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 | Ceuta en su paisaje.... |  |  | 
  
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                                                         EL  ESTRECHO
 
 El Estrecho es una cinta azul que  une dos continentes, o los separa, o los aúna, o los aleja.... El Estrecho es  una profunda rasgadura donde termina el Mediterráneo y comienza el océano  Atlántico. El Estrecho no termina ni acaba, no tiene principio ni tiene fin, no  está determinado por el alfa y el omega de cualquier medición... El Estrecho no  es un camino, ni una vía, ni una senda que principia y propone al final una  meta. El Estrecho, pongamos, es algo más...
 
 Y es una encrucijada, un lugar donde no se  va ni se viene; ni se olvida ni se recuerda; ni se pierde ni se gana... El  Estrecho es un lugar donde se permanece, se habita, se nace, se muere... El  Estrecho no tiene dueño, ni nadie lo compra, ni se vende al uso de las leyes  del comercio. El Estrecho no es una moneda de cambio para obtener un obscuro  deseo, ni lograr la gloria de convoyes perdidos en la historia... El Estrecho  es tuyo y mío, y de todos... El Estrecho tiene alma... el alma de sus pueblos,  de sus gentes, de sus cielos rojos, violetas y cárdenos en el poniente nostálgico  de sus atardeceres...
 
 Regresamos… en un regreso sempiterno,  constante, inevitable -diría yo-, a sus aguas antiguas y profundas  más allá de los tiempos. Es verdad, sus  aguas, como en  una pila bautismal  agigantada, nos bautiza y nos hace pertenecer a un lugar fuera de cada época en  que la historia ha escrito su cronología. Hemos sido bautizados en sus aguas y,  este compromiso no  apuntado en ningún  libro de registro, sino en las alas de lo vientos reinantes, sin  embargo,   adquiere, como un juramento,  mayor  adhesión que cualquier grafía  suscrita  en cualquier teneduría oficial.
 
 “Todo  queda y todo pasa…”, recordando el verso de Machado, y nosotros pasamos y  también deseamos quedarnos… Sí,  deseamos  quedarnos para siempre en las aguas mistéricas del Estrecho. Deseamos que  nuestras almas vaguen inmateriales azuzando la brisa y el celaje desde Punta Camarinal  y Tarifa a Punta Europa, y desde Cabo Espartel  y Punta Malabata y Al-Boasa a Punta Almina.  Deseamos vagar sin que se consuman las horas ni los entretenimientos en que  vamos gastando la arena de nuestros relojes. Deseamos vagar sin contraer  compromisos que nos distraigan de nuestros menesteres diarios. Deseamos vagar  sin que nos marquen el paso y el camino que hemos de andar…
 
 Deseamos, en definitiva, ser sólo un soplo,  un murmullo, una conciencia de lo inefable de las cosas sencillas que  principian en nuestros sentimientos y habitan   en nuestros sueños primigenios. Todo ha de quedar traspasado por la  nostalgia, por la atadura de sentirnos prisioneros de un paisaje que no cambia  con el paso del tiempo y el transcurrir de la Historia.
 
 Nosotros, sus avecindados,  somos barro de aquellas  ánforas que estibaban los fenicios en su  barcos para transportar  garum, aceite y vino; o tal vez de  cartagineses y romanos; o quizás de los orientales  bizantinos; acaso de vándalos y normandos al  pie de  epopeyas y emigraciones, sin  darse una tregua, al filo mismo de la aventura…; o por fin, como el té amargo  esperando su dulzor,  de  bereberes y árabes…  Nosotros, en verdad, como dijera Omar Kheyyan  en sus oceánicos  versos de los “Rubaiyat”: “Somos el barro que un día  bien pudo rodear el  cabello  y el cuello de una mujer hermosa”. Somos  barro, pues, y también sentimientos para dar forma  y vida a lo inanimado. Somos barro, pero  barro con alma y, tenemos, por tanto, un lugar y un tiempo que nos pertenece y  nos nombra aun en nuestra ausencia, como al rezo el timbre metálico del tañer  de una campana…
 
 El Estrecho nos da sentido y fe en lo que  somos o, quizás mejor, lo que quisimos ser… Todos anhelamos alcanzar una  meta, o   habitar una Arcadia donde por fin hallemos el fin último de nuestra  existencia. Sin embargo, es una meta y una Arcadia que se aleja de nosotros  cada vez que pretendemos alcanzarla. Sólo nos acercamos cuando habitamos en las  mágicas estancias de nuestros sueños inabarcables. Y en esos sueños…, El  Estrecho, se alza majestuoso, como una besana  de agua; como un sensual talle adolescente;  como un vasto pañuelo  ceñido  de azul y verde;  como una herida abierta en tajo, esperando  nuestra llegada para pronunciar nuestros anónimos nombres…
 
 Ceuta,  a  1 de septiembre de 2011
 
 
 Manuel Castillo Sempere
 
 
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 DÍA DE LLUVIA
        Había   quedado por la mañana con  Pepe  Sevilla,  junto a la puerta del  Ayuntamiento, para tomar un  café y  hablar de algunas fotos antiguas de nuestro barrio que había prometido  entregarme. Llegué con Teli temprano y nos sentamos bajo los soportales en una  cafetería para guarecernos de la lluvia, que comenzaba a  caer de manera intensa. Viento de poniente,  del océano, de detrás de la Mujer Muerta. Viento fresco, que empujan las  borrascas que se forman en el Atlántico y barren la Península de Oeste a Este  sin apenas tregua. Cada invierno es diferente, y el que ahora nos recorre,  después de un otoño extremadamente seco, ha tenido a bien abrir las compuertas  del cielo y anegar las secas tierras de España. La Naturaleza, a veces, como el  amor de los enamorados, se desborda y no se aviene a medida alguna…Y el agua,  tan deseada y deseante por los hombres, cae a cantaros, como si los millones de gotas almacenadas en las nubes,  vencieran sus muros de algodón, y cayesen apresuradas, en tropel, sobre  nuestros campos y ciudades… ¡Se ha abierto el cielo! -dice alguien-,  efectivamente, se ha abierto el cielo, y no hay nadie que pueda venir a  cerrarlo…
 Pepe, ha llegado, medio oculto por un  paraguas enorme de color verde obscuro, que a pesar de su amplitud no ha  evitado que venga  chorreando.
 
 -¡Buenos días! –le digo, y el me mira un  poco incrédulo a mi deseo.
 
 -¡Buenos días de lluvia, dirás! -me dice.
 
 -Bueno, claro, ¡Buenos días de lluvia! –le  digo, sonriendo-
 
 No lo puedo ocultar, estos días de lluvia  me gustan. Me gusta la novedad del agua corriendo por las calles; la atmósfera  limpia; la gente corriendo a resguardarse de la lluvia; el goteo constante de  las palmeras y los árboles en las alamedas; las nubes  plomizas, cambiantes del gris al blanco, que  a veces dejan un claro entre el que se cuela un rayo de sol y el paño añil del  cielo. No, no lo puedo ocultar, aprecio sobremanera, estos días de lluvia…
 
 Pepe  ha pedido un café, y placidamente, tomando   con sus manos el calor que desprende la taza, va saboreándolo alejada su  mirada en las altas  araucarias y   palmeras de la plaza de África… Me gusta  apreciar esos pequeños instantes de la persona que está contigo, que ausente un  momento, se deja ir hacia no sabemos dónde…Yo nunca les interrumpo con alguna  palabra a destiempo, sino que  callo y  dejo que su mente vuele libre al lugar donde ha elegido posarse… Estos pequeños  instantes, que sólo duran un momento, son mágicos, tanto, que yo os pediría,  que si alguna vez notáis mi ausencia, no hagáis nada por acercarme al momento,  sino que me dejéis abandonado en el lugar a donde elegí  llegar…
 
 Hemos  andado la calle donde antaño estaba el “Callejón del Asilo”; hemos caminado por  la Calle de la Muralla; hemos alcanzado la bajada del  Muelle España; y allí, mirando una viejas  fotografías, hemos sentido de nuevo la niñez como si una cabalgata de recuerdos  nos atropellara con su nostalgia. El tiempo trascurre y nos va dejando su  huella, una huella indeleble y duradera…Sin embargo, el tiempo no existe, todo  está escrito en las estrellas, en las horas, en la historia. Sí, el tiempo no  existe; por el contrario dormita en nosotros lo atemporal de nuestros sueños;  lo intangible de nuestros sentimientos que principian en nuestras almas desde  antes de nacer. Todo se muda, se transforma   y pule como los cantos rodados, pero nosotros, permanecemos, como  permanece, en cada renovación  la nueva  primavera…
 
 Pepe,  ha alzado la vista de las fotografías, y sin saberse por qué, ha vuelto la  mirada hacia las cimas altas y grises del Atlas… La tristeza nos ha tocado con  sus dedos delicados. Ya no ha hecho falta que pronunciáramos  palabra alguna, de pequeños, en los días de  poniente,  en días como el de hoy,  también alzábamos la mirada hasta rozar las cimas altas y grises del Atlas…
     En Cádiz, a las 1012h. del 8 de enero de  2010
                                                                                   Manuel Castillo Sempere   | 
  
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 EN UN LUGAR  LLENO DE LUNA…
    En un lugar lleno de luna,  de mar y de lluvia…. Buenas noches, amigo que vives ahí, al pie de la piedra  gris de la Mujer Muerta, en  la ciudad de  las siete colinas, del cual  este adjetivo  numeral-cardinal-,  derivado del vocablo  latino “Septem”,  toma su nombre nuestro bendecido  pueblo de  Ceuta…
 
 No sabrás dónde me encuentro en estos momentos…. Pero, yo  te lo voy a recordar…. Es un lugar donde se encuentran un mar y un océano: Verde  limo, casi transparente, uno; y azul, azul, azul…otro. Este lugar dónde hoy me  encuentro, tiene un bosque de pinos que no llega a tocar el cielo; pero sin  embargo, sí roza  las nubes  de agua, que ahora, en este instante, me están mojando  a golpe de lluvia, a golpe de agua  todos los versos que salen  del  alma.   Este lugar  dónde acabo de llegar, no tiene mi nombre gravado en ninguna piedra, ni en  ningún guijarro  de está  orilla que tantas veces he pisado; pero aún así, en el anonimato, he sentido  que son las   piedras y  los guijarros de siempre…; son los tuyos y los míos, los que no se pueden  comprar, los que no tienen precio…
 
 En este lugar amé por primera vez…y ella,  quizás, ausente de mis miradas, nunca supo ni tan siquiera, que yo la amaba más  que a mi vida… En este lugar dónde sólo he venido a saludar a mis amigos, mi  huella ya no pisa sus calles, los adoquines indiferentes ya no reconocen mi  presencia…
 
 Y  este  lugar dónde he mandado que arrojen mis cenizas, es el mismo que ya ha  olvidado mi rostro y mi nombre… ¡Dios  mío!, este lugar dónde las rosas y los jazmines beberán mis cenizas, no sabrán  nunca,  distraídas, inconscientes,  bellas, alegres: ¿cómo  era  mi rostro y cual era mi nombre…? ¡Dios mío!, en este lugar dónde la rosas y los  jazmines…
 
 
 Ceuta, a 2 de enero de 2008
                                                            Manuel Castillo Sempere 
 
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 MIS AMIGAS DEL PUENTE
 
 Cuando regreso a Ceuta, algunas mañanas,  me bajo a tomar un café a las terrazas kque se  abren  en “El Puente”. De siempre, el  entorno del mercado de abastos -la plaza, como usualmente hemos dicho- ha  tenido  su ajetreo de gente que hace la  compra y aprovecha para desayunar; o  de  personas que vienen y van a ultimar un recado, o por qué no, pongámoslo aún más  fácil: de paseantes que dirigen sus pasos a esta encrucijada de calles para  ver  pasar al mundo ante sus ya  acostumbrados ojos…
     En este entorno tan variopinto siempre  suele aparecer alguien conocido con quien tener una agradable tertulia, o como  el caso que nos ocupa, el que aparece soy yo junto al grupo de amigas de Juani  Fortes. Y aquí deseo detenerme un poco, porque es un grupo de mujeres maduras  que pareciera que vienen de vuelta de todo y, sin embargo, todavía conservan la  ilusión de hablar y sentir las cosas que cada día la vida les va llevando.     Juani, tiene cierta gracia en la  presentación de sus amigos, porque lo hace con una cierta solemnidad, a medio  camino entre la generosidad  y lo  aristocrático, y entre el agrado y cierto humor… Ella, con una sonrisa que te  conquista,  siempre me presenta como su  primo el “escritor”, de tal manera.  -háganse cargo- que para salir del embarazo, a continuación, no me queda más  remedio que apuntarles: “Bueno, es  cierto,  algo nos gusta contar y  escribir   acerca de ciertas costumbres y antiguos lugares  de nuestra  ciudad…” Y pasado este trago y recobrado el  anonimato, paso a comentarles un poco los entresijos de esta controvertida y  apasionada afición.
     De entre las compañeras de Juani, he coincido en varias ocasiones con  tres hermanas, dos de las cuales tiene un cierto impedimento. Sin embargo, no  vayan a creer que esta circunstancia las entristece o les hurta la capacidad de  charlar y discutir de cualquier tema que allí se aborde; no, de ninguna de las  maneras, ellas participan con tal normalidad y ríen con tanta chispa que  pareciera que el mundo se encuentra al alcance de sus deseos…     Nunca he encontrado actitud tan positiva en  personas que se encuentran  desposeídas  de alguna facultad. No, nunca me habían  llegado   tan claras, tan frescas, tan  llenas de esperanzas las risas de unas personas. Y ahí, alrededor de una mesa  se estaba produciendo el milagro… Y como no puede ser de otro modo, me  pregunté: ¿Por qué tiene que ocurrir estas cosas? ¿Por qué tuvieron, estas  criaturas, que nacer en tales circunstancias? ¿Qué daño cometieron? …      Indudablemente, nadie puede contestar a  estás preguntas, ni tampoco nadie puede saber el alcance último que el destino  depara en los imprevisible giros de su ruleta; sin embargo, estas  circunstancias se me antojan que no pueden ser vanas ni estériles. Porque de  esta adversidad podemos aprender a valorar, cada mañana, la capacidad  de tocar y mirar el alba… Porque ya nada  puede ser igual. Porque cada trozo de cielo o de mar azul es un milagro que  cada día nace y, sin embargo, no nos damos cuenta, entretenido con los  menesteres de la vida, que es el mayor tesoro que tenemos y  se encuentra al alcance de una simple mirada…     Juani, tus amigas  me han hecho  reflexionar. Ellas -precisamente ellas-   han encendido  una luz a mi  ignorancia y me han apuntado que, algunos verbos, pongamos: columbrar, ver,  observar, contemplar, mirar, atisbar, ojear, divisar, avistar, otear,  vislumbrar…y otros  que bien pudieran  significar: abrir los párpados y extender la mirada hasta los limites del  horizonte; o los contornos de nuestros amigos y seres amados;  o simplemente extender la mirada en los  espacios interiores con el colorido y las formas que nuestra voluntad quiera  poseerlos…, deberían enseñarnos a ser humildes y juiciosos, pues  estamos obligados a valorarlos como el mayor  milagro que habita en nosotros, ya,    que a cada instante,  renace en nosotros con sólo abrir los parpados  y alzar la mirada…      Juani, no sé si soy un escritor, pero si  puedo decirte, que me gustaría copiar estos instantes que paso con tus amigas,  y dejar en unas cuartillas estos momentos indescriptibles en que puedo contar  estás pequeñas cosas, estos pequeños sentimientos que nos hacen acercarnos al  alma de las personas y de las cosas…Valgan mis últimas palabras al nombre y al recuerdo  de las tres hermanas; tan distantes, pudiera  parecer,  de la fugacidad del brillo  y del color, y,  sin embargo, tan cerca, tan cercanas  de la   luz eterna, imperecedera de las estrellas…                                                                                                                                   Ceuta, a 10 de septiembre de 2011
                                                                     Manuel  Castillo Sempere | 
  
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 AMAPOLA DE SANGRE
   Caía la tarde…Y nosotros, como aves prisioneras  de la  nostalgia, íbamos buscando la  línea del horizonte, que a lo lejos, se desangraba como los rojos pétalos de  una amapola herida… Miren hacia Poniente, hacia el Atlas, hacia la silueta de  piedra desnuda y gris de la Mujer Muerta…
 En estas horas tardías y únicas de los  crepúsculos, todo es ausencia en nosotros; pareciera que el alma nos ha dejado  por habitar en otros espacios más sutiles de los acostumbrados; no se aviene a  nosotros lo cotidiano, ni la voz imperativa de lo cercano, ni la palabra dada  para que se consuma su verbo junto a las horas del día…
 En estas horas de la tarde lo que principia en nosotros es sentirnos una  copia exacta de todo lo creado, de todo lo que existe, de todos los caminos que  hemos de andar apuntados por el norte de la brújula en nuestra pequeña  historia, de otra historia más grande, inacabable,  atemporal, que es la historia de los Hombres…
 La tarde sigue desangrándose… Del rojo, al  violeta, luego cárdeno,  más tarde tinto y,   finalmente, una mancha azul marino que  va tornándose cada vez más negruzca…Todo va extinguiéndose con agonía…Como si  la tarde tuviese el propósito  de salvar  estos momentos y hacerlos inextinguibles; diríase eternos, como si no fuesen  momentos o instantes de un tiempo presente; diríase que no hablamos de  adverbios de tiempo, sino de sentimientos; de sentimientos puros que salen del  alma para pregonar en un susurro que la tarde, las tardes, son la imagen de  Dios pintada en el lienzo azul de los cielos…
 La tarde termino de desojar sus  pétalos   de sangre… Y nosotros, ausentes de la vida,  hemos tocado  unos minutos la  eternidad…  Hemos aprendido que un  instante bien puede ser eterno.  Que  duramos lo que puedan durar los pétalo de una amapola, o quizás, también, ¿por  qué, no?,  la eternidad de las cosas que mueren  y nacen, y vuelven a morir y a nacer en un ciclo interminable.
 Nada se muere y  se agota, mas todo pervive y renace… Todo  queda y todo vuelve, nada queda en olvido ni deja de existir si ya en su día  existió. La tarde se acaba y se extingue, es verdad, no podemos evitarlo; sin  embargo, la metáfora de los rojos pétalos de la  amapola de sangre que hemos ido citando,  pervivirá en otras tardes,  y se transmutaran en otros momentos y en  otras almas para que otro poeta de perdidos pasos, en la hora precisa donde los  astros se alineen en la conjunción de sus orbitas, vuelva a sentir lo que  nosotros ya  hemos sentido a la caída de  esta tarde única e irrepetible…
 Y  pasado el tiempo, acudirá otro poeta a la cita, y la tarde, como siempre, como  si el tiempo no hubiese transcurrido, teñirá el cielo de rojo, como si fuese la  misma amapola  que, enamorada y herida,   ensangrenta eternamente los crepúsculos…
      Cádiz,  1158h.  25 de octubre 2011                                                                Manuel Castillo Sempere | 
  
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 LA  CIUDAD DE LOS CINCO PÉTALOS
 
 
 Por la  mañanas, algunas veces, cuando  voy  andando por el paseo que rodea el litoral de Cádiz, me llega el rumor del mar…A  veces me llega suave, y otra veces, como ahora, me llega agigantado por la olas  que vienen del Sur. Y en este momento, sin poderlo evitar, siento que las olas,  prisioneras de un mensaje, citan mi nombre para liberarse  de su navegación oceánica, y volver a su rumor  de siglos entre una orilla y otra…No puedo ocultarlo, el mar, esta mañana, me  llega pausado, cadencioso, en cabalgatas de ondas que se abren en media luna  plateadas por la carrera alta de la espuma. Es verdad, habéis de saber, que en  estos instantes  sus aguas de sal se  pintan de colores grises y verdes,  y un  verde aún más obscuro, como preñados de algas, va alejándose hasta confundirse  con la línea del horizonte en una mancha borrosa,  irreal, desdibujada, inabarcable…
 
 No puedo engañaros, el mar  me llega de África, nuestra  tierra, nuestro continente primigenio y puro,  principio del devenir humano, principio de todas las cosas…África, al otro lado  del mar, a tiro de piedra de  la  nostalgia, de los recuerdos, casi al alcance de la mano… Y Ceuta me llega a  golpes, a latidos secos y fuertes  del  corazón de nuestra tierra. Ceuta me llega, irremediablemente, con las olas infinitas,  incontables, que vienen del Sur… Con las nubes grandes y  blancas que se amontonan en el cielo añil,  como almenas de un castillo de algodón que también se avienen desde  el Sur…
 
 Corren  las nubes y las olas, y la brisa y las  gaviotas en sus espacios azules y malvas…Y sin embargo, yo regreso en camino  inverso a ellas, como apuntándoles que están equivocadas, que han herrado su  camino, y deben girar al Sur, hacia África donde se encuentra nuestra tierra…
 
 Nosotros somos extranjeros que no  pudimos permanecer en nuestro lugar de origen, en nuestro lugar geográfico  donde nacimos. Nosotros  somos forasteros  donde  habitamos cada día y cada noche en  nuestra lejanía y en nuestras ausencias…
 
 Me aviene y se agranda el rumor del  mar, y al instante, como algo anunciado, me alcanza la mancha verde de los  pinos de San Antonio; el timbre sonoro, metálico, de las campanas de la  Catedral; la paz antigua de la plaza de África bajo la velada sombra de  sus altas araucarias; el arco luminoso y  azulino que se extiende hasta  cabo Negro; las sierras grises, de piedra, del  Atlas a Poniente; la sonoridad de las torrenteras y arroyos que bajan desde los  oteros de los montes más altos del Renegado y Anyera,  hasta caer precipitándose por los valles que  descienden, entre alcornocales, pinos y eucaliptos, a las calas y playas de Benzú  y Calamocarro al pie de la cenefa tornasol del Estrecho; y finalmente, el  murmullo de agua que, como una estrofa poética,  baja con   los caños que la lluvia abre en las laderas del Hacho entre zarzamoras,  helechos, jarales y chumberas…
 
 Nada tenemos en el recuerdo; y sin  embargo, todo nos pertenece cuando pongamos que hablamos de sentimientos. Y a  los sentimientos ¿quién puede ponerles precio? Nada  ni nadie puede cuestionarlos, ni siquiera a  título de préstamo, porque sería   pretender comprar el viento que libre nos trae el mensaje que esperamos  a cada hora en la distancia…
 
 El paseo, a cada paso, ha ido transformándose,  trascendiendo en una pregunta obligada al mar, a las nubes, a la brisa: ¿hacia  dónde vais, a qué lugar oculto, a qué país ignoto, a qué continente ya  desaparecido?... Y el mar se precipita en las playas en olas exhaustas, moribundas,  como sabanas de espumas blancas…Y las nubes y la brisa pasan con prisa, casi  sin saludar, pero dejando en nuestro ámbito, en el aire que respiramos, el olor  pasional, de deseo, de mujer, de África…
 
 Nosotros somos extranjeros y nada  tenemos en el recuerdo;  y sin embargo,  el recuerdo nos pertenece y da fe de que existimos, aun cuando nadie nos  recuerde… Nosotros dejamos nuestros versos, al pie de una ciudad pequeña,  suave, blanca, de sentir delicado, como los delicados pétalos de aquellos  jazmines blancos que enjalbegaban   mi patio en la niñez…
 
 Si, Ceuta son unos jazmines blancos,  ¿qué pudiera ser si no…? Acaso puede ser algo más sencillo que unos jazmines.  Acaso puede ser algo más blanco que unos jazmines. Acaso puede ser algo más  suave que los pétalos de unos jazmines. Acaso, por decir lo más definitivo,  puede ser  algo más pequeño y  hermoso  que unos jazmines. Pues, he de deciros, que  cuando pienso y pronuncio estas cinco letras, a saber: más que cinco letras,  semejan cinco pétalos de una ciudad pequeña, suave, blanca, de sentir delicado,  que se ha dado en llamar Ceuta…
 
 Y nosotros dejaremos nuestros versos, al pie  de esta ciudad, sin pretender que  nadie  nos recuerde, abrazados y ausentes, para siempre en el olvido…
  
 En  Cádiz, a 15 de noviembre de 2011
 
 
 Manuel  Castillo Sempere -Ceuta en su paisaje-
     
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 SÓLO SE SIENTE CAER LA LLUVIA…
 
