto,
figueiriñas que prantei, higueritas que planté,
prados, ríos, arboredas, prados, ríos, arboledas,
pinares que move o vento, pinares que mueve el viento,
paxariños piadores, pajaritos piadores,
casiña do meu contento, casita de mi contento,
muíño dos castañares, molino de los castañares,
noites craras de luar, noches claras de luz de luna,
campaniñas trimbadoras, campanitas timbradoras,
da igrexiña do lugar, de la iglesita del lugar,
amoriñas das silveiras moritas de los zarzales
que eu lle daba ó meu amor, que yo le daba a mi amor,
camiñiños antre o millo, caminitos entre el maíz,
¡adios, para sempre adios! ¡Adiós gloria! ¡Adiós contento!
¡Adiós groria! ¡Adiós contento! ¡Adiós gloria! ¡Adiós contento!
¡Deixo a casa onde nacín, ¡Dejo la casa donde nací,
deixo a aldea que conozo dejo la aldea que conozco
por un mundo que non vin! por un mundo que no ví!
Deixo amigos por estraños, ¡Dejo amigos por extraños,
deixo a veiga polo mar, dejo la vega por el mar,
deixo, en fin, canto ben quero... dejo, en fin, cuanto quiero bien…
¡Quen pudera non deixar!... ¡Quien pudiera no dejarlo!…
……………………………. …………………………….
Si yo fuera un poeta, es claro que cantaría a los “regazos”, a los pequeños riachuelos que dejan y colman sus aguas de lluvia en las láminas azules de los pantanos; y a otros que bajan hasta el mar de terciopelo de la Bahía Sur, y al mar embravecido del Estrecho… Yo he bajado –buscando su rumor de agua- por las laderas que se precipitan por las barranqueras y, entre lechos de piedras y limo, serpentean lamiendo el cauce de siglos estos “regatos pequenos”…
Si yo fuera un poeta, no dejaría de nombrar a las huertas del Hacho; a las viejas higueras que tantos años vi…. A las arboledas y pinares del bosque de Anyera que se mueven ligeros, susurrantes, enamorados a la llegada del viento… A los pájaros que aletean sus alas de oro al sol; a las pequeñas casas de labor que blanquean su cal al Poniente… A los castañares de la huerta de Tobalo, allá en el barranco de Villa Jovita. A las noches claras cuando la luna asoma redonda, dorada, como unos labios de sangre de un poema inédito e indescifrable de Lorca…
Si yo fuera un poeta, también citaría a las campanitas timbradoras de la Iglesia de África, y a los sonidos de bronce de las campanas de la Catedral. Y a las moritas rojas y negras -ya azucaradas y maduras- de los zarzales de “La Ronda de las Moras” en el Hacho. Y a los caminos que ella andara entre el maíz y, nosotros, caminamos entre jarales, rosales de flores blancas que, silvestres, compiten y acompañan el esplendor de las verdes hojas de los helechos…
Si yo fuera un poeta, finalmente, recitaría sus últimos versos y con un dejo de despedida, apuntaría a la casa desaparecida donde nací; a mi calle perdida en la bruma de los años infantiles, a mi pequeña ciudad recostada y ausente junto al mar… Y a los amigos, aquellos amigos que no hay que conquistarlos y agradecerles su compañía, aquellos amigos que abrieron los ojos a la par que los tuyos y, por tanto, te pertenecen más allá del tiempo y del espacio; te pertenecen como te pertenecen los guijarros de una playa que, en una mañana de soledad, vas arrojando al mar como si fuese tu alma…
Si yo fuera un poeta, al cabo, también acabaría como Rosalía concluye, a saber: “Dejo, en fin, cuanto quiero bien… ¡Quién pudiera no dejarlo!…
Si yo fuera un poeta…
En Cádiz, a 8 de septiembre de 2012
Manuel Castillo Sempere
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SEÑAS DE IDENTIDAD
Cuando avanzamos en las horas... Cuando las hojas del calendario, cual la hojarasca del otoño, cae irremediable de las ramas de los árboles caducos, y la brisa otoñal las eleva y las arremolina hacia otras distancias lejanas, nosotros, aquellos que ya avanzamos hacia el punto omega de nuestra existencia, anhelamos sentirnos de un lugar y un tiempo determinado…
¿Cuál es el misterio que se cierne sobre nosotros, para qué, cuándo llega la andadura al recodo exacto del camino que hemos de andar, se despierte en nuestro interior el deseo ineludible de regresar a nuestros orígenes primigenios…?
¿Puede ser el deseo de columbrar el mar intensamente azul del Estrecho? ¿Quizás el suave resplandor que colorea de verde los montes del Renegado y del Mirador de García Aldave y Anyera…? ¿Tal vez, los destellos plateados del Faro de punta Almina que, en la noche obscura, señalará a los buques, los peligros de acercarse a sus elevados acantilados que caen a pico hasta despeñarse entre las blancas espumas de la resaca… ¿Acaso el blancor de las edificaciones que se yerguen ausentes sobre las primitivas siete colinas de nuestra ciudad… O, los pinos que bordean y se encumbran en el Hacho, para luego servir al amor con helechos, zarzas y jarales, camino de la ermita de San Antonio. O, por decir lo que quedó guardado en nuestras almas viajeras, y ahora se allega como una cigüeña peregrina, nos recuerda que hemos de volver para tejer lo que destejimos en nuestras horas de ausencias…
Mil veces mil, se me ha venido a la memoria las imágenes de las golondrinas girando alrededor de las gigantescas araucarias de la plaza de África, y luego después de girar y girar, cual tiovivo de estelas celestes, aposentarse y reposar en las anidadas construidas -con barro y paja- debajo de las balconadas del Ayuntamiento. Y mil veces mil, como esas golondrinas, he deseado girar en torno a esas araucarias –esbeltas como mástiles de bajeles antiguos-, para más tarde tomar asiento en los escalones del Consistorio –tal como de pequeños allí nos recogíamos a la caída de la tarde, y contábamos historias de aparecidos- y, cerrando los ojos, adivinar que el viaje a concluido al punto donde largó las amarras; pues ha retornado donde lo inició, que, al cabo, apuntamos: “Que todo lo que parte, algún que otro día, ha de volver”…
Hemos de significar que la vida transcurre sin descanso, sin una pausa que la detenga un instante, para luego retomarla de nuevo… Todo en ella es transcurrir, movimiento, carrera, deseo, metas, prisa, intrascendencia… ¡Oh!, verdaderamente la vida es intrascendencia de las cosas deseadas, que nunca se han de alcanzar; y, sin embargo, nunca nos aprestamos a sosegarnos con la palabra que nace desnuda en nuestro corazón y, no nos damos cuenta, que esa palabra desnuda, es quizás lo que nos identifique y nos referencie nuestra señas de identidad…
Cuando avanzamos en las horas... Cuando las hojas del calendario caen en nosotros como piedras cargadas de años, aquellos que hemos permanecidos ausentes, comprendemos que si hemos sido viajeros, no fue nuestra la decisión, que el destino de nuestros actos ya se encontraban escritos desde antes de nacer en nuestras conciencias, y la decisión de partir sólo era cuestión de que se dieran las circunstancias favorables para ello… Nada se da por causalidad, todo se devenga al atento y circunspecto plan que los Dioses han urdido para tu existencia. Nada es en vano, todo se acomete a la reflexión atenta de Aquellos que tienen la responsabilidad de tejer la urdimbre que prende, como un reloj de maquinaría perfecta, en el devenir preestablecido, guardado, escrito, en los astros que giran indelebles, eternos, en la soledad única del cosmos…
Las cigüeñas vuelven a sus campanarios; las golondrinas, las eternas golondrinas de siempre, giran y giran alrededor de las agigantadas araucarias de la plaza de África; y nosotros, ciñéndonos a esos mismos giros, a ese mismo tiovivo de vueltas y más vueltas, volamos con ellas a nuestros orígenes, al punto donde nos dieron un nombre, un lugar y una horas… Nosotros, en los soñolientos atardeceres del Poniente, viajamos, enamorados y ausentes, a las colinas malvas, soñadas, de Ceuta…
En Cádiz, a 29 de diciembre de 2012
Manuel Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es
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A “MARIQUI” VILLATORO, IN MEMORIAM
Me ha dicho Pepe Fortes, que ha muerto “Mariqui”… Y la verdad, me ha entristecido, pues es como si hubiese muerto alguien que uno tiene guardado en el pretérito de aquellos años donde nuestros juegos y carreras iban y venían entre la plaza de África, el Ayuntamiento, y la Casa Misericordia que, en aquellos momentos, había dejado de ser asilo para, como el ave fénix, renacer una escuela pública donde acoger a los niños del entorno desde la calle de la Taona y Larga, hasta la Ribera.
Y puedo recordar su imagen cuando subía el empedrado suelo de la “Ramblilla” de nuestro patio número 12, para ir a visitar nuestras casas. De tal manera que, a la primera casa que visitara, fuera los Vallejos, los Gaonas, los Fortes u otras, las vecinas acudían a mirar y remirar, toda la pequeña orfebrería que ella, en cajitas y en paños al uso, iba desembalando para admiración de los allí presentes…
Los niños, siempre prestos a cualquier novedad que nos distrajera, asomábamos nuestras cabezas, entre los brazos, la mesa y los pechos de las vecinas, y con ojos asombrados contemplábamos las sortijas, anillos, cadenas, escapularios, medallas y demás abalorios, con los ojos agrandados como platos, sobrecogidos por los destellos dorados de todas aquellas piezas de oro que impresionaban tanto a los allí congregados, como a nosotros, los niños del Callejón del Asilo Viejo… Años más tardes, con el fruto, golpe a golpe de sus horas trabajadas, ella tendría su propia platería en la calle Real, sito en la plaza de Correos.
Si; es cierto, nos ha entristecido su marcha apenas iniciado el nuevo año… Sin apenas despedirse, sin apenas dejarnos su último adiós… Sin conocer siquiera, si era su deseo viajar ya a las estrellas para conocer de primera mano los mejores destellos áureos; o acaso la ha sorprendido este postrero viaje, y quizás hubiese preferido permanecer aún un rato más entre nosotros…
Del “Encuentro” que protagonizamos los antiguos vecinos del “Callejón del Asilo”-como calle central del entramado de callejuelas que iban de Puente Cristo a Puente Almina, que comenzaba en la plaza de África y el Ayuntamiento por Gómez Marcelo, su calle, donde se situaba la zapatería de su padre, y desembocaba, como un río de vida, en la calle Sagasta, justo en el resbalaje del Bar “El Estrecho” y en la bajada del muelle Comercio con la calle la Muralla-, aún poseo la cinta de video que ella nos filmó y que la guardo como “oro en paño”, y que ahora, seguramente, será como un testimonio, como el último servicio que ella tuvo a bien prestarnos… De aquel día, no puedo dejar de recordar que ella nos visitaba mesa por mesa, y dando rienda suelta a su afición por la imagen, nos iba filmando nuestra alegre y atropellada conversación, con el ánimo de dejar testimonio del reencuentro que los antiguos vecinos del Callejón del Asilo habíamos tenido. Aquel día, ciertamente, fue un día único y gozoso… Un día irrepetible, en el que los vecinos del barrio primigenio y más añejo de la ciudad, el barrio primitivo de la ciudad antigua, el arrabal de pescadores que diera nombre al gentilicio “caballa”, se dieron cita para darse una última oportunidad de reconocerse y decirse adiós definitivamente… Tal como el destino teje sus acaecimientos, diera la imprecisión que aquella cita fue, efectivamente, la última…
Sin embargo, el azar, la causalidad, o el sino de las cosas, hizo que tuviese aún una nueva oportunidad de hablar con Mariquí; y fue para invitarla a la presentación que iba a tener lugar en Salón de Conferencias del Ángulo, dispuesto por el Archivo Histórico del Ayuntamiento, del libro “Ceuta, mi niñez perdida…”, que habíamos escrito, y que me hubiese ilusionaba que ella presenciara este segundo reencuentro con las gentes de nuestros barrio, con las que ella había convivido toda su vida. Sin embargo, ella me dijo que se alegraba mucho por nosotros, que disfrutásemos, pero que ella en estos momentos se encontraba en una silla de ruedas, y no se sentía con ánimos para allegarse con nosotros. Le insistí en que podíamos ir a recogerla; pero ella, con tristeza me pidió que la perdonara, que en otra ocasión, para cuando organizáramos el 2º Encuentro del Callejón del Asilo…Yo asentí entristecido, y le apunté con palabras entrecortadas por la tristeza, que guardaría un libro para ella, y le escribiría la mejor de las dedicatorias que yo acertara a escribir…
He de decir, a fuer de ser sincero, que no sé si un ejemplar de “Ceuta, mi niñez perdida…” le fue entregado… Le he de preguntar a Juani Fortes, a la que le encargué –y he de agradecer tanto en este menester- que repartiera libros entre nuestros amigos, y entre los colegios de nuestra ciudad, si acaso le llegó a entregar un ejemplar a “Mariqui”…
Las cosas suceden si que a veces sepamos el alcance que puede tener el dedicarle unos minutos a una persona… A veces, la vida nos entretiene y nos ocupa en cosas intrascendentes que al cabo nos separa de aquello que está cercano a nuestros sentimientos… A veces; sí, a veces miramos pero no vemos la tristeza que se cierne a nuestro alrededor y, con sólo un gesto, un ademán, una palabra, podemos transformar la tristeza en una sonrisa… Y sin embargo, dejamos pasar, distraído, el momento…
Adiós Mariquí… Adiós para siempre… Adiós compañera de nuestro barrio del “Callejón del Asilo”… Adiós compañera de la vida enamorada y si me apuras, te diré sólo compañera… Adiós…
Allá, donde velan los ángeles y se reencuentran finalmente los amigos, alguien te pedirá alguna cadenita de oro, alguna medalla de la Virgen de África, puede que del Carmen, o alguna Cruz con Jesús expirando…. Pero nosotros sabemos, que en un guiño, tú les dirás: “Amigos, mirad, atenderme: sabed que aquí, en esta morada plena de luz, donde la obscuridad ya no nos alcanza, “más que tener es mejor dar”, así que abrir las manos, abrid el corazón, extender los brazos… Y Él, en un susurro, ira entrando, despacio, paso a paso, hasta el último recodo de vuestras almas…
Cádiz, a 3 de enero de 2013
Manuel Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es
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ABDELKRIM, UNA VOCACIÓN LLENA DE VIDA
Corría el curso 1966-67, y el latín, el terrible e insuperable latín, me había apartado de mis compañeros de curso; de tal manera, que don Manuel Morales -nuestro profesor particular, como se decía entonces-, a aquellos muchachos que nos encontrábamos en circunstancias parecidas, habilitó un grupo para preparar las asignaturas pendientes y los grupos de aquella insufrible“Revalida” del Bachiller Elemental; y de paso -como si no tuviésemos suficiente tarea-, preparar algunas asignaturas de quinto curso.
