Del verso y la prosa...

- Unos ojos bellos - Aquellas sierras, madre - Que no cogeré yo verbena - Que ya cantan los gallos - Luna que reluces - ¡Cuando saldréis, alba galana! - Las calles de Córdoba -

- En la Catedral de Córdoba - Los patios de Córdoba - El viaje Definitivo - Vino, primero pura... - El cantarero y la fuente - Romance del conde Arnaldo - Ya no cogeré Verbena -

- Alta estaba la peña - ¡Ay, que non hay! - No te tardes... - Río Duero, río Duero... - A José María Palacio - Llegó con tres heridas - La carbonerilla quemada - Yo voy soñando...-

- Coplas por la muerte de su padre. J.Manrique- El cartero del rey -escena cuarta-.Tagore- Libro de Siguenza. El Sr. de Cuenca. G-Miró - Veinte poemas de amor..VII. Neruda-

- El misterio está...Bergamín- Pegasos, lindos pegasos.A.Machado- La poesía es un arma cargada de futuro.G.Celaya- Poema VI.Te recuerdo como eras en el último otoño.Neruda-

- La niña chica. Juan Ramón Jiménez - Canción del jinete. Garcia Lorca - ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Lope de Vega - Los Rubaiyat. Omar Kheyyam -

- La Albada del Viento y Albada de Ausencia. Labordeta - La Albada de Ceuta y de los Ausentes. Manuel Castillo - Noche de Ánimas en Soria. Ángel Lacalle -

- Como un gorrión. Joan Manuel Serrat - Nanas de la cebolla. Miguel Hernández - Muelles y mar.Una mañana.Gabriel.Miro - Muelles y mar.Una tarde. Gabriel Miró -

- Muelles y mar.Otra tarde. Gabriel Miró-   Recuerdo infantil. Antonio Machado - En abril, las aguas mil...Antonio Machado -Juego o Abril. Juan Ramón Jiménez -

- Abril florecía. Antonio Macahado - . A mi mejor amigo. Juani Fortes Castillo - La niña muerta. Manuel Castillo Sempere - En el principio. Blas de Otero -

- En la "Cumbrera".Gabriel Miró - Niño grande(IIJesús.El capellán.Los magos).Gabriel Miró- Porqué te fuiste, amor. María Blanes González - Almendros y Acantos.Gabriel Miro -

- Libro de Sigüenza.Epílogo Gabriel Miro - Como una enredadera. Manuel Castillo Sempere -


Unos ojos bellos
adoro, madre:
téngalos ausentes,
verélos tarde.

Unos ojos bellos,
que son de paloma,
donde Amor se asoma
a dar vida en ellos;
no hay, madre, sin vellos* ,
bien que no me falte:
téngalos ausentes,
vérelos  tarde.

Son dignos de amar,
pues podéis creer
que  no hay más que ver
ni que desear;
hícelos llorar,
y llorar me hacen:
téngalos ausentes,
vérelos tarde.

No sé qué me vi
cuando los mire,
que en ellos me hallé
y en mi me perdí.
Ya no vivo en mí,
sino en ellos, madre:
téngalos ausentes,
vérelos tardes.

 

José de Valdivielso

 

________

*   Vellos:  Verlos.

 

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Aquellas sierras, madre,
altas son se subir;
corrían los caños
daban en un toronjil.

    Madre, aquellas sierras
llenas son de flores,
encima de ellas
tengo mis amores.
Corrían los caños,
daban en un toronjil.

Anónimo

 

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    Que no cogeré yo verbena
la mañana de San Juan,
pues mis amores se van.

    Que no cogeré yo claveles,
madreselva ni mirabeles,
sino penas tan crueles
cual jamás se cogerán,
pues mis amores se van.

Anonimo

 

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Ya cantan los gallos,
Amor mío, y vete:
cata que amanece.

Vete, alma mía,
más tarde no esperes,
no descubra el día
los nuestros placeres.
Cata que los gallos,
según me parece,
dicen que amanece.

 

Anonimo

 

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Luna que reluces,
toda la noche alumbres.

¡Ay!, luna que reluces
blanca y plateada,
toda la noche alumbres
a mi linda enamorada!
Amada que reluces,
Toda la noche alumbres

Anónimo

 

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¡Cuando saldréis, alba galana,
cuando saldréis, el alba?
Resplandece el día,
crecen los amores,
y en los amadores,
aumenta alegría,
¡Alegría galana!
¡Cuando saldréis, al alba?

Anonimo

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LAS CALLES DE CORDOBA

 

    Cuando me he levantado he salido un momento al balcón  y he estado contemplando  el cielo y la calle. Eran las primeras horas de la mañana; se respiraba un aire fresco y sutil; estaba el firmamento despejado, radiante, de un azul intenso. He dejado  la casa. He comenzado a recorrer callejuelas retorcidas y angostas. Córdoba, es una  ciudad de silencio y de melancolía. Ninguna ciudad española tiene como ésta un encanto tan profundo en sus calles. A esta hora de la mañana eran rarísimos los transeúntes. Las calles se enmarañan, tuercen y retuercen en un laberinto inextricable. Son callejuelas estrechas, angostas; a uno y otro lado se extienden unas anchas losas; el centro de la calle lo constituye un pasito empedrado  de pelados y agudos guijarros. Nada turba el silencio; de tarde en tarde, pasa un transeúnte que hace un ruido sonoro con sus pasos. Las casas están jaharradas con blanco yeso o enjalbegadas con cal nítida.
He paseado durante un largo rato por la maraña de callejas; me detenía a veces ante el portal para contemplar un hondo patio. Todas estás casas cordobesas tienen un patio, que es como su espíritu, su esencia. Es un patio pequeño; unos tienen columnas  que sostienen una galería; otros son más modestos, más pobres. Yo prefiero estos de las casas humildes, de las casas ignoradas. Al pasear  y recorrer las callejas silenciosas y blancas, he columbrado muchos patios de éstos. Todo era silencio, reposo y blancura en ellos; acaso una planta de evónimus o un laurel destacaban en la nitidez de las paredes o sobre el azul del cielo. Existen algunos de estos patios con lejanías y segundos términos que recuerdan los fondos de los primitivos italianos. He visto uno cuyo pavimiento se alejaba en una rampa suave; luego, allá en el fondo, se abría otro reducido patio, al cual se entraba por un arco sencillo  y blanco; debajo del arco esperaba inmóvil, rígido, impasible, un asno enjaezado con rojos y amarrillos arreos; por encima del arco asomaba, negruzco y simétrico, un ciprés que resaltaba en el azul del cielo. No se oía el más ligero rumor ni en la casa ni en la calle; todo parecía reposar en un profundo, denso silencio. Una armonía perfecta, maravillosa, se establecía entre este reposo, la blancura de las paredes, el ciprés, el asno inmóvil, rígido y el azul intenso y radiante del cielo. ¿Dónde  está el artista que recoja esta sensación auténtica, profunda de Andalucía, en esta ciudad, en este sitio y en esta hora? ¿Es  esta Andalucía de los conciertos armónicos y hondos de las cosas, de la profunda y serena tristeza, la Anda ligera, frívola, y ruidosa que nos enseñan en los cuadros y en los teatros?

 

                                                                                         Azorín. – España.
 

