|  | Del verso y la prosa... |  | 
    
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 Unos ojos bellosadoro, madre:
 téngalos ausentes,
 verélos tarde.
 Unos ojos bellos,que son de paloma,
 donde Amor se asoma
 a dar vida en ellos;
 no hay, madre, sin vellos* ,
 bien que no me falte:
 téngalos ausentes,
 vérelos  tarde.
 Son dignos de amar,pues podéis creer
 que  no hay más que  ver
 ni que desear;
 hícelos llorar,
 y llorar me hacen:
 téngalos ausentes,
 vérelos tarde.
 No sé qué me vicuando los mire,
 que en ellos me hallé
 y en mi me perdí.
 Ya no vivo en mí,
 sino en ellos, madre:
 téngalos ausentes,
 vérelos tardes.
   José de Valdivielso   ________ *   Vellos:  Verlos.   | 
    
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 Aquellas sierras,  madre,altas son se subir;
 corrían los caños
 daban en un toronjil.
     Madre, aquellas  sierrasllenas son de flores,
 encima de ellas
 tengo mis amores.
 Corrían los caños,
 daban en un toronjil.
 
          
            
              
                
                  
                    
                      
                        
                          
                            
                              Anónimo   | 
    
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        Que no cogeré yo  verbenala mañana de San Juan,
 pues mis amores se van.
     Que no cogeré yo  claveles,madreselva ni mirabeles,
 sino penas tan crueles
 cual jamás se cogerán,
 pues mis amores se van.
 Anonimo   | 
    
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                              Ya cantan los gallos,Amor mío, y vete:
 cata que amanece.
 Vete, alma mía,más tarde no esperes,
 no descubra el día
 los nuestros placeres.
 Cata que los gallos,
 según me parece,
 dicen que amanece.
 
                                
                                    Anonimo   | 
    
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 Luna que reluces,toda la noche alumbres.
 ¡Ay!, luna que reluces blanca y plateada,
 toda la noche alumbres
 a mi linda enamorada!
 Amada que reluces,
 Toda la noche alumbres
 Anónimo   | 
    
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 ¡Cuando saldréis, alba galana,cuando saldréis, el alba?
 Resplandece el  día,
 crecen los amores,
 y en los amadores,
 aumenta alegría,
 ¡Alegría galana!
 ¡Cuando saldréis, al alba?
 
                              
                                
                                  Anonimo 
                                    
                                     | 
    
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                        LAS CALLES DE CORDOBA       Cuando me he levantado he salido un momento  al balcón  y he estado contemplando  el cielo y la calle. Eran las primeras horas  de la mañana; se respiraba un aire fresco y sutil; estaba el firmamento  despejado, radiante, de un azul intenso. He dejado  la casa. He comenzado a recorrer callejuelas  retorcidas y angostas. Córdoba, es una  ciudad  de silencio y de melancolía. Ninguna ciudad española tiene como ésta un encanto  tan profundo en sus calles. A esta hora de la mañana eran rarísimos los  transeúntes. Las calles se enmarañan, tuercen y retuercen en un laberinto  inextricable. Son callejuelas estrechas, angostas; a uno y otro lado se  extienden unas anchas losas; el centro de la calle lo constituye un pasito  empedrado  de pelados y agudos guijarros.  Nada turba el silencio; de tarde en tarde, pasa un transeúnte que hace un ruido  sonoro con sus pasos. Las casas están jaharradas con blanco yeso o enjalbegadas  con cal nítida.He paseado durante un largo rato por la  maraña de callejas; me detenía a veces ante el portal para contemplar un hondo  patio. Todas estás casas cordobesas tienen un patio, que es como su espíritu,  su esencia. Es un patio pequeño; unos tienen columnas  que sostienen una galería; otros son más  modestos, más pobres. Yo prefiero estos de las casas humildes, de las casas  ignoradas. Al pasear  y recorrer las  callejas silenciosas y blancas, he columbrado muchos patios de éstos. Todo era  silencio, reposo y blancura en ellos; acaso una planta de evónimus o un laurel  destacaban en la nitidez de las paredes o sobre el azul del cielo. Existen  algunos de estos patios con lejanías y segundos términos que recuerdan los  fondos de los primitivos italianos. He visto uno cuyo pavimiento se alejaba en  una rampa suave; luego, allá en el fondo, se abría otro reducido patio, al cual  se entraba por un arco sencillo  y  blanco; debajo del arco esperaba inmóvil, rígido, impasible, un asno enjaezado  con rojos y amarrillos arreos; por encima del arco asomaba, negruzco y  simétrico, un ciprés que resaltaba en el azul del cielo. No se oía el más  ligero rumor ni en la casa ni en la calle; todo parecía reposar en un profundo,  denso silencio. Una armonía perfecta, maravillosa, se establecía entre este  reposo, la blancura de las paredes, el ciprés, el asno inmóvil, rígido y el  azul intenso y radiante del cielo. ¿Dónde   está el artista que recoja esta sensación auténtica, profunda de  Andalucía, en esta ciudad, en este sitio y en esta hora? ¿Es  esta Andalucía de los conciertos armónicos y  hondos de las cosas, de la profunda y serena tristeza, la Anda ligera, frívola,  y ruidosa que nos enseñan en los cuadros y en los teatros?
                                                                                             Azorín. – España.
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                        EN LA CATEDRAL DE  CORDOBA       He continuado mi paseo. El laberinto de  callejuelas que se extiende en los aledaños de la Catedral, ofrece uno de los  aspectos más interesantes de la ciudad. Es aquí donde el silencio, la serenidad  y la melancolía son más grandes. De tarde en tarde, pasa un asno cargado con  una sera de carbón; una viejecita marcha lentamente, se detiene, torna a  caminar; se levantan tímidamente unos visillos, tras unos cristales, al ruido  sonoro de los pasos. Suenan lentas, sonoras, rítmicas, las campanadas de una  hora, campanadas que en el silencio se difunden sobre la ciudad y se pierden y  se apagan dulces.He llegado a la Catedral. He traspuesto la  puerta y he entrado en el Patio de los Naranjos. Cuatro o seis mendigos toman  el sol.  El patio es ancho, empedrado de  guijarros; se extienden los naranjos en filas;   la alta y recia torre se yergue a un lado. Sólo algunos viajeros cruzan  a esta hora el patio y se dirigen hacia la catedral. El mismo silencio de la  ciudad se goza aquí en este recinto. Una fuente deja caer un hilo de agua. Cada  medía hora una moza con un cántaro aparece y lo llena en la fuente; el agua  hace un son ronco y precipitado al caer en el  cántaro. La moza espera inmóvil junto a la fuente. Pían y sal tan los gorriones  en  los naranjos. Se remueve lentamente  un mendigo en su capa. Las campanadas de las horas vuelven a descender sobre la  ciudad lentas, acompasadas, sonoras.
 Gana el espíritu en esta ciudad y en esta  hora una sensación de serenidad y de olvido. Se escucha el alma de las cosas. Sentimos  añoranzas por cosas que no hemos conocidos nunca; anhelamos algo que no podemos  precisar y cuya falta no llega a producirnos amargura. Si salimos de la  Catedral y avanzamos un poco hacia el río, vemos allá a lo lejos, en la ribera  opuesta, dilatarse una campiña de tierras sembradizas. No se columbran  arboledas ni fragosidades por esta parte de la ciudad. La tierra es llana,  ligeramente ondulada; los bancales de fino verdor alternan con los cuadros  oscuros de barbecho. La compenetración de este paisaje austero, noble, místico, con las callejuelas y con los  patios blancos y callados, es también perfecta. Un último detalle nos falta:  por la mañana, a mediodía, un fuerte olor a leña, a ramaje de olivo quemado,  ase respira en las callejas y en las casas. Es el aroma castizo de las ciudades  españolas meridionales y levantinas.
 ¿Dónde estará el artista –tornamos a  preguntar- que recoja el alma de esta ciudad? Al hacerlo tendría  que expresar este concierto profundo de las  cosas, esta compenetración íntima de los matices, esta serenidad, este reposo,  este silencio, esta melancolía…
                                                                                        Azorín. – España.   | 
    
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 LOS  PATIOS   DE   CORDOBA   
                            Los patios, en Córdoba y en otras ciudades  de la provincia, son como los de Sevilla, cercados de columnas de mármol,  enlosados y con fuentes y flores. En los lugares más pequeños no suelen ser tan  ricos ni tan regulares y arquitectónicos; pero las flores y las plantas están  cuidadas con más amor, con verdadero mimo. La señora, en la primavera y en las  tardes y noches de verano, suele estar cosiendo o de tertulia en el patio,  cuyos muros se ven cubiertos de un tapiz de verdura. La hiedra, la pasionaria,  el jazmín, el limonero, la madreselva, la rosa enredadera, y otras plantas  trepadoras tejen ese tapiz  con sus hojas  entrelazadas  y le bordan con sus flores  y frutos. Tal vez está cubierta de un frondoso emparrado una buena parte del  patio, y en su centro, de suerte que se vea bien por la cancela, si por dicha  la hay, se levanta  un macizo de flores  formado por muchas macetas colocadas en gradas o escaloncillos de madera. Allí,  claveles rosas, miramelindos, marimoñas, albahaca, boj, evónimo, brusco,  laureola y mucho dompedro fragante. Ni faltan arriates todo alrededor, en que  las flores también abundan, y para más primor y amparo de las flores, hay  encañados vistosos, donde forman las cañas mil dibujos y laberintos, rematando  en triángulos y en otras figuras matemáticas. Las puntas superiores de las  cañas con que se entretejen aquellas rejas o verjas suelen tener por adorno  sendos cascarones de huevos o lindos y esmaltados calabacines. Las abejas y las  avispas zumban y animan el patio durante el día. El ruiseñor le da música por  la noche.En el invierno, la cordobesa tiene buen  cuidado de que plantas de hojas perennes hermoseen su habitación. Canarios o  jilgueros recuerdan en primavera con sus trinos, y si el amo de la casa es  cazador, no faltan perdices y codornices cantoras en sus jaulas y las escopetas  y trofeos de caza adornan las paredes. En torno del hogar, casi en tertulia con  los amos, vienen a colocarse los galgos y los podencos.
   
                                                                                                            Juan  Valera   | 
    
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                                EL VIAJE DEFINITIVO   …Y yo me iré. Y se quedarán los  pájaros cantando;y se quedará mi huerto, con su  verde árbol,
 y con su pozo blanco.
 Todas las tardes, el cielo será azul y  plácido;
 Y tocarán, como esta tarde están  tocando,
 las campanas del campanario.
 Se morirán aquellos que me amaron;
 y el pueblo se hará nuevo cada  año;
 y en el rincón aquel de mi huerto  florido y encalado,
 mi espíritu errará, nostáljico…
 Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin  árbol
 verde, sin pozo blanco,
 sin cielo azul y placido…
 Y se quedarán los pájaros  cantando.
 