Así, que a la salida de sus clases -que por entonces se situaban en un amplio salón de casa de su madre en la calle General Yagüe, hoy, Alcalde Fructuoso Miaja Sánchez, justo unos portales más abajo del “Whisky a Go-Go”-, junto con mis compañeros Vicente Jiménez y Manuel Quintero, bajamos toda la calle, ascendimos por la verja de los Agustinos, y ya en la calle Real, junto al Banco Hispano Americano, nos abordó un muchacho magrebí, que al verme el libro de Química bajo el brazo, tuvo a bien el pedírmelo para copiar el autor y la editorial que lo publicaba. Un poco sorprendido le cedí el libro de texto, que en su portada gris se anunciaba el nombre de sus autores: Roberto Feo García y José Manuel Izquierdo; y en letras más grandes: QUIMICA 5º CURSO. En páginas interiores repetía esta rotulación y reseñaba: 3ª edición. Año 1962. Y, finalmente, añadía: ES PROPIEDAD. Que en este caso, al nombre de Juani Fortes Castillo, le sumé el mío. Parece increíble, que pasados casi cincuenta años de aquel encuentro casual, que junto a libros como el “Bhagavad Gita”, la auto y biografía del Mahama Gandi y San Francisco de Asís, o el del “Pan desnudo” del rifeño, Mohamed Chukri, de la pequeña biblioteca que hay junto a mi cama, se halle un libro de Química que Abdelkrim tuvo entre sus manos…
Fue la primera vez que intercambié unas palabras con Abdelkrim, luego han seguido otras muchas, en diferentes lugares y situaciones. Pues quién de nosotros, los muchachos de la década de los cincuenta, que crecimos con él, no tiene un pequeño encuentro, una pequeña historia, un nostálgico recuerdo que nos acerque de manera personal a su memoria…
De todos es sabido -mi tía Paquita me lo contó muchas veces- que Abdelkrím, trabajaba en el Mercado de Abastos haciendo recados y ayudando a las mujeres a llevarles la cesta de la compra a sus casas; con esto ganaba unas propinas y aportaba unos dineros a su familia. Y en estos detalles primigenios, que pueden pasar desapercibido, comienza a labrarse el carácter irreductible, yo diría obsesivo, de ayuda a los demás, de generosidad, que siempre le acompañó…
Las gentes que hemos nacido en Ceuta -como ya he mencionado anteriormente- tenemos algo que contar de él; y ahora con su marcha definitiva, esos recuerdos, esos comentarios que todos nos hacemos, corren como la pólvora de boca en boca, haciendo más grande, pongamos, como una montaña gigantesca, la figura y la memoria de Abdelkrím…
Hacía tiempo, concretamente desde que leí en El Faro la iniciativa de Hachuel por poner una calle con su nombre, que deseaba relatar y poner en valor los desvelos y su extrema generosidad con los enfermos de nuestra ciudad. No lo hice, y mis palabras de reconocimiento ya nunca le llegarán… No sé por qué el tiempo transcurre de tal manera que, a veces, deja en el tintero los mejores párrafos que uno deseara escribir… No ha hecho falta, de todas maneras, pues el pueblo de Ceuta, antes de tu marcha ya te ha tributado el más entrañable de los homenajes que pudieran darse, al saberse poseedor de tu cercanía, de tu palabra de alivio, de tu corazón abierto a todo aquel enfermo que te necesitaba…
Algunas veces hemos escrito acerca de estos personajes que el pueblo elige como avatares destacados que alumbraran la cosmogonía de nuestras más puras tradiciones y, se proyectasen como ejemplos que en el devenir, el futuro nos dejara como arquetipos indelebles que nos fueran señalando el camino a seguir… Todas las ciudades tienen personajes destacados que dan renombre a su memoria y a su historia; sin embargo, Ceuta, sin desmerecer a las otras, tiene sus alforjas a tal punto repletas, que harían falta más de mil páginas para ir describiéndolas en ellas…
En este punto siempre me interesó -y puede que a vosotros también- cual es la señal que caracteriza y distingue a estos personajes, y por qué son señalados como avatares y protagonista de los sentimientos más nobles que de un pueblo puedan nacer… La verdad, no es fácil, y puede que haya más de una razón; sin embargo, quizás la “generosidad” sea el sentimiento que de manera generalizada habite más en ellos. Yo podría contaros que he gozado con las lecciones de filosofía de don Antonio Aróstegi, que me hicieron aprender a reflexionar. Que he disfrutado con la alegría desbordante de Rafael Vargas en su carrera del carnaval; y con el pellizco de la copla, que Joselito y Nicolás nos cantara en las noches cálidas del verano para alegrarnos, pues la alegría la inventaron ellos. Que he sentido la compasión más desnuda cuando Mariquita Bermúdez, tiraba la manguera por la ventana de su cocina y daba agua a las mujeres de las Barraquillas de la Puntilla, en los meses del estío, cuando el caño del “chorrillo” sólo era un fino hilo de agua. Que he soñado -aun siendo marino- con las historias de barcos mercantes y de traíñas y de la pesca en nuestro litoral, que nos contaba don Antonio Mira, pescador bravo y hombre de bien... Que puedo añadir a don José Solera Barcos, en su pedagogía adelantada a su tiempo, donde el lema de la época: “la palabra con sangre entra”, fue abolida por él, en otra pedagogía más amorosa hacia sus alumnos. Que puedo también apuntar el nombre de África la “Macho”, que, recordando a un personaje de “La busca” de Baroja, nos enseñaba a enfrentarnos a la vida, sin más recursos que sus manos desnudas… Que también citaré a Mizzian, un político de palabras sin ataduras, libre y fresco como la brisa del Poniente y curtido en la desvergüenza de la calle. O, al cura Vargas, que nos ensañaba a sentir a Dios, como un padre, sin temor… O, a don Bernabé Perpén, que además de bautizarnos, todos los sábados, después de la catequesis en su iglesia de la Virgen de África, nos daba un vaso de leche en polvo, un bollo de pan y una pastilla de chocolate, O, a Mariqui Villatoro, la que anteayer mismo anotamos la crónica de su despedida…
Sí; hemos descrito en el libro que escribimos, “Ceuta, mi niñez perdida…”, algunos personajes que ya pertenecen al acervo cultural de la memoria de Ceuta; y no me quedará más remedio, por necesario, que adjuntar otra más que lleve tu nombre y, que, desde la tristeza que me acompaña, desearía que fuese la última por escribir…
En estos días he leído todas las crónicas y escritos que, con motivo de la última despedida a Abdelkrim, habéis remitido al Faro, y he leído: a Carmen Echarri, a Paloma López Cortina, a B. G. B., a J.C.S, a Jacob Hachuel Abecasis, a Juan Amado (augc), a Ángel Díez…Y en todos ellos está reflejada la personalidad humilde y generosa de Abdelkrim, y en todos ellos están reseñados algún detalle que se complementan con los otros. Y aunque han quedado constatados por vosotros, yo os apuntaré también, que en una ocasión, estando de guardia en el transbordador “Bahía de Ceuta”, llegó al garaje una ambulancia para trasladar un enfermo al hospital de Cádiz; de ella salió con su bata blanca Abdelkrim, al que me dirigí para preguntar por el enfermo, y él, sumido en su preocupación, me decía algunas palabras inconexas que no acertaba a comprender; más tarde, algo más sosegado, me apuntó: “ A este enfermo, tengo que sacarlo adelante…”
De alguna manera, desearía destacar el esfuerzo personal que hubo de realizar Abdelkrim para cumplir su sueño de ser medico. Y a esta referencia, me contaba Mogtar -que en aquellos años se dedicaba al comercio y trueque de ropa, calzado y abalorios de marroquinería-, que en Granada, lo ayudó en alguna que otra ocasión, cuando para ganarse su sustento y poder subsistir en sus años de estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, se ayudaba en su escasa economía, alternado los libros con el lavado de coches.
Todos conocemos mil y un acaecimientos que aconteció a Abdelkrim, y todos apuntan a una conducta que pareciera que de antemano, ya estaba preestablecida; que no cabía adversidad alguna que fuera capaz de cercenar el camino ya trazado por él, o por los Dioses… Nunca sabremos por qué se fue forjando, cuando apenas un niño recogía recados en la Plaza, la voluntad firme, inquebrantable, de dedicarse a desarrollar la inteligencia y, más tarde, a cursar los estudios de medicina…
Ciertamente, he gozado describiendo algunos trazos de algunos personajes que en el último medio siglo en Ceuta han sido… Y tenido la fortuna de conocerlos y oír sus palabras… Y he sentido en el alma, las palabras que pronunció mi padre, camino ya del río de la muerte, cuando llegó Abdelkrim -ellos se conocían de estudiar juntos en el Instituto el bachiller nocturno- a nuestra habitación y, animoso, le dijo: ¿Qué, Joaquín, cómo nos encontramos…? Y, iluminándose su cara, le respondió sólo tres palabras: ¡Hombre, Abdelkrim, Abdelkrim!… Dos gruesas lágrimas del estanque de sus ojos le rodaron…Y pude ver, en mucho tiempo, una sonrisa a mi padre, su última sonrisa…
Abdelkrim no ha sido sólo un buen médico dedicado en cuerpo y alma a sus enfermos, él ha sido un paradigma de la multiculturalidad que habita en esta ciudad. Si en Ceuta se entretejen cuatro culturas y hacen de ella un crisol donde se funden estas culturas, tienen en el galeno su mejor adalid. Si Ceuta ha de perpetuarse como una urbe viable a un futuro esperanzador, no nos quepa la menor duda que ha de ser como un pueblo que integre a todas sus comunidades, y lo que es más importante, que todas estás comunidades se sientan integradas y como parte esencial de una ciudad que se ha dado en llamar Ceuta. En este concepto de ciudad integrada en sus cuatro culturas; en este concepto de multiculturalidad, Abdelkrim, ha sido el más aventajado mensajero, y nos ha dado con su constante y abnegado trabajo en el hospital -dedicado por igual a todos los ceutíes- el mejor ejemplo, y el camino a seguir para hacer de Ceuta una ciudad abierta a la convivencia, a la solidaridad y a la libertad de sus hombres y mujeres…
Ya, Abdelkrim, no se encuentra entre nosotros, viajó desde Side Embarek al mar oceánico donde la paz se torna definitiva y las conciencias viajeras retornan al punto de dónde todo comenzó…su Creador. Pero yo os aseguro que su alma grande no abandonará a los enfermos de Ceuta, aún por mucho tiempo… Y puede que tras una noche febril de algún niño en el Hospital, éste le cuente a su madre que un médico de bata blanca, cogiéndole las manos y sentado junto a su cama, ha estado con él toda la noche. Preguntadas las enfermeras por el médico, éstas le apunten, que sólo ellas, se han turnado en el cuido del niño…Y puede, por qué no decirlo, que entonces, haya comenzado, como aconteció a Sánchez Prado, la leyenda de otro médico, la leyenda de Abdelkrim…
Cadiz, a 25 de enero de 2013
Manuel Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es
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CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -1ªParte-
Bien sabemos que un paisaje es un medio físico que nos dibuja unos acantilados que se precipitan al mar; o unos pinos que remueven sus ramas a la llegada de la brisa del Poniente; tal vez, la silueta granítica de una sierra -la Mujer Muerta- a contra luz de la caída de la tarde en el crepúsculo rojo del Estrecho; o quizás el rayo de plata que desde la linterna del faro de Punta Almina, no cesa y avisa a los buques del peligro de los bajos de los hileros de Santa Catalina…
Sin embargo, también podemos señalar que existen otros paisajes que bien podemos llamar humanos, que al igual que el paisaje físico, también nos graba en nuestra memoria un aspecto, una característica, una condición determinada, que tal vez pudiera quedar como aquellos, destacados en la geografía humana de nuestra ciudad…
Y al hilo de esta introducción, bien podemos decir que Alejo Lladó Luengo es un paisaje vivo que pasea nuestras calles y plazas. Que siente el sol de invierno sentado en un banco de algún recóndito jardín; o toma algún café en alguna tertulia de algún concurrido bulevar; o bien vuelve a su antiguo barrio y mira desde el “Recinto” aquellas playas transparentes y turquesas de Fuente Caballo y la Peña donde aún perdura su niñez. O bien, hace todas esas cosas, acompañado de su pequeño gran amor. Paseantes, cogidos de la mano, transido de la cercanía de su hija María Jesús, que es, en definitiva, lo que le acerca en lo espiritual a los sentimientos de compasión y ternura; o dicho de otro modo, lo que le acerca, casi sin proponérselo, tal vez sin apenas darse cuenta, a la mirada atenta, inabarcable, de Dios…
Alejo transcurrió toda su vida laboral en el Banco Hispano Americano; y al modo de aquel dicho popular: “De botones llegó a Director”, ingreso de muchacho, repartiendo a los clientes las “ordenes de pago” del Banco, y fue ascendiendo en la jerarquía administrativa hasta un puesto relevante desde la humildad de sus inicios… Más de cuarenta años traspaso diariamente las puertas de esta entidad bancaria, y ahora a sus 77 años se entretiene en su jubilación, entretejiendo en su memoria los mejores recuerdos que se le allegan de nuestra ciudad…
Alejo vivió en la calle Santander, allá en el principio donde comienza la cuesta del Recinto Sur, lugar privilegiado donde sus ojos se acostumbraron a la extensión azul, diáfana, que alcanza hasta la costa difuminada de cabo Negro, en una media luna litoral donde se recorta la belleza exultante de la Bahía Sur…
Día a día, nuestro amigo Lladó, nos muestra -en estas nuevas tecnologías- las antiguas fotografías de la “Glorieta” y del Pasaje Fernández1, o Patio Pascual. En alguna ocasión le he apuntado que las fotos que él expone en su muro, son iconos de aquella Ceuta única de los años cincuenta del siglo pasado; como aquella, donde se dejó retratar con su novia de entonces, luego su mujer; y que como telón de fondo nos dejó retratado el Pasaje Fernández de los años cincuenta del siglo pasado. Yo tenía sólo ocho años en el cincuenta y nueve, cuando se tomó esa foto; y siempre que veo alguna fotografía de estás, siento un sentimiento de dolor producido por los políticos de Ceuta que, en su profunda ignorancia e iniquidad, no han sabido conservar el rico patrimonio de nuestra ciudad. Porque Ceuta, como tú nos haces ver con tus antiguas fotografías, ha dejado de ser una ciudad nuestra para ser una urbe impersonal y extraña, que ya apenas se asemeja a aquella bonita ciudad dormida al pie de la Mujer Muerta y la cinta azul del Estrecho.