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EN LA CATEDRAL DE CORDOBA

 

    He continuado mi paseo. El laberinto de callejuelas que se extiende en los aledaños de la Catedral, ofrece uno de los aspectos más interesantes de la ciudad. Es aquí donde el silencio, la serenidad y la melancolía son más grandes. De tarde en tarde, pasa un asno cargado con una sera de carbón; una viejecita marcha lentamente, se detiene, torna a caminar; se levantan tímidamente unos visillos, tras unos cristales, al ruido sonoro de los pasos. Suenan lentas, sonoras, rítmicas, las campanadas de una hora, campanadas que en el silencio se difunden sobre la ciudad y se pierden y se apagan dulces.
    He llegado a la Catedral. He traspuesto la puerta y he entrado en el Patio de los Naranjos. Cuatro o seis mendigos toman el sol.  El patio es ancho, empedrado de guijarros; se extienden los naranjos en filas;  la alta y recia torre se yergue a un lado. Sólo algunos viajeros cruzan a esta hora el patio y se dirigen hacia la catedral. El mismo silencio de la ciudad se goza aquí en este recinto. Una fuente deja caer un hilo de agua. Cada medía hora una moza con un cántaro aparece y lo llena en la fuente; el agua  hace un son ronco y precipitado al caer en el cántaro. La moza espera inmóvil junto a la fuente. Pían y sal tan los gorriones en  los naranjos. Se remueve lentamente un mendigo en su capa. Las campanadas de las horas vuelven a descender sobre la ciudad lentas, acompasadas, sonoras.
    Gana el espíritu en esta ciudad y en esta hora una sensación de serenidad y de olvido. Se escucha el alma de las cosas. Sentimos añoranzas por cosas que no hemos conocidos nunca; anhelamos algo que no podemos precisar y cuya falta no llega a producirnos amargura. Si salimos de la Catedral y avanzamos un poco hacia el río, vemos allá a lo lejos, en la ribera opuesta, dilatarse una campiña de tierras sembradizas. No se columbran arboledas ni fragosidades por esta parte de la ciudad. La tierra es llana, ligeramente ondulada; los bancales de fino verdor alternan con los cuadros oscuros de barbecho. La compenetración de este paisaje austero, noble, místico, con las callejuelas y con los patios blancos y callados, es también perfecta. Un último detalle nos falta: por la mañana, a mediodía, un fuerte olor a leña, a ramaje de olivo quemado, ase respira en las callejas y en las casas. Es el aroma castizo de las ciudades españolas meridionales y levantinas.
    ¿Dónde estará el artista –tornamos a preguntar- que recoja el alma de esta ciudad? Al hacerlo tendría  que expresar este concierto profundo de las cosas, esta compenetración íntima de los matices, esta serenidad, este reposo, este silencio, esta melancolía…

 

                                                                                    Azorín. – España.

 

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LOS  PATIOS  DE   CORDOBA

 

    Los patios, en Córdoba y en otras ciudades de la provincia, son como los de Sevilla, cercados de columnas de mármol, enlosados y con fuentes y flores. En los lugares más pequeños no suelen ser tan ricos ni tan regulares y arquitectónicos; pero las flores y las plantas están cuidadas con más amor, con verdadero mimo. La señora, en la primavera y en las tardes y noches de verano, suele estar cosiendo o de tertulia en el patio, cuyos muros se ven cubiertos de un tapiz de verdura. La hiedra, la pasionaria, el jazmín, el limonero, la madreselva, la rosa enredadera, y otras plantas trepadoras tejen ese tapiz  con sus hojas entrelazadas  y le bordan con sus flores y frutos. Tal vez está cubierta de un frondoso emparrado una buena parte del patio, y en su centro, de suerte que se vea bien por la cancela, si por dicha la hay, se levanta  un macizo de flores formado por muchas macetas colocadas en gradas o escaloncillos de madera. Allí, claveles rosas, miramelindos, marimoñas, albahaca, boj, evónimo, brusco, laureola y mucho dompedro fragante. Ni faltan arriates todo alrededor, en que las flores también abundan, y para más primor y amparo de las flores, hay encañados vistosos, donde forman las cañas mil dibujos y laberintos, rematando en triángulos y en otras figuras matemáticas. Las puntas superiores de las cañas con que se entretejen aquellas rejas o verjas suelen tener por adorno sendos cascarones de huevos o lindos y esmaltados calabacines. Las abejas y las avispas zumban y animan el patio durante el día. El ruiseñor le da música por la noche.
En el invierno, la cordobesa tiene buen cuidado de que plantas de hojas perennes hermoseen su habitación. Canarios o jilgueros recuerdan en primavera con sus trinos, y si el amo de la casa es cazador, no faltan perdices y codornices cantoras en sus jaulas y las escopetas y trofeos de caza adornan las paredes. En torno del hogar, casi en tertulia con los amos, vienen a colocarse los galgos y los podencos.

 

                                                                                    Juan Valera

 

 

 

EL VIAJE DEFINITIVO

 

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
Y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y placido…
Y se quedarán los pájaros  cantando.

 

Juan Ramón  Jimenéz

 

 

 

VINO, PRIMERO PURA…   

 

Vino, primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
Y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundía de yel  y sin sentido!
…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
Y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!  

 

Juan Ramón Jiménez

 

 

EL CANTARERO Y LA FUENTE 

 

  ¿Quién  recogió las  aguas  entre los brazos como una túnica?  Únicamente Dios. Ya lo sabe Sigüenza.
    Sigüenza y muchos quisieron gozar del agua, cogiéndola, ciñéndola, moldeándola como una ropa dócil a nuestros dedos. Se lo hace decir Salomón en sus proverbios que sea el agua tan infinita en sí misma, tan incorpórea en su cuerpo, y la codicia de tenerla y de romperla en su unidad fugaz y perdurable.
    Si ve, Sigüenza, bullir el agua en la sierra o en la vera, la sentirá con los ojos, con las manos, con la boca, con el pecho, aspirándola desde la superficie al fondo. Si pasa Sigüenza por los  secanos, se incorporará  a su carne la sed de los terrones. Y en la sed se le aparece el agua en todas sus imágenes: agua de Ontaneda, delgada y virgen; agua despedazada por los berrocales; agua de rambla, con güijas tibias de sol y adelfas rojos; agua celeste de albercón; agua de pozo, que siempre está esperando nuestra mirada ; agua de surtidor, que sube soltándose entera en cada gota, cada gota cerrada con luz de júbilo  de ser ella hacia el cielo, y arriba se dobla el tallo de toda el agua y cada gota vuelve  a ser agua lisa de balsa; agua hacendosa de molino; agua que se aprieta en los alcorques, calando las cepas y los troncos; agua de lluvia; agua cogida viva dentro de la mano; agua de la peña a la boca como una miel mordida  en la bresca y como una fruta en la rama; agua  recién nacida, que se arranca con cantarillo de lo más  profundo del origen, que todavía sale con el hedor duro de la piedra  y viene sin sol, sin cielo, sin campo encima y dentro de ella; agua afilada y desnuda; agua de roca…¡Quién la recogerá y torcerá como un paño precioso!
Dios.
Pero, además de Dios….

 

Gabriel Miró. – Años y leguas.


 

ROMANCE DEL CONDE ARNALDO 

  ¡Quién hubiese tal ventura    
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos    
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano    
la caza iba cazar,
vio venir una galera    
que a tierra quiere llegar.
 Las velas traía de seda,    
la ejercia de un cendal,
 marinero que la manda    
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma,    
los vientos hace amainar,
los peces que andan n'el hondo,   
arriba los hace andar,
las aves que andan volando   
n'el mastel las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos,    
bien oiréis lo que dirá:
-«Por Dios te ruego, marinero,    
dígasme ora ese cantar.»
Respondióle el marinero,    
tal respuesta le fue a dar:
-«Yo no digo esta canción    
sino a quien conmigo va.»

 

Romance anónimo del siglo XVI

 

 

YA NO COGERÉ VERBENA

 

Ya no cogeré verbena
la mañana de San Juan,
pues mis amores se van.

Ya no cogeré verbena,
que era la hierba amorosa,
ni con la encarnada rosa
pondré la blanca azucena:
prados de tristeza y pena
sus espinos me darán;
pues mis amores se van.
Ya no cogeré verbena
la mañana de San Juan,
pues mis amores se van.

                      Lope de Vega

 

ALTA ESTABA LA PEÑA

 

Alta estaba la peña,
nace la malva en ella.

    Alta estaba la peña,
riberas del río;
nace la malva en ella,
y el trébol florido.

                          Anónimo

 

¡ Ay, que non hay !

¡Ay que non era,
mas ay, que non hay
quien de mi pensa se duela!
Madre, la mi madre,
el mi lindo amigo
moricos de allende
lo llevan cativo;
cadenas de oro,
candado morisco.

¡Ay, que non era
mas ay, que non hay
quien de mi pena se duela!