                              Juan Ramón  Jimenéz
 
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                              VINO, PRIMERO PURA…       Vino, primero pura,vestida de inocencia;
 y la amé como un niño.
 Luego se fue  vistiendo
 de no sé qué ropajes;
 Y la fui odiando, sin saberlo.
 Llegó a ser una  reina,
 fastuosa de tesoros…
 ¡Qué iracundía de yel   y sin sentido!
 …Mas se fue  desnudando.
 Y yo le sonreía.
 Se quedó con la  túnica
 de su inocencia antigua.
 Creí de nuevo en ella.
 Y se quitó la  túnica,
 Y apareció desnuda toda…
 ¡Oh pasión de mi vida, poesía
 desnuda, mía para siempre!
   
                                
                                  Juan Ramón Jiménez    | 
    
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 EL CANTARERO Y LA FUENTE       ¿Quién  recogió las  aguas  entre  los brazos como una túnica?  Únicamente  Dios. Ya lo sabe Sigüenza.Sigüenza y muchos quisieron gozar del agua,  cogiéndola, ciñéndola, moldeándola como una ropa dócil a nuestros dedos. Se lo  hace decir Salomón en sus proverbios que sea el agua tan infinita en sí misma,  tan incorpórea en su cuerpo, y la codicia de tenerla y de romperla en su unidad  fugaz y perdurable.
 Si ve, Sigüenza, bullir el agua en la  sierra o en la vera, la sentirá con los ojos, con las manos, con la boca, con  el pecho, aspirándola desde la superficie al fondo. Si pasa Sigüenza por  los  secanos, se incorporará  a su carne la sed de los terrones. Y en la  sed se le aparece el agua en todas sus imágenes: agua de Ontaneda, delgada y  virgen; agua despedazada por los berrocales; agua de rambla, con güijas tibias  de sol y adelfas rojos; agua celeste de albercón; agua de pozo, que siempre  está esperando nuestra mirada ; agua de surtidor, que sube soltándose entera en  cada gota, cada gota cerrada con luz de júbilo   de ser ella hacia el cielo, y arriba se dobla el tallo de toda el agua y  cada gota vuelve  a ser agua lisa de  balsa; agua hacendosa de molino; agua que se aprieta en los alcorques, calando  las cepas y los troncos; agua de lluvia; agua cogida viva dentro de la mano;  agua de la peña a la boca como una miel mordida   en la bresca y como una fruta en la rama; agua  recién nacida, que se arranca con cantarillo  de lo más  profundo del origen, que  todavía sale con el hedor duro de la piedra   y viene sin sol, sin cielo, sin campo encima y dentro de ella; agua  afilada y desnuda; agua de roca…¡Quién la recogerá y torcerá como un paño  precioso!
 Dios.
 Pero, además de Dios….
   
                        
                          Gabriel Miró. – Años y leguas. 
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   ROMANCE DEL CONDE ARNALDO  
 
   ¡Quién hubiese tal  ventura     sobre las aguas del mar
 como hubo el conde Arnaldos
 la mañana de San Juan!
 Con un falcón en la mano
 la caza iba cazar,
 vio venir una galera
 que a tierra quiere llegar.
 Las velas traía de seda,
 la ejercia de un  cendal,
 marinero que la manda
 diciendo viene un cantar
 que la mar facía en calma,
 los vientos hace amainar,
 los peces que andan n'el hondo,
 arriba los hace andar,
 las aves que andan volando
 n'el mastel las faz posar.
 Allí fabló el conde Arnaldos,
 bien oiréis lo que dirá:
 -«Por Dios te ruego, marinero,
 dígasme ora ese cantar.»
 Respondióle el marinero,
 tal respuesta le fue a dar:
 -«Yo no digo esta canción
 sino a quien conmigo va.»
   Romance anónimo del siglo XVI   | 
    
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   YA NO COGERÉ VERBENA   Ya no cogeré verbenala mañana de San Juan,
 pues mis amores se van.
 Ya no cogeré verbena,que era la hierba amorosa,
 ni con la encarnada rosa
 pondré la blanca azucena:
 prados de tristeza y pena
 sus espinos me darán;
 pues mis amores se van.
 Ya no cogeré verbena
 la mañana de San Juan,
 pues mis amores se van.
                       Lope de Vega
 
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   ALTA ESTABA LA PEÑA   Alta estaba la peña,nace la malva en ella.
     Alta estaba la  peña,riberas del río;
 nace la malva en ella,
 y el trébol florido.
                           Anónimo
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                              ¡ Ay, que non hay ! ¡Ay que non era, mas ay, que non hay
 quien de mi pensa se duela!
 Madre, la mi madre,
 el mi lindo amigo
 moricos de allende
 lo   llevan cativo;
 cadenas de oro,
 candado morisco.
 
 ¡Ay, que non era
 mas ay, que non hay
 quien de mi pena se duela!
                            Anonimo.
 
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                                      NO TE TARDES... ¡No te tardes, que me muero,
 carcelero!
 ¡No te tardes, que me   muero!
 
 Apressura tu venida,
 porque no pierda la vida;
 que la fe no   está perdida,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
 Bien sabes   que la tardança
 trae gran desconfïança;
 ven y cumple mi   esperança,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
 Sácame desta   cadena,
 que recibo muy gran pena,
 pues tu tardar me   condena,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
 La primer vez que   me viste,
 sin te vencer me venciste;
 suéltame, pues me   prendiste,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
 La llave para   soltarme,
 ha de ser galardonarme
 proponiendo no   olvidarme,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
 
 Y   siempre, quanto bivieres,
 haré lo que tú quisieres,
 si merced hazerme   quieres,
 carcelero.
 ¡No te tardes, que me muero!
 
                                Juan del Encina
 
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RIO DUERO, RÍO DUERO…Río Duero, río Duero,
 nadie a acompañarte baja,
 nadie se detiene a oír
 tu eterna estrofa de agua.
 
 Indiferente o cobarde
 la ciudad vuelve la espalda.
 No quiere ver en tu espejo
 su muralla desdentada.
 
 Tú, viejo Duero, sonríes
 entre tus barbas de plata,
 moliendo con tus romances
 las cosechas mal logradas.
 
 Y entre los santos de piedra
 y los álamos de magia
 pasas llevando en tus ondas
 palabras de amor, palabras.
 
 Quién pudiera como tú,
 a la vez quieto y en marcha
 cantar siempre el mismo verso
 pero con distinta agua.
 
 Río Duero, río Duero,
 nadie a estar contigo baja,
 ya nadie quiere atender
 tu eterna estrofa olvidada
 
 sino los enamorados
 que preguntan por sus almas
 y siembran en tus espumas
 palabras de amor, palabras.
 
 Gerardo  Diego
 
 
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                CXXVI A JOSÉ MARÍA PALACIO 
                                Palacio, buen amigo, ¿está la primavera
 vistiendo ya las ramas de los chopos
 del río y los caminos? En la estepa
 del alto Duero, Primavera tarda,
 ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
 ¿Tienen los viejos olmos
 algunas hojas nuevas?
 Aún las acacias estarán desnudas
 y nevados los montes de las sierras.
 ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
 allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
 ¿Hay zarzas florecidas
 entré las grises peñas,
 y blancas margaritas
 entre la fina hierba?
 Por esos campanarios
 ya habrán ido llegando las cigüeñas.
 Habrá trigales verdes,
 y mulas pardas en las sementeras,
 y labriegos que siembran los tardíos
 con las lluvias de abril. Ya las abejas
 libarán del tomillo y el romero.
 ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
 Furtivos cazadores, los reclamos
 de la perdiz bajo las capas luengas,
 no faltarán. Palacio, buen amigo,
 ¿tienen ya ruiseñores las riberas?
 Con los primeros lirios
 y las primeras rosas de las huertas,
 en una tarde azul, sube al Espino,
 al alto Espino donde está su tierra...
 
                                              Antonio  Machado
 
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                                LLEGÓ  CON TRES HERIDAS   Llegó  con tres heridas:la del amor,
 la de la muerte,
 la de la vida.
 
 Con tres heridas viene:
 la de la vida,
 la del amor,
 la de la muerte
 
 Con tres heridas yo:
 la de la vida,
 la de la muerte,
 la del amor.
 
 
 Miguel Hernández
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                                    LA CARBONERILLA QUEMADA
 
 
 En la siesta de julio, ascua violenta y ciega,
 prendió el horno las ropas de la  niña. La arena
 quemaba cual con fiebre; dolían las  cigarras;
 el cielo era igual que de plata  calcinada.
 ...Con la tarde, volvió -¡anda, potro!- la madre.
 El pinar se reía. El cielo era de  esmalte
 violeta. La brisa renovaba la  vida...
 La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
 Todo le lastimaba. El roce de los  besos,
 el roce de los ojos, el aire alegre  y bello:
 -"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
 Te yamé, te yamé dejde er camino...  ¡Nunca
 ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me  comían,
 mare, y yo te yamaba, y tú nunca  benía!"
 Por el camino -¡largo!-, sobre el potrillo rojo,
 murió la niña. Abiertos,  espantados, sus ojos
 eran como raíces secas de  estrellas.
 La brisa jugueteaba, ensombrecida y  fresca.
 Corría el agua por el lado del  camino.
 Ondulaba la yerba. Trotaban los  pollinos,
 oyendo ya los gritos de los niños  del pueblo...
 Dios estaba bañándose en su azul de luceros.
 
 
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       YO VOY SOÑANDO CAMINOS…
 
 Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas
 doradas, los verdes pinos,
 las polvorientas encinas!...
 ¿Adónde el camino irá?
 Yo voy cantando, viajero
 a lo largo del sendero...
 -la tarde cayendo está-.
 "En el corazón tenía
 "la espina de una pasión;
 "logré arrancármela un día:
 "ya no siento el corazón".
 
 Y todo el campo un momento
 se queda, mudo y sombrío,
 meditando. Suena el viento
 en los álamos del río.
 
 La tarde más se oscurece;
 y el camino que serpea
 y débilmente blanquea
 se enturbia y desaparece.
 
 Mi cantar vuelve a plañir:
 "Aguda espina dorada,
 "quién te pudiera sentir
 "en el corazón clava da".
 
 
          Antonio Machado
 
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 COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE
 
 I
 
 Recuerde el alma dormida,
 avive el seso e   despierte
 contemplando
 cómo se passa la vida,
 cómo se viene la   muerte
 tan callando;
 cuán presto se va el plazer,
 cómo, después de   acordado,
 da dolor;
 cómo, a nuestro parescer,
 cualquiere tiempo   passado
 fue mejor.
 
 II
 
 Pues si vemos lo presente
 cómo en un   punto s'es ido
 e acabado,
 si juzgamos sabiamente,
 daremos lo non   venido
 por passado.
 Non se engañe nadi, no,
 pensando que ha de   durar
 lo que espera
 más que duró lo que vio,
 pues que todo ha de   passar
 por tal manera.
 
 III
 
 Nuestras vidas son los ríos
 que   van a dar en la mar,
 qu'es el morir;
 allí van los señoríos
 derechos a   se acabar
 e consumir;
 allí los ríos caudales,
 allí los otros   medianos
 e más chicos,
 allegados, son iguales
 los que viven por sus   manos
 e los ricos.
 