 
 Qué se espera de un día de lluvia… Acaso  esperamos la tristeza, la melancolía, la nostalgia… Qué esperamos de los días  caídos en vendaval, cuando a ratos sale el sol, brilla un momento por un trozo  de cielo añil, y  luego, vuelve a  ocultarse entre nubes de guata grises y blancas…
 Qué esperamos nosotros, los que tomamos un transbordador  en Algeciras y a golpe de timón y hélice, nos aventuramos de nuevo en nuestra  ciudad a bebernos de un sorbo todos sus recuerdos…
 Nada nos parece extraño y, sin embargo, todo  queda lejano, como ausente, como  diría Pablo Neruda en su poemario de  «20 poemas de amor y una canción  desesperada». Cada balcón, cada portal, cada esquina, cada piedra de una  calle cualquiera de esta ciudad, me trae el leve roce de un instante vivido en  otro momento, de otro tiempo diferente… No son tiempos iguales o semejantes,  pero son minutos de un reloj que ya han sido vividos y parecieran que retornan  para ser sentidos en una nueva oportunidad.
 Son los mismos pasos, los mismos caminos, la  misma subida al Hacho, la misma lluvia que nos empapa y nos hace libre… O acaso  es un abandono del alma a la marea del olvido   para que confundamos pretérito y presente, y  no sepamos diferenciar la realidad de los sueños… Tal vez yo apuntara al  abandono del alma a las cosas que no podemos aprehender  entre nuestros dedos, y así podemos dejarlas,  casi sin pretenderlo, colmenera de las rosas primeras…
 Se hace fuerte y se pronuncia el aguacero en  la cuesta del Desnarigado; pareciera que por un momento el sol se ha extinguido  y sus rayos se han desojado como una flor de cristal. Una nube negra,  agigantada como un cerro, cae sobre nosotros con la furia de un animal sin  freno; como si al dejar caer sus cántaras de agua aliviaran a los cielos de  derrumbarse sobre las laderas de estos peñascales, que suben hasta el faro de  punta Almina.
 Truena   la tormenta;  un pino erguido  sobre el corte de la carretera del monte, de tronco sinuoso, como labrado a  corte de cuchillo, nos da cobijo por un rato de los azotes del viento  achubascado. ¿Pasará la tormenta…? La lluvia arrecia y el cielo continúa  encapotado… Todo se ha tornado gris, ausente la luz y el color… Sólo la lluvia  habla su lenguaje de sonoridad infinita. Sólo la lluvia nos acerca a su rumor  de siglos; de gotas de agua virgen que caen sobre los campos en una sinfonía  sin nombre que nos hace sentirnos cercanos a  los misterios de la Naturaleza. Sólo se siente caer la lluvia…
 Pasa la tormenta, se aclara el celaje, se  copia trocitos de cielo añil; y el sol, aquí y allá centellea en una nube, en  una colina parada, en un prado verde, en un pinar, en las piedras de las antiguas  murallas,  en los cristales de la  atalaya  del faro… ¡Oh, sí, el sol centellea en los  cristales del faro como si nos diera una señal, una  tregua, un aviso para guarecernos!…
 Dejamos nuestro cobijo en el árbol, y subimos  la cuesta camino de la ermita de San Antonio. Los veneros y las fuentes  serpentean entre los helechos y las jaras,   y caen en caño sobre las anegadas cunetas. El agua fluye ladera abajo y,  su rumor, como una caricia,   se siente  eterno en el alma…
 Este año es un mal  año para el secano;  los campos están secos por la falta de  lluvia; y la escasez del agua hace que no encañen  los cultivos. Sin embargo, en los días de la  Semana Santa las rogativas por la lluvia han terminado por abrir las compuertas  de los cielos y, como en un milagro, en un nuevo diluvio, las aguas, ¡bendita  aguas!, han caído en tropel, a raudales sobre los pueblos y los campos de  nuestra geografía. Bien es verdad que las cofradías no han podido procesionar a  sus pasos; y que ni la Amargura, El Descendimiento o el Silencio…han hecho su  carrera por nuestras calles. Que ha habido desolación y lágrimas en los  resignados cofrades que tendrán que esperar de nuevo un año. Un largo año… Pero  la vida está llena de paradojas,  y en  las lágrimas puras de los cofrades, llenas de sentimiento religioso por sus  Imágenes, se encuentran un nuevo milagro…   Pudiéramos decir  que las lágrimas  se han tornado lluvia, lluvia para que la vida renazca en una nueva comunión  entre los hombres, su fe y la naturaleza.
 Quién no tiene, como Ulises, una Ítaca; una isla perdida y mítica donde  arrobar sus recuerdos…Todos soñamos con un lugar mágico, una Arcadia, un último  lugar donde refugiarnos de los avatares de la vida y alcanzar que se diluya  nuestra propia conciencia… Así, de tal manera, cada primavera regreso a Ceuta,  y regreso como regresaban  las  golondrinas a los nidos que ellas habían construido el año anterior bajo las  balconadas del Palacio Consistorial…Y procuro regresar con algunos de mis hijos  para que conozcan estos caminos en cuesta que suben hasta las alturas del Monte  Hacho. Y haciendo la subida les relato aquellos otros momentos cuando mi padre  terminaba su trabajo en el muelle Comercio, y me llevaba con él a dar la vuelta  al Hacho. No hay nada de particular, ni extraordinario, sino sencillamente la  admiración y el cariño que cualquiera de nosotros puede sentir por su padre…Yo  le apuntaba que Joaquín era feliz y se sentía libre cuando hollaba estos  paisajes de laderas verdes y abruptos acantilados que descienden verticalmente,  sin transición, hasta  romperse en el  mar…Y él me miró un momento, y me dijo: “Yo  vendré un día también a este lugar, que tanto te gusta, y le hablaré a mi hijo  de ti y del abuelo…”  Por un momento,  no supe que decirle y permanecí callado; al rato le apunté: “Ojalá; ojalá, Jesús, tu hijo pueda sentir  estas cumbres como nosotros…”
 Qué misterio contienen estos eslabones de  sentimientos… Cómo se detiene lo inescrutable  ante las sugerencias que salen desde el fondo  del alma y se proyectan como figuras chinescas en el devenir de los hombres…Una  palabra, un ademán, un gesto, un deseo…, y, sin saberse por qué, queda  grabado,  como un hierro candente, en los  anhelos  que hemos de realizar,  obligatoriamente, para que termine de cerrarse el circulo de promesas que de  padres a hijos se devengan en esta cadena interminable de la vida…
 Hemos llegado al pie de la ermita de San  Antonio; desde esta altura  EL Estrecho se  anuncia majestuoso como un Dios griego. Una mancha azul, omnipresente, desde  más allá de la punta de Benzú,  atraviesa  el horizonte hasta que se pierde inalcanzable en la bruma que se emborrona  a levante. Gibraltar  se despeja al Norte. Unos cúmulos enamorados  de la mañana rozan la frente de piedra de la Mujer Muerta.  Y ahí, justo a nuestros pies, ungida por los  primeros rayos del sol, yace, aún mojada por la lluvia, la ciudad donde venimos  a nacer…
        Cádiz, a 8 de abril de 2012
                                                                         Manuel Castillo Sempere | 
  
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 ¡LA CRUZ DE MAYO!
 
 «Abril florecía
 frente a mi ventana.
 Entre los jazmines
 y las rosas blancas...»
 Antonio  Machado
     ¡La  Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la primavera en todo su esplendor.  Pareciera que la Naturaleza saliera de su sueño invernal y explotara en mil  formas diferentes que, aquí y allá, fueran expandiéndose hasta el infinito…Mil  formas, ¡sí!, y mil colores “pa pinta to” con los mejores encajes que la  belleza pudiera hilvanar para este mes de las flores…Flores abiertas de par en  par, como bocas y labios abiertos para besar nuestras almas de enamorados…  Labios rojos como rosas ensangrentadas   que clamasen que nos liberemos a la vida, a los deseos, a los sueños, a  la existencia…El tiempo transcurre y en nuestra memoria  queda siempre aquellos otros momentos que, aunque ya fueron vividos, aún  perviven en nosotros como si apenas hubiesen sido vividos ayer mismo…  Las horas, como gotas de una lluvia  diferente y mágica, caen sobre nosotros de  una manera inexorable y constante; no obstante, en esa mojadura gozosa nos  vamos identificando con nuestra propia historia y con nuestros propios  sentimientos. “Todo pasa”, como dijera el poeta, pero también no es menos  verdad que “todo queda” en nuestros recuerdos como algo indeleble que nos  permite saber quiénes somos… Y  ¡Quiénes somos¡...; ¿Quiénes somos?... Somos, simplemente,  algo así: como algunas horas pasadas, y  algunas otras horas que aún están por venir…
 El tiempo transcurre, es verdad…; pero  nosotros somos también ese mismo transcurrir que tanta deseamos aprehender; y,  sin embargo, se nos va calladamente entre los abismos de nuestras sienes… El  tiempo transcurre, es verdad…; pero al cabo, ese mismo tiempo, son nuestras  mismas horas, que contadas una a una, dan el cómputo final de nuestro breve  trance en esta morada terrena…
 ¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!...y la  primavera principia y alcanza ya todos los lugares que la Naturaleza ha  recreado: están los húmedos ribazos, las verdes praderas, las altas cumbres,  los ilimitados llanos, las borrascosas sierras, los pardos alcores, las cortadas  vaguadas, las románticas alamedas…Y están también  las doradas laderas del Monte Hacho, y las  bajadas desde el fuerte del alto cerro de la Cantera- ya demolido-, Aranguren,  Renegado -Monte de la Tortuga-, Anyera, Isabel II y el Mirador, todas llenas de  primavera…Y desde Benzú se columbra  la  Mujer Muerta con su gasa tenue de marfil   de tonos azulados, que en su agigantada efigie pareciera la diosa que  sostiene el mármol eterno de los cielos… Un camino serpea, blanco de  polvo,  desde la ballenera hasta la alta  cumbre de su rostro; camino solitario desde el mar del Estrecho, que anhelamos  subirlo como en otras ocasiones hemos andado; y, sin embargo, desde los recodos  de ese camino, nosotros  hemos también  anhelado los caminos ignotos y recónditos, llenos de blanca  espuma,   que los buques trazan en la espesura azul y, a veces negruzca,  del mar abierto del Estrecho…
 ¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la  primavera nos acerca a aquellos patios de Ceuta, donde decir Cruz de Mayo, era  decir cal blanca y pura acabada de enjabegar por muro y paredes, hasta sentir  el sabor de la cal como tuyo; como si al sentir su roce en tus manos y en tus  ropas, sintieras que la cal era verdaderamente la caricia de la humilde  identidad   y de la pureza más excelsa, de las gentes que habitamos aquellos patios  y aquellas calles de la Ceuta antigua; era decir claveles y geranios rojos, tan  rojo como la sangre que nos recorre; era decir niños de comunión, y pequeños  altares con recordatorios y vasos y jarros con rosas perfumadas, recién  cortadas de algún jardín o del huerto de Maria Vera, por alguna mano infantil;  era el sentimiento alegre de Jesús, El Cristo, Él ungido que se desclavaba y  nos abrazaba con sus manos aún ensangrentadas…; era  la pasión de la vida, renovada una vez más,  como ejemplo de la locura por existir,   por gritar a los vientos que nosotros también  somos y nos sentimos parte de esa locura que nos trae la Naturaleza…
 ¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y la  primavera nos entrega a manos llena el conocimiento primigenio que los siglos  han ido conformando en nuestras conciencias…Nada nos es extraño, y todo  pareciera que concluyera en un instante   único y definitivo: la nostalgia regresa a nosotros con su bagaje de  recuerdos pronunciando nuestros nombres; los días venideros, se allegan  también a nosotros con la incertidumbre de lo  ignoto, de los desconocido…; sin embargo, en nuestras almas, al cabo, han  cesado las diferencias de pasado y futuro, y todo queda ceñido al presente…Al  presente de lo que hemos sido y hemos de ser…Todo queda ceñido a un mar  infinito y eterno…Todo queda ceñido, para entendernos, a Dios…
 ¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!... y  la primavera va dejando el olor a azahar de los naranjos de la calle Real y del  Ayuntamiento; y del incienso que los monaguillos de la Iglesia de África van  embalsamando en  aire al  paso de la procesión del  Corpus Cristi; y del salitre de los primeros  baños de las playas de la Ribera y el Chorrillo. Todo vuelve, como un noria  mayúscula que viajara dando vueltas y más vueltas en el espacio y en las horas  a su tiempo originario; todo vuelve, ¡es cierto!, como en una copia a las  emigraciones de las aves que vuelven de África hasta cruzar la meta de aguas  azules,  profundas, obscuras, del  Estrecho…
 Sí;  todo vuelve, como ha vuelto  con esta nueva primavera: el olor a naranjos y a azahares;  a  iglesia  y  a incienso; a mar y a salitre… Y  definitivamente, ha vuelto una vez más, como fluye el agua en las  torrenteras, sin que pueda evitarse,  el  giro  de los cangilones de la noria del tiempo a las horas precisas y exactas donde  ayer, aún permanecía, ausente, olvidada, nuestra presencia…
 ¡La Cruz de Mayo! ¡La Cruz de Mayo!...
       Cádiz, a 28 de abril de 2012                                                  Manuel Castillo Sempere                                          | 
  
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  SOÑABA  CON EL MAR…
      Hace unos días, estuve leyendo, en el apartado de  colaboradores de El Faro, el escrito de Dani Vicente acerca de Ricardo Muñoz  Ruiz, su abuelo. Es un relato que tiene la virtud de que aunque tiene indefectiblemente  un registro personal dedicado a su querido abuelo, pudiera ser que evocara a  todos nuestros abuelos, que como él, un día iniciaron su marcha definitiva, y  que nosotros, sus nietos, tuvimos la suerte de conocer un día ya muy lejano…Y lo que más me sorprendió del relato fue  que al visionar la fotografía que se adjuntaba, al instante comprendí lleno de  nostalgia, que yo visité en algunas ocasiones la Zapatería Muñoz. Sí; mi padre se  avino a llevarme alguna que otra vez; y me presento a Ricardo y a otros amigos  que, pasadas las doce del mediodía, se acercaban a la zapatería para conversar  un rato entre ellos en una animada y entrañable tertulia diaria.
 La primera vez que visite la tertulia, había  acabado mis estudios de Capitán  de la  Marina Mercante, y observé que mi padre tenía un interés especial porque le  acompañara. Al rato de estar allí comprendí el porqué de su interés. Ricardo  era un enamorado del mar… Y un sus ratos libres construía barcos con  una destreza y meticulosidad que sólo una  persona que durante años hubiese ejercido el arte de  ser paciente  podía realizar…
 Hablamos de buques, del mar y algunas otras  cosas… Pero yo solamente tenía el conocimiento técnico del arte de navegar, de  la estiba, de las maniobras, de los reglamentos de abordajes y  señales; de las guardias, de cubiertas, de  puentes de derrotas, de compases y cartas náuticas, de brújulas, de  magistrales, de marcaciones a la costa, a la luz de un faro, a la verde y la  roja de la bocana de un puerto… Sin embargo él tenía el conocimiento romántico  de soñar con los buques y del mar… Porque en verdad yo sólo era un aprendiz de  marino en su mundo irreal de océanos y bajeles, arrumbados a puertos de leyenda  dónde, quizás ahora,  esté dando las  ordenes al timonel para seguir la derrota trazada en la carta náutica de los  espacios celestes…
 Cada hombre tiene sus sueños…Y él los tenía  con creces, con libertad, con la sutileza suficiente para rozar lo mágico… ¡Qué  de sueños habrá ido hilvanado en cada pieza que añadía a su nueva construcción;  cada palo, cada cubierta, cada hélice, cada amura o cada chimenea que delicadamente  colocase en su pequeño astillero, le anegaría el alma de pequeñas felicidades  gozosas como se llena una cántara en el agua fresca de una fuente!
 Mi padre lo apreciaba sobremanera  y le tenía una cierta admiración; quizás  porque le recordaba a su propio padre Joaquín, que en aquel reñidero de peleas  de gallos del Callejón del Obispo, recreó un verdadero taller de carpintería y,  como Ricardo, arreglaba cualquier cosa que le trajesen o que cayera en sus  manos. Alguna vez he escrito acerca de esta misteriosa cadena que somos los  seres humanos; donde los gustos, las inquietudes, los deseos, los sueños de  nuestros mayores van quedando en nosotros,   como un pozo profundo donde necesariamente vamos bebiendo de sus aguas  todos los años de nuestras vidas que han de venir…
 Dice, Dani Vicente, que Ricardo: “Era una persona  amable, educada y sobre todo humilde. Jamás levantaba la voz y trataba a todos  los que pasaban por su zapatería con una atención mayúscula, casi servil, ya  fuera una persona distinguida o el más humilde de sus clientes”. Efectivamente, Ricardo lo ha descrito tal como era: amable,  educado, humilde y sencillo, y yo le añadiría, que tenía  la inmensa fortuna de ser sensible. Sensible  a sus semejantes y a las cosas de la vida. Hay personas que aunque su  dedicación profesional no luzca en esa vitrina de las apariencias, en que frívolamente  queda convertido las titulaciones académicas y los sobresalientes cargos; en  cambio, tienen una elegancia y “un saber  estar” que te llenan de gozo los instantes que pasas con ellas. Ricardo  tenía ese “don”; el don de enseñarte  algún concepto, alguna idea, alguna actitud, con sólo disfrutar un rato en su  compañía.
 Apuntaba  bien su nieto cuando decía que en vez de  zapatero prefería el termino:”Ingeniero  técnico de reparación del calzado”. Sólo una  persona  inteligente y con una dosis grande de humor, puede recrearse de  esa manera en la utilización de un oficio tan añejo en el tiempo  como es el de zapatero. La frase está llena de  ironía -te obliga a sonreírte- y es una critica terrible, aunque sin apenas  alzar la voz,  a la estulticia que se ha  adueñado de algunas profesiones que, para mejor ser reconocidas, necesitan ser  renombradas con una titulación que apenas si caben en el pergamino-cuadro donde  se enmarcan.
 Y soñaba con el mar…Y  verdaderamente ya no soñaras más con el mar. Porque ahora sí; ahora navegas sin  rumbo fijo; ora un día al Norte o al Sur; ora otro, al Oeste o al Este; ahora  ya ni si quieras necesitas a las cartas náuticas para trazar los rumbos y las  derrotas que te lleven a buen puerto al otro lado del Océano Celeste… Ahora ya  eres un marino, un verdadero marino entre el oleaje y la brisa, entre la luna y  los astros, entre los seres que has amado y tus amigos…Ya la mar es tuya,  abandonado  a ella  para siempre, como los muelles en el  alba…
       Cádiz, a 12 de mayo de 2012                                                               Manuel  Castillo Sempere - Ceuta en su paisaje..
 
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 ANTONIO MIRA   Y LOS NAUFRAGIOS DEL 12 DE DICIEMBRE DE 1949
 
 
 A finales de agosto del año pasado,  remitimos, al diario El Faro, una crónica-homenaje titulada: “Antonio Mira, ¡Un  hombre de mar!”  Hoy, pasado un año de  aquella fecha, cuando me disponía a llevarle el relato sobre “los naufragios  de  12 de diciembre de 1949”, que juntos  fuimos elaborando, me dieron la terrible noticia de que ya no hacia falta que  le llevara ningún nuevo escrito, ni siquiera lo acontecido en la tragedia del  “Lobo”… Porque Antonio, Antonio Mira nos había dejado para siempre…
 Y yo, por un momento me sentí aturdido, perdido en mi quehacer de ir  tomando notas acerca de la flota de pesca de Ceuta, de la flota, sobre todo, de  la traíña, del arte de cerco para la captura de jureles, boquerones, sardinas,  bonitos, melvas, etc.
 Fuimos Joaquín y yo, junto al camino de San  Amaro, a rendirle el últimos adiós…En el camino nos encontramos a Juani, a  Mariluz, a Cayetano León, a Almenta, y otros amigos; y naturalmente a sus  familiares -su hermana, sus hijos y sus nietos-,  y nos abrazamos, y en el dolor, aún pudimos  desgranar, su forma de ser, su carácter, la manera tan gallarda y valiente de  interpretar las cosas de la vida… Como ya dije en otra ocasión, Antonio, ya no era  un personaje de ahora… Antonio, era un personaje de  Conrad, de “Azorín”, de Pio Baroja, de  Neruda…Antonio era un personaje de otro tiempo; de un tiempo donde la flota de  pesca de nuestra ciudad era una flota formidable de más de  cien embarcaciones que faenaba  en las aguas bravas del Estrecho, y hasta el  Sur de Larache en el Atlántico, y al Este de Uad Laou en el Mediterráneo.
 Cuando alguien como Antonio se nos va, se rompe irremediablemente parte  de nuestro paisaje, y nos dejan huérfanos y con el regusto amargo del dolor o  la tristeza, como quieran ustedes llamarlo…Sin embargo, si esto es una perdida,  aún es peor que  ahora  hayamos perdido la referencia histórica de  aquella flota de pesca que tanto prestigio dio a nuestra ciudad. Con él se fue  la última traiña que surcaba nuestros mares; con el se fue ese mundo romántico  de bravos patrones y de resignados pescadores…Con él se fue el mundo de la  pesca del siglo XX: aquel Muelle Comercio -viva estampa marinera del oficio  ancestral de pescador; bullicio y trajín de cajas de “pescao” que arrastran los  marineros desde las bodegas cargadas con hielo, hasta su subasta a “la baja”  voceada a gritos por la figura clave de esta industria, que fueron los  subastadores-;  el  antigua edificio de la cofradía y el salón de  la cafetería-bar, donde se repartía “a la parte”, la venta de las  capturas;  la vieja y la  nueva  lonja;  y los muelles plateados  por la luna y  la descarga a millares de las melvas al alba…
 Navega, de nuevo, con el “Dorinda Dapena” -la barca familiar-, por el  oleaje azulado del cosmos…Navega, pues, con la mar de leva, y por la espuma  infinita e inabarcable de Dios… Con la rebeldía que siempre te caracterizó. No  te rindas nunca…Vete con los tuyos, los mayores… También con mi padre, tu  amigo… vete, porque al despuntar el alba, con los primeros rayos, navegarás  libre para siempre…
     He aquí el relato que la misma mañana de su viaje definitivo, yo le  llevaba para que me diera su necesario e imprescindible  reconocimiento. Ahora, sin tiempo para  realizar alguna corrección, espero que sepas personar mi torpeza si, como es  posible, la cometiera;      «Como ya apunté en el capítulo del Lobo de  “Ceuta mi niñez perdida…”, toda mi infancia transcurrió en el patio donde vivía  José Fortes “El Chache”, armador de este pesquero, de tal suerte, que en las  tertulias que los vecinos solían tener era motivo de  comentario el naufragio del Lobo y de dos  traíñas que lo acompañaban montando  las  puntas  Almina y Santa Catalina.Antonio Mira, viejo pescador, le tocó vivir de cerca, en una de las  traíñas que montaron los acantilados del Hacho, el hundimiento de estos barcos.  Algunas mañanas al filo de las once, y algunas tardes pasadas las seis, he ido  a buscarle a tomarme un café con él, y a que me desgrane aquellos terribles  acaecimientos. Y así, a ratos, a través de muchos meses de andar preguntándole  y tomando notas en mi cuaderno, he ido desentrañando, gracias a la memoria  prodigiosa de Antonio, lo acontecido hace ahora más 60 años, de aquellos  sucesos. Puede que algunos hechos hayan quedado en la bruma inescrutable del  pretérito, pero otros, los que el ha podido rescatar de los años donde ha ido  cayendo el olvido están expuestos tal como él me los ha relatado; quizás  Antonio sea de las últimos viejos lobos de mar, que estuvieron presentes en ese  tiempo, en esas circunstancias, y sobre la combada cubierta de madera de una  traíña  de Ceuta.      He aquí, pues, lo que aconteció:
 El día 11 de diciembre del 1949, alrededor de  30 traíñas de la flota pesquera de Ceuta, se encontraban faenando en el litoral  de Marruecos, a la altura en Uad Laou, el viento era del Norte y nada  presagiaba la terrible tragedia que al día siguiente habría de acontecer.
 Antonio me apunta algunos de los nombres de esos pesqueros, a saber:  Nuestro Sebastián, María López, Sebastián y Gracia, El Africano II, La Joven  Antoñita, Hermanos Cantón, General Varela Iglesias, El Lobo Grande, Juan  Piñero, Los Mellizos, San Carlos, Joven y Joaquín y el Gracia Mates.
 El viento del Norte comenzó  a  arreciar  y a levantar la mar, y ante la  dificultad de continuar las tareas de la pesca, sobre las una y las dos de la  madrugada del día 12,  las traíñas  arrumbaron  a refugiarse tras Cabo Negro  y la playa de la Restinga, y echar el “hierro”   para aguantar fondeados  y esperar  la  deriva del tiempo.  Apunto la mañana, de manera inesperada, con un  zarpazo brutal de una fiera enloquecida. El Levante infló sus velas y arremetió  con todas sus fuerzas, barriendo toda la costa. La mayor parte de los pesqueros  levantaron los rezones y pusieron rumbo a Ceuta para remontar Punta Almina  alrededor de las diez de la mañana.
 Otros barcos: El Lobo grande, Los mellizos, El San Carlos, Juan Piñero,  Hermanos Cantón, más rezagados  aguardaron un tiempo en la “Ribera”, hasta que se decidieron al filo de la tarde a montar Punta Almina.
 La suerte estaba echada y, aquellos pescadores, aguantaron bien los  embates del temporal hasta pasar los acantilados de Pta Almina; todo parecía ir  bien, las amuras habían ganado barlovento y ahora se dispusieron a girar la  rueda del timón a babor para ir arrumbando al oeste y presentar popa a la mar.
 Y en este punto, cuando la arribada al puerto de Ceuta parecía asegurada  se desato la tragedia. La zona de mar entre Punta Almina, el bajo Isabel  y Punta Catalina, la línea de sonda desciende  vertiginosamente desde los 100 metros   hasta los 6 y 13 metros, con lo cual produce un contraste de mareas y  corriente formándose fuertes “Hileros” que dificultan y hacen peligrosa  la navegación.  A ello, apunta Antonio: “la mar de Norte  estaba hecha, y se confrontaba con la mar arbolada del Este”;  con lo cual todos estos elementos  cartográficos descritos, unidos a la violenta adversidad de los vientos y la  mar reinantes en la penumbra de la caída de la tarde -18 y 19 horas-, hicieron  inevitable el naufragio del Lobo Grande, Los Mellizos y EL San Carlos.
 Los Hermanos  Cantón, y el Juan  Piñero, que venían a la popa de ellos, cuando vieron desaparecer las luces de  alcance, intuyendo la tragedia, se abrieron al momento poniendo “agua a la  quilla”  y levantando el timón hasta  aproar Gibraltar y ganar aguas más profundas del Estrecho.
 Del lobo* se rescataron cinco supervivientes (Un padre con sus dos hijo;  el patrón de papeles y el chiquillo del barco). De Los Mellizos y del San  Carlos,  se ahogaron todos.
 Desde  que fui adquiriendo los conocimientos náuticos de mi profesión, siempre me  pregunté si fueron los elementos meteorológicos o la pericia de los patrones la causa última de  estos hundimientos. Si bien con la ayuda de Antonio he podido seguir  las condiciones de mar, y la derrota de la  flota en aquel  día aciago, me quedaba  por decidir la responsabilidad de los patrones de las traíñas. Y en este punto,  Antonio, con la lucidez que siempre le caracteriza, me dijo: “Manuel, nuestro  barcos, los de Ceuta, siempre acortábamos la distancia arrumbando por dentro de  los Hileros; era nuestra seña de identidad que caracterizaba nuestro  conocimiento sobre los bajos y las rocas ahogadas de nuestro litoral. Los  patrones conocían este mar del Estrecho mejor que la palma de su mano...”
 Las palabras de Antonio -palabras en el  tiempo, como diría Machado-, fueron definitivas… Sólo la fatalidad de  conjugarse todos los elementos meteorológicos y de mar en un momento y un lugar  determinado, fueron la verdadera causa que los pesqueros zozobraran. No fue la  falta de pericia -que estaba sobradamente demostrada, ni el miedo al temporal desencadenado  los causantes de la tragedia; sólo la fatalidad que a veces acompaña a los  siniestros  para que se dé lo inverosímil,  hicieron -como una garra descomunal y terrible-, posible la tragedia… Y yo, que  he conocido la fragilidad y la desesperanza de encontrarnos desarbolados en  medio de la tormenta, puedo apuntaros que contra la fatalidad de nuestro  destino nada podemos hacer…
 Antonio, tras el último sorbo de café -ya frío-, quiso sentenciarme:  “Nosotros pasamos por el mismo sitio unas horas antes, y si me apuras, si  hubiésemos estado allí, a la misma hora, también el temporal nos habría tragado  como al Lobo…”
 Descansen, pues, en paz estos bravos  marineros… Y finalmente añadiremos, como un epítafio que toda la ciudad de Ceuta rinde a la memoria de los patrones y marineros naufragados, y a las barcas de pesca: El Lobo, Los Mellizos y el San Carlos, que  en la mar, en la mar azul e infinita se encuentran, para siempre, escritos  sus nombres…»
 