                           Anonimo.

 

    NO TE TARDES...


¡No te tardes, que me muero,
carcelero!
¡No te tardes, que me muero!

Apressura tu venida,
porque no pierda la vida;
que la fe no está perdida,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!

Bien sabes que la tardança
trae gran desconfïança;
ven y cumple mi esperança,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!

Sácame desta cadena,
que recibo muy gran pena,
pues tu tardar me condena,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!

La primer vez que me viste,
sin te vencer me venciste;
suéltame, pues me prendiste,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!

La llave para soltarme,
ha de ser galardonarme
proponiendo no olvidarme,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!


Y siempre, quanto bivieres,
haré lo que tú quisieres,
si merced hazerme quieres,
carcelero.
¡No te tardes, que me muero!

Juan del Encina



RIO DUERO, RÍO DUERO…


Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.

Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.

Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada

sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.

                    Gerardo Diego


 

             CXXVI

A JOSÉ MARÍA PALACIO

 

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...

 

              Antonio  Machado

 

LLEGÓ CON TRES HERIDAS

 

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.


          Miguel Hernández

 



        LA CARBONERILLA QUEMADA



    En la siesta de julio, ascua violenta y ciega,
prendió el horno las ropas de la niña. La arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.
    ...Con la tarde, volvió -¡anda, potro!- la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la vida...
    La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
    -"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!"
    Por el camino -¡largo!-, sobre el potrillo rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...
    Dios estaba bañándose en su azul de luceros.


                                  Juan Ramón  Jiménez



     

YO VOY SOÑANDO CAMINOS…

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clava da".

         Antonio Machado






COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE


                I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.

                II

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.

                III

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.

INVOCACIÓN

                IV

Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
Aquél sólo m'encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
su deidad.

V

Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
descansamos.

                VI

Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
descendió
a nescer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.

               VII

Si fuesse en nuestro poder
hazer la cara hermosa
corporal,
como podemos hazer
el alma tan glorïosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora
e tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!

                VIII

Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos.
Dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados
que acaeçen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.

                IX

Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.

                X

Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos
se mantienen.

                XI

Los estados e riqueza,
que nos dexen a deshora
¿quién lo duda?,
non les pidamos firmeza.
pues que son d'una señora;
que se muda,
que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.

                 XII

Pero digo c'acompañen
e lleguen fasta la fuessa
con su dueño:
por esso non nos engañen,
pues se va la vida apriessa
como sueño,
e los deleites d'acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
e los tormentos d'allá,
que por ellos esperamos,
eternales.

                 XIII

Los plazeres e dulçores
desta vida trabajada
que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
en que caemos.
Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
no hay lugar.

                XIV

Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
e perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

                XV

Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
sus hestorias;
non curemos de saber
lo d'aquel siglo passado
qué fue d'ello;
vengamos a lo d'ayer,
que también es olvidado
como aquello.

                XVI

¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d'Aragón
¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
como truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?

                XVII

¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
d'amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

                XVIII

Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
alcançaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus plazeres
se le daba!
Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
lo que le dio!

                XIX

Las dávidas desmedidas,
los edeficios reales
llenos d'oro,
las vaxillas tan fabridas
los enriques e reales
del tesoro,
los jaezes, los caballos
de sus gentes e atavíos
tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?

                XX

Pues su hermano el innocente
qu'en su vida sucesor
se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuánto grand señor
le siguió!
Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego
en su fragua.
¡Oh jüicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua.

                XXI

Pues aquel grand Condestable,
maestre que conoscimos
tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo como lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
al dexar?

XXII

E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
c'a los grandes e medianos
truxieron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
qu'en tan alto fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
fue amatada?

                XXIII

Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
e varones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes,
e traspones?
E las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras
y en las pazes,
cuando tú, cruda, t'ensañas,
con tu fuerça, las atierras
e desfazes.

                XXIV

Las huestes inumerables,
los pendones, estandartes
e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e balüartes
e barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo passas de claro
con tu flecha.

                XXV

Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
pues los vieron;
ni los quiero hazer caros,
pues qu'el mundo todo sabe
cuáles fueron.

                XXVI

Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
e parientes!
¡Qué enemigo d'enemigos!
¡Qué maestro d'esforçados
e valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
qué león!

                XXVII

En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
e trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
que prometía.

                XXVIII

Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
e buen talante.
Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
de su tierra.

                XXIX

Non dexó grandes tesoros,
ni alcançó muchas riquezas
ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
e sus villas;
y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos
se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
que le dieron.

                XXX

Pues por su honra y estado,
en otros tiempos passados
¿cómo s'hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
se sostuvo.
Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra
que hazía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
que tenía.

                XXXI

Estas sus viejas hestorias
que con su braço pintó
en joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
en senectud.
Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
bien gastada,
alcançó la dignidad
de la grand Caballería
dell Espada.

                XXXII

E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerça de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
fue servido,
dígalo el de Portogal,
y, en Castilla, quien siguió
su partido.

                XXXIII

Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que non puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa d'Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta,

                XXXIV

diziendo: "Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
e su halago;
vuestro corazón d'azero
muestre su esfuerço famoso
en este trago;
e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
que vos llama."

                 XXXV

"Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
qu'esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dexáis.
Aunqu'esta vida d'honor
tampoco no es eternal
ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera."

                XXXVI

"El vivir qu'es perdurable
non se gana con estados
mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
contra moros."

                 XXXVII

"E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
qu'estotra vida tercera
ganaréis."

[Responde el Maestre:]

                XXXVIII

"Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura."


                 XXXIX

"Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
en tu persona,
non por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona".


                XL

Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.


                  Jorge Manrique






                         EL CARTERO DEL REY (*)

-Escena cuarta, Amal y el lechero-

 

El lechero (fuera).- ...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!

Amal.- ¡El de los quesitos, oye, el de los quesitos!

El lechero (entrando).- ¿Me has llamado, niño? ¿Quieres comprarme quesitos?

Amal.- ¿Cómo quieres que te los compre, si no tengo dinero?

El lechero.- Entonces, niño, ¿para qué me llamas? ¡Uf! ¡Vaya una manera de perder el tiempo, hombre!

Amal.- Si yo pudiera, me iría contigo...

El lechero.- ¡Conmigo!... ¿Qué estás diciendo?

Amal.- Sí; ¡me entra una tristeza cuando te oigo pregonar allá lejos, por el camino!...

El lechero (dejando en el suelo su balancín).- Y tú, ¿qué es lo que haces aquí, hijo?

Amal.- El médico me ha mandado que no salga, y aquí donde tú me ves estoy sentado todo el día...

El lechero.- ¡Pobre! ¿Qué tienes?

Amal.- No sé; como no soy sabio, no sé qué tengo. Pero di tú, lechero; tú, ¿de dónde eres?

El lechero.- De mi pueblo...

Amal.- ¿De tu pueblo? ¿Y está muy lejos de aquí tu pueblo?

El lechero.- Mi pueblo está junto al río Shamli, al pie de los montes de Panchmura.

Amal.- ¿Los montes de Panchmura has dicho? ¿El río Shamli? Sí, sí; yo creo que he visto una vez tu pueblo; pero no sé cuándo ha sido...

El lechero.- ¿Que has visto tú mi pueblo? ¿Tú has ido hasta los montes de Panchmura?

Amal.- No, yo no he ido; pero me parece que me acuerdo de haber visto tu pueblo... Tu pueblo está debajo de unos árboles muy grandes, muy viejos que hay allí, ¿no?; junto a un camino colorado, ¿no?

El lechero.- Sí, sí, allí está...

Amal.- Y en la ladera está el ganado comiendo...

El lechero.- ¡Qué maravilloso! El ganado comiendo... Pues es verdad...

Amal.- Y las mujeres, con sus saris granas, van y llenan los cántaros en el río, y luego vuelven con ellos en la cabeza...

El lechero.- Así mismo. Las mujeres de mi pueblo lechero todas van por agua al río; pero no creas tú que tienen todas un sari grana que ponerse... Pues sí, no cabe duda; tú has estado alguna vez de paseo en el pueblo de los lecheros...