 INVOCACIÓN
 
 IV
 
 Dexo las   invocaciones
 de los famosos poetas
 y oradores;
 non curo de sus   ficciones,
 que traen yerbas secretas
 sus sabores.
 Aquél sólo   m'encomiendo,
 Aquél sólo invoco yo
 de verdad,
 que en este mundo   viviendo,
 el mundo non conoció
 su deidad.
 
 V
 
 Este mundo es el   camino
 para el otro, qu'es morada
 sin pesar;
 mas cumple tener buen   tino
 para andar esta jornada
 sin errar.
 Partimos cuando   nascemos,
 andamos mientra vivimos,
 e llegamos
 al tiempo que   feneçemos;
 assí que cuando morimos,
 descansamos.
 
 VI
 
 Este   mundo bueno fue
 si bien usásemos dél
 como debemos,
 porque, segund   nuestra fe,
 es para ganar aquél
 que atendemos.
 Aun aquel fijo de   Dios
 para sobirnos al cielo
 descendió
 a nescer acá entre nos,
 y a   vivir en este suelo
 do murió.
 
 VII
 
 Si fuesse en nuestro   poder
 hazer la cara hermosa
 corporal,
 como podemos hazer
 el alma tan   glorïosa
 angelical,
 ¡qué diligencia tan viva
 toviéramos toda hora
 e   tan presta,
 en componer la cativa,
 dexándonos la   señora
 descompuesta!
 
 VIII
 
 Ved de cuán poco valor
 son las   cosas tras que andamos
 y corremos,
 que, en este mundo traidor,
 aun   primero que muramos
 las perdemos.
 Dellas deshaze la edad,
 dellas casos   desastrados
 que acaeçen,
 dellas, por su calidad,
 en los más altos   estados
 desfallescen.
 
 IX
 
 Dezidme: La hermosura,
 la gentil   frescura y tez
 de la cara,
 la color e la blancura,
 cuando viene la   vejez,
 ¿cuál se para?
 Las mañas e ligereza
 e la fuerça corporal
 de   juventud,
 todo se torna graveza
 cuando llega el arrabal
 de   senectud.
 
 X
 
 Pues la sangre de los godos,
 y el linaje e la   nobleza
 tan crescida,
 ¡por cuántas vías e modos
 se pierde su grand   alteza
 en esta vida!
 Unos, por poco valer,
 por cuán baxos e   abatidos
 que los tienen;
 otros que, por non tener,
 con oficios non   debidos
 se mantienen.
 
 XI
 
 Los estados e riqueza,
 que nos   dexen a deshora
 ¿quién lo duda?,
 non les pidamos firmeza.
 pues que son   d'una señora;
 que se muda,
 que bienes son de Fortuna
 que revuelven con   su rueda
 presurosa,
 la cual non puede ser una
 ni estar estable ni   queda
 en una cosa.
 
 XII
 
 Pero digo c'acompañen
 e lleguen fasta   la fuessa
 con su dueño:
 por esso non nos engañen,
 pues se va la vida   apriessa
 como sueño,
 e los deleites d'acá
 son, en que nos   deleitamos,
 temporales,
 e los tormentos d'allá,
 que por ellos   esperamos,
 eternales.
 
 XIII
 
 Los plazeres e dulçores
 desta   vida trabajada
 que tenemos,
 non son sino corredores,
 e la muerte, la   çelada
 en que caemos.
 Non mirando a nuestro daño,
 corremos a rienda   suelta
 sin parar;
 desque vemos el engaño
 y queremos dar la vuelta
 no   hay lugar.
 
 XIV
 
 Esos reyes poderosos
 que vemos por   escripturas
 ya passadas
 con casos tristes, llorosos,
 fueron sus buenas   venturas
 trastornadas;
 assí, que no hay cosa fuerte,
 que a papas y   emperadores
 e perlados,
 assí los trata la muerte
 como a los pobres   pastores
 de ganados.
 
 XV
 
 Dexemos a los troyanos,
 que sus   males non los vimos,
 ni sus glorias;
 dexemos a los romanos,
 aunque   oímos e leímos
 sus hestorias;
 non curemos de saber
 lo d'aquel siglo   passado
 qué fue d'ello;
 vengamos a lo d'ayer,
 que también es   olvidado
 como aquello.
 
 XVI
 
 ¿Qué se hizo el rey don Joan?
 Los   infantes d'Aragón
 ¿qué se hizieron?
 ¿Qué fue de tanto galán,
 qué de   tanta invinción
 como truxeron?
 ¿Fueron sino devaneos,
 qué fueron sino   verduras
 de las eras,
 las justas e los torneos,
 paramentos,   bordaduras
 e çimeras?
 
 XVII
 
 ¿Qué se hizieron las damas,
 sus   tocados e vestidos,
 sus olores?
 ¿Qué se hizieron las llamas
 de los   fuegos encendidos
 d'amadores?
 ¿Qué se hizo aquel trovar,
 las músicas   acordadas
 que tañían?
 ¿Qué se hizo aquel dançar,
 aquellas ropas   chapadas
 que traían?
 
 XVIII
 
 Pues el otro, su heredero
 don   Anrique, ¡qué poderes
 alcançaba!
 ¡Cuánd blando, cuánd halaguero
 el   mundo con sus plazeres
 se le daba!
 Mas verás cuánd enemigo,
 cuánd   contrario, cuánd cruel
 se le mostró;
 habiéndole sido amigo,
 ¡cuánd poco   duró con él
 lo que le dio!
 
 XIX
 
 Las dávidas desmedidas,
 los   edeficios reales
 llenos d'oro,
 las vaxillas tan fabridas
 los enriques e   reales
 del tesoro,
 los jaezes, los caballos
 de sus gentes e   atavíos
 tan sobrados
 ¿dónde iremos a buscallos?;
 ¿qué fueron sino   rocíos
 de los prados?
 
 XX
 
 Pues su hermano el innocente
 qu'en   su vida sucesor
 se llamó
 ¡qué corte tan excellente
 tuvo, e cuánto grand   señor
 le siguió!
 Mas, como fuesse mortal,
 metióle la Muerte luego
 en   su fragua.
 ¡Oh jüicio divinal!,
 cuando más ardía el fuego,
 echaste   agua.
 
 XXI
 
 Pues aquel grand Condestable,
 maestre que   conoscimos
 tan privado,
 non cumple que dél se hable,
 mas sólo como lo   vimos
 degollado.
 Sus infinitos tesoros,
 sus villas e sus lugares,
 su   mandar,
 ¿qué le fueron sino lloros?,
 ¿qué fueron sino pesares
 al   dexar?
 
 XXII
 
 E los otros dos hermanos,
 maestres tan   prosperados
 como reyes,
 c'a los grandes e medianos
 truxieron tan   sojuzgados
 a sus leyes;
 aquella prosperidad
 qu'en tan alto fue   subida
 y ensalzada,
 ¿qué fue sino claridad
 que cuando más   encendida
 fue amatada?
 
 XXIII
 
 Tantos duques   excelentes,
 tantos marqueses e condes
 e varones
 como vimos tan   potentes,
 dí, Muerte, ¿dó los escondes,
 e traspones?
 E las sus claras   hazañas
 que hizieron en las guerras
 y en las pazes,
 cuando tú, cruda,   t'ensañas,
 con tu fuerça, las atierras
 e desfazes.
 
 XXIV
 
 Las   huestes inumerables,
 los pendones, estandartes
 e banderas,
 los   castillos impugnables,
 los muros e balüartes
 e barreras,
 la cava honda,   chapada,
 o cualquier otro reparo,
 ¿qué aprovecha?
 Cuando tú vienes   airada,
 todo lo passas de claro
 con tu flecha.
 
 XXV
 
 Aquel de   buenos abrigo,
 amado, por virtuoso,
 de la gente,
 el maestre don   Rodrigo
 Manrique, tanto famoso
 e tan valiente;
 sus hechos grandes e   claros
 non cumple que los alabe,
 pues los vieron;
 ni los quiero hazer   caros,
 pues qu'el mundo todo sabe
 cuáles fueron.
 
 XXVI
 
 Amigo   de sus amigos,
 ¡qué señor para criados
 e parientes!
 ¡Qué enemigo   d'enemigos!
 ¡Qué maestro d'esforçados
 e valientes!
 ¡Qué seso para   discretos!
 ¡Qué gracia para donosos!
 ¡Qué razón!
 ¡Qué benino a los   sujetos!
 ¡A los bravos e dañosos,
 qué león!
 
 XXVII
 
 En   ventura, Octavïano;
 Julio César en vencer
 e batallar;
 en la virtud,   Africano;
 Aníbal en el saber
 e trabajar;
 en la bondad, un   Trajano;
 Tito en liberalidad
 con alegría;
 en su braço,   Aureliano;
 Marco Atilio en la verdad
 que   prometía.
 
 XXVIII
 
 Antoño Pío en clemencia;
 Marco Aurelio en   igualdad
 del semblante;
 Adriano en la elocuencia;
 Teodosio en   humanidad
 e buen talante.
 Aurelio Alexandre fue
 en desciplina e   rigor
 de la guerra;
 un Constantino en la fe,
 Camilo en el grand   amor
 de su tierra.
 
 XXIX
 
 Non dexó grandes tesoros,
 ni alcançó   muchas riquezas
 ni vaxillas;
 mas fizo guerra a los moros
 ganando sus   fortalezas
 e sus villas;
 y en las lides que venció,
 cuántos moros e   cavallos
 se perdieron;
 y en este oficio ganó
 las rentas e los   vasallos
 que le dieron.
 
 XXX
 
 Pues por su honra y estado,
 en   otros tiempos passados
 ¿cómo s'hubo?
 Quedando desamparado,
 con hermanos   e criados
 se sostuvo.
 Después que fechos famosos
 fizo en esta misma   guerra
 que hazía,
 fizo tratos tan honrosos
 que le dieron aun más   tierra
 que tenía.
 
 XXXI
 
 Estas sus viejas hestorias
 que con su   braço pintó
 en joventud,
 con otras nuevas victorias
 agora las   renovó
 en senectud.
 Por su gran habilidad,
 por méritos e   ancianía
 bien gastada,
 alcançó la dignidad
 de la grand   Caballería
 dell Espada.
 
 XXXII
 
 E sus villas e sus   tierras,
 ocupadas de tiranos
 las halló;
 mas por çercos e por   guerras
 e por fuerça de sus manos
 las cobró.
 Pues nuestro rey   natural,
 si de las obras que obró
 fue servido,
 dígalo el de   Portogal,
 y, en Castilla, quien siguió
 su   partido.
 
 XXXIII
 
 Después de puesta la vida
 tantas vezes por su   ley
 al tablero;
 después de tan bien servida
 la corona de su   rey
 verdadero;
 después de tanta hazaña
 a que non puede bastar
 cuenta   cierta,
 en la su villa d'Ocaña
 vino la Muerte a llamar
 a su   puerta,
 
 XXXIV
 
 diziendo: "Buen caballero,
 dexad el mundo   engañoso
 e su halago;
 vuestro corazón d'azero
 muestre su esfuerço   famoso
 en este trago;
 e pues de vida e salud
 fezistes tan poca   cuenta
 por la fama;
 esfuércese la virtud
 para sofrir esta   afruenta
 que vos llama."
 