 
 En   Ceuta,  abril y agosto de 2012
                                                                   Manuel Castillo Sempere _______OTROS  ACAECIMIENTOS Y NAUFRAGIOS:
 *  “El  Lobo” pudo finalmente ser localizado  el lugar de su hundimiento, y una grúa pontón lo saco a la superficie; luego lo  transportaron al varadero “Cadu” en el muelle España. Siempre he escuchado  decir que Jesús Fortes, Joaquín Castillo y Juan Vallejo, en días  posteriores  a la tragedia, salieron en  un bote de remos y sondando a mano fijaron  el casco del Lobo hundido..-Un barco marroquí, “El Esperanza”, dedicado a  transportar carbón vegetal que se encontraba atracado en el muelle España,  rompió amarras y embarranco en la playita del tintero, luego llamada del CAS.
 -  La traiña   “Luis León”, a la fuerza del viento garreo su  rezón, y yéndose contra la muralla se destrozó.
 - Otro barco marroquí, cargado de carbón,  quedo a la deriva y su casco golpeándose contra las piedras de la Ribera se  hundió. Algunos se sus tripulantes se ahogaron. El carbón de su bodega pudo ser  aprovechado por algunos vecinos de la Ribera.
 -  El Juan Piñero, trajo un marinero del Lobo, lo dejo en Alfau, y dio la voz de  que el Lobo se había hundido..
 -  El Mira, patroneado por “Realillo”, enfilo las murallas del “Foso” hasta quedar  embarrancado; todos sus tripulantes fueron rescatados.
 - “El  Lobo” pudo finalmente ser localizado y una grúa  pontón lo saco a la superficie; luego lo transportaron al varadero “Cadu” en el  muelle España.
 -  El Cantón, rozó  la fatalidad, pues entrando  por la bocana del puerto se le rompió el motor. Pudo ser remolcado a la dársena  pesquera.
 -El  Comandante de Marina mando poner un reflector junto a la muralla del “Espigón”,  para  que alumbraran a los barcos que  habían quedado en la Ribera capeando el temporal.
 -  En este día trágico del 12 de diciembre de 1949, pudieron ahogarse más de 70  hombres.
 
 
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 ¡TIMÓN A BABOR,  DEJAMOS CEUTA…!
         ¡Las vacaciones!, ¡las esperadas vacaciones,  llegan a su término…!  Hemos pasados  tardes agradables de tertulias con mis paisanos; hemos visitado a mis amigos de  la Puntilla, sobre todo a las Pepas -tres entrañables vecinas mayores (de Cesa,  de Rita y de  Teodoro), a quien acompaño  algunas mañanas a desayunar en el Café-Restaurante de Portuarios, y con quien  he de pelearme a “brazo partio” para que me permitan  pagarles el café.  Hemos visitado la tertulia de Cayetano  León  Parrado y de “Las niñas” en el Café  del Puente, ahora decano, tras la marcha a otros océanos de pesca de Antonio  Mira, al que siempre recordaremos… Conversamos, de manera entrañable,  con Federico Gaona y Manolito de Vitoria -mi  Héctor y Aquiles de la Iliada-, mis héroes de la infancia…  Y con aquellos niños-muchachos de los años  sesenta del barrio de  la Junta del  Puerto, compartimos, junto con la niebla del taro, una tertulia-cena en los  mesones de las Murallas del  Ángulo…Hemos recorrido todas las cuestas, recodos  y bajadas del Hacho con mi amigo Guille, al que levanté a las seis de la mañana  para recorrer esas cuestas y, enseñarle, las enfilaciones que se dan en el  cosmos, como la agigantada  cruz donde en  cada extremo  titilan: Sirius y Aldebarán  (Palo mayor); Betelgeuse y Rígel, pasando por Alnilam, la estrella central de  la Tres Marías de la constelación de Orión (palo menor). Y  Venus y Mercurio, los dos luceros que son el  primer fulgor que alumbran por el Este  la mañana, antes de que el sol encienda la  noche. Dos luceros como dos candiles “pa” que nadie se pierda en las sombras de  la noche. Venus y Mercurio alumbrando en la soledad del cosmos, ahí mismo, al  alcance de nuestros dedos, con tan sólo desearlo…
 También he sentido el agua fría de la  Ribera y contemplado sus fondos rocosos alternados con claros esmeraldas de sus  arenas. Hemos paseado por  la calle La  Muralla y La Brecha,  y naturalmente,  hemos principiado desde el Puente Almina toda la calle Real hasta las Heras,  para regresar al Puente paseando toda la Marina. Y después, nos hemos sentado  en un banco de la Plaza de África a dejar que los sentimientos vuelen libres,  sin ataduras, a donde ellos eligiesen volar…
 Y, de  nuevo, hemos abandonado Ceuta, el transbordador desanuda los cabos de los noráis  y, lentamente,  enfila la punta del  muelle España, para luego girar a babor y, majestuosamente, tras dejar la  bocana del puerto, adentrarse en las profundas y azules aguas del Estrecho…
 Cientos de veces, desde muy pequeño, he  sido testigo de cargo de esta maniobra…Si; cientos de veces… Porque además de  pasajero, también durante siete años, fui “Oficial de Puente” de los ferris de la  compañía ISNASA y, aunque frecuenté las líneas a Tánger desde Tarifa y  Algeciras, y así también Denia-Ibiza,  la  mayor parte del tiempo lo pasé cubriendo la línea Ceuta-Algeciras.
 La sensación que te embarga nada más que el  buque comienza a desperezarse es de una cierta tristeza… Quizás no sea la  palabra justa apuntar la palabras tristeza para señalar el sentimiento que,  como una lluvia fina, va calándote hasta los huesos cuando el buque inicia el  desatraque de los muelles. Y tal vez podamos decir: tristura, melancolía,  nostalgia, morriña, saudades… Sin embargo, tampoco estas palabras consiguen  definir el sentimiento que en estos momentos de despedida habita en nosotros…
 Nada hay tan sutil como los sentimientos.  Es verdad, nada hay tan sutil como los sentimientos, porque nada sabemos de  ellos… No sabemos dónde nacen, ni a dónde van una vez que han descargado su  enorme carga emotiva… Aunque si sabemos sus efectos, a saber: “Sabemos como las  lagrimas se derrumban desde los estanques infinitos de los ojos, por las  laderas de las mejillas, hasta perderse entre las manos de cualquier persona  que haya sentido su roce… Y sabemos también, que sus efectos son inevitables,  que aunque no deseamos que se manifiesten, cuantas veces, acompañadas por la  tristeza del momento, hemos visto rodar mansamente, gota a gota, las lagrimas  de alguien que por su dureza y alejamiento de lo sensible, jamás hubiésemos  pensado que pudiera darse tal circunstancia”
 El “Pasión por Menorca”  ya ha dejado el muelle de atraque, de tal  manera que antes que se aleje más, yo voy tomando fotografías de “La Mujer  Muerta”, y de todas las altas cumbres que, a golpes de sol de la mañana,  muestran la desnudez de su piedra granítica y grisácea a Poniente; tomo también  a la Residencia Militar Galera que, emboscada entre árboles, pareciera  una pequeña Alhambra; y naturalmente, a los  trocitos que aún se pueden ver de los pabellones amarrillos de la Junta del  Puerto.
 La proa del “correo” lame  la punta del muelle España y, su torre  acristalada, nos devuelve en un trueque mágico: rayos de oros por reflejos  plateados… Es un trueque alquimista, donde los elementos básicos y primigenios  cambian  de  naturaleza y se trasforman en otros sin previo  aviso y ante nuestros atónitos ojos…
 Pasada la punta, la besana de agua y de  espuma blanca se curva a babor… El Foso, con su corriente transparente se  columbra primero, para luego resplandecer las cúpulas doradas de la Catedral y  los altos troncos  de las araucarias que,  como mástiles de veleros viajeros, dan a su plaza un aire de ensueño… La  Iglesia de África pone un apunte de siglos y de religiosidad mariana; a su  lado, la silueta magnífica del Ayuntamiento y de su esbelta cúpula agrisada,  cierra este cuadro señorial y vetusto que, afortunadamente, continúa en pie,  incólume, como en el siglo pasado…
 En el viraje hacia la bocana, se nos  aparece todo el istmo estirado y amueblado como si fuese una maqueta. Y la  Marina, la nueva Marina  va apareciendo  sin su lámina de agua azul, ahora desplazada por el cemento gris del relleno  del Helipuerto  y  “El Parque Marítimo”. Ahora ya no llega el  flujo y el reflujo  de la marea a besar  las piedras de la “Muralla” de la Marina, ahora lame las piedras de las escolleras  que protegen esta zona ganada al mar… Son   los nuevos tiempos, tiempos de cambios que van demoliendo el paisaje  físico de una ciudad, para adaptarlos -dicen…- a las necesidades del presente. Sin embargo, hay que tener cuidado con los  cambios, porque pudiera darse el caso, que de tanto cambiar la cara y el rostro  de una ciudad, pudiera, al cabo, no saber de qué ciudad estamos hablando… De  qué Ceuta apuntamos…
 Cruza, como una meta de llegada, la bocana  del puerto el “Pasión por Menorca”, y la estela blanca de espuma, llena desde  la farola verde a la roja toda la salida. El Monte Hacho aparece como un coloso  por estribor, yo diría que es  un dios…  Un dios  que nos vigila a cada entrada y  salida de Ceuta. Un dios del Estrecho y sus aguas… Un dios que nos manda su  señal a través del faro de Punta Almina.  Un dios que está en nosotros, compitiendo, con  el dios que cada religión  pretende  mostrarnos…
 Y se nos insinúa por babor  la frente, los ojos, la boca, el cuello y los  pechos graníticos, de piedra de “La Mujer Muerta”. Dejamos un rato la mirada  puesta en el perfil quebrado de estas cumbres, y volvemos a andar los caminos  sinuosos y blanqueados que suben hasta ella. Pasado un rato se va desdibujando  su silueta, se va apagando la pasión, pero aún en el desamor, seguiremos  enamorados de esta mujer inalcanzable, infinita, que duerme en el Poniente,  cuando al atardecer la bola de fuego del sol, yace a sus pies…
 Ceuta se pinta en un tenue brochazo  parduzco a lo lejos… Ceuta, ya es solo un trazo en la   línea azul  del horizonte… Ceuta, por qué no decirlo, ya sólo se encuentra en los trazos  cárdenos de los recuerdos imborrables del alma…
 
 Cádiz, a 29 de agosto de 2012
                                                    Manuel Castillo Sempere - Ceutaenelcorazón.
 
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                                                        LA  RONDA DE LAS MORAS
     Caminar,  pasear andar…Pareciera que hemos nacido para eso, para lanzarnos al extremo de  lo que  alcanza nuestra  vista y nos permitan nuestros pies. Correr de  un punto a otro, de un lugar conocido a otro desconocido que nos atraiga por su  extrañitud y por su lejanía. Andar paso a paso hasta encontrar el recodo donde  se sitúe el espacio donde hayamos de encontrar el término de nuestra búsqueda…  Caminar hasta encontrarnos, hasta que no tengamos dudas de quienes somos y que  significados tienen nuestros nombres…
 Y en esta pequeña ciudad, en esta pequeña  encrucijada de caminos que ha dado en llamarse Ceuta, pareciera que todo  paisano tuviera la imperiosa necesidad de caminar, de pasear y de andar… Si te  levantas al alba pensando que eres el primero en echarte a la calle a caminar,  quedas de inmediato circunspecto, porque siempre hay alguien que ya lo hizo  antes que tú…Y si al atardecer, con las primeras sombras de la noche, de nuevo   lo intentas, volverás a sorprenderte, porque  de seguro que ya también alguien se habrá adelantado…
 Y en esta riada de caminantes, de viajeros  por unas horas, nosotros -mi amigo Guille y yo-, una vez dejada La Puntilla,  nos encaminamos por El Sardinero, Las Puertas del Campo, El Angulo, El puente  del Chorrillo, La Brecha, El Paseo Colón, La Glorieta, y la subida del Recinto,  a La Ronda de las Moras…
 Vamos subiendo los primeros repechos hasta el Cine África, y continuamos  hasta el primer mirador, donde se abre una bahía hasta cabo Negro que se nos  antoja infinita y azul. Todo es tan azul, que el cielo y el mar, como amantes  tocados por la locura del amor, se abrazan y se unen de tal manera que ya no  distinguimos la tenue línea del horizonte que abría de separarlos.
 Continuamos bordeando las calles Pasaje Salud, Sevilla y Molino en el  Recinto alto; proseguimos por El Pasaje Recreo,  las Casas Prácticas y el Sarchal. Una vez  dejado las últimas casas del Sarchal y avanzamos en la recurva que se alza  sobre el morabito, comienzan a dejarse ver las primeras zarzamoras. Alcanzamos  el mira dor de la cala y playa del Desnarigado; y desde aquí hasta el cruce con  San Antonio y la fortaleza del Hacho, las zarzas moras se dan profusamente  desde el borde mismo de la carretera hasta las barrancas que descienden por el  valle hasta el mar.
 El fruto de las zarzamora es primero verde, luego de color rojo antes de  madurar, después, una vez madurado, se torna de un color morado obscuro, casi  negro,  que tinta los dedos y la boca cuando  se coge   y se degusta. Su sabor es  agradable y su recogida esta llena de las fantasías infantiles de “ir a recoger  moras” que tanto hablan los relatos de los cuentos. Se ha de tener cuidado de  no llevar a la boca las de color verde y rojo, pues todavía no han madurado y  su gusto es aún fuerte. Cuando maduran se tornan moradas -de ahí su nombre- y  es un verdadero deleite tomar un buen puñado e ir estallándolas en la boca  hasta  sorber su dulce sumo.
 No conviene abusar y sólo tomar un buen puñado, y dejar para otro día la  ilusión de volver a encontrarlas… Si os fijáis, muchos de los racimos están  decaídos y mustios, pasadas del tiempo de la maduración. Nadie las ha tomado ni  degustado, pero secadas al fuerte sol de agosto, sus semillas se esparcirán por  el monte y darán lugar a otras floraciones aquí y allá donde la tierra tenga a  bien acogerlas…
 Y, en nuestra andadura,  giramos a la  izquierda camino de la ermita de San Antonio,  dejando el Faro a la  espalda, hoy lo  hemos abandonado por la visita al Santo, mañana lo rodearemos y haremos su  ruta. La cuesta se empina y para sosegarnos tomamos un buen trago de agua y  luego volcamos un chorro sobre nuestras cabezas que nos refresca y nos da  nuevos ánimos.  Continuamos, y entre  pinos columbramos el valle verde, soñoliento, ausente de nuestra presencia  de Pino Gordo, y la carretera  que desciende hasta las playas y el mar que se  abre al Estrecho a Poniente de la Punta de Santa Catalina.
 En este último tramo la fortaleza del Hacho se nos acerca de manera  agigantada y ciclópea, que casi podemos tocarla; los cañaverales suben hasta  ella dibujando  una cenefa de verde  encañado, que contrasta con la tosquedad y la aridez parda de las piedras de  los lienzos de  murallas. Y de nuevo,  como un milagro, aquí y allá se dejan ver las zarzamoras con sus racimos rojos  y morados que, al sol, refulgen como si fuesen de metal y ávidas de ser  prendidas… Entre las hojas y las espinas de las ramas, se trasluce la silueta  blanquecina, añil, del Yebel Tarik, Gibraltar, ahondado a lo lejos en la calima  espesa de la mañana…
 Y al punto de llegar, peregrinos del  franciscano, una voz nos dice: “Desean entrar a la ermita”. Y como un pequeño  milagro, el Hermano Mayor de la Cofradía -Carlos Orozco Pérez-,  nos abrió la verja de entrada, las puertas, y  pudimos contemplar al Santo y a su capilla en el recogimiento que la fortuna  quiso otorgarnos. Rezamos una pequeña oración, sólo unas palabras, para qué  más… Sólo unas palabras para pedirle a San Antonio que ponga calma al desamparo  de los Hombres y, nos ayude a encontrar la compasión que un día habitó en  nuestros corazones…
 Nos despedimos del Hermano –le  agradecimos  su generosidad, y le  apuntamos, ¡Dios lo quiera!, peregrinar el año que viene…- y, desde el borde de  la balconada, miramos sobrecogidos, la mancha   extensa del Estrecho, la magnitud del Yebel Musa…y el brillante blancor  de Ceuta. Luego, saltamos un muro, y a la espalda de la ermita, en la  revuelta  donde apenas  nadie transita,  a escondidas, se encontraban las últimas y las  mejores ramas cargadas de racimos de zarzamoras. Rojas y moradas moras, en el  último suspiro, unas para dejar madurar y, otras, ávidas, para ser prendidas,  deseadas, yo, mejor diría: guardadas en el corazón, guardadas como el mejor  recuerdo de todo aquello que no puede mudarse,   que no puede extinguirse, que no puede desparecer en este apartado lugar,  allá junto a la ermita de la Ronda de las Moras…
      Cádiz, a 2 de septiembre de 2012 (Ceuta 28  agosto)                                                                          Manuel  Castillo Sempere _______Descripción. La Zarzamora –Rubus fruticosus L.- es un arbusto sarmentoso que echa  todos los años vástagos nuevos de uno a 2 m. de largo, los cuales, combándose,  llegan a tocar al suelo y arraigan en él por su extremo; luego se endurecen, se  vuelven leñosos y armados de recios aguijones forman zarzales a menudo  impenetrables. Las hojas se componen de cinco hojuelas desiguales, dispuestas,  dispuestas de manera digitada, es decir, con sus respectivos rabillos  arrancando del extremo del pezón común, el cual también suele estar armado de  aguijoncitos. Las láminas foliares tienen bordes dentados, y son verdes y casi  lampiñas en la cara superior, y son verdes y casi lampiñas en la cara superior,  blanquecinas y tomentosas en el reverso. Las flores forman ramilletes en los  extremos de las ramitas nuevas, tienen el cáliz de cinco sépalos  tomentosos  y reflejos, la corola de  cinco pétalos  redondeados y de color de  rosa más o menos subido; los estambres son numerosos. El fruto es la zarzamora,  constituida por numerosos fructículos negros, jugosos, con una sola semilla  cada uno.
 Florece desde fines de mayo hasta el mes de agosto. Las moras maduran en verano;  primero tienen color verde, después, rojo, finalmente, cuando están bien  maduras,  moradas o negro.
 Se  cría en los torrentes, ribazos, en los setos, etc., de todo el país,  representada por numerosas variedades…
 Recolección. Las sumidades de las ramas nuevas se recolectan en primavera, cuando han  perdido la ternura de  reciente formación  y ya están hechas. Las zarzamoras, en verano, cuando están completamente  maduras, y no les queda en ella ningún  granito rojo ni verde.
 Contiene. En sus partes  herbáceas y, sobre todo, en sus brotes nuevos,  gran cantidad de materias tánicas, junto con diversos ácidos orgánicos, en  parte formando sales. En las Zarzamoras   se encuentran hasta  7% de  azúcares (azúcares de uvas  y levulosa),  con ácidos diversos: cítrico, láctico,  succínico, oxálico y salicílico, éste, probablemente, en forma de salicilato de  metilo, vitamina C, etc.
 Virtudes. La más importante es la astringente, por los taninos que contiene la  planta. Por esto se emplea contra la diarrea, la disentería, las hemorroides,  las inflamaciones de la garganta, para fortalecer las encías y afirmar las  muelas, etc. Las zarzamoras se utilizan asimismo para combatir las enfermedades  de la boca.
 Se usan. Se ponen a hervir y, y este caldo,  se usa contra las hemorroides y contra las  inflamaciones de garganta  y de la boca  con gargarismo  con esta agua hervida.  También se masca los brotes tiernos para fortalecer las encías. Las zarzamoras  son ligeramente astringentes, con su sumo, añadiéndole   azúcar  y calentándolo suavemente para deshacerlo se prepara un excelente jarabe.
 Ni el jarabe de zarzamoras ni estas, como  fruta fresca, dañan a nadie. El único peligro, cuando se trata de rapazuelos de  pocos años, es que confundan las moras de la zarza con las de la emborrachacabras o roldón, sumamente venenosas.
 Historia. La zarza fue conocida y apreciada  como planta medicinal desde remotos  tiempos desde remotos tiempos. Desde Teofrasto, los grandes médicos y  farmacólogos  de la antigüedad hablan de  ella. Discórides, en el libro IV, capítulo 38, también lo hace…
 Observaciones. Cuando las circunstancias obligan a echar mano a toda clase de combustible,  las hojas de la zarza y, en general, las de la mayoría  de las rosáceas, pueden ser empleadas para  fumar, en lugar de tabaco. Realmente, no engañan a nadie; pero, por lo menos,  son inocuas, que ya es mucho, y su humo se tolera fácilmente.
 