Amal.- Te digo, lechero, que no he estado nunca allí. Pero el primer día que me deje el médico salir, ¿vas tú a llevarme a tu pueblo?

El lechero.- Sí; me gustaría mucho que vinieras conmigo.

Amal.- ¿Y me vas a enseñar a pregonar quesitos, y a ponerme el balancín en los hombros, como tú, y a andar por ese camino tan largo, tan largo...?

El lechero.- Calla, calla... ¡Pues estaría bueno! ¿Y para qué ibas tú a vender quesitos? No, hombre; tú leerás unos libros muy grandes, y serás sabio...

Amal.- ¡No, no; yo no quiero ser sabio nunca! Yo quiero ser como tú... Vendré con mis quesitos de un pueblo que está en un camino colorado, junto a un viejo baniano, y los iré vendiendo de choza en choza...

  Qué bien pregonas tú: “!Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!” ¿Me quieres enseñar a echar tu pregón?

El lechero.- ¿Para qué quieres tú saber mi pregón? ¡Qué cosas tienes!

Amal.- ¡Sí, enséñamelo! Me gusta tanto oírte... Yo no te puedo explicar lo que me pasa cuando te oigo en la vuelta de ese camino, entre esa hilerita de árboles...

  ¿Sabes? Lo mismo que siento cuando oigo los gritos de los milanos, tan altos, allá en el fin del Cielo...

El lechero.- Bueno, bueno; anda, ten unos quesitos; ten, cójelos...

Amal.- Pero si no tengo dinero...

El lechero.- ¡Deja el dinero! ¡Me iría tan alegre si quisieras tomar esos quesitos!

Amal.- ...Lechero, ¿te he entretenido mucho?

El lechero.- No, hombre, nada. No sabes tú lo contento que me voy...

-Ya ves; me has enseñado a ser feliz vendiendo quesitos…

Amal (pregonando).-...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos del pueblo de los lecheros, en el campo de los montes de Panchmura, junto al río Shamil! ¡Quesitos, a los buenos quesitos! ¡Al amanecer, las mujeres ponen en fila las vacas, debajo de los árboles, y las ordeñan; por la tarde, hacen quesitos con la leche! ¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!...

(*) Leer junto con el espacio que le sigue de Siguenza y se comprobará la concordancia de sentimientos.

 

Rabindranatz Tagore

 




                                             LIBRO DE SIGUENZA (*)

                                                                         EL SEÑOR DE CUENCA Y SU SUCESOR

                                                                       
Enseñanza

 

    «El hidalgo le interrumpió:
-¿Y no volvería usted a esos años? ¿No le parece que es una tristeza muy sabrosa la de la niñez del colegio? ¿Qué no? ¡Pues cómo! ¿Qué si tuviese usted hijos no los traería donde usted estuvo?
    Sigüenza dijo que no. Si esa tristeza es gustosa, lo será únicamente para los grandes; pero la de los niños es seca y helada, sin ese perfume de lejanía. Cuando él estaba en Santo Domingo envidiaba la vida ancha y libre de un herrero cercano, cuyos cantos y el forcejeo de su forja penetraban alborozadamente  por todas las ventanas, invadiendo el silencio de los estudios; envidiaba a un señor Rebollo, mercader de chocolates elaborados a brazo, y al pasar por su portal todos los colegiales se miraban, recogiendo con delicia el rumor del rodillo y el tibio aroma del cacao; envidiaba a los hombres que estaban sentados a la orilla del río, fumando  y mirando las burbujas de la corriente; envidiaba a un cochero que iba a la estación restallando la tralla, que sonaba como un cohete de fiesta, piropeando a gritos a las huertanas, y se imaginaba que ese hombre estaba hecho de la santa emoción de todos los hogares, porque en su vetusto coche llegaban casi todos los padres de los internos. Le llamaban  Arrancapinos, apodo maravilloso, legendario, pintado sobre las puertezuelas con letras muy recias de color de cinabrio, rodeando una figura como un mico tirando del ramaje. Y mientras traducía por la noche los quince versos de la Envida, señalados con huella de uña, Arrancapinos, pasaba gloriosamente como un Esplandián o un Amadís por las páginas del Diccionario y del texto, que se transformaban en un pinar centenario, rumoroso, fragante, encantado…»


                                                                                                  Gabriel Miro


    Hemos de señalar que tanto en el “Cartero del rey” de Rabindranatz -cápitulo anterior-, como en el “Libro de Sigüenza-El señor de Cuenca-“, existe una similitud más que evidente en los textos que ambos han escrito. Y esta similitud se deriva del ansia de libertad que tanto Amal, como Sigüenza necesitan a cada rato para poder transitar por la vida.
     Y es ora la visión de los  montes lejanos de Panchmura, el agua que se aleja de un  rió, o unos árboles grandes y viejos junto a un camino colorado; ora el pregón del lechero vendiendo sus quesos, o los cantos del herrero y el sonido metálico, acompasado, del martillo sobre el yunque, lo que hace que las alma de Amal y Sigüenza se eleven y se pierdan al pie mismo  del  camino donde los sueños no contemplan ataduras…¡Ah, sí, Amal y Sigüenza, estarán  ya siempre con nosotros, para indicarnos el frescor de la libertad y el sentimiento amplio, único, inabarcable, de las cosas sencillas y  a la vez eternas…!



                                                                                                                Manuel Castillo Sempere

 






           VEINTE POEMAS DE AMOR...

 

                      Poema VII

    Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.

Allí se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.

Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.

Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.

Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.

Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.

Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo


Pablo Neruda





  


EL MISTERIO ESTÁ…

El misterio está en el aire;
en el aire y en el fuego;
en el fuego y en la luz;
en la luz y el pensamiento.

En la palabra y la idea;
en la voz y en el silencio;
en lo profundo del mar
y en los abismos del cielo.

El misterio está en su sitio;
y de par en par abierto
a la claridad del sol,
a la obscuridad del tiempo.

                 José Bergamín.




                      XCII

PEGASOS, LINDOS PEGASOS...

                 Tou
rnez,touenez,chevauz de bois.                                                                Verlaine.

Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera...

Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!.


                    Antonio Machado
                    Soledades (1899-1907
)



                 

 

LA POESIA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO



    Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

    Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

    Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

    Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

    Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

    Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.


    Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

    Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

    Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

    No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

    Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.


                                     Gabriel Celaya
                                    "Cantos Iberos". 1957

 

              

                  POEMA VI


    Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.

    Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

    Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.

    Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma
.


                                               Pablo Neruda
                                                           XX Poemas de amor...





                       

                                                                             Capítulo  LXXXI

                                                    LA NIÑA CHICA

 

    La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa: -“¡Platero, Plateriiillo!”-, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.
     Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: -“¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!”
     En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste:”¡Plateriiillo!... “ Desde la casa oscura y llena de suspiros se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!
     ¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Septiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio, !cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio; entré en la casa por la puerta del corral, y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.


                                                                                Juan Ramón Jiménez

 





CANCIÓN DEL JINETE

Córdoba.
Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.
Lejana y sola.

         Federico García Lorca
         -1924-

 

¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?


¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta,cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!

¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos -respondía-,
para lo mismo responder mañana!


                                 Lope de Vega
                                  (1562-1635)





   

                              I                                      
    Cielo, infierno, esperanzas, temores… ¡Bah! Que traigan de beber. Una cosa es cierta; que la vida
va pasando, y el resto vaciedad es tan sólo.
La flor marchita nunca florecerá de nuevo


                              II
    No pretendas, Kheyyam, descifrar el enigma
de la vida, que es sólo una ficción. Lo eterno
es una copa llena de burbujas; tú eres
una. Goza, y no pienses en el cielo o el infierno.

                               III
    Disfrutas cuanto puedas, mas de un modo discreto.
No aflijas ningún pecho ni critiques a nadie.
Da cuanto tengas, pro haz todo lo posible
Porque en la vejez no te falte el vino.

                                IV
    No encontrarás en este bazar un solo amigo.
Atiende mi consejo: renuncia a todo apoyo.
Acepta la desgracia; no le busques remedio.
No esperes compasión, feliz en tu desdicha.