 XXXV
 
 "Non se vos haga tan amarga
 la   batalla temerosa
 qu'esperáis,
 pues otra vida más larga
 de la fama   glorïosa
 acá dexáis.
 Aunqu'esta vida d'honor
 tampoco no es   eternal
 ni verdadera;
 mas, con todo, es muy mejor
 que la otra   temporal,
 peresçedera."
 
 XXXVI
 
 "El vivir qu'es perdurable
 non   se gana con estados
 mundanales,
 ni con vida delectable
 donde moran los   pecados
 infernales;
 mas los buenos religiosos
 gánanlo con   oraciones
 e con lloros;
 los caballeros famosos,
 con trabajos e   aflicciones
 contra moros."
 
 XXXVII
 
 "E pues vos, claro   varón,
 tanta sangre derramastes
 de paganos,
 esperad el galardón
 que   en este mundo ganastes
 por las manos;
 e con esta confiança
 e con la fe   tan entera
 que tenéis,
 partid con buena esperança,
 qu'estotra vida   tercera
 ganaréis."
 
 [Responde el Maestre:]
 
 XXXVIII
 
 "Non   tengamos tiempo ya
 en esta vida mesquina
 por tal modo,
 que mi voluntad   está
 conforme con la divina
 para todo;
 e consiento en mi morir
 con   voluntad plazentera,
 clara e pura,
 que querer hombre vivir
 cuando Dios   quiere que muera,
 es locura."
 
 
 XXXIX
 
 "Tú que, por nuestra maldad,
 tomaste forma   servil
 e baxo nombre;
 tú, que a tu divinidad
 juntaste cosa tan   vil
 como es el hombre;
 tú, que tan grandes tormentos
 sofriste sin   resistencia
 en tu persona,
 non por mis merescimientos,
 mas por tu sola   clemencia
 me perdona".
 
 
 XL
 
 Assí, con tal   entender,
 todos sentidos humanos
 conservados,
 cercado de su mujer
 y   de sus hijos e hermanos
 e criados,
 dio el alma a quien gela dio
 (el   cual la ponga en el cielo
 en su gloria),
 que aunque la vida   perdió,
 dexónos harto consuelo
 su memoria.
 Jorge Manrique
 
 
 
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 EL CARTERO DEL REY (*)
 -Escena cuarta, Amal  y el lechero-    El lechero (fuera).-  ...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!  Amal.- ¡El de los quesitos, oye,  el de los quesitos!  El lechero (entrando).- ¿Me has  llamado, niño? ¿Quieres comprarme quesitos?  Amal.- ¿Cómo quieres que te los  compre, si no tengo dinero?  El lechero.- Entonces, niño,  ¿para qué me llamas? ¡Uf! ¡Vaya una manera de perder el tiempo, hombre!  Amal.- Si yo pudiera, me iría  contigo...  El lechero.- ¡Conmigo!... ¿Qué  estás diciendo?  Amal.- Sí; ¡me entra una  tristeza cuando te oigo pregonar allá lejos, por el camino!...  El lechero (dejando en el suelo  su balancín).- Y tú, ¿qué es lo que haces aquí, hijo?  Amal.- El médico me ha mandado  que no salga, y aquí donde tú me ves estoy sentado todo el día...  El lechero.- ¡Pobre! ¿Qué  tienes?  Amal.- No sé; como no soy sabio,  no sé qué tengo. Pero di tú, lechero; tú, ¿de dónde eres?  El lechero.- De mi pueblo...  Amal.- ¿De tu pueblo? ¿Y está  muy lejos de aquí tu pueblo?  El lechero.- Mi pueblo está  junto al río Shamli, al pie de los montes de Panchmura.  Amal.- ¿Los montes de Panchmura  has dicho? ¿El río Shamli? Sí, sí; yo creo que he visto una vez tu pueblo; pero  no sé cuándo ha sido...  El lechero.- ¿Que has visto tú  mi pueblo? ¿Tú has ido hasta los montes de Panchmura?  Amal.- No, yo no he ido; pero me  parece que me acuerdo de haber visto tu pueblo... Tu pueblo está debajo de unos  árboles muy grandes, muy viejos que hay allí, ¿no?; junto a un camino colorado,  ¿no?  El lechero.- Sí, sí, allí  está...  Amal.- Y en la ladera está el ganado comiendo... El lechero.- ¡Qué maravilloso!  El ganado comiendo... Pues es verdad...  Amal.- Y las mujeres, con sus  saris granas, van y llenan los cántaros en el río, y luego vuelven con ellos en  la cabeza...  El lechero.- Así mismo. Las  mujeres de mi pueblo lechero todas van por agua al río; pero no creas tú que  tienen todas un sari grana que ponerse... Pues sí, no cabe duda; tú has estado  alguna vez de paseo en el pueblo de los lecheros...  Amal.- Te digo, lechero, que no  he estado nunca allí. Pero el primer día que me deje el médico salir, ¿vas tú a  llevarme a tu pueblo?  El lechero.- Sí; me gustaría  mucho que vinieras conmigo.  Amal.- ¿Y me vas a enseñar a  pregonar quesitos, y a ponerme el balancín en los hombros, como tú, y a andar  por ese camino tan largo, tan largo...?  El lechero.- Calla, calla... ¡Pues estaría bueno! ¿Y  para qué ibas tú a vender quesitos? No, hombre; tú leerás unos libros muy  grandes, y serás sabio... Amal.- ¡No, no; yo no quiero ser  sabio nunca! Yo quiero ser como tú... Vendré con mis quesitos de un pueblo que  está en un camino colorado, junto a un viejo baniano, y los iré vendiendo de  choza en choza...    Qué bien pregonas tú:  “!Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!” ¿Me quieres enseñar a echar tu  pregón?  El lechero.- ¿Para qué quieres  tú saber mi pregón? ¡Qué cosas tienes!  Amal.- ¡Sí, enséñamelo! Me gusta  tanto oírte... Yo no te puedo explicar lo que me pasa cuando te oigo en la  vuelta de ese camino, entre esa hilerita de árboles...    ¿Sabes? Lo mismo que  siento cuando oigo los gritos de los milanos, tan altos, allá en el fin del  Cielo...  El lechero.- Bueno, bueno; anda,  ten unos quesitos; ten, cójelos...  Amal.- Pero si no tengo  dinero...  El lechero.- ¡Deja el dinero!  ¡Me iría tan alegre si quisieras tomar esos quesitos!  Amal.- ...Lechero, ¿te he  entretenido mucho?  El lechero.- No, hombre, nada.  No sabes tú lo contento que me voy...   -Ya ves; me has enseñado a  ser feliz vendiendo quesitos… Amal (pregonando).-...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos del  pueblo de los lecheros, en el campo de los montes de Panchmura, junto al río  Shamil! ¡Quesitos, a los buenos quesitos! ¡Al amanecer, las mujeres ponen en  fila las vacas, debajo de los árboles, y las ordeñan; por la tarde, hacen  quesitos con la leche! ¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!...  (*) Leer junto con el espacio que le sigue de Siguenza y se comprobará la concordancia de sentimientos.
   
                      
                        
                          Rabindranatz Tagore   | 
    
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 LIBRO DE SIGUENZA (*)
 
 EL SEÑOR DE CUENCA Y SU SUCESOR
 Enseñanza
   
                        «El hidalgo le interrumpió:-¿Y no volvería usted a esos años? ¿No le  parece que es una tristeza muy sabrosa la de la niñez del colegio? ¿Qué no?  ¡Pues cómo! ¿Qué si tuviese usted hijos no los traería donde usted estuvo?
 Sigüenza dijo que no. Si esa tristeza es  gustosa, lo será únicamente para los grandes; pero la de los niños es seca y  helada, sin ese perfume de lejanía. Cuando él estaba en Santo Domingo envidiaba  la vida ancha y libre de un herrero cercano, cuyos cantos y el forcejeo de su  forja penetraban alborozadamente  por  todas las ventanas, invadiendo el silencio de los estudios; envidiaba a un  señor Rebollo, mercader de chocolates elaborados a brazo, y al pasar por su  portal todos los colegiales se miraban, recogiendo con delicia el rumor del  rodillo y el tibio aroma del cacao; envidiaba a los hombres que estaban  sentados a la orilla del río, fumando  y  mirando las burbujas de la corriente; envidiaba a un cochero que iba a la  estación restallando la tralla, que sonaba como un cohete de fiesta, piropeando  a gritos a las huertanas, y se imaginaba que ese hombre estaba hecho de la  santa emoción de todos los hogares, porque en su vetusto coche llegaban casi  todos los padres de los internos. Le llamaban  Arrancapinos, apodo  maravilloso, legendario, pintado sobre las puertezuelas con letras muy recias  de color de cinabrio, rodeando una figura como un mico tirando del ramaje. Y  mientras traducía por la noche los quince versos de la Envida, señalados con  huella de uña, Arrancapinos, pasaba gloriosamente como un Esplandián o un  Amadís por las páginas del Diccionario y del texto, que se transformaban en un  pinar centenario, rumoroso, fragante, encantado…»
 
 
 Gabriel Miro
 
 
 
     Hemos de señalar que tanto en el “Cartero  del rey” de Rabindranatz -cápitulo anterior-, como en el “Libro de Sigüenza-El señor de Cuenca-“, existe una similitud más que evidente en los  textos que ambos han escrito. Y esta similitud se deriva del ansia de libertad  que tanto Amal, como Sigüenza necesitan a cada rato para poder transitar por la  vida. Y es ora la visión de los  montes  lejanos de Panchmura, el agua que se aleja de un  rió, o unos árboles grandes y viejos junto a  un camino colorado; ora el pregón del lechero vendiendo sus quesos, o los  cantos del herrero y el sonido metálico, acompasado, del martillo sobre el  yunque, lo que hace que las alma de Amal y Sigüenza se eleven y se pierdan al  pie mismo  del  camino donde los sueños no contemplan  ataduras…¡Ah, sí, Amal y Sigüenza, estarán   ya siempre con nosotros, para indicarnos el frescor de la libertad y el  sentimiento amplio, único, inabarcable, de las cosas sencillas y  a la vez eternas…!
 
 
 Manuel Castillo Sempere
 
 
                      
                        
                          
                             
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            VEINTE POEMAS DE AMOR...                         Poema VII 
     Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus   ojos oceánicos.
 
 Allí se estira y arde en la más alta hoguera
 mi soledad   que da vueltas los brazos como un
 náufrago.
 
 Hago rojas señales sobre tus   ojos ausentes
 que olean como el mar a la orilla de un faro.
 
 Solo guardas   tinieblas, hembra distante y mía,
 de tu mirada emerge a veces la costa del   espanto.
 
 Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
 a ese mar que   sacude tus ojos oceánicos.
 
 Los pájaros nocturnos picotean las primeras   estrellas
 que centellean como mi alma cuando te amo.
 
 Galopa la noche en   su yegua sombría
 desparramando espigas azules sobre el campo
 
                            
                              Pablo Neruda
 
 
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 EL MISTERIO ESTÁ…
 
 
 El misterio está en el aire;en el aire y en el fuego;
 en el fuego y en la luz;
 en la luz y el pensamiento.
 En la palabra y la idea;en la voz y en el silencio;
 en lo profundo del mar
 y en los abismos del cielo.
 El misterio está en su sitio; y de par en par abierto
 a la claridad del sol,
 a la obscuridad del tiempo.
 