Y puedo decirte que me allegan tanto estos recuerdos, que he decidido escribir acerca de tus recuerdos personales para que queden en la memoria de los hombres y en el acervo cultural de nuestro pueblo: la calle Santander en la cuesta del “Recinto”, la modificada Glorieta y el desaparecido Pasaje Fernández, o como bien dices, Patio Pascual; el Pasaje y la playa de Fuente Caballo y la Peña, que han quedado en tus recuerdos, tus recuerdos de siempre…
Cadiz, a 16 de febrero de 2013
Manuel Castillo Sempere
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CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -2ªParte-
El Pasaje Fernández o Patio Pascual, era un conglomerado de callecitas empedradas y casas de planta baja e íntimos patios, entre el Recinto, las calles Velarde e Ingenieros y la Glorieta. Tal vez, el último pasaje de patios de Ceuta, con un valor etnográfico y arquitectónico incalculable y fuera de toda duda. No por su monumentalidad, que en todo caso no la poseía, y no la discutimos; sin embargo, tenía el valor significativo de ser testigo de cargo de cómo se conformaba el paisaje urbano de aquella Ceuta que, desde el principio del siglo XX, tuvo un florecimiento y una expansión demográfica, debido a ser un nudo de enlace con el Protectorado de Marruecos; y a la construcción del Puerto y el ferrocarril de Tetuán, amen de la afluencia de barcas y pescadores allende El Estrecho, como alicantinos y andaluces; y así también, al auge de empresas autóctonas como las conserveras o las de embotellado de gaseosas y refrescos y cervezas de las casas”Weil” y “La Estrella de África S.A.”.
Y por esta razón, muchos nos preguntamos: “¿Si, en vez de derruirlo y construir un macizo bloque de pisos impersonales que nada nos dicen de la intrahistoria de nuestra metrópoli; no hubiese sido mejor tomar la alternativa de conservarlo y mostrar a las nuevas generaciones venideras la belleza de su quietud y la ejemplarizante convivencia que, día tras día y puerta con puerta, mantenían sus vecinos?”, que, a nuestro parecer, hubiese sido la mejor opción
Bien es verdad que no somos objetivos, porque nos puede el corazón. Sin embargo, a nuestro favor, y en nuestra pretensión de acogernos también a la fuerza de la razón, podemos interpelarnos y preguntar a nuestras Autoridades: “¿Qué patrimonio cultural podemos exhibir y a la postre hemos dejado a los ciudadanos que conviven en esta capital de las siete colinas, si ya apenas resta nada que enseñar que alcance los últimos cincuenta años de antigüedad?
Todo ha quedado renovado con afeites y adornos que no le son propios. Todo el paisaje ha quedado impresionado como un dibujo borroso, impreciso, de un artista sin alma. Nada reconocemos y todo el paisaje ha quedado roto en la vaguedad de la ausencia de las cosas que hemos amado…
El Pasaje Fernández era Ceuta en su esencia misma…Y el Sagrado Corazón de Jesús que adornaba el cantón de una de sus esquinas que bendijo el padre don Bernabé Perpén. Y era también Ceuta, sus callecitas, sus patios, y sus casas enjalbegadas de cal blanca cómo la espuma que la marea atrae hasta las peñas de la playa que aún nos circunda y nos baña…
Y si el Patio Pascual era un “icono”; la Glorieta no lo era menos con su recordados azulejos con los escudos heráldicos de las provincias españolas desparramados a lo largo y ancho de toda la plaza. Esos azulejos tenían algo de mágico que traspasaban lo mero artesanal. Esos azulejos eran algo más…Eran para mí la belleza de lo lejano, de lo recóndito, y de lo que no puede alcanzarse y se encuentra más allá de los limites geográficos… Cómo unas acuarelas de agua en el qué sus dibujos me golpearan en las mañanas de los domingos, camino del Cine África en sus matinées para la chiquillería que alborozaba de alegría a sus puertas…
Ni que decir tiene que la Glorieta era el mejor escenario para toda clase de juegos de Alejo y los niños del lugar. Y, claro está -tal vez no cabe ni mencionarlo-, la Glorieta era la mejor cancha para golpear a aquellas pelotas de trapo que, apañada su redondez con apretadas cuerdas que la anudaban y la daban consistencia, pero que al cabo, después de mil golpes, los retales se descosían y aquí y allá terminaban esparcidos por doquier. Todos quisimos ser Zarra, Gainza, Zamora, Carmelo, Puskás, Di Stefano o Kubala…Y quizás lo fuimos, por qué no, si sólo bastaba con soñarlo…Y díganme si hay algo más verdadero que el sueño puro e inocente de un niño. Díganme…
En el estío, la playa de Fuente Caballo acaparaba todas las energías y el tiempo de los zagales. Desde la cuesta del recinto en la calle Santander, el paisaje se columbraba majestuoso y pintado de color añil. El cielo y el mar se abrazaban y rozaban sus labios como dos amantes que hubiesen unidos sus cuerpos eternamente. A lo lejos la punta de cabo Negro se esbozaba algo más cercana contra la silueta difuminada de otras sierras inalcanzables que -en nuestro empeño de copiar a Gabriel Miro en su forma exacta de describir el primigenio palpito de la naturaleza- en el humo neblina que se forma en el momento en el que sol llega a su cenit, los montes, transidos de colores cárdenos, luego de violetas, expiran exhaustos su contenida respiración. Más allá, en la mar, el azul lo inundaba todo y, la calima, al mediodía, tornaba blanquecina la línea curva del horizonte…
Las escaleras de la bajada de Fuente Caballo, se precipitaban hasta los guijarros próximos a la orilla; luego, a un pasó, la arena grisácea se dejaba acariciar, como una muchacha, por las pequeñas olas de la marea y por las algas que arrojaban las olas en el resbalaje. Y, finalmente, el chapuzón para alcanzar unas rocas y unos fondos que, dijéranse, por transparentes, que parecieran de cristal. Y si miráramos, cómo un calidoscopio de colores, de seguro que hallaríamos: doncellas, salmonetes, garopas, caboces, chopas, loritos, bodiones, y algunos sargos a rayas, cómo si se acabasen se levantar… Fuente Caballo, una pasión, verdaderamente, más que una playa. Un lugar para no despertar y dejarlo guardado en nuestros recuerdos por si fuese necesario dejar constancia que aún guardamos esta pasión. Y aún, al filo del verano, volver, cómo si fuese ayer… Más allá, como esperando nuestra presencia, se divisaban una a una las rocas, con sus nombres propios, de la playa de la Peña(2): “La Marujita” es la grande de la derecha; a la izquierda “La Pirata”, y más a la izquierda la roca más alta y que da nombre a la playa: “La Peña”. Por encima de“La Marujita” se encuentra las rocas de “Los Enamorados”, y a la derecha“Los Trampolines” y frente a ellos la piedra de la “E”.
El Pasaje Fernández(3) fue dado a la piqueta en el año 2005, con él se iba una buena parte de la forma y manera de vivir de aquel entorno entrañable y único de los patios de Ceuta. Alicia Urbano, en un reportaje del 30 de diciembre del mismo año en el diario “El Pueblo de Ceuta”, lo deja perfectamente anotado para aquellos estudiosos que en el presente siglo quieran y deseen aproximarse a este emblemático “Pasaje-Patio”.
Alejo, que pareciera que tuviera las llaves de estos recuerdos transidos de la más pura nostalgia, nos acerca a unas añejas fotografías, donde el párroco de la Iglesia de África, don Bernabé Perpén, celebra una misa con ocasión de la colocación de los azulejos del Sagrado corazón de Jesús. Y a renglón seguido nos acerca otras donde observamos la callecita principal de patio engalanado con cadeneta y guirnaldas de papel celebrando una verbena popular que con tanta profusión y costumbre se prodigaba en aquellos años. Y a decir verdad, en una se columbra una joven muchacha(4) girando con gracia su abanico; en otra del año 59, se les ve juntos, prisioneros del amor…Y en la siguiente, un arco que cubre de lado a lado toda la calleja y, a modo de recordatorio religioso, anuncia a clérigos y gentiles: “A Cristo Rey”.
Y como una hojarasca del melancólico otoño, van cayendo como hojas, las fotografías de la calle Santander, de la calle Velarde e Ingenieros, de la Glorieta, de Fuente Caballos, y no sé cuantos retratos de muchachos que, enchaquetados a uso de aquellos años, va nombrando, ya ausente, ya aturdido por la nostalgia, nuestro paisano Alejo…
Cadiz, a 16 de febrero de 2013
Manuel Castillo Sempere
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CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -3ªParte-
Un paisaje, un hombre, un tiempo… Sí; la historia se repite una vez más y, nosotros, nos vemos obligado, por no sé que extraña razón, a relatar algunas horas pretéritas de un hombre que ha dejado su impronta en un paisaje determinado, de una ciudad también determinada, que llamamos Ceuta…
¡Oh, Alejo, yo no quisiera ser el vocero de estas historias inflamadas -como dijera el franciscano descalzo, Juan de la Cruz-, de sentimientos y de soledades…; ni el qué se ve obligado a relatarlas! ¡No; definitivamente no!...Yo quisiera sólo ser como tú…Yo quisiera ser el que contase sólo mis horas transcurridas para que otros contasen lo que aconteció… Sí; efectivamente, yo quisiera ser sólo como tú…
Quizás no me creas, tal vez pienses que el gusto por escribir, por hacer literatura, como dijera Mario Vargas Llosa, nos libera y nos da alas para andar a cuesta con el sentimiento de las cosas que han de contarse y, sin embargo, he de decirte que si dedicamos tiempo a la literatura es por la necesidad de expresar la belleza que se haya y se desprende del alma de las cosas…Qué no es por dejar nuestro nombre, que ya en nuestra propia ausencia, tiempo ha que lo hemos olvidado; sino porque permanezca el vuestro en el alma de las cosas y en los corazones de los hombres que no tienen memoria. Pues has de saber que, sin vuestro concierto, sin vuestra memoria, qué sería de las calles, de las plazas, del aire que todo lo envuelve y al cabo lo pregona. Qué sería del postrero recuerdo de los hombres que, cómo la corriente constante de un río, no se dejasen con ella fluir y, al mismo tiempo, permanecer en la bajada de sus aguas hacia el mar…
¡Qué sería, Alejo5, en el crepúsculo violeta que acompaña a la tarde de Ceuta, sin el concurso de vosotros6! ¡Ausentes de un pregón, del rotulo de una calle, tal vez de una cita en las paginas infinitas de algún periódico, o quizás de alguna plegaria de los allegados en la última despedida…! Y, sin embargo, en este mar de oceánicas ausencias, qué sería de Ceuta, sin vosotros…
Cádiz, a 17 de febrero de 2013
Manuel Castillo Sempere
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1 El Pasaje Fernández, también conocido por Patio Pascual, fue construido en 1911 por Pascual Fernández Carazoni, en los terrenos que circundaban una huerta.
Se accedía a él por la calle Velarde y por la calle Ingenieros a través de un callejón que daba a la callecita principal. En mi recuerdo siempre me asombraba que encima de este pasaje, los vecinos, acomodados en sus viviendas y, en los balcones y ventanales de sus fachadas, permanecían impertérritos, distraídos al paso de los transeúntes por debajo de sus viviendas como si no fuera con ellos. Siempre me atrajo la curiosidad de este hecho, que después he podido comprobar con una pequeña capilla construida en un arco del barrio del Pópulo en Cádiz. Aún hoy estos lugares híbridos entre paso y estancia, gozan de mi visita con sólo pasear por debajo de ellos…
En este entorno se encontraba el Bar Chocolate de Paco; El colegio de las Mercedes, la casa de don Manuel Morales –mi profesor de matemáticas y física-, la cuesta del Recinto de la calle Santander, las escaleras a la playa de Fuente Caballo; y claro esta, la plaza de la Glorieta, donde todos los niños de Ceuta, alguna vez que otra, han dejado entre juegos alguna tarde…
2 Sacado de unos apuntes de Alejo y de Adolfo Orozco Rodríguez.
3 El Pasaje Fernández o Patio Pascual fue derribado en diciembre de 2005, dejando constancia de ello Alicia Urbano en un artículo del diario “El Pueblo de Ceuta”. José López Arrabal, dejó
construida una maqueta a escala para que, según sus propias palabras, el tiempo no dejara en olvido a este patio…
4 Ana Mari, la novia de Alejo de entonces, y luego su esposa, a la que vemos en el Pasaje Fernández -adornado con guirnaldas de colores para una verbena- abriendo su abanico.