    Nayshapur (Persia) siglo XI

                      Omar Kheyyam -Los Rubaiyat-

 



      


LA ALBADA DEL VIENTO...

Adios a los que se quedan
y a los que se van también.
Adios a Huesca y provincia
a Zaragoza y Teruel.

Esta es la albada del viento
la albada del que se fue
que quiso volver un día
pero eso no pudo ser.

Las albadas de mi tierra
se entonan por la mañana
para animar a las gentes
a comenzar la jornada.

Arriba los compañeros
que ya ha llegado la hora
de tener en nuestras manos
lo que nos quitan de fuera.

Esta albada que yo canto
es una albada guerrera
que lucha porque regresen
los que dejaron su tierra.


..............///////.........


ALBADA DE AUSENCIA

    
"Me despido de mi tierra,   
  de los monte y de los rios...
  Me marcho porque me empujan,
  nunca lo hubiera querido.
  Aunque me voy, no me voy,
  aunque me voy no me ausento.
  Aunque me voy de persona,
  me quedo de pensamiento..."

    José Antonio Labordeta
                   - 1935-2010 -

 
                                       

 
                              
      

                        LA ALBADA DE CEUTA O DE LOS AUSENTES



    He escuchado sobrecogido la albada de Aragón, la albada de Labordeta…. He sentido el golpe acompasado del tambor, que acompaña al canto,  caer sin freno sobre los latidos largos del corazón… He presentido la tristeza cautiva de unos versos  casi impronunciables… He soñado, entonces, con un pueblo pegado, como una enredadera, a la piedra gris del Atlas… He vuelto a soñar y, ahora, aturdido por la nostalgia, mis pensamientos han volado ausentes hasta la última marea del resbalaje, al pie mismo del Estrecho…
    Y he  vuelto a sentir  la pena de la despedida,   y he vuelto a llorar,  como en aquel día, con los ojos rojos, abrasados  en el espanto del ocaso… Después todo quedó en silencio, sólo el murmullo de la soledad…Tal vez, ni siquiera eso…
    Y al compás de la albada, de la albada de Aragón, la albada de Labordeta, he pensado: ¿Quién cantará a los montes y a los verdes acantilados de mi tierra?  ¿Qué poeta hablará de sus calles, de sus plazas, de sus nombres en las  esquinas? ¿Quién recordará a los ausentes,  a los que no están, a los que han perdido su memoria? ¿Quién grabará un corazón  en los álamos del jardín de los enamorados? ¿Qué muchacha no suspirará cuando le roben un beso? ¿Qué  muchacho lo robará?  ¿Cuántas vueltas a  la plaza de África tendrán que dar los niños y las golondrinas,  antes que el sonido de cobre de  las campanas de la catedral, rompan el silencio de la tarde?
    No sabemos si el  poeta recogerá en sus versos el alma de las cosas… Sí, ciertamente, no sabemos si alguien, aunque sólo sea un momento, un breve instante, cierre los ojos y, en un lamento, casi un susurro, diga: ¡Esta es mi tierra…!
    No sabemos si el poeta recogerá el alma de las cosas, sin embargo,  yo, mal que me pese, no puedo dejar de pronunciar, apenas apuntando el sol en la raya azul del mar, allá donde nace el Levante, apenas incendiado los pinos pardos, verdes del Hacho, las palabras graves y sutiles de mi albada:


  Yo volveré, un día, a pisar
tus calles y tus plazas
hasta recobrar mi nombre…

  Esta es la albada de Ceuta,
la albada de los Ausentes,
de los que no pueden estar
y miran  con dolor al sur
hasta gritar: ¡Presentes!
Yo volveré a sentir
la brisa del Poniente
en un atardecer rojo
de rosas y amapolas
ensangrentadas…
Yo sentiré la mirada
alegre de los niños,
y los besos ardientes
de los cautivos de amor.
Yo tocaré el mar
y romperé, azules
y verdes sus espejos,
hasta llegar al fondo,
más allá de todo,
más allá de la vida,
en nuestros instantes
dolientes.
Yo sentiré mi alma
-por qué no decirlo-,
aquí, ahora, siempre...
en tu alma enamorada.

  Yo volveré, un día, a pisar
tus calles y tus plazas
hasta recobrar mi nombre…

Cádiz, a 21 de septiembre de 2010

                Manuel Castillo Sempere

 



                                                    
    
                                                      
                                                        UN MAÑANA


        Salio Sigüenza por la orilla de los muelles.
    Era una mañana inmensa de oro. Lejos, encima del mar, el cielo estaba blanco, como encarnecido de tanta lumbre, y las paradas aguas, que de tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz.
    Gritaban las gaviotas delirantes de alegría y de luz, Y en las viejas barcas de carga, los gorriones picaban el trigo y el maíz desbordado de los costales, y luego saltaban por la proa, dejando en la marina una impresión aldeana muy rara y graciosa.
    Bajo las palmeras paseaban los enfermos, los ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la delicia del templado suelo alicantino.
    Olía el puerto a gentes de trabajo, a dinero y maderas, a vapores, a Mediterráneo, y traspasaba todas las emanaciones una fuerte y encendida, como un olor de sol, de semillas, de vida jugosa y apretada.
    De todos los barcos escogió Sigüenza para mirar un vapor negro, ancho, gordo, reluciente en su misma negrura; el hierro de sus costados tenía arrugas, tacto, sustancia de piel etiópica. Respiraba un hondo hervor de máquinas. Sus grúas eran palpos gigantescos que se torcían sobre la tierra; bajaban sus cadenas oxidadas, y con dos uñas terribles se llevaban cuévanos de hortalizas a las entrañas de las bodegas.
    Constantemente venían carros de cestos de fruta, y el muelle era una granja en llenura venturosa.
........................................................................................................................................

    
                                                             Gabriel Miro -Libro de Sigüenza-




    

                                           NOCHE DE ÁNIMAS EN SORIA

 

   Noche de ánimas. Apenas cruza nadie por las calles de la ciudad. Impone el fuerte rumor del viento, que agita con violencia los árboles y mueve las maderas de los balcones y ventanas y penetra, como afilado puñal, por resquebrajas y quicios. Aire frío de la estepa nevada, de los montes nevados. Y más obsesionante, el toque alternado de las campanas: el sonoro y metálico de la campana chica y el bajo profundo, de eco largo, como lamento que no cesa, de la campana grande…
    Noche tremenda de recogimiento siniestro en torno a la camilla acogedora. Lamparillas de aceite en vasos de cristal. Tantas lucecitas como muertos se veneran. La madre tiene dibujados en su semblante dolores que no han cicatrizado. Pero se muestra serena y grave  en esta escena fatídica  de Noche de Ánimas: un Ave María por cada muerto.
El viejo reloj avanza sus saetas con lentitud de desespero, y el péndulo perezoso y acompasado produce un leve y seco ruido al rozar apenas la madera de la caja. Rezos fervorosos en la estancia débilmente iluminada con planos y rincones de sombra y sueño. Y el cierzo cada vez más airado trae, hasta las lamparillas que chisporrotean y se mueven, los lamentos de las campanadas incansables.
    Señor: ¿se habrá muerto también el tiempo? ¡Que venga pronto la claridad de plata del nuevo día! ¡Que cese este tañido angustiado de campanas y el murmullo obsesionante de estos rezos! Que se salven las almas de todos los muertos del Espino! Pero que pase pronto esta noche de pesadilla.
   
                    
    
                                Ángel Lacalle. – Imágenes de Soria mía.
  


       

COMO UN GORRIÓN

Es menuda como un soplo
y tiene el pelo marrón
y un aire entre tierno y triste
como un gorrión.

Le gusta andar por las ramas
ir de balcón en balcón
sin que nadie le eche mano
como un gorrión.

Nació libre como el viento,
no tiene amo ni patrón
y se mueve por instinto
como un gorrión.

Pajarillo pardo...
En la Carrera
de San Bernardo,
quedó tu nido seco y vacío
quizá algún niño ya lo robó.

Pajarillo errante
que bebe el agua de los estanques
y de mi mano jamás comió.