 
                  José Bergamín.
 
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                       XCII
 PEGASOS, LINDOS PEGASOS...
 Tournez,touenez,chevauz de bois.                                                                Verlaine.
 
 Pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera...
 
 Yo conocí siendo niño,
 la alegría de dar   vueltas
 sobre un corcel colorado,
 en una noche de fiesta.
 
 En el   aire polvoriento
 chispeaban las candelas,
 y la noche azul ardía
 toda   sembrada de estrellas.
 
 ¡Alegrías infantiles
 que cuestan una moneda
 de cobre, lindos pegasos,
 caballitos de madera!.
 
 Antonio Machado
 Soledades (1899-1907)
 
 
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   LA POESIA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
 
 
 Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
 mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
 fieramente   existiendo, ciegamente afirmando,
 como un pulso que golpea las tinieblas,
 cuando se miran de frente
 los vertiginosos ojos de la muerte,
 se   dicen las verdades:
 las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
 
 Se   dicen los poemas
 que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
 piden ser, piden ritmo,
 piden ley para aquello que sienten excesivo.
 
 Con la velocidad del instinto,
 con el rayo del prodigio,
 como   mágica evidencia, lo real se nos convierte
 en lo idéntico a sí mismo.
 
 Poesía para el pobre, poesía necesaria
 como el pan de cada día,
 como el aire que exigimos trece veces por minuto,
 para ser y en tanto   somos dar un sí que glorifica.
 
 Porque vivimos a golpes, porque apenas si   nos dejan
 decir que somos quien somos,
 nuestros cantares no pueden ser   sin pecado un adorno.
 Estamos tocando el fondo.
 
 Maldigo la poesía concebida como un lujo
 cultural por los   neutrales
 que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
 Maldigo la   poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
 
 Hago mías   las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
 y canto respirando.
 Canto y   canto, y cantando más allá de mis penas
 personales, me ensancho.
 
 Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
 y calculo por eso con   técnica, qué puedo.
 Me siento un ingeniero del verso y un obrero
 que   trabaja con otros a España en sus aceros.
 
 Tal es mi poesía:   poesía-herramienta
 a la vez que latido de lo unánime y ciego.
 Tal es,   arma cargada de futuro expansivo
 con que te apunto al pecho.
 
 No es   una poesía gota a gota pensada.
 No es un bello producto. No es un fruto   perfecto.
 Es algo como el aire que todos respiramos
 y es el canto que   espacia cuanto dentro llevamos.
 
 Son palabras que todos repetimos   sintiendo
 como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
 Son lo más   necesario: lo que tiene nombre.
 Son gritos en el cielo, y en la tierra, son   actos.
 
 
 Gabriel Celaya
 "Cantos Iberos". 1957
 
 
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                    POEMA VI
 
 Te recuerdo como eras en el último otoño.
 Eras la boina gris y el corazón en calma.
 En tus ojos peleaban las   llamas del crepúsculo.
 Y las hojas caían en el agua de tu alma.
 
 Apegada a mis brazos como una enredadera,
 las hojas recogían tu voz   lenta y en calma.
 Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
 Dulce jacinto   azul torcido sobre mi alma.
 
 Siento viajar tus ojos y es distante el   otoño:
 boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
 hacia donde emigraban   mis profundos anhelos
 y caían mis besos alegres como brasas.
 
 Cielo   desde un navío. Campo desde los cerros.
 Tu recuerdo es de luz, de humo, de   estanque en calma!
 Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
 Hojas   secas de otoño giraban en tu alma.
 
 
 Pablo Neruda
 XX Poemas de amor...
 
 
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                                                                                                      Capítulo  LXXXI 
                                                                        LA NIÑA CHICA   
                          La niña chica era la gloria de Platero. En   cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su   sombrero de arroz, llamándolo dengosa: -“¡Platero, Plateriiillo!”-, el asnucho   quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y   otra bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en   aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las   orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas   de su nombre: -“¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!”
 En los largos días en que la niña navegó en su   cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su   delirio, lo llamaba triste:”¡Plateriiillo!... “ Desde la casa oscura y llena de   suspiros se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío   melancólico!
 ¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro!   Septiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio, !cómo   resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví   por las tapias, solo y mustio; entré en la casa por la puerta del corral, y,   huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.
 Juan Ramón Jiménez
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 CANCIÓN DEL JINETE
 Córdoba. Lejana y sola.
 Jaca negra, luna grande, y   aceitunas en mi alforja.
 Aunque sepa los caminos
 yo nunca llegaré a   Córdoba.
 Por el llano, por el viento, jaca   negra, luna roja.
 La muerte me está mirando
 desde las torres de Córdoba.
 ¡Ay qué camino tan largo! ¡Ay mi   jaca valerosa!
 ¡Ay que la muerte me espera,
 antes de llegar a Córdoba!
 Córdoba. Lejana y   sola.
 
 
          Federico García Lorca-1924-
 
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                              ¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS? 
 
 ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
 ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
 que a mi puerta,cubierto de rocío,
 pasas las noches del invierno escuras?
 
 ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
 pues no te abrí!  ¡Qué estraño desvarío
 si de mi ingratitud el yelo frío
 secó las llagas de tus plantas puras!
 
 ¡Cuántas veces el ángel me decía:
 Alma, asómate agora a la ventana,
 verás con cuánto amor llamar porfía!
 
 ¡Y cuántas, hermosura soberana:
 Mañana le abriremos -respondía-,
 para lo mismo responder mañana!
 
 
 Lope de Vega
 (1562-1635)
 
 
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 I
 Cielo, infierno,  esperanzas, temores… ¡Bah! Que traigan de beber. Una cosa es cierta; que la vida
 va pasando, y el resto vaciedad es tan sólo.
 La flor marchita nunca florecerá de nuevo
 
 
                                IINo pretendas,  Kheyyam, descifrar el enigma
 de la vida, que es sólo una ficción. Lo eterno
 es una copa llena de burbujas; tú eres
 una. Goza, y no pienses en el cielo o el infierno.
 
 
                                IIIDisfrutas cuanto  puedas, mas de un modo discreto.
 No aflijas ningún pecho ni critiques a nadie.
 Da cuanto tengas, pro haz todo lo posible
 Porque en la vejez no te falte el vino.
 
 
                                 IVNo encontrarás en  este bazar un solo amigo.
 Atiende mi consejo: renuncia a todo apoyo.
 Acepta la desgracia; no le busques remedio.
 No esperes compasión, feliz en tu desdicha.
 
 
     Nayshapur (Persia) siglo XI
 
                       Omar Kheyyam -Los Rubaiyat-
 
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        LA ALBADA DEL VIENTO...
 
 Adios a los que se quedan
 y a los que se van   también.
 Adios a Huesca y provincia
 a Zaragoza y Teruel.
 
 Esta es la   albada del viento
 la albada del que se fue
 que quiso volver un día
 pero   eso no pudo ser.
 
 Las albadas de mi tierra
 se entonan por la   mañana
 para animar a las gentes
 a comenzar la jornada.
 
 Arriba los   compañeros
 que ya ha llegado la hora
 de tener en nuestras manos
 lo que   nos quitan de fuera.
 
 Esta albada que yo canto
 es una albada   guerrera
 que lucha porque regresen
 los que dejaron su tierra.
 
 
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 ALBADA DE AUSENCIA
 
 "Me despido de mi tierra,
 de los monte y de los rios...
 Me marcho porque me empujan,
 nunca lo hubiera querido.
 Aunque me voy, no me voy,
 aunque me voy no me ausento.
 Aunque me voy de persona,
 me quedo de pensamiento..."
 
     José Antonio Labordeta- 1935-2010 -
 
 
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                         LA  ALBADA DE CEUTA O DE LOS AUSENTES 
 He  escuchado sobrecogido la albada de Aragón, la albada de Labordeta…. He sentido  el golpe acompasado del tambor, que acompaña al canto,  caer sin freno sobre los latidos largos del  corazón… He presentido la tristeza cautiva de unos versos  casi impronunciables… He soñado, entonces,  con un pueblo pegado, como una enredadera, a la piedra gris del Atlas… He  vuelto a soñar y, ahora, aturdido por la nostalgia, mis pensamientos han volado  ausentes hasta la última marea del resbalaje,  al pie mismo del Estrecho…
 Y he  vuelto a sentir  la pena de la despedida,   y he vuelto a llorar,  como en aquel día, con los ojos rojos,  abrasados  en el espanto del ocaso…  Después todo quedó en silencio, sólo el murmullo de la soledad…Tal vez, ni  siquiera eso…
 Y al compás de la albada, de la albada de Aragón, la albada de Labordeta,  he pensado: ¿Quién cantará a los montes y a los verdes acantilados de mi  tierra?  ¿Qué poeta hablará de sus  calles, de sus plazas, de sus nombres en las   esquinas? ¿Quién recordará a los ausentes,  a los que no están, a los que han perdido su  memoria? ¿Quién grabará un corazón  en  los álamos del jardín de los enamorados? ¿Qué muchacha no suspirará cuando le  roben un beso? ¿Qué  muchacho lo robará?  ¿Cuántas vueltas a  la plaza de África tendrán que dar los niños  y las golondrinas,  antes que el sonido  de cobre de  las campanas de la catedral,  rompan el silencio de la tarde?
 No sabemos si el  poeta recogerá  en sus versos el alma de las cosas… Sí, ciertamente, no sabemos si alguien,  aunque sólo sea un momento, un breve instante, cierre los ojos y, en un  lamento, casi un susurro, diga: ¡Esta es mi tierra…!
 No sabemos si el poeta recogerá el alma de  las cosas, sin embargo,  yo, mal que me  pese, no puedo dejar de pronunciar, apenas apuntando el sol en la raya azul del  mar, allá donde nace el Levante, apenas incendiado los pinos pardos, verdes del  Hacho, las palabras graves y sutiles de mi albada:
 
 
                        
                          
                            
                              
   Yo volveré,  un día, a pisar tus calles y  tus plazas
 hasta  recobrar mi nombre…
   Esta es la  albada de Ceuta,la albada de  los Ausentes,
 de los que no  pueden estar
 y miran  con dolor al sur
 hasta gritar: ¡Presentes!
 Yo volveré a  sentir
 la brisa del  Poniente
 en un  atardecer rojo
 de rosas y amapolas
 ensangrentadas…
 Yo sentiré la  mirada
 alegre de los  niños,
 y los besos  ardientes
 de los  cautivos de amor.
 Yo tocaré el  mar
 y romperé,  azules
 y verdes sus  espejos,
 hasta llegar  al fondo,
 más allá de todo,
 más allá de la vida,
 en nuestros instantes
 dolientes.
 Yo sentiré mi  alma
 -por qué no  decirlo-,
 aquí, ahora, siempre...
 en tu alma enamorada.
   Yo volveré,  un día, a pisar tus calles y  tus plazas
 hasta  recobrar mi nombre…
 
 
 Cádiz,  a 21 de septiembre de 2010                 Manuel Castillo Sempere   | 
    
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                      Salio Sigüenza por la orilla de los  muelles.
 