5 Alejo, es un aventajado dibujante y un magnífico copista, de tal modo que a la edad de sólo de 10 años, fue capaz de copiar a la Virgen del Rosal. Y la retrató de tal manera, que sus colores azules, amarillos, verdes y rojos… captan la naturaleza del retrato recordándonos a los impresionistas, de tal forma, que, su visión, es pura poesía y carnaval de colores…
6 Alejo LLadó, al que hemos dedicado está crónica, me envió en su libro-apuntes, este hermoso retrato de Ricardo Muñoz, zapatero, aunque él, con un increíble sentido del humor, decía llamarse: “Ingeniero técnico de reparación del calzado”, y que tituló: La Glorieta del Teniente Reinoso, ¡Hermoso barrio!:
“La calle Ingenieros, con Paseo Colón, Velarde, Pasaje Fernández (Patio Pascual), Santander, Fuente Caballo y su entorno, conforman este barrio; en el centro de la ciudad antigua, encarando la Bahía Sur, La Glorieta del Teniente Reinoso es el eje central, eje fundamental de todo el esparcimiento de toda la grey juvenil de las generaciones que han pasado por aquí en el transcurso del tiempo. Fue antes espacio ocupado por dos grandes barracones a lo largo y ancho del cuartel de la Guardia Civil y los juzgados militares. La Legión siempre ha tenido presencia en el barrio, el casinillo de oficiales y la banda de música, que disponía de un alojamiento donde con normal frecuencia ensayaban las composiciones musicales cuyas notas se esparcían por el entorno. Un bar típico: “El Chocolate”, con su propietario Paco, un personaje popular, y su mujer Encarna que atendía a la cocina magistralmente, elaborando sabrosas tapas y su peculiar “pescaito” frito, que atraía a numerosa clientela y en especial a los asiduos vecinos. Paco no permitía el cante, cosa muy frecuente en aquellos tiempos, pero había una excepción: La Semana Santa. Entonces las potentes voces del “Niño del Cante Escuchao” y Borrego, ponían en el aire hermosas “saetas”.
En Fuente Caballo está nuestra playa “La Peña”, donde todos los niños han aprendido a nadar y donde se formaron magníficos nadadores y waterpolistas. Cada piedra tiene su nombre encantador: “Marujita”, “la Resbalosa”, “el Trampolín”, “el Boguero”… nombres evocadores de un pasado nostálgico,
En el piso superior del Bar Chocolate, tenia una pensión las hermanas Oliva, y en las viviendas de al lado el taller de gorras de Garrido. El colegio de las Mercedes formaba esquina con la calle Santander; cuántos niños se han formado allí, tú, Alejo, uno de ellos.
Y el emblemático Pasaje Fernández donde tantas familias ceutíes han pasado por allí: Catarecha, Aznar, Jarque, Amores, Beffa, Becerra, Parra, Serrano, Bernal, Saá, etc.
Don Bernabé Perpén, párroco de la Iglesia de África ofreció una solemne misa en la entronización en el Pasaje del Corazón de Jesús, y allí sigue presidiendo y protegiendo a todos los vecinos que lo veneran y lo cuidan; y así también, a todos los niños del barrio a reunirse en la Glorieta para sus juegos y travesuras y para establecer una amistad perdurable”.
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EL AMOR DE LA NIÑA-MUCHACHA
El amor, podría decirse a fuer de ser sincero, es lo que más nos identifica como ser humano. Nada hay tan hermoso como caer enamorado de una muchacha y que cada noche tus sueños vuelen hacia ella. Y quien no ha tenido uno, dos o tres…amores. De ellos, varios ya nacieron, anónimos y guardados en el corazón como un tesoro que nadie osara descubrir; algunos, fueron como una llamarada de fuego, pero pasajeros como las nubes que transcurren raudas en las mañanas de vendaval allá en el celaje que emborrona al sol; otros, permanecen en nuestra almas, como un herida que ni la distancia ni el tiempo lograra cicatrizar, mas quedaran en nuestros sueños como un rumor, como murmullo sonoro de una fuente lejana que, en la lejanía, sentimos su constante fluir…
Y he decir que yo, apenas un niño, me enamoré más allá de lo razonable de una niña-muchacha que acompañaba mis pasos en aquel entorno mágico donde se ubicaba nuestro Instituto de “Las Puertas del Campo” –el único que se abría en Ceuta en esos años-. Para algunos, el Instituto, significaba el alfa y el omega de nuestro aprendizaje a la vida y al conocimiento. Empezamos con ocho años en los cursos de las Escuelas de Preparatorias al Ingreso, y acabamos en el curso superior de PREU, pasando ineludiblemente por seis cursos y dos revalidas imposibles. Así, que en tantos años, a pesar de estar separados por tabiques de aulas diferentes y, lo que es peor, por muros culturales de la época, nosotros- atrevidos y arrogantes- mirábamos y, en algunos casos, también deseábamos a aquellas niñas-muchachas que, en nuestra intuición, pensábamos que disimuladamente, casi de reojo, también nos miraban…
No puedo ocultar que a medida que iba pasando de la niñez a la adolescencia, me iba fijando en alguna de aquellas niñas que ya, como flores de primaveras, se iban abriendo a la vida…Y en esos años, lo advenedizo y lo inconstante son nuestra huellas de identidad; de tal manera, que si un día mis pensamiento viajaban hacia la mirada atenta de algunas de ellas, al poco, volaban hacia otra que me había levemente sonreído o yo así lo había creído… Desde la distancia en el tiempo, no puedo dejar de emocionarme del enorme candor que representa estos devaneos primigenios que, sólo una palabra o un beso, fuera la mayor conquista que pudiéramos alcanzar y que, además, nos bastaba para sentirnos amados y amantes de una quimera llamada amor, y que traducido, significaba la palabra de las palabras, la palabra que retumba como el eco de las aguas bajo los puentes, la palabra: “mujer”…
Sin embargo, siempre estuvo en mí la querencia a una muchacha que me acompañó en todo mi estancia en el Instituto desde que llegué de niño hasta mi marcha al pie de la adolescencia… Y no puedo negar que al llegar y al finalizar cada día, procuraba acercarme, sin que ella se diese cuenta, al lugar donde ella transitaba, jugando con el agua de una fuente, con el aleteo de unos pájaros, o con las corolas más altivas y bellas del embrujado jardín. Bien es verdad, como ya he apuntado, que siempre tuve alguna muchacha en mi corazón; sin embargo, ella representaba lo imperecedero, lo inmutable, lo que no cambia a pesar que los años van cambiando nuestros gustos y nuestras preferencias. No; nunca a través de los años cambió ni un ápice mi delicado amor por ella… Cierto, que los adolescentes vamos como las abejas libando de una flor de romero a otra de alhucema o de toronjil…; sin embargo, esta rosa única e indeleble de mi pasión, no decaía ni dio paso a otra imagen que yo, en mi inconstancia, dejaba su impronta, pues siempre se encontraba presente y ausente de mi olvido…
La vida es un camino sin retorno, que paso a paso va yendo de manera inexorable a lo que el futuro nos depara, a pesar de que algunos, perdida la razón, intentemos detenerlo. Y vino a concluir lo que tanto quise alejar de las hojas inexorables del calendario: mi término como alumno de nuestro Instituto de Enseñanza Media. Todo lo que había representado la razón y ser de un muchacho, acababa de pronto sin que pudiese darse otra circunstancia de continuidad; sin que pudiese darse otra oportunidad de allegarse aún un tiempo añadido. Todo había terminado y había de emprender un nuevo aprendizaje lejos del Instituto y de ella…
Ni que decir tiene que fui a despedirme... Qué elegí un día achubascado de primavera de finales de marzo. Qué no me fue difícil encontrarla. Qué sólo tuve que encaminar mis pasos al lugar donde desde los olvidados años de mi infancia, ella siempre me esperaba sin pedirme nada a cambio… Qué dude de acercarme. Qué la miré a través de las palmeras y de los setos verdes y entrelazados que, a modo de una frontera infranqueable, la separaban de mí. Qué al final, consciente de que la entregaba a su soledad, consciente de mi traición, cruce la maleza y, como en un rumor, en un murmullo de nostalgia, me acerque en silencio, puse la rodilla en tierra y la besé dulcemente en un beso que me hizo sentirme unido a la misma naturaleza de las cosas, más allá de la vida y de la propia creación de nuestras almas…
Con los ojos cerrados por la emoción me levanté y me alejé sin decir nada, pasado un momento volví la cabeza y aún la pude ver sumida en la tristeza de la despedida; sin embargo, no pronunció una queja a mi ingratitud, ni tan siquiera un reproche a mi desolado abandono…
Han pasado muchos años, muchos, quizás demasiados…Yo nunca volví al lugar donde ella me esperaba cada día a que yo llegara y le dedicara una mirada… Han pasado muchos, años, y aquel jardín, el jardín de Rosende ya no está…
Han pasado muchos años, es verdad, y ella, el amor imposible de un muchacho, ya sólo se encuentra en nuestros recuerdos…
Cádiz, a 16 de marzo de 2013
Manuel Castillo Sempere
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LA TERTULIA DEL CAFÉ DEL PUENTE II
La vida, pasa, se transforma, fluye, cambia…Y sin embargo, la vida permanece inmutable como algo que jamás cambiara a lo largo de los años. “Nada cambia, todo permanece”, dice el filósofo Parménides; para al rato apuntar Heráclito: “Todo cambia, nada permanece” Y yo, confundido por la trascendencia de los filósofos, me avengo a la verdad de las cosas y les digo que, si bien es verdad que todo fluye en el paso inexorable de los astros en el cosmos; también no es menos verdad, que ellos, los astros, al igual que nuestras existencias, permanecen en el tiempo, en los recuerdos, en el pretérito, más allá de los límites de nuestras propias conciencias…
Y Ceuta, nuestra Ítica que se alcanza en el tiempo y en la distancia, fluye constante en el manantial de nuestras almas y permanece también constante en el tiempo inmutable de nuestros recuerdos… Y deseamos regresar…Y deseamos que, cómo Penélope, Ceuta nos espere aferrada al recuerdo atávico de nuestro amor. Y, por qué no decirlo, sentimos la locura que nuestra ciudad nos espere como una mujer que anhela deseosa y deseante a su amante que llega, henchido de pasión, a la desnudez de su cuerpo en su alcoba y al pie de su lecho…
Tomamos el Tranbordador en Algeciras y viramos a estribor la última farola roja de la punta del dique de abrigo del puerto. Giró el compás al sur arrumbando a la línea ondulada que a lo lejos Ceuta rompe en el horizonte… El mar limitado del Estrecho se torna infinito tras agolparse los chubascos y los pelotones de nubes negruscas que viajan raudas desde la frontera oceánica donde principia el viento de Vendaval…Todo queda perdido en una obscuridad de sueño donde, la lluvia, como una cortina trenzada de plata y agua, cierra el paisaje a los conspicuos acantilados y a las sierras altas de África. El Yebel Musa, el monte del Renegado y la cantera de Benzú, que ya principiaban a verse, quedaron sumidos en una pincelada grisácea de lluvia, nube y mar, que los columbraban irreales, ausentes, como si en su tristeza tuviesen almas. Almas que más que suyas, fuesen nuestras propias almas transmutadas en la dura piedra granítica de sus elevados picos que, como agigantadas atalayas, anunciaran nuestro continente: África…
Y llegamos a los muelles del puerto…Y también llegamos al Café del Puente Almina, donde al filo del mediodía, se allegan los tertulianos de la tertulia que fundara Antonio Mira y Cayetano Parrado, que ahora, tras el viaje eterno de Antonio, prosigue Cayetano su curso en el decanato, junto a Jesús Zurita y Miguel Aguilar… Pareciera que en esta emboscada que le tendemos al pretérito el tiempo no pasase, y vamos desgranando acaecimientos que nos fueron dejando su huella en nuestra memoria. Pepe Fortes y Alejo Lladó, se han acercado en estos días a la tertulia; y, cómo no puede ser de otra manera, se han ido sucediendo pequeñas historias que los tertulianos cuentan entre asombrados y risueños al hilo de la trama divertida de cada relato. Alguien ha debido de avisar de nuestra reunión, pues al poco se han ido añadiendo cada vez más tertulianos que, a su vez, como en una noria sin fin, vuelven a contar otras historias que llenan de divertimento a la reunión.
Y se acercan Federico Gaona, Paco Torres, Ricardo Barranco, Cayetano León, patrón de una traiña y, por último, francisco López “El Quini”. Yo debo ser el más joven, porque no me atrevo a articular palabra ente tanta narración de las cosas y lugares de Ceuta. Y ahora cuenta Paco Torres cuando tiró la piedra a la salamanquesa que rondaba el farol de la plazoleta del “Chato”, y dejó sin luz al antiguo barrio del “Callejón del Asilo”* -muy cerca de donde hoy nos encontramos-; luego es Pepe Fortes quién nos narra lo de la alfombra roja que dispusieron delante de la iglesia de África y a la que unieron con un alambre a un camión del Parque Artillería y, al arrancar este, se desplazó la alfombra tan bruscamente que, de manera cómica, hizo que se elevaran por los aires el teniente Baldomero, el padre Perpén y el séquito que los acompañaban; más tarde le toco el turno a Federico Gaona con sus interminables historias llenas de gracias que no sabemos quién disfruta más, a saber: si él contándolas o nosotros oyéndolas…Y así, como una cinta sin fin, podríamos estar cada mañana, cada tarde o cada noche, sin que este viejo arte de contar historias -ya en desuso- decaiga en el ánimo de nuestros entrañables amigos.
Al iniciar la crónica pensaba describir todos y cada uno de los detalles que los reunidos dijesen; sin embargo, la tristeza, la nostalgia, o yo que sé que cosa…, me impide apuntar estas crónicas; así que lo dejaremos para otra ocasión, pues hoy, cuando tras la despedida de los amigos quedé solo, dijérase que el ser de Heráclito me susurró calladamente que había ganado de sobra la batalla; de tal manera que, a mi pesar, tengo la sensación de qué cómo él dijera: “Todo fluye y cambia…”.
Y en Ceuta, verdaderamente, a pesar de nuestro empeño en recordar todo aquello que ya no tiene nombre, “todo fluye y cambia” de una manera inmisericorde…
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*1 En el callejero oficial del Ayuntamiento, al antiguo barrio del Callejón del Asilo Viejo lo situaba en la calle Misericordia en referencia a la Casa Misericordia, sucursal de esta institución cuya matriz se ubicaba en Lisboa. Su entrada se principiaba junto a los naranjos amargos de la fachada lateral del Ayuntamiento y la calle Malcampo, continuaba por Gómez Marcelo -antigua Gloria-, seguía por la propia Misericordia, plazoleta del Chato, callejón del Asilo, plazoleta del Asilo, de nuevo el callejón, que daba a la calle Sagasta y, por fin, desembocar en la calle “Muralla”, frente a la rampa del Muelle Comercio.