Y no le vende al alpiste
su calor ni su canción
por ahí busca su lechuga
como un gorrión.

Y le da pena el canario
pero no envidia a un halcón.
Le gusta volar bajito
como un gorrión.

Y tutearse con las nubes
y dormir en el rincón
donde no llegan los gatos
como un gorrión.

Pajarillo pardo...
En la Carrera
de San Bernardo,
quedó tu nido seco y vacío
quizá algún niño ya lo robó.

Pajarillo errante
que bebe el agua de los estanques
y de mi mano jamás comió.

      
                   Joan Manuel Serrat

_______

Ojear "Dónde no estuve", en el apartado de Carpen diem, de Amanda.

 
  

NANAS DE LA CEBOLLA
         "Poema  que  escribe  Miguel  en  la  carcel,  al           enterarse de que su  mujer  sólo  come  pan  y           cebolla..."


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

Desperté de ser niño
nunca despiertes.
Triste llevo la boca
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño el la doble
luna del pecho
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

     
       Miguel Hernández





                                             MUELLES   Y   MAR

                                                         UNA MAÑANA 


  «Era una mañana inmensa de oro. Lejos, encima del mar, el cielo estaba blanco, como encandecido de tanta lumbre, y las paradas aguas que de tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz.
    Gritaban las gaviotas delirantes de alegría y de azul.  Y en las viejas barcas de carga, los gorriones picaban el trigo y el maíz desbordado de los costales, y luego saltaban por la proa, dejando en la marina una impresión aldeana muy rara y graciosa.
    Bajo las palmeras paseaban enfermos, los ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la delicia del templado suelo alicantino.
Olía el pueblo a gentes de trabajo, a dinero y maderas, a vapores, a Mediterráneo; y traspasaba todas las emanaciones una fuerte y encendida, como un olor a sol, de semillas, de vida jugosa y apretada.
    Un poeta hubiese dicho que el cielo tendía sobre sus frentes el amparo de su techumbre, que palpitaba de estrellas…»

                   Gabriel Miró. – Muelles y Mar. Libro de Sigüenza.


 


RECUERDO INFANTIL

   
    Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

        Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

        Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

        Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».

        Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

           Antonio Machado

       


EN ABRIL, LAS AGUAS MIL

      Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
      Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
      La lluvia da en la ventana
y el cristal repiqueteo.
      A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
      Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
      Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
      Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina.
      Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
      Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.

                                                                                                Antonio Machado 1875-1939

 


    

      


    JUEGO o ABRIL
 
(EL DÍA Y ROBERT BROWNING)


El chamariz en el chopo
—¿Y qué más?
El chopo en el cielo azul
—¿Y qué más?
—El cielo azul en el agua
—¿Y qué más?
—El agua en la hojita nueva
—¿Y qué más?
—La hojita nueva en la rosa
—¿Y qué más?
La rosa en mi corazón
—¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!

    Juan Ramón Jiménez



   

ABRIL FLORECíA


Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas
de un balcón florido,
vi las dos hermanas.
La menor cosía,
la mayor hilaba ...
Entre los jazmines
y las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña y rosada
—su aguja en el aire—,
miró a mi ventana.

La mayor seguía
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca
que el lino enroscaba.
Abril florecía
frente a mi ventana.

Una clara tarde
la mayor lloraba,
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
—¿Qué tienes —le dije—
silenciosa pálida?
Señaló el vestido
que empezó la hermana.
En la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el velo blanco, 
el dedal de plata.
Señaló a la tarde
de abril que soñaba,
mientras que se oía
tañer de campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus lágrimas...
Abril florecía
frente a mi ventana.

Fue otro abril alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita
risueña y rosada,
ni la hermana triste,
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo en el huso
el lino giraba
por mano invisible,
y en la oscura sala
la luna del limpio 
espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón florido,
me miré en la clara
luna del espejo
que lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mi ventana.

    Antonio Machado1875-1939

      

            

     A MI MEJOR AMIGO


Estoy triste,
desde mi ventana veo un árbol sin hojas.
Mi nostalgia es alargada.
Mi mundo corto.
Las sombras te llevaron
y yo no te olvido.
Los minutos, horas o años
no me alejaran de ti.
Como olvidar el Paraíso
mi Paraíso en la Tierra.
Como olvidar las tardes musicales
ni la rutina agradable y feliz.
Como olvidar que Dios me tocó con su mano
y más tarde la retiró.
Hoy me sumerjo en añoranzas
esta vida ya no es mía.
Nada me pertenece
todo lo mío se fue contigo.
Ya no quiero mirar por la ventana
el árbol sin hojas me pone triste

    Juani Fortes Castillo

               Madrid, noviembre 1993




                           


 

LA NIÑA MUERTA                  
                «Qué siempre oigas

                  en tu nueva morada, 
                  el susurro de las hojas. 
                  Siempre…»

La mañana
que es alegre,
se pierde
en el camino
que baja
hasta el fondo
del valle verde.
El aire eleva
una copla
de pena muy
doliente:
«El amor
que se va lejos
ya nunca más
vuelve».
La niña llora
junto al pino
del recuerdo
aún caliente;
y el arroyo
-que es su amigo-
le acaricia
dulcemente
sus lágrimas
transparentes.
El sol
pone fuego
por donde
la lluvia
viene.
Los niños juegan,
las mujeres tienden
la ropa
del día siguiente.
Y en un lugar
de paz
alguien
dormirá
para siempre.

                                
En Ceuta,  entre 1969 y  1970.

 
        Manuel  Castillo  Sempere

             
            
   
              

           EN EL PRINCIPIO



    Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
    Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
   Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

                           Blas de Otero
 

                                                     


      
                                                  PUERTO


     Era una mañana inmensa de oro. Lejos, encima del mar, el cielo estaba blanco, como encandecido de tanta lumbre, y las paradas aguas, que de tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz.

   Gritaban las gaviotas delirantes de alegría y de azul. Y en las viejas barcas de carga, los gorriones picaban el trigo y el maíz desbordado de los costales, y luego saltaban por la proa, dejando en la marina una impresión aldeana muy rara y graciosa.

    Bajo las palmeras paseaban los enfermos, los ociosos, los que llegan de las tierras altas, hoscas y frías, buscando la delicia del templado suelo alicantino.

    Olía el pueblo a gentes de trabajo, a dinero y maderas, a vapores, a mediterráneo; y traspasaba todas las emanaciones una fuerte y encendida, como un olor de sol de semillas, de vida jugosa y apretada.


                             Gabriel Miró.-Libro de Sigüenza.
                             (Recogido por Ángel Lacalle del libro “Vida Española”.)

                                                         

    
                                     MUELLES Y MAR

                                         UNA TARDE  

    Nunca tuvo nuestro mar la pureza, la alegría y quietud  de esa tarde.
    Sigüenza vio algunas gentes asomarse a los balcones. Todas le parecieron comunicadas de la gracia infantil, de la inocencia antigua del  Mediterráneo. Si pasaba algún barco de vela se vía todo su dibujo primorosamente  calado sobre el cielo y las aguas. La isla de Tabarca, que siempre tiene un misterio azul de distancia, como hecha  de humo, mostrábase cercana, clara, desnuda y virginal.
    Las gaviotas parecía(n) que volasen en un recinto guardado entre dos cristales: el del cielo y el mar; porque el mar estaba tan liso, tan inmóvil como si se hubiera cuajado en una delgada lámina  y bajo de ella  no hubiese más agua, sino el fondo enjuto, alumbrado del sol.
No pudo contenerse Sigüenza en su ventana. Ansiaba y necesitaba ir a la ribera, gozar del Mediterráneo, hasta tocándolo(tocarlo). Seguramente asistiría  a algún raro prodigio; se le ofrecerían todos los encantos de las entrañas del mar.
    …Halló un amigo, y juntos se fueron a los muelles, prefiriendo el de Levante, porque se entra, se aleja mucho encima de las aguas, y desde el cabo alcanza la mirada toda la ciudad reflejada, y a sus espaldas se asoman  unas montañas remotas y azules, un delicado relieve del cielo. El menos imaginativo cree que va viajando. Todo ofrece una belleza nueva, desconocida.