 
  
 UN MAÑANA
 
 
 
 Era una mañana inmensa de oro. Lejos,  encima del mar, el cielo estaba blanco, como encarnecido de tanta lumbre, y las  paradas aguas, que de tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían  el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los  remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz.
 Gritaban las gaviotas delirantes de alegría  y de luz, Y en las viejas barcas de carga, los gorriones picaban el trigo y el  maíz desbordado de los costales, y luego saltaban por la proa, dejando en la  marina una impresión aldeana muy rara y graciosa.
 Bajo las palmeras paseaban los enfermos,  los ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la  delicia del templado suelo alicantino.
 Olía el puerto a gentes de trabajo, a  dinero y maderas, a vapores, a Mediterráneo, y traspasaba todas las emanaciones  una fuerte y encendida, como un olor de sol, de semillas, de vida jugosa y  apretada.
 De todos los barcos escogió Sigüenza para  mirar un vapor negro, ancho, gordo, reluciente en su misma negrura; el hierro  de sus costados tenía arrugas, tacto, sustancia de piel etiópica. Respiraba un  hondo hervor de máquinas. Sus grúas eran palpos gigantescos que se torcían  sobre la tierra; bajaban sus cadenas oxidadas, y con dos uñas terribles se  llevaban cuévanos de hortalizas a las entrañas de las bodegas.
 Constantemente venían carros de cestos de  fruta, y el muelle era una granja en llenura venturosa.
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 Gabriel Miro -Libro de Sigüenza-
 
 
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 NOCHE DE ÁNIMAS EN SORIA
      Noche de ánimas. Apenas cruza  nadie por las calles de la ciudad. Impone el fuerte rumor del viento, que agita  con violencia los árboles y mueve las maderas de los balcones y ventanas y  penetra, como afilado puñal, por resquebrajas y quicios. Aire frío de la estepa  nevada, de los montes nevados. Y más obsesionante, el toque alternado de las  campanas: el sonoro y metálico de la campana chica y el bajo profundo, de eco  largo, como lamento que no cesa, de la campana grande…Noche tremenda de recogimiento siniestro en  torno a la camilla acogedora. Lamparillas de aceite en vasos de cristal. Tantas  lucecitas como muertos se veneran. La madre tiene dibujados en su semblante  dolores que no han cicatrizado. Pero se muestra serena y grave  en esta escena fatídica  de Noche de Ánimas: un Ave María por cada  muerto.
 El viejo reloj avanza sus saetas con  lentitud de desespero, y el péndulo perezoso y acompasado produce un leve y  seco ruido al rozar apenas la madera de la caja. Rezos fervorosos en la  estancia débilmente iluminada con planos y rincones de sombra y sueño. Y el  cierzo cada vez más airado trae, hasta las lamparillas que chisporrotean y se  mueven, los lamentos de las campanadas incansables.
 Señor: ¿se habrá muerto también el tiempo?  ¡Que venga pronto la claridad de plata del nuevo día! ¡Que cese este tañido  angustiado de campanas y el murmullo obsesionante de estos rezos! Que se salven  las almas de todos los muertos del Espino! Pero que pase pronto esta noche de  pesadilla.
 
 
   
 Ángel Lacalle. – Imágenes de Soria mía.
 
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 COMO UN GORRIÓN
 
 Es menuda como un soploy tiene el pelo marrón
 y un aire entre tierno y   triste
 como un gorrión.
 
 Le gusta andar por las ramas
 ir de balcón en   balcón
 sin que nadie le eche mano
 como un gorrión.
 
 Nació libre como el   viento,
 no tiene amo ni patrón
 y se mueve por instinto
 como un   gorrión.
 
 Pajarillo pardo...
 En la Carrera
 de San Bernardo,
 quedó tu   nido seco y vacío
 quizá algún niño ya lo robó.
 
 Pajarillo errante
 que   bebe el agua de los estanques
 y de mi mano jamás comió.
 
 Y no le vende al   alpiste
 su calor ni su canción
 por ahí busca su lechuga
 como un   gorrión.
 
 Y le da pena el canario
 pero no envidia a un halcón.
 Le gusta   volar bajito
 como un gorrión.
 
 Y tutearse con las nubes
 y dormir en el   rincón
 donde no llegan los gatos
 como un gorrión.
 
 Pajarillo   pardo...
 En la Carrera
 de San Bernardo,
 quedó tu nido seco y   vacío
 quizá algún niño ya lo robó.
 
 Pajarillo errante
 que bebe el agua   de los estanques
 y de mi mano jamás comió.
       Joan Manuel Serrat
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 Ojear "Dónde no estuve", en el apartado  de Carpen diem, de Amanda.
 
 
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 NANAS DE LA CEBOLLA
 "Poema  que  escribe  Miguel  en  la  carcel,  al           enterarse de que su  mujer  sólo  come  pan  y           cebolla..."
 
 
 La cebolla es escarcha
 cerrada y pobre.
 Escarcha de tus días
 y de mis   noches.
 Hambre y cebolla,
 hielo negro y escarcha
 grande y   redonda.
 
 En la cuna del hambre
 mi niño estaba.
 Con sangre de   cebolla
 se amamantaba.
 Pero tu sangre,
 escarchada de azúcar
 cebolla   y hambre.
 
 Una mujer morena
 resuelta en luna
 se derrama hilo a   hilo
 sobre la cuna.
 Ríete niño
 que te traigo la luna
 cuando es   preciso.
 
 Tu risa me hace libre,
 me pone alas.
 Soledades me   quita,
 cárcel me arranca.
 Boca que vuela,
 corazón que en tus   labios
 relampaguea.
 
 Es tu risa la espada
 más   victoriosa,
 vencedor de las flores
 y las alondras.
 Rival del   sol.
 Porvenir de mis huesos
 y de mi amor.
 
 Desperté de ser   niño
 nunca despiertes.
 Triste llevo la boca
 ríete siempre.
 Siempre   en la cuna
 defendiendo la risa
 pluma por pluma.
 
 Al octavo mes   ríes
 con cinco azahares.
 Con cinco diminutas
 ferocidades.
 Con cinco   dientes
 como cinco jazmines
 adolescentes.
 
 Frontera de los   besos
 serán mañana,
 cuando en la dentadura
 sientas un arma.
 Sientas   un fuego
 correr dientes abajo
 buscando el centro.
 
 Vuela niño el la   doble
 luna del pecho
 él, triste de cebolla,
 tú satisfecho.
 No te   derrumbes.
 No sepas lo que pasa
 ni lo que ocurre.
       Miguel Hernández
 
 
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  MUELLES   Y   MAR
                                                           UNA MAÑANA 
 
 «Era una mañana inmensa de oro. Lejos, encima del mar, el cielo estaba  blanco, como encandecido de tanta lumbre, y las paradas aguas que de tiempo en  tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían el sol infinitamente roto. Si  pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los remos, al emerger, desgranaban una  espuma de luz.
 Gritaban las gaviotas delirantes de alegría  y de azul.  Y en las viejas barcas de  carga, los gorriones picaban el trigo y el maíz desbordado de los costales, y  luego saltaban por la proa, dejando en la marina una impresión aldeana muy rara  y graciosa.
 Bajo las palmeras paseaban enfermos, los  ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la  delicia del templado suelo alicantino.
 Olía el pueblo a gentes de trabajo, a  dinero y maderas, a vapores, a Mediterráneo; y traspasaba todas las emanaciones  una fuerte y encendida, como un olor a sol, de semillas, de vida jugosa y  apretada.
 Un poeta hubiese dicho que el cielo tendía  sobre sus frentes el amparo de su techumbre, que palpitaba de estrellas…»
 
 Gabriel Miró. – Muelles y Mar. Libro de Sigüenza.
 
 
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                             RECUERDO INFANTIL
     Una tarde parda y fría
 de invierno. Los colegiales
 estudian.   Monotonía
 de lluvia tras los cristales.
         Es la clase. En un cartel se representa a Caín
 fugitivo, y   muerto Abel,
 junto a una mancha carmín.
         Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano
 mal   vestido, enjuto y seco,
 que lleva un libro en la mano.
         Y todo un coro infantil va cantando la lección:
 «mil veces   ciento, cien mil;
 mil veces mil, un millón».
         Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales
 estudian.   Monotonía
 de la lluvia en los cristales.
            Antonio Machado
 
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 EN ABRIL, LAS AGUAS MIL
       Son de abril las aguas mil. Sopla el viento achubascado,
 y   entre nublado y nublado
 hay trozos de cielo añil.
 Agua y sol. El   iris brilla.
 En una nube lejana,
 zigzaguea
 una centella amarilla.
 La lluvia da en la ventana
 y el cristal repiqueteo.
 A   través de la neblina
 que forma la lluvia fina,
 se divisa un prado verde,
 y un encinar se esfumina,
 y una sierra gris se pierde.
 Los   hilos del aguacero
 sesgan las nacientes frondas,
 y agitan las turbias   ondas
 en el remanso del Duero.
 Lloviendo está en los habares
 y   en las pardas sementeras;
 hay sol en los encinares,
 charcos por las   carreteras.
 Lluvia y sol. Ya se oscurece
 el campo, ya se ilumina;
 allí un cerro desparece,
 allá surge una colina.
 Ya son claros,   ya sombríos
 los dispersos caseríos,
 los lejanos torreones.
 Hacia la sierra plomiza
 van rodando en pelotones
 nubes de guata y   ceniza.
                                                                                                 Antonio Machado 1875-1939    | 
    
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 JUEGO o ABRIL
 
 (EL DÍA Y ROBERT BROWNING)
 El chamariz en el chopo
 —¿Y qué más?
 El chopo en el cielo azul
 —¿Y qué más?
 —El cielo azul en el agua
 —¿Y qué más?
 —El agua en   la hojita nueva
 —¿Y qué más?
 —La hojita nueva en la rosa
 —¿Y qué   más?
 La rosa en mi corazón
 —¿Y qué más?
 ¡Mi corazón en el tuyo!
 