*2 En los años setenta el edificio del ingeniero don Francisco de Paula Gómez, de cúpula parecida al ayuntamiento que jalonaba la entrada, fue demolido junto con todas las casas y calles del antiguo barrio de la calle Misericordia y del “Asilo Viejo”.De tal manera, que la primitiva ciudad medieval que se originó entre los fosos del Puente Cristo que daba acceso a la ciudad, y el de La Almina, quedó arrasada por la voluntad expresa de las Autoridades del momento. De esta manera mercantilista y falta de sensibilidad cultural por nuestro patrimonio, quedó destruido todo vestigio de poder estudiar nuestro pasado en la que había sido el primer asentamiento de nuestra urbe, la primigenia ciudad antigua de las siete colinas.
Años después se ha comprobado este afán mercantilista y la voracidad sin fin de la especulación de los constructores y las inmobiliarias de nuestra capital, pues poco ha quedado, por no decir nada, de aquellos barrios, calles, plazas, y patios castizos que conformaban la Ceuta antigua, la Ceuta que transparentaba la identidad, el nombre propio y el sabor de siglos de una ciudad…
*3 La calle Sagasta, rotulada así en honor del insigne y brillante orador y jefe del Partido Liberal, Práxedes Mateo Sagasta, fue cambiada por el nombre de un general alzado de nuestra terrible Guerra Civil.
*4 La antigua calle Misericordia, de nombre tan sugerente para los tiempos insolidarios que corren, se torno en “Sánchez Navarro”-diputado por Cádiz que hizo posible la administración de la Casa Misericordia al Ayuntamiento de Ceuta- para después, mal llamarse, “gran vía”.
Cádiz, a 6 de abril de 2013
Manuel Castillo Sempere
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ESTAMPA MARINERA
Al atardecer, mientras las traíñas, una tras otra, iban saliendo desde el puerto pesquero -Muelle Comercio-, hasta enfilar la bocana y ganar los bajos e hileros de Santa Catalina y, más tarde, la Bahía Sur, los armadores y los viejos lobos de mar, se dejaban caer sobre la balaustrada del jardín de San Sebastián…
Hay imágenes en nuestra ciudad que, por mucho tiempo que pase, nunca podrán ser olvidadas; y ésta, que hemos apuntado, es una de ellas…
Los dueños de las traíñas1, recostados sus brazos sobre la balaustrada, esperaban pacientes a que sus barcas largaran las amarras, y fueran saliendo a la vez que el sol de la tarde declinaba tras los pechos ensangrentados de la Mujer Muerta… Ellos, como ausentes, escuchaba atentos el ruidos de los motores: Pam, pam…pom, pom…pam, pam, pam… Cada motor de traíña tenía su propio sonido de pistón y, aunque entre el contraluz y las sombras ya sólo se presagiara la silueta de los barcos, ellos, los dueños, sabían perfectamente distinguir, por el sonido de la explosión de los pistones en sus camisas y segmentos de acero, cual de las traíñas era la suya…
El muelle Comercio era el centro de la actividad pesquera de Ceuta, y una dársena de agua de azul violeta lo bañaba a levante de su escollera de piedra, y en su remansado interior donde los muelles anudaban a las barcas en sus bolardos…
Desde la madrugada, la lonja pesquera daba cobertura a las primeras traíñas que llegaban con las bodegas repletas de cajas cubiertas de nieve y el “pescao” capturado. Si los artes en el obscuro2, habían sido calados libres de corrientes y de los “bichos”3, las capturas serian afortunadas y la lonja se llenaría en su largo suelo, con toda clase de productos pesqueros copejeaos4 “a la luz5” y “al arda”6. Si acaso, las corrientes fueran vivas, los bichos feroces, y las piedras rompieran las redes, en los suelos de la lonja sólo se reflejarían los destellos de las lámparas, en vez de las escamas de plata de los peces…
Algunos obscuros en el “Lobito” y más tarde en el “Charrán”, he salido a pescar con ellos… Mi niñez esta llena, afortunadamente, de las faenas de pesca de las traíñas. De los momentos únicos cuando llenos de esperanza, el lucero desde el bote de la luz, gritaba: “ha entrao pescao”; calaban sus redes a la voz del patrón, y, el bote cabecero llevaba atado a su popa el puño de la red hasta que el circulo daba a su fin, y se pasaba a bordo el cabo de la jareta, para cerrar por debajo los paños de red, y empezar a izarla. Después allegado el copo sobre el costado, los pescadores, en salabares7, harían la copejea hasta rebosar los salabares, y llenando las cubiertas de escamas y peces de lomos azules y de plata…
Nada tan hermoso y, a la vez, tan brutal como las faenas de la pesca… El mar hirviendo de miles de burbujas…Los peces saltando por liberarse de las redes…Los pescadores gritando: ¡Tira, tira, tira de la red…! Y el copejeador, hunde el salabar en el agua y, al momento, lo saca a rebosar y lo arroja a la cubierta… ¡Tira, tira, tira de la red…! Y las cubiertas se llenan de boquerones, de sardinas o de caballas… ¡Tira, tira, tira de la red…! No; no hay nada tan hermoso y, a la vez tan brutal…
Las traíñas remontan Punta Almina; las más pequeñas, el Foso de San Felipe…La lonja se llena de las capturas del obscuro… La hora de la venta principia, los subastadores vocean los precios, alguien para la subasta y la compra… Otro subastador vocea otra partida y, otro comparador, la para y la adquiere…Y subastadores y comparadores, al alimón, juegan durante un rato, a este juego milenario de la subasta…
El dueño y los pescadores reparten a la parte las ganancias, descontado el costo y el gasoil… Ha sido un buen día, los bares de la zona: Las delicias, El Estrecho, La Fuentecita, El Nacional, El Canarias, el bar de la Cofradía, Bodega Fortes…, tienen a bien, ser el local del reparto de las partes… Cada cual, con una copa de coñac o aguardiente, subirá a dormir la mañana, “pa está fresco pa la tarde”… Y en la mesilla de noche quedarán unos duros del jornal del día… La mujer del pescador, cogerá lo que sea menester…
A la tarde, llega la noche; a la noche, la madrugada; a la madrugada la mañana; y a la mañana la tarde…Y así, el ciclo de la “estampa marinera”, cada día, como una noria de horas infinitas, gira y gira sin termino, sin punto final…
A la tarde llegan, de nuevo los armadores y los viejos lobos de mar…Un papelillo de fumar sacado del la cajetilla roja del Papel de arroz, Smokig, se lía con tabaco de aquel paquete -de buena picadura- de tono morado de Crema de Cuba. Una mano curtida de cabos y de redes, enciende el cigarrillo y lo deja una eternidad en la comisura de los labios… Una traíña enciende motores; y luego otra, y otra…, y más tarde, van saliendo del muelle pesquero hasta enfilar la bocana… Los dueños se miran y sin hablarse se despiden hasta la mañana… Pero, muchos de ellos, aún no se retirarán a sus casas; sino que unos dirigirán sus pasos a la calle de la “Brecha”, y otros, se acercarán a la muralla de la “Coraza” -nosotros, siempre le hemos llamado el “Mirador”8, y desde allí, columbraran el rumbo de sus traíñas a los caladeros…Y puede que, ya, sus ojos, en la agonía del atardecer, agigantadas las sombras, no puedan reconocerlos; sin embargo, en esas sombras que nos trae la noche, la brisa que viene del mar, nos trae el sonido de sus motores y, cada armador, sabe, indefectiblemente, cual es su barca…
Y, ahora sí…Aún con el sonido de los motores zumbando en el aire salino de la noche, nuestros viejos lobos de mar, vuelven a sacar un papelillo de fumar, rebuscan con los dedos en el paquete de picadura, lían el cigarro, lo encienden, se lo llevan a la comisura de sus labios, dan una calada que hace reavivar su lumbre y, pronuncian la misma oración de siempre: ¡Qué la Virgen del Carmen los proteja!…
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1 Traíña: Es un barco dotado de motor y es auxiliado por un bote, llamado: “cabecero”; utilizado para cerrar el circulo en la maniobra de “cerco” del cardumen. El arte del cerco, también llamado de “traíña”-llamado del mismo modo que la barca que carga para la faena de la pesca-, posee relinga corchera flotadora en su parte superior y de plomos en la inferior. La relinga emplomada tiene unas anillas en toda su longitud y a través de ellas, pasa una veta llamada “jareta”. Al calar el arte, el cabezal pasa a bordo del bote -de ahí el nombre de cabecero- y el resto del arte se va arrojando al mar a la vez que el barco traza una circunferencia hasta volver al punto de partida donde le espera el cabecero.
2 Obscuro: Pesca sin luna, con el objeto de que la mar no tenga los reflejos de esta, y los bancos de peces, puedan concentrase bajo los focos del bote lucero; o, también, se pueda ver el “arda” que producen los bancos de peces.
3 Bichos: Delfines y horcas que boquean las redes y, a veces, espantan a los bancos de peces, antes de cerrar el cerco.
4 “Copejeaos” y “copejea”: En la maniobra de cerco se “jala” del cabo de la jareta, de manera que las anillas del fondo se unan formando una bolsa. El próximo paso es tirar de la relinga de corchos hasta que al final solo queda en la mar el poco arte que contiene la pesca. De inmediato se procede a la “copejea”, que es la faena de subir el pescado a bordo utilizando salabares.
5 A la luz: A la traíña y al bote cabecero se le incorporó el “bote lucero”. Consiste en un nuevo bote algo mayor que el cabecero y que lleva instalado entre tres y seis lámparas de parafina que funcionaban con gasolina a presión. En Ceuta les llamaban “Petromax”. Los cardúmenes son atraídos por esta potente luz y una vez que el patrón lo considera oportuno se procede a la calada. Ésta se lleva a cabo rodeando el bote lucero que tiene bajo sus luces concentrado a los peces.
6 Arda: Los cardúmenes de peces en sus desplazamientos producen unas fosforescencias que da la sensación que la mar arde. “De noche se ve el “pescao”, con el agua hace un arda, como si fuera fosforescente; eso hace el ”pescao” de noche cuando hay arda, cuando el agua tiene fuego, tiene ardentía, que llamamos nosotros”. Descripción literal de un pescador.
7 Salabares: Aros en madera o de hierro, a los que se ciñe una red para ir recogiendo la pesca.
8 Mirador: En el rellano final de las murallas de la “Coraza”, se reunían los armadores y los viejos lobos de mar, para decirle el último adiós a las traíñas; nosotros, los pescadores y los vecinos del barrio antiguo del Callejón del Asilo, siempre le dijimos el “Mirador”. Pues bien, no sé que argumentos pudieron esgrimir los directivos del Club Caballa, para apropiarse de los terrenos altos de la “Coraza”, pues cuando construyeron el Club Social, encima, precisamente, encima de sus murallas, quitaron, -yo más bien diría hurtaron-, no sólo a estos viejos lobos de mar la posibilidad de despedirse de sus traíñas como siempre lo había hecho desde tiempo inmemorial; sino que impidieron que los demás ceutíes, también caballas, como ellos, pudiéramos pasear y columbrar el mar de la bahía sur desde las murallas del “Espigón”, o Mirador”, que así le llamábamos… De tal manera, que va siendo hora, que se restituya nuestra herencia cultural y, como entonces, desde este bello y entrañable lugar, patrimonio de la Ciudad de Ceuta, podamos divisar el mar, el mar azul, y añil, y a veces verde, de la ensenada Sur…
Agradezco a Alejo Lladó Luengo, y Rafael Escámez Ortigosa, las fotos aportadas para el presente artículo. Así, también, las aportaciones costumbristas que, en muchos días de conversación, me fueron aportando, tanto, Antonio Mira -que en paz descanse-, como Pepe Fortes, verdaderos conocedores y enamorados de la pesca en Ceuta.
En Cádiz, 14 de julio
Manuel Castillo Sempere
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LA TERTULIA DEL CAFÉ DEL PUENTE ALMINA III
Y quiso el tiempo del estío mandarnos una cita para que, de una manera instintiva, sin que la inteligencia tomara parte, sin que una voluntad ajena mediara, sin que nada ni nadie nos diera aviso, nos acercáramos una decena de tertulianos a nuestro lugar de tertulia en la Cafetería del Puente Almina.
Y será mejor nombrarlos y sacarlos de la placidez y buen refugio del anonimato, a saber: Alejo LLadó Luengo, Miguel Agilar Ortega, Guillermo Bermúdez Sánchez, Gregorio Dorado Ortiz, Cayetano León Parrado, Juani Fortes Castillo, Jesús Zurita Prieto, Maribel Lázaro Durán, Manuel Castillo Sempere, Federico Gaona Roldán y Jesús León Rivera (ausente en la toma de la foto). Once tertulianos que, hoy quiso el misterio del azar, que encontrásemos un mismo tiempo para todos los allí presentes…
Mientras emborrono estas cuartillas y la reflexión, como una planta trepadora, va ascendiendo hacia el plano de la luz, me pregunto si es sólo el azar el causante de la reunión de hoy, o quizás, bajo el especto dubitativo y de una cierta incertidumbre del azar, se esconde otras razones más profundas que hacen que los caminos inescrutables de un grupo de personas, se entrecrucen en un lugar determinado y por un tiempo limitado a alguna que otra vuelta de las manecillas de un reloj…
Adelantada la reflexión, hemos de continuar anotando en el “Cuaderno de Bitácora*” lo que acontece y lo que estos contertulios van desgranando junto con el café de unos o las cervezas de otros.
La tertulia es como un ser vivo y autónomo, algo, pongamos, como nuestra propia ciudad, que: se expande, se estira; se va, se aviene; se alarga, se contrae; se agranda, se achica; se perfila, se desvanece; se nombra, se olvida; se agita, se aquieta; se queda antigua, se moderniza; se muere, se aviva; aparece, desaparece… Se da término hoy, para retornar con más brío mañana, a la manera del “Ave Fénix”: de sus cenizas; y, de nuevo, se vuelve a repetir el proceso, con la monotonía y constancia -yo dijera- del sonido metálico de las campanadas de la Catedral que, el aire expande como una caricia sonora por el ámbito de la urbe, dando voz de recogimiento, de devoción, a la llamada de la oración.