                                            GABRIEL MIRÓ.- Libro de Sigüenza.

                              

      
                                     MUELLES Y MAR. OTRA TARDE
                                                     (La gaviota)

    Una tarde primaveral, de mucha quietud, salió Sigüenza antes de que se le mustiase el ánimo bajo el poder de pensamientos que, si no tenían trascendencia ni hondura filosófica, agobian las más levantadas ansiedades.
«¡Qué haría el mismo Goethe atado con mis sogas!», se dijo para disculparse de su mohína y cansancio.
    Nada  se contesto de Goethe por no inferir el mal de la respuesta. Es verdad que entonces venía la gozosa bandada de muchachos  de una escuela de asueto, porque era jueves. Y esta infantil alegría suavizóle de su meditación, y aun le alivió más la vista del cercano paisaje, ancho, tendido, plantado de arvejas y cebadas, ya revueltas y doradas por la madurez, y parecía que todo el sol caído en aquel día estaba allí cuajado en la llanura.
    Sigüenza, ya descuidado y hasta alegre, como si toda la tarde fuese suya  y hermosa para su íntimo  goce, bajó a la orilla del mar.
   El mar, liso, y callado, copiaba mansamente los palmerales costaneros como las aguas dormidas  de una alberca. Y el caballero sintió pueriles tentaciones de caminar por aquel cielo acostado ante sus ojos.
   Por el horizonte pasaba una procesión de barcos de vela.
   Se alzo una gaviota, y remontada en el azul mostró la espuma de su pecho. Anchamente, con aleteo pausado, volaba el ave del mar. La perdieron los ojos de Sigüenza; mas luego volvieron a gozarla. Llegaba del tenue confín trazando un magnífico círculo en las inmensidades. Dio un exultante grito y descendió a la paz de las aguas
   Sigüenza la envidió, y volvióse  a la ciudad. Desde una reja de un colegio le miraba un chico. Acercóse un Sigüenza y vio la sala despoblada y triste; olía a delantales y pupitres. En el fondo, junto a las ventanas de un patio, mondaba guisantes la vieja mujer del maestro, los cristales de sus antiparras resplandecían fieramente.
    - ¿Tú solo en la escuela? ¡Todos al campo!
   El niño lo miró pasmado. La señora maestra también, y arrezagándose el delantal, donde tenía la legumbre, fue llegándose lenta y recelosa.
    - Es que estoy castigado, que no supe, ni ayer ni hoy, lo del participio.
Sigüenza se quedó pensando, porque él tampoco sabía lo del participio.
Un amigo lo saludó jovialmente…
    …Juntos, siguieron andando por las calles. Hatos de cabras se iban parando en los portales. Las esquilas dejaban como una estela de vida agreste, de cumbres y sendas.
   Sigüenza le habló a Martínez de la altivez y la soledad de las gaviotas.
   -Yo creo que la de esta tarde me miraba con tristeza, Son casi más felices  que las mismas águilas. Alcanza su señorío a los mares, donde hunden audazmente sus picos para devorar los peces palpitantes. ¡Vayamos a la playa!...
   …Llegaba la dulce declinación de la tarde. Todo se bañaba de un azul purísimo, y las lejanas costas palidecían, semejando nieblas dormidas, reclinadas sobre el mar liso, inmóvil, como el hielo. Cortaban la soledad del horizonte las blancas alas de un barco velero que venía. Estos bellos barcos dejaban en Sigüenza una inocencia infantil.
   -¡Oh blancas  y fantásticas apariciones  que nos traéis la emoción de tierras del misterio!...

                                                   GABRIEL MIRO.- Libro de Sigüenza.

   
                                

                                 XVIII     EN LA «CUMBRERA»

 

«… Apartóse otro rebaño. Después salieron otros buscando los rediles. Quedaron solos Felix y su guía. Por encima pasaron croajando los cuervos, lentos, solemnes. Distantes, ya perdidos, aún se oía su clamor, que fue deshaciéndose en la tristeza de la tarde.
   Las quebradas y ondulaciones  de las sierras se espesaban y ahondaban; parecían sumergirse  en las sombras  proyectadas por  monstruosas  alas invisibles. Las cumbres recogían el último sol, que entonces tiene el oro gastado de monedas y lámparas viejas  de templo, era su luz  tibia y humilde. La altitud destello en una alegría  de lumbre súbita y roja. Una peña persistió  encendida  fuertemente. Quedaron apagadas las laderas. En la infinita paz, el más leve  crujido  de una mata, el zumbido de un insecto, la voz, el cencerro del ganado remoto, rodaba claro y despacio mucho tiempo.
   Toda la emoción de la tarde  entraba en el alma de Felix tan excelsamente, que creía no necesitar de la rudeza de sus sentidos.
    Regresaban. Se sepultaron entre montes. Y al doblar un collado percibieron gritos de desgracia que estremecieron su soledad.  Las montañas repitieron el plañido, roncas, angustiosas,; los arrastraban por sus gargantas y barrancos, y sonaban pavorosamente  como balandros y quejumbres  de las ánimas  en pena de las consejas.
    Precipitóse el guía  por una cañada; Felix corrió hacia un puerto para escrutar otros horizontes: allí sólo esta la calma del crepúsculo. Volvió. Lejos negreaba la silueta del guía, que gritaba algo en valenciano…»

                                          Gabriel Miro. -Las cerezas del cementerio.

                              

    
                                            II.   JESÚS. EL CAPELLAN. LOS MAGOS

    Nuestra  casa era grande y blanca: el campo, de llanura apretada  de frutales, de cáñamos y mieses. Las acequias, de quijeros muy espesos de hierbas y de agua limpia, trémula, peinada por las matas caedizas, parecían sendas estremecidas, resplandecientes y vivas. Separaban los tablares  del hortal, liños de moreras anchas y jugosas; y los setos, que  guardaban los generosos naranjos, eran de aromos, de cuyas ramas me dijo mi pobre abuela hicieron los sayones la corona de espina del Señor.
    Al lado de los corrales, seguía la barraca de la familia labradora, con su cruz de ciprés bendito, el hastial siempre encalado, y en el rudo enjalbiego caían apretadamente las lenguas llameantes de los pimientos y los dorados racimos de las mazorcas. Delante subía una parra vieja, y sobre el techo, de mantos de leños y henestrosa, bajaba, amparándola, el follaje de dos olmos, asilo de pájaros y cigarras y protección y sombra del tinado o pesebre donde roznaban las vacas, que se volvían a mirarnos al zagal del labrador y a mí, cuando jugábamos con la becerra; y ella nos topaba, nos derribaba y lamía. La madre labradora nos avisaba los peligros, mientras le daba teta a una criatura  nacida la misma mañana que la ternera, o fregaba  escudillas de boj y lebrillos y cántaros en el remanso de la acequia.
   Jesús, mi amigo, y yo nos pasmábamos  de que la becerra  fuese ya más grande, más ágil y graciosa que su hermano.
   Como el paisaje era tan liso, veíamos el tren, que pasaba por las tardes, y puso en mí  la primera levadura  de sueños en tierra lejana, desde que asomaba diminuto, haciendo un gritito de pájaro cansado, y luego crecido, largo, negro, retemblando por en medio de los naranjales, hasta reducirse y perderse en un copo de humo que se elevaba sobre los caseríos, claros y menudos como granos de arroz.
   -¡Ahora se va a meter dentro del sol!- le decía yo a Jesús. Es que, entonces, el sol iba cayendo como una gota enorme de sangre…,  y diciéndolo, me lo creía sintiendo estremecidamente que el tren  oradaza el azul por el círculo abrasado.   

                                                                    Gabriel Miró. – Niño y grande.

    
       
                    


        PORQUÉ TE FUISTE AMOR


¿Porqué te fuiste amor? ¿Donde te has ido?
Dejaste en mis oídos el silencio,
dejaste entre mis brazos el vacío, te busco,
y ya no encuentro tu mirada.
¿Porqué te fuiste amor?, ¿Donde te has ido?