 Juan Ramón Jiménez
 
 
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 ABRIL FLORECíA
 Abril florecía
 frente a mi ventana.
 Entre los jazmines
 y las   rosas blancas
 de un balcón florido,
 vi las dos hermanas.
 La menor   cosía,
 la mayor hilaba ...
 Entre los jazmines
 y las rosas blancas,
 la más pequeñita,
 risueña y rosada
 —su aguja en el aire—,
 miró a   mi ventana.
 La mayor seguía silenciosa y pálida,
 el huso en su rueca
 que el   lino enroscaba.
 Abril florecía
 frente a mi ventana.
 Una clara tarde la mayor lloraba,
 entre los jazmines
 y las rosas   blancas,
 y ante el blanco lino
 que en su rueca hilaba.
 —¿Qué tienes   —le dije—
 silenciosa pálida?
 Señaló el vestido
 que empezó la   hermana.
 En la negra túnica
 la aguja brillaba;
 sobre el velo   blanco,
 el dedal de plata.
 Señaló a la tarde
 de abril que soñaba,
 mientras que se oía
 tañer de campanas.
 Y en la clara tarde
 me   enseñó sus lágrimas...
 Abril florecía
 frente a mi ventana.
 Fue otro abril alegre y otra tarde plácida.
 El balcón florido
 solitario estaba...
 Ni la pequeñita
 risueña y rosada,
 ni la   hermana triste,
 silenciosa y pálida,
 ni la negra túnica,
 ni la toca   blanca...
 Tan sólo en el huso
 el lino giraba
 por mano invisible,
 y en la oscura sala
 la luna del limpio
 espejo brillaba...
 Entre   los jazmines
 y las rosas blancas
 del balcón florido,
 me miré en la   clara
 luna del espejo
 que lejos soñaba...
 Abril florecía
 frente   a mi ventana.
     Antonio Machado1875-1939 
 
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 A MI MEJOR AMIGO
 
 
 Estoy triste,
 desde mi ventana veo un árbol sin hojas.
 Mi nostalgia es alargada.
 Mi mundo corto.
 Las sombras te llevaron
 y yo no te olvido.
 Los minutos, horas o años
 no me alejaran de ti.
 Como olvidar el Paraíso
 mi Paraíso en la Tierra.
 Como olvidar las tardes musicales
 ni la rutina agradable y feliz.
 Como olvidar que Dios me tocó con su mano
 y más tarde la retiró.
 Hoy me sumerjo en añoranzas
 esta vida ya no es mía.
 Nada me pertenece
 todo lo mío se fue contigo.
 Ya no quiero mirar por la ventana
 el árbol sin hojas me pone triste
 
 Juani Fortes  Castillo
 
 Madrid, noviembre 1993
 
 
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   LA NIÑA MUERTA                   «Qué siempre oigas
 en tu nueva  morada,
 el susurro de las  hojas.
 Siempre…»
 La mañanaque es alegre,
 se pierde
 en el camino
 que baja
 hasta el fondo
 del valle verde.
 El aire eleva
 una copla
 de pena muy
 doliente:
 «El amor
 que se va lejos
 ya nunca más
 vuelve».
 La niña llora
 junto al pino
 del recuerdo
 aún caliente;
 y el arroyo
 -que es su amigo-
 le acaricia
 dulcemente
 sus lágrimas
 transparentes.
 El sol
 pone fuego
 por donde
 la lluvia
 viene.
 Los niños juegan,
 las mujeres tienden
 la ropa
 del día siguiente.
 Y en un lugar
 de paz
 alguien
 dormirá
 para siempre.
                                 En Ceuta,   entre 1969 y  1970.
  Manuel   Castillo  Sempere
 
 
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 EN EL PRINCIPIO
 
 
 Si he perdido la vida, el tiempo, todo
 lo   que tiré, como un anillo, al agua,
 si he perdido la voz en la maleza,
 me   queda la palabra.
 Si he sufrido la sed, el hambre, todo
 lo que era mío y   resultó ser nada,
 si he segado las sombras en silencio,
 me queda la   palabra.
 Si abrí los labios para ver el rostro
 puro y terrible de mi   patria,
 si abrí los labios hasta desgarrármelos,
 me queda la palabra.
                            Blas de Otero
 
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  PUERTO
 Era una mañana inmensa de oro. Lejos,  encima del mar, el cielo estaba blanco, como encandecido de tanta lumbre, y las  paradas aguas, que de tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían  el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los  remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz.
     Gritaban las gaviotas delirantes de alegría y de azul. Y en las viejas  barcas de carga, los gorriones picaban el trigo y el maíz desbordado de los  costales, y luego saltaban por la proa, dejando en la marina una impresión  aldeana muy rara y graciosa.     Bajo las palmeras paseaban los enfermos,  los ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la delicia  del templado suelo alicantino.     Olía el pueblo a gentes de trabajo, a  dinero y maderas, a vapores, a mediterráneo; y traspasaba todas las emanaciones  una fuerte y encendida, como un olor de sol de semillas, de vida jugosa y  apretada.
 
 Gabriel Miró.-Libro de Sigüenza.
 (Recogido por Ángel Lacalle  del libro “Vida Española”.)
 
 
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                                                                                        MUELLES Y MAR
 
 UNA  TARDE
 
      Nunca tuvo nuestro mar la pureza,  la alegría y quietud  de esa tarde.Sigüenza vio algunas gentes asomarse a los  balcones. Todas le parecieron comunicadas de la gracia infantil, de la  inocencia antigua del  Mediterráneo. Si pasaba algún barco de vela  se vía todo su dibujo primorosamente   calado sobre el cielo y las aguas. La isla de Tabarca, que siempre tiene  un misterio azul de distancia, como hecha   de humo, mostrábase cercana, clara, desnuda y virginal.
 Las gaviotas parecía(n) que volasen en un  recinto guardado entre dos cristales: el del cielo y el mar; porque el mar  estaba tan liso, tan inmóvil como si se hubiera cuajado en una delgada  lámina  y bajo de ella  no hubiese más agua, sino el fondo enjuto,  alumbrado del sol.
 No pudo contenerse Sigüenza en su ventana.  Ansiaba y necesitaba ir a la ribera, gozar del Mediterráneo, hasta tocándolo(tocarlo).  Seguramente asistiría  a algún raro  prodigio; se le ofrecerían todos los encantos de las entrañas del mar.
 …Halló un amigo, y juntos se fueron a los  muelles, prefiriendo el de Levante, porque se entra, se aleja mucho encima de  las aguas, y desde el cabo alcanza la mirada toda la ciudad reflejada, y a sus  espaldas se asoman  unas montañas remotas  y azules, un delicado relieve del cielo. El menos imaginativo cree que va  viajando. Todo ofrece una belleza nueva, desconocida.
 
 
 GABRIEL MIRÓ.-  Libro de Sigüenza.
 
 
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  MUELLES Y MAR. OTRA TARDE
 (La gaviota)
     Una  tarde primaveral, de mucha quietud, salió Sigüenza antes de que se le mustiase  el ánimo bajo el poder de pensamientos que, si no tenían trascendencia ni  hondura filosófica, agobian las más levantadas ansiedades.«¡Qué haría el mismo Goethe atado con mis  sogas!», se dijo para disculparse de su mohína y cansancio.
 Nada   se contesto de Goethe por no inferir el mal de la respuesta. Es verdad  que entonces venía la gozosa bandada de muchachos  de una escuela de asueto, porque era jueves.  Y esta infantil alegría suavizóle de su meditación, y aun le alivió más la  vista del cercano paisaje, ancho, tendido, plantado de arvejas y cebadas, ya  revueltas y doradas por la madurez, y parecía que todo el sol caído en aquel  día estaba allí cuajado en la llanura.
 Sigüenza, ya descuidado y hasta alegre,  como si toda la tarde fuese suya  y  hermosa para su íntimo  goce, bajó a la  orilla del mar.
 El mar, liso, y callado, copiaba  mansamente los palmerales costaneros como las aguas dormidas  de una alberca. Y el caballero sintió  pueriles tentaciones de caminar por aquel cielo acostado ante sus ojos.
 Por el horizonte pasaba una procesión de  barcos de vela.
 Se alzo una gaviota, y remontada en el azul  mostró la espuma de su pecho. Anchamente, con aleteo pausado, volaba el ave del  mar. La perdieron los ojos de Sigüenza; mas luego volvieron a gozarla. Llegaba  del tenue confín trazando un magnífico círculo en las inmensidades. Dio un  exultante grito y descendió a la paz de las aguas
 Sigüenza la envidió, y volvióse  a la ciudad. Desde una reja de un colegio le  miraba un chico. Acercóse un Sigüenza y vio la sala despoblada y triste; olía a  delantales y pupitres. En el fondo, junto a las ventanas de un patio, mondaba  guisantes la vieja mujer del maestro, los cristales de sus antiparras  resplandecían fieramente.
 - ¿Tú solo en la escuela? ¡Todos al campo!
 El niño lo miró pasmado. La señora maestra  también, y arrezagándose el delantal, donde tenía la legumbre, fue llegándose lenta  y recelosa.
 - Es que estoy castigado, que no supe, ni  ayer ni hoy, lo del participio.
 Sigüenza se quedó pensando, porque él  tampoco sabía lo del participio.
 Un amigo lo saludó jovialmente…
 …Juntos, siguieron andando por las calles.  Hatos de cabras se iban parando en los portales. Las esquilas dejaban como una  estela de vida agreste, de cumbres y sendas.
 Sigüenza le habló a Martínez de la altivez  y la soledad de las gaviotas.
 -Yo creo que la de esta tarde me miraba con  tristeza, Son casi más felices  que las  mismas águilas. Alcanza su señorío a los mares, donde hunden audazmente sus  picos para devorar los peces palpitantes. ¡Vayamos a la playa!...
 …Llegaba la dulce declinación de la tarde.  Todo se bañaba de un azul purísimo, y las lejanas costas palidecían, semejando  nieblas dormidas, reclinadas sobre el mar liso, inmóvil, como el hielo.  Cortaban la soledad del horizonte las blancas alas de un barco velero que  venía. Estos bellos barcos dejaban en Sigüenza una inocencia infantil.
 -¡Oh blancas  y fantásticas apariciones  que nos traéis la emoción de tierras del  misterio!...
                                                    GABRIEL MIRO.- Libro de Sigüenza.
 
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 XVIII     EN  LA «CUMBRERA»
   «… Apartóse otro rebaño. Después  salieron otros buscando los rediles. Quedaron solos Felix y su guía. Por encima  pasaron croajando los cuervos, lentos, solemnes. Distantes, ya perdidos, aún se  oía su clamor, que fue deshaciéndose en la tristeza de la tarde.Las quebradas y ondulaciones  de las sierras se espesaban y ahondaban;  parecían sumergirse  en las sombras  proyectadas por  monstruosas   alas invisibles. Las cumbres recogían el último sol, que entonces tiene  el oro gastado de monedas y lámparas viejas   de templo, era su luz  tibia y  humilde. La altitud destello en una alegría   de lumbre súbita y roja. Una peña persistió  encendida   fuertemente. Quedaron apagadas las laderas. En la infinita paz, el más  leve  crujido  de una mata, el zumbido de un insecto, la  voz, el cencerro del ganado remoto, rodaba claro y despacio mucho tiempo.
 Toda la emoción de la tarde  entraba en el alma de Felix tan excelsamente,  que creía no necesitar de la rudeza de sus sentidos.
 Regresaban. Se sepultaron entre montes. Y  al doblar un collado percibieron gritos de desgracia que estremecieron su  soledad.  Las montañas repitieron el  plañido, roncas, angustiosas,; los arrastraban por sus gargantas y barrancos, y  sonaban pavorosamente  como balandros y  quejumbres  de las ánimas  en pena de las consejas.
 Precipitóse el guía  por una cañada; Felix corrió hacia un puerto  para escrutar otros horizontes: allí sólo esta la calma del crepúsculo. Volvió.  Lejos negreaba la silueta del guía, que gritaba algo en valenciano…»
                                            Gabriel Miro. -Las cerezas del cementerio. | 
    
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  II.   JESÚS. EL CAPELLAN. LOS MAGOS
 