Pudiera parecer que la tertulia fuese cosa del pasado, del siglo XIX y XX, como aquella clásica y legendaria del Café Gijón de Madrid, donde regularmente acudían escritores de la generación del 98, como Ramón María del Valle-Inclán, o poetas de la talla de Federico García Lorca y Gerardo Diego, este último, de la generación del 27; e insignes investigadores y científicos como nuestro premio Nóbel: don Santiago Ramón y Cajal; o, políticos afamados como José Canalejas, que tomó su café hasta el día de su asesinato…
De tal manera, que si en estos días de modernidad, las tertulias no tienen el auge que antaño tuvieron, no es menos cierto que, en cierta manera, aún perviven en nuestra memoria colectiva; y, aquí, allá, y acullá, a menos que la ocasión se preste, se crean, de manera espontanea- como la nuestra- otras nuevas, que reemplazan en un nuevo tiempo, a aquellas legendarias y ya en la literatura, tertulias…
Y, a una mirada de soslayo al reloj, la aguja del minutero nos avisa que ya ha pasado casi una hora desde que principiamos la tertulia. Y, apenas nos hemos dado cuenta que el tiempo es inexorable; que el tiempo no tiene dueño y marca sus tic-tac sin que podamos hacer nada por detenerlo… La tertulia continua su curso y los tertulianos se enmarañan en discusiones con mil aspectos diferentes que, las hacen enriquecer de pura profusión de otras alternativas a las que cada uno quiere y desea expresar.
Y en este curso de discusiones, de dimes y diretes, Jesús, me apunta, que mi naturaleza anda sobremanera agitada por las cuestiones que expongo y debato. Y, yo, como en una disculpa, le digo que bien pudiera ser, pero que mis preferencias siempre han estado con el ser de Heráclito**; y que este nos dice: “Que la vida fluye, que aunque vemos el mismo río, el agua que corre nunca es la misma”; y, que, por tanto, debo de continuar agitado y acorde con mi fluir hasta que Dios lo quiera… Sin embargo, él, compañero de Parménides***, se siente compañero de lo absoluto, de lo inmutable, de aquello que no cambia y no está afectado por la incertidumbre del cambio constante de estos días…
Resulta curioso que cuando en un primer momento llegamos a la tertulia, deseamos debatir asuntos genéricos, que se alejen de nuestras cuitas y de nuestros conflictos personales; sin embargo, es una empresa difícil y, si me apuráis, yo diría que imposible; porque lo cercano, lo que se convulsiona dentro de nosotros, acaba, como no puede ser de otro modo, por salir y ver la luz a través de nuestras propias palabras… Y, es en este momento, donde nos desnudamos no sólo con las palabras ante nuestros amigos, sino que también nos desnudamos con los sentimientos que afligen y deambulan, ausentes, cavilantes, tal vez desesperanzados, en nuestras almas…
Y la saeta del reloj alcanzó el último minuto del tiempo acordado; y, cómo por un timbre o una llamada tácita, los tertulianos se van levantado, y en unos minutos las sillas del velador se van quedando vacías: ¡Hasta mañana!, ¡hasta la tarde!, ¡mañana no vengo, pasado nos vemos¡, ¡Mañana te diré algo, que hoy no me ha dado tiempo!, ¡no te preocupes, hay muchos días…!, ¡Bueno, lo dicho, hasta mañana!..
Y la tertulia, “La tertulia del Café del Puente Almina”, queda emplazada para otro día, que mañana, Dios mediante, unos acudirán a la cita, y otros, preocupados por diversos asuntos de mayor relevancia, esperarán a otra fecha… Sin embargo, en la redacción de estos párrafos, difuminados entre sus líneas, van entretejidos muchos de los sentimientos que me unen y, a la vez me atan, a esta ciudad milenaria donde las haya; a esta ciudad llamada Ceuta, que, desde la más pura nostalgia, ya no puedo dejar de desangrarme con ella.
Adiós...; adiós, compañeros de tertulia, adiós, compañeros… Conmigo vais, en mi corazón os llevo…
En Ceuta, a 21 de agosto de 2013
Manuel Castillo Sempere-ceutaenelcorazon.es
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* En la “Marina Mercante”, se conoce con el nombre de”Cuaderno de Bitácora”, al libro en el que los marinos, en sus respectivas guardias, registraban los datos de lo acontecido. Etimológicamente procede del latín habitaculum-de habito...habeo; indoeuropeo ghabh, dar, recibir. Antiguamente se decía bitácula.
En tiempos pretéritos, cuando los buques carecían de puente de mando cubierto, era costumbre guardar este cuaderno en el interior de la bitácora para preservarlo de las inclemencias. Es un libro en el que nos relata la vida o la experiencia de alguna persona en especial. También sirve en el desarrollo de un viaje para escribir en ella.
** “Heráclito (siglo VI a. de C.) fue un filósofo griego que se adelantó al pensamiento de filósofos contemporáneos. Las respuestas hasta ese momento sobre la verdad de lo que realmente existe eran diversas. Los cuatro elementos, inspiró a la mayoría de los filósofos presocráticos, como Thales que afirmaba que era el agua, o Anaxímenes que creía que era el aire o Heráclito que proponía que era el fuego.
Pero es Heráclito el que cambia totalmente de orientación del pensamiento al observar que todo en la realidad está en perpetuo cambio y que es imposible definir algo porque de inmediato esa cosa se modifica y ya deja de ser lo que era para ser otra.
Nunca tenemos la misma experiencia ni vemos dos veces lo mismo porque las cosas cambian en un constante devenir. Para Heráclito las cosas no tienen un Ser inmóvil siempre el mismo, lo que existe es un Ser en movimiento que se transforma. Por lo tanto para Heráclito sólo el cambio existe”.
Y, en el fluir del río, tenemos la imagen perfecta de su filosofía; pues, mientras el río permanece, sus aguas siempre fluyen y están en permanente cambio.
*** “Afirma Parménides en estas líneas la unidad e identidad del ser. El ser es, lo uno es. La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir, y a la multiplicidad. Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los filósofos jonios y los pitagóricos, Parménides alzara su voz que habla en nombre de la razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora "es" algo que "no era" antes, lo que resultaría contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La afirmación del cambio supone la aceptación de este paso del "ser" "al "no ser" o viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el "no ser" no es.
El ser es inmóvil, pues, de lo visto anteriormente queda claro que no puede llegar a ser, ni perecer, ni cambiar de lugar, para lo que sería necesario afirmar la existencia del no ser, del vacío, lo cual resulta contradictorio. Tampoco puede ser mayor por una parte que por otra, ni haber más ser en una parte que en otra, por lo que Parménides termina representándolo como una esfera en la que el ser se encuentra igualmente distribuido por doquier, permaneciendo idéntico a sí mismo.
Tradicionalmente se ha asociado este poema con la crítica del movimiento, del cambio, cuya realidad había sido defendida por el pensamiento de Heráclito. Es probable que Parménides hubiera conocido el libro de Heráclito, pero también que hubiera conocido la doctrina del movimiento de los pitagóricos, contra la que más bien parece dirigirse este poema. Especialmente si consideramos la insistencia que hace Heráclito en la unidad subyacente al cambio, y en el papel que juega el Logos en su interpretación del movimiento. Obviamente, en la medida en que Heráclito afirma el devenir, las reflexiones de Parménides le afectan muy particularmente, aunque Heráclito nunca haya afirmado el devenir hasta el punto de proponer la total exclusión del ser”.
NOTA: Agradecemos al encargado de la Cafetería del Puente Almina -Juan Luis Vives Rojas-, su cariñoso comportamiento con todos los tertulianos de esta peculiar y entrañable tertulia; pues más de una vez, en el transcurso nuestras acaloradas discusiones, dejados llevar por nuestra vehemencia, hemos alzado -el que suscribe en particular-, nuestras voces…
Ceuta, 25 de agosto de 2013
Manuel Castillo sempere
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CEUTA EN SU PAISAJE. ATARDECER EN EL ESTRECHO
Y qué podemos decir de esa ensenada -creo, si no me equivoco- ensenada de Benzú al atardecer... Cuando el sol, ya declinante, va camino de sumergirse en las aguas obscuras del Estrecho… Cuantas veces hemos mirado para Poniente a la caída de la tarde, cuando el horizonte va transformándose mágicamente de un color a otro: pasa de un azul celeste a otro más obscuro, para lentamente ir pintándose de oro en un amarillo eterno; para seguidamente tiñéndose de rosa y, más tarde, ensangrentarse de rojo fuego, que va tornándose, en su agonía, en rojo tinto…
¡Ah, los atardeceres imposibles del Estrecho y la Mujer Muerta, allá en el viejo Atlas!
Aunque no pueda verlos, siempre su imagen nos quedó grabada desde nuestra niñez para siempre jamás… Nosotros, aquellos que hemos nacido en esta orilla de África, no podemos desprendernos de nuestra impronta y, por tanto, no podemos alejarnos de su belleza exultante y, a la vez, llena de la calma antigua que, entregan las orillas de estos continentes abrazados en la cenefa azul que los separa…
Y, finalmente, tras la negrura del ocaso, el cielo se enciende con el pequeño fulgor de millones de astros… Y la noche, candil a candil, busca a la luna, que aún no ha salido, al otro confín del Estrecho… A Levante…
Buena fotografía, yo diría magnifica, de José López-Pozas Díaz, que yo, inspirado por ella, he intentado traducir en palabras, lo imposible, a todas luces... Porque, decidme vosotros, hombres y mujeres de esa tierra que habita y que duerme su sueño en África: "Acaso se pueden traducir en palabras los atardeceres rojos del Poniente en el Estrecho, cuando el sol ya viene descendiendo del rostro a los pechos, hasta rozar los pies de esta mujer nacida, incluso, antes de que lo hicieran los Continentes; y, por fin, caer agotado; entregado a las aguas azul marino del mar y desparecer tras la línea infinita del horizonte"...
Apenas nada o casi nada podemos decir de los atardeces rojos del Poniente en el Estrecho, pues cae sobre nosotros como un telón de colores intangibles que hace imposible que apenas podamos articular palabras. Qué pintor acopia en su paleta -como un alquimista-, la amalgama de substancias, ingredientes y principios, para que con esos elementos pintar los colores que la naturaleza dibuja en el crepúsculo…
Pareciera que aquellos que nos asomamos al ventanal majestuosos del ocaso, quedásemos al momento, transidos y prisioneros por su belleza antigua, de siglos, de toda una eternidad repitiéndose, día tras día, sin que nunca llegue a acabarse… “Nada se repite”, apunta el filosofo; sin embargo, basta con mirar hacia Poniente, donde a contra luz se recortan las altas sierras de la agigantada mole del Atlas; que, en un milagro quimérico, la desnuda piedra se ha hecho mujer, para darnos cuenta de que cada atardecer se columbra diferente y, sus colores, se entremezclan en tonos distintos que hace que el pintor anónimo que lleva el encargo de la Naturaleza, descubra, para cada tarde, principios diferentes con que colorear los cielos y la nubes, las líneas quebradas de las sierras, y el zócalo azul del mar que besa enamorado a Ceuta …
Hemos acabado la redacción del pequeño relato que en su momento nos propusimos escribir. Un pequeño relato donde dejáramos prendida en el aire salino de la brisa, todo lo que nos acontece al dejar nuestra alma olvidada en el tiempo; en el tiempo mágico de los ocasos que apagan la luz cegadora del sol, y nos traen la tenue luz, suave, titilante, imperceptible, de millones de lámparas que los astros van enciendiendo a lo largo de la noche…
NOTA: Agradecemos a José López-Pozas Díaz, su bella y magnífica fotografía, pues en ella nos inspiramos para escribir el relato narrado.
En la mar, 7 septiembre 2013
Manuel Castillo Sempere-www.ceutaenelcorazon.es
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¡A LA RICA GARRAPIÑADA!
A la tarde, desde la calle “La Muralla”, o el Paseo de las Palmeras, como la llaman ahora, se elevaba un aroma dulce, de caramelo, que llegaba hasta más allá de la Marina… Este aire tan aromatizado de dulzor, procedía de la cocción de la garrapiñada en un caldero que, al fuego de un anafe, “Manolo”, preparaba junto a la palmera de la parada discrecional de la camioneta de Hadú, en la acera de enfrente al monumento de Gonzáles Tablas.