 
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 SI YO FUERA UN POETA…
       Si yo fuera un poeta cantaría a  mi tierra como cantara Rosalía a su primitiva tierra donde nació. Cantaría a  los campos, a los alcores, a los cerros…Cantaría a  los valles que se despeñan desde los montes  altos de Ceuta hasta las playas rocosas de Calamocarro y Benzú. Recitaría, por qué no, los mismos versos  que ella escribió, a saber:
 Adiós, ríos;  adios, fontes;                      Adiós,  ríos; adiós, fuentes.adiós, regatos  pequenos;                        adiós, riachos pequeños;
 adiós, vista dos  meus ollos:                   adiós, vista de mis ojos;
 non sei cando  nos veremos.                   no sé cuando nos veremos.
 Miña terra, miña  terra,                           Mi  tierra, mi tierra,
 terra donde me  eu criei,                         tierra  donde yo me crié,
 hortiña que  quero tanto,                         huertita  que quiero tanto,
 figueiriñas que  prantei,                          higueritas que planté,
 prados, ríos, arboredas,                           prados, ríos, arboledas,
 pinares que move  o vento,                     pinares que mueve el viento,
 paxariños  piadores,                                pajaritos piadores,
 casiña do meu  contento,                        casita de mi contento,
 muíño dos  castañares,                            molino  de los castañares,
 noites craras de  luar,                              noches claras de luz de luna,
 campaniñas  trimbadoras,                       campanitas timbradoras,
 da igrexiña do  lugar,                              de la  iglesita del lugar,
 amoriñas  das silveiras                           moritas de los zarzales
 que eu lle  daba ó meu amor,                 que yo le daba a mi amor,
 camiñiños  antre o millo,                       caminitos  entre el maíz,
 ¡adios,  para sempre adios!                    ¡Adiós gloria! ¡Adiós contento!
 ¡Adiós  groria! ¡Adiós contento!           ¡Adiós gloria! ¡Adiós contento!
 ¡Deixo a  casa onde nacín,                     ¡Dejo la casa donde nací,
 deixo a  aldea que conozo                      dejo  la aldea que conozco
 por un  mundo que non vin!                   por un mundo que no ví!
 Deixo  amigos por estraños,                  ¡Dejo amigos por extraños,
 deixo a veiga  polo mar,                          dejo la vega por el mar,
 deixo, en  fin, canto ben quero...            dejo,  en fin, cuanto quiero bien…
 ¡Quen  pudera non deixar!...                 ¡Quien pudiera no dejarlo!…
 …………………………….                      …………………………….
     Si yo  fuera un poeta, es claro que cantaría a los “regazos”, a los pequeños riachuelos que dejan y colman sus aguas de  lluvia en las láminas azules de los pantanos; y a otros que  bajan hasta el mar de terciopelo de la Bahía  Sur, y al mar embravecido del Estrecho… Yo he bajado –buscando su rumor de agua-    por las laderas que se precipitan por  las barranqueras y, entre lechos de piedras y  limo, serpentean lamiendo el cauce de siglos estos “regatos pequenos”…
 Si yo fuera un poeta, no dejaría de nombrar a  las huertas del Hacho; a las viejas higueras que tantos años vi…. A las  arboledas y pinares del bosque de Anyera que se mueven  ligeros, susurrantes,  enamorados a la llegada  del viento… A los pájaros que aletean sus  alas de oro al sol;  a las pequeñas casas  de labor que blanquean su cal al Poniente… A los castañares de la huerta de  Tobalo, allá en el barranco de Villa Jovita. A las noches claras cuando la luna  asoma redonda,  dorada, como unos labios  de sangre de un poema  inédito  e indescifrable de Lorca…
 
 Si yo fuera un poeta, también citaría  a las campanitas timbradoras de la Iglesia de África, y  a los sonidos de bronce de las campanas de la  Catedral. Y a las moritas rojas y negras -ya azucaradas y maduras- de los  zarzales de “La Ronda de las Moras” en el Hacho. Y a los caminos que ella  andara entre el maíz y, nosotros, caminamos entre jarales, rosales de flores  blancas que, silvestres,  compiten y  acompañan el esplendor  de las  verdes  hojas de los helechos…
     Si yo fuera un poeta,  finalmente, recitaría sus últimos versos y  con un dejo de despedida, apuntaría a la casa desaparecida donde nací; a mi  calle perdida en la bruma de los años infantiles, a mi pequeña ciudad  recostada  y ausente junto al mar… Y a  los amigos, aquellos amigos que no hay que conquistarlos y agradecerles su  compañía, aquellos amigos que abrieron los ojos a la par que los tuyos y, por  tanto, te pertenecen más allá del tiempo y del espacio; te pertenecen como te  pertenecen los guijarros de una playa que, en una mañana de soledad, vas  arrojando al mar como si fuese tu alma…     Si yo  fuera un poeta, al cabo, también acabaría   como Rosalía concluye, a saber: “Dejo,  en fin, cuanto quiero bien… ¡Quién  pudiera no dejarlo!…      Si yo fuera un poeta…    En  Cádiz, a 8 de septiembre de 2012
                                                                         Manuel Castillo Sempere | 
  
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 SEÑAS DE IDENTIDAD
     Cuando  avanzamos en las horas... Cuando las hojas del calendario, cual la hojarasca  del otoño, cae irremediable de las ramas de los árboles caducos,  y la brisa otoñal las eleva y las arremolina  hacia otras distancias lejanas, nosotros, aquellos que ya avanzamos hacia el  punto omega de nuestra existencia, anhelamos sentirnos de un lugar y un tiempo  determinado…¿Cuál es el misterio que se cierne sobre  nosotros, para qué, cuándo llega la andadura al  recodo exacto del camino que hemos de andar,  se despierte en nuestro interior el deseo ineludible de regresar a nuestros  orígenes primigenios…?
 ¿Puede ser el deseo de columbrar el mar  intensamente azul del Estrecho? ¿Quizás el suave resplandor que colorea de  verde los montes del Renegado y del Mirador de García Aldave  y Anyera…? ¿Tal vez, los destellos plateados  del Faro de punta Almina que, en la noche obscura, señalará a los buques, los  peligros de acercarse a sus elevados acantilados que caen a pico hasta  despeñarse entre las blancas espumas de la resaca… ¿Acaso el blancor de las  edificaciones que se yerguen ausentes sobre las primitivas siete colinas de  nuestra ciudad… O, los pinos que bordean y se encumbran en el Hacho, para luego  servir al amor con helechos, zarzas y jarales,   camino de la ermita de San Antonio. O, por decir lo que quedó guardado  en nuestras almas viajeras, y ahora se allega como una cigüeña peregrina,  nos recuerda que hemos de volver para tejer  lo que destejimos en nuestras horas de ausencias…
 Mil veces mil, se me ha venido a la memoria las imágenes de las  golondrinas girando alrededor de las gigantescas araucarias de la plaza de  África, y luego después de girar y girar, cual tiovivo de estelas celestes,  aposentarse y reposar en las  anidadas  construidas -con barro y paja- debajo de las balconadas del Ayuntamiento. Y mil  veces mil, como esas golondrinas, he deseado girar en torno a esas araucarias  –esbeltas como mástiles de bajeles antiguos-, para más tarde tomar asiento en  los escalones del Consistorio –tal como de pequeños allí nos recogíamos a la  caída de la tarde, y contábamos historias de aparecidos- y, cerrando los ojos,  adivinar que el viaje a concluido al punto donde largó las amarras; pues  ha retornado donde lo inició, que, al cabo,  apuntamos:  “Que  todo lo que parte, algún  que otro día,  ha de volver”…
 Hemos de significar que la vida transcurre sin descanso, sin una pausa  que la detenga un instante, para luego retomarla de nuevo… Todo en ella es  transcurrir, movimiento, carrera, deseo, metas, prisa, intrascendencia… ¡Oh!,  verdaderamente la vida es intrascendencia de las cosas deseadas, que nunca se  han de alcanzar; y, sin embargo, nunca nos aprestamos a sosegarnos con la  palabra que nace desnuda en nuestro corazón y, no nos damos cuenta, que esa  palabra desnuda, es quizás lo que nos identifique y nos referencie nuestra  señas de identidad…
 Cuando avanzamos en las horas... Cuando las  hojas del calendario caen en nosotros como piedras cargadas de años, aquellos  que hemos permanecidos ausentes, comprendemos que si hemos sido viajeros, no  fue nuestra la decisión, que el destino de nuestros actos ya se encontraban  escritos desde antes de nacer en nuestras conciencias, y la decisión de partir  sólo era cuestión de que se dieran las circunstancias favorables para ello… Nada  se da por causalidad, todo se devenga al atento y circunspecto  plan que los Dioses han urdido para tu  existencia.  Nada es en vano, todo se  acomete a la reflexión atenta de Aquellos que tienen la responsabilidad de  tejer la urdimbre que prende, como un reloj de maquinaría perfecta, en el  devenir preestablecido,  guardado,  escrito, en  los astros que giran indelebles,  eternos, en la soledad única del cosmos…
 Las cigüeñas vuelven a sus campanarios; las golondrinas, las eternas  golondrinas de siempre, giran y giran alrededor de las agigantadas araucarias  de la plaza de África; y nosotros, ciñéndonos a esos mismos giros, a ese mismo  tiovivo de vueltas y más vueltas, volamos  con ellas a nuestros orígenes, al punto donde  nos dieron un nombre,  un lugar y una  horas… Nosotros, en los soñolientos atardeceres del Poniente, viajamos,  enamorados y  ausentes, a las colinas malvas,  soñadas,  de Ceuta…
   En Cádiz, a 29 de diciembre de 2012
 
                                                             Manuel  Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es
 
 
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   A “MARIQUI”  VILLATORO, IN MEMORIAM
 
 Me  ha dicho Pepe Fortes, que ha muerto “Mariqui”… Y la verdad, me ha entristecido,  pues es como si hubiese muerto alguien que uno tiene guardado en el pretérito  de aquellos años donde nuestros juegos y carreras iban y venían entre la plaza  de África, el  Ayuntamiento, y la Casa  Misericordia que, en aquellos momentos, había dejado de ser asilo para, como el  ave fénix, renacer una escuela pública donde acoger a los niños del entorno desde  la calle  de la Taona y Larga,  hasta la Ribera.
 Y puedo recordar su imagen cuando subía el  empedrado suelo de la “Ramblilla” de nuestro patio número 12, para ir a visitar  nuestras casas. De tal manera que, a la primera casa que visitara, fuera los  Vallejos, los Gaonas, los Fortes u otras, las vecinas acudían a  mirar y remirar, toda la pequeña orfebrería  que ella, en cajitas y en paños al uso, iba desembalando para admiración de los  allí presentes…
 Los niños, siempre prestos a cualquier  novedad que nos distrajera, asomábamos nuestras cabezas, entre los brazos, la  mesa y los pechos de las vecinas, y con ojos asombrados contemplábamos las  sortijas, anillos, cadenas,  escapularios,  medallas y demás abalorios, con los ojos agrandados como platos, sobrecogidos  por los destellos dorados de todas aquellas piezas de oro que impresionaban  tanto a los allí congregados, como a nosotros, los niños del Callejón del Asilo  Viejo… Años más tardes, con el fruto, golpe a golpe de sus horas trabajadas,  ella tendría su propia platería en la calle Real, sito en la plaza de Correos.
 Si;  es cierto, nos ha entristecido su marcha apenas iniciado el nuevo año… Sin  apenas despedirse, sin apenas dejarnos su último adiós… Sin conocer  siquiera, si era su deseo viajar ya a las  estrellas para conocer de primera mano los mejores destellos áureos; o acaso la  ha sorprendido este postrero viaje, y quizás hubiese preferido permanecer aún  un rato más entre nosotros…
 Del “Encuentro” que  protagonizamos  los antiguos vecinos del “Callejón del Asilo”-como  calle central del entramado de callejuelas que iban de Puente Cristo a Puente  Almina,  que comenzaba en la plaza de  África y el Ayuntamiento por Gómez  Marcelo,  su calle, donde se situaba la zapatería de su padre,  y desembocaba, como un río de vida, en la  calle Sagasta, justo en el resbalaje del   Bar “El Estrecho” y en la bajada del muelle Comercio con la calle la  Muralla-, aún poseo la cinta de video que ella nos filmó y que la guardo como “oro en paño”, y que ahora, seguramente,  será como un testimonio, como el último servicio que ella tuvo a bien  prestarnos… De aquel día, no puedo dejar de recordar que ella nos visitaba mesa  por mesa, y dando rienda suelta a su  afición  por la imagen, nos iba filmando nuestra alegre y atropellada conversación, con  el ánimo de dejar testimonio del reencuentro que los antiguos vecinos del Callejón del Asilo   habíamos tenido.  Aquel día,  ciertamente, fue un día único y gozoso… Un día irrepetible, en el que los  vecinos del barrio primigenio y más añejo de la ciudad, el barrio primitivo de  la ciudad antigua, el arrabal de pescadores que diera nombre al gentilicio “caballa”, se dieron cita para darse una última oportunidad de reconocerse y decirse adiós  definitivamente… Tal como el destino teje sus acaecimientos, diera la  imprecisión que aquella cita fue, efectivamente, la última…
 Sin embargo, el azar, la causalidad, o el sino  de las cosas, hizo que  tuviese aún  una nueva   oportunidad de hablar con Mariquí; y     fue para invitarla a la presentación  que iba a tener  lugar en  Salón de Conferencias del Ángulo, dispuesto  por el Archivo Histórico del Ayuntamiento, del libro “Ceuta, mi niñez  perdida…”, que habíamos escrito, y que me hubiese ilusionaba que ella  presenciara este segundo reencuentro con las gentes de nuestros barrio, con las que ella había convivido toda su  vida. Sin embargo, ella me dijo que se alegraba mucho por nosotros, que  disfrutásemos, pero que ella en estos momentos se encontraba en una silla de  ruedas, y no se sentía con ánimos para allegarse con nosotros. Le insistí en  que podíamos ir a recogerla; pero ella, con tristeza me pidió que la perdonara,  que en otra ocasión, para cuando organizáramos el 2º Encuentro del Callejón del Asilo…Yo asentí entristecido, y le  apunté con palabras entrecortadas por la tristeza, que guardaría un libro para  ella, y le escribiría la mejor de las dedicatorias que yo acertara a escribir…
 He de decir, a fuer de ser sincero, que no  sé si un ejemplar de “Ceuta, mi niñez perdida…” le fue entregado… Le he de  preguntar a Juani Fortes, a la que le encargué –y he de agradecer tanto en este  menester- que repartiera libros entre nuestros amigos, y entre los colegios de  nuestra ciudad, si acaso le llegó  a  entregar un ejemplar a “Mariqui”…
 Las cosas suceden si que a veces sepamos el  alcance que puede tener el dedicarle unos minutos a una persona… A veces, la  vida nos entretiene y nos ocupa en cosas intrascendentes que al cabo  nos separa de aquello que está cercano a  nuestros sentimientos… A veces;  sí, a veces  miramos pero no vemos la tristeza que se cierne a nuestro alrededor y, con sólo  un gesto, un ademán, una palabra, podemos transformar la tristeza en una  sonrisa… Y sin embargo, dejamos pasar, distraído, el momento…
 Adiós Mariquí… Adiós para siempre… Adiós  compañera de nuestro barrio del “Callejón del  Asilo”… Adiós compañera de la vida enamorada y si me apuras, te diré sólo  compañera… Adiós…
 Allá, donde velan los ángeles y se  reencuentran finalmente los amigos, alguien te pedirá alguna cadenita de oro,  alguna medalla de la Virgen de África, puede que del Carmen, o alguna Cruz con  Jesús expirando…. Pero nosotros sabemos, que en un guiño, tú les dirás: “Amigos, mirad, atenderme: sabed que aquí,  en esta morada plena de luz, donde la obscuridad ya no nos alcanza, “más que tener es mejor dar”, así que abrir  las manos, abrid el corazón, extender los brazos… Y Él, en un susurro, ira  entrando, despacio,  paso a paso,  hasta el último recodo de vuestras  almas…
    Cádiz, a  3 de enero de 2013
                                                    Manuel Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es
 
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          .jpg)  ABDELKRIM, UNA VOCACIÓN LLENA DE VIDA
       Corría  el curso 1966-67, y el latín, el  terrible e insuperable latín, me había apartado de mis compañeros de curso; de  tal manera,  que don Manuel Morales -nuestro  profesor particular, como se decía entonces-, a aquellos muchachos  que nos encontrábamos en circunstancias  parecidas, habilitó un grupo para preparar las asignaturas pendientes y los  grupos de aquella insufrible“Revalida”   del Bachiller Elemental; y de paso -como si no tuviésemos suficiente  tarea-, preparar algunas asignaturas de quinto curso.Así, que a la salida de sus clases -que  por entonces se situaban en un amplio salón de  casa de su madre en la calle General Yagüe, hoy, Alcalde Fructuoso Miaja  Sánchez, justo unos portales  más abajo  del “Whisky a Go-Go”-, junto con mis compañeros Vicente Jiménez y Manuel  Quintero,  bajamos toda la calle, ascendimos  por la verja de los Agustinos, y ya en la calle Real, junto al Banco Hispano  Americano, nos abordó un muchacho magrebí, que al verme  el libro de Química bajo el brazo, tuvo a  bien el pedírmelo  para copiar el autor y  la editorial que lo publicaba. Un poco sorprendido le cedí el libro de texto,  que en su portada gris se anunciaba el nombre de sus autores: Roberto Feo  García y José Manuel Izquierdo; y en letras más grandes: QUIMICA 5º CURSO.  En páginas interiores repetía esta rotulación  y reseñaba: 3ª edición. Año 1962. Y, finalmente, añadía: ES PROPIEDAD. Que en  este caso, al nombre de Juani Fortes Castillo,   le sumé el mío. Parece increíble, que pasados casi cincuenta años de  aquel encuentro casual, que junto a libros como el “Bhagavad Gita”, la auto y  biografía del Mahama Gandi y San Francisco de Asís, o el del “Pan desnudo” del  rifeño, Mohamed Chukri, de la pequeña biblioteca que hay junto a mi cama, se  halle un libro de Química que Abdelkrim tuvo entre sus manos…
 Fue la primera vez que intercambié unas palabras con Abdelkrim, luego  han seguido otras muchas, en diferentes lugares y situaciones. Pues quién de  nosotros, los muchachos de la década de los cincuenta, que crecimos con  él,  no tiene un pequeño encuentro, una  pequeña historia,  un nostálgico recuerdo  que nos acerque de manera personal a su memoria…
 De todos es sabido -mi tía Paquita me lo contó muchas veces- que  Abdelkrím, trabajaba en el Mercado de Abastos haciendo recados y ayudando a las  mujeres  a llevarles la cesta de la  compra a sus casas; con esto ganaba unas propinas y aportaba unos dineros  a  su familia.  Y en estos detalles primigenios, que pueden  pasar desapercibido, comienza a labrarse el carácter irreductible, yo diría  obsesivo, de ayuda a los demás, de generosidad, que siempre le acompañó…
 Las gentes que hemos nacido en Ceuta -como ya he mencionado  anteriormente- tenemos algo que contar de él;   y ahora con su marcha definitiva, esos  recuerdos, esos comentarios que todos nos hacemos, corren como la pólvora de  boca en boca, haciendo más grande, pongamos, como una montaña gigantesca, la figura  y la memoria de Abdelkrím…
 Hacía tiempo, concretamente desde que leí en El Faro la iniciativa de  Hachuel por poner una calle con su nombre, que deseaba relatar y poner en  valor  los desvelos y su extrema  generosidad con los enfermos de nuestra ciudad. No lo hice, y mis palabras de  reconocimiento ya nunca le llegarán… No sé por qué el tiempo transcurre de tal  manera que, a veces, deja en el tintero los mejores párrafos que uno deseara  escribir… No ha hecho falta, de todas maneras, pues el pueblo de Ceuta, antes  de tu marcha ya te ha tributado el más entrañable de los homenajes que pudieran  darse,  al saberse poseedor de tu  cercanía, de tu palabra de alivio, de tu corazón abierto a todo aquel enfermo  que te necesitaba…
 Algunas veces hemos escrito acerca de estos  personajes que el pueblo elige como avatares destacados que alumbraran  la cosmogonía de nuestras más puras  tradiciones y, se proyectasen como ejemplos   que en el devenir, el  futuro  nos dejara como arquetipos indelebles que nos  fueran señalando el camino a seguir… Todas las ciudades tienen personajes  destacados que dan renombre a su memoria y a su historia; sin embargo, Ceuta,  sin desmerecer a las otras, tiene sus alforjas a tal punto  repletas, que harían falta más de mil páginas  para ir describiéndolas en ellas…
 En este punto siempre me interesó   -y puede que a vosotros también- cual es la señal que caracteriza  y distingue a estos personajes, y por qué son   señalados como avatares y protagonista  de los sentimientos más nobles que de un pueblo puedan nacer… La verdad, no es  fácil, y puede que haya más de una razón; sin embargo, quizás la “generosidad” sea el sentimiento que de manera generalizada habite más en ellos.  Yo podría contaros que he gozado con las   lecciones de filosofía de don Antonio Aróstegi,  que me hicieron aprender a reflexionar. Que he disfrutado con la alegría  desbordante de Rafael Vargas en su carrera del carnaval; y con el pellizco de  la copla, que  Joselito y Nicolás nos  cantara en las noches cálidas  del verano  para alegrarnos, pues la alegría la inventaron ellos. Que he sentido la  compasión más desnuda cuando Mariquita Bermúdez, tiraba la manguera por la  ventana de su cocina y daba agua a las mujeres de las Barraquillas de la  Puntilla, en los meses del estío, cuando el caño del “chorrillo” sólo era un fino hilo de agua. Que he soñado -aun  siendo marino- con las  historias de  barcos mercantes y de traíñas  y de la  pesca en nuestro litoral, que nos contaba don Antonio Mira, pescador bravo y  hombre de bien... Que puedo añadir a don José Solera Barcos, en su pedagogía  adelantada a su tiempo, donde el lema de la época: “la palabra con sangre  entra”, fue abolida por él, en otra pedagogía más amorosa hacia sus alumnos.  Que puedo también apuntar el nombre de África la “Macho”, que, recordando a un  personaje de “La busca” de Baroja, nos enseñaba a enfrentarnos a la vida, sin  más  recursos que sus manos desnudas…  Que también citaré a  Mizzian, un político de palabras sin  ataduras, libre y fresco como la brisa del Poniente y  curtido en la desvergüenza de la calle.  O, al cura Vargas, que nos ensañaba a sentir  a Dios, como un padre, sin temor… O, a don Bernabé Perpén, que además de  bautizarnos, todos los sábados, después de la catequesis en su iglesia  de la Virgen de  África, nos daba un vaso de leche en polvo,  un bollo de pan y una pastilla de chocolate,  O, a Mariqui Villatoro, la que  anteayer mismo   anotamos la crónica de   su  despedida…
 Sí;  hemos descrito en el libro  que escribimos, “Ceuta, mi niñez perdida…”, algunos personajes que ya  pertenecen  al acervo cultural de la  memoria  de Ceuta; y no me quedará más  remedio, por necesario,  que adjuntar  otra más que lleve tu nombre  y, que,  desde la tristeza que me acompaña, desearía que fuese la última por escribir…
 En estos días he leído todas las crónicas y escritos que, con motivo de  la última despedida a Abdelkrim, habéis remitido al Faro, y he leído: a  Carmen Echarri,  a Paloma López Cortina,  a B. G. B., a J.C.S,  a  Jacob  Hachuel Abecasis, a Juan Amado (augc), a Ángel Díez…Y en todos ellos está  reflejada la personalidad humilde y generosa de Abdelkrim, y en todos ellos  están reseñados algún detalle que se complementan con los otros.  Y aunque han quedado constatados por  vosotros, yo os apuntaré también, que en una ocasión, estando de guardia en el  transbordador “Bahía de Ceuta”, llegó al garaje una ambulancia para trasladar  un enfermo al hospital de Cádiz; de ella salió con su bata blanca Abdelkrim, al  que me dirigí para preguntar  por el  enfermo, y él, sumido en su preocupación,   me decía algunas palabras inconexas que no acertaba a comprender; más  tarde, algo más sosegado, me apuntó: “ A  este enfermo, tengo que sacarlo adelante…”
 De alguna manera, desearía destacar el esfuerzo personal que hubo de  realizar Abdelkrim para cumplir su sueño de ser medico. Y a esta referencia, me  contaba Mogtar -que en aquellos años se dedicaba al comercio y trueque de ropa,  calzado y abalorios de marroquinería-, que en Granada, lo ayudó en alguna que  otra ocasión, cuando para ganarse su sustento y poder subsistir en sus años de  estudios en la Facultad de Medicina  de  la Universidad de Granada, se ayudaba en su escasa economía, alternado los  libros  con el lavado de  coches.
 Todos conocemos  mil y un  acaecimientos que aconteció a Abdelkrim, y todos apuntan a una conducta que  pareciera que de antemano, ya estaba preestablecida; que no cabía adversidad  alguna que fuera capaz de cercenar el camino ya trazado por él, o por los  Dioses… Nunca sabremos por qué se fue forjando, cuando apenas un niño recogía  recados en la Plaza, la voluntad firme, inquebrantable, de dedicarse a desarrollar  la inteligencia y, más tarde,  a cursar  los  estudios de medicina…
 Ciertamente, he gozado  describiendo algunos trazos  de algunos personajes que en el último medio  siglo  en Ceuta han sido… Y tenido la  fortuna de conocerlos y oír  sus  palabras…  Y he sentido en el alma, las palabras  que pronunció mi padre, camino ya del río de la muerte, cuando llegó Abdelkrim  -ellos se conocían de estudiar juntos en el Instituto el bachiller nocturno- a  nuestra habitación y, animoso, le dijo: ¿Qué, Joaquín, cómo nos encontramos…?  Y, iluminándose su cara, le respondió sólo tres palabras: ¡Hombre, Abdelkrim,  Abdelkrim!… Dos gruesas lágrimas del estanque de sus ojos le  rodaron…Y pude ver, en mucho tiempo, una  sonrisa a mi padre, su última sonrisa…
 Abdelkrim no ha sido sólo un buen médico dedicado en cuerpo y alma a sus  enfermos, él ha sido un paradigma de la multiculturalidad que habita en esta  ciudad. Si en Ceuta se entretejen cuatro culturas y hacen de ella un crisol  donde se funden estas culturas, tienen en el galeno su mejor adalid. Si Ceuta  ha de perpetuarse como una urbe viable a un futuro esperanzador, no nos quepa  la menor  duda que ha de ser como un  pueblo que integre a todas sus comunidades, y lo que es más importante, que  todas estás comunidades se sientan integradas y como parte esencial de una  ciudad que se ha dado en llamar Ceuta. En este concepto de ciudad integrada en  sus cuatro culturas; en este concepto de multiculturalidad, Abdelkrim, ha sido  el más aventajado mensajero, y nos ha dado con    su constante y abnegado  trabajo  en el hospital -dedicado por igual a todos los ceutíes- el mejor ejemplo, y el  camino a seguir para hacer de Ceuta una ciudad abierta a la convivencia, a la  solidaridad y a la libertad de sus hombres y mujeres…
 Ya, Abdelkrim,  no se encuentra entre nosotros, viajó desde Side  Embarek al mar oceánico  donde la paz se  torna definitiva y las conciencias viajeras retornan  al punto    de dónde todo comenzó…su Creador. Pero yo  os aseguro que su alma grande   no abandonará a los enfermos  de Ceuta, aún por mucho tiempo… Y puede que  tras una noche febril de algún niño en el Hospital,  éste le cuente a su madre que un médico de  bata blanca, cogiéndole las manos  y  sentado junto a su cama, ha estado con él toda la noche. Preguntadas las  enfermeras por el médico, éstas le apunten, que sólo ellas, se han turnado en  el cuido del niño…Y puede, por qué no decirlo, que entonces, haya comenzado,  como aconteció a Sánchez Prado, la leyenda de otro médico, la leyenda de Abdelkrim…
    Cadiz, a 25 de enero de 2013                                                    Manuel Castillo Sempere - ceutaenelcorazon.es | 
  