 
      Nuestra  casa era grande y blanca: el campo, de  llanura apretada  de frutales, de cáñamos  y mieses. Las acequias, de quijeros muy espesos de hierbas y de agua limpia,  trémula, peinada por las matas caedizas, parecían sendas estremecidas,  resplandecientes y vivas. Separaban los tablares  del hortal, liños de moreras anchas y  jugosas; y los setos, que  guardaban los  generosos naranjos, eran de aromos, de cuyas ramas me dijo mi pobre abuela  hicieron los sayones la corona de espina del Señor.Al lado de los corrales, seguía la barraca  de la familia labradora, con su cruz de ciprés bendito, el hastial siempre  encalado, y en el rudo enjalbiego caían apretadamente las lenguas llameantes de  los pimientos y los dorados racimos de las mazorcas. Delante subía una parra  vieja, y sobre el techo, de mantos de leños y henestrosa, bajaba, amparándola,  el follaje de dos olmos, asilo de pájaros y cigarras y protección y sombra del  tinado o pesebre donde roznaban las vacas, que se volvían a mirarnos al zagal  del labrador y a mí, cuando jugábamos con la becerra; y ella nos topaba, nos  derribaba y lamía. La madre labradora nos avisaba los peligros, mientras le  daba teta a una criatura  nacida la misma  mañana que la ternera, o fregaba   escudillas de boj y lebrillos y cántaros en el remanso de la acequia.
 Jesús, mi amigo, y yo nos pasmábamos  de que la becerra  fuese ya más grande, más ágil y graciosa que  su hermano.
 Como el paisaje era tan liso, veíamos el  tren, que pasaba por las tardes, y puso en mí   la primera levadura  de sueños en  tierra lejana, desde que asomaba diminuto, haciendo un gritito de pájaro  cansado, y luego crecido, largo, negro, retemblando por en medio de los  naranjales, hasta reducirse y perderse en un copo de humo que se elevaba sobre  los caseríos, claros y menudos como granos de arroz.
 -¡Ahora se va a meter dentro del sol!- le  decía yo a Jesús. Es que, entonces, el sol iba cayendo como una gota enorme de  sangre…,  y diciéndolo, me lo creía sintiendo  estremecidamente que el tren  oradaza el  azul por el círculo abrasado.
                                                                     Gabriel Miró. – Niño y grande.
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 PORQUÉ TE FUISTE AMOR
 
 
 ¿Porqué te fuiste amor? ¿Donde te has ido?
 Dejaste en mis oídos el silencio,
 dejaste entre mis brazos el vacío, te busco,
 y ya no encuentro tu mirada.
 ¿Porqué te fuiste amor?, ¿Donde te has ido?
 Me gusta estar dormida,me gusta cuando sueño,
 la vida se disipa,
 se olvidan los recuerdos. Y te siento a mi lado,
 y te lleno de besos,
 percibo tus palabras
 y te escucho en silencio.
 Y ¡Te siento tan cerca! ¡Aún estando tan lejos! Me gusta estar dormidaporque cuando despierto,
 todas las sensaciones
 se escapan al momento;
 Mi vida se diluye en malos pensamientos
 en horas de tristeza, de pena y de silencio.
 Y no te siento cerca, pues sé....yo sé que estás muy lejos.
                         Maria Blanes González  2012-13 | 
    
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 .jpg)  .jpg) Estaba  el huerto todavía  blando, redundado del  riego de la pasada tarde; y el sol de la mañana se entraba deliciosamente en la  tierra agrietada por el tempero.
 En los macizos ya habían ya  habían florecido los pensamientos, las  violetas y algunos alhelíes; las pomposas y rotundas matas de las margaritas  comenzaban a  nevarse de blancas  estrellas; los sarmientos  de los rosales  rebrotaban doradamente; los talles de las clavellinas engendraban los apretados  capullos, y todo estaba lleno y rumoroso de abejas.
 Por encima de los almendros asomaban la  graciosa y gentil ondulación de los collados, en cuyas umbrías las nieves  postreras iban derritiéndose.
 Los almendros ya verdeaban; tenían el  follaje nuevo, tan tierno, que sólo tocándolo se deshacía en jugos; y tan  claro, que se recortaba, se calaba en el cielo como una blonda, y permitía  que se viera todo el bello dibujo en los  brazos de las ramas, las briznas, los nudos. Comenzaba a salir la flor del  almendro apenas cuajado, de corteza velludita, aterciopelada.
 Con la boca arrancó Sigüenza uno de esos  frutos recientes, chiquitines, y se le fundió en ácida frescura deliciosa.
 Todo el almendro parecía ofrecérsele en su  sabor.
 Lo fue aspirando mirándolo; y vio los  restos de muchas flores muertas, las huellas de muchas almendras malogradas.
 Estos árboles impacientes, ligeros,  frágiles, exquisitos, dejan una espiritualidad, una melancolía sutil en el  paisaje, y traen a nuestra alma la inquietud que inspiran algunos niños  delgaditos, pálidos, de mirada honda y luminosa, que hacen temer más a la  muerte.
 ¿Por qué florecen estos árboles tan  temprano?  ¿No parece que voluntariamente  se ofrezcan al sacrificio, que quieran consolar al hombre enseñándole que hayan  de quemarse  y deshojarse  muchas ansias antes de que cuaje la deliciosa  fruta del alcanzado bien?..
 Andando por lo más recatado y húmedo del huerto, halló Siguenza una mata de acanto abierta anchamente, de las hojas carnosas, gruesas, cruzadas por recios nervios y recortadas  por fiereza. Tocándola, parecía recogerse la interior circulación de la vida.
 Del centro ya prorrumpía el cogollo de la  espiga. Imaginativamente se colocaba en medio del cestillo de la leyenda, y  luego se veían también  enroscadas las  azagayas de las hojas, hasta formar el capitel corintio.
 Cortó Sigüenza las dos más hermosas y  cabales para el clásico ornamento del búcaro de su mesa.
 Y salió del jardín…
 
            1906      
 Gabriel Miró. - Libro de Sigüenza. Los almendros y el Acanto.
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                            Y, Gabriel Miró acaba el  “Libro de Sigüenza” con estos últimos párrafos donde anuncia que se va a su  comarca, a su originario paisaje que no columbra desde hace más de veinte años…  A su paisaje primigenio donde desea sentir su aroma…
 “Vuelve Sigüenza a su provincia  después de veinte años.
 Olor y regusto de hierro y de hulla. Hierro  inmóvil de la osamenta  articulada de la  estación. Carrieles  mellizos que  principian a caminar hacia la lejanía, rajando paralelamente el campo. Hierros  de placas giratorias, de faros cabezudos. Hierro de locomotoras  que han criado en la fungosidad de los  túneles una piel vieja y sudada. Y gorriones, gorriones de herrumbre  y escoria, gorriones ahumados, que tienen,  que tienen la querencia en las jácenas y vienen a picar regojos y mondaduras  que han barrido de los vagones  los mozos  de limpieza; pájaros ferroviarios, de fundición y estruendo; avecitas modernas,  que trocaron el parral, el ejido y el otero por los muelles  y almacenes de mercancías de una estación de  ferrocarril.
 Y las lumbrecillas socarrones de sus de sus ojos miran a Sigüenza, que  se va acomodando en el correo de su tierra-
 -¡Aquí os quedáis entre humos, arcos  voltaicos, vigas metálicas y el trajín   de los hombres! Yo me voy a  mi  comarca. Más de veinte años sin ver, sin tocar, sin aspirar mi paisaje. Haré  vida rural mucho tiempo. ¿Qué os parece?
 Los gorriones, que están mirando, vuelan a  recibir un tren mixto que llega de la mancha; tren desbordante de viajeros con  atadijos, alforjas y cestas de merienda. Porque siguen cumpliéndose las  palabras del Señor: «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni allegan en  trojes; y Nuestro Padre celestial les da el alimento  de cada día.»”
  Gabriel Miró. - Libro de Sigüenza. Epilogo.
 _____Palabras que tal vez convendría  de mirar en el diccionario:
 Fungosidad: Porosidad  de las cosas esponjosas. Carnosidad fofa.
 Jácenas: Viga maestra.
 Regojos: Pedazo de pan sobrante.  Muchacho pequeño de cuerpo.
 Ejido: Campo común de todos los  vecinos de un pueblo lindante con él.
 Otero: Cerro que domina un llano.
 Trojes: Granero, silo.
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 COMO UNA ENREDADERA
 Abrazado a tu cuerpo
 como una enredadera,
 mi mirada viaja prisionera
 a  tus ojos negros y grandes…
 Tu boca,  roja de pasión,
 en mis labios deseantes
 de tus besos inalcanzables.
 Y, mis dedos de fuego,
 trepando la exultante
 y la larga la cordillera
 de tu cuello  y tus pechos…
 ¡Ah!, sí,  la alta  cordillera
 de tus blancos pechos
 -manantial de miel-,
 que no cesa nunca;
 ni en las horas tristes,
 aciagas, del desamor.
 Del valle infinito, verde,
 que florece de pasto
 en  tu espalda  incólume,
 y, al cabo, en la frontera
 de la curva de tus caderas
 y en la locura del deseo
 de tus vírgenes ingles,
 se abrazan  en la llama
 de  tus ardientes muslos,
 que, como acantilados
 -perdidos en la bruma-,
 se precipitan al fondo
 del  mar, del alma cautiva
 del alma enamorada…
 
 En el mar, a 19 de septiembre de 2014
 Manuel Castillo Sempere | 
    
    
    
    
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                                                                    PRIMAVERA
 “No sabemos cuándo llegó…”
  Dicen que tornó
 que ha regresado
 de una noche fría
 y el cielo estrellado.
 
 Dicen que tornó
 del largo invierno
 la   rosa primera
 de un amor eterno.
   Dicen  que tornóque ha regresado
 de los altos valles
 el amor soñado.
 
 Dicen que  tornó
 la primavera añorada
 y una copla de mujer
 que la brisa llevara.
 Dicen que tornóentre cielos de agua
 que el alma copiara
 ¡ay! la última palabra..
   Dicen que tornóque ha regresado
 de una noche fría
 y el cielo estrellado.
         Cádiz, a 21 de marzo (9 abril) de 2015
 Manuel  Castillo Sempere
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                              ROMANCE A CEUTA
 Y en el viento una copla,
 y en la copla una oración,
 y en la oración tu adiós,
 y en tu adiós mi corazón..."
 
 
 Ceuta a lo lejos…
 Soñando con tu mirada
 a los pies del Yebel Musa
 en los caminos blancos
 que serpean en la maleza
 hasta rozar en lo más alto
 nubes de agua y pureza.
 ¡Ceuta a lo lejos!…
 Viajando con tu palabra
 a los valles del Hacho
 en las sendas de plata
 que se abren en las peñas
 al verdor de la algaba
 entre el jaral y la breña.
 Ceuta a lo lejos…
 Caminando junto al mar
 en  las  orillas de Benzú,
 por las rondas escarpadas
 que el litoral dibujaba:
 espumas, limos y nácar.
 ¡Ay, tan cerca, del alma.!
 Ceuta a lo lejos…
 
 
 Ceuta,  a 5 de abril de 2016
 
 
 Manuel Castillo Sempere
 
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