Me gusta estar dormida,
me gusta cuando sueño,
la vida se disipa,
se olvidan los recuerdos. Y te siento a mi lado,
y te lleno de besos,
percibo tus palabras
y te escucho en silencio.

Y ¡Te siento tan cerca! ¡Aún estando tan lejos!

Me gusta estar dormida
porque cuando despierto,
todas las sensaciones
se escapan al momento;
Mi vida se diluye en malos pensamientos
en horas de tristeza, de pena y de silencio.

Y no te siento cerca, pues sé....
yo sé que estás muy lejos.

                        Maria Blanes González  2012-13

   
      
    E
staba el huerto todavía  blando, redundado del riego de la pasada tarde; y el sol de la mañana se entraba deliciosamente en la tierra agrietada por el tempero.
En los macizos ya habían ya  habían florecido los pensamientos, las violetas y algunos alhelíes; las pomposas y rotundas matas de las margaritas comenzaban a  nevarse de blancas estrellas; los sarmientos  de los rosales rebrotaban doradamente; los talles de las clavellinas engendraban los apretados capullos, y todo estaba lleno y rumoroso de abejas.
    Por encima de los almendros asomaban la graciosa y gentil ondulación de los collados, en cuyas umbrías las nieves postreras iban derritiéndose.
Los almendros ya verdeaban; tenían el follaje nuevo, tan tierno, que sólo tocándolo se deshacía en jugos; y tan claro, que se recortaba, se calaba en el cielo como una blonda, y permitía  que se viera todo el bello dibujo en los brazos de las ramas, las briznas, los nudos. Comenzaba a salir la flor del almendro apenas cuajado, de corteza velludita, aterciopelada.
Con la boca arrancó Sigüenza uno de esos frutos recientes, chiquitines, y se le fundió en ácida frescura deliciosa.
Todo el almendro parecía ofrecérsele en su sabor.
Lo fue aspirando mirándolo; y vio los restos de muchas flores muertas, las huellas de muchas almendras malogradas.
Estos árboles impacientes, ligeros, frágiles, exquisitos, dejan una espiritualidad, una melancolía sutil en el paisaje, y traen a nuestra alma la inquietud que inspiran algunos niños delgaditos, pálidos, de mirada honda y luminosa, que hacen temer más a la muerte.
¿Por qué florecen estos árboles tan temprano?  ¿No parece que voluntariamente se ofrezcan al sacrificio, que quieran consolar al hombre enseñándole que hayan de quemarse  y deshojarse  muchas ansias antes de que cuaje la deliciosa fruta del alcanzado bien?..
   Andando por lo más recatado y húmedo del huerto, halló Siguenza una mata de acanto abierta anchamente, de las hojas carnosas, gruesas, cruzadas por recios nervios y recortadas por fiereza. Tocándola, parecía recogerse la interior circulación de la vida.
    Del centro ya prorrumpía el cogollo de la espiga. Imaginativamente se colocaba en medio del cestillo de la leyenda, y luego se veían también  enroscadas las azagayas de las hojas, hasta formar el capitel corintio.
    Cortó Sigüenza las dos más hermosas y cabales para el clásico ornamento del búcaro de su mesa.
    Y salió del jardín…

          1906     

                          Gabriel Miró. - Libro de Sigüenza. Los almendros y el Acanto.

   

Y, Gabriel Miró acaba el “Libro de Sigüenza” con estos últimos párrafos donde anuncia que se va a su comarca, a su originario paisaje que no columbra desde hace más de veinte años… A su paisaje primigenio donde desea sentir su aroma…

    “Vuelve Sigüenza a su provincia después de veinte años.
Olor y regusto de hierro y de hulla. Hierro inmóvil de la osamenta  articulada de la estación. Carrieles  mellizos que principian a caminar hacia la lejanía, rajando paralelamente el campo. Hierros de placas giratorias, de faros cabezudos. Hierro de locomotoras  que han criado en la fungosidad de los túneles una piel vieja y sudada. Y gorriones, gorriones de herrumbre  y escoria, gorriones ahumados, que tienen, que tienen la querencia en las jácenas y vienen a picar regojos y mondaduras que han barrido de los vagones  los mozos de limpieza; pájaros ferroviarios, de fundición y estruendo; avecitas modernas, que trocaron el parral, el ejido y el otero por los muelles  y almacenes de mercancías de una estación de ferrocarril.
Y las lumbrecillas socarrones de sus de sus ojos miran a Sigüenza, que se va acomodando en el correo de su tierra-
-¡Aquí os quedáis entre humos, arcos voltaicos, vigas metálicas y el trajín  de los hombres! Yo me voy a  mi comarca. Más de veinte años sin ver, sin tocar, sin aspirar mi paisaje. Haré vida rural mucho tiempo. ¿Qué os parece?
Los gorriones, que están mirando, vuelan a recibir un tren mixto que llega de la mancha; tren desbordante de viajeros con atadijos, alforjas y cestas de merienda. Porque siguen cumpliéndose las palabras del Señor: «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni allegan en trojes; y Nuestro Padre celestial les da el alimento  de cada día.»”

 Gabriel Miró. - Libro de Sigüenza. Epilogo.

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Palabras que tal vez convendría de mirar en el diccionario:
Fungosidad: Porosidad  de las cosas esponjosas. Carnosidad fofa.
Jácenas: Viga maestra.
Regojos: Pedazo de pan sobrante. Muchacho pequeño de cuerpo.
Ejido: Campo común de todos los vecinos de un pueblo lindante con él.
Otero: Cerro que domina un llano.
Trojes: Granero, silo.




COMO UNA ENREDADERA

Abrazado a tu cuerpo
como una enredadera,
mi mirada viaja prisionera
a  tus ojos negros y grandes…
Tu boca,  roja de pasión,
en mis labios deseantes
de tus besos inalcanzables.
Y, mis dedos de fuego,
trepando la exultante
y la larga la cordillera
de tu cuello  y tus pechos…
¡Ah!, sí,  la alta  cordillera
de tus blancos pechos
-manantial de miel-,
que no cesa nunca;
ni en las horas tristes,
aciagas, del desamor.
Del valle infinito, verde,
que florece de pasto
en  tu espalda  incólume,
y, al cabo, en la frontera
de la curva de tus caderas
y en la locura del deseo
de tus vírgenes ingles,
se abrazan  en la llama
de  tus ardientes muslos,
que, como acantilados
-perdidos en la bruma-,
se precipitan al fondo
del  mar, del alma cautiva
del alma enamorada…

En el mar, a 19 de septiembre de 2014

Manuel Castillo Sempere

                                      PRIMAVERA

               “No sabemos cuándo llegó…”

 
Dicen que tornó
que ha regresado
de una noche fría
y el cielo estrellado.

Dicen que tornó
del largo invierno
la  rosa primera
de un amor eterno.

  Dicen que tornó
que ha regresado
de los altos valles
el amor soñado.

Dicen que  tornó
la primavera añorada
y una copla de mujer
que la brisa llevara.

Dicen que tornó
entre cielos de agua
que el alma copiara
¡ay! la última palabra..

  Dicen que tornó
que ha regresado
de una noche fría
y el cielo estrellado.

 

     Cádiz, a 21 de marzo (9 abril) de 2015

Manuel  Castillo Sempere

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ROMANCE A CEUTA

Y en el viento una copla,
y en la copla una oración,
y en la oración tu adiós, 
y en tu adiós mi corazón..."


Ceuta a lo lejos…
Soñando con tu mirada
a los pies del Yebel Musa
en los caminos blancos
que serpean en la maleza
hasta rozar en lo más alto
nubes de agua y pureza.
¡Ceuta a lo lejos!…
Viajando con tu palabra
a los valles del Hacho
en las sendas de plata
que se abren en las peñas
al verdor de la algaba
entre el jaral y la breña.
Ceuta a lo lejos…
Caminando junto al mar
en  las orillas de Benzú,
por las rondas escarpadas
que el litoral dibujaba: 
espumas, limos y nácar. 
¡Ay, tan cerca, del alma.!
Ceuta a lo lejos…


Ceuta,  a 5 de abril de 2016


Manuel Castillo Sempere

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