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                                              CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -1ªParte-
         Bien  sabemos que un paisaje es un medio físico que nos dibuja unos acantilados que  se precipitan al mar; o unos pinos que remueven sus ramas a la llegada de la brisa  del Poniente;  tal vez, la silueta  granítica de una sierra -la Mujer Muerta- a contra luz de la caída de la tarde  en el crepúsculo rojo del Estrecho; o quizás el rayo de plata que desde la  linterna del faro de Punta  Almina, no  cesa y avisa a los buques del peligro de los bajos de los hileros de Santa  Catalina…Sin embargo, también podemos señalar que  existen otros paisajes que bien podemos llamar humanos, que al igual que el paisaje  físico, también nos graba en nuestra memoria un aspecto, una característica,  una condición determinada, que tal vez pudiera quedar como aquellos, destacados  en la geografía humana de nuestra ciudad…
 Y al hilo de  esta introducción, bien  podemos decir que Alejo Lladó Luengo  es un paisaje vivo que pasea  nuestras calles y plazas. Que siente el sol de  invierno sentado en  un banco de algún  recóndito jardín; o toma algún café en alguna tertulia de algún concurrido  bulevar; o bien vuelve a su antiguo   barrio y mira desde el  “Recinto”  aquellas playas transparentes y turquesas   de Fuente Caballo y la Peña donde aún perdura su niñez.  O bien, hace todas esas cosas, acompañado de  su pequeño gran amor. Paseantes, cogidos de la mano, transido de la cercanía  de su hija María Jesús, que es, en definitiva,   lo que le acerca en lo espiritual a los  sentimientos de  compasión   y  ternura; o dicho de otro modo, lo que le acerca, casi sin proponérselo, tal vez  sin apenas darse cuenta, a la mirada atenta, inabarcable, de Dios…
 Alejo transcurrió  toda su vida  laboral en el Banco Hispano Americano; y al modo de aquel dicho popular: “De  botones llegó a Director”,  ingreso de  muchacho, repartiendo a los clientes las “ordenes de pago” del Banco, y fue  ascendiendo en la jerarquía administrativa hasta un puesto relevante desde la  humildad de sus inicios… Más de cuarenta años traspaso diariamente  las puertas de esta entidad bancaria, y ahora  a sus 77 años se entretiene en su jubilación, entretejiendo en su memoria los  mejores recuerdos que se le allegan de nuestra ciudad…
 Alejo vivió en la calle Santander, allá en  el principio donde comienza la cuesta del Recinto Sur, lugar privilegiado donde  sus ojos se acostumbraron a la extensión azul, diáfana, que alcanza hasta la  costa difuminada de cabo Negro, en una media luna litoral donde se recorta la  belleza  exultante de la Bahía Sur…
 Día a día, nuestro amigo Lladó,  nos muestra -en estas nuevas tecnologías- las antiguas fotografías de la  “Glorieta” y del Pasaje Fernández1, o Patio Pascual. En alguna ocasión  le he apuntado que las fotos que él expone en su muro, son iconos de aquella  Ceuta única de los años cincuenta del siglo pasado; como aquella, donde se dejó  retratar con su novia de entonces, luego su mujer; y que como telón de fondo  nos dejó retratado  el Pasaje Fernández  de los años cincuenta del siglo pasado. Yo  tenía sólo ocho años en el cincuenta y nueve, cuando se tomó esa foto; y  siempre que veo alguna fotografía de estás, siento un sentimiento de dolor  producido por los políticos de Ceuta que, en su   profunda ignorancia e iniquidad, no han sabido conservar el rico  patrimonio de nuestra ciudad. Porque Ceuta, como tú nos haces ver  con tus antiguas fotografías, ha dejado de ser  una ciudad nuestra para ser una urbe impersonal y extraña, que ya apenas se  asemeja  a aquella bonita ciudad dormida  al pie de la Mujer Muerta y la cinta azul del Estrecho.
 Y puedo decirte que me allegan tanto estos  recuerdos, que he decidido escribir acerca de tus recuerdos personales para que  queden en la memoria de los hombres y en el acervo cultural de nuestro pueblo: la  calle Santander en la cuesta del “Recinto”, la modificada Glorieta y el  desaparecido Pasaje Fernández, o como bien dices, Patio Pascual;  el Pasaje   y la playa de Fuente Caballo y la Peña, que han quedado en tus  recuerdos,  tus recuerdos de siempre…
   Cadiz, a 16 de febrero de 2013                                                    Manuel Castillo Sempere | 
  
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  CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -2ªParte-
 
 
 El Pasaje Fernández o Patio  Pascual, era un conglomerado de callecitas empedradas y casas de planta  baja  e íntimos patios, entre el Recinto,  las calles Velarde e Ingenieros y la Glorieta. Tal vez, el último pasaje de  patios de Ceuta, con un valor etnográfico y arquitectónico incalculable y fuera  de toda duda. No por su monumentalidad, que en todo caso no la poseía, y no la  discutimos; sin embargo, tenía el valor significativo de ser testigo de cargo  de cómo se conformaba el paisaje urbano de aquella Ceuta que, desde el  principio del siglo XX, tuvo un florecimiento y una expansión demográfica,  debido a ser un nudo de enlace con el Protectorado de Marruecos; y a  la construcción del Puerto y el ferrocarril de  Tetuán, amen de la afluencia de barcas y pescadores allende El Estrecho, como  alicantinos y andaluces;  y así  también,  al auge de empresas autóctonas  como las conserveras o las de embotellado de gaseosas y refrescos y cervezas de  las casas”Weil” y “La Estrella de África S.A.”.
 Y por esta razón, muchos nos preguntamos: “¿Si,  en vez de derruirlo y construir un macizo  bloque de pisos impersonales que nada nos dicen de la intrahistoria de nuestra  metrópoli;  no hubiese sido mejor tomar  la alternativa de conservarlo y mostrar a las nuevas generaciones venideras la  belleza de su quietud y la  ejemplarizante  convivencia que, día tras día y puerta con puerta, mantenían sus vecinos?”, que,  a nuestro parecer, hubiese sido la mejor opción
 Bien es verdad que no somos objetivos,  porque nos puede el corazón. Sin embargo, a nuestro favor, y en nuestra  pretensión de acogernos también a la fuerza de la razón, podemos interpelarnos  y preguntar a nuestras Autoridades: “¿Qué patrimonio cultural podemos exhibir y  a la postre hemos dejado a los ciudadanos que conviven en esta capital de las  siete colinas, si ya apenas resta nada que enseñar que alcance los últimos  cincuenta años de antigüedad?
 Todo ha quedado renovado con afeites y  adornos que no le son propios. Todo el paisaje ha quedado impresionado como un  dibujo borroso, impreciso, de un artista sin alma. Nada reconocemos y todo el  paisaje ha quedado roto en la vaguedad de la ausencia de las cosas que hemos  amado…
 El Pasaje Fernández era Ceuta en su esencia  misma…Y el Sagrado  Corazón de Jesús que  adornaba el cantón de una de sus   esquinas que bendijo el padre don Bernabé Perpén. Y era también Ceuta,  sus callecitas, sus patios, y sus casas enjalbegadas  de cal blanca cómo la espuma que la marea  atrae hasta las peñas de la playa que aún nos circunda y nos baña…
 Y si el Patio Pascual era un “icono”;  la Glorieta no lo era menos con su recordados  azulejos con los escudos heráldicos de las provincias españolas desparramados a  lo largo y ancho de toda la plaza. Esos azulejos tenían algo de mágico que  traspasaban lo mero artesanal. Esos azulejos eran algo más…Eran para mí la  belleza de lo lejano, de lo recóndito, y de lo que no puede alcanzarse y se  encuentra más allá de los limites geográficos… Cómo unas acuarelas de agua en el  qué sus dibujos me golpearan en  las mañanas de los domingos, camino del Cine  África en sus matinées para la chiquillería que alborozaba de alegría  a sus puertas…
 Ni que decir tiene que la Glorieta era el  mejor escenario para toda clase de juegos de Alejo y los niños del lugar. Y,  claro está -tal vez no cabe ni mencionarlo-, la Glorieta era la mejor cancha  para golpear a aquellas pelotas de trapo que, apañada su redondez con  apretadas cuerdas que la anudaban y la daban  consistencia, pero que al cabo, después de mil golpes, los retales se descosían  y aquí y allá terminaban esparcidos por doquier. Todos quisimos ser Zarra,  Gainza, Zamora, Carmelo, Puskás, Di Stefano o Kubala…Y quizás lo fuimos, por  qué no, si sólo bastaba con soñarlo…Y díganme si hay algo más verdadero que el  sueño puro e inocente de un niño. Díganme…
 En el estío, la playa de Fuente Caballo  acaparaba todas las energías y el tiempo de los zagales. Desde la cuesta del  recinto en la calle Santander, el paisaje se columbraba majestuoso y pintado de  color añil. El cielo y el mar se abrazaban y rozaban  sus labios como dos amantes que hubiesen  unidos sus cuerpos eternamente. A lo lejos la punta de cabo Negro se esbozaba  algo más cercana contra la silueta difuminada de otras sierras inalcanzables  que -en nuestro empeño de copiar a Gabriel Miro en su forma exacta de describir  el primigenio palpito de la naturaleza- en el humo neblina que se forma en  el momento en el que  sol llega a su cenit,  los montes, transidos de colores cárdenos,  luego de violetas,  expiran exhaustos su contenida  respiración.  Más allá, en la mar, el  azul lo inundaba todo y, la calima, al mediodía,  tornaba blanquecina la línea curva del  horizonte…
 Las escaleras de la bajada de Fuente Caballo, se precipitaban hasta los  guijarros próximos a la orilla;  luego, a  un pasó, la arena grisácea se  dejaba  acariciar, como una muchacha, por las pequeñas olas de la marea y por las algas  que arrojaban las olas en el resbalaje. Y, finalmente, el chapuzón para  alcanzar unas rocas y unos fondos que, dijéranse, por transparentes, que parecieran  de cristal. Y si miráramos, cómo un calidoscopio de colores,  de seguro que hallaríamos:   doncellas, salmonetes,  garopas, caboces, chopas, loritos, bodiones, y  algunos sargos a rayas, cómo si se   acabasen se levantar…  Fuente Caballo,  una pasión, verdaderamente, más que una playa. Un lugar para no despertar y  dejarlo guardado en nuestros recuerdos por si fuese necesario dejar constancia  que aún guardamos  esta pasión. Y aún, al  filo del verano, volver, cómo si fuese ayer… Más allá, como esperando nuestra  presencia, se divisaban una a una  las  rocas, con sus nombres propios,  de la  playa de la Peña(2): “La Marujita” es la grande de la  derecha; a la izquierda “La Pirata”,  y  más a la izquierda la roca más alta  y  que da nombre a la playa: “La Peña”. Por encima de“La Marujita” se encuentra  las rocas de “Los Enamorados”, y a la derecha“Los Trampolines” y frente a ellos  la piedra de la “E”.
 El Pasaje Fernández(3) fue dado a la piqueta en el año  2005, con él se iba una buena parte de la forma y manera de vivir de aquel  entorno entrañable y único de los patios de Ceuta. Alicia Urbano, en un  reportaje del 30 de diciembre del mismo año en el diario “El Pueblo de Ceuta”,  lo deja perfectamente anotado para aquellos estudiosos que en el presente siglo  quieran y deseen aproximarse a este emblemático “Pasaje-Patio”.
 Alejo,  que pareciera que tuviera las llaves de estos recuerdos transidos de la más  pura nostalgia, nos acerca  a unas añejas  fotografías, donde  el párroco de la  Iglesia de África, don Bernabé Perpén, celebra una misa con ocasión de la  colocación de los azulejos del Sagrado corazón de Jesús. Y a renglón seguido  nos acerca otras donde observamos la callecita   principal de patio engalanado con cadeneta y guirnaldas de papel celebrando  una verbena popular que con tanta profusión y costumbre se prodigaba en  aquellos años. Y a decir verdad, en una  se columbra una joven muchacha(4) girando con gracia su abanico; en otra del año 59, se les ve juntos,  prisioneros del amor…Y en la siguiente, un arco que cubre de lado a lado toda  la calleja y, a modo de recordatorio religioso, anuncia  a clérigos y gentiles: “A Cristo Rey”.
 Y como una hojarasca del melancólico otoño,  van cayendo como hojas, las fotografías de la calle Santander, de la calle  Velarde e Ingenieros, de la Glorieta, de Fuente Caballos, y no sé cuantos  retratos de muchachos que, enchaquetados a uso de aquellos años, va nombrando,  ya ausente, ya aturdido por la nostalgia, nuestro paisano Alejo…
       Cadiz, a 16 de febrero de 2013                                                            Manuel Castillo Sempere   | 
  
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 CEUTA EN SU PAISAJE XVIII. ALEJO LLADO LUENGO -3ªParte-
 
 
 Un paisaje, un hombre, un tiempo… Sí; la  historia se repite una vez más y, nosotros, nos vemos obligado, por no sé que  extraña razón, a relatar algunas horas pretéritas de un hombre que ha dejado su  impronta en un paisaje determinado, de una ciudad también determinada, que  llamamos Ceuta…
 ¡Oh, Alejo, yo no quisiera ser el vocero de  estas historias inflamadas -como dijera el franciscano descalzo, Juan de la  Cruz-, de sentimientos y de soledades…; ni el qué se ve obligado a relatarlas!  ¡No; definitivamente no!...Yo quisiera sólo ser como tú…Yo quisiera ser el que  contase sólo mis horas transcurridas para que otros contasen lo que aconteció…  Sí; efectivamente, yo quisiera ser sólo como   tú…
 Quizás no me creas, tal vez pienses que el  gusto por escribir, por hacer literatura, como dijera Mario Vargas Llosa, nos  libera y nos da alas para andar a cuesta con el sentimiento de las cosas que  han de contarse y, sin embargo, he de decirte que si dedicamos tiempo a la  literatura es por la necesidad de expresar la belleza que se haya y se  desprende del alma de las cosas…Qué no es por dejar nuestro nombre, que ya en  nuestra propia ausencia, tiempo ha que lo hemos olvidado; sino porque  permanezca el vuestro en el alma de las cosas y en los corazones  de los hombres que no tienen memoria. Pues  has de saber que, sin vuestro concierto, sin   vuestra memoria, qué sería de las calles, de las plazas, del aire que  todo lo envuelve y al cabo lo pregona. Qué sería del postrero recuerdo de los  hombres que, cómo la corriente constante de un río, no se dejasen con ella  fluir y, al mismo tiempo, permanecer en la bajada de sus aguas hacia el mar…
 ¡Qué sería, Alejo5, en el crepúsculo violeta que  acompaña a la tarde de Ceuta,  sin el  concurso  de  vosotros6! ¡Ausentes de un pregón, del rotulo  de una calle, tal vez de una cita en las paginas infinitas de algún periódico, o  quizás de alguna plegaria  de los  allegados en la última despedida…! Y, sin embargo, en este mar de oceánicas  ausencias, qué sería de  Ceuta, sin  vosotros…
     Cádiz, a 17 de febrero de 2013                                                                                                                                Manuel Castillo  Sempere 
        
          
            
              
                
                  
                    _______1  El  Pasaje Fernández, también  conocido   por Patio Pascual, fue construido en 1911 por Pascual Fernández  Carazoni, en los terrenos que circundaban una huerta.
 Se accedía a él por la  calle Velarde y por la calle Ingenieros   a través de un callejón que daba a la callecita principal. En mi  recuerdo siempre me asombraba que encima de este pasaje, los vecinos,  acomodados en sus viviendas y, en los balcones y ventanales de sus  fachadas, permanecían impertérritos,  distraídos al paso de los transeúntes   por debajo de sus viviendas como si no fuera con ellos. Siempre me  atrajo la curiosidad de este hecho, que después he podido comprobar con una  pequeña capilla construida en un arco del barrio del Pópulo en Cádiz.   Aún hoy estos lugares híbridos entre paso y  estancia, gozan de mi visita con sólo pasear por debajo de ellos…
 En este entorno se  encontraba  el Bar Chocolate de  Paco;   El colegio de las Mercedes, la casa de don Manuel Morales –mi profesor  de matemáticas y física-, la cuesta del Recinto de la calle Santander, las  escaleras a la playa de Fuente Caballo; y claro esta, la plaza de la  Glorieta,  donde todos los niños de Ceuta,  alguna vez que otra, han dejado entre juegos alguna tarde…
 
 2  Sacado de unos  apuntes de Alejo y de Adolfo Orozco Rodríguez.
 
 3  El Pasaje  Fernández o Patio Pascual  fue derribado  en diciembre de 2005, dejando constancia de ello Alicia Urbano en un artículo  del diario “El Pueblo de Ceuta”. José López Arrabal,  dejó
 construida una maqueta a escala para  que, según sus propias palabras, el tiempo no dejara en olvido a este patio…
 4   Ana Mari, la novia de Alejo de  entonces, y luego su esposa, a la que vemos en el Pasaje Fernández -adornado con  guirnaldas de colores para una verbena- abriendo su abanico.
 