Los niños, nada más que salir del Instituto -en aquellos días sólo había uno, sin nombre propio, que es el que se encuentra actualmente ubicado en la subida de Las Puertas del Campo al Morro- bajamos prisioneros de ese olor a caramelo, a comprarle a Manolo, un cucurucho de esas ricas garapiñadas… Menos de una peseta creo que costaba el puñado de garrapiñadas, pero el sabor, ese sabor tan característico, se deshacía en nuestras bocas, como el mayor de los placeres que un niño puede pretender alcanzar, tanto, que aún hoy, de vez en cuando, compro garrapiñada, no por el gusto de comerlas, sino por la nostalgia de aquellos años de niñez que me produce el solo degustarlas…
Hace unos días me llamaron de Ceuta para decirme que Manolo había emprendido su último viaje y que ya no estaría más con nosotros… ¡Qué tristeza, Señor, sentí en ese momento! No lo pude evitar, ya sé que es algo inexorable, y que todos algún día, también hemos de irnos; sin embargo, Manolo, era algo más que un amigo, Manolo, era un “personaje” emblemático de Ceuta, allá donde los haya… Y es como si hubiese muerto con él, también, un paisaje…
Manolo fue guardia urbano, y el Ayuntamiento le sancionó por no considerar digno a la autoridad de un guardia elaborar su rica garrapiñada al pie de la calle La Muralla, a unos metros tan solo del Palacio Municipal; sin embargo, los responsables del Ayuntamiento se equivocaban, pues elaborar la mejor garrapiñada y que los niños soñásemos con ella, de ninguna de las maneras podía menoscabar la imagen de seriedad de la Casa Consistorial; así que al poco no tuvieron más remedio que restituirlo en su puesto, y acceder, ¡faltaría más!, a que continuase embalsamando el “Paseo”, con su olorosa Garrapiñada. Los niños, desde luego, volvimos a reunir: aquí, de un bolso; ahí, de un bolsillo; allá, prestadas, algunas perras gordas, para comprarle a Manolo, por una peseta, dos cartuchos y un puñaito de aquella sonrosada y sabrosa garrapiñada…
Pareciera que las personas cuando se cubren de la púrpura del “Poder”, perdiesen la inocencia, y como que les faltasen la sencillez tan necesaria para atender el negocio de la cosa pública, en un comportamiento abierto y generoso en atender los problemas de los ciudadanos. Y he de decir, que Manolo, cuando me relataba este suceso de su vida, en sus palabras no se mostraban ningún signo de resentimiento, más bien al contrario, mostraban ecuanimidad y respeto hacia aquellas personas que le había herido en su orgullo; sin embargo, sus ojos se tornaban como de cristal, como mojados por alguna tristeza, que en su bondad, no dejaba traslucir…
Algunos años más tardes, quiso la causalidad que un verano nos reencontrásemos en la playita llena de rocas que hay al final del Chorrillo, después del último espigón, y debajo donde hoy ponen las “volaeras”. Y aquella fue nuestra playa todos los veranos en agosto. Playa de guijarros grises y gordos que hacia difícil de caminar por ella; pero en cambio, playa de un mar pintado de azul y a trozos de turquesa, que semejaba sacada de las mejores láminas de Vincent van Gogh… Algunas veces gustaba de sentarme a tu lado y arrojaba alguna que otra piedra plana -para que saltara- al mar. Y oyendo ese murmullo de las olas extinguiéndose en la orilla, íbamos desgranando uno a uno nuestro parecer de las cosas de la vida… Pero, al rato, como para romper un poco la seriedad de nuestras reflexiones, te llegabas a tus ropas y, al momento, volvías con un papel doblado, que con mucho cuidado ibas desplegando hasta dejarlo abierto delante de mis ojos. Y en él, como un secreto bíblico, llevaba escrito la primera frase de incontables chistes, que día tras día, como un ritual atávico de obligatoria presencia, nos recitabas… Tus chistes, tus chistes contados de manera magistral se habían hecho costumbre, tanto, que a veces, acabamos en el agua de pura risa y divertimiento… Chistes de loros, de mariquitas, de catetos, de políticos, de la mili, de curas, de borrachos, de franceses, rusos y españoles, a saber el más listo… Chistes blancos y verdes de cualquier situación y modo que, Manolo, se complacía en recopilarlos en su famoso “incunable” para luego, lleno de humor, recordarlos hasta hacernos sonreír…Y como no podía ser de otra manera, después del último, siempre alguien pedía ¡otro, otro, otro…! Y, claro, el otro era el del famoso tuerto, que cansado de que un loro le llamase cabrón, lo metió en el congelador, y al cabo cuando fue recogerlo, el loro a pesar de encontrarse congelado, con una patita se tapaba un ojo; y con la otra, con lo dedos, simulaba un cuerno.
Los hombres pasamos y, aunque no nos lo propongamos, vamos dejando una huellas en las horas que nos toco vivir. Y yo he de decirte, desde la sinceridad y la soledad de la ausencia, que tus huellas han quedado señaladas en la memoria de los que tuvimos la fortuna de conocerte de cerca. La tristeza nos golpea el alma cuando alguien que amamos emprende su camino definitivo…La tristeza nos golpea, es verdad, sin embargo, hay algo de esperanza en esta tristeza; porque es una tristeza que nos hace tener esperanza en un lugar sin distancia y sin tiempo, donde nosotros, los que hemos sentido alguna vez el susurro de Dios, podamos, de nuevo, reencontrarnos con nuestros amigos…
NOTA: Es probable que los ángeles hagan coro alrededor de la anafe y el perol de bronce que Manolo se ha llevado al cielo; de tal manera que, embriagados por el olor a caramelo que embalsaman los espacios celestes, no se vayan a los quehaceres que San Pedro de ordinario les ordena, hasta que Manolo, un poco apurado por el encargo, les entregue sus correspondientes cucuruchos de ¡la rica garrapiñada!... Y gratis, ¡Qué suerte…!
Cádiz, a 26 de diciembre de 2011
Manuel Castillo Sempere -Ceuta en su paisaje-
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HA LLEGADO LA PRIMAVERA
Dicen que ha llegado la primavera…Y como todos los años la naturaleza comienza a despertarse del largo invierno desde que las primeras hojas comenzaran a caerse de los árboles… Ahora empieza un nuevo ritmo que hace que todo se agite y la vida se eleve en todo sus esplendor; dijérase que es el pulso intenso de la vida la que llama a arrebato para que renazca todo lo que ayer estaba dormido, y hoy debe de alzarse para proclamar que ha llegado la primavera y es tiempo de fiesta, de alegría, de viejos sueños aún no alcanzados, de palabras, de juegos, de volver a las cosas olvidadas, de romper los misterios y allegarse a la esencia de las cosas. En definitiva es el tiempo donde la vida alza su copa por encima de los altos pinos y las altas sierras, y da un brindis a las aguas que bajan de las cumbres aun nevadas, a los murmullos de los arroyos, a las cigüeñas que regresan a su nido de las altas espadañas de las iglesias; a las raudas golondrinas, que al igual que ellas también regresan a los bajos de las balconadas del Ayuntamiento…
Sí, la primavera ha llegado… Lo dicen los estudiosos del cielo y de los equinoccios y de las orbitas de los astros… Y, ahora en sus cuentas y cálculos afirman que ha entrado la primavera; sin embargo, a nosotros no nos hace falta esos cálculos para saber que ya llegó la primavera, porque sólo hay que allegarse a los campos, a las avenidas, a los parque y a los jardines donde crecen los naranjos, para comprobar que ahora se visten con el blancor de la nieve de los azahares; y, que, el aroma que dejan en el aire, la brisa lo lleva, como el mejor y más raudo mensajero, al último confín de la ciudad, como noticia exacta y perfumada de que ahí, entre azahares, ha llegado la primavera….
Sí; no lo podemos ocultar y como el dicho popular dice: “la primavera la sangre altera”. Y, es verdad, la primavera nos altera la sangre y, con ello, nos altera los deseos, los sentimientos y las ganas de alcanzar cosas que hace unos días nos fuera del todo imposible. Sin embargo, ahora, en este tiempo de licencia, como en un nuevo carnaval de sentimientos encontrados, pareciera que la naturaleza nos aúpa a un nuevo estadio donde nace la belleza y nos deja extasiados con el embrujo de un nuevo sortilegio de palabras encantadas, que nos hiciesen vislumbrar la vida misma en una intensidad que sólo los artistas y poetas alcanzaban a sentir en sus ignotos sueños…
Definitivamente, la primavera ha llegado…Y los naranjos que rodeaban Ayuntamiento, aún sin estar -porque una mala mano los cortó- seguirán haciéndonos llegar el aroma embriagador de los blancos azahares y perfumaran y embalsamaran el aire de la Plaza de África… Los jardines de la Argentina en las Puertas del Campo, que también llamábamos: Jardín de los Enamorados -por aquel anónimo “Romance del “Prisionero”, donde se apuntaba: que los enamorados en mayo “iban a servir al amor”, helo aquí:
“Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!”
( Lo cantaban los juglares en el sigloXXIII).
Y, también llegaba la primavera a San Amaro y a otros jardines y plazas… Y a los caminos en cuesta y a los cerros del Hacho; y a las altas cumbre de los fuertes de Isabel II y de Anyera y del Renegado. Y la primavera descendía en la floresta de helechos, jarales y pinos hasta las playas de Calamocarro y Benzú, donde el sol las plateaba en la mañana; y, a la tarde, las doraba como si se transmutan en oro...
La primavera ha llegado… Ya no hay ninguna duda… Ha llegado sin apenas golpear nuestra puerta; sin embargo, como todos los años, ahí está, dejándonos su aroma de pinos y de flores y del agua que precipita alguna nube que viene de Poniente hacia los azules tardíos y malvas del mediterráneo… Nada queda en el olvido y todo transcurre en el tiempo exacto de un reloj. Todo pasa -como dijera el poeta- , es verdad, y queda en nuestra memoria, pero al cabo todo vuelve -como también bien dijera- para que aquello que aconteció, se nos allegue de nuevo con el sabor y la conciencia de las cosas que, aun siendo inalcanzables, perduraran para siempre en nuestra memoria…
Dicen que ha llegado la primavera…
Cádiz, a 23 de marzo e 2014
Manuel Castillo Sempere
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LA VIRGEN DEL CARMEN
“In Memoriam de Emilio Pérez Delgado, niño que abrió los ojos en el Callejón del Asilo y que ya navega para siempre jamás en las aguas eternamente azules del Estrecho y de los Cielos…”
A la mañana del 16 de julio, los niños de “Callejón del Asilo” bajábamos, como atraídos por un nuevo mago Merlín, hacia el Muelle Comercio. Ya en la noche anterior, en los escalones de la casa de Emilio, junto a la puerta del “Asilo” se habían contado una y mil historias de los bravos pescadores de nuestra ciudad: del naufragio del Lobo, de la pesca de la melva que se contaban por millares, de los atunes de la almadraba, de los terribles temporales del Estrecho y yo no sé cuantas cosas más…
Cuanta ilusión y cuantos nervios en la bajada a la explanada del muelle donde se colocaban los motocarros de carga. Todo estaba adornado de banderitas de colores y la gente empezaba a congregarse procedente de las barriadas de pescadores: de la “rivera”*, del Foso San Felipe, de la Almadraba, de nuestro Callejón del Asilo…
Y, a media mañana comenzaban los festejos con la carrera de botes que, desde el cantil de la lonja, bogaban hasta más allá de la farola roja del rompeolas, donde rodeaban la boya del extremo de la manga de la carrera y vuelta a la lonja. La carrera de botes dijéramos, era la expresión más exacta de la fuerza y la destreza de aquellos muchachos adiestrados en la rudeza y en la violencia del mar. Nada pudiera significar una valoración más cualificada para ellos, que alzar victoriosos al cielo los remos en señal de bravura, de arrojo, de competir en temeridad y audacia a la cólera constante de la mar… Y la mar los preparaba para la incertidumbre del regreso, para la lucha cuerpo a cuerpo contra las galernas, contra temporales desechos del invierno, contra que habitara el miedo en sus corazones…
Luego vendría la cucaña, donde los pescadores tendrían que coger un pañuelo rojo al final de un madero que habían colocado a bordo de una traíña, y que lo habían untado todo de sebo…Y, desde luego que lo intentaban, sin embargo, uno tras otro caían al agua sin tomar en sus manos el ansiado trofeo. Al fin, un muchacho, tras guardar el equilibrio, en su caída alcanzaba el trapo encarnado que mostraba orgulloso en una mano tras la zambullida…
Más tarde tenía lugar la carrera de sacos que daba lugar a una algarabía de risas, pues en la loca carrera algunos tropezaban y caían de bruces al suelo, para al poco levantarse y tropezarse con otros en una escena que nos llenaba a todos de risas.
También, debajo del Salón-Bar de la Cofradía habían dispuesto otra cucaña de un palo en vertical al que también lo habían cubierto de grasa, que los concursantes tenían que subir y arrancar el trapo rojo colocado en su extremo. Ni que decir tiene que los muchachos, apenas principiado unos metros, sus manos y sus pies irremediablemente resbalaban palo abajo como consecuencia del sebo. Sólo cuando el madero se fue limpiando de grasa por el abrazo y el roce de los torsos de los mozos, al fin uno de ellos pudo conseguirlo entre el fuerte aplauso que decidieron darle el numeroso grupo que asistía extasiado al espectáculo.
Acabada esta cucaña, se llamaba a los participantes del “cholote a dos”, que consistía en darle con una cuchara y con los ojos vendados el chocolate al contrario. Ni que decir tiene que el humor era lo más característico de este juego, porque la cuchara con el chocolate la llevaban a todas partes menos a la boca… Ahora dejaban el chocolate en la cabeza del encartado, luego metían la cuchara por un ojo, más tarde -las menos-, por fin la entraban en la boca. Y todo se acompañaba con los murmullos y las interjecciones pertinentes: ¡más arriba!, ¡más abajo!, ¡más cerca!, ¡más lejos!, ¡a la derecha!, ¡a la izquierda!...