 5   Alejo, es un aventajado  dibujante y un magnífico copista, de tal modo que a la   edad de sólo de 10 años, fue capaz de copiar a la Virgen del Rosal. Y la  retrató de tal manera, que sus colores azules, amarillos, verdes y rojos…  captan la naturaleza del retrato recordándonos a los impresionistas, de tal  forma, que, su visión, es pura poesía y carnaval de colores…
 
 6    Alejo  LLadó, al que hemos dedicado está crónica, me envió en su libro-apuntes, este  hermoso retrato de Ricardo Muñoz, zapatero, aunque él, con un increíble sentido  del humor, decía llamarse: “Ingeniero técnico de reparación del calzado”, y que  tituló: La Glorieta del Teniente Reinoso, ¡Hermoso barrio!:
 “La calle Ingenieros, con Paseo Colón,  Velarde, Pasaje Fernández (Patio Pascual), Santander, Fuente Caballo y su  entorno, conforman este barrio;  en el  centro de la ciudad antigua, encarando la Bahía Sur,  La Glorieta del Teniente Reinoso es el eje  central, eje fundamental de todo el esparcimiento de toda la grey juvenil  de las generaciones que han pasado por aquí  en el transcurso del tiempo. Fue antes espacio ocupado por dos grandes  barracones  a lo largo y ancho del  cuartel de la Guardia Civil y los juzgados militares. La Legión siempre ha  tenido presencia en el barrio, el casinillo de oficiales y la banda de música,  que disponía de un alojamiento donde con normal frecuencia ensayaban las  composiciones musicales cuyas notas se esparcían por el entorno. Un bar  típico:  “El Chocolate”, con su  propietario Paco, un personaje popular, y su mujer Encarna que atendía a la  cocina magistralmente, elaborando sabrosas tapas y su peculiar “pescaito”  frito, que atraía a numerosa clientela y en especial a los asiduos vecinos.  Paco no permitía el cante, cosa muy frecuente   en aquellos  tiempos, pero había  una excepción: La Semana Santa. Entonces las potentes voces del “Niño del Cante  Escuchao” y Borrego, ponían en el aire hermosas “saetas”.
 En Fuente Caballo está nuestra playa “La  Peña”, donde todos los niños han aprendido a nadar y donde se formaron  magníficos nadadores y waterpolistas. Cada piedra tiene su nombre encantador: “Marujita”,  “la Resbalosa”,  “el Trampolín”,  “el Boguero”… nombres evocadores de un pasado  nostálgico,
 En el piso superior del Bar Chocolate,  tenia una pensión las hermanas Oliva, y en las viviendas de al lado el taller  de gorras de Garrido. El colegio de las Mercedes formaba  esquina con la calle Santander; cuántos niños  se han formado allí, tú, Alejo, uno de ellos.
 Y el emblemático Pasaje Fernández donde  tantas familias ceutíes han pasado por allí: Catarecha, Aznar, Jarque, Amores,  Beffa, Becerra, Parra, Serrano, Bernal, Saá, etc.
 Don Bernabé Perpén, párroco de la Iglesia  de África  ofreció una solemne misa en la  entronización en el Pasaje del Corazón de Jesús, y allí sigue presidiendo y protegiendo  a todos los vecinos que lo veneran y lo cuidan; y así también, a todos los  niños del barrio a reunirse en la Glorieta para sus juegos  y travesuras y para establecer una amistad  perdurable”.
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 EL AMOR DE  LA NIÑA-MUCHACHA
 
 
 El amor, podría decirse a fuer de  ser sincero, es lo que más nos identifica como ser humano. Nada hay tan hermoso  como caer enamorado de una muchacha y que cada noche tus sueños vuelen hacia  ella. Y quien no ha tenido uno, dos o tres…amores. De ellos, varios ya nacieron,  anónimos y guardados en el corazón como un tesoro que nadie osara descubrir; algunos,  fueron como una llamarada de fuego, pero  pasajeros como las nubes que transcurren  raudas en las mañanas de vendaval allá en el celaje que emborrona al sol;  otros, permanecen en nuestra almas, como un  herida que ni la distancia ni el tiempo lograra cicatrizar, mas quedaran en  nuestros sueños como un rumor, como murmullo sonoro de una fuente lejana que,  en la lejanía, sentimos su constante fluir…
 Y he decir que yo,  apenas   un niño, me enamoré más allá de lo razonable de una niña-muchacha  que acompañaba mis pasos en aquel entorno  mágico donde se ubicaba nuestro Instituto de “Las Puertas del Campo” –el único  que se abría en Ceuta en esos  años-.  Para algunos, el Instituto, significaba el alfa   y el omega de nuestro aprendizaje a la vida y al conocimiento. Empezamos  con ocho años en los cursos de las Escuelas de Preparatorias al Ingreso, y  acabamos en el curso superior de PREU, pasando ineludiblemente por seis cursos  y dos revalidas imposibles. Así, que en tantos años, a pesar de estar separados  por tabiques de aulas  diferentes y, lo  que es peor, por muros culturales de la época, nosotros- atrevidos y  arrogantes- mirábamos y, en algunos casos, también deseábamos a aquellas niñas-muchachas  que, en nuestra intuición,  pensábamos  que disimuladamente, casi de reojo, también nos miraban…
 No puedo ocultar que a medida que iba  pasando de la niñez a la adolescencia, me iba fijando en alguna de aquellas  niñas que ya, como flores de primaveras, se iban abriendo a la vida…Y en esos  años, lo advenedizo y lo inconstante son nuestra huellas de identidad;  de tal manera, que si un día mis pensamiento  viajaban hacia la mirada atenta de algunas de ellas, al poco, volaban hacia  otra que me había levemente sonreído o yo así lo había creído… Desde la  distancia en el tiempo, no puedo dejar de emocionarme del enorme candor que  representa estos devaneos primigenios que, sólo una palabra o un beso, fuera  la  mayor conquista que pudiéramos  alcanzar y que, además, nos bastaba para sentirnos amados y amantes de una  quimera llamada amor, y que traducido, significaba la palabra de las palabras,  la palabra que retumba como el eco de las aguas bajo los puentes, la palabra:  “mujer”…
 Sin embargo, siempre estuvo en mí la  querencia a una muchacha que me acompañó en todo mi estancia en el Instituto  desde que llegué de niño hasta mi marcha al pie de la adolescencia… Y no puedo  negar que al llegar y al finalizar cada día, procuraba acercarme,  sin que ella se diese cuenta, al lugar donde  ella transitaba, jugando con el agua de una fuente, con el aleteo de unos  pájaros, o con las corolas  más altivas y  bellas del embrujado jardín. Bien es verdad, como ya he apuntado, que siempre  tuve alguna muchacha en mi corazón; sin embargo, ella representaba lo  imperecedero, lo inmutable, lo que no cambia a pesar que los años van cambiando  nuestros gustos y nuestras preferencias. No; nunca a través de los años  cambió  ni un ápice mi delicado amor por  ella… Cierto, que los adolescentes vamos como las abejas libando de una flor de  romero a otra de alhucema o de toronjil…; sin embargo, esta rosa única e  indeleble de mi pasión, no decaía ni dio paso a otra imagen que yo, en mi  inconstancia, dejaba su impronta, pues siempre se encontraba presente  y ausente de mi olvido…
 La vida es un camino sin retorno, que paso a paso va yendo de manera  inexorable a lo que el futuro nos depara, a pesar de que algunos, perdida la  razón, intentemos detenerlo. Y vino a concluir lo que tanto quise alejar de las  hojas inexorables del calendario: mi término como alumno de nuestro Instituto  de Enseñanza Media. Todo lo que había representado la razón y ser de un  muchacho, acababa de pronto sin que pudiese darse otra circunstancia   de continuidad; sin que pudiese darse  otra oportunidad de allegarse  aún un tiempo añadido. Todo había terminado y  había de emprender un nuevo aprendizaje lejos del Instituto y de ella…
 Ni que decir tiene que fui a despedirme...  Qué elegí un día achubascado de primavera  de finales de marzo. Qué no me fue difícil  encontrarla. Qué sólo tuve que encaminar mis pasos al lugar donde desde los  olvidados años de mi infancia, ella siempre me esperaba sin pedirme nada a  cambio…  Qué dude de acercarme. Qué la  miré a través de las palmeras y de los setos verdes y entrelazados que, a modo  de una frontera infranqueable, la separaban de mí. Qué al final, consciente de  que la entregaba a su soledad, consciente de mi traición, cruce la maleza y,  como en un rumor, en un murmullo de nostalgia, me acerque en silencio, puse la  rodilla en tierra y la besé dulcemente en un beso que me hizo sentirme unido a  la misma naturaleza de las cosas, más allá de la vida  y de la propia creación de nuestras almas…
 Con los ojos cerrados por la emoción me levanté y me alejé sin decir  nada, pasado un momento volví la cabeza y aún la pude ver sumida en la tristeza  de la despedida;  sin embargo, no  pronunció una queja a mi ingratitud, ni tan  siquiera un reproche a mi desolado abandono…
 Han pasado muchos años, muchos, quizás  demasiados…Yo nunca volví al lugar donde ella   me esperaba cada día a que yo llegara y le dedicara una mirada… Han  pasado muchos, años, y aquel jardín, el jardín de Rosende ya no está…
 Han pasado muchos años, es verdad, y ella,  el amor imposible de un muchacho, ya sólo se encuentra en nuestros recuerdos…
     Cádiz, a 16 de marzo de 2013                                                                     Manuel Castillo Sempere | 
  
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 LA  TERTULIA DEL CAFÉ DEL PUENTE II
 
   La  vida, pasa, se transforma,  fluye,  cambia…Y sin embargo, la vida  permanece  inmutable como algo que jamás cambiara a lo largo de los años. “Nada cambia,  todo permanece”, dice el filósofo Parménides; para al rato apuntar Heráclito: “Todo  cambia, nada permanece” Y yo, confundido por la trascendencia de los filósofos,  me avengo a la verdad de las cosas y les digo que, si bien es verdad que todo  fluye en el paso inexorable de los astros en el cosmos; también no es menos  verdad, que ellos, los astros, al igual que nuestras existencias, permanecen en  el tiempo, en los recuerdos, en el pretérito, más allá de los límites de  nuestras propias conciencias…
 Y Ceuta, nuestra Ítica que se alcanza en  el tiempo  y en la distancia, fluye  constante en el manantial de nuestras almas y permanece también constante en el  tiempo inmutable de nuestros recuerdos… Y deseamos regresar…Y deseamos que,  cómo Penélope, Ceuta nos espere aferrada al recuerdo atávico de nuestro amor.  Y, por qué no decirlo, sentimos  la  locura  que nuestra ciudad nos espere  como una mujer que anhela deseosa y deseante a su amante que llega, henchido de  pasión, a la desnudez de su cuerpo en su alcoba y al pie de su lecho…
 Tomamos el Tranbordador en Algeciras y  viramos a estribor la última farola roja de la punta del dique de abrigo del  puerto. Giró el compás al sur   arrumbando  a la línea ondulada  que a lo lejos Ceuta rompe en el horizonte… El mar  limitado del Estrecho se torna infinito tras  agolparse los chubascos y los pelotones de nubes negruscas que viajan raudas  desde la frontera oceánica donde principia el viento de Vendaval…Todo queda  perdido en una obscuridad de sueño donde, la lluvia, como una cortina trenzada  de plata y agua, cierra  el paisaje a  los conspicuos acantilados y a  las sierras altas de África. El Yebel Musa, el  monte del Renegado y la cantera de   Benzú, que ya  principiaban a  verse, quedaron  sumidos en una pincelada  grisácea  de lluvia, nube y mar,  que los columbraban irreales, ausentes, como  si en su tristeza tuviesen almas. Almas que más que suyas, fuesen nuestras  propias almas transmutadas  en la dura  piedra granítica de sus elevados picos  que, como agigantadas atalayas,  anunciaran nuestro continente: África…
 Y llegamos a los muelles del puerto…Y también llegamos  al Café del Puente Almina, donde al filo del  mediodía, se allegan los tertulianos  de  la tertulia que fundara Antonio Mira y Cayetano Parrado, que ahora, tras el  viaje eterno de Antonio, prosigue Cayetano su curso en el decanato, junto a  Jesús Zurita y Miguel Aguilar… Pareciera que en esta emboscada que le tendemos  al pretérito el tiempo no pasase, y vamos desgranando acaecimientos que nos  fueron dejando su huella en nuestra memoria. Pepe Fortes y Alejo Lladó, se han  acercado en estos días a la tertulia; y, cómo no puede ser de otra manera, se  han ido sucediendo pequeñas historias que los tertulianos cuentan entre  asombrados y risueños al hilo de la trama divertida de cada relato. Alguien ha  debido de avisar de nuestra reunión, pues al poco se han ido añadiendo cada vez  más tertulianos que, a su vez, como en una noria sin fin, vuelven a contar  otras historias que llenan de divertimento a la reunión.
 Y se acercan Federico  Gaona, Paco Torres, Ricardo Barranco, Cayetano León, patrón de una traiña y,  por último, francisco López “El Quini”. Yo debo ser el más joven, porque no me  atrevo a articular palabra ente tanta narración de las cosas y lugares de  Ceuta. Y ahora cuenta Paco Torres cuando tiró la piedra a la salamanquesa que  rondaba el farol de la plazoleta del “Chato”, y dejó sin luz al antiguo barrio  del “Callejón del Asilo”* -muy cerca de donde hoy nos encontramos-; luego es  Pepe Fortes quién  nos narra lo de la  alfombra roja que dispusieron delante de la iglesia de África y a la que  unieron con un alambre a un camión del Parque Artillería y, al arrancar este,  se desplazó la alfombra tan bruscamente que, de manera cómica, hizo que se  elevaran   por los aires el teniente Baldomero, el padre Perpén y el séquito que  los acompañaban; más tarde le toco el turno   a  Federico Gaona con sus  interminables historias llenas de gracias que no sabemos quién disfruta más, a  saber: si él contándolas o nosotros oyéndolas…Y así, como una cinta sin fin,  podríamos estar cada  mañana, cada tarde  o cada noche, sin que  este viejo arte  de contar historias -ya en desuso- decaiga en  el ánimo de nuestros entrañables amigos.
 Al iniciar la crónica pensaba describir  todos y cada uno de los detalles que los reunidos dijesen; sin embargo, la  tristeza, la nostalgia, o yo que sé  que  cosa…, me impide apuntar  estas crónicas;  así que lo dejaremos para otra ocasión, pues hoy, cuando tras la despedida de  los amigos quedé solo, dijérase que el ser de Heráclito me susurró calladamente   que   había  ganado de sobra  la batalla; de tal manera que, a mi pesar,   tengo la sensación de qué cómo él dijera:  “Todo fluye y cambia…”.
 Y en Ceuta, verdaderamente, a pesar de nuestro empeño  en recordar todo aquello que ya no tiene nombre, “todo fluye y cambia” de una  manera inmisericorde…
 
                                                 …………..//////…………… ________*1 En el callejero oficial del Ayuntamiento, al antiguo barrio del  Callejón del Asilo Viejo lo situaba en la calle Misericordia en referencia a la  Casa Misericordia, sucursal de esta institución cuya matriz se ubicaba en  Lisboa.  Su entrada se  principiaba junto a los naranjos amargos de  la fachada lateral del Ayuntamiento y la calle Malcampo, continuaba por Gómez  Marcelo -antigua Gloria-, seguía por la propia Misericordia, plazoleta del  Chato, callejón del Asilo, plazoleta del Asilo, de nuevo el callejón, que daba  a la calle Sagasta  y, por fin,  desembocar en la calle “Muralla”, frente a la rampa del Muelle Comercio.
 *2 En los años setenta el edificio del ingeniero don Francisco de  Paula Gómez, de cúpula parecida  al  ayuntamiento que jalonaba la entrada,   fue demolido  junto con todas las  casas y calles del antiguo barrio de la calle Misericordia y del “Asilo Viejo”.De tal manera, que la primitiva ciudad  medieval que se originó entre los fosos del Puente Cristo que daba acceso a la  ciudad, y el  de La Almina, quedó  arrasada por la voluntad expresa de las Autoridades del momento. De esta manera  mercantilista y falta  de sensibilidad cultural  por nuestro patrimonio, quedó destruido todo vestigio de poder estudiar nuestro  pasado en la que había sido el primer asentamiento de nuestra urbe, la  primigenia ciudad antigua de las siete colinas.  Años después se ha comprobado este afán mercantilista y la  voracidad  sin fin de la especulación  de los constructores y las inmobiliarias de  nuestra capital,  pues poco ha quedado,  por no decir nada, de aquellos barrios, calles, plazas, y patios castizos  que conformaban la Ceuta antigua, la Ceuta que  transparentaba la identidad,  el nombre  propio y el sabor de siglos de una ciudad…
 *3 La calle Sagasta, rotulada  así en honor del insigne y brillante orador y jefe  del Partido Liberal, Práxedes Mateo Sagasta, fue cambiada por el nombre de un  general  alzado de nuestra terrible  Guerra Civil.*4 La antigua calle Misericordia, de nombre tan sugerente para los tiempos  insolidarios que corren,  se torno en  “Sánchez Navarro”-diputado por Cádiz que hizo posible la administración de la  Casa Misericordia al Ayuntamiento de Ceuta- para después, mal llamarse, “gran  vía”.
 
 
 Cádiz, a 6 de abril de  2013
                                                                          Manuel Castillo Sempere | 
  
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 ESTAMPA MARINERA
     Al  atardecer, mientras las traíñas, una tras otra, iban saliendo  desde el puerto pesquero -Muelle  Comercio-,  hasta enfilar la bocana y  ganar  los bajos e hileros de Santa  Catalina y, más tarde, la Bahía Sur,  los  armadores y los viejos lobos de mar, se dejaban caer sobre la balaustrada del  jardín de San Sebastián…Hay imágenes en nuestra ciudad que, por  mucho tiempo que pase, nunca podrán  ser  olvidadas; y ésta, que hemos apuntado, es una de ellas…
 Los dueños de las traíñas1, recostados sus brazos  sobre la balaustrada, esperaban pacientes a que sus barcas largaran las  amarras, y fueran saliendo a la vez que el sol de la tarde declinaba  tras   los pechos ensangrentados de la Mujer Muerta… Ellos, como ausentes,  escuchaba atentos el ruidos de los motores: Pam, pam…pom, pom…pam, pam, pam…  Cada motor de traíña  tenía su propio  sonido de pistón y, aunque entre el contraluz y las sombras ya sólo se  presagiara  la silueta de los barcos,  ellos, los dueños, sabían perfectamente distinguir, por el sonido de la  explosión de los pistones en sus camisas y segmentos de acero, cual de las  traíñas  era la suya…
 El muelle Comercio era el centro de la  actividad pesquera de Ceuta, y una dársena de agua de azul violeta lo bañaba a  levante de su escollera de piedra, y en su remansado interior donde los muelles  anudaban a las barcas en sus bolardos…
 Desde la madrugada, la lonja pesquera daba  cobertura a las primeras traíñas que llegaban con las bodegas repletas de cajas  cubiertas de nieve y el “pescao” capturado. Si los artes en el obscuro2, habían sido calados  libres de corrientes y de los “bichos”3,  las capturas serian afortunadas y la lonja se llenaría en su largo suelo, con toda  clase de productos pesqueros  copejeaos4 “a la luz5” y “al arda”6. Si acaso, las corrientes  fueran vivas, los bichos feroces, y las piedras rompieran las redes, en  los suelos de la lonja sólo se reflejarían  los destellos de las lámparas, en vez de las escamas de plata de los peces…
 Algunos obscuros en el “Lobito” y más  tarde en el “Charrán”, he salido  a  pescar con ellos… Mi niñez esta llena, afortunadamente, de las faenas de pesca  de las traíñas. De los momentos únicos cuando llenos de esperanza, el lucero  desde el bote de la luz,  gritaba: “ha  entrao pescao”; calaban sus redes a la voz del patrón, y, el bote cabecero  llevaba atado a su popa el puño de la red hasta que el circulo daba a su fin,  y se pasaba a bordo el cabo de la jareta,  para cerrar por debajo los paños de red, y empezar a izarla.  Después allegado el copo sobre el costado, los  pescadores, en salabares7,  harían la copejea  hasta rebosar los  salabares, y llenando las cubiertas de escamas y peces de lomos azules y de  plata…
 Nada tan hermoso y, a la vez, tan brutal  como las faenas de la pesca… El mar hirviendo de miles de burbujas…Los peces  saltando por liberarse de las redes…Los pescadores gritando: ¡Tira, tira, tira  de la red…! Y el copejeador, hunde el salabar en el agua y, al momento, lo saca  a rebosar y lo arroja a la cubierta… ¡Tira, tira, tira  de la red…! Y las cubiertas se llenan de  boquerones, de sardinas o de caballas… ¡Tira, tira, tira  de la red…! No; no hay nada tan hermoso y, a  la vez tan brutal…
 Las traíñas remontan Punta Almina; las más  pequeñas, el Foso de San Felipe…La lonja se llena de las capturas del obscuro…  La hora de la venta  principia, los  subastadores vocean los precios, alguien para la subasta y la compra… Otro  subastador vocea otra partida y, otro comparador, la para y la adquiere…Y  subastadores y comparadores, al alimón, juegan durante un rato, a este juego  milenario de la subasta…
 El dueño y los pescadores reparten a la  parte las ganancias, descontado el costo y el gasoil… Ha sido un buen día, los  bares de la zona: Las delicias, El Estrecho, La Fuentecita, El Nacional, El  Canarias, el bar de la Cofradía, Bodega Fortes…, tienen a bien, ser el local  del reparto de las partes… Cada cual, con una copa de coñac o aguardiente,  subirá a dormir la mañana, “pa está fresco   pa la tarde”… Y en la mesilla de noche quedarán unos duros del jornal  del día… La mujer del pescador, cogerá lo que sea menester…
 A la tarde, llega la noche; a la  noche, la madrugada;  a la madrugada la mañana; y a la mañana la  tarde…Y así, el ciclo de la “estampa marinera”, cada día, como una noria de  horas infinitas, gira y gira sin termino, sin punto final…
 A la tarde llegan, de nuevo los armadores y  los viejos lobos de mar…Un papelillo de fumar sacado del la cajetilla roja del  Papel de arroz, Smokig, se lía con tabaco de aquel paquete -de buena picadura- de  tono morado de Crema de Cuba. Una mano curtida de cabos y de redes, enciende el  cigarrillo y lo deja una eternidad en la comisura de los labios… Una traíña  enciende motores; y luego otra, y otra…, y más tarde, van saliendo del muelle  pesquero hasta enfilar la bocana… Los dueños se miran y sin hablarse se  despiden hasta la mañana… Pero, muchos de ellos, aún no se retirarán a sus  casas; sino que unos dirigirán sus pasos  a la calle de la “Brecha”, y otros, se  acercarán a la muralla de la “Coraza” -nosotros, siempre le hemos llamado  el “Mirador”8, y desde allí,  columbraran el rumbo de sus traíñas a los caladeros…Y puede que, ya, sus ojos,  en la agonía del atardecer, agigantadas las sombras, no puedan reconocerlos;  sin embargo, en esas sombras que nos trae la noche, la brisa que viene del mar,  nos trae el sonido de sus motores y, cada armador, sabe, indefectiblemente,  cual es su barca…
 Y, ahora sí…Aún con el sonido de los motores  zumbando en el aire salino de la noche, nuestros viejos lobos de mar, vuelven a  sacar un papelillo de fumar, rebuscan con los dedos en el paquete de picadura, lían  el cigarro,  lo encienden, se lo llevan a  la comisura de sus labios, dan una calada que hace reavivar su lumbre y,  pronuncian la misma oración de siempre: ¡Qué la Virgen del Carmen los proteja!…
 ________1  Traíña: Es un barco dotado de motor y es auxiliado por un bote, llamado:  “cabecero”;  utilizado para cerrar el  circulo en la maniobra de “cerco” del cardumen.   El arte del cerco, también llamado de “traíña”-llamado del mismo modo  que la barca que carga para la faena de la pesca-,  posee relinga corchera flotadora en su parte  superior y de plomos en la inferior. La relinga emplomada tiene unas  anillas en toda su longitud y a través de  ellas, pasa una veta llamada “jareta”. Al calar el arte, el cabezal pasa a  bordo del bote -de ahí el nombre de cabecero- y el resto del arte se va  arrojando al mar  a la vez que el barco  traza una circunferencia hasta volver al punto de partida donde le espera el  cabecero.
 2 Obscuro: Pesca sin luna, con  el objeto de que la mar no tenga los reflejos  de esta, y los bancos de peces, puedan concentrase bajo los focos del bote  lucero; o, también, se pueda ver el “arda” que producen los bancos de peces. 3  Bichos: Delfines y horcas que boquean las redes y, a veces, espantan a los  bancos de peces, antes de cerrar el cerco. 4  “Copejeaos” y “copejea”: En la maniobra  de cerco   se “jala” del cabo  de la jareta,  de manera que las anillas del fondo se unan formando una bolsa. El próximo paso  es tirar de la relinga de corchos hasta que al final solo queda en la mar el  poco arte que contiene la pesca. De inmediato se procede a la “copejea”, que es  la faena de  subir el pescado a bordo  utilizando salabares.   5  A la luz:   A la traíña y al bote  cabecero  se le incorporó el “bote  lucero”. Consiste en un nuevo bote algo mayor que el cabecero y que lleva  instalado entre tres y seis lámparas de parafina que funcionaban con gasolina a  presión. En Ceuta les llamaban “Petromax”. Los cardúmenes son atraídos por esta  potente luz y una vez que el patrón lo considera oportuno se procede a la  calada. Ésta se lleva a cabo rodeando el bote lucero que tiene bajo sus luces  concentrado a los peces.  6 Arda: Los cardúmenes de peces  en sus desplazamientos producen unas fosforescencias que da la sensación que la  mar arde. “De noche se ve el “pescao”,  con el agua hace un arda, como si fuera fosforescente; eso hace el ”pescao” de  noche cuando hay arda, cuando el agua tiene fuego, tiene ardentía, que llamamos  nosotros”. Descripción literal de un pescador. 7  Salabares: Aros en madera o de hierro, a los que se ciñe una red para ir  recogiendo la pesca.  8  Mirador: En el rellano final de las murallas de la “Coraza”, se reunían los  armadores y los viejos lobos de mar, para decirle el último adiós a las  traíñas; nosotros,   los pescadores y los  vecinos del barrio antiguo del Callejón del Asilo, siempre le dijimos el  “Mirador”. Pues bien, no sé que argumentos pudieron esgrimir los directivos del  Club Caballa, para apropiarse de los terrenos altos de la “Coraza”, pues cuando  construyeron el Club   Social, encima,  precisamente, encima de sus murallas, quitaron, -yo más bien diría hurtaron-,  no sólo a estos viejos lobos de mar la posibilidad de despedirse de sus traíñas  como siempre lo había hecho desde tiempo inmemorial; sino que impidieron  que los demás ceutíes, también caballas, como  ellos, pudiéramos pasear y columbrar el mar de la bahía sur desde las murallas  del “Espigón”, o Mirador”, que así le llamábamos… De tal manera, que va siendo  hora, que se restituya nuestra herencia cultural y, como entonces, desde este bello  y entrañable lugar, patrimonio de la Ciudad de Ceuta, podamos divisar el mar,  el mar azul, y añil, y a veces verde, de la ensenada  Sur…
 Agradezco a Alejo Lladó Luengo, y  Rafael Escámez Ortigosa, las fotos aportadas para el presente artículo.  Así, también,   las aportaciones costumbristas que, en muchos días de conversación, me  fueron aportando, tanto, Antonio Mira -que en paz descanse-, como Pepe Fortes,  verdaderos conocedores y enamorados de la pesca en Ceuta.
     En Cádiz,  14 de julio
                                                                   Manuel  Castillo Sempere | 
  
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 LA TERTULIA DEL CAFÉ DEL PUENTE  ALMINA III
       Y  quiso el tiempo del estío mandarnos una cita para que, de una manera  instintiva, sin que la inteligencia tomara parte, sin que una voluntad ajena  mediara, sin que nada ni nadie nos diera aviso,  nos acercáramos   una decena de tertulianos a nuestro lugar de  tertulia en la Cafetería del Puente Almina.Y será mejor nombrarlos y sacarlos de la  placidez y buen refugio del anonimato, a saber: Alejo LLadó Luengo, Miguel  Agilar Ortega, Guillermo Bermúdez Sánchez, Gregorio Dorado Ortiz, Cayetano León  Parrado, Juani Fortes Castillo, Jesús Zurita Prieto,  Maribel Lázaro Durán, Manuel Castillo Sempere,  Federico Gaona Roldán y Jesús León Rivera (ausente en la toma de la foto). Once  tertulianos que, hoy quiso el misterio del azar, que encontrásemos  un mismo tiempo para todos los allí  presentes…
 Mientras emborrono estas cuartillas y la  reflexión, como una planta trepadora, va ascendiendo hacia el plano de la luz,  me pregunto si es sólo el  azar el  causante de la reunión  de hoy, o quizás,  bajo el especto dubitativo  y de una  cierta incertidumbre del azar,  se  esconde otras razones más profundas que hacen que los caminos inescrutables de  un grupo de personas, se entrecrucen  en  un lugar determinado y por un  tiempo  limitado a alguna que otra vuelta de las manecillas de un  reloj…
 Adelantada la reflexión, hemos de continuar  anotando en el “Cuaderno de Bitácora*” lo que acontece y lo que estos  contertulios van desgranando junto con el café   de unos o las cervezas de otros.
 La tertulia es como un ser vivo y autónomo, algo, pongamos, como nuestra  propia ciudad, que: se expande, se estira; se va, se aviene; se alarga, se  contrae; se agranda, se achica; se perfila, se desvanece; se nombra, se olvida;  se agita, se aquieta; se queda antigua, se moderniza; se muere, se aviva;  aparece, desaparece… Se da término hoy,   para retornar con más brío mañana, a la manera  del “Ave Fénix”: de sus cenizas; y, de nuevo, se vuelve a repetir el proceso, con  la monotonía y constancia -yo dijera- del sonido metálico de las campanadas de  la Catedral  que, el aire expande como  una caricia sonora por el ámbito de la urbe, dando voz  de recogimiento, de devoción, a la llamada de  la oración.
 Pudiera parecer que la tertulia fuese cosa  del pasado, del siglo XIX y XX, como aquella clásica y legendaria del Café  Gijón de Madrid, donde  regularmente  acudían  escritores de la generación del  98, como Ramón María del Valle-Inclán, o poetas de la talla de Federico García  Lorca  y Gerardo Diego, este último, de  la generación del 27; e insignes investigadores y científicos como nuestro premio  Nóbel: don Santiago Ramón y Cajal; o,  políticos afamados como José Canalejas, que  tomó su café hasta el día de su asesinato…
 De tal manera, que si en estos días  de modernidad, las tertulias no tienen el auge que antaño tuvieron, no es menos  cierto que, en cierta manera, aún perviven en nuestra memoria colectiva; y,  aquí, allá, y acullá,  a menos que la  ocasión se preste, se crean, de manera espontanea- como la nuestra- otras  nuevas, que reemplazan en un nuevo tiempo, a aquellas legendarias y ya en la  literatura, tertulias…
 Y, a una mirada de soslayo al reloj, la  aguja del minutero nos avisa que ya ha pasado casi una hora desde que principiamos  la tertulia. Y, apenas nos hemos dado cuenta que el tiempo es inexorable; que  el tiempo no tiene dueño y marca sus tic-tac sin que podamos hacer nada por  detenerlo… La tertulia continua su curso y los tertulianos se enmarañan en  discusiones con mil aspectos diferentes que, las hacen enriquecer de pura  profusión de otras alternativas a las que cada uno quiere y desea expresar.
 Y en este curso de discusiones, de   dimes y diretes, Jesús, me   apunta, que mi naturaleza anda  sobremanera  agitada  por las cuestiones que expongo y  debato. Y, yo, como en una disculpa, le digo que bien pudiera ser, pero que mis  preferencias siempre han estado con el ser de Heráclito**; y que este nos dice:  “Que la vida fluye, que aunque vemos el mismo río, el agua que corre nunca es  la misma”; y, que, por tanto,  debo de  continuar agitado y acorde con mi fluir hasta que Dios lo quiera… Sin embargo,  él, compañero de Parménides***, se siente compañero de lo absoluto, de lo  inmutable, de aquello que no cambia y no está afectado por la incertidumbre del  cambio constante de estos días…
 Resulta curioso que cuando en un primer  momento llegamos a la tertulia, deseamos debatir asuntos genéricos, que se  alejen de nuestras cuitas y de nuestros conflictos personales; sin embargo, es  una empresa difícil y, si me apuráis, yo diría que imposible; porque lo  cercano, lo que se convulsiona dentro de nosotros, acaba, como no puede ser de  otro modo, por salir y ver la luz  a  través de nuestras propias  palabras… Y,  es en este momento, donde nos desnudamos no sólo con las palabras ante nuestros  amigos, sino que también nos desnudamos con los sentimientos que afligen y  deambulan, ausentes, cavilantes, tal vez desesperanzados,  en nuestras almas…
 Y la saeta del reloj  alcanzó el último minuto del tiempo acordado;  y, cómo por  un timbre o una llamada tácita,  los tertulianos se van levantado, y en unos minutos las sillas del velador se van  quedando vacías: ¡Hasta mañana!, ¡hasta la tarde!, ¡mañana no vengo, pasado nos  vemos¡, ¡Mañana te diré algo, que hoy no me ha dado tiempo!, ¡no te preocupes,  hay muchos días…!, ¡Bueno, lo dicho, hasta mañana!..
 Y la tertulia, “La tertulia del Café del  Puente Almina”, queda emplazada para otro día, que mañana, Dios mediante, unos  acudirán a la cita, y otros, preocupados por diversos asuntos de mayor  relevancia,  esperarán a otra fecha… Sin  embargo, en la redacción de estos párrafos, difuminados entre sus líneas, van  entretejidos muchos de los sentimientos que me unen y, a la vez me atan, a esta  ciudad milenaria donde las haya; a esta ciudad llamada Ceuta, que,  desde la más pura nostalgia, ya no puedo dejar  de desangrarme con ella.
 Adiós...; adiós, compañeros de tertulia,  adiós, compañeros… Conmigo vais, en mi corazón os llevo…
     En Ceuta, a 21 de agosto de 2013                                                            Manuel Castillo Sempere-ceutaenelcorazon.es  ________                                                 * En la “Marina Mercante”,  se conoce con el nombre de”Cuaderno  de Bitácora”, al libro en el que los marinos, en sus  respectivas guardias, registraban los datos de lo acontecido. Etimológicamente  procede del latín habitaculum-de  habito...habeo; indoeuropeo ghabh,  dar, recibir. Antiguamente se decía bitácula.
 En tiempos pretéritos, cuando los  buques carecían de puente de mando cubierto, era costumbre guardar este  cuaderno en el interior de la bitácora para preservarlo de las inclemencias.  Es un libro en el que nos relata la vida o la experiencia de alguna persona en  especial. También sirve en el desarrollo de un viaje para escribir en ella.
 
 **    “Heráclito (siglo VI a. de C.) fue un filósofo griego que se adelantó al  pensamiento de filósofos contemporáneos. Las respuestas hasta ese momento sobre  la verdad de lo que realmente existe eran diversas. Los cuatro elementos,  inspiró a la mayoría de los filósofos presocráticos, como Thales que afirmaba  que era el agua, o Anaxímenes que creía que era el aire o Heráclito que  proponía que era el fuego.
 Pero  es Heráclito el que cambia totalmente de orientación del pensamiento al  observar que todo en la realidad está en perpetuo cambio y que es imposible  definir algo porque de inmediato esa cosa se modifica y ya deja de ser lo que  era para ser otra.
 Nunca  tenemos la misma experiencia ni vemos dos veces lo mismo porque las cosas  cambian en un constante devenir. Para Heráclito las cosas no tienen un Ser  inmóvil siempre el mismo, lo que existe es un Ser en movimiento que se  transforma. Por lo tanto para Heráclito sólo el cambio existe”.
 Y, en el fluir del río, tenemos la imagen perfecta de su filosofía;  pues, mientras el río permanece, sus aguas siempre fluyen y están en permanente  cambio.
 
 ***  “Afirma  Parménides en estas líneas la unidad e identidad del ser. El ser es, lo uno es.  La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir, y a la multiplicidad.  Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los filósofos  jonios y los pitagóricos, Parménides alzara su voz que habla en nombre de la  razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora  "es" algo que "no era" antes, lo que resultaría  contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La afirmación del cambio supone la  aceptación de este paso del "ser" "al "no ser" o  viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el "no  ser" no es.
 El ser es inmóvil, pues, de lo visto  anteriormente queda claro que no puede llegar a ser, ni perecer, ni cambiar de  lugar, para lo que sería necesario afirmar la existencia del no ser, del vacío,  lo cual resulta contradictorio. Tampoco puede ser mayor por una parte que por  otra, ni haber más ser en una parte que en otra, por lo que Parménides termina  representándolo como una esfera en la que el ser se encuentra igualmente  distribuido por doquier, permaneciendo idéntico a sí mismo.
 Tradicionalmente se ha asociado este poema con la  crítica del movimiento, del cambio, cuya realidad había sido defendida por el  pensamiento de Heráclito. Es probable que Parménides hubiera conocido el libro  de Heráclito, pero también que hubiera conocido la doctrina del movimiento de  los pitagóricos, contra la que más bien parece dirigirse este poema.  Especialmente si consideramos la insistencia que hace Heráclito en la unidad  subyacente al cambio, y en el papel que juega el Logos en su interpretación del  movimiento. Obviamente, en la medida en que Heráclito afirma el devenir, las  reflexiones de Parménides le afectan muy particularmente, aunque Heráclito  nunca haya afirmado el devenir hasta el punto de proponer la total exclusión  del ser”.
 
 NOTA: Agradecemos al encargado de la  Cafetería del Puente Almina -Juan Luis Vives Rojas-, su cariñoso comportamiento  con todos los tertulianos de esta peculiar y entrañable tertulia; pues más de  una vez, en el transcurso  nuestras  acaloradas discusiones, dejados llevar por nuestra vehemencia, hemos alzado -el  que suscribe en particular-, nuestras voces…
 
 Ceuta, 25 de agosto de 2013
 Manuel Castillo sempere
 
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                                         CEUTA EN SU PAISAJE. ATARDECER EN  EL ESTRECHO
 
 
 Y qué podemos decir de esa ensenada  -creo, si no me equivoco- ensenada de Benzú al atardecer... Cuando el sol, ya  declinante, va camino de sumergirse en las aguas obscuras del Estrecho… Cuantas  veces hemos mirado para Poniente a la caída de la tarde, cuando el horizonte va  transformándose mágicamente de un color a otro: pasa de un azul celeste a otro  más obscuro, para lentamente ir pintándose de oro en un amarillo eterno; para  seguidamente tiñéndose de rosa y, más tarde, ensangrentarse de rojo fuego, que  va tornándose, en su agonía, en rojo tinto…
 
 ¡Ah,  los atardeceres imposibles del Estrecho y la Mujer Muerta, allá en el viejo  Atlas!
 Aunque no pueda verlos, siempre su imagen nos  quedó grabada desde nuestra niñez para siempre jamás… Nosotros, aquellos que  hemos nacido en esta orilla de África, no podemos  desprendernos de nuestra impronta y, por tanto, no podemos alejarnos de su  belleza exultante y, a la vez, llena de la calma antigua que, entregan las  orillas de estos continentes abrazados en la cenefa azul que los separa…
 
 Y,  finalmente, tras la negrura del ocaso, el cielo se enciende con el pequeño  fulgor de millones de astros… Y la noche, candil a candil, busca a la luna, que  aún no ha salido, al otro confín del Estrecho… A Levante…
 
 Buena  fotografía, yo diría magnifica, de José López-Pozas Díaz, que yo, inspirado por  ella, he intentado traducir en palabras, lo imposible, a todas luces... Porque,  decidme vosotros, hombres y mujeres de esa tierra que habita y que duerme su  sueño en África: "Acaso se pueden traducir en palabras los atardeceres  rojos del Poniente en el Estrecho, cuando el sol ya viene descendiendo del  rostro a los pechos, hasta rozar los pies de esta mujer nacida, incluso, antes  de que lo hicieran los Continentes; y, por fin, caer agotado; entregado a las  aguas azul marino del mar y desparecer tras la línea infinita del  horizonte"...
 
 Apenas nada o casi nada podemos  decir de los atardeces rojos del   Poniente en el Estrecho, pues cae sobre nosotros como un telón de  colores intangibles que hace imposible que apenas podamos articular  palabras.  Qué pintor acopia en su paleta  -como un alquimista-, la amalgama de  substancias,  ingredientes y principios, para que con   esos elementos pintar los colores que la naturaleza dibuja en el  crepúsculo…
      Pareciera que aquellos que nos asomamos al ventanal majestuosos del  ocaso, quedásemos al momento, transidos y prisioneros por su belleza antigua,  de siglos, de toda una eternidad repitiéndose, día tras día, sin que nunca  llegue a acabarse… “Nada  se repite”,  apunta el filosofo; sin embargo, basta con  mirar hacia Poniente, donde a contra luz se recortan las altas sierras de la  agigantada mole del Atlas; que, en un milagro quimérico, la desnuda piedra se  ha hecho mujer, para darnos cuenta  de que  cada atardecer se columbra diferente y, sus colores, se entremezclan en tonos  distintos que hace que el pintor anónimo que lleva el encargo de la Naturaleza,  descubra, para cada tarde, principios diferentes con que colorear los cielos y  la nubes, las líneas quebradas de las sierras, y el zócalo azul del mar que  besa enamorado a Ceuta …
 Hemos acabado la redacción del pequeño relato que en su momento  nos propusimos escribir. Un pequeño relato  donde dejáramos prendida en el aire salino de la brisa, todo lo que nos  acontece al dejar nuestra alma olvidada en el tiempo;  en  el  tiempo mágico de los ocasos que apagan la luz cegadora del sol, y nos traen la tenue  luz, suave, titilante, imperceptible, de  millones de lámparas que los astros van  enciendiendo a lo largo de la noche…
 NOTA:  Agradecemos a José López-Pozas Díaz,  su bella y magnífica fotografía, pues  en  ella   nos inspiramos para  escribir el relato narrado.
      En la mar, 7 septiembre 2013                                         Manuel Castillo  Sempere-www.ceutaenelcorazon.es | 
  
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                                                        ¡A  LA  RICA GARRAPIÑADA!
 
      A  la tarde, desde  la calle “La Muralla”, o  el Paseo de las Palmeras, como la llaman ahora, se elevaba un aroma dulce, de  caramelo, que llegaba hasta más allá de la Marina…  Este aire tan aromatizado de dulzor, procedía  de la cocción de la garrapiñada en un caldero que, al fuego de un anafe,  “Manolo”, preparaba junto a la palmera de la parada  discrecional de la camioneta de Hadú, en la  acera de  enfrente al monumento de  Gonzáles Tablas. Los niños, nada más que salir del Instituto  -en aquellos días sólo había uno, sin nombre propio,  que  es  el que se encuentra actualmente  ubicado  en la subida  de Las Puertas del Campo al  Morro- bajamos prisioneros de ese olor a caramelo, a comprarle  a Manolo, un cucurucho de esas ricas  garapiñadas… Menos de una peseta creo que costaba el puñado de garrapiñadas,  pero el sabor, ese sabor tan característico, se deshacía en nuestras bocas,  como el mayor de los placeres que un niño puede pretender alcanzar, tanto, que  aún hoy, de vez en cuando, compro garrapiñada, no por el gusto de comerlas,  sino por la nostalgia de aquellos años de niñez que me produce el solo  degustarlas…
 Hace unos días me llamaron de Ceuta para  decirme que Manolo había emprendido su último viaje y que ya no estaría más con  nosotros… ¡Qué tristeza, Señor, sentí en ese momento! No lo pude evitar, ya sé  que es algo inexorable, y que todos algún día, también hemos de irnos; sin  embargo, Manolo, era algo más que un amigo, Manolo, era un “personaje”  emblemático de Ceuta, allá donde los haya… Y es como si hubiese muerto con él,  también,  un paisaje…
 Manolo fue guardia urbano, y el  Ayuntamiento le sancionó por no considerar digno  a la  autoridad de un guardia elaborar su rica garrapiñada  al pie de la calle La Muralla, a unos metros tan solo del Palacio Municipal; sin  embargo, los responsables del Ayuntamiento se equivocaban, pues elaborar la  mejor garrapiñada y que los niños soñásemos con ella, de ninguna de las maneras  podía menoscabar la imagen de seriedad de la Casa Consistorial; así que al poco  no tuvieron más remedio que restituirlo en su puesto, y acceder, ¡faltaría  más!, a que continuase embalsamando el “Paseo”, con su olorosa Garrapiñada. Los  niños, desde luego, volvimos a reunir: aquí, de un bolso;  ahí, de un bolsillo; allá, prestadas,  algunas perras gordas, para comprarle a  Manolo, por una peseta, dos cartuchos y un   puñaito de aquella sonrosada y sabrosa garrapiñada…
 Pareciera que las personas cuando se cubren  de la púrpura del “Poder”, perdiesen la inocencia, y como que les faltasen la  sencillez tan necesaria para atender el negocio de la cosa pública, en un  comportamiento abierto y generoso en atender los problemas de los ciudadanos. Y  he de decir, que Manolo, cuando me relataba este suceso de su vida, en sus  palabras no se  mostraban ningún signo de  resentimiento, más bien al contrario, mostraban ecuanimidad y respeto hacia  aquellas personas que le  había herido en  su orgullo; sin embargo, sus ojos se tornaban como de cristal, como mojados por  alguna tristeza, que en su bondad, no dejaba   traslucir…
 Algunos años más tardes, quiso  la causalidad   que  un  verano nos reencontrásemos en la playita  llena de rocas que hay al final del Chorrillo, después del último espigón, y  debajo donde  hoy ponen las “volaeras”. Y  aquella fue nuestra playa todos los veranos en agosto. Playa de guijarros  grises y  gordos que hacia difícil de caminar por ella;  pero en cambio, playa  de un mar pintado  de  azul y a trozos de  turquesa, que semejaba sacada de las  mejores láminas de Vincent van Gogh… Algunas  veces gustaba de sentarme a tu lado y arrojaba alguna que otra piedra plana  -para que saltara- al mar. Y oyendo ese murmullo de las olas extinguiéndose en  la orilla, íbamos desgranando  uno a uno  nuestro parecer de las cosas de la vida… Pero, al rato, como para romper un  poco la seriedad de nuestras reflexiones, te llegabas  a tus ropas y, al momento, volvías con un  papel doblado, que con mucho cuidado ibas desplegando hasta dejarlo abierto  delante de mis ojos. Y en él, como un secreto bíblico, llevaba escrito la  primera frase de incontables chistes, que día tras día, como un ritual atávico  de obligatoria presencia, nos recitabas… Tus chistes, tus chistes contados de  manera magistral se habían hecho costumbre, tanto, que a veces, acabamos en el  agua de pura risa y divertimiento… Chistes de loros, de mariquitas, de catetos,  de políticos, de la mili, de curas, de borrachos, de franceses, rusos y  españoles, a saber el más listo… Chistes blancos y verdes de cualquier  situación y modo que, Manolo, se complacía en recopilarlos en su famoso  “incunable” para luego, lleno de humor, recordarlos  hasta hacernos sonreír…Y como no podía ser de  otra manera, después del último, siempre alguien pedía ¡otro, otro, otro…!   Y, claro, el otro era  el del famoso tuerto, que cansado  de que un loro le llamase cabrón, lo metió en  el congelador,  y al cabo cuando fue  recogerlo, el loro a pesar de encontrarse congelado, con una patita se tapaba  un ojo; y con la otra, con lo dedos,   simulaba un cuerno.
 Los hombres pasamos y, aunque no nos lo  propongamos, vamos dejando una huellas en las horas que nos toco vivir. Y yo he  de decirte, desde la sinceridad y la soledad de la ausencia, que tus huellas  han quedado señaladas en la memoria de los que tuvimos la fortuna de conocerte  de cerca.    La tristeza nos golpea el alma cuando alguien  que amamos emprende su camino definitivo…La tristeza nos golpea, es verdad, sin  embargo, hay algo de esperanza en esta tristeza; porque es una tristeza que nos  hace tener esperanza en un lugar sin distancia y sin tiempo, donde nosotros,  los que hemos sentido alguna vez el susurro de Dios, podamos, de nuevo,  reencontrarnos con nuestros amigos…
 NOTA: Es probable que los ángeles hagan coro alrededor de la anafe y el perol  de bronce que  Manolo se ha llevado al  cielo; de tal manera que, embriagados por el  olor a caramelo que embalsaman los espacios  celestes, no se vayan a los quehaceres que San Pedro de ordinario les ordena,   hasta  que Manolo, un poco apurado por el encargo,   les entregue sus correspondientes cucuruchos de ¡la rica  garrapiñada!... Y gratis, ¡Qué suerte…!
 