Y, finalmente, como plato fuerte de los festejos de la mañana se terciaba con una piñata de pequeñas cacerolas que se rellenaban con diferentes productos, a saber: caramelos, agua sucia, vino, monedas, azafran, etc.; y que los concursantes con los ojos vendados tenían que intentar romper con una estaca. Ora se situaban debajo de las cacerolas y acertaban rompiéndolas y desparramando su contenido que, cuando eran caramelos o monedas los niños se arrojaban al suelo para recogerlos; ora, prisioneros de sus cegueras, avanzaban unos pasos hasta cerca de los congregados que, de inmediato, huían despavoridos ante la amenaza del golpe de estaca que el concursante cegado podría darles…
Y acababa la mañana entre las risas y el buen ánimo de las gentes del mar…
Y, a la tarde, como contraste a la alegría y al divertimiento de la mañana, se procesionaba a la Virgen del Carmen… Y desde la iglesia de África escoltados por los marineros de la “Compañía de Mar”, marchaba la comitiva por la calle “Muralla”1 camino del Muelle Comercio. Y los fieles, devotos de su imagen se persignaban a su paso e inclinaban la cabeza en señal de respeto. Aquella Imagen Sagrada era la Madre de Dios, la Reina del mar, nuestra Señora, la Virgen Inmaculada que rogaba ante su Hijo por los descalzos, por aquellas criaturas desamparadas, por los hijos del mar, sus hijos: los pescadores…
La procesión ya alcanzaba al puerto pesquero, el gentío se arremolinaba por toda la explanada del muelle engalanada de farolillos y banderas de colores. Y una traíña, la traíña que aquel año le había caído en suerte de llevar a la Reina de los Mares, la esperaba junto al cantil del embarcadero para que su presencia fuera el mejor augurio de un buen año de pesca…
Terminado el abordaje de la Virgen en el Mira, en el Dorinda Dapena2, en el Momy Sdo., en el en el Unión de Hermanos, en el José Fuentes, en Los Parejas, en la Sebastiana, en el Torres Ortigosa, en el Gracia Amate, “el Ardero”, en el María Andujar, en el Virgen de África, en la Joven Antoñita, “la Liebre”, en el Cordobés, en el Cantón, en el Antonio y María López, en el Segundo, en el María Dolores, en “El Lobo”…, o en cualquier otra embarcación de las más de cien que conformaban la formidable flota de pesca que amarraban y fondeaban en nuestra dársena pesquera, la proa de la traíña afortunada largaba las amarras de los noráis de la lonja y emprendía la navegación por todo el puerto de Ceuta. Y enfilaba primero la roja del rompeolas, para luego rozar toda la cara de levante del muelle España y arrumbar después hacia las apiladas colinas negruzcas del carbón de Alfau. Más tarde se allegaba a las aguas algo más revueltas de las puntas de la bocana para, con un aire majestuoso al socaire de los diques de poniente, ir navegando hasta la altura de la fabrica de hielo, y, a la vuelta, los buques mercantes, avisados de su presencia hacían sonar sus tifones como si en verdad, la Madre de Dios, se allegase de los cielos y les entregara su divina presencia a los humildes pescadores…
Las sirenas de los buques sonaban y sonaban por doquier hasta hacer estallar el aire de acompasados sonidos metálicos…Y las cientos de embarcaciones que acompañaban a la “Mare de Deu”3, repetían con su bocinas los ecos de aquellos en un carnaval de sonidos que atronaban la brisa de la tarde que empezaba a sentirse en el frescor del poniente… Toda la tarde ardía en tonos rojos, malvas, tintos, como si la Señora, en una ahora mágica, quisiera obsequiarnos con el más exultante espectáculo que la Naturaleza pudiera brindarnos. Estaba claro y los signos así lo presagiaban, la “Mare de Deu”, nos abría de par en par las puertas inabarcables de la compasión y la alegría de su divino corazón… Toda la tarde, el cárdeno crepúsculo, se embrujaba al paso de la traíña y su Imagen Santa…
Nada era igual a otros días. El día de hoy era el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, día de nuestra Redentora y día de Aquella que reza en nuestra desventura, de Aquella que vela por nosotros en los días terribles de los temporales de levante, de las “Sudestas”4 que desolan las costas del Estrecho…
La Virgen del carmen ha bendecido las aguas, las traíñas y la pesca. Los pescadores podrán hacerse a la mar con nuevas ilusiones, con nuevas esperanzas que guardan como tesoros en sus bravos corazones. Los hijos de la mar podrán embarcar a la tarde en sus respectivas traíñas y abandonarse en ellas… Y cuando la popa de sus barcas se alejen de las puntas de la bocana del puerto, en esa soledad de la noche que llega, la Virgen del Carmen les protegerá de la incertidumbre de la vida que, como al azar de unos dados, se juega entre el azul intenso del mar y las espumas blancas de las olas…
Y, con esta tradición -yo diría de siglos- no acierto a comprender como se ha permitido que en nuestra ciudad, en Ceuta, se pierda este capítulo memorable de nuestra historia. Como se consiente que la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores y Señora del mar, ya no la hagan surcar por las aguas del puerto, por las aguas de nuestras bahías…
Sí te asomas, paisano, a cualquier pueblo marinero del litoral que tienes enfrente de ti del litoral gaditano, empezando por la Línea, Algeciras, Tarifa, Barbate, Conil, San Fernando, Cádiz, Puerto de Santa María, Rota, Chipiona, Sanlúcar y terminando por Bonanza, en todos ellos podrás columbrar como sacan a pasear en aguas de su litoral a su Virgen, a su Imagen Santa del mar, a la Virgen del Carmen, a su Madre en los cielos y a su Redentora en el mar. Y dicen que si Capitanía no permite, que si la seguridad, que si las normas, que si los protocolos de seguridad, que sí…
En cualquiera de estos pueblos marineros del litoral gaditano, paisanos, la Virgen del Carmen sale a la mar5, y detrás de Ella, detrás, va un pueblo devoto cantando y rezando una Salve, la Salve Marinera: “Ruega por nosotros tus hijos, tus hijos del mar”...
En Cádiz, a 10 de julio de 2014
Manuel Castillo Sempere - www.ceutaenelcorazon.es
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(*) Consideración de la “v” en vez de la “b” en referencia a una grafía antigua.
(1) Calle Muralla: Cuando se plantaron las palmeras pasó a llamarse Paseo de las Palmeras.
(2) Muchos de los nombres de las gentes del mar de la flota pesquera de Ceuta, como los López, los Fortes, los Sánchez, los León, los Fuentes, los Miras, los Melchor, los Escámez, los Andujar, etc., provienen de aquellos primitivos pescadores que se allegaron a principios del siglo XX de las costas almerienses, de pueblos como Cabo de Gata y San José…
(3) Mare de Deu: Madre de Dios.
(4) Sudastas: Los terribles temporales de levante que asolan nuestras costas vienen con el viento y la mar del Sudeste.
(5) Las normas no pueden contemplar todo aquello que el tiempo va acumulando en nuestros corazones; las normas, de ninguna de las maneras, puede interpretarse con tal rigidez que acaben con las más antiguas de nuestras tradiciones. Y en el caso que nos ocupa, la navegación de la Virgen del Carmen por las aguas del Puerto y la Bahía Norte lleva más de un siglo llevándose a cabo. En todos los pueblos del litoral de Cádiz la Patrona de los marineros procesiona por sus aguas y, cientos de embarcaciones, van detrás de ella y del pesquero que la lleva. Y así será por siempre jamás, porque es la tradición de nuestros pescadores, de nuestros marineros, y porque así lo quiere la Reina del mar...
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ATARDECER EN CEUTA
Diríase que a cada fotografía de Ceuta que los compañeros ponen en estos medios novedosos de la imagen, tuviese, irremediablemente, que responder necesariamente con un texto que reflejase la belleza de la lámina mostrada. Sin embargo, la palabra, aunque busque -enamorado y peregrino- su esencia y su significado aquí y allá, y aún más alejado donde mi mirada no alcance al horizonte, no podrá nunca igualarse al concepto claro y nítido que la imagen nos proporciona al instante mismo de columbrarla…
Y esta imagen firmada por “J.M.Caral”, nos pone de manifiesto a “las claras”, todo lo que anteriormente he mencionado; pues de un primer vistazo pudiéramos decir: que nuestros ojos se encienden y se iluminan de rojo, como de rojo lumbre de una fogata se ilumina la “reproducción” del atardecer ensangrentado, que la fotografía nos copia de la desnuda naturaleza que la cordillera del Atlas nos muestra indomable, salvaje, feraz…
Y, reflexivos, nos preguntamos: ¿Qué tiene esta fotografía que nos hace agitarnos y estremecernos de emoción? ¿Cuál es la causa última que nos hace sentir el alfa y el omega de un lugar al que nos sentimos encadenado -yo diría-, incluso antes de nacer?...
Y podemos continuar haciendo alguna que otra pregunta más. Y mañana, y pasado mañana, y al otro…, y aún podemos hacernos la misma pregunta; sin embargo, la respuesta, la respuesta que nosotros buscamos como “alma en pena”, no la podemos encontrar en nuestro pensamiento, pues se halla más allá de nosotros, más allá de nuestro pretérito… La respuesta, como dijera Bob Dylan: “The answer, my friend, is blowin’ in the wind”... La respuesta, mi amigo, sopla en el viento y se encuentra fuera de nosotros, y se acerca al tiempo primigenio de cuando se formaron los continentes y quedó abierta la grieta abisal del Estrecho -con su cinta de aguas azules- conformando las Columnas de Hercules: Calpe y Abyla.
¡Oh, atardecer rojo de Ceuta…! ¡Crepúsculo ensangrentado de la ciudad de las siete colinas…! ¡Oh, ocaso de fuego, qué, cómo una amapola de llama ardiente, incendias el Estrecho y haces que sus aguas de añil intenso en la mañana, se tornen carmesí a la tarde, antes que se enciendan en la noche la luz fría, temblorosa y lejana de los astros…!
Atardecer de Ceuta… Atardecer de muelles en silencio; de correos blancos como la espuma; de buques y vapores atracados a la melancolía de las horas donde los marineros despiden sus sueños en el recuerdo de una mujer; de transbordadores que transitan a Algeciras, a Tarifa, a Gibraltar, a Ceuta… Atardecer transido de la piedra desnuda de la Mujer Muerta, o mejor “Dormida”, para que despierte algún día del sueño de siglos…
Atardecer del “Poniente”, que nos trae el frescor y el misterio atávico del Océano Atlántico… Porque nuestras miradas van siempre hacia Poniente, allá donde la mar se ensancha y nos lleva a la tierra del “Non Plus Ultra”, donde dicen que estuvo la Atlántida; el continente perdido del que Platón tiene a bien hablarnos, y dejarnos su memoria para los que buscan lo ignoto de lo acaecido en la historia...
Crepúsculo de Ceuta… Sobre el “taro” que sube desde el mar enrojecido hasta los picos altos del Atlante que sostiene al mundo; donde Estrabón denominó “Elephas”, por la similitud de su perfil con un elefante que estuviese pasando entre las montañas…
¡Crepúsculo rojo y ensangrentado de Ceuta!, contigo vamos…Y, ¡tu amapola, tu amapola roja, de sangre, conmigo va!…
Manuel Castillo Sempere - www.ceutaenelcorazon.es
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SALTÓ EL LEVANTE - (EL Faro de ayer)
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__La brisa del levante se adormecía en la bahía y en la playa de la Victoria de Cádiz, o tal vez fue en la Ribera, el Chorrillo, el Tarajal, Calamocarro o Benzú; o, bien las playas desoladas de mar y arenas amarillas de los Lances y Bolonia en Tarifa … No; no puedo recordar ahora en que playa saltó el levante, porque la memoria es frágil en los detalles, en los nombres y, sin embargo, se agiganta para sustraer aquellos acaecimientos que se agostan en la penumbra del olvido, y que han marcado las horas ausentes que se guardan para siempre en el alma de las cosas pretéritas de una azul mañana o de una cárdena tarde del estío…
__El mar se copiaba como un espejo del celeste del cielo, pero le añadía un tono azul más intenso. Agosto se acostaba en la tarde dejando en el aire su naturaleza más clásica sin apenas dejarnos un instante para defendernos de su dominio: sol, sol ardiente como una mano de fuego que te quemara hasta el aliento. Sol de abandono, de olvido… Sol de destellos, cuando en un descuido cruzas la mirada y los ojos se siegan de tanto luz…
__Y de pronto, sin que sepamos por qué, la brisa se inflama como una vela y arrecia su fuerza rompiendo la indolencia de la tarde. Todo cambia, y el sosiego se torna premura, tránsito, movimiento; y la línea de agua azul, se desdibuja y se parte en mil pedazos de un color obscuro, de barro, casi irreconocible. Y el mar, antes azul, azul intenso, ahora, haciendo un guiño al horizonte, también se tiñe del mismo color de barro en cada extensión de mar que cada cabalgata de olas eleva presurosa, para luego caer rotas, vencidas de espumas sobre la orilla…
__El levante reina y es dueño del espacio y del tiempo; no obstante, a pocos metros de mis pies, unas niñas, desatendiendo su autoridad, han emprendido una tarea ardua, yo diría, imposible. Ellas, con sus manitas, han ido, poco a poco, retirando la arena hasta realizar un agujero algo profundo, luego, con sus pequeños cubos los rebosan de agua y los arrojan sobre el mismo agujero, esperando que éste se anegue. Bien es verdad, que en los primeros instantes se colma, pero pasados unos instantes, el agua se filtra por la arena, dejando el pequeño pozo sin apenas agua. Y vuelta a empezar, más cubos y más agua para el pequeño pozo abierto; y como no puede ser menos, el agua traída con tanto empeño, busca de nuevo el ancho cauce del mar…
__Este trajín de arena, cubos, agua y pozo, no sólo es de hoy, ni de ayer, viene de más lejos, diríase que viene de antaño, que arrastra siglos de antigüedad, pongamos por poner un ejemplo, a San Agustín* -obispo de Hipona-, cuando hallándose paseando por una playa de Cartago, al preguntarse por el misterio “Trinitario”, encontróse con un niño -luego se reveló un ángel- que pretendía meter en un pequeño pozo hecho con su propias manos la inmensidad del mar…
-¡Menester imposible! -sentencio con voz grave y segura al niño.
-Pues así también es imposible -le apuntó el niño-, tratar de entender el misterio de la Santísima Trinidad en la brevedad de la vida que Dios nos entrega.
__Cayó San Agustín en arrobo tras estas palabras y, cuando comprendiera su significado, volviese para el niño para preguntarle por la sabiduría de sus palabras, pero no pudo encontrarlo por más que lo buscase… Y, entendió el de Hipona, que no podemos ir más allá de los misterios que se allegan de la existencia, porque la limitación de nuestra mente, no puede alcanzar la inteligencia inabarcable de Dios.
__Y podríamos poner más ejemplos y contar algunas historias que nos han contado, o algunas vicisitudes que nos han acaecido; sin embargo, los niños, sí, los niños que estaban a mis pies, los niños que han pasado algunas horas jugando a llenar con agua del mar un pequeño pozo, ya lo han abandonado y huyen por la ribera chapoteando entre las olas jugando a otro juego…
__Ya no queda nada del pequeño pozo, ni del agua, ni los niños juegan a este juego de ir y volver con los cubos llenos, la marea en reflujo ha ido borrando todas las huellas; ni siquiera nos queda el tiempo, las horas, en que hemos pretendido soñar, pretenciosos, el mismo sueño, quizás el mismo juego, de arena, cubos, agua y pozo de esos niños...
__Es verdad, ya nada queda del pequeño pozo, ni del agua, ni de los niños, ni de aquellas horas perdidas cuando principiaba a levantar sus alas el viento de levante; pero también hemos de decir que los recuerdos que rozan con sus dedos nuestros sentimientos, nunca se extinguen al modo de una llama perezosa de encender el cielo; sino que prevalecen en nuestros sueños más allá del tiempo acordado por los dioses en otras horas diferentes, donde la existencia se nos presentara como atemporal, como esparcida por la noche iluminada por el titileo de las estrellas…
Manuel Castillo Sempere - "www.ceutaenelcorazon.es"
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(*) San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo. Aurelius Augustinus nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento. Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada. A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.
__Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal. Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.
__Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.
__Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.
__A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.
Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.
__Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia. Murió el año 430.
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Ceuta en su paisaje |
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