 Cádiz, a 26 de diciembre de 2011
                                 Manuel Castillo Sempere -Ceuta en su paisaje-
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  HA LLEGADO LA PRIMAVERA
         Dicen  que ha llegado la primavera…Y como todos los años la naturaleza comienza a  despertarse del largo invierno desde que las primeras hojas comenzaran a caerse  de los árboles… Ahora empieza un nuevo ritmo que hace que todo se agite y la  vida se eleve en todo sus esplendor; dijérase  que es el pulso intenso de la vida la que  llama a arrebato para que renazca todo lo que ayer estaba dormido, y hoy debe  de alzarse para proclamar que ha llegado la primavera y es tiempo de fiesta, de  alegría, de viejos sueños aún no alcanzados, de palabras, de juegos, de volver  a las cosas olvidadas, de romper los misterios y allegarse a la esencia de las  cosas. En definitiva es el tiempo donde la vida alza su copa por encima de los  altos pinos y las altas sierras, y da un brindis a las aguas que bajan de las  cumbres aun nevadas, a los murmullos de los arroyos, a las cigüeñas que  regresan a su nido de las altas espadañas de las iglesias;  a las raudas golondrinas, que al igual que  ellas también regresan a los bajos de las balconadas del Ayuntamiento…Sí, la primavera ha  llegado… Lo dicen los estudiosos del cielo y de los   equinoccios y de las orbitas de los astros…  Y, ahora en sus cuentas y cálculos  afirman que ha entrado la primavera; sin  embargo, a nosotros no nos hace falta esos cálculos para saber que ya llegó la  primavera, porque  sólo hay que allegarse  a los campos, a las avenidas, a los parque   y a los jardines donde crecen los naranjos, para comprobar que ahora se  visten con el blancor de la nieve de los azahares; y, que, el aroma que dejan  en el aire, la brisa lo lleva, como el mejor   y más raudo mensajero, al último confín de la ciudad, como noticia  exacta y perfumada de que ahí, entre azahares, ha llegado la primavera….
 Sí; no lo podemos ocultar y como el dicho  popular dice: “la primavera la sangre altera”. Y, es verdad, la primavera nos  altera la sangre y, con ello, nos altera los deseos, los sentimientos y las  ganas de alcanzar cosas que hace unos días nos fuera del todo imposible. Sin  embargo, ahora, en este tiempo de licencia, como en un nuevo carnaval  de sentimientos encontrados, pareciera que la  naturaleza nos aúpa a un nuevo estadio donde nace la belleza y nos deja  extasiados con el embrujo de un nuevo sortilegio de palabras encantadas, que  nos hiciesen  vislumbrar  la vida misma en una intensidad que sólo los  artistas y poetas alcanzaban a sentir en sus ignotos sueños…
 Definitivamente, la primavera ha llegado…Y  los naranjos que rodeaban Ayuntamiento,   aún sin estar  -porque una mala  mano los cortó- seguirán  haciéndonos  llegar  el aroma embriagador de los  blancos azahares y perfumaran y embalsamaran   el aire  de la Plaza de  África… Los jardines de la Argentina en las  Puertas del Campo, que también llamábamos: Jardín de  los Enamorados -por aquel anónimo “Romance  del “Prisionero”, donde se apuntaba: que los enamorados  en mayo “iban  a servir al amor”, helo aquí:
 
 “Que por mayo era por mayo,
 cuando hace la calor,
 cuando los trigos encañan
 y están los campos en flor,
 cuando canta la calandria
 y responde el ruiseñor,
 cuando los enamorados
 van a servir al amor,
 sino yo, triste, cuitado,
 que vivo en esta prisión,
 que ni sé cuándo es de día
 ni cuándo las noches son,
 sino por una avecilla
 que me cantaba al albor.
 Matómela un ballestero;
 ¡déle Dios mal galardón!”
 (  Lo cantaban los juglares en el sigloXXIII).
 
 Y, también llegaba la primavera a San  Amaro y a otros jardines y plazas… Y a los caminos en cuesta y a los cerros del  Hacho;  y a las altas cumbre de los  fuertes de Isabel II y de Anyera y del Renegado. Y la primavera descendía en la  floresta de helechos, jarales y  pinos  hasta las playas de Calamocarro y Benzú, donde el sol las plateaba  en la mañana; y, a la tarde, las doraba como si  se transmutan en oro...
 La primavera ha  llegado… Ya no hay ninguna duda… Ha llegado sin apenas golpear nuestra  puerta;  sin embargo, como todos los  años, ahí está, dejándonos su aroma  de  pinos y de flores y del agua  que  precipita alguna nube que viene de Poniente hacia los azules tardíos y malvas  del mediterráneo… Nada queda en el olvido y todo transcurre en el tiempo exacto  de un reloj. Todo pasa -como dijera el poeta- , es verdad, y queda en nuestra  memoria, pero al cabo todo vuelve -como también bien dijera- para que aquello  que aconteció, se nos allegue de nuevo con el sabor y la conciencia de las  cosas que, aun siendo inalcanzables, perduraran para siempre en nuestra  memoria…
 Dicen que ha llegado la primavera…
       Cádiz, a 23 de marzo e 2014Manuel Castillo Sempere
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                                                    .jpg) LA VIRGEN DEL CARMEN
 “In Memoriam de Emilio Pérez Delgado, niño que  abrió los ojos en el Callejón del Asilo y que ya navega para siempre jamás  en las aguas eternamente azules del Estrecho  y de los Cielos…”
 
 A la mañana del 16 de julio, los  niños de “Callejón del Asilo” bajábamos, como atraídos por un nuevo mago Merlín,  hacia el Muelle Comercio. Ya en la noche anterior, en los escalones de la casa  de Emilio, junto a la puerta del “Asilo”   se habían contado una  y mil  historias de los bravos pescadores de nuestra ciudad: del naufragio del Lobo,  de la pesca de la melva que se contaban por millares,  de los atunes de la almadraba, de los terribles  temporales del Estrecho y yo no sé cuantas cosas más…
 Cuanta ilusión y cuantos nervios en la  bajada a la explanada del muelle donde se colocaban los motocarros de carga.  Todo estaba adornado de banderitas de colores y la gente empezaba a congregarse  procedente de las barriadas de pescadores: de la “rivera”*, del Foso San  Felipe, de la Almadraba, de nuestro Callejón del Asilo…
 Y, a media mañana comenzaban los festejos  con la carrera de botes que, desde el cantil de la lonja, bogaban hasta más  allá de la farola roja del rompeolas, donde rodeaban la boya del extremo de la  manga de la carrera y vuelta a la lonja. La carrera de botes dijéramos, era la  expresión más exacta de la fuerza y la destreza de aquellos muchachos  adiestrados en la rudeza y en la violencia del mar. Nada  pudiera significar una valoración más  cualificada para ellos, que alzar victoriosos al cielo los remos  en señal de bravura, de arrojo, de competir en  temeridad y audacia  a la cólera  constante de la mar… Y la mar los preparaba  para la incertidumbre del regreso, para la lucha cuerpo a cuerpo contra las  galernas, contra temporales desechos del invierno, contra   que habitara el miedo en sus corazones…
 Luego vendría la cucaña,  donde  los pescadores tendrían que coger un pañuelo rojo al final de un madero que  habían colocado a bordo de una traíña,  y  que lo  habían  untado todo de sebo…Y, desde luego que lo  intentaban, sin embargo, uno tras otro caían al agua sin tomar en sus manos el  ansiado trofeo. Al fin, un muchacho, tras guardar el equilibrio, en su  caída  alcanzaba el trapo encarnado que  mostraba orgulloso en una mano tras la zambullida…
 Más tarde tenía lugar la carrera de sacos  que daba lugar a una algarabía de risas, pues en la loca carrera algunos  tropezaban y caían de bruces al suelo, para al poco  levantarse  y tropezarse con otros en una escena que nos  llenaba a todos de risas.
 También, debajo del Salón-Bar de  la Cofradía habían dispuesto otra cucaña de un  palo en vertical al que también lo habían  cubierto de  grasa, que los concursantes  tenían que subir y arrancar el trapo   rojo colocado en su extremo. Ni que decir tiene que los muchachos,  apenas principiado unos metros, sus manos y sus pies irremediablemente  resbalaban palo abajo como consecuencia del sebo. Sólo cuando el madero  se fue limpiando de grasa por el abrazo y el  roce de los torsos de los mozos, al fin uno de ellos  pudo conseguirlo entre el fuerte aplauso que  decidieron darle el numeroso grupo que asistía extasiado al espectáculo.
 Acabada esta cucaña, se llamaba a los  participantes del “cholote a dos”, que consistía en  darle con una cuchara y con los ojos vendados  el chocolate al contrario. Ni que decir tiene que el humor era lo más  característico de este juego, porque la cuchara con el chocolate la llevaban a  todas partes menos a la boca… Ahora dejaban el chocolate  en la cabeza del encartado, luego metían la  cuchara por un ojo, más tarde -las menos-, por fin la entraban en la boca. Y  todo  se acompañaba con los murmullos y  las interjecciones pertinentes: ¡más arriba!, ¡más abajo!, ¡más cerca!, ¡más  lejos!, ¡a la derecha!, ¡a la izquierda!...
 Y, finalmente, como plato fuerte de los  festejos de la mañana se terciaba con una piñata de pequeñas cacerolas  que se rellenaban con diferentes productos, a  saber: caramelos, agua sucia, vino,  monedas, azafran, etc.;  y  que  los concursantes con los ojos vendados tenían que intentar romper con una  estaca. Ora se situaban debajo de las cacerolas y acertaban rompiéndolas y  desparramando su contenido que, cuando eran caramelos o monedas  los niños se arrojaban al suelo para  recogerlos; ora, prisioneros de sus cegueras, avanzaban unos pasos  hasta cerca de los congregados que, de inmediato,  huían despavoridos ante la amenaza del golpe de estaca que el concursante  cegado podría darles…
 Y   acababa la mañana entre las risas y el buen ánimo de las gentes del mar…
 Y, a la tarde, como contraste a la alegría  y al divertimiento de la mañana, se procesionaba  a la Virgen del Carmen… Y desde la iglesia de  África escoltados por los marineros  de  la “Compañía de Mar”, marchaba la comitiva por la calle “Muralla”1  camino del Muelle Comercio. Y los fieles, devotos de su imagen se persignaban a  su paso e inclinaban la cabeza en señal de respeto. Aquella Imagen Sagrada era  la Madre de Dios, la Reina del mar, nuestra Señora, la Virgen Inmaculada que  rogaba ante su Hijo por los descalzos, por aquellas criaturas desamparadas, por  los hijos del mar, sus hijos:  los  pescadores…
 La procesión ya alcanzaba  al puerto pesquero, el gentío se arremolinaba  por toda la explanada del muelle engalanada de farolillos y banderas de  colores. Y una traíña,  la traíña que  aquel año le había caído en suerte de llevar a la Reina de los Mares, la  esperaba junto al cantil del embarcadero para que su presencia fuera el mejor  augurio de un buen año de pesca…
 Terminado el abordaje de la Virgen en el  Mira, en el   Dorinda Dapena2, en el Momy Sdo.,  en el  en  el Unión de Hermanos, en el José Fuentes, en  Los Parejas, en la Sebastiana,   en el  Torres Ortigosa, en el Gracia Amate, “el Ardero”,  en el María Andujar, en el  Virgen de África, en la  Joven Antoñita, “la Liebre”, en el Cordobés,  en  el Cantón,  en el Antonio y María López, en el Segundo, en el María Dolores, en “El Lobo”…,  o  en cualquier  otra embarcación de las más de cien que conformaban la formidable  flota de pesca que amarraban y fondeaban en  nuestra dársena pesquera, la proa de la traíña afortunada largaba las amarras  de los noráis de la lonja y  emprendía la  navegación por todo el puerto de Ceuta. Y enfilaba primero la roja del  rompeolas, para luego rozar toda la cara de levante del muelle España y  arrumbar después hacia las apiladas colinas negruzcas  del carbón de Alfau. Más tarde se allegaba a  las aguas algo más revueltas de las  puntas de la bocana para, con un aire  majestuoso al socaire de los diques de poniente, ir navegando hasta la altura  de la fabrica de hielo, y, a la vuelta, los buques mercantes, avisados de su  presencia hacían sonar sus tifones  como  si en verdad, la Madre de Dios, se allegase de los cielos y les entregara su  divina presencia a los humildes pescadores…
 Las sirenas de los buques sonaban y sonaban  por doquier hasta hacer estallar el aire de acompasados sonidos metálicos…Y las  cientos de embarcaciones  que acompañaban  a la “Mare de Deu”3, repetían con su bocinas los ecos de aquellos en  un carnaval de sonidos que atronaban la brisa de la tarde que empezaba a  sentirse en el frescor del poniente… Toda la tarde ardía en tonos rojos,  malvas, tintos, como si la Señora, en una ahora mágica, quisiera obsequiarnos  con el más exultante espectáculo que la Naturaleza pudiera brindarnos. Estaba  claro y los signos así lo presagiaban, la “Mare de Deu”, nos abría de par en  par las puertas inabarcables de la  compasión  y la alegría de su divino corazón… Toda la tarde, el cárdeno crepúsculo,  se embrujaba al paso de la traíña y su  Imagen  Santa…
 Nada era igual a otros días. El día de  hoy era el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, día de nuestra  Redentora  y día de Aquella que reza en  nuestra desventura, de Aquella que vela por nosotros en los días terribles de  los temporales de levante, de las “Sudestas”4 que desolan las costas  del Estrecho…
 La Virgen del carmen ha bendecido las  aguas, las traíñas y la pesca. Los pescadores podrán hacerse a la mar con  nuevas ilusiones, con nuevas esperanzas que guardan como tesoros en sus bravos  corazones. Los hijos  de la mar  podrán embarcar a  la tarde en sus respectivas traíñas y  abandonarse en ellas…  Y cuando la popa  de sus barcas se alejen de las puntas de la bocana del puerto, en esa  soledad  de la noche que llega, la Virgen  del Carmen les protegerá  de la  incertidumbre de la vida que,  como  al azar de unos dados, se juega  entre el azul intenso del mar y las  espumas blancas de las olas…
 Y, con esta tradición -yo diría de  siglos- no acierto a comprender como se ha permitido que en nuestra ciudad, en  Ceuta,  se pierda este capítulo memorable  de nuestra historia. Como se consiente que la Virgen del Carmen, patrona de los  pescadores   y Señora del mar, ya no la  hagan surcar por las aguas del puerto, por las aguas de nuestras bahías…
 Sí te asomas, paisano, a cualquier pueblo  marinero del litoral que tienes enfrente de ti   del litoral gaditano, empezando por la Línea, Algeciras, Tarifa,  Barbate, Conil, San Fernando,  Cádiz,  Puerto de Santa María, Rota, Chipiona, Sanlúcar y  terminando por Bonanza, en  todos ellos podrás columbrar como sacan a  pasear en  aguas de su litoral a su  Virgen, a su Imagen Santa del mar, a la Virgen del Carmen, a su Madre  en los cielos y a su Redentora en el mar. Y  dicen que si Capitanía no permite, que si la seguridad, que si las normas, que  si los protocolos de seguridad, que sí…
 En cualquiera de estos pueblos marineros  del litoral gaditano, paisanos, la Virgen del Carmen sale a la mar5,  y detrás de Ella, detrás, va un pueblo devoto cantando y rezando una Salve, la  Salve Marinera: “Ruega por nosotros tus hijos,  tus hijos  del mar”...
 
 En Cádiz, a 10 de julio de 2014
 
 Manuel Castillo Sempere  - www.ceutaenelcorazon.es
 ____(*)  Consideración de la “v” en vez de la “b” en  referencia a una grafía antigua.
 
 (1) Calle Muralla: Cuando se plantaron las palmeras pasó a llamarse Paseo de las Palmeras.
 (2) Muchos de los nombres  de las gentes del mar de la flota pesquera de  Ceuta, como los López, los Fortes, los Sánchez,   los León, los Fuentes, los Miras, los Melchor, los Escámez, los Andujar,  etc., provienen de aquellos primitivos pescadores que se  allegaron a principios del siglo XX de las  costas almerienses, de pueblos como Cabo de Gata y San José… (3) Mare de Deu: Madre de Dios. (4) Sudastas: Los terribles  temporales de levante que asolan nuestras costas vienen con el viento y la  mar  del Sudeste.
 (5) Las normas no pueden contemplar todo aquello que el tiempo va acumulando en  nuestros corazones; las normas,  de  ninguna de las maneras, puede  interpretarse con tal rigidez que acaben con  las más antiguas de nuestras tradiciones. Y en el caso que nos ocupa, la  navegación de la Virgen del Carmen por las aguas del Puerto y la Bahía Norte  lleva más de un siglo llevándose a cabo. En todos los pueblos del litoral de  Cádiz la Patrona de los marineros procesiona por sus aguas y, cientos de  embarcaciones, van detrás de ella y   del  pesquero que la lleva. Y así será  por  siempre jamás, porque es la tradición de nuestros pescadores, de nuestros  marineros, y porque así lo quiere la Reina del mar...
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 ATARDECER EN CEUTA
 
 Diríase  que a cada  fotografía de Ceuta que los  compañeros ponen en estos medios novedosos de la imagen, tuviese,  irremediablemente, que responder necesariamente con un texto que reflejase la  belleza  de la lámina mostrada. Sin embargo,  la palabra, aunque busque -enamorado y peregrino- su esencia y su significado  aquí y allá, y aún más alejado donde  mi  mirada no alcance al horizonte, no podrá nunca  igualarse al concepto claro y nítido que la  imagen nos proporciona al instante mismo de columbrarla…
 Y esta imagen firmada por “J.M.Caral”, nos  pone de manifiesto a “las claras”, todo lo que anteriormente he mencionado;  pues de un primer vistazo pudiéramos decir: que nuestros ojos se encienden y se  iluminan de rojo, como de rojo lumbre de una fogata se ilumina la  “reproducción” del atardecer ensangrentado, que la fotografía nos copia de la  desnuda naturaleza que la cordillera del Atlas nos muestra indomable, salvaje, feraz…
 Y, reflexivos, nos preguntamos: ¿Qué tiene  esta fotografía que nos hace agitarnos y estremecernos de emoción? ¿Cuál es la  causa última que nos hace sentir el alfa   y el omega de un lugar al que nos sentimos encadenado -yo diría-,  incluso antes de nacer?...
 Y podemos continuar haciendo alguna que  otra pregunta más. Y mañana, y pasado mañana, y al otro…, y aún podemos  hacernos la misma pregunta; sin embargo, la respuesta, la respuesta que  nosotros buscamos como “alma en pena”, no la podemos encontrar en nuestro pensamiento,  pues se halla más allá de nosotros, más allá de nuestro pretérito… La respuesta, como dijera Bob Dylan:  “The answer, my friend, is blowin’  in the wind”... La  respuesta, mi amigo, sopla en el viento y se encuentra fuera de nosotros, y se acerca al tiempo  primigenio  de cuando se formaron los continentes  y quedó abierta la grieta abisal del Estrecho -con su cinta de aguas azules-  conformando las Columnas de Hercules: Calpe y Abyla.
 ¡Oh, atardecer rojo  de Ceuta…! ¡Crepúsculo ensangrentado de la ciudad de las siete colinas…! ¡Oh,  ocaso de fuego, qué, cómo una amapola de llama ardiente, incendias el Estrecho  y haces que sus aguas de añil intenso en la mañana, se tornen carmesí a la  tarde, antes que se enciendan en la noche la luz fría, temblorosa y lejana de  los astros…!
 Atardecer de Ceuta…  Atardecer de muelles en silencio; de correos blancos como la espuma; de buques  y vapores atracados a la melancolía de las horas donde los marineros despiden  sus sueños en el recuerdo de una  mujer;  de transbordadores que transitan a Algeciras, a Tarifa, a Gibraltar, a Ceuta…  Atardecer transido de la piedra desnuda de la Mujer Muerta, o mejor “Dormida”,  para que despierte algún día del sueño de siglos…
 Atardecer del  “Poniente”, que nos trae el frescor y el misterio atávico del Océano Atlántico…  Porque nuestras miradas van siempre hacia Poniente, allá donde la mar se  ensancha y nos lleva a la tierra del “Non Plus Ultra”,  donde dicen que estuvo la Atlántida; el  continente perdido del que Platón  tiene  a bien hablarnos, y dejarnos su memoria para los que buscan lo ignoto de lo  acaecido en la historia...
 Crepúsculo de Ceuta… Sobre el “taro” que sube desde el mar enrojecido  hasta los picos altos del  Atlante que  sostiene al mundo; donde Estrabón denominó “Elephas”, por la similitud de su  perfil con un elefante que estuviese pasando entre las montañas…
 ¡Crepúsculo rojo y ensangrentado de Ceuta!,  contigo vamos…Y, ¡tu amapola, tu amapola roja, de sangre, conmigo va!…
 
                                      Manuel  Castillo Sempere - www.ceutaenelcorazon.es
 
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                  SALTÓ EL LEVANTE - (EL Faro de ayer)
 
 
  
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 __La brisa del levante se adormecía en la bahía y en la playa de la Victoria de Cádiz, o tal vez fue en la Ribera, el Chorrillo, el Tarajal, Calamocarro o Benzú; o, bien las playas desoladas de mar y arenas amarillas de los Lances y Bolonia en Tarifa … No; no puedo recordar ahora en que playa saltó el levante, porque la memoria es frágil en los detalles, en los nombres y, sin embargo, se agiganta para sustraer aquellos acaecimientos que se agostan en la penumbra del olvido, y que han marcado las horas ausentes que se guardan para siempre en el alma de las cosas pretéritas de una azul mañana o de una cárdena tarde del estío…
 __El mar se copiaba como un espejo del celeste del cielo, pero le añadía un tono azul más intenso. Agosto se acostaba en la tarde dejando en el aire su naturaleza más clásica sin apenas dejarnos un instante para defendernos de su dominio: sol, sol ardiente como una mano de fuego que te quemara hasta el aliento. Sol de abandono, de olvido… Sol de destellos, cuando en un descuido cruzas la mirada y los ojos se siegan de tanto luz…
 __Y de pronto, sin que sepamos por qué, la brisa se inflama como una vela y arrecia su fuerza rompiendo la indolencia de la tarde. Todo cambia, y el sosiego se torna premura, tránsito, movimiento; y la línea de agua azul, se desdibuja y se parte en mil pedazos de un color obscuro, de barro, casi irreconocible. Y el mar, antes azul, azul intenso, ahora, haciendo un guiño al horizonte, también se tiñe del mismo color de barro en cada extensión de mar que cada cabalgata de olas eleva presurosa, para luego caer rotas, vencidas de espumas sobre la orilla…
 __El levante reina y es dueño del espacio y del tiempo; no obstante, a pocos metros de mis pies, unas niñas, desatendiendo su autoridad, han emprendido una tarea ardua, yo diría, imposible. Ellas, con sus manitas, han ido, poco a poco, retirando la arena hasta realizar un agujero algo profundo, luego, con sus pequeños cubos los rebosan de agua y los arrojan sobre el mismo agujero, esperando que éste se anegue. Bien es verdad, que en los primeros instantes se colma, pero pasados unos instantes, el agua se filtra por la arena, dejando el pequeño pozo sin apenas agua. Y vuelta a empezar, más cubos y más agua para el pequeño pozo abierto; y como no puede ser menos, el agua traída con tanto empeño, busca de nuevo el ancho cauce del mar…
 __Este trajín de arena, cubos, agua y pozo, no sólo es de hoy, ni de ayer, viene de más lejos, diríase que viene de antaño, que arrastra siglos de antigüedad, pongamos por poner un ejemplo, a San Agustín* -obispo de Hipona-, cuando hallándose paseando por una playa de Cartago, al preguntarse por el misterio “Trinitario”, encontróse con un niño -luego se reveló un ángel- que pretendía meter en un pequeño pozo hecho con su propias manos la inmensidad del mar…
 -¡Menester imposible! -sentencio con voz grave y segura al niño.
 -Pues así también es imposible -le apuntó el niño-, tratar de entender el misterio de la Santísima Trinidad en la brevedad de la vida que Dios nos entrega.
 __Cayó San Agustín en arrobo tras estas palabras y, cuando comprendiera su significado, volviese para el niño para preguntarle por la sabiduría de sus palabras, pero no pudo encontrarlo por más que lo buscase… Y, entendió el de Hipona, que no podemos ir más allá de los misterios que se allegan de la existencia, porque la limitación de nuestra mente, no puede alcanzar la inteligencia inabarcable de Dios.
 __Y podríamos poner más ejemplos y contar algunas historias que nos han contado, o algunas vicisitudes que nos han acaecido; sin embargo, los niños, sí, los niños que estaban a mis pies, los niños que han pasado algunas horas jugando a llenar con agua del mar un pequeño pozo, ya lo han abandonado y huyen por la ribera chapoteando entre las olas jugando a otro juego…
 __Ya no queda nada del pequeño pozo, ni del agua, ni los niños juegan a este juego de ir y volver con los cubos llenos, la marea en reflujo ha ido borrando todas las huellas; ni siquiera nos queda el tiempo, las horas, en que hemos pretendido soñar, pretenciosos, el mismo sueño, quizás el mismo juego, de arena, cubos, agua y pozo de esos niños...
 __Es verdad, ya nada queda del pequeño pozo, ni del agua, ni de los niños, ni de aquellas horas perdidas cuando principiaba a levantar sus alas el viento de levante; pero también hemos de decir que los recuerdos que rozan con sus dedos nuestros sentimientos, nunca se extinguen al modo de una llama perezosa de encender el cielo; sino que prevalecen en nuestros sueños más allá del tiempo acordado por los dioses en otras horas diferentes, donde la existencia se nos presentara como atemporal, como esparcida por la noche iluminada por el titileo de las estrellas…
 Manuel Castillo Sempere - "www.ceutaenelcorazon.es" ________ (*) San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo. Aurelius Augustinus nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento. Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada. A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.__Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal. Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.
 __Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.
 __Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.
 __A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.
 Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.
 __Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia. Murió el año 430.
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    | Ceuta en su paisaje | 
  
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